La Esfinge Maragata: Novela - 02

Total number of words is 4595
Total number of unique words is 1817
28.2 of words are in the 2000 most common words
42.0 of words are in the 5000 most common words
50.2 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
—¡Qué había yo de dar, criatura!—prorrumpe con mucho desenfado la
mocita. Luego, baja la voz, y el caballero tiene que inclinar el oído
hacia la boca dulce que secretea:
—En Maragatería, sin contar para nada con los novios, se apalabran las
bodas entre los más próximos parientes de los interesados. Pero, aunque
raras, hay algunas excepciones en esta costumbre; mi padre se enamoró
en la costa y fué muy feliz con una costanera... Por eso no me impone
a mi primo y sólo me ha suplicado que le trate antes de adquirir otras
relaciones.
—¿Y si a usted le gustara?—inquiere todavía el viajero, sin disimular
su interés.
Pero _Mariflor_, dictadora desde la señoría de su belleza, deja dormir
en los ojos la mirada, y murmura:
—¡No es mi ideal un comerciante!...
Muy respetuoso ante el secreto ideal de aquella niña encantadora,
averigua el poeta con cierta inquietud:
—¿Qué profesión prefiere usted en un hombre?
Ella retira con ambas manos los tenebrosos cabellos de su frente, y
contesta devota:
—La de marino.
Parece que detrás de esta confesión ha volado muy lejos el alma
de Florinda a perseguir por remotos mares la silueta romántica de
algún velero audaz: tal es la actitud de arrobo a que la muchacha se
abandona. Mas vuelve al punto de aquella ausencia repentina y une dos
cabos sutiles de una ilusión, muy tenue, en esta pregunta, que la hace
enrojecer:
—¿Ha seguido usted alguna carrera?
Suelto el corazón delante de aquellos inefables rubores, Terán dice:
—Las he seguido todas y ninguna, porque soy poeta, soy novelista:
forjo criaturas y sentimientos, vidas y profesiones; creo almas,
caminos, mares y tierras, mundos y cielos, astros y nubes. Bajo la
exaltación de mi pluma surgen dóciles y palpitantes los seres y las
cosas, lo pasado y lo por venir, lo perecedero y lo infinito; el bien,
el mal, la gracia, el arte, la virtud, el dolor...
Aquel torrente de elocuencia lírica se detiene en un extraño grito
que _Mariflor_ exhala: escuchando estaba el discurso, con los ojos
humedecidos y febriles, subyugada por la vehemencia de aquellas frases
ardientes, cuando, de pronto, un puyazo de luz le dió en la cara y un
tumbo del corazón la obligó a levantarse con el asombro en la boca y en
las pupilas el éxtasis, ante el colosal espectáculo que se ofrecía a
sus ojos en la llanura. Alzóse también el poeta, vuelto con prontitud
hacia donde la niña señalaba, y entrambos, mudos, atónitos, sintieron
en el pecho el golpe de una misma y formidable emoción.
Había ya el tren salvado el espantoso despeñadero que divide las
tierras galaicas y legionenses, el cauce lúgubre y sonoro del aurífero
río, las hoscas breñas fronterizas, los puentes y los túneles de la
Barosa y Paradela; corría el convoy con fuerte resoplido por la ancha
cuenca del Sil, oculta en el fondo de un mar de vapores, fantástico
mar de cuajadas neblinas, donde se embotaban los rayos del naciente
sol. Pugnaba éste por herir y romper las apretadas ondas de la niebla;
resistía la niebla los ímpetus del encendido rey, ahogando entre
impalpables copos los saetazos de su luz... Súbitamente se alzó el
astro rútilo, irguió la frente sobre el cuajado mar y lanzó por encima
de sus ondas una triunfante llamarada; vino entonces un oportuno y
vigoroso cierzo que agitó las nieblas en raudo torbellino, las desgarró
en jirones, las arrastró con furia, bajo la gloria del sol, lo mismo
que un oleaje de sutiles aguas y espumosas crenchas, entre nimbos de
púrpura y de oro, quiméricos y extraños como una aurora boreal. Pero,
al caer un punto el aire, subió la niebla solapadamente; subió dejando
perezosos vellones en las praderas del Sil; hubo un momento en que, a
ras del tren, que dominaba unas alturas, logró alcanzar la niebla al
disco soberano y sofocar su lumbre; pero los haces del incendio solar,
cada vez más agudos y potentes, se cruzaron veloces por la tierra y
por el cielo, hasta coger entre dos llamas al flotante enemigo, el
cual, acorralado, flexible, retorciéndose como el convulso brazo de un
herido titán, fingió partir el sol en dos mitades, en dos hemisferios
resplandecientes. Fué un espectáculo de hermosa y terrible grandeza,
una visión sideral, un alborecer de los primeros días de la creación:
diríase que dos soles gemelos, dos ígneos meteoros, dos astros rivales
ardían entre el cielo y la tierra, prestos a chocar y convertir el
mundo en un caos de lumbres y vapores. Duró sólo un instante, un breve
y peregrino instante; pues todo el denso jirón de la vencida niebla,
perseguido, acosado, ya en el cielo, ya en el monte, sobre las aguas y
las frondas, se evaporó, copo tras copo, pulverizado y sorbido por el
viento y por el sol.





III
DOS CAMINOS

SOBRECOGIDOS por aquel suceso tan extraordinario, y a la vez tan
natural, volvieron el poeta y la niña a entrelazar la mirada y las
confidencias; pero entrambos sentían arder en sus ojos y en sus frases
la llama divina del monstruoso incendio amaneciente, como si con la
tierra y el cielo se hubiesen inflamado también los corazones.
Rogelio Terán al sentarse ahora, había ocupado un sitio al lado de
Florinda, y se inclinaba muy afanoso, derramando la efusión de su verbo
en el absorto oído de la moza. Ella, un poco alarmada, tendió la vista
alrededor del coche, lleno de sol dorado y frío, y se encontró con
los ojos de la abuela, que, destocada en parte, inmóvil y triste, no
parecía sentir curiosidad ninguna por la insuperable pompa de la mañana
ni por la galante actitud del caballero intruso.
Siguiendo Terán el camino a la sonrisa de la joven, hallóse también con
la anciana despierta, y trató a su vez de sonreirla. Mas se quedó el
intento extraviado en aquel semblante impasible, todo arado de arrugas,
turbio y doloroso como el crepúsculo de una raza.
Intervino graciosa _Mariflor_ entre la buena voluntad del artista y el
entorpecimiento de la vieja, explicando con mucho donaire:
—Abuela: este caballero ya es amigo mío; ha viajado con nosotras toda
la noche...
Pero la maragata no entendió aquellas razones elocuentes o no la
convencieron, porque después de un murmullo, entre palabra y suspiro,
permaneció muda y pasiva, como si se le importase un ardite del amigo
viajero. El cual preguntó callandito a la muchacha:
—¿Está sorda?
—Está triste—murmuró ella por toda explicación, temblando igual que
si la hubiera estremecido el roce de unas alas sombrías.
El rubio sol, que sin calentar iluminaba el coche, hizo relucir en los
ojos melados de la viajera dos lágrimas fugaces. Y pasó tan lúgubre el
silencio de aquel minuto sobre la voz quejosa, que la marcha del tren,
recia y veloz, parecía una fuga trágica en la desolación del llano.
Rogelio Terán, cada vez más encendido en la admiración que Florinda le
inspiraba, quiso probar la dulzura de su ingenio en el propósito de
amistarse con la vieja y merecer la solicitud de la moza.
Ya la curiosidad del viajero estaba servida: mediante la franca
elocuencia de _Mariflor_, y auxiliado por la clave del sentimiento
que los poetas conocen, había leído en aquellas dos almas, arredrada
y hermética la una, abierta la otra y confidente en toda la plenitud
de la esperanza y de las ilusiones. Y con el deseo generoso de pagar
en hidalga moneda aquella sorprendida revelación, inclinóse de nuevo
el artista, devoto y vehemente hacia la niña maragata, y le dijo su
historia, sus anhelos, sus peregrinaciones y aventuras: habló con
urgencia, con inquietud, mirando a menudo el reloj, consultando con
avidez los contornos del camino, avaro del momento fugaz que ya no
volvería sintiendo que se apresuraba, en cada ciego avance del convoy,
la hora oscura de separarse de aquella vida nueva y rara, llena de
sugestión para el poeta.
Escuchó _Mariflor_ el fogoso relato crédula y maravillada, con los
ojos vendados de fe y acelerado el corazón por la sorpresa: aquel
señor rubio y fino, tan amable y tan elocuente, que sabía mirar con
una fuerza irresistible y extraña hasta el fondo de los pensamientos;
que elaboraba libros y periódicos; que conocía del mar y de la tierra
sirtes y derroteros, borrascas y rumbos, placeres y dolores, quería ser
amigo de _Mariflor_; quería escribirle muchas cartas, hacer para ella
muchos versos, ir a Valdecruces... ¡Válgame Dios, las cosas que la niña
estaba oyendo y contestando sin saber cómo!
En el apacible rincón del coche había estallado una nube de promesas
y de ruegos, una lluvia de confesiones y de propósitos: la fuente de
la emoción había roto cálida y borbollante en el florido campo de dos
almas juveniles, y el murmullo de las espumas sonaba a la vez con
lastimosas querellas de elegía y alegres modulaciones de epitalamio.
En medio de aquella ardiente prisa por saber y por contar; en aquel
arrebato confuso de sentimientos y de palabras, alzóse de improviso la
figura torpe de la abuela, preguntando con timidez a _Mariflor_:
—¿Tienes hambre?
—¿Hambre?...
La muchacha tardó en traducir a la realidad este «sustantivo común» que
había sacudido el letargo de la anciana, y al cabo de una sonrisa y de
un esfuerzo, contestó ruborosa:
—No, abuela.
Pero la maragata dijo—no sin algunas dificultades, cohibida por
la presencia del caballero—que «era mejor» desayunar antes de la
llegada a Astorga, para emprender desde allí, en seguida, el camino a
Valdecruces.
—¿Es muy largo?—interrogó el poeta, ganoso de trabar conversación con
la anciana. Ella, indiferente al interés del desconocido, tanteaba su
bagaje en busca de alguna cosa. Y respondió Florinda, turbada otra vez
por la visión del misterioso porvenir:
—Es muy largo... Al paso de los mulos, llegaremos a la puesta del sol.
Aquel tono doliente sugirió al artista, con lástima desgarradora, la
imagen de una pobre caravana discurriendo con lentitud en la soledad
gris del páramo...
Ya la silenciosa abuelita había rescatado, al través de envoltorios y
atadijos, unas viandas, que ofreció con finura y cortedad al caballero;
y él, entonces se levantó con mucha diligencia a buscar en su equipaje
otros regalos: eran cosas delicadas, exquisitos fiambres en muy parcas
raciones, dulces envueltos en rutilantes papeles, y una botella cerrada
a tornillo, de la cual vertió café en un vaso, presentándoselo a la
anciana:
—Está caliente, abuelita; bebe un poco—dijo _Mariflor_.
—¿Caliente?—repitió con asombro, mirando muy recelosa el humo que
exhalaba la confortable bebida—. Y ¿quién lo ha calentado?
—Se conserva así en esa botella, que se llama termo; ¿no lo sabías?
La maragata movió la cabeza con incredulidad, y tomó el vasito en la
mano lentamente.
—Bembibre—leyó a este punto la muchacha, mientras el tren se detenía.
Y ambos jóvenes, olvidando a la abuela y al desayuno, se asomaron a
contemplar el frondoso vergel del Vierzo, plácido como un oasis, en el
austero y noble solar de León.
—¡Bravo país de poesía y de leyenda, de amor y de piedad!—exclamó el
artista casi en soliloquio, desbocados en su imaginación membranzas y
pensamientos.
—Yo he leído—murmuró Florinda, también evocadora—una novela que
sucede aquí.
—_¿El señor de Bembibre?_
—Justamente. Es un libro muy hermoso y lastimero, ¿verdad?
—¡No hay hermosura sin lástima!—repuso el mozo, dolorido,
contemplando a su amiga con beatitud.
El tren, que hacía rato se engolfaba entre admirables lindes, lanzóse
otra vez a descubrir mieses y quebraduras, vegas y bosques, maravillas
de paisaje y de vegetación, bajo el cielo cobalto, henchido de luz.
Iba Florinda enlazando con sus propias emociones, memorias tristes de
la bella y desgraciada doña Beatriz de Ossorio, y de su prometido, don
Alvaro Yáñez, tan sin ventura y sin consuelo como la que de amarle
murió, desposada y doncella, en una hora tardía de felicidad... Huyen
las márgenes sinuosas, los castaños y los nogales vides y olivos,
plantas y viveros del Mediodía que este privilegiado rincón leonés
acoge y fecunda delante de las nieves perpetuas. Y a Florinda le parece
escuchar cómo galopa el corcel fogoso donde el señor de Bembibre
lleva en sus brazos a Beatriz, desmayada: las monjas, los abades, los
caballeros del Temple, los religiosos del Cister, la enseña de la
Cruz desplegada al viento en torres y en almenas; todas las imágenes
de pasión, de bravura y de fe que han arraigado los historiadores y
los artistas en el eremítico país del Vierzo, derramaban su romántico
perfume en la imaginación vagabunda de la viajera.
El mismo aroma legendario y bravío sacudió los nervios de Terán,
mientras la corriente de su alma fluía en tumulto, loca y triste
como la quejumbre del viento en noche de tormenta. También el mozo
sintió que en el paisaje se idealizaba toda la fortaleza augusta de
los monasterios insignes y los castillos bizarros, de las mansiones
feudales y las abadías belicosas. Erectas las alas de la fantasía, el
poeta salva puentes y fosos; discurre con peregrinos y frailes, con
reinas penitentes y obispos ermitaños; oye el clamor de las salmodias
anacoretas y de los señoríos en pugna, y asiste, en un minuto, al
reflorecimiento católico y viril de la región dominada por el báculo
monacal y las encomiendas de los Templarios...
Así, al través de una tierra tan propicia al ensueño y al amor,
aquellas dos almas fervorosas, contagiadas de lirismos y de ternuras,
cayeron en la embriaguez de idénticas evocaciones...
Resbalándose bajo la velocidad del convoy, se deslizaba el Vierzo
empapado en bellezas y memorias, fugitivo y rebelde como una ilusión;
y la vieja maragata, con el vaso en la mano todavía, contemplaba muy
confusa al compañero de viaje, después de apurar en furtivos sorbos
hasta la última gota de café. Una mezcla de admiración y de recelo
ponía en el apagado semblante de la anciana, pálida vislumbre de
curiosidad, mientras que en sus labios temblones iniciábase humilde una
frase cortés.
Y así estuvo, paciente, insinuando el ademán de volver el vasito a
manos de su dueño... El dueño y _Mariflor_, cerrando con mutua mirada,
dulce y honda, el paréntesis de sus fantasías, hablaban en el foco
de luz de las vidrieras, ajenos ya al paisaje y al mundo extendido
fuera de sus corazones. En aquel momento la conversación era trivial;
tornaron a ella con azorante prisa, codiciosos de los minutos que
faltaban para que su camino se dividiese en dos, pero sintiendo la
necesidad de poner un discreto disimulo ante sí mismos en el ardor
de aquella simpatía tan nueva y tan ansiosa: por eso las palabras
no tenían el solo significado de su acepción, y férvidas, vibrantes,
teñíanse en matices y fulgores del oculto sentimiento.
—¿Le gustan a usted las novelas?—preguntaba Terán.
—Las novelas y las historias; me gusta mucho leer.
—Yo le mandaré libros.
—¿Los que usted escribe?
—Y otros mejores... ¿Cómo los prefiere?
—De viajes y aventuras; me encanta que en los libros sucedan muchas
cosas: acciones de guerra, lances de mar, procesos...
—¿Y amoríos?
—Sí; pero que terminen en boda—dijo Florinda, y se puso encarnada.
—Desde anoche—murmuró rendido el poeta—vivo yo una hermosa aventura
«de peregrinaje y de amor...» ¿cómo terminará?
La encendida llama de los corazones calentó las mejillas de la muchacha
y los acentos del mozo. Y el quebrantado discurso, halagador y
ardiente, volvió a rodar entre el estrépito fragoroso del tren. Cuando
éste se detuvo en la estación de Torre, quedó rota de nuevo aquella
intimidad, imperativa y fuerte, que a sus mismos mantenedores causaba
confusión y asombro.
Entonces, la pobre abuela, perseverante en su actitud de cortesía, pudo
colocar las palabras y el vaso.
—Muchas gracias—pronunció quedamente, dando al fin vida y rumbo a la
frase y al movimiento que hacía un buen rato preparaba.
_Mariflor_ y su galán sintieron un poco de vergüenza al volverse hacia
la abandonada abuelita, y en prueba de sumisión y desagravio fueron a
sentarse al lado suyo.
El inflamable caballero no había sido tan celoso para amigarse con la
vieja como para conquistar a la niña. Y ahora, impaciente, lamentando
la premura del tiempo, sacudido por un alto impulso de cordialidad
hacia aquella mujer triste y anciana, hubiera deseado poseer algún don
muy valioso para tributárselo en ofrenda devota.
Pródigo y conciliador, no halla dones, ni siquiera palabras, para
abrirse el camino de aquel inválido corazón de abuela, premioso en dar
noticias de sus sensaciones.
En tal incertidumbre quédase el muchacho pensativo y mudo, con el vaso
de aluminio entre los dedos. Y se alza otra vez auxiliadora la voz
amable de Florinda, que repite como un eco del discurso anterior:
—«Abuela, este caballero ya es amigo mío: ha viajado con nosotras toda
la noche...»
El mozo sonríe y la anciana también. Por lo cual, _Mariflor_, muy
satisfecha, apoya un brazo con mimo en el hombro de la abuelita, y
continúa:
—Este señor es un poeta; hace libros... los escribe, ¿comprendes?
—Ya... ya...—susurra la anciana, y sus ojos, grises y mansos, tienen
para el hazañoso doncel un lejano fulgor de admiraciones.
—Nos va a mandar algunos—promete Florinda insinuante—, y yo te los
leeré para divertirte un poco... Este señor—sigue diciendo—anda solo
por el mundo... También su madre se le ha muerto, lo mismo que a mí;
también su padre está en América...
—Será usted de León—asegura con respeto la abuelita, que no concibe
una patria más ilustre.
—Soy montañés, señora; de Villanoble, a la orilla del mar.
Y con grande sorpresa de Florinda, la abuela se estremece y exclama:
—¡Villanoble!... Ya conozco ese pueblo; tiene un seminario muy rico,
una playa muy grande, unas casas muy hermosas... ¡Qué lejos está!
El poeta se entristece, como si al conjuro de la extraña exclamación
el evocado pueblo se alejara, remoto, inabordable. Y la niña pregunta
absorta:
—¿Pero has estado allí?
—Estuve.
—¿Cuándo, abuela?... Yo no lo sabía.
—Hace ya mucho tiempo; no habías nacido tú; un hermano de tu padre,
seminarista, adoleció en Villanoble; ya estaba yo viuda y los otros
hijos ausentes... Tuve que ir por él.
—¿Era uno que se murió del pecho?
—Ese era.
Bajo la pesadumbre de aquella historia, inclinó la anciana su frente,
pálida como la ceniza, y quedóse tan mustia, que ambos jóvenes
guardaron un silencio piadoso, hasta que la muchacha quiso justificar
aquel grave dolor, explicando:
—La abuela tuvo trece hijos y no le quedan más que dos.
—¡Pobre!—compadeció Terán, que adivinaba un mundo oscuro y sublime en
el alma silenciosa de la infeliz mujer.
Una estación, desierta y soleada, quedó tendida frente al coche;
abrióse de improviso la portezuela, y una pareja de la Guardia civil
se asomó en el vano. Irresolutos, misteriosos, los guardias cerraron
sin subir: eran los únicos viajeros que habían tratado de acompañar al
poeta y a las maragatas en todo el camino.
Se lanzó el caballero a registrar su _Guía_ con una precipitación algo
alarmante, y advirtió pesaroso:
—Faltan dos estaciones para Astorga.
Entreabierta en la consulta la escarcela del peregrino, desbordáronse
postales, cartapacios y libretines, toda la bizarra filiación moral
de una juventud errante y laboriosa. Y mientras tanto, _Mariflor_,
apretándose lagotera contra la abuelita, musitaba:
—Este amigo nos escribirá; irá a visitarnos... ¿oyes, abuela?...
¿quieres?
El amigo posó en el regazo de la anciana un montón de postales,
diciendo:
—Hágame el favor de llevarlas, señora, como un recuerdo mío.
Sorprendida por aquellos halagos, no supo ella qué responder, y sonrió,
dejándose engañar como una niña, entre frases conquistadoras y dádivas
pueriles. Parecía feliz en aquel instante; desplegaron sus manos
desmañadas las tarjetas sobre el delantal, y apareciéronse allí copias
de mil tesoros: cuadros y estofas de Toledo, tapices de El Escorial,
fuentes de La Granja, palacios salmantinos, joyas árabes y platerescas,
fragura de paisajes montañeses, delicia de jardines andaluces... un
tumulto de arte y de poderío español. A la maragata le sedujeron,
entre las admirables cartulinas, dos de origen mejicano, iluminadas
en colores, reproduciendo la avenida de Juárez y el palacio de Hernán
Cortés: alzólas en los dedos con admiración preferente, y en seguida,
azorada, vergonzosa, lamentó:
—¡Es lástima; yo no gasto esquelas!... ¡no sé escribir!
—Pero yo sé—dijo, arrulladora, _Mariflor_, deseando aceptar el
recuerdo.
—Guárdalas tú, si el señor se empeña—consintió la abuelita—; y dale
las gracias.
Con los ojos adoradores y solícitos, obedeció la moza, mientras la
vieja logró forzar la dura timidez de su palabra, para decirle al
caballero:
—Si va por Valdecruces, ya sabe que allí tiene una servidora...
—Iré, de seguro—respondió el poeta, deslumbrado por la mirada de
Florinda. En aquellos ojos, dulces y resplandecientes, fulgía la
incertidumbre con interrogación muda.
Cuando iba a despedirse de aquel hombre extraño y amigo para ella,
sentía la muchacha el vago temor de perder la felicidad y la duda de
haberla encontrado.
El mozo, por su parte, se engolfaba en la emoción de aquella hora, sin
detenerse a descifrar misterios, soñando muy de prisa, a sabiendas de
que iba a despertarse pronto.
* * * * *
Y la pobre anciana, tras un senil desbarajuste de ideas en fuga, volvió
a oprimirse el corazón en los rígidos muros de su vida cruel.
Isócrono, maquinal, el tren corría insensible a las inquietudes de
los tres viajeros, y Florinda tuvo que ayudar a su abuela en los
preparativos de la llegada. Al través de los fardos toscos de aquel
equipaje campesino, las manos ágiles de la niña pusieron su gracia y
su finura en arpilleras y capachos, en los múltiples bultos donde la
vieja se llevaba los más vulgares utensilios del hogar fracasado en La
Coruña: cuanto no había podido venderse por usado y maltrecho.
La abuelita contaba, meticulosa y torpe:—Uno, dos, tres—tocando con
la punta del índice cada barjuleta y cada zurrón; y la moza suspiró
con fatiga, como si le abrumara el peso de aquella carga miserable,
delatora de inclemente pobreza.
Se estremecía de compasión Rogelio Terán en el atisbo de aquellos
pormenores: meditándolos estuvo sin saber si admirarse o condolerse de
la rara hermosura de la niña, sin darse cuenta de que no le prestaba
auxilio en el rudo trasiego de alforjas y envoltorios. Cuando acertó a
disculparse, ya _Mariflor_ había terminado su trajín y se colgaba a la
bandolera, sobre el pañuelo floreado y vistoso, un bolsillo elegante
que, entreabierto, exhaló delicadísimo perfume.
—Es de mi traje de señora—dijo la mocita, respondiendo a la visible
extrañeza de Terán—, de mi _equipo de paisana_—subrayó graciosa y
triste.
—Así—le replicó el poeta entusiasmado—parece que el dios ciego ha
ofrecido su carcaj simbólico a la reina de Maragatería...
Y la abuela, en un repente inesperado y brusco, manifestó augural:
—En nuestro país no se admiten reinas. Allí todas las mujeres somos
esclavas.
Volvió Florinda el rostro con angustia hacia el camino, y le pareció
que temblaba el paisaje con un doloroso estremecimiento.
Entraron en la estación de Astorga: los pregones de las clásicas
mantecadas, alguna muestra humilde del traje regional y algún indicio
de tráfico mercantil, daban al andén un poco de carácter y de vida.
En medio de este cuadro indeciso y mediocre, puso _Mariflor_, con su
belleza original y su lujoso vestido, la nota resonante: detrás de
la abuelita, que ya tenía en torno sus bártulos de arriero, saltó la
moza al andén, apoyada en la mano que le ofrecía Terán con trémula
solicitud; y a pleno sol resplandecieron tanto los colores de su traje
y las dulzuras de su rostro, que en todas las ventanillas del tren y en
todo el recinto de la estación inicióse un movimiento de curiosidad.
No tardó este asombro interrogante en romper las fronteras de la
contemplación muda, estallando en requiebros y alabanzas, del lado
del ferrocarril, al borde de estribos y vidrieras, donde la anónima
condición de «viajeros» suele dar a los hombres mucha osadía y harta
libertad.
Como un incienso de apoteosis, envolvió a la gentil maragata la nube de
piropos; y el poeta hubiera deseado coronar el homenaje con un vítor
atronador y lanzar luego por el vasto mundo los ecos de su audacia.
Pero a la vera de Florinda, triunfante y proclamada hermosa, otra
mujer vieja y triste, con igual traje, con igual destino que la joven,
se sumerge en tribulaciones y cuidados en medio de su equipaje ruín.
Y a Terán se le reproduce la visión desoladora del páramo, donde el
viajero no parece hallar término ni alivio a la dureza de la ruta,
como si por ella la vida cruzase extraviada, como si la civilización
se detuviera cobarde y perezosa delante de la tierra hostil, a cuyas
entrañas inclementes sólo manos heroicas de mujer han podido llegar, en
acecho de un fruto esquivo y tardo...
Las arrogancias de la galantería arden en lumbres de misericordia
cuando el poeta se despide de su amiga con suspiradas frases: una
campana y un silbato le devuelven al tren, ya en movimiento, mientras
_Mariflor_ sonríe con la dócil inmovilidad de un retrato alegre.
Y los ojos azules, que ya no reflejan la figura ideal de la maragata,
se tornan añorantes hacia el coche, mudo y vacío como la fábrica de un
sueño...





IV
¡PUEBLOS OLVIDADOS!

UNA maragata de edad indefinible, a quien la abuela llamó _Chosca_,
había conducido tres cabalgaduras hasta la misma estación. Cargóse
en una de ellas lo más voluminoso del bagaje, y aun pudo hallar la
_Chosca_ un punto de asiento y equilibrio en la cima de aquella
balumba, cuyo difícil acomodo entretuvo a la pobre caravana dos horas
largas de talle. Y aunque la abuela se encaramó también sobre los
repliegues de otro monte de fardos, todavía las menudencias de más
fuste hubieron de refugiarse en las alforjas del mulo cebadero, el
mejor de la recua, cedido por agasajo a _Mariflor_.
Todo lo miraba la moza fijamente, con una muda actitud, en que al tenaz
recuerdo de las cosas pasadas se sobreponía el propósito firme de
aprender y gustar las cosas nuevas; mujer y curiosa, joven y perspicaz
por añadidura, sintió, a despecho de sus íntimas inquietudes, una
ansiedad respetuosa y fuerte, que la empujaba hacia la tierra madre,
incógnita y callada como un secreto de lo porvenir. ¡Qué ejemplo más
hermoso para cualquier agudo observador, la bizarría y compostura,
la gravedad y ceremonia con que Florinda Salvadores se allanó, sin
melindres ni repulgos, a todas las veleidades de la suerte, y cambiando
de nombre, de traje y de sendero, montó en un mulo, por primera vez en
su vida, con tanta gentileza y señorío como si la tosca jamuga fuese
el blando cojín de un automóvil! Conformidad y audacia dieron alegre
resolución a la moza; y aun fueron parte a erguirla, serena y apacible
en el misterioso rumbo, cierto soplo sutil de fatalismo que sentía en
el alma y un deseo inconsciente de aventura que se le impacientaba en
la imaginación.
El paso por Astorga tuvo para Florinda rara solemnidad. Quiso la abuela
dar allí algunos recados, hacer algunas compras y cobranzas mediante
papelucos escondidos con minuciosas precauciones en un «cornejal»
de la faltriquera, al amparo de sayales y manteos; a todos estos
menesteres asistía la muchacha desde lo alto de sus jamugas, atisbadora
y vigilante, reflejando en sus pupilas el asombro de la vieja urbe, tan
pobre y tan triste ahora, que ni siquiera guarda los vestigios de su
glorioso ayer.
¡Cuán desolada y yerta la ciudad _Magnífica y Augusta_! ¿Quién dirá
que fué palenque y tribunal de astures, imperial colonia, centro de
vías romanas y baluarte de sus legiones, botín después del bárbaro y
del moro, joya del terrible Almanzor, pleito y disputa de castellanos
y leoneses? Ya no conserva ni las ruinas de los antiguos monumentos;
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - La Esfinge Maragata: Novela - 03
  • Parts
  • La Esfinge Maragata: Novela - 01
    Total number of words is 4526
    Total number of unique words is 1797
    29.4 of words are in the 2000 most common words
    44.5 of words are in the 5000 most common words
    52.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Esfinge Maragata: Novela - 02
    Total number of words is 4595
    Total number of unique words is 1817
    28.2 of words are in the 2000 most common words
    42.0 of words are in the 5000 most common words
    50.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Esfinge Maragata: Novela - 03
    Total number of words is 4627
    Total number of unique words is 1916
    28.9 of words are in the 2000 most common words
    42.4 of words are in the 5000 most common words
    50.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Esfinge Maragata: Novela - 04
    Total number of words is 4580
    Total number of unique words is 1904
    27.9 of words are in the 2000 most common words
    41.8 of words are in the 5000 most common words
    49.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Esfinge Maragata: Novela - 05
    Total number of words is 4594
    Total number of unique words is 1767
    31.3 of words are in the 2000 most common words
    44.5 of words are in the 5000 most common words
    52.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Esfinge Maragata: Novela - 06
    Total number of words is 4594
    Total number of unique words is 1742
    32.5 of words are in the 2000 most common words
    45.3 of words are in the 5000 most common words
    52.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Esfinge Maragata: Novela - 07
    Total number of words is 4646
    Total number of unique words is 1937
    29.9 of words are in the 2000 most common words
    43.8 of words are in the 5000 most common words
    52.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Esfinge Maragata: Novela - 08
    Total number of words is 4593
    Total number of unique words is 1871
    28.8 of words are in the 2000 most common words
    42.4 of words are in the 5000 most common words
    49.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Esfinge Maragata: Novela - 09
    Total number of words is 4485
    Total number of unique words is 1815
    29.5 of words are in the 2000 most common words
    44.2 of words are in the 5000 most common words
    51.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Esfinge Maragata: Novela - 10
    Total number of words is 4592
    Total number of unique words is 1661
    35.2 of words are in the 2000 most common words
    47.9 of words are in the 5000 most common words
    53.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Esfinge Maragata: Novela - 11
    Total number of words is 4617
    Total number of unique words is 1798
    29.5 of words are in the 2000 most common words
    42.1 of words are in the 5000 most common words
    48.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Esfinge Maragata: Novela - 12
    Total number of words is 4562
    Total number of unique words is 1817
    31.7 of words are in the 2000 most common words
    46.6 of words are in the 5000 most common words
    55.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Esfinge Maragata: Novela - 13
    Total number of words is 4535
    Total number of unique words is 1764
    31.7 of words are in the 2000 most common words
    46.4 of words are in the 5000 most common words
    53.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Esfinge Maragata: Novela - 14
    Total number of words is 4428
    Total number of unique words is 1758
    30.2 of words are in the 2000 most common words
    43.4 of words are in the 5000 most common words
    50.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Esfinge Maragata: Novela - 15
    Total number of words is 4495
    Total number of unique words is 1802
    30.9 of words are in the 2000 most common words
    44.3 of words are in the 5000 most common words
    51.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Esfinge Maragata: Novela - 16
    Total number of words is 4558
    Total number of unique words is 1803
    30.5 of words are in the 2000 most common words
    44.4 of words are in the 5000 most common words
    51.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Esfinge Maragata: Novela - 17
    Total number of words is 4506
    Total number of unique words is 1896
    29.6 of words are in the 2000 most common words
    43.7 of words are in the 5000 most common words
    50.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Esfinge Maragata: Novela - 18
    Total number of words is 4556
    Total number of unique words is 1861
    30.3 of words are in the 2000 most common words
    44.0 of words are in the 5000 most common words
    50.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Esfinge Maragata: Novela - 19
    Total number of words is 4527
    Total number of unique words is 1802
    30.0 of words are in the 2000 most common words
    41.4 of words are in the 5000 most common words
    47.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La Esfinge Maragata: Novela - 20
    Total number of words is 1638
    Total number of unique words is 768
    40.4 of words are in the 2000 most common words
    50.4 of words are in the 5000 most common words
    58.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.