Obras completas de Fígaro, Tomo 2 - 13

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paradoja.
Creemos que el señor Saavedra tenía fuerzas más que suficientes para
crear en el teatro un argumento original: estamos muy seguros de que
ni ha imitado, ni tratado de imitar; y así juzgamos que el no haber
desentrañado bastante la idea feliz que concibió, ha sido causa de que
su obra tenga puntos de contacto con otras de otros ingenios. Verdad
es que ha cumplido con la máxima latina _non nova, sed nove_; si,
habiéndose apartado desde un principio de la senda trillada, se ha
visto enredado en un argumento también trillado, halo presentado á lo
menos con novedad. Para los que creen que en el siglo XIX todo está
dicho en literatura, no le quedaba otra corona que alcanzar al señor
Saavedra. Falta ahora considerar si aquel principio es absolutamente
cierto. Las pasiones son las mismas en todos tiempos, es verdad, y los
vicios y los extravíos; buscar, pues, caracteres nuevos fuera ardua
empresa. Un avaro siempre apagará de dos luces una: un usurero siempre
será cruel: un enamorado siempre será sublime en la tragedia, ridículo
en la comedia; pero las preocupaciones sociales varían, porque siguen
la marcha de los siglos, y cada siglo tiene sus preocupaciones, como
cada hombre su cara, según ya creemos haber dicho en otra ocasión. Un
supersticioso, un fanático por religión podía ser un carácter cómico
hace un siglo: en el día apenas hay público que encierre modelos
suficientes para encontrar el efecto: _Tanto vales cuanto tienes_ no
debía ser una comedia de carácter: lo era de costumbres. Ahora bien,
en el siglo XIX; siglo harto matemático y positivo; siglo del vapor;
siglo en que los caminos de hierro pesan sobre la imaginación como
un apagador sobre una luz, en que Anacreonte, con su barba bañada de
perfumes, Petrarca con sus eternos suspiros, y aun Meléndez con todas
sus palomas, harían un triste papel, al lado, no de un Rothschild ó
un Aguado, pero aun de un mediano mecánico, que supiese añadir un
resorte á cien resortes anteriores; en un siglo en que se avergüenza
uno de no haber inventado algún utensilio de hierro, en que no se
puede hacer alarde de una pasión caballeresca, ó de una vida poética y
contemplativa, sin ser señalado como un ser de otra especie por cien
dedos especuladores; en un siglo para el cual el amor es un negocio,
como otro cualquiera, de conveniencia y acomodo; en un siglo en que
no se puede amar sin hacer reir; en que la ciencia está reducida á
periódicos, la guerra á protocolos, el valor á disciplina, el talento
á manufacturas, la literatura á declamaciones políticas, el teatro
á decoraciones y _fioriture_, no se nos diga que no hay argumentos
nuevos para comedias. Molière no podía haber agotado estos asuntos.
Un filarmónico ocupado todo el día en casar armonías y en combinar
puntos, un diplomático redactando notas ambiguas, un periodista
haciendo párrafos y colocando frases, un mecánico moviendo ruedas, son
seres tan ridículos por lo menos como un poeta apareando consonantes
que tiren de una idea cual un juego de caballos de un carruaje. En
este siglo, pues, _Tanto vales cuanto tienes_ prometía una inmensa
originalidad. Que el hombre es interesado, ciertamente ya estaba dicho:
añadir que cuando tiene dinero todos le hacen buena cara, y cuando es
pobre todos le llaman pícaro, era verdad sabida en tiempo de Homero,
porque está grabada en el corazón del hombre, animal perfecto por
otra parte; es verdad en una palabra que tiene olvidada todo rico, y
que todo pobre tiene presente. Pero manifestar lo ridículo de un ser
racional y poético, como el hombre; de un ser espiritual, que se empeña
en despojarse á sí mismo de su imaginación para limitar el círculo de
sus goces; que se vuelve máquina él mismo á fuerza de hacer máquinas,
y que no sabe dejar de creer en una divinidad, en un cielo, en una
vida de gloria y de idealismo, sino para creer en lo que toca; de
un ser siempre extremado que no puede abarcar en uno la imaginación
y la habilidad; que ha de ser todo fanático en el siglo XIV, ó todo
despreocupado, árido y desnudo en el siglo XIX; de unos hombres que,
como los Israelitas, no saben dejar de creer en un Dios, de que son
hechura, sino para creer en un becerro de oro, hechura suya; eso es lo
que no está dicho, ni está hecho; eso es lo que nos atrevimos á esperar
de _Tanto vales cuanto tienes_; y eso, en fin, lo que queda por hacer,
si es que hay un ingenio que se salve de la irrupción de las artes y
del martilleo de las fábricas.
Si el señor Saavedra había asido una idea tan feliz, si quería hacer
una comedia enteramente original que á nada anterior se pareciese, ¿por
qué no lo ha hecho, teniendo sobre todo un talento distinguido para
llevarlo á cabo?
Dirásenos ahora que hay cierta injusticia en juzgar á un autor, no por
lo que ha hecho, sino por lo que uno cree que debía haber hecho. Esto
es verdad hasta cierto punto.
El célebre ideólogo Destutt-Tracy remitió en una ocasión á un príncipe
alemán una obra suya consultándole sobre su desempeño. Respondióle el
príncipe con un largo cartapacio en que, á fuer de decirle lo que él
hubiera dicho en tales y tales casos, y lo que en tales y tales otros
hubiera dejado de decir, desbaratábale la obra, no perdonando en ella
cosa que Destutt-Tracy hubiese imaginado.--Decid al príncipe, respondió
Destutt-Tracy al que traía el mensaje, que en ese caso no hubiera hecho
yo mi obra, sino la suya.
Esto podría respondernos el señor Saavedra: juzguemos, pues, su obra
tal cual es suya, y no tal cual nosotros la hemos imaginado, quién sabe
si equivocadamente.
Doña Rufina, viuda de un marqués, que sólo le dejó al morir una hija de
ella de nupcias anteriores y su vanidad, vive en Sevilla míseramente.
Tiene un hermano, cuya cualidad principal es un uniforme de comisario
ordenador, y un primo militar, jugador y petardista. En Indias existe
un hermano suyo, riquísimo, merced á cuyos envíos pecuniarios suele
reponer de cuando en cuando el mal estado de sus intereses. La hija es
obsequiada por el hijo de un mercader rico. Al principiar la comedia se
recibe una carta en que el Indiano avisa cómo debe llegar en breve, y
que piensa repartir con sus hermanos sus cuantiosos caudales. Con este
motivo doña Rufina despide afrentosamente al novio de la niña, cuyo
origen plebeyo no conviene ya á su futura posición social, y la familia
toda sobre la promesa de la carta se arroja en brazos del usurero don
Simón, que al ciento por ciento les presta un poco de dinero. De allí
á poco llega el Indiano don Blas, y encuentra á la familia ocupada
en preparar su recibimiento. Prodígansele las finezas y los más
escrupulosos obsequios, pero don Blas parece haberse arruinado, gracias
á ciertos piratas berberiscos: esta peripecia fatal atrae sobre la casa
los insultos del usurero, y sobre el adulado Indiano la execración y
los ultrajes, rota ya la máscara del interés. Sólo la niña procede
generosa con el desgraciado. Sin embargo, don Blas tenía asegurados sus
caudales, y precisamente uno de los comerciantes de Cádiz, á quien
arruina el reintegro de los bienes robados por los piratas, es el padre
del amante de la hija de doña Rufina. Éste viene á zanjar cuentas; al
conocerse en la casa la fortuna renaciente, quieren comenzar de nuevo
las adulaciones, pero ya es tarde. Don Blas, indignado, rompe con
su hermana, con el comisario y con el primo militar, dota á la niña
virtuosa, casándola con su amante, y da fin la comedia.
Si bien es cierto el principio sobre que gira esta composición
dramática, también es evidente que la educación hace disimular en la
sociedad generalmente el interés, que á todos domina más ó menos,
y que esas transiciones que por cambios de fortuna se advierten en
el teatro, pocas veces son tan bruscas, que puedan, sin faltar á la
verosimilitud, encerrarse en una comedia arreglada á las unidades.
Por esto era necesario que el autor escogiese una familia de mala
educación: doña Rufina, mujer sumamente ordinaria, no puede ocultar sus
sentimientos: esta ordinariez, mirada de esta manera, no sólo es muy
disculpable, sino que viene á ser un mérito. El nudo es ingenioso: no
necesita don Blas fingir su ruina, supuesto que es verdadera la noticia
de su robo, y que es muy verosímil que ignorase la familia que estaban
sus bienes asegurados. Éste es el mérito principal de la comedia, pues
produce un desenlace natural; igualmente ingenioso es haber hecho al
amante de la hija víctima del reintegro del Indiano. El carácter del
usurero está bien pintado; pero, siendo episódico, ni merece tanta
importancia como se le da, ni habría inconveniente para la comedia en
reducir la escena larguísima en que hace el principal papel. Alguna
languidez hemos creído notar en toda la comedia que pudiera descargarse
ventajosísimamente. No es natural que la niña, que tan generosamente
se portó con su tío, sea menos generosa con su madre, y la vea salir
de la casa del modo que la arroja su hermano, sin interceder por
ella eficazmente. El argumento tiene el inconveniente de preverse su
fin desde el principio; pero esto es más culpa del asunto que del
autor. Para dar fin á nuestras observaciones, quisiéramos que el poeta
eliminase algunas frases demasiado mal sonantes en el teatro, aun
suponiéndolas naturales en boca de doña Rufina; y hubiéramos deseado
que, aun dominados por el interés, sus interlocutores fuesen menos
despreciables. Las debilidades humanas interesan; pero seres fríamente
malos, corrompidos y sin ninguna especie de sentimiento ni moralidad,
sólo pueden producir tedio ú horror.
El lenguaje es castizo y puro: la versificación generalmente buena,
y aun tiene trozos de mucho mérito: hay gracias en el diálogo, que
es bastante animado; y pinceladas verdaderamente cómicas en diversas
ocasiones: citaremos en este género con placer el contraste que
presenta la llegada del Indiano, solo, y mal vestido, con los halagos
de su hambrienta familia.


CARTA DE FÍGARO
Á UN BACHILLER SU CORRESPONSAL

Yo no sé si se acordarán todos los suscritores de nuestro decano
periódico de aquel Fígaro condenado á provocar su sonrisa eternamente,
tenga él ó no humor de divertirse á sí ó á los demás. Pero sí puede muy
bien haber sucedido que la mayor parte de nuestros lectores no se hayan
acordado más de nosotros que nuestra ilustrada junta sanitaria de
surtir de medicinas á Madrid: al menos tenemos la positiva y halagüeña
seguridad de que uno siquiera ha notado la falta de nuestros cándidos
párrafos, durante tan largo silencio. Éste ha sido un aficionado á
nuestro papel, encerrado, según nos dice, en uno de los más recónditos
rincones de esta monarquía, á trozos regenerada, á trozos oprimida
todavía por el oscurantismo, alimaña tan de moda de algún tiempo á
esta parte en periódicos y alocuciones. Fírmase _el bachiller_, y
dirige al señor Fígaro exclusivamente su carta, reducida á un sinfín
de preguntas acerca de las circunstancias; á las cuales contestaríamos
privadamente á no dar la funesta casualidad de que olvida nuestro
bachiller lo principal, como se usa en el país, y no nos dice el pueblo
de su residencia, ni la fecha á que escribe, ni el modo de ponerle el
sobre, contando sin duda demasiado con la sagacidad de las redacciones
de periódicos. Careciendo, pues, de un medio seguro de hacer llegar á
sus manos la respuesta, y siendo por otra parte demasiado atentos para
dejar á nadie sin ella, porque al fin ni somos santos ni autoridades,
que son los únicos que á todo el mundo oyen y á ninguno contestan, nos
decidimos á insertar en nuestro gacetín estas letras, ciertos de que
allá en la librería del pueblo donde estuviere nuestro corresponsal,
se las encontrará, quedando de este modo solventada con él la deuda de
urbanidad que nos obliga á contraer.
En esto no hacemos sino imitar el ejemplo de un cura catalán, cuyo
caso contaremos. Debíale un eclesiástico de un pueblo de Andalucía una
peseta; cantidad que, si bien no era para perdida, debía considerarse
como tal, por la dificultad de hacer la remesa á tanta distancia ó de
girar una letra de tan módico importe. Escribíale, pues, en vista de
esto el aprovechado clérigo catalán: «Muy señor mío: con respecto á la
cuenta que de la citada peseta tenemos pendiente, he discurrido que por
el presente aviso puede echarla en el cepillo de ánimas de la iglesia
de ese pueblo, pues yo ya la he sacado del de esta á buena cuenta; y en
paz. Con lo cual queda de usted su afectísimo capellán el cura de...».
Ahora bien, he aquí nuestra contestación al incógnito corresponsal.
Mucho me huelgo, señor bachiller de este pueblo, de cuyo nombre mal
pudiera acordarme, de haber recibido su carta benévola y preguntona.
Hónrame sobremanera la falta que nota de escritos míos en la Revista;
pero ha de hacerse cargo de muchas cosas. Mis artículos en primer lugar
no han de ser artículos de decreto que se fragüen á un dos por tres y
á salga lo que saliere, sin perjuicio de enmendarlos luego ó de que
nadie se cure de obedecerlos. Al fin tengo mi poca ó mucha reputación
que perder. Por otra parte, acaso no sabrá vuesa merced que desde que
tenemos una racional libertad de imprenta, apenas hay cosa racional que
podamos racionalmente escribir. Si á esto se agrega, como vuesa merced
no tendrá dificultad en agregarlo, que estamos ahora los periodistas
tratando de tomar color, para lo cual tenemos que esperar á que lo
tome primero el gobierno con el objeto de tomar otro distinto, puesto
que él se ha quedado con la iniciativa, no se admirará de que callemos
nosotros, bien así como él calla en puntos de más prisa y trascendencia.
Además, aunque los partes oficiales y los relatos de las sesiones en
sustancia no dicen nada, no dejan por eso de ser largos; nos ocupan
por consiguiente las tres cuartas partes de nuestras columnas, y no
nos dejan espacio para nada. Añada vuesa merced á esas causas que yo
escribo tan despacio, que cuando estoy sobre mi bufete con la pluma en
la mano, no parece sino que estoy organizando la milicia urbana, ó
tomando providencias contra algún motín.
Por lo demás, aquí, según usanza antigua, todo va como Dios quiere,
y no puede haber cosa mejor, porque al fin Dios no puede querer
nada malo. Nuestra patria camina á pasos agigantados hacia el fin
para que aquel Señor la crió: que es su felicidad. Por el pronto
ya tenemos el uniforme de los señores Próceres, que es manto azul
rastrero, según las venerandas leyes del siglo XIV, exceptuado el
terciopelo, que no alcanzaron aquellos estamentos, si bien aquí entra
el modificar aquellos venerandos usos según las necesidades del día:
verdad igualmente aplicable al calzón de casimir, media de seda,
hebilla y tahalí, de que nada dicen Pero López de Ayala, ni Zurita,
ni el Centón, pero que constituyen con la gola altibaja y demás este
nuevo antico-moderno. Tiene su correspondiente espada, su gorro y su
enagüilla de glacé. Dicen que cuesta mucho; pero más ha costado llegar
á este punto. Si vuesa merced tiene baraja, como es de suponer, mirando
al rey de espadas podrá formar una idea aproximada, y por ende verá
que es bonito; y que si bastan, como es de creer, para costearle los
sesenta mil reales de procerazgo, ha de ser curioso el ver á esos
señores vestidos y hablando, todo á un tiempo.
Igualmente sabrá vuesa merced como todas las vísperas de alboroto,
que según parece va á ser el pan nuestro de cada día, se deberán
afeitar como la palma de la mano todos los que tengan bigote, por ser
incompatibles estos cuatro pelos con el orden y la libertad racional.
Efectivamente que muchas de sus calamidades le vienen al hombre de no
saber echar pelillos á la mar. Por esas medidas conocerá vuesa merced
que aquí no nos dormimos en las pajas.
Tal vez habrán dicho en ese villorrio que está el cólera en Madrid.
Lo que es aquí nadie lo sabe de oficio; lo que hay no es el cólera,
sino una enfermedad reinante y sospechosa; tanto que esas malditas
sospechas han llevado á muchos al cementerio, en fuerza sin duda de los
cavilosos. Pero si dicen á vuesa merced que mueren tantas y cuantas
gentes al día, no lo crea; al día no muere nadie, porque si así fuese
habría parte sanitario, si es que no le dan por no haber sanidad
maldita de que darle. En consecuencia, si el mal está en Madrid, la
autoridad lo tiene callado, y así que nadie lo sabe.
Tres cosas sin embargo van mejor todos los días sin que se eche de ver:
la libertad, la salud y la guerra de Vizcaya. ¡Tal es la reserva con
que se hacen estas cosas!
¿Se sabe algo por ahí, señor bachiller, de don Carlos? por acá todos
convenimos en que está en Londres, en Francia y en Elizondo á un mismo
tiempo, así como están de acuerdo los médicos en que el cólera no
puede venir á Madrid por estar muy alto, y en que es contagioso y no
epidémico, y epidémico y no contagioso. En cuanto al modo de curarlo,
ya averiguado, llenos están los cementerios de preservativos seguros,
de remedios infalibles y de métodos curativos. Volviendo á don Carlos,
dicen que el gobierno sabe de fijo dónde para; pero vaya usted á
preguntárselo.
Por acá no se encuentra un procurador, ni un cajista de imprenta, ni
un médico, ni un limón, ni una sanguijuela por un ojo de la cara; pero
para eso se encuentran mendigos á pedir de boca, basura en las calles á
todas horas, y una camilla al volver de cada esquina.
¡Ah! se me olvidaba; el discurso de la corona ha gustado generalmente;
es tan bueno que es de aquellas cosas que no tienen contestación; á lo
menos hasta ahora nadie se la ha dado. Se asegura sin embargo que la
están pensando á toda prisa.
Díceme que viene vuesa merced á Madrid. Si está pronto á presentar
sus cuentas á Dios, venga cuanto antes. Si viene á pretender, ó ha
tenido empleo y ha sido emigrado en tiempo de la constitución, no hay
para qué. Si es carlista puede venir seguro de adelantar algo, que
carlistas, y muchos, encontrará en buenos destinos, que le favorezcan:
preguntaráme tal vez si no los quitan; ¿para qué, si andando el tiempo
ellos se irán muriendo? Si viene á oir las discusiones estamentales,
en buen hora, por lo que respecta al Estamento de Procuradores; pues
en el de Próceres han encaramado al público en un camaranchón estrecho
y _cortilargucho_, según dice _la Pata de cabra_, como si no quisieran
ser oídos. Se está allí tan mal como en el teatro de la Cruz ó en un
concierto de guitarra. Han arrinconado igualmente en un ángulo del
techo á los taquígrafos, de tal suerte que parecen telas de araña.
Muy alto piensan hablar si desde allí les han de seguir la palabra.
No sé si me dejo algo á que contestar; si así fuese, en otra carta irá,
pues á la hora que es ando de prisa por tener que formar una lista de
los señores procuradores que no han llegado aún, y otra de los cordones
sanitarios inútiles que hay en España, que cogerá algunos pliegos.
Quedo, pues, rogando, señor bachiller, que los facciosos de las
gavillas que hace un año se están destruyendo todos los días
completamente, no intercepten por esas _veredas_ esta carta, y que
la administración de correos, tan bien montada en este país, no la
incomunique para diligencias propias, ó no se la mande por América, así
como recibimos, por qué sé yo dónde, la correspondencia de Francia,
merced á las victorias no interrumpidas que nos tienen expedita la
carretera principal.
De vuesa merced, señor bachiller, atento servidor.
_P. D._ No se le importe á vuesa merced un bledo de las venidas de
don Carlos á este país, pues que la cuádruple alianza está contratada
para su conducción fuera de la península, cuantas veces se le hallare;
porque en lo de dejarle venir, coja vuesa merced el texto y verá como
nada hay tratado, además de que mal pudiera la cuádruple alianza
sacarle de la península si él no viniera.


SEGUNDA Y ÚLTIMA CARTA DE FÍGARO AL
BACHILLER SU CORRESPONSAL DESCONOCIDO

¿Querrá creer vuesa merced, señor bachiller, que han encontrado malicia
en la primera carta que le escribí, y cuya publicidad de ninguna manera
he podido evitar en esta corte? De todo tiene la culpa el empeño
que manifiesta de no tener nombre conocido, ni domicilio sabido,
precisamente en unos tiempos en que las cosas todas se vuelven nombres.
¿No repara vuesa merced cómo una cosa se llama _regeneración_, otra
_reformas_, otra _estamentos_, aquélla de más allá _libertad_, esotra
_representación nacional_? ¿qué más? Cosa hay que se llama _seguridad
individual_, y _ley_, y...
¿Qué le costaba á vuesa merced ponerse un nombre, y más que vuesa
merced no sea nada en sustancia tampoco? Así evitaríamos el que se
anduviese todo el mundo leyendo lo que le escribo y murmurando de ello
de corrillo en corrillo, ni más ni menos que si yo dijera todo lo que
hay que decir, ó todo cuanto en el caso me ocurre.
Pero en esta carta, que será la última, yo le juro á vuesa merced por
la racional libertad de que gozamos (y es todo un juramento), que
quiero que me hagan ministro si me consiento á mí mismo la más leve
chanza sobre cosa de gobierno, ó que por lo menos lo parezca. No sino
ándeme yo en chanzas, y bregue con el censor, y prohíbame el escribir
más á mis amigos, que será arrancarme el alma, sólo porque él reciba
sueldo del gobierno é instrucciones, y yo del gobierno ni quiera lo
uno ni necesite lo otro; y préndanme bonitamente, y quédense con el
_por qué_ por allá, y... No, señor: si vuesa merced quiere divertirse
con mis cartas, dígame quién es, y lo escribiré en sesión secreta;
todo lo más que puede suceder es que abran la carta; pero entonces,
ya, señor bachiller, que la prohíban. Ésta, pues, sobre ser la última,
no encerrará reflexión ni broma alguna, tanto por las razones dichas,
cuanto porque Dios sabe, y si no lo sé yo, que no tengo para gracias el
humor: en punto sobre todo á gobierno haré la del loco con el podenco.
«Quita allá que es gobierno». Hechos no más en adelante; y si á los
hechos lisa y llanamente contados les encuentran malicia, no estará
en mí, sino en los hechos ó en el que los leyere; entonces malicia
encontrarían hasta en una fusión cordial del Estamento y del ministerio.
Corren voces de que un ministro va á hacer dimisión; pero no lo crea
vuesa merced; ésas son bromas: lo mismo están diciendo hace dos meses
de otro, y pasa un día, y pasa otro día, y en resumidas cuentas no
pasan días por él.
En el Estamento de Próceres ya sabrá vuesa merced que la contestación
al discurso del trono fué cosa muy bien escrita; fué un modelo de
lenguaje y de elegancia castellana; es uno de los trozos más correctos
que posee la lengua.
De la de Procuradores nada tengo que contar á vuesa merced, sino es que
en este momento no es oportuno que use el hombre el don de la palabra
con que le distinguió su divina Majestad de los demás animales. Lo
que urge por ahora es que cada uno calle lo que sepa, si es que no lo
quiere decir en un tomo voluminoso, que entonces, como nadie lo ha
de leer, debe el hombre ser libre; pero decirlo todas las mañanas en
un periódico, eso no. El don de la palabra es como todas las cosas;
repetido diariamente cansa.
Los jurados no son para este momento; no hay cosa peor que jurar, y si
es en vano peor que peor. En eso va de acuerdo el partido ministerial
con el padre Ripalda. Se ha convenido por ahora en que los españoles
somos muy brutos para decir lo que pensamos; y más para que nos juzguen
en regla.
Sabrá vuesa merced cómo se ha determinado que la legislación nuestra no
es absurda.
¿Querrá vuesa merced creer que se ha lucido la Cataluña? Los señores
procuradores por aquella provincia se han plantado con 29. Llegaban á
Martorell el 28, habiendo salido de Barcelona el 22, que es caminar; al
llegar allí supieron lo del cólera por más que aquí no se lo contamos á
nadie, y oficiaron diciendo que eso no era regular: efectivamente, es
más fácil que vaya la nación toda á Martorell, que no que venga todo
Martorell á la nación. ¡El uno, figúrese vuesa merced que ya iba de
aquí escamado de lo de Vallecas! Eso de representar ha de ser donde á
uno le coja, porque andarse de ceca en meca para dar representaciones
nacionales, eso fuera ser procurador de la lengua. Si la patria tiene
urgencia que se la pase, más vale un mal procurador de Cataluña que
cuatro buenas patrias. Un procurador catalán, á imitación de García del
Castañar, no dará por todas las grandezas de la corte ni un dedo de
Martorell.
Ya sabe vuesa merced cómo estaban presos dos individuos sobre lo de
aquella grandísima conspiración que dicen que ha habido; como no les
han encontrado delito, los han desterrado uno á Badajoz, y otro á
Zaragoza: parece que han representado, pero sus representaciones son
como las de Cataluña, que nadie las oye.
Según los estados sanitarios que ahora nos da _la Gaceta médica_,
resulta que sin haber habido cólera en Madrid, como ya dije á vuesa
merced, han muerto de él unas cuatro mil personas y pico, sin que se
pueda saber cuál es el pico. Por ahí verá vuesa merced si la enfermedad
es traidora.
Ha de saber vuesa merced que en Madrid son los cordones sanitarios
y las medidas de aislamiento la cosa más mala del mundo. Por eso no
se han usado. Pero á catorce leguas de Madrid no hay cosa mejor. Así
es que en Segovia se separa al enfermo de su familia: se lleva á
ésta á una barraca, se tapian las casas y las calles, se queman las
ropas, ¡qué sé yo! ¡Hay enfermedad más rara y más variable! Parece un
periódico. ¡Aquí epidémica! ¡Allá contagiosa! ¡Válgame Dios!
¡Mire vuesa merced el telegrafito y el consuelito de Bayona y las
cartas de Londres! Ahora salimos con que es don Carlos el que está en
Navarra. Créase vuesa merced después de los cónsules, y de telégrafos,
y de cartas de Londres.
¡Ah! ¿Sabe vuesa merced quién es ministerial?... _La Abeja._ Aquella
_Abeja_... En una palabra, _la Abeja_.
¿Sabe vuesa merced quién es el periódico de la oposición? _La Revista._
Ello nos cuesta un ojo de la cara. El gobierno, de resultas, ha
recogido cuantas suscripciones y auxilios prestaba; hasta ha habido
persona que ha devuelto su ejemplar particular sin leerle, que ha sido
lástima. Desde entonces parece que ha tenido mano de santo, porque la
suscripción sube que es un contento. ¡Cómo ha de ser! Ya sabe vuesa
merced que somos buenos cristianos. Así es que lo llevamos con bastante
resignación.
Perdone vuesa merced, porque he oído llamar à mi puerta. Acaso vengan
á prenderme ó á llevarme á Zaragoza. Así como así no debo de estar
muy cuerdo. Por lo tanto, señor bachiller, felicidades, y póngase un
nombre. Cuando la misma _Revista_ se ha puesto el suyo, bien podrá
conocer que no es tiempo ya de andarse con anónimos y secretitos.
_P. D._ ¿Ha leído vuesa merced _el Pobrecito Hablador_? Yo le publicaba
en tiempo de Calomarde y de Zea: ahora como ya tenemos libertad
racional, probablemente no se podría publicar.


MODAS

Deseamos con impaciencia que la absoluta desaparición del cólera
vuelva á traer al seno de esta capital las elegantes que el miedo nos
ha robado, y que la animación de una época más feliz haga renacer la
apagada coquetería de las bellas que permanecen todavía casi aisladas
en medio de esta gran población. Vacíos casi los teatros, desiertos
los paseos, suspendidas las sociedades, ¿adónde iríamos á buscar la
moda?--Sólo podemos hacer algunas indicaciones generales acerca de
los caprichos, más ó menos fundados, de esa diosa del mundo, que así
avasalla los trajes y peinados como los gustos y opiniones.--Es de
moda, por ejemplo, en la ópera, la señora Campos; así es que apenas hay
noche que no se la aplauda. No es menos de moda el sorbete de arroz, ni
menos insípido tampoco.--Está decididamente en boga reírse todos los
días de los gestos espantables del señor Género, quejarse del gobierno,
y asombrarse de la inacción de los estamentos. Estas tres modas durarán
probablemente más que el talle largo.
Hacen furor los oficios de próceres y procuradores imposibilitados: es
por cierto cosa furibunda. Al cabo de algún tiempo sucederá con estas
imposibilidades de asistir, lo que sucedía el invierno pasado con los
capotes forrados de encarnado, que no había barbero sin capote: á este
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