Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 06

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Pues deja, que ya atruenan las sonoras
Campanas y cañones. ¿Por ventura
Públicas fiestas hay? ¡Bien! Las canoras
Liras se templen, porque el tiempo apura.
Versos haya en las próximas funciones.
Versos vomite el vate con premura[4].
Ya el resplandor de innúmeros hachones,
Que confunden la noche con el día,
Nos deslumbra en ventanas y balcones.
Y no es nada la pública alegría,
Ni es la función magnífica y completa
Si el vate no aumentó la algarabía.
Fulmine la _Tertulia_ á la _Luneta_
En papeles azules y encarnados
Las lisonjas del mísero poeta;
Como suelen llover santos pintados,
Concluida la cuaresma, en aleluyas,
Que arrebatan los chicos á puñados.
Ni te excuses, Andrés, ni le arguyas,
Ni al viento vuelvas para huir la proa;
No han de valerte las razones tuyas;
Que habrá quien luego la opinión te roa,
Si no haces de la noche á la mañana
Un himno por lo menos, ó una loa.
Salga el Pirene con figura humana,
Y la España, en el diálogo terciando
La coronada villa mantuana,
Y aparezca el Olimpo relumbrando,
Y hablen Mercurio, Júpiter, Minerva,
Que es cosa nunca vista; y todo el bando
De la usada alegórica caterva,
Mas que á todos nos tenga bien molidos
Esa canalla idólatra y proterva.
Mas oye, que ya zumba en mis oídos
El rumor de los versos que á millares
Por las troneras bajan impelidos.
_Atruena el bronce los inmensos mares_,
El vate empezará de circunstancias,
_Y leventa su frente Manzanares_.
Y acaso entre metáforas más rancias,
_Salve_ ó _salud_, continuará diciendo,
Y una oda embutirá de extravagancias.
Á Febo en ella invocará, fingiendo
Modestia y miedo, porque su _arpa de oro
Templada nunca estuvo al son tremendo_.
Sin olvidar aquello de _decoro_,
_Y de la Iberia sol, luciente estrella,
Y puebla en viento y su cantar sonoro_;
Tal confusión atarugando en ella,
_De contento, de gloria, de esperanza,
De aurora, de horizonte y de centella,_
_De dicha y de ventura y bienandanza,
Del Iris de la paz, de corazones,
De discordia apagada y de venganza_;
Que no habrá quien entienda dos renglones,
Si antes, para espantar al diablo oscuro,
Diez conjuros no le echa y bendiciones.
¿Yo he de hacer un soneto, estruendo puro?
¿Yo he de alabar en versos de hojarasca
Al soberano, Andrés? No; te lo Juro.
No haya función, si quieren, sin tarasca;
Mas sé alabar yo poco: soy sincero.
La lisonja en las fauces se me estaca.
No porque al rey ¡pardiez! no amo y venero;
Me estimo ¡vive Dios! tan buen vasallo
Como cualquier poeta chapucero.
Mas no mis fuerzas suficientes hallo,
Y para no aturdirle con sandeces,
Le amo en silencio, le respeto y callo.
Pero si alguna, en fin, de tantas veces
Le hubiere de ensalzar, echando afuera
Sesquipedales voces y vejeces,
Ya que indigna y humilde no creyera
De tan excelso honor el _arpa_ mía,
«Buen rey, en versos claros le dijera;
Ese aplauso que escuchas y alegría,
De gratitud son muestras generosas,
Que hasta el trono, Señor, tu pueblo envía;
Tu pueblo, que con lágrimas copiosas
De antiguas glorias los recuerdos tristes
Llora, y por cuyo bien nunca reposas.
Tú á la España benéfico infundistes
Nuevo aliento, Señor; tú á glorias nuevas
Con tu noble tesón la dispusistes.
Y acaso tornarán. Ilustres pruebas
Responden de tu amor por todas partes;
Tú con las ciencias hasta el cielo elevas
El esplendor hermoso de las artes;
Dasles hogar[5], y premios y laureles
Á sus alumnos tímidos repartes.
Tú un santuario sublime á los Apeles[6],
Á los Zeuxis de España consagrando,
Y á sus Fidias también y Praxiteles[7],
Para la patria en él irás formando
Canos, Murillos, cuya falta llora,
Émulos dignos del romúleo bando;
Tú á la dulce armonía halagadora
Digna escuela ofreciste[8]. Tú levantas
Con tu pródiga mano bienhechora
Nuevo templo á las musas[9]. ¡Oh! de cuántas
Naciones envidiado, que descuella
Mayor grandeza entre grandezas tantas.
Tú al Terencio español la honra más bella,
La recompensa das más esplendente,
Que nunca pudo ambicionar su estrella[10].
Tú eternos monumentos, reverente
Y justo, á Temis erigiste[11]. El oro
Tú al seno de la patria nuevamente
Le arrancas[12]; que la América el tesoro
No rinde á la metrópoli en tributo,
Triste ocasión de nuestra afrenta y lloro.
En llanto apenas del colono enjuto,
Pueblos enteros á tu impulso nacen,
Que en gozo truecan el dolor y el luto[13].
La honra perdida y crédito renacen[14];
No hay para ti costoso sacrificio,
Que á tu voz los estorbos se deshacen.
Para siempre aniquilas el suplicio
Que holló la noble dignidad del hombre[15].
Cada aurora un reciente beneficio
Viene en los pechos á grabar tu nombre.
¿Quién los dirá?... ¡En sus páginas la historia
Quizá á tus hijos con su cuento asombre!
Esto es mejor, buen rey, que una victoria.
¡Plegue al cielo, Señor, de tu reinado
Hacer eterna la naciente gloria!».
Esto entre tanto vate adocenado
Ni uno jamás le dijo. Así le hablara,
Si mi numen á tanto fuera osado.
Que es mi alabanza, cuanto justa, clara,
Sin enturbiar las ondas del Pactolo,
Ni el curso blando de la fuente avara,
Sin llamar en mi auxilio al rubio Apolo,
Ni andarme por los cielos tras las musas,
Para decir verdades basto solo.
Que eso de echarse, Andrés, en mil confusas
Y altisonantes voces sin sentido
Á buscar por las nubes garatusas,
Y amontonar á tientas de seguido
Sin salir del eterno formulario,
Que ni es del ensalzado apetecido,
Encomio sobre encomio mercenario,
Más que incensar á un hombre generoso
Es tirarle á la cara el incensario.
Mejor como el de Aguino vigoroso,
En levantar diviértome una ampolla
Con cada verso al necio y al vicioso;
El estruendo dejando y la bambolla
Del estro metafórico afectado
Al que ha de echar sus versos en la olla.
Ni pido, ni ambiciono: bien hallado
Me estoy con esa honesta medianía,
En que es independiente el hombre honrado.
Ni he menester para atacar un día,
Como es feudo, á mi rey, que el oro suyo
Descienda á desatar la lengua mía.
Mas reniego de ti, si el numen tuyo,
Andrés, á todo viento se menea,
Y que eres torpe adulador concluyo.
¿Versos al que en la cuna bambonea?
¿Y al que vive más versos y al que muere?...
¡Mal haya quien los haga y quien los lea!
Yo quiero por mi parte, si acudiere
Á importunar al Dios que nos inspira,
Para versos que un necio me pidiere,
Que airado el numen de la torpe lira
Rompa las cuerdas que mi indigna vena
Vendiere á la lisonja ó la mentira.
Y contento seré si en justa pena
De la verdad hollada que desdeño,
Á que nunca la diga me condena.
Consiento en que, mirándome con ceño
La musa airada, que mi fuego aviva,
Mis versos den, á quien los viere, sueño.
Quiero, en fin, que por pena me prescriba
Un moderno Calígula, en mi mengua,
Que aquellos versos que adulando escriba,
Borre yo mismo con mi propia lengua.

[Ilustración]
NOTAS:
[4] Nada hay más justo ni más plausible que un ayuntamiento que en
nombre de la población que representa, agradecida, festeja dignamente
á su monarca; nada más laudable que un poeta que pulsa dignamente
la lira en honor de su soberano; pero nada más impertinente tampoco
que el graznido desapacible de mil aves importunas que se atraviesan
á perturbar el contento público con sus desconcertados chirridos. Á
un soberano sólo se deben rendir homenajes dignos de su majestad.
Así, pues, sólo son objeto de nuestra sátira los _malos versos de
circunstancias_. Quien quiera ver en ella otra cosa, traspasará nuestra
idea. Sabemos que de todo se puede hacer mal uso: el espadero hace la
espada para defensa de los derechos de la sociedad, y el asesino la
convierte en daño de esa misma sociedad. El mal no está en el artífice
ni en la espada, sino en el asesino. Así la malicia nunca estaría en
nosotros, sino en el malicioso. El que ciertas cosas quiera volver en
mal capaz será de envenenar el aire que respiramos. ¡Gloria, pues,
al soberano! ¡Gloria á la corporación ilustre que sabe festejarle
dignamente cuando la ocasión se presenta! ¡Odio eterno á los malos
versos que vienen á deslucir tan justos sentimientos!
[5] Conservatorio de Artes.
[6] Museo de Pinturas.
[7] Museo de Escultura.
[8] Conservatorio de Música.
[9] Teatro de la plaza de Oriente.
[10] La excelente edición de las obras del señor Moratín, hecha á costa
de S.M.
[11] El Código de comercio ya planteado, y el criminal mandado hacer
por S.M.
[12] La dirección de minas y protección á este ramo.
[13] La reedificación casi entera de varios pueblos arruinados por los
terremotos, ejecutada durante el reinado de S.M.
[14] El crédito restablecido en el interior y en el extranjero.
[15] La derogación de la pena de horca. Mucho nos dejamos por decir
en esta materia; pero ni este género de poesía lo consiente, ni somos
historiadores. Basta esta corta muestra para que nunca se nos pueda
atribuir una mala intención que no tenemos, y para que se vea hasta qué
punto llevamos el rigor de la verdad.


TEATROS
¿QUIÉN ES POR ACÁ EL AUTOR DE UNA COMEDIA?

ARTÍCULO SEGUNDO
EL DERECHO DE PROPIEDAD
«Veo que ya no es tenido por sabio
sino aquel que sabe arte lucrativa de
pecunia... Veo los ladrones muy honrados...
todo lleno de fe rompida y traiciones,
todo lleno de amor de dinero».
_Luis Mejía_

¿Qué cosa es el derecho de propiedad? Si nosotros no lo decimos, ¿quién
lo dirá? Y si ninguno lo dice, ¿quién lo sabrá? Y si ninguno lo sabe,
¿quién lo remediará?
Ya la fama esparció de provincia en provincia, de pueblo en pueblo, la
gloria del nuevo alumno de las _nueve_, ya el importante y anhelado
voto del ilustrado público coronó sus sienes con la hoja inmarcesible,
resonaron los aplausos, vertió el _ingenio_ lágrimas de alegría, y ya
va á gozar del premio de sus tareas.
Piénsalo así á lo menos el desdichado; pero no sabe que ha escogido
mala palestra para triunfar y que en este juego, como en el ganapierde,
el que gana es el que da más á comer. Si su modestia y su mala ventura
quiso que retardase acaso la publicación de su obra, levantarase
una mañana y le dará en los ojos el anuncio de ella, ya impresa y
puesta en venta, que andará bizmando las esquinas de la capital. Algún
librero de... de dónde no es justo decir, le ha hecho el obsequio de
imprimírsela en muy mal papel, con pésimo carácter de letra, estropeado
el texto original y sin pedirle licencia. Así corren impresas muchas de
ellas, y esto se hace pública y libremente.
No comprendemos en realidad por qué ha de ser un autor dueño de su
comedia; verdad es que en la sociedad parece á primera vista que cada
cual debe ser dueño de lo suyo; pero esto no se entiende de ninguna
manera con los poetas. Éste es un animal que ha nacido como la mona
para divertir gratuitamente á los demás, y sus cosas no son suyas,
sino del primero que topa con ellas y se las adjudica. ¡Buena razón es
que el pobre hombre haya hecho su comedia para que sea suya! ¡Lindo
donaire! Dios crió al poeta para el librero, como el ratón para el
gato, y caminando sobre este supuesto, que nadie nos podrá negar,
es cosa clara que el impresor que tal hace cumple con su instinto,
desempeña una obra meritoria, y si no gana el cielo, gana el dinero,
que para ciertas conciencias todo es ganar.
Así que, asombrados estamos de la bondad y largueza de aquellos
impresores honrados (que también los hay) que se dignan favorecer al
autor con pedirle su permiso y su comedia, pagarle el precio convenido,
y darla después lícitamente al público; estos deben entender poco ó
nada de achaque de conciencias, porque, ¡cuánto más sencillo y natural
es salirse á caza de comedias, como quien sale á caza de calandrias,
tirar á la bandada, y caiga la que caiga... y rechine con ella la
prensa y rechine el autor!
Nosotros, á fe de poetas, si es que se deja á los poetas que tengan
siquiera fe, ya que tan poca esperanza tienen, les juramos no acudir á
ponerles pleito, porque nunca hemos gustado de cuestiones de nombre, y
tanto se nos da de que sea la divina Astrea la que saque el fruto de
nuestras comedias, como de que sea el librero; con la ventaja para éste
de que siquiera nos da gloria, al paso que la otra sólo nos podría dar
cuidados y las conchas vacías de la ostra que se hubiese engullido.
Hágales pues muy buen provecho á los señores tratantes en libros que
esto hacen, nuestro ingenio, que mientras estemos nosotros aquí no les
ha de faltar modo de vivir á los _murcianos_ de nuestra literatura; y
aun quizá nos demos por muy honrados y contentos.
¡Ojalá tuviesen fin aquí las lacerías del pobre autor! Pero dejando
aparte el vil interés, y entrándonos por los campos de la gloria, ¿qué
elocuente hablador podrá enumerar las tropelías que le quedan por
sufrir al desventurado ingenio en su propia patria? Ved cómo corre su
comedia de teatro en teatro; en todas partes gusta, pero acerquémonos
un poco más. Aquí el corifeo de la compañía la despojó de su título, y
le puso otro, hijo de su capricho, porque, ¿qué entienden los poetas
de poner títulos á sus comedias? Allí otro cacique de aquellos indios
de la _lengua_ le _atajó_ un _parlamento_ ó le suprimió una escena,
porque, ¿qué actor, por mal que represente, no ha de saber mejor que
el mejor poeta dónde han de estar las escenas, y cuán largos han de
ser los parlamentos y los diálogos, y todas estas frioleras del arte,
particularmente si en su vida ha visto un libro, ni estudiado una
palabra? Porque es de advertir que en materia de poesía, el que más
lee y más estudia es el que menos entiende. Y gracias si la cuchilla
de aquel bárbaro victimario no la suprimió entero el papel de un
personaje, aunque fuera el del protagonista, que era el que menos falta
hacía y más fuera estaba de su lugar.
¿Y aun de esta manera mutilada gustó la comedia? Pues en ese caso
no habrá farsa mezquina, ni torpe drama, ni traducción mercenaria á
la cual no se le ponga el nombre del autor una vez aplaudido. Tal
es la despreocupación de los actores de provincia; para ellos todos
los hombres y todos los autores son iguales, y desde el ápice de sus
ficticios tronos ven á todos los mayores ingenios tamaños como menudas
avellanas, y hacen justicia de unos y de otros, y una masa común
de todas sus obras, fundados en que si tal autor no hizo tal obra,
bien pudiera haberla hecho; y en el supremo tribunal de estos nuevos
dispensadores de la fama lo mismo vale un Juan Pérez que un Pedro
Fernández.
Concluyamos pues que el poeta es el único que no es hijo ni padre
tampoco de sus obras. Dedicaos, compañeros, dedicaos á las letras
aprisa; ese es el premio que os espera. Y quejaos siquiera, infelices.
Luego oiréis la turba de gritadores que á la primera queja os ataja.
«¡Qué insolencia! dicen: ¿pues no tiene valor de quejarse? ¿Y esto se
permite? ¡Qué escándalo! ¡Un hombre que reclama lo que es suyo; un loco
que no quiere guardar consideraciones con los necios; un desvergonzado
que dice la verdad en el siglo de la buena educación; un insolente
que se atreve á tener razón! Eso no se dice así, sino de modo que
nadie lo entienda; encerrad á ese hombre que pretende que el talento
sea algo entre nosotros, que no tiene respeto á la injusticia, que...
encerradle, y siga todo como está, y calle el hablador».
Sí, callaremos, gritadores, que gritáis de miedo; callaremos; pero sólo
callaremos _espontáneamente_ cuando _hayamos_ hablado.
* * * * *


FILOLOGÍA

Supuesto que por la lengua pecamos, y que por ella hemos de morir,
no será mucho que dediquemos á este ramo de literatura algunas de
nuestras tareas. Bien se deja conocer que la lengua es para un hablador
lo que el fusil para el soldado; con ella se defiende y con ella mata.
Tengamos pues prevenidas y en el mejor estado posible nuestras armas, y
démosle á este fin un limpioncito de cuando en cuando.
Vayan pues por hoy para los aficionados á discurrir un par de acertijos:
¿Qué entendemos cuando vemos impreso: «El embajador ó ministro tal
cerca de la corte de cual», etc.?
¿Quiere decir que anda al rededor de aquella corte, sin poder nunca
llegar á ella, como andaban las almas de los paganos, cuyas exequias no
se habían celebrado, en torno de la barca del viejo Caronte? ¿ó padecen
los pobres señores el tormento de la garrucha, que, como el lector sabe
mejor que nosotros, consistía en colgar al paciente por los brazos de
suerte que tocasen las puntas de sus pies en el suelo al estirar, pero
sin poder nunca descansarlos en él, precisamente en la misma forma
que dejó suspendido la pundonorosa Maritornes al hidalgo manchego
del agujereado pajar? Nosotros no entendemos de otra manera aquello
de andar _cerca_, y cierto que nos da verdadera lástima y dolor que
unos señores de tal categoría se hallen en tan dificultosa posición.
Líbreseles cuanto antes de aquel tormento, si es que somos cristianos,
y lleguen ya por fin á sus cortes respectivas, y vivan en ellas como en
tiempos de nuestros antepasados, que decían: «El embajador de Francia
en la corte de España», etc. Porque si del que se halla en una corte se
puede decir que está _cerca_ de ella, ¿qué inconveniente habrá en que
digamos que tenemos los ojos cerca de la cara y no en la cara?
No hace mucho tiempo que vimos en la representación de una comedia
titulada _No más mostrador_ la frase siguiente: «Si el _ridículo que
nos hemos echado encima_ no nos hace morir», etc. Y en muchas partes
vemos continuamente repetido este galicismo.
¿Qué cosa es un _ridículo que se echa uno encima_? ¿Se usa en
castellano como sustantivo la voz _ridículo_, ni quiere decir nada
usado de esta manera? Si los jóvenes que se dedican á la literatura
estudiasen más nuestros poetas antiguos, en vez de traducir tanto y
tan mal, sabrían mejor su lengua, se aficionarían más de ella, no la
embutirían de expresiones exóticas no necesarias, y serían más celosos
del honor nacional.
_El bachiller_
* * * * *


CARTA SEGUNDA ESCRITA Á ANDRÉS
POR EL MISMO BACHILLER

¡Qué país, Andrés, el de las Batuecas! ¡Cuánto no promete! ¿De
mi amistad exiges que siga poniendo en tu noticia lo que de este
extraordinario suelo pueda alcanzar á tener? ¿Gustóte mi primera
epístola? Juro en buena hora mi honor, y ya sabes que este juramento es
en estos tiempos y en las Batuecas cosa seria y sagrada, juro por mi
honor, digo, que no tengo de parar hasta que tanto sepas en la materia
como yo.
De poco te asombras, querido amigo: nada es lo que he dicho en
comparación de lo que me queda que decir. Te dije que no se leía ni
se escribía. ¿Cuál será tu asombro y tu placer cuando te pruebe que
tampoco se habla? ¿No puedes concebir que llegue á tanto la moderación
de este inculto país? ¿Y por eso le llaman inculto? ¡Hombres injustos!
Llamáis á la prudencia miedo, á la moderación apocamiento, á la
humildad ignorancia. Á toda virtud habéis dado el nombre de un vicio.
¿Puede haber nada más hermoso ni más pacífico que un país en que no
se habla? Ciertamente que no, y por lo menos nada puede haber más
silencioso. Aquí nada se habla, nada se dice, nada se oye.
¿Y no se habla, me dirás, porque no hay quien oiga, ó no se oye porque
no hay quien hable? Cuestión es ésa que dejaremos para otro día, si
bien cuestiones andan en esos mundos decididas, acreditadas y creídas
más paradójicas que ésta. Empero conténtate por ahora con saber que
no se habla: costumbre antigua tan admitida en el país, que para ella
sola tienen un refrán que dice: «Al buen callar llaman Sancho»; y no
necesito decirte la autoridad que tiene en las Batuecas un refrán, y
más un refrán tan claro como este.
Llégome á una concurrencia. «Buenos días, don Prudencio; ¿qué hay de
nuevo?--Tsí, calle usted, me dice con un dedo en los labios.--¿Que
calle?--Tsí; y se vuelve á mirar en derredor.--Hombre, si yo no pienso
decir nada malo.--No importa, calle usted. ¿Ve usted aquel embozado
que escucha?... Es un esp... un sop...--¡Ah!--Que vive de eso.--¿Y se
vive de eso en las Batuecas?--Ése es un hombre que vive de lo que otros
hablan, y como ese hay muchos; así que todos estamos reducidos aquí
á no hablar; mírenos usted oscuramente envueltos en nuestras capas,
hablando por dentro del embozo, desconfiando de nuestros padres y
nuestros hermanos... Parece que hemos cometido todos ó vamos á cometer
algún delito.. Imite usted nuestro ejemplo, que en ello le va más de
lo que le parece».
¿Hay cosa más rara? ¡Un hombre que vive de lo que otros hablan! ¿Y
dicen que los batuecos no son industriosos para vivir?...
* * * * *
Va á edificarse un monumento que podrá dar gloria á las Batuecas;
el plan es colosal, la idea magnífica, la ejecución asombrosa; pero
hay un defecto, un defecto también colosal: me apresuro: yo le haré
conocer, yo le haré desaparecer. «Señor don Timoteo, traigo un
artículo para usted: insértemele usted en su miscelánea.--¡Ah! ¿Esto?
Es imposible.--¡Imposible!». Y me añade al oído: «Usted no sabe que
el sugesto que ha propuesto el plan se llama D.Y.Z.--Bien pudiera
llamarse así ese sugesto y corregirse el defecto.--Pero es pariente
del señor...--¿Y no pudiera seguir siendo su pariente después de
desaparecer el defecto?--Cierto; no me entiende usted; es mal enemigo,
y no me atrevo á insertarlo».
¡Oh inagotable capítulo de las consideraciones! Por todos lados adonde
nos volvamos para marchar encontramos con la pared. ¡Qué de elogios no
merece esta noble moderación, este respeto á las personas que pueden
entre los batuecos!
Encuéntrome con un escritor público. «Señor bachiller, ¿qué le parecen
á usted mis escritos?--Hombre, me parece que no hay nada que pedirles,
porque nada tienen.--¡Siempre ha de decir usted cosas!...--¡Y usted
nunca ha de decir cosas! ¿Por qué no fulmina usted el anatema de la
crítica contra ciertas obras que inundan?--¡Ay, amigo! Los autores han
descubierto el gran secreto para que no les critiquen sus obras. Zurcen
un libro. ¿Son vaciedades? No importa. ¿Para qué son las dedicatorias?
Buscan un nombre ilustre, encabezan con él su mamotreto, dicen que se
lo dedican, aunque nadie sepa lo que quiere decir eso de dedicar un
libro que uno hace á otro que nada tiene de común con el tal libro, y
con este talismán caminan seguros de ofensas ajenas. Ampáranse como los
niños en las faldas de mamá para que papá no los pegue. ¿Por qué no
pinta usted el desorden de nuestras costumbres y de nuestras...--¡Ah!
¿No conoce usted el país? ¿Yo satírico? ¡Si tuviera el vulgo la torpeza
de entender las cosas como se dicen! Pero es tanta la penetración de
estos batuecos, que adivinan el original del retrato que usted no ha
hecho. Dice usted que es ridículo el ser un _calzonazos_; y que es un
pobre hombre todo Juan Lanas, y sale un importante de estos que á costa
de tener reputación se conforman con tenerla mala, y exclama á voces:
¡Señores! ¿Saben ustedes quién es ese Juan Lanas de quien habla el
satírico? Ese Juan Lanas soy yo: porque para eso de entender alusiones
no hay hombres como los batuecos.--Hombre, ¿qué ha de ser usted? Si
el autor no le conoce siquiera...--No importa; apuesto mi cabeza á
que soy yo; y os pone un cartel de desafío, y no hay sino dejaros
matar porque él es un necio.--¿Quién es aquella _sultana del Oriente_?
le dicen á usted.--Cualquiera que se halle en ese caso, responde
usted.--¡Picarillo! le reponen; sí, á mí con ésas... Ésa es la X***.
Como si no hubiera más que una en Madrid.--Agregue usted á esto que la
naturaleza reparte sus dones con economía, y dando fuerzas á aquel á
quien negó el talento, corre el satírico gran riesgo en las Batuecas de
que su cabeza se encuentre en el mismo camino de un garrote, encuentro
siempre que puede traer peores consecuencias para la primera que para
el segundo.--Bien, pues no sea usted satírico: sea usted justo no más.
Cuando representan pésimamente una comedia cuando cantan rabiando
una ópera, cuando es la decoración mezquina, ¿por qué no levanta
su voz?--Con gente del teatro nunca se las haya usted. Cervantes lo
dijo. Nunca les falta algún campeón que defenderá su pleito, campeón
formidable. Además es ese un teclado en que no se ve más que el
exterior: nunca se sabe quien le toca; detrás del retablo y de esas
figuritas de pasta de Gaiferos y los moros, debajo del parche de Maese
Pedro está Ginesillo de Pasamonte que los mueve: ¡ay! no tome usted
la defensa de la infeliz Melisendra, no desbarate las figuras, que
si la mona se escapa al tejado, se rompe la ilusión, si destroza las
muñecas, las pagará caras. Ésa es, en fin, materia sagrada, y _nadie
las mueva, que estar no pueda con Roldán á prueba_.--Pero, señor, nunca
se ha ahorcado á nadie por decir que fulano es mal cómico.--Lo que se
ha hecho, señor bachiller, y lo que se hará, mejor se está callado.--Se
reclama, se apela...--Señor Munguía, quiero contarle á usted un
cuentecillo, y es caso ocurrido no ha muchos meses en un lugarcito de
las Batuecas.
«Corríanse un día novillos, y contra la costumbre establecida en esos
pueblos de salir enmaromado el animal, bien como debían andar por el
mundo muchos animales de asta que yo conozco para que no hicieran daño,
hubieron de determinarse á dejarle suelto por las calles. Capeábanle
los mozos alegremente, y fué el caso que uno de ellos, más valentón que
sus compatriotas, en vez de sortear al novillo se dejó sortear por él;
notable equivocación: enganchóle el asta retorcida de la faja que en la
cintura traía, y aun no se sabe cuáles hubieran sido las vicisitudes
del jaque á no haber acudido en su auxilio dos primos suyos, movidos
de aquel impulso natural que todos tenemos de amparar á los que andan
enredados con los animales cornudos. Soltáronle en efecto. Pero como
quiera que los novillos no valgan nada cuando no hacen algunas de las
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