La dama joven - 11

Total number of words is 4743
Total number of unique words is 1979
27.0 of words are in the 2000 most common words
41.2 of words are in the 5000 most common words
48.6 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
galanteo, concentrando su atención toda en las imágenes que suavemente
le conducían á los linderos del pasado. Parecíale tomar otra vez
posesión de comarcas de antiguo perdidas, y con ellas recobrar la
sencillez de su puericia venturosa. Allí estaba el San Juan, el amado
discípulo, de rostro lindo y femenil, con su túnica verde, su manto rojo
y sus bucles castaños, que caen como lluvia de flores en derredor de las
impúberes mejillas y de la ebúrnea garganta. Allí la Virgen-Madre,
pálida y orlados los ojos de dolor, tendidos los brazos, cruzadas con
angustia las manos, arrastrando luengos lutos, trucidado por siete
puñales el pecho. Allí la _Verónica_ pía, de arrogante hermosura,
cubierta de galas y preseas, recamado de oro el rico velo de blanquísimo
tisú, turbado el semblante con lástima infinita, presentando el limpio
pañuelo que ha de enjugar el sudor de la sacrosanta Faz. Allí los
verdugos--que en otro tiempo hacían á Diego temblar de horror;--los
sayones, de torvas cataduras y velludas fisonomías, de chatas frentes y
cuerpos color de ocre, ostentando en la cabeza duro capacete ó aplastado
turbante, desnudo el torso, señalando con violentas actitudes la recia
musculatura de sus fornidos brazos, tirando de las sogas ó apretando
amenazadores los iracundos puños. Allí, por último, el Nazareno,
agobiado con el peso de su túnica de terciopelo oscuro, cuajada de
palmas y cenefas de oro y sujeta por grueso cordón de anchos borlones,
macilento y cadavérico el rostro, apenas visible entre los flotantes
rizos de la cabellera y las espirales de la ondeada barba virgen; el
Nazareno triste, de penetrantes ojos y cárdenos labios, de frente donde
se hincan los abrojos de la corona, arrancando denegridas gotas de
sangre. ¡Caso peregrino, en verdad! Conocía Diego al dedillo las reglas
de la estética y las teorías artísticas; sabía de sobra que el arte
condena severo las imágenes llamadas _de vestir_, sancionando las de
bulto, donde el cincel puede revelar la armonía de las formas bajo el
plegado de los paños. Y, no obstante, nunca maravillosa estatua, labrada
en puro mármol pentélico por el artista más insigne de la antigua
Grecia, le causara la honda impresión que aquella imagen, por la
ignorante piedad ataviada, sin tomar en cuenta los preceptos del arte ni
las investigaciones arqueológicas. Tal era la fuerza y viveza de sus
sentimientos ante la efigie, que creía notar en los labios el contacto
de la rígida orla de la túnica; y movido de curiosidad, deseando probar
si algo del hombre de antaño sobrevivía en el de hogaño, miró al
rededor, no fuera que estuviese oculto en los rincones de la capilla
alguien que pudiese soltar la carcajada; y á falta de otro público,
rióse él mismo al poner la boca en la fimbria del traje del Divino
Nazareno. Alzóse, y á manera de disculpa interior, se alegó á sí propio
que también los que en edad varonil vuelven al jardín donde infantes
jugaron, gustan de esconderse en los bosquecillos como solían, por
renovar el recuerdo de las alegres horas de ayer.
[Imagen]
Hecho este soliloquio, resolvió Diego dejar definitivamente la capilla y
la iglesia, que así lo pedía lo avanzado de la hora. Consagró la postrer
mirada á las imágenes, cuyas vestiduras, al reflejo de la lámpara
colgada de la techumbre y á la flava luz de dos altos blandones fijos
en las andas, destellaban oro y colores, y sin hacer genuflexión ni
acatamiento alguno, pasó la verja. Estaba el templo del todo sombrío: en
el Monumento, negro y mudo ya, ni aun oscilaba el rojizo tufo de los
pábilos recién apagados: apenas combatía las tinieblas de la nave el
vago fulgor de los hachones de la capilla. Diego fué derechamente á una
de las puertas que salían al vestíbulo del pórtico; empujóla con
suavidad primero y fuerte después, y no sin gran sorpresa advirtió que
resistían las hojas; la puerta estaba cerrada. Acudió Diego á la otra, y
con mano impaciente buscó el pestillo: clausura completa. Palpó nervioso
y trémulo, requiriendo la llave, que de fijo descansaría en la
faltriquera del sacristán, puesto que estaba ausente de la cerradura.
Entonces atravesó Diego apresuradamente la nave, y llegándose á la
puerta de la sacristía, probó á abrirla á tientas: empresa no menos vana
que las anteriores. Herméticamente cerradas se encontraban todas las
salidas del templo.
Hizo el mancebo ademanes de despecho y enfado. Su situación era clara:
preso toda la noche en la iglesia. Mientras se embebecía en la
contemplación de las imágenes, el sacristán, menos soñador y distraído,
se recogía á saborear la colación en familia, cerrando bien antes. Diego
torció y mordió con enojo su mostacho, y meneó la cabeza como diciendo:
«Vamos á ver, ¿y qué hago yo ahora?» Meditó varios expedientes y ninguno
tuvo por aplicable. Podría acaso, con sus vigorosos puños, forzar las
cerraduras de las endebles puertas interiores; pero le detendría la
fortísima exterior del pórtico, ó la no menos resistente, aunque más
baja, de la sacristía por la parte de la calle. Y ¿qué escándalo no iba
á causar en la ciudad el verle á él, pacífico ciudadano, forzando
puertas de templos, ni más ni menos que un burlador de capa y espada?
Ocurriósele también gritar: acaso el sacristán, atareado aún en la
sacristía, le oyese; pero inexplicable recelo embargó su voz, temiendo
verla apagarse sin eco en la alta bóveda: además, algo pueril había en
los gritos, que repugnaba á Diego. En estas imaginaciones transcurrieron
diez minutos de angustia penosa; pero al cabo acudió la reflexión. Si el
verse obligado á pernoctar en una iglesia no es recreativa aventura,
tampoco grave mal ni terrible desdicha. Seguramente no se divertiría
mucho Diego en la mansión sagrada, mas en cambio podría dormir á sus
anchas, sin temor de que ningún importuno viniese á interrumpirle.
Tratábase no más que de una noche; y mitad de ella era ya por filo,
según anunció el reloj de la torre sonando doce lentas campanadas.
Faltaban para la aurora, en aquella estación del año, cinco horas
apenas, que bien podían dormirse en un banco, por duro que fuese. Antes
de la del alba, vendría el sacristán á franquear las puertas, á
disponerlo todo para los divinos oficios, y entonces, cátate á Diego
libre y volando á su casa, á tenderse entre sábanas delgadas y limpias,
á dormir hasta las once y á levantarse después, para ver cómo sentaba la
negra mantilla de fondo al talle de su perseguida beldad. Todo este
raciocinio hilvanó el magín de Diego en un abrir y cerrar de ojos. Y
pararon sus cálculos en resignarse y acogerse, atraído por las luces, á
la capilla del Nazareno.
Ardían más amarillentos que nunca los cirios, soltando goterones de cera
derretida, que á veces caían, y con rebote sordo se aplastaban en los
palos de las andas de las imágenes. Reinaba, visible y palpable casi, el
silencio. Diego se sentó en un banco, recostando la cabeza en la
rinconada que formaba la saliente de un confesonario, y el crujido del
duro asiento, al recibir el peso de su cuerpo, le sonó extrañamente.
Trató de dormir; pero no acertaba á cerrar los ojos y recogerse para
conciliar el sueño. Estorbábale mucho la absoluta tranquilidad del
recinto, tranquilidad que agigantaba hasta el chisporroteo de los
blandones. Aquella callada atmósfera estaba llena de cosas inexplicables
é incomprensibles, que Diego percibía, sin embargo. Quejas ahogadas,
silabeo de oraciones en baja voz, grave salmodia de responsos,
abrasadoras lágrimas de arrepentimiento, sofocados suspiros, flotaban en
el ambiente como seres incorpóreos, como moléculas del incienso
evaporado en el aire, como átomos de la mirra quemada ante el ara:
dijérase que las almas de cuantos allí imploraron del cielo paz ó
perdón, se habían quedado cautivas en el circuito de los altos muros de
la capilla. Diego se dió á creer que menos le turbarían acaso los
siniestros rumores de derruído templo ojival, donde mugiese el viento,
silbase el cárabo y la corneja graznase, que el perfecto reposo de
aquella iglesia moderna; y la aprensión más singular de cuantas le
asaltaban, la más rara idea sugerida por el misterioso silencio, era la
de figurarse que no se hallaba _solo_. Por mucho que combatiese tan
ridícula suposición, no podía arrancarse de la mente el pensamiento de
que allí había alguien, ó, mejor dicho, mucha gente, muchos ojos que le
miraban atentos, muchos cuerpos vueltos hacia él. Sacudió la cabeza,
pasóse repetidas veces la mano por la frente que comenzaba á arder,
reclinóse de nuevo en el ángulo, y probó á dormirse. Pero no es dado
gozar el bálsamo del sueño á quien más lo solicita; antes suele huirnos
cuando lo invocamos para aplacar la excesiva tensión de nuestros nervios
y las tempestades de nuestro espíritu. Cerrados los párpados, no se
disipó la indefinible zozobra de Diego. Parecíale oir tenues
oscilaciones del aire, pisadas muy quedas, vagos murmullos, balbuceos
trémulos, chasquidos leves, suave crujir de ricas estofas, ráfagas de
viento empujadas por manos que se tendían para acariciarle, ó cortadas
por armas que descendían para herirle. No pudo sufrir más: mal de su
grado se le despegaban los párpados, violentamente retraídos por sus
músculos tensores. Miró.
Las imágenes se erguían inmóviles en las andas, los ciriales alumbraban
en paz. Diego respiró ampliamente, increpándose á sí mismo. No se
reirían poco mañana sus compañeros de mesa de café si cometiese la
simpleza de contarles cuán extrañas sinfonías entonan á las altas horas
de la noche las capillas desiertas.
Tranquilo ya, recorrió otra vez con la vista las efigies todas, y
cautivado, detúvose en la del Nazareno. Era esta la que más próxima
tenía: veíala de frente y de costado á las demás. Consideró primero el
traje y después el macilento rostro. Y volvió á notar lo convencional
del criterio estético, observando el efecto sorprendente de realidad de
los ojos de la imagen, que eran de cristal, ni más ni menos que los de
los animales disecados. Fuese que la luz de las velas se quebrase en
ellos de modo especial, fuese que la densa sombra de la abundosa
cabellera les prestase reflejos de agua profunda, el caso es que los
ojos tan pronto despedían centellas, como semejaban á Diego velados por
turbia cortina de llanto. Hasta llegó un instante en que de los
lagrimales á las flacas mejillas creyó Diego, asombrado, ver deslizarse
unas gotas, que al llegar á la negra barba se quedaron frescas y
relucientes como el rocío en la tela de la araña campesina. Sintió
impulsos de levantarse y contemplar de cerca el prodigio, mas al punto
se calificó de necio rematado si tal hiciese. No creía en lo
sobrenatural, y mejor que admitir que llorase un Nazareno de madera,
tuviérase á sí propio por visionario y demente. Sus ojos, deslumbrados
por los hachones, y no los de vidrio de la imagen, eran causa del
fenómeno. No obstante, mágica fascinación prendía sus pupilas á aquellas
otras pupilas llorosas y mansas. Una especie de estremecimiento
magnético le hizo temblar de frío, y quiso dirigir la visual á otra
parte: imposible; los ojos del Nazareno buscaban con empeño tal,
preguntaban tan imperiosamente, que era fuerza contestarles. ¡Por vida
de Diego! Lo que procedía era irse derechito á la efigie, mirarla de
cerca, tocar su rostro de palo, sus ojos de cristal, y reirse después.
Sí, esto era lo sensato, lo cuerdo, lo que cualquier hombre que tenga
cabales sus potencias opina á las doce del día, después de almorzar y
fumando un cigarro. Pero á igual hora de la noche, sin haber cenado,
cautivo en una iglesia solitaria, en compañía de un Nazareno que
alumbran cirios, es verosímil que el mismo hombre hiciese lo que Diego:
levantarse con ademán brusco, pasar ante el Nazareno clavada la vista en
tierra, por librarse del imán de sus ojos, y refugiarse en el interior
del confesonario, cuyas paredes, de madera, caladas en un pequeño
espacio por menuda rejilla, se interpusieron entre él y las imágenes,
procurándole una especie de alcoba, dura y estrecha, sí, pero al cabo
retirada.
Mas ni por sepultarse en tal escondite cesó Diego de tiritar y de sentir
zumbido en las sienes, y dolorosa percepción del curso de la sangre por
las venas de su cerebro. Al través de la apretada rejilla, parecíale que
los trágicos personajes del poema de la Pasión no estaban ya en sus
andas, sino en el suelo, muy cerca de él, tocando con las murallas de
leño de su guarida. Oía choque de corazas y espadas, sonar de cuentos de
lanza sobre las baldosas, pasos trabajosos y desiguales, sordas
imprecaciones, blasfemias cínicas, sollozos desgarradores arrancados de
mujeriles pechos. Y también llególe el són de roncas trompetas y
destemplados atambores, y, de tiempo en tiempo, el choque mate de un
objeto pesado contra la tierra. Parecía como si cantasen un coro á telón
corrido, pero con tal maestría, que cada voz se destacaba aisladamente
entre las demás sin romper el concierto: Diego se apretaba la cabeza y
tapábase los oídos con las manos; mas de pronto las tablas del
confesonario cesaron de interponerse entre su vista y el espectáculo que
adivinaba: el telón subió, y apareció la escena.
No estaba Diego ya en la capilla, ni le alumbraban los pálidos
blandones, sino que se encontraba en un camino que, naciendo en las
puertas de torreada ciudad, faldeaba un montecillo, trepando por él
hasta empinarse á la cumbre. Hirviente multitud ondulaba en el sendero,
como flexible sierpe que colea; el sol, inflamado, rutilante en su
zenit, pero de luz turbia y lívida, iluminaba sin regocijarlo el
paisaje. Sus reflejos arrancaban vislumbres como de fuego y sangre á las
armaduras, á los yelmos, á los hierros de lanza, á las águilas posadas
en los pendones de la centuria de romanos jinetes que, indiferentes y
marciales, arrendando sus briosos potros, daban escolta al cortejo. Á
ambos lados de la senda se enracimaban gentes del pueblo, mujeres y
niños los más, que llorando y plañendo, maltratados á veces por la
cohorte, se unían al grupo central de la lúgubre procesión. Formaban
este grupo los hoscos sayones, los siniestros y grotescos verdugos, que
bullían en torno de un hombre vestido con túnica nazarena.
Aquel hombre, cuyo rostro apenas se distinguía entre los copiosos y
enmarañados bucles de su cabellera oscura, manchada de polvo y sangre,
llevaba ceñida corona de espinas punzantes; sustentaba en sus hombros
el árbol de enorme y pesada cruz, y sus piés descalzos y llagados
pisaban dolorosamente los guijarros del camino. Apurábanle los sayones
porque apretase el paso y llegase más presto al lugar del suplicio; cuál
le descargaba fuerte puñada en los lomos; cuál le sacudía tremendo
bofetón en la faz, ó le tiraba despiadadamente de los mechones del
cabello. Diego miró con horror á los sicarios, y se lanzó hacia el grupo
deseoso de socorrer á la víctima; pero al alzar la mano para abrirse
paso y apartarlos, halló que rodeaba su muñeca gruesa soga, pasada al
cuello del reo. Entonces convirtió la vista á sí propio, y advirtió con
espanto que tenía la propia semejanza y figura de uno de aquellos
feroces jayanes. Desnudos llevaba como ellos pecho y espaldas, sujeto á
la cintura breve faldellín, pendiente del cinto de cuero una bolsa con
martillo, tenaza y provisión de férreos clavos. Quiso entonces desasirse
de la cuerda maldita; tiró, y logró solamente lastimar los lacerados
hombros del reo, que exhaló suave quejido. Siguió su marcha la comitiva,
y Diego, confundido con ella, mecánicamente, como paja á quien arrastran
las ondas del mar. Andados algunos pasos, los piés de la víctima
tropezaron en una cortante piedra, y desplomóse sobre las rodillas,
abrumado por la cruz. Intentó Diego ayudarle á incorporarse, mas la soga
volvió á rozar el herido cuello, y el reo á gemir.
Haciéndose cada vez más agria la cuesta, más grave el peso, aún vaciló y
cayó, pero se sostuvo en las palmas de las manos; y entonces, como
echase atrás la cabeza, apartáronse los descompuestos bucles, y quedó
patente el rostro maltratado y escupido, los dulces labios marchitos
como pisoteada flor, la bella barba ahorquillada y rizosa, la cándida
frente claveteada de espinas, los serenos abismos de los ojos, que con
ternura y paz miraban en torno de sí. Diego sintió como si el corazón le
traspasase agudo y penetrante dardo, y las entrañas se le conmovieron y
derritieron de pena. «Álzate, sigue,» vociferaban los verdugos en una
lengua extraña que Diego entendía, sin embargo, y se precipitaron sobre
el Nazareno para levantarle de grado ó por fuerza. Cogido Diego en el
vórtice del viviente remolino, extendió también los brazos y asió del
reo á tientas, según pudo entre la confusión; oyóse un clamor de agonía,
contestaron á él las hijas de Jerusalem con histérico llanto, y Diego
vió que las sienes de Jesús chorreaban sangre, y sintió en sus dedos un
contacto blando, elástico, acariciador: enroscábase á ellos un rizo
arrancado de la frente del Nazareno.
* * * * *
Despertóse Diego en su lecho, rodeado de solícitos amigos, que le
velaban y cuidaban desde que le encontraron sin sentido y sin pulso
sobre el frío pavimento de la capilla, delante de las andas.
Ya tornaba á la vida y había en sus mejillas color, en sus pupilas luz é
inteligencia. Recobrándose poco á poco, incorporado sobre la almohada,
fué recogiendo lentamente los sueltos cabos de sus recuerdos, y
reconstruyendo lo pasado en su mente. Ensanchó el pecho respirando con
desahogo, y murmuró:
--¡Qué pesadilla!
Mas en el instante mismo hubo de advertir algo delicado y sedoso, como
piel de mujer, como suave pétalo de flor, que tocaba con la yema del
pulgar y envolvía su dedo índice. Sus ojos quedaron fijos y dilatados,
abierta su boca y paralizada su lengua. Aquella fina sortija era el
rizo.
[Imagen]


LA BORGOÑONA
[Imagen]

El día que encontré esta leyenda en una crónica franciscana, cuyas hojas
amarillentas soltaban sobre mis dedos curiosos el polvillo finísimo que
revela los trabajos de la polilla, quédeme un rato meditabunda,
discurriendo si la historia, que era edificante para nuestros sencillos
tatarabuelos, parecería escandalosa á la edad presente.--Porque hartas
veces observo que hemos crecido, sino en maldad, al menos en malicia, y
que nunca un autor necesitó tanta cautela como ahora para evitar que
subrayen sus frases é interpreten sus intenciones y tomen por donde
queman sus relatos más inocentes. Así todos andamos recelosos y, valga
esta impropia metáfora, con la barba sobre el hombro, de miedo de
escribir algo funesto para la moral y las costumbres.
Pero acontece que si llega á agradarnos ó á producirnos honda impresión
un asunto, no nos sale ya fácilmente de la cabeza, y diríase que bulle y
se revuelve allí cual el feto en las maternas entrañas, solicitando
romper su cárcel oscura y ver la luz. Así yo, desde que leí la historia
milagrosa que, dejando escrúpulos á un lado, voy á contar no sin algunas
variantes, viví en compañía de la heroína, y sus aventuras se me
aparecieron como serie de viñetas de misal, rodeadas de orlas de oro y
colores y caprichosamente iluminadas, ó á modo de vidriera de catedral
gótica, con sus personajes vestidos de azul turquí, púrpura y amaranto.
¡Oh quién tuviese el candor, la hermosa serenidad del viejo cronista,
para empezar diciendo: «En el nombre del Padre!...»

I
Era muchos, muchos años, ó por mejor decir, muchos siglos hace; el
tiempo en que Francisco de Asís, después de haber recorrido varias
tierras de Europa exhortando á la pobreza y á la penitencia, enviaba sus
discípulos por todas partes á continuar la predicación del Evangelio.
Los pueblecillos y aldehuelas de Italia y Francia estaban acostumbrados
ya á ver llegar misioneros peregrinos, de sayal roto y descalzos piés,
que se iban derechos á la plaza pública, y encaramándose sobre una
piedra ó sobre un montón de escombros, pronunciaban pláticas fogosas,
condenando los vicios, increpando á los oyentes por su tibieza en amar á
Dios. Bajábanse después del improvisado púlpito, y los aldeanos se
disputaban el honor de ofrecerles hospitalidad, lumbre y cena.
[Imagen]
No obstante, en las inmediaciones de Dijón existía una granja aislada, á
cuya puerta no había llamado nunca el peregrino ni el misionero.
Desviada de toda comunicación, sólo acudían allí tratantes dijonenses, á
comprar el excelente vino de la cosecha; pues el dueño de la granja era
un cosechero ricote y tenía atestadas de toneles sus bodegas y de grano
su troj. Colono de opulenta abadía, arrendara al abad por poco dinero y
muchos años pingües tierras, y, según de público se contaba, ya en sus
arcas había algo más que viento. Él lo negaba; era avaro, mezquino,
escatimaba la comida y el salario á sus jornaleros, jamás dió una blanca
de limosna, y su mayor despilfarro consistía en traer á veces de Dijón
una cofia nueva de encaje ó una tosca medalla de oro á su hija única.
Omite la crónica el nombre de la doncella, que bien pudo llamarse Berta,
Alicia, Margarita ó cosa por el estilo, pero á nosotros ha llegado con
el rótulo de _la Borgoñona_. De cierto sabemos que la hija del cosechero
era moza y linda como unas flores, y á más tan sensible, tierna y
generosa como duro de cocer y tacaño su padre. Los mozos de las
cercanías bien quisieran dar un tiento á la niña y de paso á la hucha
del viejo donde se guardaba sin duda una apetitosa dote en relucientes
monedas de oro; mas nunca requiebros de gañanes tiñeron de rosa las
mejillas de la doncella, ni apresuraron los latidos de su seno.
Indiferente los escuchaba, acaso riéndose de sus extremos y finezas
amorosas.
Un día de invierno, al caer de la tarde, hallábase la Borgoñona sentada
en un poyo ante la puerta de la granja, hilando su rueca. El huso giraba
rápidamente entre sus dedos, el copo se abría y un tenue hilo, que
semejaba de oro, partía de la rueca ligera al huso danzarín. Sin
interrumpir su maquinal tarea, la Borgoñona pensaba, involuntariamente,
en cosas tristes. ¡Qué solitaria era aquella granja, Madre de Dios! ¡Qué
aire tenía de miseria y de vetustez! Nunca se oían en ella risas ni
canciones; siempre se trabajaba callandito, plantando, cavando, podando,
vendimiando, pisando el vino, metiéndolo en los toneles, sin verlo jamás
correr, espumeante y rojo, de los tanques á los vasos, en la alegría de
las veladas!--¿Á qué tanto afanarse? reflexionaba la niña.--Mi padre
taciturno, vendiendo su vino, contando sus dineros á las altas horas de
la noche; yo hilando, lavando, fregando las cacerolas, amasando el pan
que he de comer al día siguiente... ¡Ah! naciera yo hija de un pobre
artesano de Dijón, de un vasallo del obispo, y sería más dichosa!
Distraída con tales pensamientos, la Borgoñona no vió á un hombre que
por el estrecho sendero abierto entre las viñas caminaba despacio hacia
la granja. Muy cerca estaba ya cuando el ruido de su báculo sobre las
piedrezuelas del camino movió á la doncella á alzar la cabeza con
curiosidad, que se trocó en sorpresa así que hubo contemplado al
forastero, el cual frisaría á lo sumo en los veinticinco años, si bien
la demacración del rostro y el aire humilde y contrito le disimulaban la
mocedad. Un sayal gris que era todo él un puro remiendo, le resguardaba
mal del frío; una cuerda grosera ceñía su cintura; traía la cabeza
descubierta, desnudos los piés y muy maltratados de los guijarros, y
apoyábase en un palo de espino. Al punto comprendió la Borgoñona que no
era mendigo, sino penitente, el hombre que así se presentaba; y con
palabras dulces y ademanes llenos de reverencia, le tomó de la mano y
le hizo entrar en la cocina y sentarse junto al fuego; veloz como una
saeta corrió al establo, y ordeñó la mejor vaca para traer al peregrino
una taza de leche caliente; partió del enorme mollete de pan un buen
trozo, que migó en la taza, y arrodillándose casi, mostrando mucho amor
y liberalidad, sirvió á su huésped.
[Imagen]
Él agradeció en breves frases la caridad que le hacían, y mientras
despachaba el frugal alimento, comenzó á explicar, con suave
pronunciación italiana, cosas que suspendieron y embelesaron á la
Borgoñona. Habló de Italia, donde el cielo es tan azul, el aire tan
tibio,
[Imagen]
y en especial de la región de Umbría, amenísima en sus valles y en sus
montes severa. Después nombró á Asís, y refirió los prodigios que obraba
el hermano Francisco, el serafín humano, al cual seguían, atraídos por
sus predicaciones, pueblos enteros. Nombró á una joven muy bella, y de
sangre noble, Clara, cuya santidad portentosa era respetada, no sólo por
los hombres, sino hasta por los lobos de la sierra. Añadió que el
hermano Francisco había compuesto para alabar á Dios y desahogar sus
afectos, tiernos cánticos; y como la Borgoñona solicitase oirlos, el
forastero cantó algunos; y aunque no entendía la letra, el tono y el
modo de cantar del desconocido hicieron arrasarse en lágrimas los ojos
de la niña. El forastero tenía los suyos bajos, rehuyendo ver el rostro
femenino que adivinaba fresco, hermoso y juvenil. Ella en cambio
devoraba con la mirada aquellas facciones nobles y expresivas, que la
mortificación y el ayuno habían empalidecido.
Cerrada ya la noche, fueron entrando en la cocina los mozos y mozas de
labranza, encendiéronse algunas antorchas de resina, aumentóse el fuego
con haces de secos sarmientos de vid, y preparáronse á aprovechar la
velada, ellas hilando, ellos cortando y afilando estacas destinadas á
sostener las cepas de viña. Todos miraban curiosamente al forastero, que
en la misma actitud humilde permanecía junto al fuego, silencioso y sin
adelantar las palmas de sus amoratadas manos hacia el grato calorcillo
de la llama. Un rumor contenido se dejó oir cuando entró el amo de casa:
todos querían saber qué diría el avaro de la presencia del huésped.
Pero la Borgoñona, saliendo á recibir á su padre, con afabilidad suma le
contó cómo ella había ofrecido hospitalidad á aquel santo, á fin de que
no pasase la noche al frío en algún viñedo. No mostró el viejo gran
disgusto, y contentóse con encogerse de hombros, yendo á sentarse á su
sitio acostumbrado en el banco, cerca del hogar. La velada empezó
pacífica.
De pronto el forastero, saliendo de su letargo, levantó la cabeza, y
como si notase por primera vez que estaba próximo á una hoguera alegre y
chispeante, comenzó á decir á media voz algunas palabras sobre la
hermosura del fuego, y la gratitud que el hombre debe á Dios por tan
gran beneficio. La Borgoñona tocó al codo de su vecina, ésta transmitió
la seña, y en un instante callaron las conversaciones de la cocina para
oir al penitente. Éste, arrastrado por su propia elocuencia, iba
elevando la voz hasta pronunciar con gran calor su discurso.
De la consideración del fuego pasó á los demás bienes que nos otorga la
bondad divina, y que estamos obligados á repartir con el prójimo por
medio de la limosna. Sí, obligados, pues de toda riqueza somos
usufructuarios no más. ¿De qué sirve, por ejemplo, el tesoro encerrado
en el arca del avaro? ¿De qué, el trigo abundante en los graneros del
hombre duro de corazón? ¿Creen ellos acaso que el Señor les dió tan
cuantiosos bienes para que los guarden bajo llave y no alivien las
necesidades del prójimo? ¡Ah! el día del tremendo juicio, su oro será
contrapeso horrible que los arrastre al infierno! En vano tratarán
entonces de soltar lo que en vida custodiaron tanto: allí, sobre sus
lomos, estará el tesoro de perdición, y con ellos se hundirá en el
abismo!
Á medida que arengaba el penitente, los ojos del auditorio se fijaban en
el cosechero, quien retorciéndose en el banco no sabía qué postura tomar
ni qué gesto poner. El penitente, incorporándose, hablaba ya casi á
gritos, con voz vibrante y sonora. De repente, mudando de registro,
encareció los placeres de la limosna, la dulzura inefable del espíritu
que premia el sacrificio de bienes perecederos dados por el amor de
Dios. Sus frases persuasivas fluían como miel, sus ojos estaban húmedos
y elevados; y las mujeres del auditorio, profunda y dulcemente
conmovidas, soltaron la rienda al llanto, y mientras unas acudían á los
delantales para secar sus lágrimas, otras rodeaban al peregrino y se
empujaban por besar el borde de su túnica. La Borgoñona, con las manos
cruzadas, parecía como en éxtasis.
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - La dama joven - 12
  • Parts
  • La dama joven - 01
    Total number of words is 4631
    Total number of unique words is 1961
    30.6 of words are in the 2000 most common words
    44.4 of words are in the 5000 most common words
    50.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La dama joven - 02
    Total number of words is 4716
    Total number of unique words is 1764
    30.1 of words are in the 2000 most common words
    42.8 of words are in the 5000 most common words
    49.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La dama joven - 03
    Total number of words is 4799
    Total number of unique words is 1748
    33.0 of words are in the 2000 most common words
    44.1 of words are in the 5000 most common words
    51.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La dama joven - 04
    Total number of words is 4726
    Total number of unique words is 1729
    33.9 of words are in the 2000 most common words
    46.0 of words are in the 5000 most common words
    52.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La dama joven - 05
    Total number of words is 4903
    Total number of unique words is 1998
    30.5 of words are in the 2000 most common words
    42.2 of words are in the 5000 most common words
    48.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La dama joven - 06
    Total number of words is 4976
    Total number of unique words is 1928
    30.2 of words are in the 2000 most common words
    42.5 of words are in the 5000 most common words
    50.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La dama joven - 07
    Total number of words is 4950
    Total number of unique words is 1924
    31.1 of words are in the 2000 most common words
    44.6 of words are in the 5000 most common words
    51.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La dama joven - 08
    Total number of words is 4805
    Total number of unique words is 1861
    28.5 of words are in the 2000 most common words
    40.9 of words are in the 5000 most common words
    47.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La dama joven - 09
    Total number of words is 4881
    Total number of unique words is 1741
    33.7 of words are in the 2000 most common words
    45.6 of words are in the 5000 most common words
    52.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La dama joven - 10
    Total number of words is 4897
    Total number of unique words is 1797
    31.5 of words are in the 2000 most common words
    44.1 of words are in the 5000 most common words
    50.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La dama joven - 11
    Total number of words is 4743
    Total number of unique words is 1979
    27.0 of words are in the 2000 most common words
    41.2 of words are in the 5000 most common words
    48.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La dama joven - 12
    Total number of words is 4871
    Total number of unique words is 1869
    28.7 of words are in the 2000 most common words
    41.4 of words are in the 5000 most common words
    48.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La dama joven - 13
    Total number of words is 4689
    Total number of unique words is 1899
    30.1 of words are in the 2000 most common words
    42.1 of words are in the 5000 most common words
    48.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La dama joven - 14
    Total number of words is 4763
    Total number of unique words is 1924
    29.7 of words are in the 2000 most common words
    42.3 of words are in the 5000 most common words
    49.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La dama joven - 15
    Total number of words is 4938
    Total number of unique words is 1756
    32.6 of words are in the 2000 most common words
    46.0 of words are in the 5000 most common words
    52.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • La dama joven - 16
    Total number of words is 3701
    Total number of unique words is 1629
    28.1 of words are in the 2000 most common words
    40.3 of words are in the 5000 most common words
    48.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.