Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 30
Total number of words is 4522
Total number of unique words is 1528
38.3 of words are in the 2000 most common words
50.9 of words are in the 5000 most common words
57.2 of words are in the 8000 most common words
--¡Se aman, se aman! exclamó el doncel con voz ronca y apenas
inteligible. ¡Maldición, maldición sobre ellos y sobre mí! Y una
lágrima, pero una lágrima sola, se abrió paso con dificultad á lo largo
de su mejilla, fría como el mármol.
* * * * *
CAPÍTULO XXIX
Seis años fuí de él servida,
Sin de mí alcanzar nada.
Él ofendió á mi marido,
Y de ello yo fuí la causa;
Y con todo esto le quiero,
Y le tengo acá en el alma.
_Rom. de Cazul_
--¡Ah! Vadillo, exclamó Elvira creyendo haber oído algún rumor en el
gabinete, ¡cuán desdichada soy!
--¡Elvira! dijo escuchando un momento Fernán Pérez. Diría que alguien
había hablado á nuestro lado.
--¿Á nuestro lado? ¿Cómo? ¡Qué fantasía!... ¿Quién pudiera?...
--Tiempo es el caballero,
Tiempo es de andar de aquí,
entró cantando á esta sazón con voz descomunal el atolondrado
pajecillo, según las palabras de aquel antiguo y famoso romance popular
que se cantaba entre las gentes: entraba Jaime como quien creía que
habría tenido ya ocasión la bella prima de sacar de allí al hidalgo.
--Sería el paje, señor, el que aquel ruido metía, dijo Elvira
aprovechando tan feliz coincidencia.
--¿Qué buscáis de nuevo aquí? preguntó Hernán Pérez con todo el mal
humor de aquel á quien interrumpen en una ocupación agradable para la
cual no ha menester testigos. No haría yo mal, ¡vive Dios! atolondrado,
en cogeros de un brazo y encerraros en ese gabinete oscuro hasta que
hubieseis aprendido otra mesura y comedimiento.
--Perdonadle, gritó Elvira asustada.
--Ved que habrá sabandijas en ese cuarto, señor hidalgo, repuso el
pajecillo prontamente: nadie entra en él jamás.
--Vos seréis el bellaco y la sabandija, mal criado, contestó Hernán
Pérez. ¡Ea! salid.
--De buena gana; pero no será sin deciros que el azor no quiere comer,
y que es tan torpe Álvar, el escudero que os habéis echado desde que
recibisteis la orden de caballería, que quiero yo que me encerréis de
veras si antes de un cuarto de hora no campa solo el pájaro por su
respeto sobre alguna torre del alcázar. ¡Pobre animalito! él, ¡ya se
ve! quiérese escapar. Os digo que se escapará.
--¿Se escapará? ¡Voto va! Paje, á vos os lo di: si él se escapa,
acordaros habéis del pájaro de su alteza. Dejad, Elvira, que vea lo
que hacen esos necios. Tenedme ahí entre tanto á buen recaudo á ese
insolente. ¿Escaparse? No se escapará, ¡voto á Santiago!
Diciendo y haciendo salió precipitadamente el hidalgo, y el paje,
vuelto hacia la puerta por donde salía, y poniéndose los puños en los
hijares:
--Se escapará, dijo con donaire y burlita sardónica; sí, señor, se
escapará. ¿Pero esperaros yo aquí, eh? Para mi santiguada que no haré
tal; no estoy tan mal avenido aún con mis orejas. Vaya, ¿qué hacéis,
prima? Ved que el tiempo pasa, y si le perdéis, saldráse con la suya el
hidalgo, y el pájaro no se escapará.
--¡Santo Dios! ¿Conque es falso ese recado que nos habéis traído,
Jaime? ¿Y no tembláis?...
--Prima, todo el riesgo para mí es perder una oreja, y más perderíais
vos si...
--¡Querido Jaime, querido Jaime! exclamó Elvira estrechando al paje
entre sus brazos.
--Luego, prima mía, luego, dijo Jaime mirando con cuidado hacia la
parte por donde acababa de separarse el hidalgo, y dirigiéndose en
seguida hacia el gabinete. ¡Caballero, añadió abriendo, caballero!
¡Vaya que se ha dormido, mientras que nosotros hemos sudado por
enmendar sus locuras! ¡Ay, Dios mío! prosiguió todo asustado
viendo salir al doncel. Parecía éste efectivamente más bien un
espectro que una persona. El amor y los celos luchaban aún en su
semblante.--¡Ingrata! gritó fuera de sí dirigiéndose á la desdichada
Elvira. ¡Ingrata! ¿Qué pretendéis ahora de mí? ¿Sacáisme aquí á la
luz por si no veo bien allí vuestras infernales caricias, por si no
oigo bien vuestros pérfidos juramentos? ¿Qué os hice yo para rigor tan
grande? ¡Le amáis, le amáis!
--¡Macías! basta; huid, huid, exclamó temblando de terror y echándose á
sus plantas la infeliz. No más tiempo, no más; que ha de volver.
--¡Vuelva! ¡vuelva! Aquí mi pecho está. Máteme luego.
--¡Vaya! señor, exclamó el paje, deje para otro día esa canción; mire
por Dios...
--¡Ah Jaime! ¡Me aborrece! le interrumpió Macías.
--¿Qué os ha de aborrecer? repuso el paje.
--¡Jaime! gritó Elvira tapando con su mano la boca del inocente...
Macías... partid.
--No, no partiré. ¡Á qué vivir, si he de vivir sin vos? Sea su triunfo
completo. Amadle sin rubor. ¡Perezca sólo quien no debe gozar!
--¡Por Dios! ¡por mí, Macías!
--¡Cierto! soy un testigo importuno para los placeres que os esperan,
dijo Macías con voz reconcentrada, y toda la sangre fría de un hombre
desesperado.
--¿Qué han de esperarme ¡ay de mí! sino tormentos? ¿Queréis que al fin
lo diga? Huid y lo diré.
--Elvira, ¿qué dirás? gritó Macías. ¿Que le amas, otra vez?...
--No, nunca, no. ¿Qué pude hacer delante de él? Á ti amo: sólo á ti...
--¿Á mí? ¡ah! ¿Á mí? ¡Sueño, deliro!
--¡Qué vergüenza, Dios mío! Pero huye ya; ¿qué esperas? ya lo oiste de
mi boca: por ese amor frenético que veo en tus ojos con placer, por ese
amor, Macías, ¡huye! ¡huye por Dios! ¡y por piedad!
--¡Elvira! ¡Elvira! dijo Macías palpitando todo de amor y de felicidad.
Huyo, sí, huyo. Díme, empero, que volveré.
--Volverás si huyes ahora, volverás.
--¡Á Dios, Elvira, á Dios! gritó con loco furor Macías, y se lanzó
fuera del cuarto.
--¡Á Dios, repuso con voz apagada Elvira, á Dios! y cayó sin fuerzas
casi y sin sentido sobre un sitial inmediato, escondiendo con ambas
manos su rostro descompuesto y avergonzado.
--Alzad, prima; no lloréis, dijo Jaime acercándose á la hermosa
desconsolada.
--¿No he de llorar? exclamó ésta volviendo en sí, y mirando á todas
partes con temor de ver volver á su esposo. ¿No he de llorar? ¿Qué le
dije yo, Jaime, qué le dije? ¡Imprudente! ¿Y él volverá, volverá? ¡No,
jamás!
--Andad, añadió el paje: templad vuestro dolor. ¿No habéis visto con
qué facilidad hemos engañado al buen hidalgo? ¡Ah! Yo necesitaba
tener presente cuán serio era el lance, prima mía, para no soltar la
carcajada. ¿Habéis notado que no ha dicho una palabra que no pudiera
hacernos reir con fundado motivo?
--¡Hacernos reir, Jaime! Maldecida sea mi loca pasión. ¡Sí, dices bien!
yo le hice risible. ¿Yo? ¿Yo pago de ese modo su cariño, su amor,
su condescendencia? ¿En qué era, pues, risible? ¿En amarme? Saetas
eran sus palabras para mí. ¡Por qué ha de ser risible, Jaime? Porque
tiene una esposa infiel, que olvidada de su deber ha dejado crecer
en su pérfido corazón un amor odioso. ¿Y porque ella es ingrata, él
es risible? ¡Dios mío! Confundidme. He ahí el premio que doy á su
cuidado. Porque ha partido su lecho conmigo; porque me ha confiado su
casa, porque me dió su corazón, porque quiso llamarme madre de sus
hijos, ¿por eso le aborrezco? ¡Me horrorizo, Jaime! ¡Yo misma me doy
horror! ¿Yo cubriré su nombre de ignominia; yo destinaré á eterno
oprobio el nombre de mi marido, que es el mío? ¿Las gentes al mirarme
lo pronunciarán con befa y con maliciosa risa? ¡Dios mío, Dios mío! ¡Yo
pierdo la cabeza! ¿Y cómo amarle sin embargo? ¿Es mío por ventura mi
corazón? ¡Macías, me has perdido! Oye, Jaime, si le ves por acaso, dile
que nunca, nunca torne á mi presencia. Que huya, que huya. Le adoro,
sí, le adoro. Díselo tú también: pero que huya. ¡Qué delirio el mío!
¡Qué locura! ¡Mi voz se ahoga!
--Hermosa prima, Fernán Pérez vuelve. Serenaos.
--¡Vuelve, vuelve! ¡Ah! evita su furor. Déjame á mí: muera yo sola: ¡yo
su castigo merecí!
--¡Ah! no, no parto si lloráis así.
--Parte. Sí, dices bien, no lloro ya, dijo con interrumpidos sollozos
Elvira, enjugándose los ojos rápidamente, y empujando con una mano al
paje; parte: que no te llegue á ver.
--¿Dónde está, gritó Hernán Pérez; dónde el insolente que osa jugar con
mi cólera y desafiarla?
--¡Á Dios, Jaime! dijo en voz baja Elvira: corre... Teneos, Hernán
Pérez... añadió arrojándose al paso de su esposo.
--¡Oh! decidme vos sino, gritó el hidalgo, ¿hay en esto, señora, otro
misterio? ¿Qué significan vuestras lágrimas, vuestros sollozos, vuestra
confusión?...
--Jaime, señor, es inocente, inocente: nunca quiso jugar con vuestra
cólera. Todos os amamos aquí y os respetamos, todos; pero... mirad...
oíd...
--¡Elvira! ¡Elvira! exclamó con voz descompuesta el hidalgo, que
comenzaba á sospechar vagamente.
--¡Perdón! gritó Elvira con voz aguda y ahogada por sus lágrimas
y sollozos: esposo mío, ¡perdón! Y cayó de rodillas abrazando los
pies del hidalgo, y dando su frente pura sobre el suelo con asombro
de aquél, que cruzado de brazos delante de ella parecía en la mayor
inmovilidad andar buscando en su cabeza alguna explicación de escena
tan extraordinaria.
* * * * *
CAPÍTULO XXX
Estando en esto llegó
Uno que nuevas traía.
--Mercedes á ti, fortuna,
De esta tu mensajería.
_Rom. del rey Rod._
--Ya veis que en ningún caso puede convenirme, decía agitado Villena
al astrólogo un día. Cuando tengo vencidos casi los obstáculos todos
que á la posesión de mi maestrazgo parecían oponerse, cuando unos ya,
merced á mis beneficios y promesas, han vuelto á entrar en la senda del
deber, cuando otros, cansados del poco fruto de la diligencia de don
Luis Guzmán, ceden en tan obstinada demanda y dan al olvido su rencor,
¿querrán que yo exponga á los riesgos de un combate el objeto de todas
mis ansias y desvelos? ¡Qué bobería, Abenzarsal! Fuerza es para suponer
en mí semejante delirio no conocer cuánto he deseado ese maldecido
maestrazgo, ¡Por cierto que puede ser dudoso el éxito del combate! No
quiero yo decir con esto que mi antiguo escudero Hernán Pérez carezca
de valor de ningún modo; pero una cosa es tener valor, y otra estar
seguro de vencer á Macías. Abenzarsal, el combate no puede verificarse
sino para perder yo el maestrazgo por lo menos; y no se verificará.
--No es tan fácil hacerlo como decirlo, dijo Abenzarsal sin mirar
al conde, y más bien como quien habla consigo mismo que como quien
contesta á otro; no es tan fácil hacerlo como decirlo. Porque, al
fin, ni el mismo rey puede revocar ya la prueba por combate que tiene
decretada á petición de parte, ni fuera decoroso en vos solicitarlo.
--Abenzarsal, decirme á mí ahora que nada se puede remediar en el
asunto por los términos ordinarios, vale tanto como decirme que Madrid
está en Castilla; y por cierto que no tengo ni el tiempo hoy ni la
cabeza para aprender verdades de esa importancia. Si os consulto es
porque presumo que pudiéramos dar un golpe atrevido. ¿No hay algún
arbitrio? ¿no os ocurre á vos nada? ¡Por Santiago! yo creí que ya
habíais comprendido que yo quiero que os ocurra.
--Mi cuerpo, señor, viejo y feo conforme se halla, está á tu
disposición; del alma nada te quiero decir, porque no estoy muy seguro
de si puedo disponer de ella como cosa mía, después de la tempestuosa y
aun maliciosa vida que he traído. Dios me la perdone. Pero en cuanto á
mis ocurrencias, permite que te diga, señor, que sólo conforme me vayan
ocurriendo podré irlas poniendo á tu disposición.
--¡Maldito viejo! refunfuñó Villena entre dientes. ¿Cuándo queréis
acabar de fundirme esa cabeza de bronce que ha de responder á todo el
que la pregunte, y que me habéis tantas veces prometido? Yo os aseguro
que si la tuviera en mi poder, como debiera, á la hora ésta ya la
habría hecho, decir cosas buenas y oportunas acerca del asunto. No
habría combate, yo os lo aseguro: no lo habría. Os juro que ésa sería
la mejor cabeza de Castilla, sin contar la mía, Abenzarsal, se entiende.
--Mientras la mía, señor, esté sobre mis hombros, que será todo el
tiempo que yo pueda, paréceme que la de bronce ha de estar de más.
--Veamos, Abenzarsal, esa prodigiosa fecundidad de recursos. Ya
imaginaba yo que no dejaríais de sacarme de este molesto apuro.
--¿Has visto alguna vez á tu juglar Ferrus desempeñar con singular
destreza y maestría el famoso juego de cubiletes que de Italia han
traído á España algunos juglares y juglaresas de Provenza?
--Adelante, Abenzarsal.
--Bueno: pues es preciso que aprendas ahora de Ferrus tan peregrina
habilidad, y esto sin remedio.
--¿Os volvéis loco, ú os burláis de mí?
--Ni lo uno ni lo otro. Lo primero no me tiene cuenta á mí, lo segundo
no te la tiene, señor, á ti; sin embargo afírmome en lo dicho; no
tienes, conde, otro remedio, á no ser que quieras valerte del agua
aquella que poseo, que no sería tan mal recurso. Pero has dado en
apreciar la vida del hombre...
--¡Qué horror, Abenzarsal, qué horror! ¿Habéis tomado á vuestro cargo
endurecer mi alma, y hacer de mí un pícaro tan redomado como vos? ¿no
tembláis el crimen?
--¿Qué es el crimen? ¿lo que han querido llamar tal los hombres? Soy
uno de ellos; tengo derecho á no adoptar sus definiciones.
--¿Me diréis que el quitar la vida á otro ser?...
--¿Qué es quitar la vida, don Enrique? ¿puede el hombre, necio,
insensato, quitar la vida á ningún ser? ¿puede el hombre crear ni
destruir? ¡Impotente! ¡miserable! Aquél en quien acaba el alma
de separarse del cuerpo deja de vivir á los ojos de los hombres.
Á los ojos de Dios vive, porque nada muere á los ojos de Dios; él
ha derramado la vida en los seres todos: unos existen bajo unas
condiciones, otros bajo otras. Si el vivo vive de una manera que
confesamos, vive también el muerto de otra manera que no conocemos: á
los ojos de Dios las acciones todas son iguales: no hay bien, no hay
mal; no hay vida, no hay muerte; no hay virtud, no hay crimen.
--¡Blasfemia, blasfemia! gritó don Enrique. Os complacéis en aventurar
horribles paradojas en los momentos críticos en que tenemos más
necesidad de inventiva que de ergotismo escolástico, y de confianza en
el cielo que de heréticas impiedades.
--Como gustéis: dejemos en buena hora á los hombres, viles gusanos
de la tierra, imaginarse en su vanidad los seres privilegiados de la
creación: dejémosles creer orgullosos que para dar vueltas al rededor
de su mundo miserable ha lanzado al vacío el Hacedor millones de mundos
mayores; dejémosles pensar que son algo, y que valen algo; dejémosles,
en fin, dar una incomprensible importancia á sus acciones míseras, al
que llaman su honor, á su supuesta ciencia, á sus ridículas pasiones,
al ruido que hace la boca, que llaman aullido en el lobo, y en sí
mismos conversación.
--¿Acabaréis? ¡por santa María!
--Dejémosles en tan lisonjero error: convencedle al hombre de que no es
nada, y precipitado de la altura del trono que sobre la naturaleza se
ha erigido, se afligirá como si el no ser nada fuese algo.
--¡Por Santiago! exclamó Villena despechado: tenéis razón, Abenzarsal.
Tenéis razón en todo lo que habéis dicho, y en lo que habéis pensado,
y en lo que os habéis dejado por pensar y por decir. ¿Pero y mi
maestrazgo? Os suplico que no lo consideréis como cosa de hombres, que
yo os prometo probaros antes de mucho que si el hombre puede no ser
nada, un maestrazgo por lo menos es algo.
--Vengamos, pues, al maestrazgo, dijo sonriéndose el astrólogo, á quien
esta última frase debió de parecer mejor que el mundo y sus míseros
habitadores. Ya he dicho, señor, que no queriendo hacer uso del _aqua
mortis_, necesitáis aprender...
--Pero, ¿qué significa?
--Significa que, así como el juglar, y un juglar cualquiera, hace
desaparecer entre los dedos la bola mágica, según la llama el vulgo de
los hombres, ese de quien yo os hablaba hace poco...
--¿Volvemos? dijo Villena desesperado con lastimoso acento.
--No: tranquilízate, señor; así, pues, necesitas tú hacer desaparecer á
alguien de la corte de don Enrique.
--¿Á quién? ¿y cómo?
--Voy á decirte, ilustre conde. Á Elvira, tu acusadora, es caso
imposible, porque está libre bajo mi responsabilidad, así como Macías y
tú lo estáis bajo la propia del rey, tú por tu clase, y él por su favor.
--Bien. Adelante. Elvira es además mujer de Fernán Pérez.
--Cierto; pero á Macías no me parece que podría ser difícil. Él está
ahora más que nunca poseído de una pasión frenética; pasión cuyos
resultados, felices para nosotros, has cortado tú mismo con tus
incomprensibles escrúpulos. Sin embargo, puédenos servir todavía.
Entreveo un plan asequible tal vez. Necesitaremos de Ferrus. Si el
doncel cae en el lazo que le vamos á tender, no será él ciertamente
quien venza á Fernán Pérez.
--Abenzarsal, ¡cuánto os debo, amigo mío! dijo Villena estrechando sus
manos.
--Dame empero tu palabra, señor, de no estorbar mis intentos, y dame
con tu palabra á Ferrus. Sé las escenas que han pasado entre los
amantes recientemente, sé... pronto lo sabrás tú mismo. Ven en tanto,
señor, conmigo... oigo un rumor extraño en la cámara de su alteza.
¿Será acaso alguna novedad en la salud del rey, que debamos sentir
todos?
Al acabar el astrólogo estas palabras, dirigiéronse entrambos hacia la
cámara de su alteza. Oíase desde ella un prolongado y confuso clamoreo,
cuya causa no tardaron en adivinar. Su alteza, rodeado ya de algunas
de las primeras dignidades de Castilla, preguntaba á unos y á otros, y
parecía haberse hallado largo rato en la misma duda que los personajes
de nuestro último diálogo. Brillaba sin embargo en su semblante una
alegría desusada en él, y podíase conocer desde luego que más tenía de
fausto que de infausto el suceso que producía en aquella ocasión tanto
movimiento.
--Venid, ilustre conde, mi pariente, y vos, Abenzarsal, venid, dijo don
Enrique el Doliente saliendo al paso contra su costumbre, con notable
olvido de su propia dignidad, á los dos personajes que entraban en su
cámara. La corona de Castilla tiene ya un heredero varón.
--Señor, dijeron á un tiempo Villena y el físico, ¿es posible? ¿Ha
llegado ya tan alegre nueva?
--Sí, dijo el rey: el enano que está de atalaya en la torre más alta
del alcázar acaba de ver las ahumadas que tenía mandadas disponer para
este caso, y los fieles habitantes de mi leal villa de Madrid se han
apresurado á felicitarme sobre tan feliz acontecimiento.
Oíanse, en efecto, ya más distintamente los repetidos vivas con que
de buena fe manifestaba el pueblo su entusiasmo al saber que le había
nacido un rey, y que no podría faltarle ya en ningún caso quién le
mandase.
Salió su alteza á una de las _fenestras_ de su alcázar, como se
llamaban entonces las ventanas en castellano, sin que se pudiera
achacar eso á galicismo, pues no había entonces en la pobre villa de
Madrid tantos traductores como en los tiempos que alcanzamos de dicha y
de ilustración; salió á una de las _fenestras_, como dejamos dicho, y
agradeció al pueblo con claras demostraciones y ademanes de contento y
satisfacción su inocente entusiasmo.
Vuelto en seguida á Stúñiga, justicia mayor del reino,
--Diego López, le dijo su alteza, dispondréis que mañana sea la última
audiencia que dé en esta villa á los fieles habitantes de Madrid.
Debemos marchar inmediatamente á Otordesillas, adonde se trasladará la
corte por ahora. Quiero que al separarme de esta mi villa predilecta
puedan mis vasallos venir á implorar á los pies del trono la justicia
que puedan necesitar. Recuerdo además, condestable, añadió volviéndose
al buen Ruy López Dávalos, que he suspendido en dos ó tres casos
decisiones de grave interés, prorrogándolas hasta el momento que tan
felizmente ha llegado.
Inclináronse el condestable y el justicia mayor, y no puso tan buen
gesto como don Luis Guzmán el intruso maestre. Antes, llegándose al
oído del astrólogo:--¿Habéis oído? le dijo. Mañana dará orden de que se
reúna el capítulo de Calatrava y mañana acaso fijará el día de nuestro
combate.
--No hay tiempo que perder, repuso en voz baja también el judiciario.
Don Luis Guzmán y Macías echaron cada uno por su parte una mirada
significativa de esperanza y desprecio al conde de Cangas y Tineo. El
resto del día se empleó en preparativos para el viaje que la corte
disponía, y la noche en músicas y en danzas, en que los ministriles y
juglares divirtieron no poco á todos con sus juegos y arlequinadas,
farsas y bufonerías.
* * * * *
CAPÍTULO XXXI
Porque le vi ir huyendo
Muy malamente llagado,
Y que á la hora de agora,
Será muerto ó cativado.
_Rom. del rey Rod._
Por ende quien me creyere
Castigue en cabeza ajena,
É no entre en tal cadena,
Do no salga si quisiere.
_Marqués de Santillana. Querella de amor_
Algunas horas hacía ya que la noche había tendido sobre nuestro
hemisferio su tenebroso velo. Ningún ruido sonaba en la campiña, ni
en las solitarias y tortuosas calles de la villa de Madrid. Sólo en
el alcázar se veían brillar en algunas habitaciones más luces de las
que solían comúnmente arder á semejantes horas: oíase desde la calle
un rumor sordo y lejano, que se desprendía del altísimo edificio, bien
como se desprenden de la tierra los vapores en una mañana clara de
invierno. Un caballero acababa de bajar triste y taciturno la escalera
principal del alcázar: su traje indicaba que salía del brillante sarao
que arriba se oía; su desasosiego, sus pasos vagos y sin dirección,
indicaban el desorden y la indecisión de sus pensamientos.
--Sí, volveré, decía hablando consigo mismo, volveré: ella misma lo
decidió. ¡Importuna danza! ¡ruido mil veces más importuno! ¡Mientras
más gente, más solo!
Cativo de mi tristura,
De mí todos han espanto:
Preguntan, ¿cuál desventura
Hay que me atormente tanto?
¡Inútiles esfuerzos! ¡talento estéril! ¿De qué me sirves, de qué? ¡Ni
mis palabras la vencen, ni mis trovas la mueven! ¡Elvira!
¡Ah! te place que mis días,
Yo fenezca mal logrado,
Muy en breve,
Pues que al infeliz Macías,
Es tu pecho despiadado,
Tan aleve.
Después de repetir esta endecha tristísima de una de sus composiciones,
apoyóse el trovador desdichado contra la alta muralla del alcázar,
donde se encerraban todos sus deseos. Poco tiempo podía hacer que
estaba sumergido en la más profunda meditación, ora recordando las
contradictorias pruebas que de cariño y odio le había dado su señora,
ora repitiendo vagamente y con profunda distracción fragmentos sueltos
de las chanzones que le había inspirado su desgraciado amor, cuando una
mano se apoyó sobre su hombro con extraña familiaridad.
--¿Quién eres, preguntó airado, el que osas perturbar la meditación del
que desea estar solo?
--Quien os ha visto salir; quien compadece vuestra pasión; quien os ha
de consolar en ella; quien sabe de vuestros asuntos tanto como vos,
sino más, repuso el desconocido.
--¡Ah! judiciario, dijo Macías reconociendo al físico Abenzarsal,
que había salido tras él del bullicioso sarao. ¿Qué se hicieron tus
predicciones, y qué tu vana ciencia? ¿Dónde está mi felicidad, dónde?
--Más cerca acaso de lo que presumes, hombre incrédulo.
--¿Qué decís? Explicaos. ¡Ah! si alguna vez os han engañado, si sabéis,
padre mío, lo que es esperar lo que nunca llega, y creer lo que nunca
sucede, no os burléis de mi necia confianza. Ved que lo creo todo,
porque todo lo deseo.
--¡Silencio! ¿Conocéis una reja alta que da sobre el terraplén y el
foso, hacia la parte del alcázar que mira al soto del Manzanares?
--¿Qué me queréis decir?
--Oíd. La reja se abre. He aquí su llave.
--¿Su llave? ¿Para qué?
--¿Para qué, preguntáis? ¿No os sirve, pues?
--¡Ah! dadme, dadme acá. Decidme, ¿de quién, para quién la tenéis?
--No os importa. ¿Conocéis su letra?
--¡Desdichado! ¿De qué la habría de conocer? Si tanto sabéis y
adivináis...
--Bien: no importa. Miradla aquí.
--Su letra, Abenzarsal. ¿Es magia esto, es magia? ¿Deslumbráis mis
sentidos por ventura con los artes de vuestra pérfida profesión?
--Leed y callad, añadió el astrólogo sacando de debajo de su ropa una
linterna, cuya luz proyectó sobre un pergamino que le dió al mismo
tiempo.
--¡Dios mío! dijo el doncel acabando de leer. ¿Es ella, lo sabéis, es
ella la que escribe estas breves palabras?
--No: soy yo si os parece, dijo afectando enojo el pérfido viejo: á
Dios; puesto que no queréis ser feliz, no os quejéis después.
--¡Ah! no, venid: perdonad, señor, si el exceso mismo de mi
felicidad... ¿Es posible?...
--¡Ea! dejad vuestras pueriles exclamaciones. El tiempo corre. Partid.
No convendría que nos viesen juntos. Sabéis que el hidalgo está con su
alteza. Á Dios.
--Escuchad; teneos; ¡un momento! dijo Macías. Pero hablaba solo ya: el
astrólogo había desaparecido con indecible presteza. ¡Qué confusión!
prosiguió el doncel. ¡Tanta felicidad, Dios mío! Corramos; mas
no. ¿Quién sabe los sucesos que me esperan esta noche? Sé que mi
constelación me es contraria. Quiero buscar mi espada: con ella al
lado, nadie, nadie podrá estorbar mi felicidad.
Dirigióse, dichas estas palabras, el animoso doncel á su habitación, y
ciñó su espada cubriendo con un tabardo oscuro de velarte su elegante
vestido, que no podía menos de haber llamado la atención de cualquiera
que á aquellas horas se le hubiera notado, en el paraje sobre todo
donde él pensaba que podría tener que esperar un instante propicio para
su dicha.
Volvía á bajar la escalera del alcázar para salir al campo lo más
presto posible, y antes de que se hubiesen cerrado las puertas de la
villa, cuando un encuentro inesperado le detuvo, no tan á su pesar como
podría parecerle á primera vista al que no supiese que el que hacía
variar de aquella manera su primer pensamiento, era nada menos que el
mismo, mismísimo pajecillo Jaime, á quien tan apurado y comprometido
dejamos por causa del doncel en uno de nuestros últimos capítulos, que
acaso no habrá olvidado todavía el lector.
--¡Jaime! dijo Macías.
--¡Señor caballero! repuso el paje no menos admirado y satisfecho.
Buena la hicisteis la mañana pasada. ¡Ah! otra vez ved de ser más
prudente.
--¿Acaso Elvira?...
--Mirad, de eso nada sabré deciros, sino que desde entonces esposo y
esposa se tratan de una manera... La señora pasa llorando los días,
y el señor rabiando las noches... la casa es un infierno. Felizmente
á mi nada me tocó de lo que merecía. Pero á propósito, gózome de
encontraros. Díjome mi hermosa prima...
--Más bajo.
--No, no hay peligro.
--¿Qué te dijo?
--Que si volvíais alguna vez, como habíais dejado prometido...
--¡Como ella misma!... querrás decir...
--Sí, bien... como gustéis.
--¿Y qué?
--Nada: no os aflijáis. Mirad: las mujeres son... vos lo conocéis mejor
que yo...
--¿Qué hablas, pajecillo? Acaba.
--¡Ah! no, si os enfadais... tranquilizaos, y os diré...
--¡Acaba por Santiago! Juro por el infierno que estoy tranquilo.
--Me dijo, pues, contestó el paje aterrado de la extraña tranquilidad
inteligible. ¡Maldición, maldición sobre ellos y sobre mí! Y una
lágrima, pero una lágrima sola, se abrió paso con dificultad á lo largo
de su mejilla, fría como el mármol.
* * * * *
CAPÍTULO XXIX
Seis años fuí de él servida,
Sin de mí alcanzar nada.
Él ofendió á mi marido,
Y de ello yo fuí la causa;
Y con todo esto le quiero,
Y le tengo acá en el alma.
_Rom. de Cazul_
--¡Ah! Vadillo, exclamó Elvira creyendo haber oído algún rumor en el
gabinete, ¡cuán desdichada soy!
--¡Elvira! dijo escuchando un momento Fernán Pérez. Diría que alguien
había hablado á nuestro lado.
--¿Á nuestro lado? ¿Cómo? ¡Qué fantasía!... ¿Quién pudiera?...
--Tiempo es el caballero,
Tiempo es de andar de aquí,
entró cantando á esta sazón con voz descomunal el atolondrado
pajecillo, según las palabras de aquel antiguo y famoso romance popular
que se cantaba entre las gentes: entraba Jaime como quien creía que
habría tenido ya ocasión la bella prima de sacar de allí al hidalgo.
--Sería el paje, señor, el que aquel ruido metía, dijo Elvira
aprovechando tan feliz coincidencia.
--¿Qué buscáis de nuevo aquí? preguntó Hernán Pérez con todo el mal
humor de aquel á quien interrumpen en una ocupación agradable para la
cual no ha menester testigos. No haría yo mal, ¡vive Dios! atolondrado,
en cogeros de un brazo y encerraros en ese gabinete oscuro hasta que
hubieseis aprendido otra mesura y comedimiento.
--Perdonadle, gritó Elvira asustada.
--Ved que habrá sabandijas en ese cuarto, señor hidalgo, repuso el
pajecillo prontamente: nadie entra en él jamás.
--Vos seréis el bellaco y la sabandija, mal criado, contestó Hernán
Pérez. ¡Ea! salid.
--De buena gana; pero no será sin deciros que el azor no quiere comer,
y que es tan torpe Álvar, el escudero que os habéis echado desde que
recibisteis la orden de caballería, que quiero yo que me encerréis de
veras si antes de un cuarto de hora no campa solo el pájaro por su
respeto sobre alguna torre del alcázar. ¡Pobre animalito! él, ¡ya se
ve! quiérese escapar. Os digo que se escapará.
--¿Se escapará? ¡Voto va! Paje, á vos os lo di: si él se escapa,
acordaros habéis del pájaro de su alteza. Dejad, Elvira, que vea lo
que hacen esos necios. Tenedme ahí entre tanto á buen recaudo á ese
insolente. ¿Escaparse? No se escapará, ¡voto á Santiago!
Diciendo y haciendo salió precipitadamente el hidalgo, y el paje,
vuelto hacia la puerta por donde salía, y poniéndose los puños en los
hijares:
--Se escapará, dijo con donaire y burlita sardónica; sí, señor, se
escapará. ¿Pero esperaros yo aquí, eh? Para mi santiguada que no haré
tal; no estoy tan mal avenido aún con mis orejas. Vaya, ¿qué hacéis,
prima? Ved que el tiempo pasa, y si le perdéis, saldráse con la suya el
hidalgo, y el pájaro no se escapará.
--¡Santo Dios! ¿Conque es falso ese recado que nos habéis traído,
Jaime? ¿Y no tembláis?...
--Prima, todo el riesgo para mí es perder una oreja, y más perderíais
vos si...
--¡Querido Jaime, querido Jaime! exclamó Elvira estrechando al paje
entre sus brazos.
--Luego, prima mía, luego, dijo Jaime mirando con cuidado hacia la
parte por donde acababa de separarse el hidalgo, y dirigiéndose en
seguida hacia el gabinete. ¡Caballero, añadió abriendo, caballero!
¡Vaya que se ha dormido, mientras que nosotros hemos sudado por
enmendar sus locuras! ¡Ay, Dios mío! prosiguió todo asustado
viendo salir al doncel. Parecía éste efectivamente más bien un
espectro que una persona. El amor y los celos luchaban aún en su
semblante.--¡Ingrata! gritó fuera de sí dirigiéndose á la desdichada
Elvira. ¡Ingrata! ¿Qué pretendéis ahora de mí? ¿Sacáisme aquí á la
luz por si no veo bien allí vuestras infernales caricias, por si no
oigo bien vuestros pérfidos juramentos? ¿Qué os hice yo para rigor tan
grande? ¡Le amáis, le amáis!
--¡Macías! basta; huid, huid, exclamó temblando de terror y echándose á
sus plantas la infeliz. No más tiempo, no más; que ha de volver.
--¡Vuelva! ¡vuelva! Aquí mi pecho está. Máteme luego.
--¡Vaya! señor, exclamó el paje, deje para otro día esa canción; mire
por Dios...
--¡Ah Jaime! ¡Me aborrece! le interrumpió Macías.
--¿Qué os ha de aborrecer? repuso el paje.
--¡Jaime! gritó Elvira tapando con su mano la boca del inocente...
Macías... partid.
--No, no partiré. ¡Á qué vivir, si he de vivir sin vos? Sea su triunfo
completo. Amadle sin rubor. ¡Perezca sólo quien no debe gozar!
--¡Por Dios! ¡por mí, Macías!
--¡Cierto! soy un testigo importuno para los placeres que os esperan,
dijo Macías con voz reconcentrada, y toda la sangre fría de un hombre
desesperado.
--¿Qué han de esperarme ¡ay de mí! sino tormentos? ¿Queréis que al fin
lo diga? Huid y lo diré.
--Elvira, ¿qué dirás? gritó Macías. ¿Que le amas, otra vez?...
--No, nunca, no. ¿Qué pude hacer delante de él? Á ti amo: sólo á ti...
--¿Á mí? ¡ah! ¿Á mí? ¡Sueño, deliro!
--¡Qué vergüenza, Dios mío! Pero huye ya; ¿qué esperas? ya lo oiste de
mi boca: por ese amor frenético que veo en tus ojos con placer, por ese
amor, Macías, ¡huye! ¡huye por Dios! ¡y por piedad!
--¡Elvira! ¡Elvira! dijo Macías palpitando todo de amor y de felicidad.
Huyo, sí, huyo. Díme, empero, que volveré.
--Volverás si huyes ahora, volverás.
--¡Á Dios, Elvira, á Dios! gritó con loco furor Macías, y se lanzó
fuera del cuarto.
--¡Á Dios, repuso con voz apagada Elvira, á Dios! y cayó sin fuerzas
casi y sin sentido sobre un sitial inmediato, escondiendo con ambas
manos su rostro descompuesto y avergonzado.
--Alzad, prima; no lloréis, dijo Jaime acercándose á la hermosa
desconsolada.
--¿No he de llorar? exclamó ésta volviendo en sí, y mirando á todas
partes con temor de ver volver á su esposo. ¿No he de llorar? ¿Qué le
dije yo, Jaime, qué le dije? ¡Imprudente! ¿Y él volverá, volverá? ¡No,
jamás!
--Andad, añadió el paje: templad vuestro dolor. ¿No habéis visto con
qué facilidad hemos engañado al buen hidalgo? ¡Ah! Yo necesitaba
tener presente cuán serio era el lance, prima mía, para no soltar la
carcajada. ¿Habéis notado que no ha dicho una palabra que no pudiera
hacernos reir con fundado motivo?
--¡Hacernos reir, Jaime! Maldecida sea mi loca pasión. ¡Sí, dices bien!
yo le hice risible. ¿Yo? ¿Yo pago de ese modo su cariño, su amor,
su condescendencia? ¿En qué era, pues, risible? ¿En amarme? Saetas
eran sus palabras para mí. ¡Por qué ha de ser risible, Jaime? Porque
tiene una esposa infiel, que olvidada de su deber ha dejado crecer
en su pérfido corazón un amor odioso. ¿Y porque ella es ingrata, él
es risible? ¡Dios mío! Confundidme. He ahí el premio que doy á su
cuidado. Porque ha partido su lecho conmigo; porque me ha confiado su
casa, porque me dió su corazón, porque quiso llamarme madre de sus
hijos, ¿por eso le aborrezco? ¡Me horrorizo, Jaime! ¡Yo misma me doy
horror! ¿Yo cubriré su nombre de ignominia; yo destinaré á eterno
oprobio el nombre de mi marido, que es el mío? ¿Las gentes al mirarme
lo pronunciarán con befa y con maliciosa risa? ¡Dios mío, Dios mío! ¡Yo
pierdo la cabeza! ¿Y cómo amarle sin embargo? ¿Es mío por ventura mi
corazón? ¡Macías, me has perdido! Oye, Jaime, si le ves por acaso, dile
que nunca, nunca torne á mi presencia. Que huya, que huya. Le adoro,
sí, le adoro. Díselo tú también: pero que huya. ¡Qué delirio el mío!
¡Qué locura! ¡Mi voz se ahoga!
--Hermosa prima, Fernán Pérez vuelve. Serenaos.
--¡Vuelve, vuelve! ¡Ah! evita su furor. Déjame á mí: muera yo sola: ¡yo
su castigo merecí!
--¡Ah! no, no parto si lloráis así.
--Parte. Sí, dices bien, no lloro ya, dijo con interrumpidos sollozos
Elvira, enjugándose los ojos rápidamente, y empujando con una mano al
paje; parte: que no te llegue á ver.
--¿Dónde está, gritó Hernán Pérez; dónde el insolente que osa jugar con
mi cólera y desafiarla?
--¡Á Dios, Jaime! dijo en voz baja Elvira: corre... Teneos, Hernán
Pérez... añadió arrojándose al paso de su esposo.
--¡Oh! decidme vos sino, gritó el hidalgo, ¿hay en esto, señora, otro
misterio? ¿Qué significan vuestras lágrimas, vuestros sollozos, vuestra
confusión?...
--Jaime, señor, es inocente, inocente: nunca quiso jugar con vuestra
cólera. Todos os amamos aquí y os respetamos, todos; pero... mirad...
oíd...
--¡Elvira! ¡Elvira! exclamó con voz descompuesta el hidalgo, que
comenzaba á sospechar vagamente.
--¡Perdón! gritó Elvira con voz aguda y ahogada por sus lágrimas
y sollozos: esposo mío, ¡perdón! Y cayó de rodillas abrazando los
pies del hidalgo, y dando su frente pura sobre el suelo con asombro
de aquél, que cruzado de brazos delante de ella parecía en la mayor
inmovilidad andar buscando en su cabeza alguna explicación de escena
tan extraordinaria.
* * * * *
CAPÍTULO XXX
Estando en esto llegó
Uno que nuevas traía.
--Mercedes á ti, fortuna,
De esta tu mensajería.
_Rom. del rey Rod._
--Ya veis que en ningún caso puede convenirme, decía agitado Villena
al astrólogo un día. Cuando tengo vencidos casi los obstáculos todos
que á la posesión de mi maestrazgo parecían oponerse, cuando unos ya,
merced á mis beneficios y promesas, han vuelto á entrar en la senda del
deber, cuando otros, cansados del poco fruto de la diligencia de don
Luis Guzmán, ceden en tan obstinada demanda y dan al olvido su rencor,
¿querrán que yo exponga á los riesgos de un combate el objeto de todas
mis ansias y desvelos? ¡Qué bobería, Abenzarsal! Fuerza es para suponer
en mí semejante delirio no conocer cuánto he deseado ese maldecido
maestrazgo, ¡Por cierto que puede ser dudoso el éxito del combate! No
quiero yo decir con esto que mi antiguo escudero Hernán Pérez carezca
de valor de ningún modo; pero una cosa es tener valor, y otra estar
seguro de vencer á Macías. Abenzarsal, el combate no puede verificarse
sino para perder yo el maestrazgo por lo menos; y no se verificará.
--No es tan fácil hacerlo como decirlo, dijo Abenzarsal sin mirar
al conde, y más bien como quien habla consigo mismo que como quien
contesta á otro; no es tan fácil hacerlo como decirlo. Porque, al
fin, ni el mismo rey puede revocar ya la prueba por combate que tiene
decretada á petición de parte, ni fuera decoroso en vos solicitarlo.
--Abenzarsal, decirme á mí ahora que nada se puede remediar en el
asunto por los términos ordinarios, vale tanto como decirme que Madrid
está en Castilla; y por cierto que no tengo ni el tiempo hoy ni la
cabeza para aprender verdades de esa importancia. Si os consulto es
porque presumo que pudiéramos dar un golpe atrevido. ¿No hay algún
arbitrio? ¿no os ocurre á vos nada? ¡Por Santiago! yo creí que ya
habíais comprendido que yo quiero que os ocurra.
--Mi cuerpo, señor, viejo y feo conforme se halla, está á tu
disposición; del alma nada te quiero decir, porque no estoy muy seguro
de si puedo disponer de ella como cosa mía, después de la tempestuosa y
aun maliciosa vida que he traído. Dios me la perdone. Pero en cuanto á
mis ocurrencias, permite que te diga, señor, que sólo conforme me vayan
ocurriendo podré irlas poniendo á tu disposición.
--¡Maldito viejo! refunfuñó Villena entre dientes. ¿Cuándo queréis
acabar de fundirme esa cabeza de bronce que ha de responder á todo el
que la pregunte, y que me habéis tantas veces prometido? Yo os aseguro
que si la tuviera en mi poder, como debiera, á la hora ésta ya la
habría hecho, decir cosas buenas y oportunas acerca del asunto. No
habría combate, yo os lo aseguro: no lo habría. Os juro que ésa sería
la mejor cabeza de Castilla, sin contar la mía, Abenzarsal, se entiende.
--Mientras la mía, señor, esté sobre mis hombros, que será todo el
tiempo que yo pueda, paréceme que la de bronce ha de estar de más.
--Veamos, Abenzarsal, esa prodigiosa fecundidad de recursos. Ya
imaginaba yo que no dejaríais de sacarme de este molesto apuro.
--¿Has visto alguna vez á tu juglar Ferrus desempeñar con singular
destreza y maestría el famoso juego de cubiletes que de Italia han
traído á España algunos juglares y juglaresas de Provenza?
--Adelante, Abenzarsal.
--Bueno: pues es preciso que aprendas ahora de Ferrus tan peregrina
habilidad, y esto sin remedio.
--¿Os volvéis loco, ú os burláis de mí?
--Ni lo uno ni lo otro. Lo primero no me tiene cuenta á mí, lo segundo
no te la tiene, señor, á ti; sin embargo afírmome en lo dicho; no
tienes, conde, otro remedio, á no ser que quieras valerte del agua
aquella que poseo, que no sería tan mal recurso. Pero has dado en
apreciar la vida del hombre...
--¡Qué horror, Abenzarsal, qué horror! ¿Habéis tomado á vuestro cargo
endurecer mi alma, y hacer de mí un pícaro tan redomado como vos? ¿no
tembláis el crimen?
--¿Qué es el crimen? ¿lo que han querido llamar tal los hombres? Soy
uno de ellos; tengo derecho á no adoptar sus definiciones.
--¿Me diréis que el quitar la vida á otro ser?...
--¿Qué es quitar la vida, don Enrique? ¿puede el hombre, necio,
insensato, quitar la vida á ningún ser? ¿puede el hombre crear ni
destruir? ¡Impotente! ¡miserable! Aquél en quien acaba el alma
de separarse del cuerpo deja de vivir á los ojos de los hombres.
Á los ojos de Dios vive, porque nada muere á los ojos de Dios; él
ha derramado la vida en los seres todos: unos existen bajo unas
condiciones, otros bajo otras. Si el vivo vive de una manera que
confesamos, vive también el muerto de otra manera que no conocemos: á
los ojos de Dios las acciones todas son iguales: no hay bien, no hay
mal; no hay vida, no hay muerte; no hay virtud, no hay crimen.
--¡Blasfemia, blasfemia! gritó don Enrique. Os complacéis en aventurar
horribles paradojas en los momentos críticos en que tenemos más
necesidad de inventiva que de ergotismo escolástico, y de confianza en
el cielo que de heréticas impiedades.
--Como gustéis: dejemos en buena hora á los hombres, viles gusanos
de la tierra, imaginarse en su vanidad los seres privilegiados de la
creación: dejémosles creer orgullosos que para dar vueltas al rededor
de su mundo miserable ha lanzado al vacío el Hacedor millones de mundos
mayores; dejémosles pensar que son algo, y que valen algo; dejémosles,
en fin, dar una incomprensible importancia á sus acciones míseras, al
que llaman su honor, á su supuesta ciencia, á sus ridículas pasiones,
al ruido que hace la boca, que llaman aullido en el lobo, y en sí
mismos conversación.
--¿Acabaréis? ¡por santa María!
--Dejémosles en tan lisonjero error: convencedle al hombre de que no es
nada, y precipitado de la altura del trono que sobre la naturaleza se
ha erigido, se afligirá como si el no ser nada fuese algo.
--¡Por Santiago! exclamó Villena despechado: tenéis razón, Abenzarsal.
Tenéis razón en todo lo que habéis dicho, y en lo que habéis pensado,
y en lo que os habéis dejado por pensar y por decir. ¿Pero y mi
maestrazgo? Os suplico que no lo consideréis como cosa de hombres, que
yo os prometo probaros antes de mucho que si el hombre puede no ser
nada, un maestrazgo por lo menos es algo.
--Vengamos, pues, al maestrazgo, dijo sonriéndose el astrólogo, á quien
esta última frase debió de parecer mejor que el mundo y sus míseros
habitadores. Ya he dicho, señor, que no queriendo hacer uso del _aqua
mortis_, necesitáis aprender...
--Pero, ¿qué significa?
--Significa que, así como el juglar, y un juglar cualquiera, hace
desaparecer entre los dedos la bola mágica, según la llama el vulgo de
los hombres, ese de quien yo os hablaba hace poco...
--¿Volvemos? dijo Villena desesperado con lastimoso acento.
--No: tranquilízate, señor; así, pues, necesitas tú hacer desaparecer á
alguien de la corte de don Enrique.
--¿Á quién? ¿y cómo?
--Voy á decirte, ilustre conde. Á Elvira, tu acusadora, es caso
imposible, porque está libre bajo mi responsabilidad, así como Macías y
tú lo estáis bajo la propia del rey, tú por tu clase, y él por su favor.
--Bien. Adelante. Elvira es además mujer de Fernán Pérez.
--Cierto; pero á Macías no me parece que podría ser difícil. Él está
ahora más que nunca poseído de una pasión frenética; pasión cuyos
resultados, felices para nosotros, has cortado tú mismo con tus
incomprensibles escrúpulos. Sin embargo, puédenos servir todavía.
Entreveo un plan asequible tal vez. Necesitaremos de Ferrus. Si el
doncel cae en el lazo que le vamos á tender, no será él ciertamente
quien venza á Fernán Pérez.
--Abenzarsal, ¡cuánto os debo, amigo mío! dijo Villena estrechando sus
manos.
--Dame empero tu palabra, señor, de no estorbar mis intentos, y dame
con tu palabra á Ferrus. Sé las escenas que han pasado entre los
amantes recientemente, sé... pronto lo sabrás tú mismo. Ven en tanto,
señor, conmigo... oigo un rumor extraño en la cámara de su alteza.
¿Será acaso alguna novedad en la salud del rey, que debamos sentir
todos?
Al acabar el astrólogo estas palabras, dirigiéronse entrambos hacia la
cámara de su alteza. Oíase desde ella un prolongado y confuso clamoreo,
cuya causa no tardaron en adivinar. Su alteza, rodeado ya de algunas
de las primeras dignidades de Castilla, preguntaba á unos y á otros, y
parecía haberse hallado largo rato en la misma duda que los personajes
de nuestro último diálogo. Brillaba sin embargo en su semblante una
alegría desusada en él, y podíase conocer desde luego que más tenía de
fausto que de infausto el suceso que producía en aquella ocasión tanto
movimiento.
--Venid, ilustre conde, mi pariente, y vos, Abenzarsal, venid, dijo don
Enrique el Doliente saliendo al paso contra su costumbre, con notable
olvido de su propia dignidad, á los dos personajes que entraban en su
cámara. La corona de Castilla tiene ya un heredero varón.
--Señor, dijeron á un tiempo Villena y el físico, ¿es posible? ¿Ha
llegado ya tan alegre nueva?
--Sí, dijo el rey: el enano que está de atalaya en la torre más alta
del alcázar acaba de ver las ahumadas que tenía mandadas disponer para
este caso, y los fieles habitantes de mi leal villa de Madrid se han
apresurado á felicitarme sobre tan feliz acontecimiento.
Oíanse, en efecto, ya más distintamente los repetidos vivas con que
de buena fe manifestaba el pueblo su entusiasmo al saber que le había
nacido un rey, y que no podría faltarle ya en ningún caso quién le
mandase.
Salió su alteza á una de las _fenestras_ de su alcázar, como se
llamaban entonces las ventanas en castellano, sin que se pudiera
achacar eso á galicismo, pues no había entonces en la pobre villa de
Madrid tantos traductores como en los tiempos que alcanzamos de dicha y
de ilustración; salió á una de las _fenestras_, como dejamos dicho, y
agradeció al pueblo con claras demostraciones y ademanes de contento y
satisfacción su inocente entusiasmo.
Vuelto en seguida á Stúñiga, justicia mayor del reino,
--Diego López, le dijo su alteza, dispondréis que mañana sea la última
audiencia que dé en esta villa á los fieles habitantes de Madrid.
Debemos marchar inmediatamente á Otordesillas, adonde se trasladará la
corte por ahora. Quiero que al separarme de esta mi villa predilecta
puedan mis vasallos venir á implorar á los pies del trono la justicia
que puedan necesitar. Recuerdo además, condestable, añadió volviéndose
al buen Ruy López Dávalos, que he suspendido en dos ó tres casos
decisiones de grave interés, prorrogándolas hasta el momento que tan
felizmente ha llegado.
Inclináronse el condestable y el justicia mayor, y no puso tan buen
gesto como don Luis Guzmán el intruso maestre. Antes, llegándose al
oído del astrólogo:--¿Habéis oído? le dijo. Mañana dará orden de que se
reúna el capítulo de Calatrava y mañana acaso fijará el día de nuestro
combate.
--No hay tiempo que perder, repuso en voz baja también el judiciario.
Don Luis Guzmán y Macías echaron cada uno por su parte una mirada
significativa de esperanza y desprecio al conde de Cangas y Tineo. El
resto del día se empleó en preparativos para el viaje que la corte
disponía, y la noche en músicas y en danzas, en que los ministriles y
juglares divirtieron no poco á todos con sus juegos y arlequinadas,
farsas y bufonerías.
* * * * *
CAPÍTULO XXXI
Porque le vi ir huyendo
Muy malamente llagado,
Y que á la hora de agora,
Será muerto ó cativado.
_Rom. del rey Rod._
Por ende quien me creyere
Castigue en cabeza ajena,
É no entre en tal cadena,
Do no salga si quisiere.
_Marqués de Santillana. Querella de amor_
Algunas horas hacía ya que la noche había tendido sobre nuestro
hemisferio su tenebroso velo. Ningún ruido sonaba en la campiña, ni
en las solitarias y tortuosas calles de la villa de Madrid. Sólo en
el alcázar se veían brillar en algunas habitaciones más luces de las
que solían comúnmente arder á semejantes horas: oíase desde la calle
un rumor sordo y lejano, que se desprendía del altísimo edificio, bien
como se desprenden de la tierra los vapores en una mañana clara de
invierno. Un caballero acababa de bajar triste y taciturno la escalera
principal del alcázar: su traje indicaba que salía del brillante sarao
que arriba se oía; su desasosiego, sus pasos vagos y sin dirección,
indicaban el desorden y la indecisión de sus pensamientos.
--Sí, volveré, decía hablando consigo mismo, volveré: ella misma lo
decidió. ¡Importuna danza! ¡ruido mil veces más importuno! ¡Mientras
más gente, más solo!
Cativo de mi tristura,
De mí todos han espanto:
Preguntan, ¿cuál desventura
Hay que me atormente tanto?
¡Inútiles esfuerzos! ¡talento estéril! ¿De qué me sirves, de qué? ¡Ni
mis palabras la vencen, ni mis trovas la mueven! ¡Elvira!
¡Ah! te place que mis días,
Yo fenezca mal logrado,
Muy en breve,
Pues que al infeliz Macías,
Es tu pecho despiadado,
Tan aleve.
Después de repetir esta endecha tristísima de una de sus composiciones,
apoyóse el trovador desdichado contra la alta muralla del alcázar,
donde se encerraban todos sus deseos. Poco tiempo podía hacer que
estaba sumergido en la más profunda meditación, ora recordando las
contradictorias pruebas que de cariño y odio le había dado su señora,
ora repitiendo vagamente y con profunda distracción fragmentos sueltos
de las chanzones que le había inspirado su desgraciado amor, cuando una
mano se apoyó sobre su hombro con extraña familiaridad.
--¿Quién eres, preguntó airado, el que osas perturbar la meditación del
que desea estar solo?
--Quien os ha visto salir; quien compadece vuestra pasión; quien os ha
de consolar en ella; quien sabe de vuestros asuntos tanto como vos,
sino más, repuso el desconocido.
--¡Ah! judiciario, dijo Macías reconociendo al físico Abenzarsal,
que había salido tras él del bullicioso sarao. ¿Qué se hicieron tus
predicciones, y qué tu vana ciencia? ¿Dónde está mi felicidad, dónde?
--Más cerca acaso de lo que presumes, hombre incrédulo.
--¿Qué decís? Explicaos. ¡Ah! si alguna vez os han engañado, si sabéis,
padre mío, lo que es esperar lo que nunca llega, y creer lo que nunca
sucede, no os burléis de mi necia confianza. Ved que lo creo todo,
porque todo lo deseo.
--¡Silencio! ¿Conocéis una reja alta que da sobre el terraplén y el
foso, hacia la parte del alcázar que mira al soto del Manzanares?
--¿Qué me queréis decir?
--Oíd. La reja se abre. He aquí su llave.
--¿Su llave? ¿Para qué?
--¿Para qué, preguntáis? ¿No os sirve, pues?
--¡Ah! dadme, dadme acá. Decidme, ¿de quién, para quién la tenéis?
--No os importa. ¿Conocéis su letra?
--¡Desdichado! ¿De qué la habría de conocer? Si tanto sabéis y
adivináis...
--Bien: no importa. Miradla aquí.
--Su letra, Abenzarsal. ¿Es magia esto, es magia? ¿Deslumbráis mis
sentidos por ventura con los artes de vuestra pérfida profesión?
--Leed y callad, añadió el astrólogo sacando de debajo de su ropa una
linterna, cuya luz proyectó sobre un pergamino que le dió al mismo
tiempo.
--¡Dios mío! dijo el doncel acabando de leer. ¿Es ella, lo sabéis, es
ella la que escribe estas breves palabras?
--No: soy yo si os parece, dijo afectando enojo el pérfido viejo: á
Dios; puesto que no queréis ser feliz, no os quejéis después.
--¡Ah! no, venid: perdonad, señor, si el exceso mismo de mi
felicidad... ¿Es posible?...
--¡Ea! dejad vuestras pueriles exclamaciones. El tiempo corre. Partid.
No convendría que nos viesen juntos. Sabéis que el hidalgo está con su
alteza. Á Dios.
--Escuchad; teneos; ¡un momento! dijo Macías. Pero hablaba solo ya: el
astrólogo había desaparecido con indecible presteza. ¡Qué confusión!
prosiguió el doncel. ¡Tanta felicidad, Dios mío! Corramos; mas
no. ¿Quién sabe los sucesos que me esperan esta noche? Sé que mi
constelación me es contraria. Quiero buscar mi espada: con ella al
lado, nadie, nadie podrá estorbar mi felicidad.
Dirigióse, dichas estas palabras, el animoso doncel á su habitación, y
ciñó su espada cubriendo con un tabardo oscuro de velarte su elegante
vestido, que no podía menos de haber llamado la atención de cualquiera
que á aquellas horas se le hubiera notado, en el paraje sobre todo
donde él pensaba que podría tener que esperar un instante propicio para
su dicha.
Volvía á bajar la escalera del alcázar para salir al campo lo más
presto posible, y antes de que se hubiesen cerrado las puertas de la
villa, cuando un encuentro inesperado le detuvo, no tan á su pesar como
podría parecerle á primera vista al que no supiese que el que hacía
variar de aquella manera su primer pensamiento, era nada menos que el
mismo, mismísimo pajecillo Jaime, á quien tan apurado y comprometido
dejamos por causa del doncel en uno de nuestros últimos capítulos, que
acaso no habrá olvidado todavía el lector.
--¡Jaime! dijo Macías.
--¡Señor caballero! repuso el paje no menos admirado y satisfecho.
Buena la hicisteis la mañana pasada. ¡Ah! otra vez ved de ser más
prudente.
--¿Acaso Elvira?...
--Mirad, de eso nada sabré deciros, sino que desde entonces esposo y
esposa se tratan de una manera... La señora pasa llorando los días,
y el señor rabiando las noches... la casa es un infierno. Felizmente
á mi nada me tocó de lo que merecía. Pero á propósito, gózome de
encontraros. Díjome mi hermosa prima...
--Más bajo.
--No, no hay peligro.
--¿Qué te dijo?
--Que si volvíais alguna vez, como habíais dejado prometido...
--¡Como ella misma!... querrás decir...
--Sí, bien... como gustéis.
--¿Y qué?
--Nada: no os aflijáis. Mirad: las mujeres son... vos lo conocéis mejor
que yo...
--¿Qué hablas, pajecillo? Acaba.
--¡Ah! no, si os enfadais... tranquilizaos, y os diré...
--¡Acaba por Santiago! Juro por el infierno que estoy tranquilo.
--Me dijo, pues, contestó el paje aterrado de la extraña tranquilidad
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 31
- Parts
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 01Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4007Total number of unique words is 142335.6 of words are in the 2000 most common words48.6 of words are in the 5000 most common words53.9 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 02Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4702Total number of unique words is 155933.9 of words are in the 2000 most common words48.3 of words are in the 5000 most common words56.5 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 03Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4720Total number of unique words is 167535.0 of words are in the 2000 most common words47.1 of words are in the 5000 most common words55.2 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 04Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4588Total number of unique words is 158734.7 of words are in the 2000 most common words49.3 of words are in the 5000 most common words54.6 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 05Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4778Total number of unique words is 164936.1 of words are in the 2000 most common words49.0 of words are in the 5000 most common words55.1 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 06Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4491Total number of unique words is 161235.6 of words are in the 2000 most common words49.0 of words are in the 5000 most common words55.6 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 07Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4922Total number of unique words is 168336.4 of words are in the 2000 most common words50.1 of words are in the 5000 most common words56.7 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 08Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4873Total number of unique words is 172034.3 of words are in the 2000 most common words47.5 of words are in the 5000 most common words54.6 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 09Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4888Total number of unique words is 153236.2 of words are in the 2000 most common words51.5 of words are in the 5000 most common words57.9 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 10Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4980Total number of unique words is 155538.5 of words are in the 2000 most common words54.1 of words are in the 5000 most common words60.1 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 11Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4879Total number of unique words is 173435.5 of words are in the 2000 most common words48.9 of words are in the 5000 most common words56.1 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 12Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4891Total number of unique words is 153238.0 of words are in the 2000 most common words51.1 of words are in the 5000 most common words57.3 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 13Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4947Total number of unique words is 157935.5 of words are in the 2000 most common words49.3 of words are in the 5000 most common words56.4 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 14Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4702Total number of unique words is 175933.8 of words are in the 2000 most common words46.9 of words are in the 5000 most common words53.5 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 15Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4689Total number of unique words is 163735.9 of words are in the 2000 most common words48.4 of words are in the 5000 most common words54.8 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 16Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4683Total number of unique words is 163336.8 of words are in the 2000 most common words52.2 of words are in the 5000 most common words58.7 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 17Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4710Total number of unique words is 164834.6 of words are in the 2000 most common words49.0 of words are in the 5000 most common words55.8 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 18Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4646Total number of unique words is 165135.0 of words are in the 2000 most common words50.0 of words are in the 5000 most common words57.4 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 19Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4655Total number of unique words is 157736.2 of words are in the 2000 most common words49.6 of words are in the 5000 most common words56.5 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 20Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4621Total number of unique words is 158235.3 of words are in the 2000 most common words47.7 of words are in the 5000 most common words54.1 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 21Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4623Total number of unique words is 156634.9 of words are in the 2000 most common words48.3 of words are in the 5000 most common words54.6 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 22Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4532Total number of unique words is 169432.8 of words are in the 2000 most common words45.3 of words are in the 5000 most common words52.7 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 23Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4679Total number of unique words is 147337.9 of words are in the 2000 most common words49.5 of words are in the 5000 most common words55.2 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 24Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4658Total number of unique words is 155535.0 of words are in the 2000 most common words49.1 of words are in the 5000 most common words56.3 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 25Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4518Total number of unique words is 156834.0 of words are in the 2000 most common words48.3 of words are in the 5000 most common words54.7 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 26Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4681Total number of unique words is 155738.3 of words are in the 2000 most common words51.8 of words are in the 5000 most common words58.2 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 27Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4657Total number of unique words is 155736.4 of words are in the 2000 most common words48.3 of words are in the 5000 most common words54.9 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 28Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4664Total number of unique words is 156936.2 of words are in the 2000 most common words48.9 of words are in the 5000 most common words55.1 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 29Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4701Total number of unique words is 145334.7 of words are in the 2000 most common words49.0 of words are in the 5000 most common words54.6 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 30Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4522Total number of unique words is 152838.3 of words are in the 2000 most common words50.9 of words are in the 5000 most common words57.2 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 31Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4767Total number of unique words is 164334.5 of words are in the 2000 most common words48.2 of words are in the 5000 most common words55.0 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 32Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4696Total number of unique words is 146337.7 of words are in the 2000 most common words50.2 of words are in the 5000 most common words55.6 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 33Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4663Total number of unique words is 161535.2 of words are in the 2000 most common words48.0 of words are in the 5000 most common words54.6 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 34Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4641Total number of unique words is 154435.4 of words are in the 2000 most common words50.0 of words are in the 5000 most common words56.1 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 35Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4573Total number of unique words is 155235.7 of words are in the 2000 most common words49.6 of words are in the 5000 most common words56.0 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 36Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 4750Total number of unique words is 153934.9 of words are in the 2000 most common words48.7 of words are in the 5000 most common words54.7 of words are in the 8000 most common words
- Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 37Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.Total number of words is 2956Total number of unique words is 108639.4 of words are in the 2000 most common words52.7 of words are in the 5000 most common words58.7 of words are in the 8000 most common words