Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 09

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sus arcas más veces que la obra original del ingenio, ¿se podrá exigir
de una empresa que sacrifique sus caudales generosamente en beneficio
del buen gusto, que tan pocos representantes tiene entre nosotros para
agradecérselo? ¿Podremos pedirle que recompense más lo que menos le
produce? Un delirio fuera exigir semejantes sacrificios.
El público es, pues, la primera causa del abatimiento de nuestra
escena. Lo repetimos á voces: _instrucción_, _educación_ para este
público; instrucción sana, sí, religiosa, morigerada, pero instrucción
en fin. Los enemigos de la instrucción la han querido pintar siempre
como perjudicial: ciertamente si es mal dirigida es un puñal en manos
de un niño. Pero cuando está fundada en la religión, en la virtud y
en la verdadera sabiduría, entonces no puede ser más que un bien para
todos; entonces sólo puede conducir al hombre á conocer sus verdaderos
intereses en sociedad, puesto que no puede vivir de otra manera. Si
el interés de un hombre puede estar tal cual vez momentáneamente en
contradicción con el bien en general, á la larga el interés de todos
los hombres está en la virtud, en el orden. Esto es lo que sólo puede
enseñar una sólida instrucción, que no se quede á medio camino:
estamos seguros de que el interés es el gran móvil del hombre; toda
la dificultad está en hacerle conocer cuál es su verdadero interés.
Esto se lo proporciona la sólida instrucción, que es la única de que
hablamos: en este caso ésta será en todo y por todo para el hombre el
manantial de su felicidad.
Cuando el público verdaderamente instruido y educado conozca y
aprecie todas las bellezas de las obras de imaginación, cuando su
orgullo nacional, despertado de nuevo, le haga exigir de los ingenios
originales trabajos dignos de consideración, á los cuales puedan
ligarse recuerdos patrióticos, cuando esté en el camino del buen
gusto, entonces él mismo formará á los actores, porque él es sólo
quien puede formarlos. Entonces los autores escribirán con placer, los
actores representarán con perfección, y las empresas recompensarán con
generosidad. Entonces el mismo círculo vicioso, establecido en el día
para el mal, se establecerá para el bien.
Ahora bien, si el público y su falta de instrucción es la primera causa
del daño, ¿quién ha de instruirle? 1.º. Causas que no son de nuestra
inspección; 2.º á falta ó en cooperación de éstas, los autores. Sí,
estamos enredados en un verdadero laberinto de círculos viciosos; es
preciso para salir de ellos que rompa alguno por medio: es preciso que
alguno empiece sacrificando algo. ¡Unos por otros están las mejoras
sin hacer! ¿Quién deberá, quién estará más obligado á dar principio
á esta grande obra? Lo repetimos claramente, los poetas. Los que
saben más tienen de ello más obligación. Los hombres de talento, los
hombres extraordinarios[16] han sido los que en todas las naciones
han dado siempre los primeros este primer impulso; por una parte los
periódicos con su imparcialidad, por otro los autores con sus obras. La
naturaleza, al concederles el inmenso privilegio de su superioridad,
la incalculable influencia que ejerce el talento sobre el común de los
hombres, no les dió arma tan poderosa para volverla contra sus altos
fines, sino para contribuir al bien de la humanidad, para abrirle los
primeros el camino. Esta obligación sagrada es la que no pueden echar
en olvido sin cubrirse de ignorancia y de culpabilidad. Los hombres de
talento son los que empiezan á instruir las naciones. ¿No tendremos
ninguno entre nosotros? Salgan, pues, si los hay, y conquisten con su
generosidad y su mérito el premio y el tributo de consideración que
se les niega. ¡Triste verdad! Verdad es que necesitan algún apoyo.
Empero verdad no hay más que hasta cierto punto. Mil caminos hay; si el
más ancho, si el más recto no está expedito, ¿para qué es el talento?
Tome los rodeos, y cumpla con su alta misión. En ninguna época, por
desastrada que sea, faltarán materias para el hombre de talento; si no
las tiene todas á su disposición, tendrá algunas. _¡No se puede decir!
¡No se puede hacer!_ Miserables efugios, tristes pretextos de nuestra
pereza. ¿Son dobles los esfuerzos que se necesitan? Hacerlos. Doble
será el premio que los espere, mayor la gloria que los corone. ¡Oh si
nosotros pudiéramos lisonjearnos de ese talento superior! ni un momento
vacilaríamos. Desgraciadamente no alcanzan nuestras fuerzas sino á
decir verdades; si alcanzasen para remediarlas, no seríamos los últimos
á dar el paso vencedor.
Hagan los poetas obras de mérito; el público las aprecia poco al
principio; redoblen sus esfuerzos, y hagan ostentación de constancia,
mañana las apreciará, y pasado mañana no podrá pasar sin ellas. ¿Ó
pretendemos que antes de hacer nada nos traigan á nuestra casa la
corona de la victoria? ¿Todo lo ha de hacer la protección? Haga algo
el mérito, y obligará á que se le proteja. _¡No me protegen!_ clama
la medianía. ¿Dónde está el mérito, pues, para protegerle? ¿Dónde
los autores? ¿Dónde las obras[17]? ¿Quién le ha de proteger, si no
existe, ó existe envilecido? Salgamos primero nosotros de nuestro
envilecimiento y nos protegerán. Hagamos las obras y los protectores.
Obliguémosles á que nos protejan, y nos lo deberemos todo á nosotros
solos.
Cuando los poetas y la instrucción hayan formado el gusto del público,
cuando éste haya formado á los actores, todos juntos formarán á las
empresas, obligándolas á recompensar, porque entonces el mérito podrá
imponerles la ley. Éste es el camino, el que estamos obligados á tomar,
por lo mismo que no tenemos otro más cómodo ni más expedito.

Hecho esto, todavía quedarán por vencer algunos obstáculos, sin
cuyo desvanecimiento aún les ha de costar trabajo á las empresas de
teatros recompensar dignamente el mérito de cada uno en el grado que
se merezca, y sostener este primer entusiasmo. Además, si al paso que
los poetas hiciesen un esfuerzo tan heroico encontrasen algún auxilio
superior, ¡cuánto más fácil y halagüeño sería el logro de nuestros
deseos! Recordaremos, pues, ligeramente los demás medios que pueden
contribuir á facilitar la prosperidad de los teatros, después de los
dos agentes principales que dejamos indicados.
Pedimos en primer lugar para los poetas, sin miedo de parecer
exigentes, lo que sólo ellos no tienen en la sociedad: el derecho de
propiedad. «Repartiéronse mis vestiduras, y sobre mi túnica echaron
suertes», puede exclamar el poeta con mucha razón, si se nos permite
mezclar esta expresión sagrada entre nuestras habladurías.
En un país en donde las letras han sido casi siempre el recurso del
que no ha tenido otro, y donde ha sido tan escasa la gloria que han
alcanzado, parece que el premio debiera haber sido mayor; más por
desgracia no han recibido ni premio[18] ni consideración.
Ya en otro lugar dejamos enumerados algunos de los trabajos que esperan
al vate en su aventurada carrera: efectivamente en ocasiones se le
disputa hasta el derecho de ensayar y repartir sus papeles á los
actores que más le convengan, que de todo hemos visto. Apláudese en
fin. ¿Cómo se paga? ¿Quién valúa la cosa vendida? Sólo el comprador.
¿Cómo la premia? Á su arbitrio. ¿Se sabe lo que vale una comedia? ¿Se
deduce su valor de lo que cuesta y de lo que produce? ¿Puede nunca
reconocer el poeta más juez capaz de valuar su talento que el público
bueno ó malo para quien escribe, ó el mismo gobierno asesorado de los
inteligentes que para ello crea necesarios?
¿Puede oirse en paciencia que se hayan pagado de una vez con mil ó dos
mil reales comedias que han producido por espacio de muchísimos años,
que producen todavía y que producirán, Dios sabe hasta cuándo, tesoros
á las empresas?
Nuestro ilustrado gobierno, que siempre ha manifestado en esta parte
los mejores deseos, persuadido de la exactitud de estas reflexiones
ú otras semejantes, conoció que el talento es una propiedad como
otra cualquiera, y de mejor ley; propiedad que debe producir á su
dueño en relación de su mérito. Con el objeto, pues, de desterrar tan
ignominiosos abusos se formó y publicó en el año 1807, á propuesta del
Exc.^{mo} ayuntamiento, cuyo celo hemos tenido ya ocasión de alabar
en otra parte, un reglamento de teatros. En él se establecía el modo
de pagar de una manera justa y equitativa. Un tanto por ciento era el
premio establecido para las obras originales; de esta manera guardaba
una proporción exacta con el mérito de la obra y con las facultades
de la empresa, pues sólo pagaba ésta mucho cuando ganaba mucho.
Desgraciadamente este reglamento se puede contar en el número de las
cosas mandadas, pero no de las cumplidas, y nos hallamos en el año
32 peor que en el año 7; contratiempo y atraso debido tal vez á la
sucesión de revoluciones que han afligido desde aquella época nuestro
desventurado país.
No para aquí el desprecio de la propiedad. Los teatros de provincia
se creen autorizados, representada una vez una comedia en Madrid, á
sustraer copias fraudulentas, y á representarla en todas partes, muy
persuadidos de que los autores no tienen derecho alguno á impedírselo,
y clamando con la fábula: _¡Para mí los crió la Providencia!_ En el
mismo reglamento, que tenemos á la vista, se establecía que los tales
teatros pagasen al autor con arreglo á sus facultades, ni más ni menos
que los de Madrid. Pero claman los actores: _¡La costumbre es ley!_
Bien haya la costumbre; podrá ser así, en cuyo caso no sospecho por qué
han de ahorcar á los ladrones, siendo una costumbre tan antigua la de
robar. En ese caso no se podrá corregir jamás ningún mal inveterado.
¡Mal haya si entendemos de qué manera una mala costumbre puede llegar á
ser una buena ley! Pues porque es costumbre es preciso abolirla, que á
no serlo excusáramos reclamar contra ello. Los abusos que existen son
los que se han de desterrar, pues los que no existen no hay para qué.
Al llegar á este punto oímos á las empresas clamar: «¿Pagar más á los
poetas, ni á los autores, ni á nadie? ¡Imposible! Si estamos...».
Lo sabemos, señores empresarios, y aquí entramos en otro abuso. Hemos
pedido para los poetas la justicia que puede animarlos en sus tareas.
Pidamos ahora para las empresas lo que de derecho les corresponde.
Apenas se pueden creer las cargas espantosas que sobre los infelices
teatros gravitan. Dejemos á un lado un número considerable de
asientos de todas clases que están obligados á dar de balde por otra
costumbre tan de ley y tan buena como la que llevamos arriba citada;
no hablemos de algunas consideraciones que con toda clase de gentes
tienen que guardar; concretémonos á decir que pasan de cuatrocientos
mil reales las sumas que en metálico tienen que satisfacer anualmente
á un sinnúmero de establecimientos. Y para que no se crea que nuestra
maledicencia ó nuestra parcialidad nos hacen hablar, copiemos aquí el
artículo 3.º del capítulo 12, título 2.º del reglamento, propuesto
por un ayuntamiento celoso, aprobado por un gobierno ilustrado, y
sancionado por un soberano acreedor á nuestra gratitud.
«La junta propondrá á la piedad del rey algún arbitrio para la más
pronta extinción de estas cargas, pues verdaderamente no hay relación
ninguna entre los tres coliseos y los hospitales de Madrid, los
frailes de San Juan de Dios, las niñas de San José y el hospicio
de San Fernando. Éstos son los partícipes de una buena porción de
sus productos, de que procede que los actores sean mal pagados, la
decoración ridícula y mal servida, el vestuario impropio é indecente,
el alumbrado escaso, la música pobre, y el baile pésimo ó nada. De aquí
que los poetas, los artistas, los compositores que trabajan para la
escena sean ruinmente recompensados, y por lo mismo se vean en ella las
heces del ingenio. De aquí, finalmente, la mayor parte de la decadencia
y lastimoso atraso de nuestros espectáculos».
¿Qué pudiéramos nosotros añadir á tan enérgico período? Pedimos, pues,
para las empresas que se les desembarace de obstáculos y respetos
inoportunos el camino de su especulación; que manden en lo suyo, como
únicos dueños, mientras tengan las empresas. Esto bastará á dar al
teatro un impulso incalculable. Entonces las empresas, desembarazadas
y libres en sus operaciones, marcarán cada día con una mejora,
recompensarán mejor á los actores, mezquinamente pagados, y á los
poetas, de ninguna manera premiados.
Nada hemos dicho de las mejoras que caben en los actores, porque este
mal ya promete quedar en gran parte remediado. El establecimiento de
una escuela dramática dirigida por dos de nuestros mejores actores,
bajo la inmediata protección de una reina que tanto bien ha venido á
hacer á nuestro país, nos hace concebir esperanzas lisonjeras. Hasta
ahora se ha creído que bastaba con tener memoria ó apuntador para ser
cómico, y aun cómicos hemos conocido que por no saber leer se hacían
leer por otros sus papeles para aprenderlos. ¿Dígannos si gentes de
esta especie son las que pueden verter en la escena las bellezas que no
saben ni leer, ni apreciar, y tomar, nuevos Proteos, la forma de todos
los caracteres y genios posibles, y enseñar los buenos modales y las
buenas costumbres? Nadie necesita hacer estudios más prolijos de la
historia del hombre y del corazón humano si ha de ponerse la máscara de
todas las pasiones, la apariencia de todas las épocas: nadie necesita
tener mejor educación que un actor si ha de ser en las tablas modelo de
ella.
¡Qué de pequeños obstáculos podríamos citar aún si nos lo permitiesen
los límites que en nuestros folletos nos hemos impuesto! ¡Qué de cosas
nos dejamos por decir! Bastaría sin embargo para obviar todos estos
pequeños obstáculos que pasamos en silencio, la realización de las
mejoras principales que hemos propuesto, y nosotros nos tendríamos con
eso solo por muy felices. Desgraciadamente nuestras ideas pasarán como
otras muchas que se dicen continuamente y no se oyen. Verdad es que son
cosas que no se pueden acabar en un día, pero son cosas que nunca se
verán acabadas si no se empiezan alguna vez.
Fórmese, pues, el público; y si otras causas no concurren, como es
de desear, á esta instrucción general tan necesaria, tomen sobre sí
los que escriben para él tan ardua empresa: más generosos que hasta
ahora, no doblen la cerviz al mal gusto: den la ley, y no la reciban.
Reconózcase la propiedad, y séalo el talento; descárguense los teatros
de las inmensas cargas que los abruman; mejórense los actores, y
prémiense generosamente. Vigile una censura juiciosa para que nuestra
religión y nuestras leyes sean respetadas de los escritores, pero sin
oponer obstáculos jamás á la representación de las obras inocentes.
Entonces, nosotros lo afirmamos, entonces tendremos teatro español,
entonces el suelo de los Lopes y Calderones, de los Tirsos y los
Moretos, volverá á retoñar ingenios; entonces citaremos con orgullo una
literatura nuestra y una diversión racional que tienen todos los países
cultos, y que nosotros hasta ahora hemos dejado perecer al poderoso
influjo de una infinidad de concausas ominosas.
Cuando empezamos nuestro número dijimos que creíamos que no se podía
presentar ocasión más favorable para exponer á la luz del día estas
ideas; ahora al concluirle añadimos que no pudiera ofrecerse mejor
coyuntura para lograr su verificación. Nuestra reina, á quien tanto
tenemos ya que agradecer, es quien nos inspira esta confianza: su
protección decidida á todo lo bueno, un mes glorioso que puede contar
más grandezas que tres siglos anteriores, cosas tan grandes que con
sólo quererlas ha llevado á cabo, nos hacen esperar que esta reforma
que proponemos, y que ofrece tantas dificultades menos, se deberá
también algún día á su benéfico impulso.
En el ínterin nos contentamos con desearlo, y poner todos los medios
que están á nuestro alcance para cooperar á tan grande obra, y
concluimos como concluía don Gutierre de Cárdenas el parecer que dió á
don Fernando el Católico.
«Éste, señor, es mi parecer: si acertado, sean á Dios las gracias; si
contra el vuestro, merece perdón mi lealtad: lo que vos determináredes,
eso será lo mejor y más acertado».
_El Bachiller._

NOTAS:
[16] Si esta verdad grandiosa necesitase pruebas, citaríamos solamente
el nombre de Moratín. ¿Qué revolución hizo en nuestro teatro? Más había
que mejorar que en el día. Por eso, después de él, pueden arrostrar las
mejoras que faltan hombres que no sean Moratines, puesto que no sería
fácil encontrar muchos en cada siglo.
[17] Ya en otro lugar hemos dicho que no contamos por nada una ó dos
excepciones.
[18] Con gran dolor nuestro nos obliga el propio argumento de nuestro
artículo á prescindir un momento de la gloria en favor del vil interés.
Mucho tiempo hemos considerado si deberíamos hacer mérito del interés.
Ciertamente que en un poema épico sería un pobrísimo episodio, y en una
oda estaría tan mal colocado como el hospital en las Delicias. Pero
en un papelucho de poco lucimiento y de menos provecho, en boca de un
Hablador y de un Pobrecito, nos parece que está tan perfectamente _como
una pedrada en el ojo de un boticario_, y no ignora el vulgo, en cuya
boca anda este caritativo refrán, la exactitud de nuestra comparación.
Maguer que pobrecitos bien traslucimos que los poetas que más gloria
han alcanzado han comido, y no se nos diga que ésta es una paradoja. No
pocas veces se complacía Homero en la descripción de los más suculentos
banquetes; Horacio se burla amargamente de un mal convite. De nuestro
Cervantes juramos que escribió con más que mediana hambre y apetito el
capítulo de las bodas de Camacho. No hablemos de Anacreonte y de todos
sus discípulos, porque sabido es que éstos han trocado siempre por una
gota del zumo del Liéo todo el jugo que puede dar el arbusto de Dafne.
Sabemos cuánto apreciaba nuestro Villegas el ruido de las castañas y el
buen aloque, y en qué consideración tenía Baltasar de Alcázar la oronda
morcilla, que nunca le dejó acabar su cuento. En fin, de los poetas
bucólicos sabremos decir que no ha habido uno que no haya encumbrado á
las nubes la dulce miel y la blanca leche. Así pues, sostendremos á la
faz de los partidarios de la aérea fama póstuma, á quienes parezca mal
la ruin dirección que toman nuestras habladurías, que si los grandes
poetas no han escrito para comer, á lo menos han comido para escribir.

* * * * *


CARTA DE ANDRÉS NIPORESAS AL BACHILLER

Mi querido bachiller: todas tus cartas he recibido, y no he contestado
á ninguna, merced á esta pereza del país que nos tiene á todos poco
menos que dormidos; pero como quiera que me preguntes varias cosas que
te puede ser de alguna satisfacción saber, iréte contestando parte
por parte, ó como pueda, que ya sabes que en punto á coordinar mis
ideas no soy fuerte, y en punto á expresarlas, soy flojo. En cambio
de las buenas prendas lógicas y oratorias que me faltan, encontrarás
en mí una buena fe á prueba del siglo XIX, más que mediana inocencia,
sana intención, y lo que vale más que todo, un respeto, que te ha de
asombrar, á todas las cosas, y un miedo, que habrás de conocer por muy
saludable, á todas las personas.
Pongo párrafo aparte para elogiarte mi desconfianza, porque lo
merece: ésta es tal, que desde pequeñito dieron en llamarme por apodo
_Niporesas_; apodo que pasó á ser apellido, así como hay apellidos que
pasan á ser apodos. Todo el mal de mi desconfianza está en vivir yo más
de lo pasado que en lo presente: es el caso que he sido tonto, lo cual
no es poca fortuna, porque hay otros que lo son todavía, y muchísimos
que lo serán hasta que se mueran; he sido tonto, es decir, que me han
engañado muchas veces: de aquí procede que en el día estoy reducido
á no creer más que en Dios, porque en cuanto á creer en los hombres
me voy con muchísimo tiento. Dejemos esto aquí, porque la materia es
resbaladiza, y no quisiera que dieran tormento á lo que escribo.
Mucho me agrada cuanto me dices acerca de las Batuecas; son
efectivamente muchas las ventajas que llevan á otros países, como dices
muy bien en tus números, no sé cuántos, que esto es material: al fin es
mi país, y tengo en eso fundada mi vanidad, aunque no hay un motivo.
Convengo sobre todo contigo (núm. 6.º) en que á los batuecos no les
falta más que hablar, que es precisamente lo mismo que suele decir un
amigo mío de cierto sujeto que tú conoces, que es tonto y feo, y además
pícaro, y un si es no es tartamudo.
Me parece con todo eso que este país promete; no ha mucho tiempo que
hubiera creído, si yo hubiera sido capaz de creer, como llevo dicho,
que á la vuelta de un par de siglos ya no habría batuecos sobre la
superficie de la tierra: en este supuesto pudieras haber arrojado por
la ventana tu recado de escribir, porque hubiera llegado el caso de que
tus desmedidas alabanzas hubieran venido á ser inoportunas; pero como
acaso las volvamos presto á merecer, porque eso está en la posibilidad
de las vicisitudes humanas, y todo se puede esperar de nuestro buen
natural, te aconsejo que no borres todavía las Batuecas de tu mapa.
Te doy la enhorabuena porque ya te han abierto las universidades;
quiero decir que dejarás de ser autor para volver á tus estudios.
Al fin te va en ello lo que va de ser tonto á no serlo, y lo que va
de bachiller á licenciado ó doctor, porque supongo que te graduarás
inmediatamente, cesando de escribir folleticos que no valen lo que
pesan, que te pueden pesar más de lo que te valen[19].
Me preguntas del estado de mi familia: voy á informarte como pueda de
la suerte de cada uno.
Antoñito está de enhorabuena: le concedieron la gracia de capitán
con sueldo y todo, por los méritos de su padre, que hace ya lo menos
cuatro años que está sirviendo á S.M. con cuarenta mil reales: con
estos méritos le han hecho esta gracia al niño. Me alegraría que le
vieras tan mono como está con sus dos charreteritas y su espadita, que
parece un juguete. ¿Qué quieres? ¡En esa edad! ¡Ocho años! Nos llena
la casa de pajaritas de papel; dice que son los enemigos, les corta
la cabeza, y es una risa todo el día con él. Ya puede un criado no
servirle pronto; le da un palo, lo cual nos hace mucha gracia á todos,
y nunca se le olvida decirle que tiene qué sé yo cuántos miles reales
de sueldo. Su madre se le come á besos. Es de advertir que el señor
capitán está ya en medianos, y muy adelantado en la gramática, de donde
inferimos todos que ha de ser un gran militar.
También está Miguel de enhorabuena, porque le han hecho nada menos
que teniente: verdad es que llevaba cuarenta y dos años de servicio,
con haberse hallado en todos los encuentros de importancia que ha
habido en ese tiempo, haber estado dos veces prisionero, y tener diez
y siete heridas, y un ojo de menos. ¿Pero qué es eso comparado con
una tenencia? Ello es que le han premiado ya, y está que brinca de
gozo. Él pretende pasar al regimiento donde es capitán Antoñito, todo
por el placer de estar juntos. ¡Como son parientes! Y como le quiere
tanto, suele decir que aunque teniente, de buena gana le enseñaría á
ser capitán. No se puede negar que tiene Miguel un alma excelente.
Como el otro es un chico, no hay duda en que podría aprovechar algunas
leccioncillas de su tío.
Á Juanito le hicieron joven de lenguas: con este motivo ha tomado
maestro de francés, y aun dice que le tomará de inglés, porque eso sí,
aunque ya esté colocado, es muy racional y no se desdeña de aprender:
dice que no parece bien en un joven de lenguas no saber ninguna, en lo
cual tiene alguna razón, y manifiesta ser muy despejado. Su fortuna le
ha valido, porque se susurra que pretendían la plaza seis muchachos de
mucho provecho, pero como dicen, no tenían hambre. Amigo, que se la
busquen de otra manera, que no todos han de ser jóvenes de lenguas.
Frasco, á quien conoces, ha tenido más desgracia. Solicitó una plaza
de vista de no sé dónde: entregó el memorial tal como á las cuatro
y cuarto, porque supo que á las cuatro estaban agonizando al que la
tenía, y aunque en rigor todavía no había muerto, debía de morir de
allí á poco. Pero le dijeron que llegaba tarde, porque ya estaba dada.
_¡Qué prontitud de demonios!_ En vano alegó sus grandes conocimientos
en la materia y la exactitud que tiene acreditada. La plaza de vista se
la dieron á un buen señor, ciego por más señas, ó poco menos: dicen que
se habían compadecido de él porque se veía arruinado de resultas de
una trabacuenta. ¡Cierto que ha sido una caridad! ¡Pobrecillo!
Jorge volvió, como que le cogió la amnistía de medio á medio; pero está
rabiando: quería que le hubiesen devuelto el destino que tenía hace
diez años, es decir, cuando chiquito... Mira tú quien se acuerda ya
ahora de... Es el caso que lo tiene otro.
Julianita hizo una muy buena boda; casó con un joven muy despejado
y rico. Por supuesto que tuvo habilidad para ocultarle que había
tenido un hijo de aquel otro querido que la obsequió cuatro años
(hijo que tiene ocultamente en un colegio). El tal joven tiene una
índole excelente, y se hace querer de toda la familia; está loco con
su boda. Días pasados decía que se atrevía á poner las manos en la
lumbre por la virtud de su mujer; mira tú si es atrevido. Á propósito,
añadía que en su vida se hubiera casado con una viuda, porque él había
buscado siempre una mujer nueva para enseñarla á sentir, y se daba la
enhorabuena de haberlo conseguido.
Me preguntas si he pretendido yo también alguna cosa; voy á
responderte. Yo no pretendo ningún empleo, porque sé que no me lo han
de dar, aunque batueco. Ya me lo han ofrecido muchos, pero nunca ha
cuajado. Ello sí, dicen que soy muy despejado, que cuente con ello,
que espere un poco... Ahora no es el momento oportuno, ni antes lo ha
sido nunca; unas veces he llegado demasiado tarde, y otras demasiado
temprano. Mira tú si soy torpe; no parece sino que estudio con el mismo
Barrabás. Sin embargo, tengo muchos protectores, y como soy útil para
algunas cosas, y me lo aseguran tantas veces, podrá ser que llegue el
caso de creer algún día que me han de dar algo. Más te diré. Á veces
cuando oigo á alguno me lo llego á creer, como que me tengo de salvar,
ayudándome Dios, que es sobre todo, y la penitencia y buena vida que
tengo pensado hacer. Ya ves que en esta parte casi infrinjo el sistema
de mi desconfianza.
Por lo demás no pretendo; pero no dejo de conocer que no hay cosa
como tener oficina y sueldo, que corre siempre ni más ni menos que un
río. Se pone uno malo, ó no se pone; no va á la oficina, y corre la
paga; lee uno allí de balde y al brasero la Gaceta y el Correo, y un
cigarrillo tras otro se llega la hora de salir poco después de entrar.
Si hay en casa un chico de ocho años se le hace meter la cabeza, aunque
no quiera ni sepa todavía la doctrina cristiana, y hételo meritorio.
¿No sirve uno para el caso, ó tiene un enemigo y le quitan de en medio?
Siempre queda un sueldecillo decente, sino por lo que trabaja ahora,
por lo que ha dejado de trabajar antes. Aunque estas razones, capaces
de mover un carro, no me tuviesen harto aficionado de los destinos,
sólo el ser del país me haría gustar de esas gangas tan naturalmente
como gusta el pez de vivir en el agua. Eso de estudiar para otras
carreras, ni está en nuestra naturaleza, ni lo consiente nuestro buen
entendimiento, que no ha menester de semejantes ayudas para saber de
todo.
Otras ventajillas de los empleos se pudieran citar; hay unos por
ejemplo, en que se manejan intereses y hay sobrantes... Da uno cuentas,
ó no las da, ó las da á su modo. No que á mi esto me parezca mal;
no, señor. Á quien Dios se la dió, san Pedro se la bendiga. Algunos
te dicen á eso que no tiene gracia que á cada mano por donde pasan
aquellos ríos se le pegue siempre algo. Á eso pregunto yo si es posible
que llegue el caso de que no se le pegue nunca á nadie. Ello es que hay
cosas de suyo pegajosas, y si te arrimas mucho á un pellejo de miel,
por fuerza te has de untar, sin que esto sea en ninguna manera culpa
tuya, sino de la miel que de suyo unta.
Otros empleillos hay como el que tenía un amigo de mi padre: contaba
este tal veinte mil reales de sueldo, y cuarenta mil más que calculaba
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