Obras completas de Fígaro, Tomo 1 - 01

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OBRAS COMPLETAS DE FÍGARO

PARÍS.--IMPRIMERIE CHARLES BLOT, RUE BLEUE, 7

[Ilustración: D. MARIANO JOSÉ DE LARRA.]


OBRAS COMPLETAS DE FÍGARO
DON MARIANO JOSÉ DE LARRA

NUEVA EDICIÓN
PRECEDIDA DE LA VIDA DEL AUTOR
Y ADORNADA CON SU RETRATO

TOMO I

PARÍS
LIBRERÍA DE GARNIER HERMANOS
CALLE DES SAINTS-PÈRES, 6
1889


ÍNDICE
DEL TOMO PRIMERO
Pág.
PRÓLOGO 1
VIDA DE DON MARIANO JOSÉ DE LARRA 3
EL POBRECITO HABLADOR.--Dos palabras 25
--Quién es el público, y dónde se le encuentra? 29
--Sátira contra los vicios de la corte 39
--Carta á Andrés 46
--Empeños y desempeños 57
--Sátira contra los malos versos de circunstancias 67
--TEATRO.--¿Quién es por acá el autor de una comedia? 76
--Filología 79
--Carta segunda escrita á Andrés 81
--Manía de citas y de epígrafes 89
--El casarse pronto y mal 92
--El Castellano viejo 100
--Reflexiones acerca del modo de resucitar el teatro español 112
--TEATROS 113
--Carta de Andrés Niporesas al bachiller 126
--Vuelva usted mañana 136
--El mundo todo es máscaras, todo el año es carnaval 147
--Conclusión 160
--Carta última de Andrés Niporesas al bachiller don Juan
Pérez de Munguía 165
--Muerte del Pobrecito Hablador 169
--Carta panegírica de Andrés Niporesas 179
EL DONCEL DE DON ENRIQUE EL DOLIENTE 191
CAPÍTULO I 193
CAPÍTULO II 202
CAPÍTULO III 215
CAPÍTULO IV 230
CAPÍTULO V 244
CAPÍTULO VI 254
CAPÍTULO VII 265
CAPÍTULO VIII 276
CAPÍTULO IX 285
CAPÍTULO X 292
CAPÍTULO XI 302
CAPÍTULO XII 309
CAPÍTULO XIII 315
CAPÍTULO XIV 321
CAPÍTULO XV 326
CAPÍTULO XVI 334
CAPÍTULO XVII 339
CAPÍTULO XVIII 355
CAPÍTULO XIX 363
CAPÍTULO XX 379
CAPÍTULO XXI 380
CAPÍTULO XXII 390
CAPÍTULO XXIII 402
CAPÍTULO XXIV 410
CAPÍTULO XXV 419
CAPÍTULO XXVI 429
CAPÍTULO XXVII 437
CAPÍTULO XXVIII 449
CAPÍTULO XXIX 458
CAPÍTULO XXX 463
CAPÍTULO XXXI 470
CAPÍTULO XXXII 483
CAPÍTULO XXXIII 502
CAPÍTULO XXXIV 507
CAPÍTULO XXXV 519
CAPÍTULO XXXVI 534
CAPÍTULO XXXVII 541
CAPÍTULO XXXVIII 549
CAPÍTULO XXXIX 567
CAPÍTULO XL 579


PRÓLOGO
DE LA EDICIÓN MADRILEÑA DE 1843

De todos los ingenios cuyas obras forman el repertorio de la literatura
española contemporánea, ninguno hay más popular ni más universalmente
apreciado que don Mariano José de Larra. El nombre de Fígaro está
rodeado de una auréola de gloria á que no es fácil que llegue otro
cualquiera escritor de nuestros tiempos. No dejan de existir por
esto literatos de un mérito incontestablemente superior; pero la
especialidad de talento del ilustre autor que acabamos de citar le
señala un lugar aparte en las letras, y que en vano le disputará nadie.
Una revolución política, fecunda, como todas las revoluciones, en
disturbios y trastornos que han alterado esencialmente nuestras
costumbres y nuestros hábitos; una revolución literaria correspondiente
á la primera, que ha producido consecuencias análogas en la esfera
del arte, daban ancho campo á la crítica para que, en nombre de lo
santo y de lo bello, que con tanta frecuencia suelen ser hollados en
las conmociones sociales, hiciese una guerra legítima é incansable á
los excesos de todo linaje, á los desbordes de toda especie, á las
exageraciones de cualquier género. Dos caminos tenía abiertos para
desempeñar su obra, ambos en íntima relación con los dos principios que
se disputan eternamente la naturaleza humana: el de la desvergüenza, el
del ultraje, el de la pasión ciega y atropellada, ó el de la censura
fuerte, pero templada; el del ataque vigoroso, pero circunspecto; el
de la reflexión detenida y profunda. La diatriba y la sátira eran los
dos crisoles literarios por donde había de pasar el nuevo orden de
cosas que pugna por instalarse en nuestra sociedad, y los que habían
de ensayar los hombres según sus respectivas cualidades, al pintar sus
ilusiones desvanecidas, sus esperanzas defraudadas y sus desengaños
realizados.
Fígaro se decidió por el buen camino. Su genio era demasiado grande
para que hiciese la crítica de la sociedad que tenía delante de
los ojos de otra manera que como la han hecho los hombres más
privilegiados, como la hizo Aristófanes, como la hizo Persio, como la
hizo Cervantes. Reunía todas las cualidades á propósito para ello:
talento profundo, experiencia grandísima, y, sobre todo, vigor y
originalidad de estilo. Así es que nadie le ha igualado en la sátira,
si es que merecen el nombre de escritores satíricos aquéllos cuyo
mérito está sólo en zaherir las reputaciones adquiridas y hacer mofa
de las cosas más sagradas. La verdad es que el lugar que Larra dejó
vacante con su prematura y desastrosa muerte no ha sido vuelto á ocupar
todavía.
Era verdaderamente un defecto que, á pesar de la celebridad y del
mérito no desmentidos por nadie del ingenioso Fígaro, no existiese una
colección completa y seguida de sus obras. Todas ellas habían sido á la
verdad impresas en diversas épocas; todas habían tenido ediciones más ó
menos numerosas; pero jamás habían sido dadas á luz en un solo cuerpo
y formando una edición única. Esta falta, originada por las azarosas
circunstancias en que se ha encontrado la España, es la que el editor
propietario de todos los escritos del inmortal crítico ha querido
remediar con aquella que tiene ahora el honor de ofrecer al público, y
en que concurren cuantas condiciones se podían apetecer.

[Ilustración]


VIDA DE DON MARIANO JOSÉ DE LARRA
CONOCIDO VULGARMENTE BAJO EL PSEUDÓNIMO
DE FÍGARO

Muy engañados están los que crean que la vida de don Mariano José de
Larra debe ofrecer grande alimento á la curiosidad y excitar casi el
mismo interés que una novela. Su trágico fin autorizaría para creerlo
así tal vez, si las grandes amarguras que envenenaron su existencia,
y que tanto contribuyeron á aquel, no entrasen en un círculo que al
biógrafo le es imposible traspasar. Los secretos de la familia no
son propiedad de nadie, y esto nos obliga á ser muy circunspectos
tratándose de un hombre cuya carrera pública empezaba apenas en los
momentos en que la muerte le arrebató en la flor de su edad al país á
quien había empezado á dar tan brillantes esperanzas. ¿Qué vicisitudes
podría ofrecer tampoco la vida de un pobre escritor muerto á los
veintiocho años? Su vida literaria es la única que ofrecería algún
interés, y ésta, aunque activa y fecunda sobremanera, está fielmente
reflejada en sus diversas obras. Diremos pues sólo lo preciso para
hacer comprender el carácter de nuestro autor, el espíritu de que
siempre estuvo animado al escribir, y la analogía, el contraste á
veces que uno y otro presentan con sus producciones literarias. Si
su talento tiene puntos de contacto con el genio de Molière y de
Cervantes; si como ellos se consagró á hacer la crítica chistosa, pero
profunda, de la sociedad de su tiempo; si á semejanza de estos grandes
hombres, la sátira fué en sus manos un medio de enseñar tanto como de
divertir, también se les pareció en el triste y fatal destino que pesó
sobre ellos mientras vivieron. ¡Fígaro, aquel Fígaro que aquéllos que
leían sus artículos chispeantes de gracia y festividad se figurarían
probablemente en perpetua risa, no gozó un instante de felicidad y puso
término á sus días con un suicidio! Su persona nos ofrece un ejemplo de
la constante unión, de la íntima alianza, íbamos á decir, que tienen
entre sí el placer y el dolor, la alegría y la tristeza, el bien y el
mal que forman el lote del hombre sobre la tierra.
Don Mariano José de Larra nació en Madrid el 24 de marzo de 1809. Esta
fecha es notable. La invasión francesa, que ha sido sin duda alguna la
primera causa de los trastornos que así en el orden social y político,
como en el orden literario y artístico se han hecho sentir en nuestro
país, estaba entonces en toda su fuerza, y con esta invasión debían
enlazarse de una manera ú otra los destinos de cuantos hombres han
figurado posteriormente en ellos. Mientras una generación ya formada
hacía su aparición en la escena instalando todo un sistema de ideas
nuevas y desconocidas en España, otra que lo había de verificar más
tarde anunciando otros principios que modificasen lo que las primeras
tenían de imperfecto, venía al mundo por primera vez; los hombres de
1812 se encumbraban, y los de 1833 nacían; y Larra, que había de hacer
entre los últimos uno de los más notables papeles, vió la luz durante
esta época. Su infancia no ofreció nada de particular. Crióse en la
casa de la Moneda de esta corte, donde residía su abuelo paterno como
fiel-administrador, y contaba otros parientes entre sus empleados,
en cuyo seno recibió la educación cristiana con que nuestros padres
trataban de suplir la falta de otra más brillante, aunque menos sólida:
la prontitud con que aprendió su catecismo fué el primer indicio que se
tuvo de sus aventajadas disposiciones intelectuales; difícil hubiera
sido sin embargo adivinar el giro que estas debían tomar. Cualquiera
hubiera dicho entonces que el precoz niño sería con el tiempo un gran
teólogo, un eminente jurisconsulto ó un sabio médico, como su padre;
pero nadie hubiese pensado que su gloria consistiría en ser el primer
crítico de nuestra época. ¿Podía concebirse á la sazón que se pudiera
ir más lejos que Moratín?
Luego que sobrevino el año 12, y las tropas francesas abandonaron la
Península, su padre, que era médico de primera clase en el ejército
imperial, hubo de seguirlos á Francia y se llevó á su hijo. Á su
llegada se apresuró á ponerle en un colegio, donde le tuvo hasta el
año de 1817, en que, habiendo vuelto á España, empezó á darle una
educación más seria. Como era un hombre distinguido en su carrera y
de conocimientos más que regulares, le instruyó principalmente en las
ciencias naturales, sin olvidar por esto aquellas lecciones prácticas
de mundo que sólo la experiencia de un padre está en disposición de dar
á su hijo. No se perdió el fruto de esta esmerada enseñanza. El niño
recogía con avidez todas las ideas que le daban; sus progresos eran
rápidos, y su constante aplicación no tenía en ellos menos parte que su
natural talento. El afán que mostraba por el estudio era tan grande,
que odiaba toda clase de juegos; los libros eran su única diversión, y
rara vez dejaba de derramar lágrimas al tener que desprenderse de ellos
para ir á acostarse.
Una circunstancia bien singular obligó sin embargo á su padre á
interrumpir esta educación interior y puramente de familia. Una
circunstancia singular, decimos, porque lo es mucho en efecto que
aquel que más tarde había de manejar con tanta maestría nuestra habla
y burlarse en tono tan festivo de los malos escritores de la misma,
y en especialidad de la nube de traductores que la destrozan sin
piedad alterándola con galicismos no menos opuestos á su espíritu que
á su material estructura: á los nueve años no supiese hablar apenas
el español, ni conociera otro modo mejor de expresarse que la lengua
francesa. Ésta era empero la pura verdad. Habiendo marchado á Francia
desde tan niño y vivido allí encerrado cinco años en uno de sus
colegios, el idioma de este país había llegado á ser nativo para él, y
héchole olvidar casi completamente el castellano. Quiso remediar esta
falta su padre, y al efecto le colocó en el instituto de San Antonio
Abad de esta corte, y en él no sólo se perfeccionó en el conocimiento
de su idioma patrio, sino que estudió la literatura latina y recibió
en todo la excelente educación clásica que han acostumbrado siempre á
dar los padres Escolapios. Excusado es decir que sus adelantos fueron
siempre rápidos; su constante aplicación no se desmintió tampoco, ni
su aborrecimiento á los juegos, por que sus jóvenes compañeros se
desvivían. En lo único que solía entretener sus ratos de ocio, las
veces que no los consagraba á la lectura, era en jugar al ajedrez con
su íntimo amigo el conde de Robles, que simpatizaba con él en gustos
é inclinaciones. Nunca dió motivo para que le castigasen, y en vista
de su poca travesura es seguro que tampoco se hubiera sospechado al
escritor satírico cuyas zumbas habían de hacer una eterna guerra á
todos los vicios y ridículos de la sociedad en el niño que mostraba un
carácter tan pacífico y poco enredador.
Cuando salió del colegio, marchó á Navarra á reunirse con su padre,
que se hallaba á la sazón de médico en la ciudad de Corella. Allá en
el seno de su familia y en la primera época de su juventud, continuó
haciendo la misma vida laboriosa y aplicada que había llevado durante
su niñez. Todas las noches del frío invierno de 1822 á 1823 las pasó
trabajando consagrado al estudio; los ruegos de su madre le obligaban
sólo á retirarse á dormir á una hora muy avanzada; así es que en
aquella temporada tradujo por entero del francés al castellano toda
_la Ilíada_ de Homero y _el Mentor de la juventud_, y escribió además
originalmente una gramática de la lengua española y un cuadro sinóptico
de ella. Tenía sólo trece años de edad cuando compuso estos primeros
trabajos. Pero instándole su padre para que escogiese una carrera, no
tardó en volver á Madrid á perfeccionar su educación, como lo hizo en
efecto estudiando las matemáticas y aprendiendo las lenguas griega,
italiana é inglesa, en lo que invirtió tres años, y pasando en seguida
á la universidad de Valladolid á estudiar filosofía con el objeto de
seguir después la carrera de leyes, á que dió la preferencia.
Matriculóse en efecto nuestro escritor y ganó su primer curso; pero la
suerte había decidido que no llegase á ser nunca jurisconsulto. Cuál
fuése el carácter del acontecimiento que vino á interponerse de repente
en su vida y le apartó de la senda pacífica y normal que había seguido
hasta entonces, es cosa que ignoramos por nuestra parte y nos es así
imposible revelar á nuestros lectores. Este acontecimiento misterioso
parece sin embargo muy cierto, y ejerció una grande influencia sobre
el porvenir de Larra. Su carácter se alteró completamente: de niño
estudioso y amante del saber, pero confiado, vivo y alegre como su
edad requería, se hizo sospechoso, triste y reflexivo como si fuera un
hombre hecho. Una persona muy allegada á nuestro crítico pretende que
sus sentimientos fueron tan profundamente afectados, que ésta fué la
primera vez de su vida que le vió llorar sin consuelo, y aún pretende
que de aquí vienen todas sus desgracias. Lo cierto es que de resultas
se vió obligado, bien á pesar suyo, á abandonar su familia pidiendo
licencia á su padre para continuar sus estudios en la universidad
de Valencia, á la que se trasladó desde Castilla luego que la hubo
obtenido. Á poco de su llegada recibió orden del mismo para venir á
Madrid donde el favor y la influencia de algunos amigos le habían
proporcionado un empleo, y de este modo se vió arrastrado contra su
voluntad á abandonar su carrera.
Un empleo era lo que menos podía convenir á un carácter como el
de nuestro autor. Sentía ya en sí germinar el gran talento que
había de inspirar sus obras posteriores, y no podía resignarse á
enterrarse entre los expedientes de una oficina. Así es que no tardó
en renunciarle; pero entonces nacieron para él otras dificultades.
¿Qué es lo que haría en adelante? ¿Por qué profesión se decidiría?
Habiendo perdido dos años en viajes inútiles, le parecía mal volver
á la universidad; además en este intermedio se había enamorado de la
señorita con quien se casó después, y esta era otra razón para que no
pensase en abandonar la corte. Determinó pues cultivar la profesión más
conforme con su gusto, y se hizo literato.
La literatura, como se sabe, ha sido y es todavía un estado muy poco
lucrativo. En aquel tiempo debía serlo y lo era en efecto mucho menos.
Nuestro escritor se sentía á la verdad con fuerzas para poder vivir
y brillar con él; pero ¿qué es lo que había de escribir en aquella
época? Entonces pesaba el despotismo sobre nuestro país con toda la
estupidez y brutalidad de que dió muestras en sus últimos años. Era
la época en que predicar la ilustración valía tanto como promover un
trastorno revolucionario, y el gobierno miraba ambas cosas con la misma
mala voluntad. Gracias que para entretenimiento y solaz de la gente
ociosa se le permitiese leer los anuncios del _Diario_ y las noticias
de Persia de _la Gaceta_. De todo esto había necesidad sin embargo para
contener á los pícaros liberales que en 1830 habían tenido la osadía
de querer derribar un sistema político impuesto por el extranjero.
Cuando las cosas se encontraban en esta situación, era claro que
poco podía prometerse el escritor cuya ambición literaria tenía que
limitarse á componer una _charada_ en _el Correo_ y que no contaba con
más público que oficiales indefinidos. Tales eran los auspicios con
que Larra entraba en la profesión de las letras, auspicios, ya se echa
de ver, bien poco brillantes y fecundos en esperanzas. Sus primeros
pasos en ella correspondieron en un todo á la nulidad del estado que
acababa de abrazar, y la oda que escribió sobre los terremotos de
Murcia dedicada al comisario general de Cruzada, Varela, _el Duende
satírico_, folleto que don José María Carnerero le hizo suspender,
y otros opúsculos insignificantes, tuvieron tan escaso mérito, que
él mismo no quiso reconocerlos posteriormente por suyos, dejando de
incluirlos en la colección de sus obras. Proporcionáronle sin embargo
estas producciones la ventaja de darle á conocer entre los personajes
más señalados entonces por la protección que daban á las letras y á las
artes. El citado señor Varela le apreciaba sobremanera y le distinguía
en todas las ocasiones. Como amigo particular suyo asistió á la célebre
y suntuosa comida que dió al ilustre Rossini cuando éste vino á Madrid
en compañía del señor Aguado por los años de 1831 á 1832.
Afortunadamente para el porvenir literario de nuestro autor, después de
los memorables acontecimientos de la Granja en setiembre de 1832, la
reina doña María Cristina empuñaba las riendas del gobierno durante la
enfermedad de Fernando VII, é inauguraba su administración con aquella
serie de medidas que hicieron entonces tan popular su administración.
Hacia la misma época (agosto de 1832) empezó á publicar su _Pobrecito
Hablador_ bajo el nombre del bachiller don Juan Pérez de Munguía.
Aprovechándose del cambio que entonces se hizo en la marcha política
del gobierno, desenvolvió en él con cierta libertad la especialidad de
talento que le distinguía. Zahirió sin piedad los abusos introducidos,
las malas costumbres formadas, los funestos hábitos arraigados; la
sociedad, la familia, el individuo, fueron el objeto de su censura
en lo que ofrecían de reprensible y vicioso; hízolo en tono burlesco
y jocoso, pero no perdonó ninguna de las aberraciones más notables
de la vida que se le ofrecían en el camino, ni ninguno de los rasgos
característicos de la miseria terrestre que encontraba al paso. Así es
que su folleto fué acogido del público, siempre dispuesto á simpatizar
con cuantos le hagan reir, con un favor señalado. Preguntábase con
anticipación el día en que saldría uno de los números en que el
bachiller parlanchín acostumbraba reirse con tanta gracia de las cosas
que tenían mal dispuestas contra sí á la mayor parte de las gentes: el
partido liberal, es decir, la masa general de los lectores de aquel
tiempo, empezaba entonces á respirar por primera vez, y no podía menos
de ser muy de su gusto que se hiciese burla de todos los achaques del
mundo, de todas las flaquezas de la naturaleza humana, lo que para
él equivalía á hacerla de todo el sistema político entonces vigente.
Una vez llegada la hora deseada corrían á la librería á arrancarse el
folleto, que se leía y celebraba durante muchos días, y de este modo
iba formándose la popularidad de que más tarde llegó á gozar nuestro
autor. El gobierno supremo no podía ver esto con indiferencia. Á
Calomarde había sucedido Cea en la dirección de los negocios públicos;
pero los antiguos hábitos del absolutismo subsistían en toda su fuerza.
Larra procuraba á la verdad abstenerse de toda expresión de que pudiera
creerse envolvía una censura política; alguna que otra alusión de esta
clase que se encuentra en su obra es tan tímida, tan embozada, que
solo sería capaz de resentirse el poder más desconfiado y sospechoso.
Esto era sin embargo el dominante en aquella época, á pesar de todas
sus pretensiones de ilustración y amor á las luces, y por consiguiente
tardó muy poco en suscitar obstáculos á su publicación por medio de
la censura, especie de guillotina del pensamiento que acababa con las
ideas con la misma celeridad que la guillotina revolucionaria hacía
desaparecer los hombres.
Aquellos á quienes el espectáculo de los excesos (no imposibles de
corregir) á que se ha entregado posteriormente entre nosotros la
imprenta abandonada á sí misma, pudiera haber reconciliado con una
institución tan brutal y tan contraria al espíritu de la civilización
moderna, harían muy bien en leer los diferentes números del _Pobrecito
Hablador_, y decir después si una publicación hasta su punto inocente
debía despertar las iras censorias y ser considerada poco menos que
como subversiva del orden político y social. Ya hemos dicho el cuidado
con que huía nuestro autor de satirizar ninguno de los actos del
gobierno; con igual cautela procedía respecto de las demás críticas
suyas que pudieran creerse dirigidas á persona determinada. Véase un
párrafo en que nuestro autor protesta de no abrigar segunda intención
sobre este punto, y de atender sólo al remedio de los abusos y vicios
que eran objeto de su sátira, sin echar á nadie la culpa de ellos. Este
párrafo está escrito con tanta humildad y sencillez que no podrá menos
de hacer sonreir al pensar en los tiempos en que una salvaguardia de
tal especie era pasaporte indispensable para que los censores dejasen
correr ciertas palabras, de que ni el gobierno ni los particulares
podían darse por ofendidos, gracias á su tono moderado y blando y á
su vago é indeterminado concepto. «No tratamos, decía en una nota del
número 10 del citado folleto, que es uno de los escritos con mayor
libertad, no tratamos de inculpar en modo alguno por los cuadros que
vamos á describir al justo gobierno que tenemos: no hay nación tan bien
gobernada donde no tengan entrada más ó menos abusos, donde el gobierno
más enérgico no pueda ser sorprendido por las arterías y manejos de los
subalternos. Contraria del todo es nuestra idea. Precisamente ahora que
vemos á la cabeza de nuestro gobierno una reina que, de acuerdo con su
augusto esposo, nos conduce rápidamente de mejora en mejora, nosotros,
deseosos de cooperar por todos términos como buenos y sumisos vasallos
á sus benéficas intenciones, nos atrevemos á apuntar en nuestras
habladurías aquellos abusos que desgraciadamente, y por la esencia de
las cosas, han sido siempre en todas partes harto frecuentes, creyendo
que cuando la autoridad protege abiertamente la virtud y el orden,
nunca se la podrá desagradar levantando la voz contra el vicio y el
desorden, y mucho menos si se hacen las críticas generales, embozadas
con la chanza y la ironía, sin aplicaciones de ninguna especie, y
en un folleto, que más tiende á excitar en su lectura alguna ligera
sonrisa, que á gobernar el mundo. Protestamos contra toda alusión, toda
aplicación personal, como en nuestros números anteriores. Sólo hacemos
pinturas de costumbres, no retratos».
Todo esto empero no satisfacía al poder absoluto, según hemos
manifestado, y la especie de reacción política que siguió con Cea
Bermúdez al sistema que proclamó la amnistía y de cuyas resultas el rey
volvió á empuñar las riendas del Estado contribuyó poderosamente á la
intolerancia. Los censores se fueron mostrando cada vez más rigurosos;
las mutilaciones fueron cada día en aumento; á duras penas, y solo
gracias á grandes empeños, pudieron darse á luz los últimos números del
_Pobrecito Hablador_, hasta que con el catorceno se anunció por fin al
público la muerte del bachiller. Larra, cansado de encontrarse, como
decía, con una pared en todas partes, interrumpió su publicación. Esto
pasaba en el mes de marzo de 1833.
Estaba decidido sin embargo que nuestro autor fuera un escritor
satírico de grande influencia, y que no le faltase por lo tanto un
campo bastante vasto para desarrollar su talento. Este campo no
podía ser otro que la política, la ocupación principal de nuestras
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