Teatro selecto, tomo 1 de 4 - 02

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Sr. Escosura á la edicion académica de Calderon, y no porque les falte
lucidez y órden, sino porque el editor apénas puso nada de su cosecha,
limitándose á reproducir las ideas que en el vulgo literario corren
acerca de Calderon.
Tratemos nosotros de aprovechar brevísimamente los resultados de toda
esta labor crítica.

II.—El hombre, la época y el arte.
Poco sabemos de la vida de Calderon: achaque comun en las biografías
de nuestros mayores ingenios, máxime de los dramáticos. Si exceptuamos
á Lope, con cuyas obras impresas y manuscritas (que así y todo no
son más que una tercera parte escasa de las que brotaron de su
fecundísima pluma) puede tejerse una cumplida cronología literaria,
y que además nos dejó en larga serie de epístolas al Duque de Sessa
raras y lastimosas confidencias acerca de su vida familiar, ¿qué es lo
que podemos afirmar de cierto y averiguado respecto de Tirso, Moreto
y Rojas? ¿De la vida ante-claustral del primero y áun de su vida
monástica, de su carácter é inclinaciones, qué sabemos, como no sea
por induccion y conjetura? ¿Qué ha hecho la crítica acerca de Moreto
sino desbrozar de malezas el campo, y condenar á perpétuo olvido las
invenciones de poetas y novelistas, ó de biógrafos más inventivos y
fantásticos que los noveladores? De Rojas ni áun sabríamos á ciencia
cierta la patria, si no hubiesen parecido sus informaciones para el
hábito de Santiago. Y la misma biografía de Alarcon, maravilloso libro
de D. Luis Fernandez-Guerra, es ántes que todo un _tour de force_, un
libro de reconstruccion histórica, en que á los hechos documentalmente
comprobados, que son pocos, se mezclan y entretejen, con habilidad
inaudita, las probabilidades, inducciones y conjeturas basadas en el
estudio profundo de la época.
Ni sobre Calderon nos dan mucha luz las escasas biografías de él
que corren impresas, pues casi todas adolecen del gusto gárrulo y
pedantesco de fines del siglo XVII, y ahogan pocas noticias en un mar
de palabras: así la _Fama Póstuma_ de Vera Tássis, como el _Obelisco
fúnebre_ de D. Gaspar Agustin de Lara, en que apénas acierta uno á
decidir cuál es peor, los versos ó la prosa. Algun dato acerca de su
familia puede rastrearse en la _Genealogía de la casa de Calderon_,
que ordenó el P. Gándara, ó en los _Hijos de Madrid_ de Álvarez Baena;
pero lo personal del poeta se reduce á bien poco. Ni han remediado
esta penuria los modernos, más atentos á las obras de Calderon que al
personaje mismo.
Y si algo han querido añadir, ántes es daño que provecho, y más bien
extravío de la crítica que nueva luz: de tal modo se han confundido y
trastrocado las especies. Así el Sr. Hartzenbusch (_quem honoris causa
nomino_), dejándose guiar por la opinion de D. Jorge Díez, director de
cierto colegio de Sevilla, imprimió como de Calderon un romance, en que
éste declara á una dama su calidad y condiciones y le refiere su vida,
en términos demasiadamente alegres y más de pícaro que de caballero.
Hanse sacado de aquí torcidas inducciones sobre el carácter de nuestro
dramaturgo; y sin embargo, ese romance no es de Calderon, sino de un
maleante ingenio sevillano á quien decian D. Cárlos Cepeda y Guzman,
el cual en un códice de sus obras (que examinó y extractó Gallardo) le
dejó escrito de su mano.
Yéndonos á lo cierto y positivo, comencemos por afirmar que Calderon
era oriundo del nobilísimo y antiguo solar de la Barca, en las Astúrias
de Santillana, hoy Montaña de Santander, siéndole comun esta oriundez
montañesa con otros ingenios de los que más ilustran nuestro Parnaso,
vg., el Marqués de Santillana, Lope de Vega y Quevedo. Y tambien
fué desgracia para nosotros (aunque tantas veces se ha repetido, que
parece indicar especial y oculta disposicion de la Providencia el que
salgan de nuestra tierra, no los vencedores de reyes moros sino los
padres y engendradores de tales victoriosos héroes) el que D. Pedro
Calderon de la Barca Henao de la Barreda y Riaño, apellidos todos de
alcurnia cántabra, no viera la luz en nuestros montes ni en nuestras
marinas, sino en la villa de Madrid el 17 de Enero de 1600. Y como
si Dios le hubiera destinado á ser por excelencia el poeta del siglo
XVII, le vivió casi entero hasta 1680, y en su vida, que nada tuvo de
excepcional ni de novelesco, se atemperó naturalmente y sin violencia
á cuanto aquella época exigia de un caballero cristiano y español,
logrando así vivir en paz con su siglo y con su raza. ¡Mérito singular
y para admirado cuando recae en un ingenio de tal temple!
Fué Calderon discípulo de los jesuitas en el colegio Imperial, y
siempre les profesó amor entrañable, como lo demuestra la comedia
de _El Gran Príncipe de Fez, Don Baltasar de Loyola_. Pero que en
sus estudios no pasó de la gramática (entendida esta palabra en su
más ámplio sentido) ó de las humanidades (como se decia entónces con
vocablo más general), parece asimismo indudable. Nadie ha probado hasta
ahora (ya que no son prueba leves presunciones) que Calderon cursara
en tiempo alguno las aulas salmantinas, estudiando en ellas derecho
civil y canónico, por más que lo digan sus biógrafos. Y en cuanto á su
teología tan ponderada de los _Autos sacramentales_, tampoco excede el
nivel comun de la cultura de los españoles de aquella edad, y áun puede
calificarse de teología _para uso de las gentes de mundo_, inferior
de seguro á los conocimientos que lograba el ménos aventajado de los
discípulos de Bañez, de Domingo de Soto, de Molina ó de Suarez.
Desde 1619 á 1625 Calderon parece haber residido en Madrid, como
caballero de capa y espada, sin empleo ni profesion especial. Comenzaba
á escribir comedias, aunque de seguro exagera Vera Tássis cuando afirma
que ya entónces _tenía ilustrados los teatros de España_. No sólo Lope
sino Montalban y otros de segundo órden alcanzaban en aquellos dias
más alta fama que Calderon, por más que el ingenio lozano y juvenil de
éste gallardease con honra en certámenes y justas poéticas, vg. en las
celebradas con motivo de la beatificacion y canonizacion de San Isidro,
mereciendo elogios de Lope en el _Laurel de Apolo_, y de Montalban en
el _Para-Todos_.
Pasaba Calderon por bravo y pendenciero, y de algun lance suyo de 1629
tenemos noticia. Consta que entónces persiguió, espada en mano, á un
famoso comediante, que decian Pedro de Villegas, el cual alevosamente
habia herido á un hermano del poeta. Y fué tan grande la porfía de
los deudos de uno y otro, que el Villegas hubo de buscar refugio en
la iglesia de las Trinitarias, dando ocasion á que la justicia, que
le perseguia, violase la clausura con no pequeño escándalo. Y no paró
aquí el ruido, sino que habiendo aludido al lance el predicador Fr.
Hortensio Paravicino (célebre entre los corruptores del buen gusto en
el siglo XVII), vengóse Calderon en el _Príncipe Constante_, llamando
_sermones de Berbería_ á los suyos, de lo cual resultaron quejas y
reclamaciones del fraile, y áun prision para el poeta.
Todo esto lo pusieron en claro Hartzenbusch en una _Memoria de la
Biblioteca Nacional_, y Molins en su libro de _La sepultura de
Cervántes_, y todo ello parece que invalida la relacion de Vera Tássis,
á tenor de la cual Calderon en 1625 fué á militar en el Estado de
Milan, y allí y en Flándes permaneció hasta 1635. Pero si hay error
en las fechas y hemos de rebajar algo del tiempo que se asigna á las
campañas de Calderon, que fué soldado no tiene duda, y que en los
campamentos adquirió aquel conocimiento de la vida y tipos militares
que le ayudó á crear las enérgicas figuras de D. Lope de Figueroa, del
Sargento, de Rebolledo y de la Chispa.
Valiéronle sus servicios bélicos el hábito de Santiago, y del valor
que ardia en su pecho no puede dudarse, ya que le vemos en 1640, en el
punto culminante de sus triunfos dramáticos, apresurar la conclusion
de su comedia _Certámen de amor y celos_, (que habia de representarse
en una funcion real) para poder seguir á las Órdenes Militares en la
campaña de Cataluña: lo cual le valió treinta escudos de sueldo al mes,
con cargo al capítulo de artillería. Y áun le vemos enviado por el
Marqués de la Hinojosa, desde Tarragona á Madrid, con cierta comision,
nada literaria, relativa al cange de prisioneros.
Pero todo esto no es más que un episodio en la biografía de Calderon,
por más que contribuyera á darle la saludable educacion de la vida
activa. Las aficiones artísticas se sobrepusieron en él á todo otro
impulso, y fué poeta áulico y cortesano por espacio de más de cuarenta
años. Así las fiestas reales del Buen Retiro, como las representaciones
eucarísticas que con inusitado esplendor celebraba la villa de Madrid,
dieron norte y empleo á su portentoso númen.
En 1651 se ordenó de sacerdote, y sin duda con vocacion sana y entera
(digna corona de tan honrada vida), pues así como de Lope sabemos
despues livianas aventuras, en el nombre de Calderon jamás acertó á
poner mancha el odio de sus más encarnizados enemigos.
Calderon sacerdote tuvo ciertos escrúpulos de seguir dando culto á las
musas dramáticas, y no escribió más que para los teatros públicos; pero
halló él, ó escogitaron sus admiradores, una ingeniosa capitulacion
de conciencia: el mandato real, que le obligaba á escribir para sus
fiestas y solemnidades palacianas. Así _honestó_ (son sus palabras)
_los decoros de su nuevo estado_, aunque ciertos devotos le murmurasen,
y esta murmuracion le perjudicara para nuevos adelantos en su carrera
eclesiástica. «Si esto es bueno (decia Calderon), no me obste; y si es
malo no se me mande.»
Con todo eso, Calderon llegó á ser capellan de honor de Palacio y
capellan de los Reyes Nuevos de Toledo, sin otras mercedes de menor
cuantía. Y tranquilo y respetado por todos, se durmió tranquilamente
en el Señor el 25 de Mayo de 1681, dejando por heredera á la venerable
Congregacion de Presbíteros naturales de Madrid, que en la iglesia de
Salvador instituyó aniversario perpétuo por su alma.
Fué Calderon fecundísimo escritor, como casi todos nuestros ingenios
del siglo XVII. Además de sus ciento veinte comedias (punto más ó
punto ménos) y de sus ochenta _Autos sacramentales_ (tambien en número
redondo) y de sus entremeses y piezas cortas (que no es fácil reducir á
número, porque de la mayor parte ni áun quedan los títulos), compuso un
tratado _en defensa de la nobleza de la Pintura_, otro _en defensa de
la comedia_, un poema sobre el Diluvio universal, un _Discurso de los
cuatro Novísimos_ (todo ello perdido) y algunas poesías líricas, de
las cuales la más notable es un romance impreso en los _Avisos para la
muerte_, no siendo tampoco indigno de memoria el Discurso poético sobre
la inscripcion _Psalle et sile_ del coro de la catedral de Toledo.
Tambien es de Calderon, aunque estampada á nombre de D. Lorenzo Ramirez
de Prado, la relacion de la entrada de la Reina Doña Mariana de Austria
en Madrid, el año 1649.
Para la posteridad, Calderon sólo vive como dramático. Su misma
genialidad lírica, que era poderosa, se derramó casi exclusivamente en
sus obras teatrales. Por desgracia, nunca formó coleccion de ellas,
y aunque la mayor parte han llegado á nosotros, mucho es de lamentar
el verlas tan desfiguradas. Y gracias que sabemos con certeza, por
declaracion del mismo poeta en carta al Duque de Veragua, las que
realmente son suyas y las que malamente se le atribuyeron. Los títulos
de las que él dió por legítimas pueden verse á continuacion de esta
advertencia, donde asimismo cuidaremos de advertir las que faltan en la
coleccion de Vera Tássis, las que éste añadió y las que figuran sólo
en la edicion del Sr. Hartzenbusch. Como muestra de la poca confianza
que todos los textos hoy conocidos infunden, baste decir que Calderon
no revisó (segun parece) ninguno de ellos, ni siquiera los de algun
tomo de _Comedias escogidas de varios autores_ de que fué aprobante, y
que su hermano D. José y su amigo Vera Tássis cuidaron de lo restante,
siguiéndoles ciegamente Apontes y Keil. Los _Autos_ se imprimieron con
más esmero, porque poseia los originales la villa de Madrid, y hay de
ellos dos tolerables y no raras ediciones de 1717 y de 1759.
Tan escasos datos, que además hemos compendiado en todo lo posible,
bastan á dar idea de la fisonomía moral del poeta, mostrándole español
á toda ley, cristiano fervoroso hasta parar en el sacerdocio, caballero
por sangre y por educacion, bizarro soldado en sus floridos abriles,
algo estudiante, y por cifra de todo, poeta palaciano y poeta popular á
la vez, favorito de los reyes y de la muchedumbre: amalgama imposible
de lograr en otro estado social que no hubiera sido el de España en el
siglo XVII.
En aquella sociedad, heredera fiel de las tradiciones y de los impulsos
del siglo anterior, sobre el principio monárquico, sobre el principio
aristocrático, sobre toda consideracion terrena y toda grandeza de
este mundo, se alzaba puro é inmaculado el principio religioso,
libre de toda mezcla de herejías y novedades. Él sólo servia de lazo
entre gentes divididas en todo lo demas, por raza, lengua, fueros y
costumbres. A todos los unia y congregaba aquel ardiente catolicismo
español que, al espirar la Edad Media, aún tenía el brazo teñido en
sangre mora y acababa de expulsar á los judíos. Y cuando llegó la
pseudo-reforma, terrible protesta del espíritu germánico contra la
Unidad latina, España se convirtió en adalid de la Europa meridional,
y luchó, no por sus intereses temporales, sino en contra de ellos, en
Flándes, en Alemania y en los mares de Inglaterra, cuándo con próspera,
cuándo con adversa fortuna, pero haciendo retroceder siempre la oleada
septentrional dentro de los diques que desde entónces no ha traspasado,
y salvando las dos penínsulas hespéricas, y á Francia misma, del
contagio luterano. Verdad es que quedamos pobres, desangrados y casi
inermes; pero sólo un criterio bajamente utilitario puede juzgar por
el éxito las grandes hazañas históricas, y la verdad es que no hay
ejemplo de mayor abnegacion ni de más heroico sacrificio por una
idea, que el que entónces hicieron nuestros padres. Ríanse en buen
hora los políticos y economistas; pero entre las grandezas marítimas
de Inglaterra bajo el cetro de la Reina Vírgen, y el lento martirio y
empobrecimiento de nuestra raza, que tan desinteresadamente fué brazo
de la Iglesia durante dos siglos, toda alma que sienta el entusiasmo de
lo bello y de lo noble no dudará en conceder la palma á los nuestros.
Verdad es que en todos aquellos épicos y caballerescos alardes se
mezcló algo de orgullo nacional, ciego y exclusivo; pero áun éste nacia
de noble orígen, puesto que no nos creíamos raza predestinada á mandar
ni teníamos á los demas por siervos nacidos á obedecer, sino que todo
lo referíamos á Dios como á su orígen y principio, reduciéndose toda
nuestra jactancia nacional á pensar que Dios, en recompensa de nuestra
fe, nos habia elegido, como en otro tiempo al pueblo de Israel, para
ser su espada en las batallas y el instrumento de su justicia y de su
venganza contra apóstatas y sacrílegos, por donde cada uno de nuestros
soldados, en el hecho de ser católico y español, venía á creerse
un Júdas Macabeo. Este sentimiento anima algunas de las más bellas
inspiraciones líricas del buen siglo, desde aquel valentísimo soneto de
Hernando de Acuña:
Ya se acerca, Señor, ó ya es llegada
La edad dichosa en que promete el cielo
Una grey y un pastor sólo en el suelo,
Por suerte á nuestros tiempos reservada:
Ya tan alto principio en tal jornada
Nos muestra el fin de vuestro santo celo,
Y anuncia al mundo para más consuelo
Un monarca, un imperio y una espada...
hasta las hermosas octavas del capitan Francisco de Aldana:
¡Diestra, diestra de Dios! ¡ay, cómo aguardas,
Multiplicando en ira lo que tardas!
Y el sentimiento católico es el alma de toda nuestra cultura y de
nuestras grandezas en aquel período, y no sólo daba aliento á los
héroes que sucumbian en las marismas de Holanda, ó que daban caza á
los piratas ingleses, sino á aquellos otros conquistadores que en
América y en Asia y en Oceanía domeñaban razas incógnitas y bárbaras,
y á los frailes que entre ellas difundian la luz de la fe y la ciencia
de nuestras escuelas, y á los teólogos que en Trento eran valladar
fortísimo contra las pretensiones de los reformistas, y á los que en
Inglaterra restauraban el culto católico y reformaban las Universidades
bajo los auspicios de la buena reina María, y á los que dentro de
nuestra casa escogitaban (en oposicion al impío _predestinacionismo_
calvinista) el sistema teológico más favorable á la libertad humana
entre cuantos se han imaginado para explicar las relaciones entre la
gracia y el humano albedrío; y á los que creaban y organizaban sobre
la amplísima base del orígen divino del poder el derecho natural y
de gentes, matando el cesarismo pagano de los leguleyos; y á los
místicos y ascéticos que con toda la opulencia de la lengua castellana
penetraban en los arcanos de la ontología y de la psicología, y de otra
ciencia más alta y soberana que se ha atrevido á explicar en lengua
terrena cómo el hombre llega casi _á ser Dios por participacion_; y á
los reformadores de las órdenes religiosas, y á los fundadores de otras
nuevas, y á los inquisidores que con serenidad de conciencia fulminaban
sentencia contra los heresiarcas, y al pueblo que acudia gustoso y en
tropel á los autos de fe, sin que la más leve sombra de duda enturbiase
aquellas conciencias, y á los poetas que en romanceros y cancioneros
sagrados daban voz y cuerpo y formas, graciosísimas y variadas, á
la devocion popular, y que en los _Autos sacramentales_ llegaban,
por caso único en todas las literaturas del mundo, á crear un drama
exclusivamente teológico, nuevo y peregrino testimonio de ardiente
devocion al adorable misterio de la presencia sacramental, bárbaramente
negado por Carlostadio y demas herejes del Norte.
Quien entienda de otro modo la historia española del siglo XVI y quiera
explicarla por mezquinos intereses humanos, perderá lastimosamente su
tiempo. Era España un pueblo, no ya de católicos, sino de teólogos,
y esto es la sola clave para penetrar en el embrollado laberinto de
aquellos gloriosos anales y trabar racionalmente los hechos.
Al lado de eso ¿qué importa lo demas? España era pueblo muy monárquico,
pero no por amor al principio mismo ni á la institucion real, no con
aquel irreflexivo entusiasmo y devocion servil con que festejaron los
franceses el endiosamiento semiasiático de la monarquía de Luis XIV,
sino en cuanto el Rey era el primer caudillo y el primer soldado de
la plebe católica como Cárlos V, ó el prudente consejero del partido
ortodoxo en Europa como Felipe II, para quien no imaginaban sus
panegiristas mayor gloria que la de ser _en los concilios presidente_,
cuando rotos los lazos de esta vida mortal, llegara él á ser venerado
en los altares. Más adelante, y con la decadencia de España, este amor
que inspiraron los grandes monarcas del siglo XVI, llegó á trocarse
(al mismo tiempo que la heredada grandeza venía á ménos en sus débiles
sucesores) en algo más ideal, fantástico é hiperbólico, como es de ver
en nuestros dramáticos, sobre todo en Rojas.
Pero _del Rey abajo, ninguno_. En aquella sociedad apénas habia clases,
y más que monarquía debia llamarse _democracia frailuna_. A ello
contribuian la sencillez cenobítica y austera de que los mismos reyes,
sobre todo Felipe II, dieron larga muestra; el modo de vivir áspero
y duro: la general pobreza; la anulacion absoluta de la aristocracia
desde que el cardenal Tavera la arrojó de las córtes de Toledo; el
predominio de la Iglesia, que abriendo sus puertas á todo el mundo, lo
igualaba todo; y aquella profusion de conventos y universidades, de
donde los más humildes y plebeyos llegaban, en fuerza de sus letras y
de su teología y cánones, á las mitras y á las togas, y al confesonario
y á los consejos del Rey. Por otra parte, expulsados los judíos y los
moros, y triunfantes los anticristianos estatutos de limpieza, todo
cristiano viejo se creia, por serlo, igual al más encopetado magnate.
La hidalguía era patrimonio comun, y provincias enteras del Norte de
España se jactaban de poseerla. En la Edad Media se ganaba á lanzadas
contra los moros. En el siglo XVI fué uso conquistarla lidiando contra
turcos y luteranos, ó conquistando fabulosos imperios y descubriendo y
cristianizando regiones incógnitas en América.
Siempre andan en el mundo revueltos los bienes con los males, y así
este mismo espíritu aventurero y heroico y esta misma igualdad,
cristiana en su raíz y fundamento, nos hizo mirar con menosprecio, y á
veces con odio, las artes mecánicas y la industria y el comercio, dejó
abandonados y silenciosos nuestros talleres y nuestras lonjas, y nos
hizo súbditos de mercaderes extraños, á quienes fué á enriquecer, sin
provecho nuestro, el oro de las vírgenes entrañas del Nuevo-Mundo.
Toda riqueza fué aquí pasajera y advenediza: faltó clase media, y aquel
vivir al acaso y fiarlo todo de la fortuna, puso en más de una ocasion
al caballero á dos dedos del pícaro, aventurero tambien y conquistador
á su modo.
Pero con todos sus lunares (¿y qué época no los ha tenido?), ¿quién
dudará de las grandezas de aquella civilizacion? Hasta el nivel
intelectual estaba muy alto, si no por lo que toca á la exacta
comprension de las leyes de la naturaleza y á las ciencias basadas
en el cálculo y en la experimentacion, por lo ménos en la teología
dogmática y en la filosofía, que no eran patrimonio exclusivo de gente
curtida en las aulas, sino alimento cotidiano del vulgo, espectador
de los Autos Sacramentales, que nutria su entendimiento y apacentaba
su fantasía con aquel sublime y complicado simbolismo, con aquella
cristiana armonía, con las continuas reminiscencias de sucesos
y personajes del Antiguo y del Nuevo Testamento, de la historia
eclesiástica y profana, de la mitología y de los clásicos, con extrañas
sutilezas, distinciones y silogismos, y con públicas discusiones acerca
de la gracia y el libre albedrío, la predestinacion y el valor de las
obras.
El arte que á tales impulsos respondia era el arte popular por
excelencia, el arte dramático, antiquísimo y glorioso en España.
Vémosle nacer á la sombra del templo ó en el templo mismo, y su
primer vagido es una representacion devota, el _Misterio de los
Reyes Magos_, descubierto en un códice de la Biblioteca Toledana. En
toda la Edad Media continúa en auge el teatro litúrgico, y aunque
escaseen los monumentos escritos, acreditan la existencia de tales
representaciones los registros de los cabildos y los libros de cuentas
de las catedrales, juntamente con las leyes que, al discernir las
representaciones que los clérigos pueden hacer y aquellas otras de que
deben abstenerse, acreditan que al lado del drama religioso comenzaba
á surgir otro profano y satírico, los _juegos de escarnio_, de que
ya se habian valido en mengua y depresion del estado eclesiástico, y
como fácil vehículo para la propaganda de sus heréticas doctrinas, los
Albigenses de Leon: de lo cual bien amargamente se queja el Tudense.
Con los albores del Renacimiento asoma la imitacion de las formas
y de los asuntos clásicos, primero en Cataluña, luégo en Castilla.
Ciérrase la Edad Media con un monumento singular y admirable, en que
la verdad humana, así en lo trágico y apasionado como en lo cómico y
groseramente realista, se ostenta con tal vigor y crudeza y con tal
variedad de tonos y con tan estupendo poder característico, que en
vano fuera buscar otro mayor ejemplo ántes de Shakespeare. Pero la
incomparable _Celestina_, espejo de lengua castellana, no influyó, en
parte por su perfeccion misma, en parte por sus condiciones de obra
irrepresentable, tan directamente como hubiera podido creerse, en los
progresos del teatro; dado que no bastan maravillas aisladas para
invertir el órden natural y graduado desarrollo de una literatura. Así
es que nuestra dramática, áun despues de aquel gigantesco esfuerzo,
continuó balbuciendo pastoriles coloquios en las _Églogas_ de Juan
del Encina, y sólo por intervalos alcanzó en Lúcas Fernandez (insigne
en la pintura de costumbres villanescas ó en donaires de ermitaños
y santeros) la enérgica inspiracion y el delicado sentimiento que
abrillantan algunas escenas del _Auto de la Pasion_. Más variedad y
riqueza hay en Gil Vicente, que alguna vez, en sus obras portuguesas,
v. gr., en la _Farsa de Inés Pereira_, presentó verdaderos esbozos de
comedia de carácter, y que ensayó además el drama novelesco con asuntos
tomados de los libros de caballerías. Dieron alimento y estímulo los
dramáticos italianos al extremeño Torres Naharro, verdadero padre
de la comedia de capa y espada en la _Himenea_ y en la _Serafina_,
facilísimo dialoguista en la _Tinelaria_ y en la _Soldadesca_, que sin
argumento propiamente dicho, y siendo rosarios de escenas sueltas,
empeñan sabrosamente la atencion: tal es el desenfado, movimiento y sal
mordicante de algunos pedazos. Siguen con ménos talento las huellas
de Torres Naharro, Jaime de Huete y otros muchos, á la vez que se
multiplican las imitaciones de la _Celestina_, todas inferiores á su
modelo. El teatro religioso se seculariza hasta cierto punto, y sale
del templo á la plaza: sus creaciones eclipsan á las del naciente
teatro profano: nada más delicado que la _Representacion_ del encuentro
de Jesus con los discípulos que iban al castillo de Emaus, compuesta
por Pedro Altamirando: nada más delicado que el _Auto de las Donas_,
el de _la Oveja perdida_ y el de los _Desposorios de Cristo_. Ni valen
ménos las _representaciones_ de Sebastian de Horozco, y la _Obra
del Pecador_ de Bartolomé Aparicio. En aquella mezcla y confusion
de elementos, que luégo habian de armonizarse en el genuino teatro
español, unos se inclinan á la imitacion de la tragedia clásica, otros
refunden comedias italianas, aderezándolas con pasos é intermedios
jocosos de propia invencion y de costumbres nacionales, en cuyos
arreglos fueron insignes Lope de Rueda y Juan de Timoneda: otros, los
ménos, buscan con poderoso instinto naturalista una forma de tragedia
moderna, áun tratando asuntos de la historia ó de la Biblia. Así llegó
Micael de Carvajal, en algunos pedazos de la _Tragedia Josephina_, á
la expresion verdadera y sencilla de los afectos, sin menoscabo de la
elevacion poética. Todo se habia ensayado en esta primera época de
nuestro teatro, si hemos de creer al Sr. Cañete, que la ha investigado
y que la conoce como nadie. «Desde la tragedia al entremes, pasando por
los diferentes matices de la comedia, moral, política, urbana; desde la
ideal personificacion de vicios y virtudes hasta el retrato de figuras
tocadas del más grosero realismo.» Como embrion informe del drama de
Lope pueden considerarse los abigarrados é incoherentes ensayos de
Juan de la Cueva y de Cristóbal de Virués, donde se mezclan en modo
confuso resabios clásicos (como los que inspiran la tragedia de _Ayax
de Telamon_ y la de _Elisa Dido_), reminiscencias italianas, novelería
desenfrenada y atisbos de comedia nacional. Más que ninguno de ellos
se levantó el divino ingenio de Miguel de Cervántes en aquella su ruda
_Numancia_, tan épica en medio de su desaliño, y tal, que retrae á la
memoria la férrea poesía del viejo Esquilo en _Los siete sobre Tébas_.
Al fin vino Lope de Vega, precedido ó ayudado por los poetas
valencianos, y se alzó con el cetro de la monarquía cómica. Ingenio
más lozano y fácil no le han visto los siglos; más fecundo creador de
argumentos y de situaciones dramáticas, tampoco: en la pintura del
amor y de los caracteres femeninos vence á todos los nuestros: cuando
quiere, llega á lo trágico y á lo patético: en lo cómico sólo le excede
Tirso: amenas, discretas y fáciles de leer son siempre sus comedias,
cuya variedad de tonos aún asombra y maravilla más que su número. No
sólo abrió el camino á todos los restantes, sino que lo probó, tanteó
y recorrió en todas direcciones, dejando rastros de luz donde quiera,
de tal suerte que apénas es posible descubrir en Moreto, en Calderon
ó en Rojas forma, asunto, carácter, intriga ó recurso escénico que no
tenga en alguna comedia de Lope su modelo, patron y fundamento. Lope lo
invadió todo: la comedia italiana libre y desvergonzada; la pastoral
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