Obras completas de Fígaro, Tomo 2 - 10

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igualdad y en la libertad: entonces se supo á ciencia cierta que iba á
ser venturosa. El año 23 sin embargo se vió felizmente restituida á la
felicidad verdadera; entonces sólo podía esperarla de aquellos mismos
franceses, los únicos que el año de 8 podían hacerla feliz, y que el
año 9 sólo podían hacerla desgraciada. En aquel año 23 recibió, pues,
su verdadera dicha del absolutismo, único gobierno capaz de llevar á
un pueblo á su esplendor con mano fuerte: entonces abrió los ojos por
cuarta vez, y vió palpablemente cómo había de ser feliz. Y por fin,
el año 34, abre los ojos por quinta vez, y se convence de una manera
irrecusable, como siempre, de que su felicidad sólo puede depender de
la representación nacional, y de que un gobierno absoluto no es la
piedra filosofal. Escarmentada como siempre de sus pasados errores, ya
no volverá á caer en el lazo que la tienden los malévolos y los ilusos,
y todos esos bribonazos que andan siempre engañando y extraviando
pueblos; en el año 34 se convence definitivamente de que la verdadera
felicidad es la de ahora; todas las demás han sido felicidades de poco
momento. Confesemos que esta su convicción de ahora es la más fuerte,
aunque no sea más que por haber estado ya otras veces convencida de lo
mismo.
Hay quien cree que la felicidad es una de las muchas mentiras _ben
trovatas_, como llevamos dicho, para nuestro consuelo: ya nos
guardaremos nosotros de creer esto: y si en ninguna parte la vemos
más que escrita, no será sin duda porque no exista, sino porque no
se ha sabido dar con ella hasta la presente. Siempre resulta de lo
dicho que por la España no pasan días: nuestra patria es siempre la
misma; siempre jugando á la gallina ciega con su felicidad: empeñada
en atraparla, por el estilo de aquel loco, maniático por atraparse con
la mano izquierda el dedo pulgar de la misma mano que tenía cogido
con la derecha; y siempre más convencido la última vez que todas las
anteriores.
Intrincado y oscuro laberinto le parecería á cualquiera nuestra
felicidad. Habrá quien diga que de no haber hecho nunca las cosas
claras y terminantes le viene el mal de haberse de contradecir... Pero
réstanos saber si es un mal el contradecirse; esto no está averiguado:
decir siempre la verdad nos obligaría á decir siempre una misma cosa;
esto sobre ser una pesadez insufrible nos conduciría á decirlo todo de
una vez. ¿Y después? No diríamos nada. Figúrese el lector qué vacío
en una larga existencia. Decimos por el contrario una cosa hoy y
otra mañana, ¡Figúrese el lector qué variedad! Hay tela cortada para
toda la vida. Igual consecuencia sacamos respecto á hacer las cosas
claras y terminantes. Nosotros estamos por las cosas oscuras: hablamos
seriamente. En primer lugar nadie nos negará una inmensa ventaja que
sobre las cosas claras llevan las oscuras, á saber, que éstas se pueden
aclarar. Hágalo usted todo de una vez; el día 1.º del año por ejemplo.
¿Y los 364 restantes qué hace usted? Holgar. Dios nos libre: la
ociosidad es madre de todos los vicios. Si éste es de todos los males
el peor, vale más hacer mal y deshacer bien, que no hacer nada.
Para concluir, figurémonos por un momento que lo que vamos á hacer el
año 34, porque yo creo que vamos á hacer algo, lo hubiéramos hecho de
primeras el año 9, ó el 14, ó el 20. ¿Qué haríamos el 34? ¿Ser felices?
¡Brava ocupación! Hubiéramos vivido de entonces acá, hubiéramos
envejecido en esta felicidad que vamos á atrapar precisamente ahora;
en una palabra hubieran pasado los días y las cosas por nosotros, en
vez de pasar nosotros por los días y las cosas, y no estaríamos, como
estamos, en los principios. ¡Espantosa perspectiva! Más sabios, por el
contrario, nosotros dejamos siempre algo que hacer, algo oscuro que
aclarar para mañana. ¡Ay de aquel día en que no haya nada que hacer, en
que no haya nada que aclarar!


HERNÁN PÉREZ DEL PULGAR, EL DE LAS HAZAÑAS
BOSQUEJO HISTÓRICO POR
DON FRANCISCO MARTÍNEZ DE LA ROSA

Entre los muchos y graves compromisos que rodean por todas partes al
periodista, y al lado del riesgo de escribir, sin querer, lo que no
piensa, ó de no pensar bastantemente lo que escribe; á la par del
percance de ir mal expresadas, ó de ser mal entendidas é interpretadas
sus frases, de ser responsable de lo que otros escriben, y de verse
esclavo de la libertad de sus conciudadanos, que él mismo acaso fundara
y constituyera, pudiera campear como grande entre los mayores el
compromiso de haber de criticar imparcial y concienzudamente la obra
literaria de un ministro. No porque no pueda un ministro escribir
una obra buena, sino precisamente por lo mismo que puede escribirla;
el elogio que dirigido á un particular aparece imparcial y generoso
en la boca del crítico, encaminado á una excelencia toma para con la
opinión pública casi siempre el sabor de lisonja y adulación, por justo
y merecido que en el fondo sea. Es preciso, pues, que el periodista
tenga la grandeza de ánimo suficiente para arrostrar la tacha de
adulador, cuando quiere su mala suerte que se reúnan en un hombre solo
el poder y el mérito. Esto felizmente no sucede todos los días. Andarse
desenterrando por otra parte defectos, ó muy leves ó imaginados, sólo
para granjearse opinión de fuerte y de arriscado, sería una pequeñez
indigna de quien abrigase un corazón noble y generoso. Puestos
nosotros en tan duro trance, tomamos el único partido que parece
señalarnos nuestro carácter independiente; y nos limitamos á asegurar
con franqueza que si pudiera pesarnos alguna vez de que el señor don
Francisco Martínez de la Rosa ocupase el alto puesto en que le han
colocado las esperanzas de los españoles, sería en esta ocasión en que
quisiéramos tributar nuestra alabanza y respeto al hombre de letras con
toda independencia del hombre de estado.
Tiempo hacía ya que esperábamos algún fruto de la pluma del señor
Martínez de la Rosa los que de esperar vivimos, y los que ya hemos
tomado sabor á los partos de su buen ingenio. La obra que publica en
el día no es acaso la más importante que de él podíamos esperar; es un
simple bosquejo histórico de la vida de Hernán Pérez del Pulgar, uno de
los héroes con que se honra España, según la misma expresión del autor;
es empero en su género un apreciabilísimo trabajo. Gran servicio hace á
su patria indudablemente el hombre estudioso que desenterrando en las
antiguas crónicas y leyendas los grandes hechos con que la ilustraron
sus hijos, los ofrece como modelos á la generación presente y á las
venideras. Don Francisco Martínez de la Rosa, tan justamente aficionado
á las cosas de Granada, no podía menos de investigar con diligencia
los hechos de Pulgar, por su naturaleza enlazados con la historia de
aquella ciudad. La claridad, el orden y gradación de los hechos, la
narración sencilla, elegante, y no pocas veces florida, y aquellas
reflexiones políticas ó morales que suelen nacer tan naturalmente á
veces de la misma relación de los hechos bajo la pluma del historiador,
colocan este bosquejo histórico entre lo mejor que poseemos en este
género. No luce en él la enérgica concisión de Tácito, ni la profunda
filosofía de Plutarco; pero puede rivalizar su estilo con lo mejor de
nuestro siglo de oro. Tan cierta es esta proposición, que, al leer
_Hernán Pérez del Pulgar_, hemos creído más de una vez tener entre
manos un libro desenterrado de aquella época. No faltará quien tachará
este cuidado, esta esmerada imitación del lenguaje de Solís y de
Mariana, como una extremada afectación de purismo; no faltará quien
llame á la obra entera un arcaísmo; no faltará quien crea, acaso con
razón, que se descubre el artificio que en tan escrupuloso remedo ha
debido emplear su autor; nosotros nos contentaremos con indicar que, á
nuestro débil entender, las lenguas siguen la marcha de los progresos y
de las ideas; que pensar fijarlas en un punto dado á fuer de escribir
castizo, es intentar imposibles; que es imposible hablar en el día el
lenguaje de Cervantes, y que todo el trabajo que en tan laboriosa tarea
se invierta, sólo podrá perjudicar á la marcha y al efecto general de
la obra que se escriba.
De aquí nazca acaso que el señor Martínez, en quien por otros
escritos conocemos una alma inclinada de suyo al entusiasmo y una
imaginación poética, no se deja arrebatar de un arranque sólo de calor
y patriotismo, él tan ardiente y patriótico, al describir los hechos
grandiosos y hazañas singulares de su héroe: ni aquella misma Granada
de él tan querida y privilegiada, basta á inflamar su acompasado y
monótono estilo anticuado. La traba que en su manera de escribir se
había impuesto, ha sido ocasión tal vez de que se halla en la obra este
vicio. El bosquejo histórico parecerá en nuestra biblioteca moderna lo
que Pompeya y Herculano en la Italia del día.
Por lo demás échase bien de ver cuánta sea la erudición del señor
Martínez, al advertir que llenan dos terceras partes del tomo las notas
y apéndices con que ha creído deber autorizar las increíbles hazañas de
Pulgar.
En este punto fuerza es respetar la escrupulosa y exquisita erudición
de su excelencia. Nosotros no concluiremos este juicio crítico sin
envidiársela, y sin darle el parabién por su bosquejo histórico, que
alternará, en nuestro entender, dignamente con sus escritos anteriores.
_Aut agere scribenda, aut legenda scribere_, decía un célebre Romano:
_ó hacer cosas dignas de ser escritas, ó escribir cosas dignas de ser
leídas_. Ya que no podemos ser Hernando del Pulgar, quisiéramos ser su
historiador.


REPRESENTACIÓN DE
UN NOVIO PARA LA NIÑA
ó
LA CASA DE HUÉSPEDES
Comedia nueva original, escrita en diversos metros

Después de largos años de asedio, por fin ha tomado una empresa
posesión de los teatros de esta corte. No queremos decir con esto que
el ayuntamiento, que primero los ha dirigido, no sacase de ellos el
partido posible, ni que... nosotros nunca queremos decir más de lo que
decimos; antes si por algo pecamos, es precisamente por decir lo que
queremos. En este particular nos bastará contar un caso, que alude á la
circunstancia de haber tenido primero los teatros la municipalidad y de
tenerlos después una empresa particular, y le contaremos sin perjuicio
del respeto que tenemos al excelentísimo ayuntamiento.
Había en Barcelona, no podemos decir en qué época, un corregidor zeloso
del bien público, si los ha habido nunca: y debía haber al mismo tiempo
que corregidor bailes de máscaras, porque se acercaba el carnaval.
Sabido es que en Barcelona nunca han sido cosa mala las máscaras como
en Madrid. Era el tal corregidor hombre sagaz, y había notado en el
año precedente, primero de su corregimiento, que el primer baile de
máscaras no había sido concurrido ni brillante. Llevado, pues, del
deseo de que la cosa empezase bien, publicó en un bando la siguiente
cláusula:
«Habiendo notado la autoridad en el año anterior que el primer baile
que en la Lonja de esta ciudad se dió no fué brillante ni concurrido, y
no habiendo podido averiguar la causa de esta extrañeza, ha dispuesto
que este año se empiece por el segundo baile».
He aquí precisamente lo que encontramos nosotros aplicable al presente
caso. Nada hubiera quedado que desear en materia de teatros, si se
hubiera empezado hace muchos años por el segundo baile, es decir, por
tener una empresa particular los teatros de esta corte.
Antes de ayer se dió principio á la nueva temporada cómica: es fuerza
confesar que es grande el zelo de la nueva empresa. Dejando aparte
la compañía de ópera que nos tiene preparada, acerca de la cual
guardaremos silencio hasta que la experiencia, confirmando nuestras
buenas esperanzas, autorice nuestros elogios, diremos desde luego que
empezar dando al público en el primer día tres novedades dramáticas en
sólo dos teatros, es empezar con muy buenos auspicios.
El autor de la novedad del Príncipe ha callado en los anuncios su
nombre, y nosotros no nos creemos con derecho á revelarle. Parécenos
sin embargo modestia inútil y excusada diligencia, porque su fácil
versificación y el género á que pertenece, y el sello que lleva,
delatan al autor aun á los menos inteligentes, á los menos versados y
peritos en el arte, con sólo que hayan oído otra producción del mismo
ingenio.
El título nos anunciaba un argumento nuevo original, interesante. El
amor mal entendido de una madre que establece una casa de huéspedes
con el interesado objeto de hallar un novio para su hija, exponiéndola
á los riesgos y humillaciones de tan falsa posición, bien merecía una
comedia, y una comedia buena sobre todo. Don Donato, hombre original,
viejo y achacoso, pero rico y pagado, no de su persona precisamente,
sino de su dinero, es uno de los huéspedes de doña Liboria y de los
amantes de su hija Concha; hombre intolerable, porque tiene dinero,
que insulta, porque paga, y que reconvenido de grosero responde: «Hago
bien, tengo dinero». Este rasgo maestro es la mejor definición que se
puede hacer de su carácter. Don Fulgencio, fatuo, con sus puntas de
caballero de industria, es otro huésped y otro amante; es la manía de
éste la de rozarse con grandes, la de vender protección, la de comer
en todas partes; en una palabra, el convidado de piedra. Don Manuel,
pasante de abogado, pobre, pero honrado, á pesar de Cervantes, que dice
en cierta parte: _Si es que el pobre puede ser honrado_, es el tercer
huésped y pretendiente; éste es modesto, vive de dar lecciones, y tan
corto de genio como de recursos metálicos, que lo uno suele ir en el
mundo con lo otro. Concha es una niña á quien el viejo rico fastidia,
á quien el fatuo incomoda, y que sólo del pasante se enamora. Doña
Liboria es una madre cariñosa, viuda, con pocos recursos, que llora
la ausencia de un hijo, de quien no tiene noticia: busca novio para
su niña, y en esto está dicho todo, y aun disculpado su carácter. El
primer acto es un acto por consiguiente de exposición en que harto
tenía que hacer el poeta con presentar al público la galería de
caracteres sobre que gira su obra, y en honor de la verdad no podemos
menos de decir que están esos caracteres pintados con pincel maestro.
Éste es el género de este autor, y es difícil en él aventajarle. En
el segundo acto, la niña, hostigada por doña Liboria, se ve precisada
á elegir, y anduviera mal su amor y el de don Manuel si no llegara
un nuevo huésped joven, rico, que viene de América después de largos
años de expatriación. Tiene su familia en Madrid, pero no dando con
ella se ve precisado á tomar habitación en una casa de huéspedes hasta
encontrarla. Fácilmente conoce el que haya visto comedias que el recién
llegado don Diego es el hijo de doña Liboria: ha hecho fortuna en
América, lo cual es de tradición: sabedor del estado de su familia, él
se encarga de despedir á los recién pretendientes: consíguelo en el
tercer acto desengañando á doña Liboria acerca de la fatuidad de don
Fulgencio, de la loca pretensión del viejo, y de los riesgos á que ha
expuesto á su hija. El honrado y modesto don Manuel es finalmente el
premiado con la mano de Conchita, después de haberse atrevido los dos
enamorados á declararse su tierno pensamiento en unas endechas, harto
más poéticas de lo que la verosimilitud exigía.
Por este sucinto análisis habrá comprendido el lector el argumento
y plan de la comedia. Con respecto al juicio crítico de ella,
confesamos ingenuamente que cuando la amistad nos une con el autor
de una comedia, tememos que este sentimiento nos ofusque, y así
nos oculte los defectos como nos abulte las bellezas. Sólo diremos,
con respecto á _Un novio para la niña_, que tanto las bellezas como
los defectos que quiera encontrar en ella el crítico severo son los
mismos que en las más obras de su autor se encuentran. ¿Ofenderíamos
la amistad si aconsejásemos al autor que meditase algún tanto más sus
planes? Éste es generalmente el escollo de la abundancia de genio. El
autor se deja llevar de su facilidad: en ésta no le conocemos rival,
así como tampoco en el chiste y la agudeza: sus descripciones, así
de los bailes como de las casas de huéspedes, son un espejo fiel de
las costumbres: su diálogo está lleno de gracias y de viveza. Su
versificación es un modelo; pero donde se prueba cuánto puede el
ingenio es en una circunstancia notable. Tres comedias consecutivas
nos ha dado este poeta, en las cuales ha sabido hacer tres obras
diferentes, repitiéndose á sí mismo. Una joven sencilla y virtuosa y
tres pretendientes de diversos caracteres forman el argumento de todas
ellas. Otro se hubiera visto apurado para hacer de él una sola comedia.
El autor de _Un novio para la niña_ ha hecho sin embargo con él tres
dramas diferentes.


EL HOMBRE PONE Y DIOS DISPONE
ó
LO QUE HA DE SER EL PERIODISTA

Gran cosa dijo el primero que anunció este proverbio, hoy tan trillado.
Si hay proverbios que envejecen y caducan, éste toma por el contrario
más fuerza cada día. Yo por mi parte confieso que á haber tenido la
desgracia de nacer pagano, sería ese proverbio una de las cosas que más
me retraerían de adoptar la existencia de muchos dioses; porque soy de
mío tan indómito é independiente, que me asustaría la idea de proponer
yo, y de que dispusiesen de mis propósitos millares de dioses, ya que
desdichadamente ha de ser hombre un periodista, y, lo que es peor,
hombre débil y quebradizo. Ello no se puede negar que un periodista es
un ser bien criado, si se atiende á que no tiene voluntad propia; pues
sobre ser bien criado, debe participar también de calidades de los más
de los seres existentes: ha menester, si ha de ser bueno y de dura, la
pasta del asno y su seguridad en el pisar, para caminar sin caer en un
sendero estrecho, y como de esas veces fofo y mal seguro; y agachar
como él las orejas cuando zumba en derredor de ellas el garrote.
Necesita saberse pasar sin alimento semanas enteras como el camello,
y caminar la frente erguida por medio del desierto. Ha de tener la
velocidad del gamo en el huir para un apuro, para un día en que Dios
disponga lo que él no haya puesto. Ha de tener del perro el olfato,
para oler con tiempo dónde está la fiera, y el ladrar á los pobres; y
ha de saber dónde hace presa, y dónde quiere Dios que hinque el diente.
Le es indispensable la vista perspicaz del lince para conocer en la
cara del que ha de disponer, lo que él debe poner; el oído del jabalí
para barruntar el run run de la asonada; se ha de hacer, como el topo,
el mortecino, mientras pasa la tormenta; ha de saber andar cuando va
delante con el paso de la tortuga, tan menudo y lento que nadie se lo
note, que no hay cosa que más espante que el ver andar al periodista;
ha de saber, como el cangrejo, desandar lo andado, cuando lo ha andado
de más, y cómo de esas veces ha de irse sesgando por entre las matas
á guisa de serpiente; ha de mudar camisa en tiempo y lugar como la
culebra; ha de tener cabeza fuerte como el buey, y cierta amable
inconsecuencia como la mujer; ha de estar en continua atalaya como el
ciervo, y dispuesto como la sanguijuela á recibir el tijeretazo del
mismo á quien salva la vida; ha de ser, como el músico, inteligente en
las fugas, y no ha de cantar de contralto más que escriba con trabajo;
y á todo, en fin, ha de poner cara de risa como la mona. Esto con
respecto al reino animal.
Con respecto al vegetal parécese el periodista á las plantas en acabar
con ellas un huracán sin servirles de mérito el fruto que hayan dado
anteriormente: como la caña ha de doblar la cerviz al viento, pero sin
murmurar como ella; ha de medrar como el junco y la espadaña en el
pantano; ha de dejarse podar como y cuando Dios disponga, y tomar la
dirección que le dé el jardinero; ha de pinchar como el espino y la
zarza los pies de los caminantes desvalidos, dejándose hollar de la
rueda del poderoso; en días oscuros ha de cerrar el cáliz y no dejar
coger sus pistilos como la flor del azafrán; ha de tomar color según le
den los rayos del sol; ha de hacer sombra, en ocasiones dañina, como el
nogal; ha de volver la cara al astro que más calienta como el girasol,
y es planta muerta si no; seméjase á las palmas en que mueren las
compañeras empezando á morir una; así ha de servir para comer como para
quemar, á guisa de piña; ha de oler á rosa para los altos, y á espliego
para los bajos; ha de matar halagando como la hiedra.
Por lo que hace al mineral, parece el periodista á la piedra en que no
hay picapedrero que no le quite una esquirla y que no le dé un porrazo;
ha de tener tantos colores como el jaspe, si ha de parecer bien á
todos; ha de ser frío como el mármol debajo del pie del magnate; ha de
ser dúctil como el oro: de plata no ha de tener ni aun el hablar en
ella; ha de tener los pies de plomo; ha de servir como el bronce para
inmortalizar hasta los dislates de los próceres; lo ha de soldar todo
como el estaño; ha de tener más vetas que una mina, y más virtudes que
un agua termal. Y después de tanto trabajo y de tantas calidades ha de
saltar, por fin, como el acero en dando con cosa dura.
En una palabra, ha de ser el periodista un imposible: no ha de contar
sobre todo jamás con el día de mañana: ¡dichoso el que puede contar con
el de ayer! No debe por consiguiente decir nunca como _el Universal_:
«Este periódico sale todos los días excepto los lunes»; sino decir: «De
este periódico sólo se sabe de cierto que no sale los lunes». Porque el
hombre pone y Dios dispone.


VIDAS DE ESPAÑOLES CÉLEBRES
POR DON JOSÉ QUINTANA
TOMO III
DON ÁLVARO DE LUNA, CONDESTABLE DE CASTILLA, Y FRAY BARTOLOMÉ DE LAS
CASAS, OBISPO DE CHIAPA Y PROTECTOR DE LOS INDIOS

Triste es por cierto considerar que donde son tan pocas las obras que
pueden llamar fundadamente la atención de los literatos, se atreviesen
aun los acontecimientos y las circunstancias á estorbar ó retardar la
publicación de tal cual libro científico, luminoso ó bien escrito.
La obra que anunciamos fué comenzada ha muchos años por el señor don
Manuel José Quintana, poeta y literato bien conocido y apreciado entre
nosotros, bajo un plan perfectamente concebido, y que llevado á cabo
con la diligencia que el señor Quintana se prometía emplear en ella,
hubiera dado gloria á su autor y lustre á su patria.
Desgraciadamente, los tristes acontecimientos y las revueltas políticas
que vinieron poco después de la publicación de las cinco primeras
vidas á conmover violentamente nuestra patria, y que envolvieron en su
torbellino al autor, fueron causa de que se suspendiese este importante
trabajo. Restituido á sus hogares, como él mismo dice en el prólogo
de este su tercer tomo, lo primero á que atendió fué á revisar los
estudios que en esta parte tenía hechos, y poner en orden los más
adelantados para su publicación. Fruto de estas tareas continuas
fueron las dos vidas de Vasco Núñez de Balboa y de Francisco Pizarro,
que se dieron á luz en el año de 30, y las dos que ahora publica de don
Álvaro de Luna y fray Bartolomé de las Casas.
No es esta ocasión de hablar ni del primer tomo, ni del segundo de esta
obra, que ya en distintas ocasiones han sido juzgados y apreciados
justamente por los periódicos y por el público. La diversidad de
épocas, empero, en que se han publicado los tomos de las _Vidas
célebres_, han debido dar un carácter particular á cada uno, ora por la
influencia que ejercen siempre en el escritor las circunstancias que
le rodean, ora por el sello que las diversas edades del autor no han
podido menos de imprimir á trabajos interrumpidos por muchos lustros.
Nótese consiguientemente en las primeras vidas, para servirnos de
una expresión del mismo poeta que analizamos, el _hervir vividor_ de
la juventud, el entusiasmo, el encanto, el color de heroísmo con que
suele complacerse la primera edad del hombre en revestir todos los
objetos que se presentan á su vista. La materia de ellas contribuía
también en verdad á prestar una tinta más poética á aquellos hombres
cuya historia, perdiéndose en la oscuridad de los tiempos remotos, se
clasifica naturalmente entre las tradiciones fabulosas que presiden á
la formación de las sociedades. Por el contrario, conforme se acerca
la historia á los tiempos modernos, la multiplicidad de datos que se
acumulan en comprobación ó contradicción de los hechos, y la mayor
importancia que naturalmente damos á los que por más recientes se
enlazan con los nuestros, ó han podido tener influencia en ellos, atan
al historiador y tórnanle más circunspecto, dejando á la par menos
libertad á su imaginación para campear libre y osadamente. Así que, en
el primer tomo leemos continuamente al poeta. En el segundo, y aun más
en el tercero, leemos al historiador, si menos galano, más filósofo.
Vemos al hombre que ha pasado por el tamiz de las revoluciones, que
ha sufrido, que ha aprendido á conocer á los hombres. El primer tomo
descubre en todas sus páginas la expresión noble y generosa de una
alma joven y poética, que no ve más allá de la exterioridad aparente
en las acciones. El tercero respira la amargura del desengaño, la
triste verdad de la experiencia. Las dos vidas que encierra este
tomo ofrecían á su cronista más que medianas dificultades, que ni ha
desconocido, ni le han arredrado. Don Álvaro de Luna, juguete de los
caprichos de la fortuna, víctima de su propia elevación, y escarmiento
de favoritos, es uno de los hombres que más celebridad han obtenido
en nuestra patria; de esa celebridad empero estéril, hija de una
existencia tan improductiva como ruidosa. Triste es reflexionar que
entre los muchos hombres que han inmortalizado su nombre en las páginas
de nuestra historia, es contado el número de los que han influido en su
prosperidad. De aquí ha nacido sin duda que la nación ha permanecido
estancada, cuando sus hijos adelantaban su fama particularmente.
Harto débiles para sobreponerse á su siglo y á su país, en vez de
prestarles su influencia, la han recibido de ellos: han sucumbido á las
circunstancias que los han rodeado, casi siempre, en vez de dominarlas.
Considerados políticamente nuestros grandes hombres, han sido bien
pequeños. En este número no puede menos de colocarse el condestable; su
paso, semejante al de la tempestad, fué ruidoso, sí, pero nada fecundo.
La reflexión política que parece deducirse de la narración de la vida
del condestable, es aquélla que cita el mismo autor del cronista Pero
de Guzmán, y en que nos asegura abundar gustosísimo: «La mi gruesa é
material opinión es esta: que ni buenos temporales ni salud son tan
provechosos é necesarios al reino como justo é discreto rey».
Fray Bartolomé de las Casas, este hombre tan extraordinario, por las
opiniones que osó, casi temerariamente, adoptar en unos tiempos en
que creían sus compatriotas que el Hacedor supremo había hecho á la
raza india para uso particular de la Europa, y que no dudó en ver
hombres donde sólo veían siervos los demás; tan locamente encomiado
por los extraños, como injustamente vilipendiado por los propios,
es el objeto de la segunda parte del tercer tomo. La vida de Fray
Bartolomé pertenece más bien á la humanidad entera que á la España
sola. Las Casas no fué un hombre de un talento superior: fué sí un
hombre extraordinario por su fanatismo filantrópico, digámoslo así.
Éste es el juicio que de la lectura de su vida resulta. Arrebatado
en sus opiniones exclusivas, si bien justas, su exaltación inutilizó
y malogró casi siempre la pureza de sus intenciones. No bastan éstas
empero para constituir grande al hombre: es preciso saberlas llevar
á cabo y hacerlas triunfar. Dirásenos que la fortuna pudo influir en
el mal éxito de los afanes de las Casas: ésta es una vulgaridad que
nunca entenderemos: el hombre superior hace la fortuna: conocedor de
las circunstancias que se oponen al logro de sus planes, las esquiva ó
las dirige, y las domina. El que sucumbe á ellas es el hombre vulgar;
por más que haya vencimientos más gloriosos que la misma victoria,
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