Obras completas de Fígaro, Tomo 2 - 27

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calculada la fuerza de cuanto los rodea, y la suya propia, saben hacer
á la primera tributaria de la segunda; que se constituyen manivelas de
la gran máquina en que los demás no saben ser más que ruedas. Dan el
impulso, y su siglo obedece. Hombres fascinadores, como la serpiente,
que hacen entrar cuanto miran en la periferia de su atmósfera; hombres
reverberos, cuya luz se proyecta toda al exterior sobre los demás
objetos y les da vida y color. Son los grandes mojones que el Criador
coloca á trechos en la creación para recordarle su origen: por ellos se
ha dicho sin duda que Dios ha hecho el hombre á su semejanza.
¡¡¡Sesóstris, Alejandro, Augusto, Atila, Mahoma, Tamurbec, León X,
Luis XIV, Napoleón!!! ¡Dioses en la tierra! Sus épocas participaron
de su energía y de su grandeza: en derredor suyo y á su ejemplo
se produjeron, á modo de emanaciones de ellos, multitud de hombres
notables, que recorrieron como satélites su misma carrera. Después de
ellos nada. Después del coloso los enanos.
Actualmente empezamos á dejar atrás una época que tendrá nombre; el
último hombre reverbero ha desaparecido. Después del hombre grande,
todo hombre es chico. Uno solo falta, y se necesitan cien mil para
llenar su vacío. ¡Y aún!!! Espirado el reino del hombre entran los
hombres. Agotados los hechos nacen las palabras.
¡Si habrá épocas de palabras, como las hay de hombres y de hechos! ¡Si
estaremos en la época de las palabras!
Acababa de hacer estas reflexiones, cuando sentí sobre mí algo, más
fuerte que yo; oí sin ver, y mudé de sitio sin andar.
--Ven conmigo, dame la mano. ¿Ves esa mancha enorme que se extiende
sobre la tierra, y crece y se desparrama como la gota de aceite que
ha caído en el papel de estraza? Es la segunda Babel. Estás sobre
París. Mira los mortales de todos los países. Cada cual se apresura
á traer aquí una piedra para contribuir al loco edificio. ¿No oyes
ya la confusión de las lenguas? El Inglés, el Alemán, el español, el
Italiano, el... ¡Babel la nueva! Empiezan á no entenderse. Ya en una
ocasión se han tirado unos á otros á la cabeza los materiales de la
grande obra; el suelo ha salido de madre como un río de su álveo; las
casas se han desmoronado... era el amago de la confusión, de la no
inteligencia. ¡Una cadena nos pesa! dijeron: y en vez de añadir: ¡Fuera
cadena! clamaron: ¡Otra que no pese! _Risum teneatis?_ El lobo los
comía, y en lugar de comerse ellos al lobo, se comieron unos á otros.
Raro modo de entenderse. Corrió la sangre, y hoy están como estaban.
Sube á lo más alto, y oirás el ruido inmenso, el ruido del siglo y de
sus palabras, y oirás sobre todas ellas la gran palabra, la palabra del
siglo.
--Lo que veo es los hombres muy pequeños; pero la distancia sin duda...
--¡Ba! de aquí no se ve más que la verdad. ¿Los ves pequeños? Ahora
es únicamente cuando los ves como ellos son. De cerca la ilusión
óptica (ésta es la verdadera física) te los hace parecer mayores.
Pero advierte que esas figuras que semejan hombres, y que ves bullir,
empujarse, oprimirse, retorcerse, cruzarse y sobreponerse, formando
grupos de vida como los gusanos producidos por un queso de Roquefort,
no son hombres tales, sino palabras. ¿No oyes el ruido que se exhala de
ellos?
--¡Ah!
--Palabras del derecho, palabras del revés, palabras simples, palabras
dobles, palabras contrahechas, palabras mudas, palabras elocuentes,
palabras-monstruos. Es el mundo. Donde veas un hombre, acostúmbrate á
no ver más que una palabra. No hay otra cosa. No precisamente á palabra
por barba; tampoco. Despacio. Á veces en uno verás muchas palabras,
tantas, que aquél solo te parecerá cien hombres; en cambio otras veces,
y será lo más común, donde creas ver cien mil hombres, no habrá más que
una palabra.
Mira las palabras de dos caras, palabras-bifrontes, Janos: son las
palabras de honor, llamadas así por apodo; según te necesiten las
verás del bueno ó del mal frente. Á su lado las _palabras-promesas_,
_palabras-manifiestos_, regularmente coronadas, siempre escuchadas
y creídas, pero tan ambiláteras como las otras; _palabras-callos_,
endurecidas, incorregibles, que han de arrancarse de raíz si han de
dejar de doler.
¿Ves esa multitud de figurillas que se agitan, se muerden, se baten,
se matan?... Todo eso es la palabra _Honor_. ¿Ves ese sinnúmero,
muchedumbre armada, toda erizada y hostil? Lo llamáis ejército, y no es
más que _ambición_; _palabra-monstruo_, _palabra-puerco-espín_, llena
de púas: _palabra-percebe_, toda patas y manos. Mira qué de furiosos;
teas encendidas, sangre, saqueo, confusión: todo ese ruido son nueve
letras: _fanatismo_, _palabra-loco de atar_; sin embargo, nadie la ata.
¡Ah! Aquí viene la _palabra-arlequín_, la _palabra-camaleón_. ¡Qué de
faces, qué soltura! todos corren tras ella: inútilmente. Mira cómo
la quiere coger la _palabra-pueblo_, gran palabra. La primera tiene
ocho letras, _libertad_. Siempre que el _pueblo_ va á cogerla, se mete
entre las dos la _palabra promesa_, la _palabra manifiesto_; pero la
_palabra-pueblo_ es de las que llamé palabras-contrahechas; ciega,
sordomuda, se deja guiar é interpretar, sin hacer más que dar de cuando
en cuando palo de ciego; como no ve, da ciento en la herradura, y
ninguna en el clavo: por lo regular se da á sí misma.
Pero todo ese vano ruido se apaga y se confunde. ¡Sitio, sitio! ¡Plaza,
plaza! La gran palabra, la nuestra, la de nuestra época, que lo coge y
lo atruena todo. En ella se cifra nuestro siglo de medias tintas, de
medianías, de cosas á medio hacer: de todas las palabras que reinan
en figura de hombres y cosas por allá bajo, ésta es en el día la que
reina sobre todas, CUASI. Ése es todo el siglo XIX. Obsérvala: á cada
una de sus facciones le falta algo; no es más que un perfil: ni está
de pie, ni sentada. Vestida de blanco y negro, día y noche. Más breve:
_palabra-cuasi_, _cuasi-palabra_.
Empecemos por aquí. Mira al suelo perpendicularmente. Á tus pies está
la Francia. Un pueblo _cuasi-libre_ la ocupa. En otro siglo hubiera
hecho una revolución entera: en éste, y en su año 30, no ha podido
hacer más que una _cuasi_ revolución; en el trono un _cuasi_ rey, que
representa una _cuasi_ legitimidad. Una cámara _cuasi_ nacional, que
sufre en el país de nuevo una _cuasi_ censura, _cuasi_ abolida, por la
_cuasi_-revolución; un rey _cuasi_ asesinado: una gran nación _cuasi_
descontenta, y otra conmoción política _cuasi_ próxima.
¿Qué ves en Bélgica? Un estado _cuasi_ naciente y _cuasi_ dependiente
de sus vecinos, mandado por otro _cuasi_ rey.
Mira la Italia. Tantos estados _cuasi_, como ciudades: _cuasi_ presa
del Austria. La antigua Venecia _cuasi_ olvidada. Un supremo pontífice,
en el día _cuasi_ pobre, y del cual _cuasi_ nadie hace caso.
Vuélvete al norte. Pueblos _cuasi_ bárbaros, regidos por un emperador
_cuasi_ déspota en un país _cuasi_ despoblado y desierto. En
Alemania los pueblos _cuasi_ más civilizados con un gobierno _cuasi_
absoluto, _cuasi_ temperado por sus dietas, instituciones _cuasi_
representativas. En Holanda, nación _cuasi_ toda mercantil y navegante,
un rey _cuasi_ rabioso, y cuyo poder _cuasi_ se desmorona.
En Constantinopla mismo, un imperio _cuasi_ agonizante, una
civilización _cuasi_ naciente, y un sultán _cuasi_ ilustrado, con
costumbres _cuasi_ europeas.
En Inglaterra, una industria y un comercio, monopolio _cuasi_ del
mundo; un orgullo nacional _cuasi_ insufrible; y otro _cuasi_ rey que
no decide _cuasi_ nada, una mayoría _cuasi_ whig. Un gobierno _cuasi_
oligárquico, que tiene la audacia de llamarse liberal.
En Portugal, una _cuasi_ nación, con una lengua _cuasi_ castellana, y
recuerdos de una grandeza _cuasi_ borrada. Un _cuasi_ ejército, y una
_cuasi_ protección á España, de _cuasi_ seis mil hombres, _cuasi_ todos
portugueses.
En España, primera de las dos naciones de la Península (es decir, de la
_cuasi-ínsula_), unas _cuasi_ instituciones reconocidas por _cuasi_
toda la nación: una _cuasi-Vendée_ en las provincias con un jefe
_cuasi_ imbécil: conmociones aquí y allí _cuasi_ parciales: un odio
_cuasi_ general á unos _cuasi_ hombres, que _cuasi_ sólo existen ya en
España. _Cuasi_ siempre regida por un gobierno de _cuasi_ medidas. Una
esperanza _cuasi_ segura de ser _cuasi_ libres algún día. Por desgracia
muchos hombres _cuasi_ ineptos. Una _cuasi_ ilustración repartida
por todas partes. Una _cuasi_ intervención, resultado de un _cuasi_
tratado, _cuasi_ olvidado, con naciones _cuasi_ aliadas. El _cuasi_ en
fin en las cosas más pequeñas. Canales no acabados: teatro empezado:
palacio sin concluir: museo incompleto: hospital fragmento; todo á
medio hacer... hasta en los edificios el _cuasi_.
Por último, tiende la vista por doquiera: una lucha _cuasi_ eterna en
Europa de dos principios: reyes y pueblos, y el _cuasi_ triunfante
de ella y resolviéndola con su justo medio de tener _cuasi_ reyes y
_cuasi_ pueblos. Época de transición, y gobiernos de transición y de
transacción: representaciones _cuasi_ nacionales, déspotas _cuasi_
populares: por todas partes un justo medio, que no es otra cosa que un
gran _cuasi_ mal disfrazado.
--¡Oh!, dejadme respirar, por Dios; estoy _cuasi_ mareado.
--Plutarco ha dicho que los pueblos serían felices _cum reges
philosopharentur, aut cum philosophi regnarent_. Respetando la opinión
de Plutarco, yo me atrevería á decir que los pueblos no serán nunca
felices, ni más ni menos que los individuos que los componen. Pero
pudieran al menos ser hombres y ser pueblos si no fueran en el día
_cuasi-nada_. Luchando entre principios contrarios, sufren el tormento
del que descuartizan cuatro caballos que corren en direcciones opuestas.
Concluido este _cuasi_ sermón, cesé de oir: y á poco cesé de ver:
dejado de la mano del ser fantástico que me sostenía sobre Babel
la nueva, volví á caer en París, donde me encontré rodando entre la
confusión de palabras vestidas de frac y de sombrero, que á pie y en
coche corren las calles de la gran capital. Volví á ver los hombres de
nuevo, grandes como no son; y abrí los ojos buscando mi cicerone.
No vi nada, sino el gran _cuasi_ por todas partes.


FÍGARO DE VUELTA
CARTA Á UN SU AMIGO RESIDENTE EN PARÍS

Puesto que ni comisión ni objeto mercantil me llamasen á
los países extranjeros, quise visitarlos sólo por gusto, ó
comodidad, á expensas propias y campando por mi respeto.
CURIOSO PARLANTE. Panorama matritense.
_La vuelta de París._
Madrid, 3 de enero de 1836.
Se vuelve á España desde París, querido amigo: es cosa probada, y, lo
que es más, es cosa buena. Ni soy yo solo quien ha llevado á cabo tan
ardua empresa. Loco estoy del gozo y del contento. Digan lo que quieran
acerca de la superioridad de estos países, la patria es para un español
más necesaria que una iglesia; ya sabes que á la vuelta de cada esquina
se encuentran todavía una ó dos en nuestro país, pues se tropiezan por
las calles aún más gentes que han vuelto de París. Por lo que hace á
mí, no me queda la menor duda de que estoy de vuelta. Después de darme
por ello el parabién, es mi primer cuidado el escribirte.
¿No lo podías creer? ¿Eh? ¿Á qué has de volver, decías? ¿Por qué? ¿Para
qué? ¿Cómo? ¿Por dónde? ¿En qué? Despacio con tantas preguntas.
¿Á qué he de volver? Á mis antiguas mañas, amigo mío. Te confieso que
no lo puedo remediar. ¡Diez meses sin murmurar! ¿Fígaro diez meses sin
curiosear los enredos de su barrio, sin hacer la oposición á nadie,
sin criticar á cómico viviente, sin probar un buen garbanzo, sin tomar
una mediana jícara de legítimo chocolate, ni ver el sol de Castilla?
¿Fígaro diez meses sin divisar una mantilla madrileña, ni una palidez
valenciana, ni un solo pie andaluz? ¿Un año casi sin pararse en la
Puerta del Sol, ni en otra puerta alguna, embozado en la _nube_[4],
sin ir al café del Príncipe, sin asistir á una sesión del Estamento;
diez meses en fin, sin ver una real orden, ni columbrar un prócer? Eso
es morirse, amigo, la vida que ustedes hacen. ¿Qué á mí tanta ciencia
y tanta industria, tanto progreso, tanto teatro, y tanto camino de
hierro? Hombres hay aquí que tienen ciencia, y la mayor por cierto,
la ciencia del vivir, y la de hablar después de vivir; hombres que
no pudieron llegar á saber en todo un París ganar un real, y que han
hallado en Madrid á un dos por tres con que pasar una real vida. Y
no te figures, no sirviendo y adulando á los demás, sino mandándolos
y haciéndose de ellos adular y servir. ¿Qué más ciencia, ni qué más
industria? Si es por progreso, amigo, esto va que vuela. Si por teatro,
¿dónde más cosas que parezcan lo que realmente no son? ¿Dónde hay nada
más parecido á un gobierno representativo que el que rige felizmente á
España en nuestros días?
¿Dónde hay telón que se parezca á un árbol, ni cómico que más se
asemeje á un príncipe, más que lo que se parece un estatuto á una
constitución? Pues, Dios mediante, han de parecerse aún más. En punto
á camino de hierro, ¿de qué otra materia parece hecho el durísimo por
donde, á más no poder, venimos caminando desde que salimos ha dos años
de la Granja, que todo ese tiempo hemos necesitado para volver otra vez
á doña María de Alagón[5]?
¿_Por qué_ me había de volver? Por la misma razón, amigo mío, que de
aquí me fuí, y por la misma idéntica que me forzó toda mi vida á mudar
de continuo casa y domicilio; por la misma que me vió pasar en otros
tiempos del _Hablador_ á _la Revista_, de _la Revista_ al _Observador_,
de los periódicos á la escena, de las comedias á las novelas; por esta
venturosa organización que para variar me dió naturaleza, y que en el
número 94 de _la Revista_ me hacía escribir:
«La necesidad de viajar y de variar de objetos... logró hacer de
mí el ser más veleidoso que ha nacido... Esto me hace disfrutar de
inmensas ventajas, porque sólo se puede soportar á las gentes los
quince primeros días que se las conoce... Si alguna cosa hay que no me
canse es el vivir, y si he de decir la verdad, consiste esto en que á
fuerza de meditar, he venido á conocer que sólo viviendo podré seguir
variando... Nadie, pues, más feliz que yo; porque en cuanto á las
habladurías y murmuraciones del mundo perecedero, así me cuido de ellas
como de ir á la Meca».
_¿Para qué?_ Para escribir, ahora que la libertad de imprenta anda ya
en España en proyecto. ¡Y qué proyecto! Tal y tan bueno, que acerca
de él sólo he de escribirte una gran carta, por no caber en ésta los
muchos y francos encomios con que le pienso glosar y comentar. ¡Yo, que
de Calomarde acá rabio por escribir con libertad, no había de haber
vuelto aunque no hubiera sido sino para echar del cuerpo lo mucho que
en estos años se me queda en él, sin contar con lo mucho con que se
quedaron los censores, que rejalgar se les vuelva! Viniera yo cien
veces, aunque no fuera sino para hablar, y volverme.
¿_Cómo_, me decías, _por dónde, en qué_? Á tales preguntas contestará
sobradamente la relación de mi viaje, si estuviera más despacio. No
niego que el _por dónde_ me apuraba. El camino de Vizcaya no está para
todo el mundo, sobre todo desde que anda por él _un faccioso más_;
que aunque no es más que uno, como ha dicho muy bien alguien, debe de
ser sin duda tan grande que lo ocupa todo. Bueno era no hace mucho
en defecto de eso el de Cataluña; pero de poco tiempo á esta parte
hay también en él algunos facciosos más y algunas diligencias menos.
Bien me decían que el de Olerón era incómodo; pero ¿qué remedio?
Volver por Portugal, como había ido, ni era lo más derecho, ni menos
para mi carácter versátil; además de que hay países que no son para
vistos dos veces; y aunque alguien me incitaba á tomar con el vapor
del Mediterráneo la vía de Marsella, Argel, Cádiz y Sevilla, eso de
volver á España por Argel, más lo tuve yo por pulla y atrevida, que por
consejo razonable.
Víneme, pues, por Olerón, adonde no creí llegar por entre tantos
gendarmes como andan por la frontera, defendiendo el paso á los
carlistas para la facción. Como yo no tengo traza de príncipe, ni
me parezco á don Carlos, ni á don Sebastián, como no traía conmigo
ni armamento ni municiones, ni caballos, me costó mucho trabajo
introducirme en España.
Los Pirineos, esos montes que no existen desde la cuádruple alianza,
esas barreras que allanó para siempre entre Francia y España nuestro
ministerio del justo medio, se pasan sin embargo á caballo en un mulo,
ó por decir mejor, en compañía de un mulo, á lo cual llaman _diligencia
de Zaragoza á Olerón_, sin que yo haya podido dar con la verdadera
causa de esta denominación en dos largos días que con dicho mulo
viví, solo con él en aquellos vericuetos, considerándole yo á él, y
considerándome él á mí. Era tanto el hielo, y tan malo el paso, que no
sé decirte quién llevaba á quién.
Posteriormente he oído hablar mucho en el Estamento, y aun por todo
Madrid, de aduanas. Hombres eminentes hay que aseguran ser las tales
un gran recurso para el Estado, y todos por aquí están creídos, hasta
el gobierno, de que tenemos una en la frontera: se dice que está en
Canfrang. Así debe de ser. Lo cierto es que cuando yo pasé, la tal
aduana habría salido á dar una vuelta con el cura y el cirujano del
pueblo, porque nunca la vi, ni ella vió jamás mis baúles. Lo que sí vi
fué varios carabineros, con quienes contraje relaciones de dinero; pero
de peseta en peseta me vi á lo mejor en Madrid, en donde ya no sirve
para no ser registrado dar una peseta, sino que es preciso dar dos
por ser la capital, y á casa luego con el contrabando. Yo no lo traía
casualmente, que lo sentí; pero te juro que el ramo está perfectamente
organizado para el que lo quiera traer. Esto te lo digo por si te
vienes. Tráete medio París en la maleta, y no vayas á creer al pie de
la letra, como yo, que todo está reformado, y que andan todos derechos,
aunque lo veas impreso, porque oficio es nuestro imprimir, y no ignoras
que los periodistas el día que no imprimimos no comemos. De todos
modos, hagas uso ó no del aviso, bueno es que esto quede entre los dos.
Te acordarás que en principios de agosto remití á _la Revista_ un
artículo en que, presumiendo á fuer de Fígaro lo que iba á suceder,
encomendaba á nuestro buen gobierno de entonces que se recogiesen con
tiempo las riquezas artísticas encerradas en los conventos: imprimióse
en efecto, aunque mal parado por algún benigno censor. No habrás
olvidado que á pocos días, por una rara coincidencia sin duda, pareció
una real orden en _la Gaceta_ dando providencia en el particular.
Parece que se nombraron efectivamente comisionados por aquí y por
allí, con sus dietas correspondientes, para la colección y resguardo
de aquellos objetos: la cosa se ha llevado tan á punta de lanza, y con
tal zelo, que yo mismo vi y toqué no muy lejos de Madrid objetos de
ésos, que paran en casa de quien los ha querido tomar. Códices viejos
por ejemplo, manuscritos, ediciones raras de obras antiguas y otras
bagatelas. ¿Para qué quiere el gobierno esas tonterías?, ¡librotes de
frailes!, _¡chucherías de las madres!_
La quinta se ha realizado con entusiasmo indecible; y pues viene á
cuento, te he de contar otra cosa que debe influir mucho en el buen
espíritu de los pueblos, y en especial de la tropa. En cierto pueblo,
no lejos de esta corte, me hallaba yo casualmente no ha muchos días
cuando acertaron á pasar los quintos que venían de Extremadura. ¡Qué
bien se trata á la tropa! ¡Qué bien á esos dignos labradores que dejan
su arado para defender nuestros empleos con su sangre! ¡Á no estar ya
en una época en que se reconoce la dignidad del hombre! ¡Yo mismo vi
también á un oficial asentar su mano fuertemente sobre la mejilla de un
quinto, y yo vi á un cabo medir á otro con su vara, insignia por cierto
militar! Y esto á la faz del pueblo, y en medio de la plaza pública, y
en día de sol claro. Con todo, si ese hombre se insolenta irá al cepo;
si deserta al palo, y si pasa á la facción le llamaremos _caribe_. Ya
ves que se van corrigiendo los abusos.
Hace pocos días que se concedió el título de ilustrísimos señores á no
sé qué individuos de no se qué corporación, consejo ó tribunal: esto es
indiferente; lo que importa es el dictadillo. Estas distinciones hacen
gran falta en España; señorías, excelencias, etc., etc.; esto siempre
es bueno, porque establece diferencias entre los hombres, que es á lo
que vamos. Bien se te alcanza que difícilmente puede tener mérito un
hombre, mientras todo advenedizo le puede llamar de _usted_. Esto está
en el espíritu de la regeneración que estamos llevando á cabo.
Todavía hay Estamento de próceres: y tienen sus sesiones corrientes:
te lo digo porque me acuerdo de que cuando yo estaba en París había
llegado á olvidarlo.
En el de procuradores ya se ha contestado al discurso de la corona; se
asegura que para dentro de un par de meses ya podrán reunirse las otras
Cortes, quién dice _revisoras_, quién _constituyentes_. Lo primero es
lo más general, lo segundo es lo más cierto; pero si en mes y medio
sólo se ha votado uno de los proyectos, ¿cuántos más se habrán votado
en marzo? Es verdad que se habla mucho. Ya tiene el gobierno ganado el
voto de confianza por unanimidad, como quien dice, porque sólo el señor
Pardiñas votó en contra. Por fin habló el señor conde de Toreno por
primera vez después de su advenimiento á la oposición: habló como si
no hubiera sido ministro. El señor Martínez de la Rosa dijo mil cosas
sobre la alquimia, y otras bagatelas. Éste habló como si fuera ministro
todavía. Y no te digo más porque no lo son ya ni uno ni otro.
Por lo que hace al gobierno, te sabré decir que hasta ahora caminamos
de milagro en milagro. En el ministerio se cuentan tres personas
distintas, pero que en realidad no componen más que un solo ministro
verdadero: dicen sus enemigos que no le falta más que hablar; de todas
suertes, no se le puede negar á este ministerio que _promete_. ¡Así
cumpla! Eso es lo que veremos. Tal cual ha empezado, confieso que si
en mi organización cupiera ser alguna vez ministerial, se me había
presentado una bonita ocasión; pero ya sabes que nunca pretendí ni
obtuve nada de gobierno alguno, sistema en que pienso vivir por muchos
años. Todo lo más á lo que podía extenderse mi ministerialismo siempre
que por alguna casualidad diéramos con un buen ministerio, sería alabar
lo bueno que hiciera con la misma independencia con que siempre gusté
de criticar lo malo.
Á propósito, no quisiera que se me olvidase. ¿Querrás creer que á mi
llegada á esta corte me encontré con personas que suponían que mi
viaje había sido costeado por el gobierno? Todavía me estoy riendo de
la idea. ¿Tú no lo sabías? Ni yo tampoco. Pero en este Madrid todo se
sabe. Por otra parte, cuando uno va á París, es claro que no puede
ser sino con algún empleo, ó con fondos del gobierno. ¿Qué fondos
particulares bastarían para llegar á París? Ni yo tengo cara tampoco
para ir á París por mi gusto. Esto es claro como la luz del día. ¡Qué
penetración! ¡Dios los bendiga!
Mas ya echo de ver que esto es un tanto largo para carta, y un si es
no es corto para folleto; á no contarte cosas que parecieran mejor
secretas, había de hacer de ello un artículo de periódico, porque
es bueno que sepas que llevado de mi comezón de escribir y de mi
versatilidad, no bien hube llegado á Madrid cuando me eché á buscar un
papel público en donde fabricar mi nido para lo que falta de invierno.
Queríale grande empero, y donde cupiese yo todo, quo no cabía el año
pasado en Madrid; largo, ancho, desahogado, como lo había imaginado mil
veces para tanto como tengo aún que decir. Empezábame ya á desesperar,
cuando he aquí que de pronto surge de la calle de las Rejas _el
español_, tamaño como por el adjunto verás. Yo, que á imitación del
borracho del cuento, aguardaba que pasase mi cusa para meterme en
ella: «_Éste es_», esclamé en cuanto le vi:
«Extenderse, crecer, tocar al cielo»,
y metíme de rondón en él, donde quedo, para servirte, imaginando á toda
prisa artículos de teatro, literatura y costumbres, maligno un tanto
y siempre independiente; mas sin nunca entrometerme en lo de vidas
privadas, censurando las cosas, no á los hombres, procurando hermanar
con mi poca ó mucha hiel el respeto que en sociedad nos debemos los
unos á los otros, amigo de mis amigos, y por demás agradecido al
público que sufre mis habladurías. He aquí mi profesión de fe.--Tuyo
siempre.--_Fígaro._
_P. D._ Á la salida del correo queda hablando en el Estamento de
señores procuradores desde ayer el señor Perpiñá; el correo siguiente
te diré el fin de la sesión, si ha acabado.

NOTAS:
[4] En gitano la capa.
[5] Hoy local del Estamento de Próceres: en tiempo de la constitución
de las Cortes.


BUENAS NOCHES
SEGUNDA CARTA DE FÍGARO Á SU CORRESPONSAL EN PARÍS
ACERCA DE LA DISOLUCIÓN DE LAS CORTES, Y DE OTRAS VARIAS COSAS DEL DÍA
Buona sera, don Basilio,
Presto andate a riposar.
_Il Barbiere di Siviglia._
Madrid, 30 de enero de 1836.

Con fecha del 3 te escribí mi primera carta, querido amigo, dándote
aviso de mi llegada á esta corte, y ando no poco inquieto con la
suerte de la tal carta (á que no he recibido contestación), porque á
la mañana siguiente del día en que te la escribí, y cuando yo presumía
que podría estar ya por lo menos en Ariza, ¿dónde dirás que me la
encontré? La encontré ni más ni menos en _el español_, mal que bien
encajonada, entre las _sesiones_ y los _cambios_, que entonces ambas
cosas existían todavía; no había hecho más camino que de la calle
del Caballero de Gracia á la de las Rejas. Como andan las cosas tan
trocadas, imaginé desde luego que habría participado ya mi naturaleza
de esta atmósfera que respiramos, y que habría enviado al _español_ mi
carta en vez del primer artículo de teatros, que debía darle, y echado
el original, destinado á la imprenta, en el buzón del correo, en vez de
nuestra correspondencia. Poníame sólo en confusión el haber notado que
la carta impresa no era precisamente la misma que yo te había escrito,
pues que en ella faltaban varios párrafos. Esto me hizo sentir tanto
más la equivocación, porque si no puede serme agradable que intercepten
nuestra correspondencia, más duro ha de parecerme que la mutilen, dado
que yo no escribo al censor, sino á ti. Soy además un tanto tímido, y
escribiéndote en confianza como te escribo, ni me cuido de pulir el
estilo lo bastante, ni menos de paliar las verdades en un punto: dígote
por tanto cosas que es vergüenza, ¡por vida mía!, que anden impresas, y
más vergüenza aún que sean ciertas.
Comoquiera que sea, aprovecho para hacer llegar ésta á tus manos por
otro conducto, que me parece más seguro, si en la publicidad está la
seguridad. Quiero más bien escribir una carta que un artículo; y he de
dar las razones. Cuando escribes una carta á una persona determinada,
puedes estar seguro de tener un lector: si es cierto lo que dicen los
franceses, que en todas las cosas _c'est le premier pas qui coûte_: no
es poca ventaja la de asegurarse de ese modo un principio de público;
y como el que escribe la carta es dueño de escribir á quien mejor le
parece, goza de otra ventaja no menor de escogerse el público á su
gusto. Sácase de aquí la forzosa consecuencia de que cuando uno escribe
una carta, sabe con quién habla, y esto no es humo de pajas tampoco en
estos tiempos que corren. Si reflexionas en fin que en el día cuantos
artículos podemos hacer han de reducirse á _artículos de fe ó de
esperanza_, no extrañarás que me decida por las cartas. Aquí para entre
los dos, quiero que me llamen partidario del Estatuto que nos rige, si
sé hacer artículos de fe; porque aunque siempre se ha dicho que vivimos
en país de ciegos (gran circunstancia para todo lo que es fe), dígote
francamente que yo veo el tuerto que ha de ser rey. _Hazlos pues_, me
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