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Miau - 17

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  el alma. ¡Ah! yo no obsequiaré nunca á esos reptiles con el favor de mis
  miradas. Y á ese tal le he dado yo calor en mi seno, vean ustedes,
  porque él va á mi casa, adula á mi familia, se bebe mi vino, y allí
  parece que nos quiere á todos como hermanos. ¡Valiente bicharraco!... Y
  digo más: digo que Pantoja también tiene algo de culpa, porque le
  permite perder el tiempo en hacer estas porquerías... Todos sus
  mamarrachos los conozco lo mismo que si los hubiera visto, pues Urbanito
  no omitió detalle. Pasa por tonto este chico; pero yo afirmo que tiene
  mucho talento, y lo que es á memoria no hay quien le gane. Díjome
  también que con las iniciales de los títulos de mis cuatro Memorias ha
  compuesto Guillén el mote de Miau, que me aplica en las aleluyas. Yo lo
  acepto. Esa M, esa I, esa A y esa U, son, como el _Inri_, el letrero
  infamante que le pusieron a Cristo en la cruz... Ya que me han
  crucificado entre ladrones, para que todo sea completo, pónganme sobre
  la cabeza esas cuatro letras en que se hace mofa y escarnio de mi gran
  misión.
  
  
  XXXVI
  
  Sevillano y Argüelles, que al principio le habían oído con algo de
  respeto, en cuanto oyeron aquella salida, titubearon entre la compasión
  y la risa, prevaleciendo al fin la primera, que expresó Sevillano en
  esta forma:
  --Hace bien usted en despreciar tales miserias. Nada más repugnante que
  hacer burla de un hombre digno y desgraciado. Aquí me trajeron también
  los muñecos esos; pero no los quise ver... Ahora, si ustedes quieren,
  tomaremos café.
  Entró el mozo con el servicio; Villaamil rehusó cortésmente el obsequio,
  y los otros dos se sentaron para tomar á gusto, en vaso muy colmadito,
  el brebaje aromático que es alegría y consuelo de las oficinas.
  --Pues le he de decir á usted--manifestó el cesante con la serenidad de
  un hombre dueño de sus facultades,--que se vaya usted haciendo á la
  injusticia, que se familiarice con las bofetadas y se acostumbre á la
  idea de ver á ese piojo pasándole por delante. La lógica española no
  puede fallar. El pillo delante del honrado; el ignorante encima del
  entendido; el funcionario probo debajo, siempre debajo. Y agradezca
  usted que en premio de sus servicios no le limpian el comedero... que no
  sé, no sé si sacar también esa consecuencia lógica.
  --Armo un tiberio, créalo usted, lo armo, pero gordo--dijo el _padre de
  familias_ entre sorbo y sorbo.--Como le asciendan antes que á mí, crea
  usted que todo el Colegio de Sordomudos me tendrá que oir.
  --Le oirá y callará, y no habrá más remedio que conformarse. Véase mi
  raciocinio (acercando su silla á las de los bebedores de café). ¿Quién
  le apoya á usted? Nadie; y digo nadie, porque no le apoya ninguna mujer.
  --Eso es verdad,
  --Bueno. Cuando veo un nombramiento absurdo, pregunto: _¿quién es ella?_
  Porque es probado; siempre que una nulidad se sobrepone á un empleado
  útil, ponga usted el oído y escuchará rumor de faldas. ¿Apostamos á que
  sé quién ha pedido el ascenso del cojo? Pues su prima, la viuda del
  comandantón aquel que está en Filipinas, esa tal Enriqueta, frescachona,
  más suelta que las gallinas, de la cual se dice si tuvo que ver ó no
  tuvo que ver con nuestro egregio Director. Ahora, sabiendo á qué
  aldabas se agarra ese morral de Guillén, ayúdenme ustedes á sentir.
  Nada, el amigo Argüelles, con toda su prole arrastras, se quedará
  ladrando de hambre, y el otro ascenderá, y ole morena.
  Sevillano confirmaba con una sonrisa las acres observaciones del
  trastornado Villaamil, que no lo parecía al decir cosas tan á pelo; y el
  _caballero de Felipe IV_ se atusaba sus engrasadas melenas y se retorcía
  el bigote, dándole á la perilla tales tirones, que á poco más se la
  arranca de cuajo.
  --Lo vengo diciendo hace tiempo, ¡cáscaras! Se necesita no tener
  vergüenza para servir á este cabrón del Estado. Y ya que el amigo
  Villaamil está hoy de buena pasta, le diremos una cosa que no sabe.
  ¿Quién recomendó á Víctor Cadalso para que echaran tierra al expediente
  y encimita le encajaran un ascenso?
  --Ello debe de ser cosa de hembras; alguna joven sensible que ande por
  ahí, porque Víctor las atrapa lindamente.
  --Le apoyaron dos Diputados--dijo Sevillano:--hicieron fuerza de vela
  sin conseguir nada, hasta que vino presión por alto...
  --Pero si me ha dicho Ildefonso Cabrera--observó el viejo
  acalorándose--que ese pelele está liado con marquesas, duquesas y cuanta
  señorona hay en la alta sociedad...
  --No haga usted caso, D. Ramón--indicó Argüelles.--Si, después de todo,
  su yerno de usted es un cursi... así como suena, un cursilón. No se ve
  ya un mozo verdaderamente elegante, como los de mi tiempo. Ríase usted
  de todas esas conquistas de Víctor, que no tiene más amparo que el de mi
  vecina. En el principal de mi casa vive un marqués... no me acuerdo del
  título; es valenciano y algo así como Benengeli, algo que suena á
  morisco. Este marqués tiene una tía, dos veces viuda... una criatura,
  como quien dice... Mi mujer, que ya pasó de los cincuenta, asegura que
  estando ella de corto (mi mujer, se entiende), conoció á esa señora en
  Valencia, ya casada. En fin, que los sesenta y pico no hay quien se los
  quite, y aunque debió de ser buena moza, ya no hay pintura que la salve
  ni remiendo que la enderece.
  --Y cuando menos, mi yernecito ha seducido toda esa inocencia.
  --Aguárdese usted. Es cosa pública en Valencia que el tiburón ese se
  enamoriscó de Cadalso, y él... también la quiso, por supuesto, con su
  cuenta y razón. Vinieron juntos á Madrid; enredito allá, enredito aquí.
  Á mí nadie tiene que contármelo, pues le veo en la calle, esperando á la
  abuela, porque los marqueses no le permiten entrar en la casa. Ella sale
  en su coche, muy emperejilada, toda fofa y hueca, con unas témporas así,
  todo postizo, se entiende, y la cara con más pintura que el _Pasmo de
  Sicilia_... Se para en la esquina de Relatores, y allí entra el terror
  de las doncellas y se van qué sé yo adónde... Y me ha contado el lacayo,
  que es vecino mío en el sotabanco de la izquierda, que casi todos los
  días recibe carta la tarasca, y en seguida le larga á su nene tres
  pliegos... El lacayo echa las cartas al correo, y me cuenta lo que dice
  el sobre y las señas... Quiñones, 13, segundo.
  --Si yo me sorprendiera de esto--declaró Villaamil entre risueño y
  desdeñoso,--sería un niño de teta. ¡Y esa fantasma ha venido aquí, al
  templo de la Administración (indignándose), á arrojar sobre el Estado la
  ignominia de sus recomendaciones en favor de un perdis...!
  --No, por aquí no ha parecido, ni lo necesita--apuntó Sevillano.--Con el
  teclado de sus relaciones, mueven ésas todo el Ministerio, sin poner los
  pies en él.
  --Les basta decir una palabrita á cualquier pájaro gordo. Luego descarga
  aquí la nota...
  --De esas que no piden, sino mandan.
  --Á raja tabla... Hágase... Y hecho está, y ole morena,.. No sería malo
  un buen pararrayos para esas chispas, un Ministro de carácter. ¿Pero
  dónde está ese Mesías? (dándose fuerte puñetazo en la rodilla). La
  condenada Administración es una hi de mala hembra con la que no se puede
  tener trato sin deshonrarse... Pero los que tienen hijos, amigo
  Argüelles, ¿qué han de hacer sino prostituirse? Á ver, búsquese usted
  por ahí un felpudito que le ampare. Usted tiene todavía buen ver. Á poco
  que se emperifolle, le salen las conquistas así... y le pica en el
  anzuelo una lamprea con conchas... Animarse, pollo... ¡Pues si yo
  tuviera veinte años menos...!
  Sevillano se reía, y Argüelles se pavoneaba henchido de fatuidad,
  enroscándose aquella birria de bigote pintado... No parecía echar en
  saco roto la exhortación, porque la edad no le había curado de su
  vanidad de Tenorio.
  --Francamente, señores--manifestó con acento de hombre muy
  corrido,--nunca me ha gustado el amor como negocio... El amor por el
  amor. Ni con dinero encima cargo yo con una res como esa de Víctor,
  contemporánea del andar á pie, y que todo lo tiene postizo, todo
  absolutamente, créanme ustedes.
  --¡Fuera remilgos, y á ellas!--dijo Villaamil, á quien le había entrado
  hilaridad nerviosa.--No están los tiempos para hacer _fu_ á nada... Este
  _padre de familias_ es terrible. No le gustan más que las doncellitas
  tiernas.
  --Pues de broma ha dicho usted la verdad. De quince á veinte. Lo demás
  para bobos.
  --¡Vamos, que si le cayera á usted un pimpollo como ese de Víctor!...
  Porque la tal debe de tener guita, y á su vera no hay bolsillo vacío...
  Ahora me explico que mi yerno, cuando se le acabaron los dineros que
  afanó por el enjuague de Consumos, gastaba del capítulo de guerra de
  esa vejancona... ¡Vamos (dándose otro palmetazo en la rodilla), que
  vivimos en una condenada época en que no podemos ni siquiera
  avergonzarnos, porque el estiércol, la condenada costra de estiércol que
  llevamos en la cara nos lo impide!
  Levantóse para salir. Argüelles suspiró y con un gesto despidióse de
  Sevillano, que se puso á trabajar antes de que salieran.
  --Vamos á la oficina--dijo el caballero alguacilado, embozándose en el
  ferreruelo, cogiendo del brazo á su amigo é internándose por los
  pasillos;--que ese mal bicho de Pantoja me chillará si tardo. ¡Qué vida,
  D. Ramón, qué vida!... Y á propósito. ¿No observó usted que mientras
  hablábamos de la señora que protege á Víctor, Sevillano no chistaba? Es
  que también él se calza á una momia... sí... ¿no sabía usted? la viuda
  de aquel Pez y Pizarro que fué Director de Loterías en la Habana, primo
  de nuestro amigo D. Manuel. Eso lo saben hasta los perros... y ella le
  protege, le regala cada dos años su ascensito.
  --¿Qué me dice usted? (parándose y mirándole cara á cara, en una actitud
  propiamente dantesca). Conque Sevillano... Sí; ya decía yo que ese chico
  iba demasiado aprisa. Era yo Jefe de Negociado, cuando entró de
  aspirante con cinco mil...
  Se persignó y siguieron hasta Contribuciones. Pantoja y los demás
  recibieron al sufrido cesante con sobresalto, temerosos de una escena
  como la del día anterior. Pero el anciano les tranquilizó con su
  apacible acento y la serenidad relativa de su rostro. Sin dignarse mirar
  a Guillén, fué á sentarse junto al Jefe, á quien dijo de manos á boca:
  --Hoy me encuentro muy bien, Ventura. He descansado anoche, me despejé,
  y estoy hasta contento, me lo puedes creer, echando chispas de contento.
  --Más vale así, hombre, más vale así--repuso el otro observándole los
  ojos.--¿Qué traes por acá?
  --Nada... la querencia... hoy estoy alegre... ya ves cómo me río
  (riendo). Es posible que hoy venga por última vez, aunque... te lo
  aseguro... me divierte, me divierte esta casa. Se ven aquí cosas que le
  hacen á uno... morir de risa.
  El trabajo concluyó aquel día más pronto que de ordinario, porque era
  día de paga, la fecha venturosa que pone feliz término á las angustias
  del fin de mes, abriendo nueva era de esperanzas. El día de paga hay en
  las salas de aquel falansterio más luz, aire más puro y un no sé qué de
  diáfano y alegre que se mete en los corazones de los infelices
  jornaleros de la Hacienda pública.
  --Hoy os dan la paga--dijo Villaamil á su amigote, suspendiendo aquel
  reir franco y bonachón de que afectado estaba.
  Ya se conocía en el ruido de pisadas, en el sonar de timbres, en el
  movimiento y animación de las oficinas, que había empezado la operación.
  Cesaba el trabajo, se ataban los legajos, eran cerrados los pupitres, y
  las plumas yacían sobre las mesas entre el desorden de los papeles y las
  arenillas que se pegaban á las manos sudorosas. En algunos
  departamentos, los funcionarios acudían, conforme les iban llamando, al
  despacho de los habilitados, que les hacían firmar la nominilla y les
  daban el trigo. En otros, los habilitados mandaban un ordenanza con los
  santos cuartos en una hortera, en plata y billetes chicos, y la
  nominilla. El Jefe de la sección se encargaba de distribuir las raciones
  de metálico y de hacer firmar á cada uno lo que recibía.
  
  
  XXXVII
  
  Es cosa averiguada que cuando Villaamil vió entrar al portero con la
  horterita aquélla, se excitó mucho, acentuando su increíble alegría, y
  expresándola de campechana manera. «¡Anda, anda, qué cara ponéis
  todos!... Aquí está ya el santo advenimiento... la alegría del mes...
  San Garbanzo bendito... ¡Pues apenas vais á echar mal pelo con tantos
  dinerales!...
  Pantoja empezó á repartir. Todos cobraron la paga entera, menos uno de
  los aspirantes, á quien entregó el Jefe el pagaré otorgado á un
  prestamista, diciendo: «Está usted cancelado», y Argüelles recibió un
  tercio no más, por tener retenido lo restante. Cogiólo torciendo el
  gesto, echando la firma en la nominilla con rasgos que declaraban su
  furia; y después, el gran Pantoja se guardó su parte pausada y
  ceremoniosamente, metiendo en su cartera los billetes, y los duros en el
  bolsillo del chaleco, bien estibaditos para que no se cayesen. Villaamil
  no le quitaba ojo mientras duró la operación, y hasta que no desapareció
  la última moneda no dejó de observarle. Le temblaba la mandíbula, le
  bailaban las manos.
  --¿Sales?--dijo á su amigo, levantándose.--Nos iremos de paseo. Yo tengo
  hoy... muy buen humor...¿no ves?... Estoy muy divertido...
  --Yo me quedo un rato más--respondió el _honrado_, que deseaba quitarse
  de encima aquella calamidad.--Tengo que ir un rato á Secretaría.
  --Pues quédate con Dios... Me largo de paseo... Estoy contentísimo... y
  de paso, compraré unas píldoras.
  --¿Píldoras? Te sentarán bien.
  --¡Ya lo creo!... Abur; hasta más ver. Señores, que sea por muchos
  años... Y que aproveche... Yo bueno, gracias...
  En la escalera de anchos peldaños desembocaban, como afluentes que
  engrasan el río principal, las multitudes que á la misma hora chorreaban
  de todas las oficinas. Contribuciones y Propiedades descargaban su
  personal en el piso segundo; descendía la corriente uniéndose luego á la
  numerosa grey de Secretaría, Tesoro y Aduanas. El humano torrente,
  haciendo un ruido de mil demonios de peldaño en peldaño, apenas cabía en
  la escalera, y mezclábanse los pisotones con la charla gozosa y
  chispeante de un día de paga. En los oídos de Villaamil añadíase al
  murmullo inmenso el tintineo de los duros, recién guardados en tanta
  faltriquera. Pensó que el metal de los pesos debía de estar frío aún;
  pero se calentaría pronto al contacto del cuerpo, y aun se derretiría al
  de las necesidades. Al llegar al vasto ingreso que separa del pórtico la
  escalera, veíanse en los patios de derecha ó izquierda afluir las
  muchedumbres de Impuestos, Tesorería y Giro Mutuo, y antes de llegar á
  la calle, las corrientes se confundían. Las capas deslucidas abundaban
  más que los raídos gabanes; pero también los había flamantes, y
  chisteras lustrosas, destacándose entre la muchedumbre de hongos
  chafados y verdinegros. El taconeo ensordecía la casa, y Villaamil oía
  siempre, por cima del rumor de pisadas, aquel tintín de las piezas de
  cinco pesetas. «Hoy--se dijo, echando toda su alma en un suspiro--han
  dado casi toda la paga en duros nuevecitos, y algo en pesetas dobles con
  el cuño de Alfonso».
  Al desaguar la corriente en la calle, iba cesando el ruido, y el
  edificio se quedaba como vacío, solitario, lleno de un polvo espeso
  levantado por las pisadas. Pero aun venían de arriba destacamentos
  rezagados de las multitudes oficinescas. Sumaban entre todos tres mil,
  tres mil pagas de diversa cuantía, que el Estado lanzaba al tráfico
  devolviendo por modo parabólico al contribuyente parte de lo que sin
  piedad le saca. La alegría del cobro, sentimiento característico de la
  humanidad, daba á la caterva aquélla un aspecto simpático y
  tranquilizador. Era sin duda una honrada plebe anodina, curada del
  espanto de las revoluciones, sectaria del orden y la estabilidad, pueblo
  con gabán y sin otra idea política que asegurar y defender la pícara
  olla; proletariado burocrático, lastre de la famosa nave; masa
  resultante de la hibridación del pueblo con la mesocracia, formando el
  cemento que traba y solidifica la arquitectura de las instituciones.
  Embozábase Villaamil en su pañosa para resguardarse del frío callejero,
  cuando le tocaron en el hombro. Volvióse y vió á Cadalso, quien le ayudó
  á asegurar el embozo liándoselo al cuello.
  --¿Qué tiene usted... de qué se ríe usted?
  --Es que... estoy esta tarde muy contento... Á bien que á ti no te
  importa. ¿No puede uno ponerse alegre cuando le da la real gana?
  --Sí... pero... ¿Va usted á casa?
  --Otra cosa que no es de tu incumbencia. ¿Tú adónde vas?
  --Arriba á recoger mi título... Yo también estoy hoy de enhorabuena.
  --¿Te han dado otro ascenso? No me extrañaría. Tienes la sartén por el
  mango. Mira, que te hagan Ministro de una vez; acaba de ponerte el mundo
  por montera antes que se acaben las carcamales.
  --No sea usted guasón. Digo que estoy de enhorabuena, porque me he
  reconciliado con mi hermana Quintina y el salvaje de su marido. Él se
  queda con aquella maldecida casa de Vélez-Málaga que no valía dos higos,
  paga las costas, y yo...
  --Suma y van tres... Otra cosa que á mí me tiene tan sin cuidado como el
  que haya ó no pulgas en la luna. ¿Qué se me da á mí de tu hermana
  Quintina, de Ildefonso, ni de que hagáis ó no cuantas recondenadas paces
  queráis?
  --Es que...
  --Anda, sube, sube pronto y déjame á mí. Porque yo te pregunto: ¿en qué
  cochino bodegón hemos comido juntos? Tú por tu camino, lleno de flores;
  yo por el mío. Si te dijera que con toda tu buena suerte no te envidio
  ni esto... Más quiero honra sin barcos que barcos sin honra. Agur...
  No le dió tiempo á más explicaciones, y asegurándose otra vez el embozo,
  avanzó hacia la calle. Antes de traspasar la puerta, le tiraron de la
  capa, acompañando el tirón de estas palabras amigables:
  --¡Eh, simpático Villaamil, aunque usted no quiera!...
  Urbanito Cucúrbitas, pollancón rubio, ralo de pelo, estirado, zancudo y
  con mucha nuez; semejante á vástago precoz de la raza gallinácea que
  llaman Cochinchina; vestido con elegante traje á cuadros, cuello
  larguísimo, de cucurucho, hongo claro; manos y pies inconmensurables,
  muy limpio y la boca risueña, enseñando hasta los molares, que bien
  podrían llamarse del juicio si alguno tuviera.
  --¡Hola, Urbanito!... ¿Has cobrado tu paga?
  --Sí, aquí la llevo (tocándose el bolsillo y haciendo sonar la plata);
  casi todo en pesetas. Me voy á dar una vuelta por la Castellana.
  --¿En busca de alguna conquistilla?... Hombre feliz... Para ti es el
  mundo. ¡Qué risueño estás! Pues mira; yo también estoy de vena hoy...
  Dime, ¿y tus hermanitos, han cobrado también sus paguillas? Dichosos los
  nenes á quienes el Estado les pone la teta en la boca, ó el biberón. Tú
  harás carrera, Urbanito; yo sostengo que eres muy listo, contra la
  opinión general que te califica de tonto. Aquí el tonto soy yo.
  Merezco, ¿sabes qué?; pues que el Ministro me llame, me haga arrodillar
  en su despacho y me tenga allá tres horas con una coroza de orejas de
  burro... por imbécil, por haberme pasado la vida creyendo en la moral,
  en la justicia y en que se deben nivelar los presupuestos. Merezco que
  me den una carrera en pelo, que me pongan motes infamantes, que me
  llamen _el señor de Miau_, que me hagan aleluyas con versos chabacanos
  para hacer reir hasta á las paredes de la casa... No, si no lo digo en
  son de queja; si ya ves... estoy contento, y me río... me hace una
  gracia atroz mi propia imbecilidad.
  --Mire usted, querido D. Ramón (poniéndole ambas manos en los hombros).
  Yo no he tenido arte ni parte en los monigotes. Confieso que me reí un
  poco cuando Guillén los llevó á mi oficina; no niego que me entró
  tentación de enseñárselos á mi papá, y se los enseñé...
  --Pero si yo no te pido explicaciones, hijo de mi alma.
  --Déjeme acabar... Y mi papá se puso furioso y á poco me pega. Total,
  que enterado Guillén de las cosas que mi papá dijo, salió á espetaperros
  de nuestra oficina, y no ha vuelto á parecer. Yo digo que ello puede
  pasar como broma de un rato. Pero ya sabe usted que le respeto, que me
  parece una tontería juntar las iniciales de sus cuatro Memorias que nada
  significan, para sacar una palabra ridícula y sin sentido.
  --Poco á poco, amiguito (mirándole á los ojos). Á que la palabra _Miau_
  sea una sandez, no tengo nada que objetar; pero no estoy conforme con
  que las cuatro iniciales no encierren una significación profunda...
  --¡Ah!... ¿sí? (suspenso).
  --Porque es preciso ser muy negado ó no tener pizca de buena fe para no
  reconocer y confesar que la M, la I, la A y la U, significan lo
  siguiente: _Mis... Ideas... Abarcan... Universo_.
  --¡Ah!... ya... bien decía yo... Don Ramón, usted debe cuidarse.
  --Si bien no faltará quien sostenga... y yo no me atrevería á
  contradecirlo de plano... quien sostenga, quizás con algún fundamento,
  que las cuatro misteriosas letras rezan esto: _Ministro... I...
  Administrador... Universal_.
  --Pues mire usted, esa interpretación me parece una cosa muy sabia y con
  muchísimo intríngulis.
  --Lo que yo te digo: hay que examinar imparcialmente todas las
  versiones, pues éste dice una cosa, aquél sostiene otra, y no es fácil
  decidir... Yo te aconsejo que lo mires despacio, que lo estudies, pues
  para eso te da el Gobierno un sueldo, sin ir á la oficina más que un
  ratito por la tarde, y eso no todos los días... Y que tus hermanitos lo
  estudien también con el biberón de la nómina en los labios. Adiós;
  memorias á papá. Dile que crucificado yo, por imbécil, en el madero
  afrentoso de la tontería, á él le toca darme la lanzada, y á Montes la
  esponja con hiel y vinagre, en la hora y punto en que yo pronuncie mis
  Cuatro Palabras, diciendo: _Muerte... Infamante... Al... Ungido..._ Esto
  de ungido quiere decir... para que te enteres... _lleno de basura_, ó
  embadurnado todo de materias fétidas y asquerosas, que son el símbolo de
  la zanguanguería, ó llámese principios.
  --Don Ramón... ¿va usted á su casa? ¿quiere que le acompañe? Tomaré un
  coche.
  --No, hijo de mi alma; vete á tu paseíto. Yo me voy _pian pianino_.
  Antes tengo que comprar unas píldoras... aquí en la botica.
  --Pues le acompañaré... y si quiere que veamos antes á un médico...
  --¡Médico! (riendo desaforadamente). Si en mi vida me he sentido más
  sano, más terne... Déjame á mí de médicos. Con estas pildoritas...
  --De veras, ¿no quiere que le acompañe?
  --No, y digo más: te suplico que no lo hagas. Tiene uno sus secretillos,
  y el acto, al parecer insignificante, de comprar tal ó cual medicina,
  puede evocar el pudor. El pudor, chico, aparece donde menos se piensa.
  ¿Qué sabes tú si soy yo un joven, digo, un anciano disoluto? Conque vete
  por tu camino, que yo tomo el de la farmacia. Adiós, niño salado,
  chiquitín del Ministerio, diviértete todo lo que puedas; no vayas á la
  oficina más que á cobrar; haz muchas conquistas; pica siempre muy alto;
  arrímate á las buenas mozas, y cuando te lleven á informar un
  expediente, pon la barbaridad más gorda que se te ocurra... Adiós,
  adiós... Sabes que se te quiere.
  Fuese el pollancón por la calle de Alcalá abajo, y Villaamil, después de
  cerciorarse de que nadie le seguía, tomó en dirección de la Puerta del
  Sol, y antes de llegar á ella, entró en la que llamaba botica; es á
  saber: en la tienda de armas de fuego que hay en el número 3.
  
  
  XXXVIII
  
  Notaban aquellos días doña Pura y su hermana algo desusado en las
  maneras, en el lenguaje y en la conducta del buen Villaamil, que si en
  actos de relativa importancia se mostraba excesivamente perezoso y
  apático, en otros de ningún valor y significación desplegaba brutales
  energías. Tratóse de la boda de Abelarda, de señalar fecha y de fijar
  ciertos puntos á tan gran suceso pertinentes, y el hombre no dijo esta
  boca es mía. Ni la bonita herencia de su futuro yerno (pues ya se había
  llevado Dios al tío notario) le arrancó una sola de aquellas hipérboles
  de entusiasmo que de la boca de doña Pura salían á borbotones. En
  cambio, á cualquier tontería daba Villaamil la importancia de suceso
  transcendente, y por si su mujer cerró la puerta con algún ruido
  (resultado de lo tirantes que tenía los nervios), ó por si le habían
  quitado, para ensortijarse la cabellera, un número de _La
  Correspondencia_, armó un cisco que hubo de durar media mañana.
  También merece notarse que Abelarda acogió la formalización de su boda
  con suma indiferencia, la cual, á los ojos de la primera _Miau_, era
  modestia de hija modosa bien educada, sin más voluntad que la de sus
  padres. Los preparativos, en atención al ahogo de la familia, habían de
  ser muy pobres, casi nulos, limitándose á algunas prendas de ropa
  interior, cuya tela se adquirió con un donativo de Víctor, del cual no
  se dió cuenta á Villaamil para evitar susceptibilidades. Debo advertir
  que desde la escena aquella en las Comendadoras, Víctor apenas paraba en
  la casa. Rarísimas noches entraba á dormir, y comía y almorzaba fuera
  todos los días. Los tertulios de la casa eran los mismos, excepto
  Pantoja y familia, que escaseaban sus visitas, sin que doña Pura
  penetrase la causa de este desvío, y Guillén, que definitivamente se
  eclipsó, muy á gusto de las tres _Miaus_. Las repetidas ausencias de
  Virginia Pantoja motivaron gran atraso en los ensayos de la pieza. Á la
  señorita de la casa se le olvidó en absoluto su papel, y por estas
  razones y por la desgana de fiestas que Pura sentía mientras no se
  resolviera el problema de la colocación de su esposo, fué abandonado el
  proyecto de función teatral.
  Federico Ruiz, consecuente siempre, iba algunos ratos por las tardes,
  pidiendo mil perdones á las _Miaus_ por quitarles su tiempo, pues no
  ignoraba que debían de estar sobre un pie con los preparativos...
  ¡Dichosos preparativos, y cuántos castillos y torres edificó sobre
  cimiento tan frágil la imaginación fecunda de la esposa de Villaamil!...
  Una mañana entró Ruiz muy sofocado, seguido de su mujer, ambos
  despidiendo alegría de sus ojos, ebrios de júbilo, deseando que los
  amigos participaran de su dicha.
  Vengo--dijo él casi sin aliento--á que nos den la enhorabuena. Sé que
  nos quieren y que se alegrarán de verme colocado.
  Tanto Federico como Pepita fueron sucesivamente abrazados por las tres
  _Miaus_. En esto salió de su despacho olfateando alegría el buen
  Villaamil, y antes de que Ruiz tuviera tiempo de embocarle la venturosa
  nueva, le cogió en los brazos, diciéndole:
  --Sea mil y mil veces enhorabuena, queridísimo... Bien merecido lo
  tiene, y muy requetebién ganado.
  --Gracias, muchísimas gracias--dijo Ruiz constreñido en los enormes
  brazos de Villaamil, que apretaba con nerviosa contracción.--Pero, por
  la Virgen Santísima, no me apriete tanto, que me va á ahogar... D.
  Ramón... ¡ay, ay! que me hace añicos...
  --Pero, hombre--dijo Pura á su marido sorprendida y temerosa,--¿qué
  manera de abrazar?
  --Es que...--balbució el cesante--quiero darle un parabién bien dado...
  una enhorabuena de padre y muy señor mío, para que le quede memoria de
  mí y de lo muy contento que estoy por su triunfo. ¿Y qué es ello?
  --Una comisioncilla en Madrid mismo... esa es la ganga... para estudiar
  y proponer mejoras en el estudio de las ciencias naturales... á fin de
  que resulte práctico.
  --¡Oh, cosa buena!... Ni sé cómo no se les había ocurrido antes. ¡Y este
  mísero País vive ignorando cómo se enseñan las ciencias naturales!
  Felizmente, ahora, amigo Ruiz, vamos á salir de dudas... Nuestro sabio
  Gobierno tiene una mano para escoger el personal... Así está la Nación
  reventando de gusto. Pues digo, si tendrá su aquel la comisioncita.
  Golpes de esos bastan á salvar la patria oprimida... En fin, lo celebro
  mucho... Y digo más, Sr. de Ruiz; si usted está de enhorabuena, no lo
  está menos el País, que debe ponerse á tocar las castañuelas al saber
  que tiene quien le estudie eso... ¿verdad? Con su permiso, me vuelvo á
  trabajar. Mil millones de plácemes.
  Sin esperar lo que Federico contestaba á estas expansiones calurosas, el
  buen hombre se metió de rondón en su despacho. Algo extrañó á los
  Ruíces, lo mismo que á las _Miaus_, aquella manera desordenada y
  estrepitosa de dar enhorabuenas; pero disimularon su extrañeza. Fuéronse
  
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