La dama joven - 05

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--Y que nunca más parezcáis por aquí, amén.
Gormaz y Estrella caminaron silenciosos breves instantes: de pronto,
volviéndose, se encararon el uno con el otro, seguros de expresar un
mismo pensamiento. Gormaz meneó la cabeza:
--Con el novio hemos tropezado, Juanillo.
--No hay peor tropiezo--afirmó Estrella sacando la petaca...--¡Y qué
lástima de chica! Decir que tiene la voz de Concepción Rodríguez! Voto á
sanes! no se vería dentro de un año otra _dama joven_ como ella! Juraría
que se le pasaban ganas de venirse... Ahí se queda para siempre,
sepultada, oscurecida...
--Bah!--murmuró Gormaz.--¡Y quién sabe si la acierta, hijo! Á veces en
la oscuridad se vive más sosegado... Acaso ese novio, que parece un buen
muchacho, le dará una felicidad que la gloria no le daría.
--Ese?--exclamó Estrella cortando con los dientes la punta del puro.--Lo
que le dará ese bárbaro será un chiquillo por año... y si se descuida,
un pié de paliza.
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BUCÓLICA
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SR. D. CAMILO JIMÉNEZ.
Fontela, Setiembre.
Querido Camilo: ya ves si cumplo mi palabra, y eso que estoy dado á los
demonios en este destierro, que me parecería menos horrible á poder
salir de él libremente y cuando quisiese. Mucho vale la libertad. Hasta
perderla no se conoce su precio.
¿Qué sacrificio hago yo, en realidad, con alejarme de Madrid unos meses,
cazar, pescar y respirar aire sano? Protesto contra esta higiénica
medida porque me la imponen, no porque en sí me desagrade. Tú me
recordabas, para aplacarme, que cedo á la tiranía del cariño, lo cual no
humilla: convenido; mamá me adora, me aparta de sí desgarrándose el
alma, ha llorado como una Magdalena en la estación, y me decía,
mojándome la cara de llanto, que ojalá fuese millonaria para costearme
la invernada en Niza, ó en Alicante siquiera; pero que no poseía sino
este palomar grieteado en el corazón de Galicia, donde yo pudiese beber
leche fresca, dormir sobre un establo y reponerme... Que, no obstante,
si me empeoraba ó me aburría, cuatro renglones; la familia hará un
esfuerzo, te mandaremos á Italia... Ante las lágrimas y el besuqueo,
¿qué se hace un hombre, Camilo? Jurar que le entusiasma Fontela y
venirse á escape. ¿He de consentir que el consabido _esfuerzo_
desequilibre los presupuestos de mi casa? El sueldo de magistrado de mi
padre y las rentitas gallegas de mi madre, sólo á fuerza de orden y
parsimonia cubren los gastos y permiten atender á las exigencias del
decoro. Hacen milagros los pobres papás.
Por eso, por eso me incomoda á mí no servir para nada, ser á los
veinticuatro abriles abogado sin pleitos, y por eso te suplico no
olvides mi pretensión y trabajes con ahínco para que suban al poder _los
tuyos_ y me hagan á mí siquiera juez de entrada; bien poco pido; se
trata de sentar el pié en la carrera y dejar de ser miembro inútil, cero
social.
El cargo á que aspiro es modesto; pero ya sabes lo bien que armoniza
con mis gustos y carácter. ¡Oh! Yo seré un gran juez, de _p_ y _p_ y
_doble u_, como tú dices que son las chicas del brigadier Robles! ¡Me
agrada tanto la rectitud, la gravedad, la equidad; tengo tan elevada
idea del oficio de administrar justicia; he estudiado con tanto cariño
la hermosísima ciencia que se llama _filosofía del derecho_, y creo que
está en general tan atrasada y que podemos prestar tan inmensos
servicios á la humanidad los que la renovemos aplicándola prácticamente,
sin pararnos en viejas rutinas y desarraigando inveterados perjuicios y
abusos...!
Y además, los ejemplos que he visto desde la niñez me ayudarán á
desempeñar dignamente la judicatura. Mi padre disfrutaría hoy una renta
de 5 ó 6,000 duros si hubiese fallado de cierto modo ciertos litigios;
prefirió su honrada estrechez, é hizo bien, puesto que sus hijos y
herederos estamos conformes y orgullosos. Hasta Matilde... (no te
sonrías, Camilillo), hasta la buena de Matilde, que se pasa la vida
oliendo lo que guisan en casa de los _modistos_ célebres, en el fondo
prefiere su vestidito reformado de gró negro, á galas de sucia
procedencia.
¡Á quién se lo cuentas! dirás tú. Es que es una excelente chica mi
señora hermana, y Vd., caballero Tenorio, se guardará de insinuarle cosa
ninguna con _mal fin_, ó nos veremos á la vuelta. Sin embargo, te
permito dar á Matilde mil expresiones de mi parte. Tocante á la salud,
particípale que ya voy mejorando. Y que le escribiré.
Lo raro es que ni yo mismo entiendo qué tengo, ni de qué vine á curarme
aquí. Cansancio al subir cuestas; ligeros sudores en la cama; tosecillas
rebeldes al clásico remedio casero de la leche de burra; opresión en el
pecho, y, lo que más me molesta, una especie de vértigos que á lo mejor
me obligan á apoyarme en la pared, y otras veces me producen la
sensación de voces sepulcrales ó irónicas hablándome confusamente al
oído: he aquí los síntomas que expuse al doctor Sánchez del Abrojo. Ya
sabes la receta: echar la llave á los libros, campo, vida animal. Hay
modas en todo, hasta en la medicina, y esto de _convivir con la
Naturaleza_ es el gran específico para los médicos de ahora.
¡Mamá se ha tragado que yo tenía principio de tisis! ¿Te acuerdas del
día en que te llamó á su cuarto, con mucho misterio, para averiguar de
ti en qué pasos andaba su hijo, y qué orgías y desórdenes, ó qué
pasiones desatadas arruinaban mi físico? Todavía me río de la buena
sombra con que le respondiste: «Señora, como no sea de excesos de
virtud, ó de atracones de estudio, no entiendo de qué está malo
Joaquín.» No, y tú eres voto en la materia. La única travesura de la
temporada, fué aquel baile á donde me llevaste á remolque, donde me
mareaste con el Málaga, el Champagne y el mal ejemplo, y desde el cual
me fuí... Llámame soso, ó Catón, ó lo que quieras; pero es un recuerdo
que no me gusta evocar. Jamás he comprendido cómo puedes lanzarte tras
la primer ciudadana que se te presenta, recoger lo que anda rodando y
empalmar cierta clase de aventuras. Está visto que nací para juez.
Volviendo al caso de mi salud, y dejando las causas que pueden haber
influído en su deterioro, te diré que aquí, aunque me aburro por siete,
espero mejorarme. Ya sudo menos en la cama; ya hace dos días que no me
atacan vértigos; por consiguiente, sin que se entere mamá, vas á tener
la bondad de meter en un cajón un par de docenas de libros; pídele á
Matilde, que los tiene de su mano, el _Laurent_, la _Enciclopedia
jurídica_ de _Ahrens_, el _Mackenzie_, las obras de _Leibnitz_, las
poesías de _Becquer_, y añade alguna novela nueva de _Galdós_ ó
_Alarcón_ que haya salido. Córrete á ese despilfarro, que bien puedes.
Adios; me canso y dejo para otro día la descripción de la Fontela.
Tu amigo entrañable.--_Joaquín Rojas._
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DEL MISMO AL MISMO.
Octubre.
Me ha entrado pereza de escribirte la semana pasada, y es natural:
¿puedo contarte de este sitio algo que merezca la pena de leerse? No
obstante, hoy me impulsa el mismo aburrimiento á ponerte una carta
kilométrica.
No me has mandado los libros; dices que Matilde te negó la llave;
¡cualquier día me la pegáis tú y ella! estáis de acuerdo con mamá para
que me convierta en momia viviente. Bueno, aguantaré hasta más no poder,
y así que me sature de _animalidad_, tomo las de Villadiego y os
encontráis ahí á Pachín el soso. Hablando formalmente, yo te suplico me
envíes qué leer; las noches de invierno se echan encima, pronto
anochecerá á las cinco, y no sé cómo voy á engañar tantas horas, aunque
me acueste con las gallinas.
En un número de _El Imparcial_ que vino de la villita próxima
envolviendo arroz, veo el estreno del drama de Echegaray y la honda
impresión que ha causado en el público; compadécete de este pobre
aldeano, y remíteme por el correo ese drama.
Ahora te pintaré mi Tebaida. Fontela reposa en el hondo de un ameno
valle, formado por las vertientes de dos montañuelas, entre las cuales
pasa cautivo el río Avieiro. De este río es tributaria la _fontela_, ó
fuentecilla, que mana en el huerto de mi propiedad y le da nombre. Á
pesar de este aparato de montañas, río y fuente, la finca no es lóbrega,
fría ni triste. Está enclavada en una de las mejores comarcas de
Galicia, donde se tocan las provincias de Orense y Pontevedra; la
temperatura (á lo que pude observar por ahora) es benigna, y según me
aseguró ayer el albéitar de Cebre (que vino á prestar los servicios de
su arte á una vaca enferma, y es de los alumnos finitos y resabidos de
la Escuela de Veterinaria), el termómetro no desciende jamás á cero
grados. En cambio el clima peca de lluvioso; cosa que me fastidia, pues
suele aprisionarme entre cuatro paredes. Mucho siento hacerme caro, pero
necesito de toda necesidad un buen impermeable: díselo á mamá.
La villa de Cebre, situada á tres leguas escasas, es el lugar habitado
que tengo más próximo: compónese esta villa de dos calles y media, una
iglesucha tamaña como un cobertizo, un mesón donde remuda tiro la
diligencia y una destartalada casa-cuartel de la Guardia civil. Á cinco
leguas, por el atajo, hállase Pontevedra; á veces pienso en montar hasta
Cebre, meterme en el coche de línea, y pasarme en Pontevedra una semana;
luégo reflexiono: ¿para qué? No conozco allí á nadie: el teatro está
cerrado; vistos los dos ó tres edificios que lo merezcan, me pasearía
por las calles hecho un tonto, aburriéndome más que aquí. Renuncio á las
expediciones.
Á todo esto, aún no he descrito el palacio y jardines de mi real sitio.
No ha debido ser mala, _in illo tempore_, la casa, construída á
principios del siglo pasado por un bisabuelo ó tatarabuelo de mi madre.
Como la mayor parte de las casas solariegas de aquí, tiene la escalera á
la parte exterior, y se entra al piso alto por una larga solana ó balcón
corrido, mientras el portalón de abajo, que domina una piedra de armas,
da ingreso á la bodega, lagar, cuadra y establos. El piso alto--que es
el habitable--consta de salón, cocina ancha y semiconventual, y un par
de dormitorios en que caben tres salitas como la nuestra de Madrid. Por
supuesto que todo se encuentra en lastimoso estado: la solana, desde
donde se goza la deleitable vista del río, está alfombrada de
habichuelas extendidas á secar, y en la esquina hay un montón de enormes
calabazas; la sala se ha convertido en granero, y amenaza hundirse bajo
el peso de ingentes montones de centeno y trigo, que muy á su sabor
recorren las ratas; y en mi dormitorio había depositado la chica del
casero cosecha de peros y manzanas tan abundante, que su fragancia no
me dejaba dormir y hubo de retirarlas al cuarto contiguo, lleno ya de
patatas y chirivías.
Excuso decirte que en las ventanas de la casa no se encuentra un cristal
sano, y que las golondrinas (que ya se fueron) anidaban en las vigas del
salón. Yo, para evitar el frío, tengo que vestirme con las maderas
cerradas, á la luz que se filtra por las rendijas; es verdad que se
filtra bastante, y aire también. Ya vestido, abro la ventana y entra con
los rayos del sol la alegría del cielo puro, ó con las nubes una
tranquila melancolía gris, que tiene su encanto, por ser muy
característica de esta región. He reparado (los aburridos lo reparamos
todo) que suelen las nubes oscurecerse y agruparse á la parte del
Noroeste, sobre un manchón ó soto de magníficos castaños.
Comprenderás por lo dicho que la casa, más que vieja, se encuentra
abandonada y se resiente del olvido en que la tienen sus dueños. La cal
se ennegreció, y las vigas y pisos oscuros, que empiezan á apolillarse,
aumentan el aspecto desolado de las habitaciones. Lo más curioso es ver
aún esparcidas por estos destartalados aposentos algunas reliquias de
opulencia señorial. Mi cama, por ejemplo, es salomónica, primorosamente
torneada, incrustada de bronce, con monumental copete y dosel altísimo,
de donde cuelgan pingajos de damasco ayer rojo y galón ayer dorado; es
mueble que si se restaura quedará precioso, y cuando yo tenga un real y
muchos cuartos lo compondré para ofrecérselo á mamá. He descubierto
también unos bancos de respaldo pintado, una mesilla de tijera que
_acuerda al rey que rabió_, y una Purísima en cobre, tan encubierta por
el polvo, que sólo adiviné el asunto viendo blanquear la media luna. Del
estado en que se hallan estos tesoros juzgarás si te digo que mi cama,
antes que yo llegase, servía para tender castañas y nueces. Los
colchones son prestados: creo que del Cura.
Sospecho que hasta mi venida, la familia del casero se permitía dormir y
vivir en el piso alto, bien distante de imaginar que ningún Rojas la
estorbase nunca el pacífico goce de su morada. Desde mi invasión se
refugiaron abajo, no sé si en el lagar ó en la bodega; no he querido
averiguar en dónde, porque necesito hacerme violencia para no mandarles
que suban otra vez. Me consta que á papá no le agradaría, pues me
encargó que me diese á respetar y guardase mi posición, no
familiarizándome con los caseros; pero tú, que conoces mis principios,
adivinarás cuánto me mortifica saber que á mi lado respiran cuatro ó
cinco seres humanos y racionales como yo, amontonados en un lugar
sombrío, húmedo, entapizado de telarañas, sin sábanas ni colchones, y al
abrigo de una cuba vieja. Porque yo creo que dentro de las cubas vacías
duermen todos, chicos y grandes. Aquí, antes del _oidium_, se cogía
mucha cosecha, y hay cubas monumentales que hoy no se usan: las
alfombraron de paja, y como Diógenes el cínico.
En tan extraños lechos presumo que duermen el padre, vejete marrullero,
fisonomía inmóvil, ojillos relampagueantes de malicia; Maripepa, la hija
mayor, que contará sus veinte; la pequeña, como de ocho; el niño, de
cinco, y el mozo de granja, un bárbaro (exento del servicio militar por
faltarle el pulgar y el índice de la mano derecha, que él mismo segó con
la hoz). ¡Qué promiscuidad! dirás tú y dirá cualquiera. Así viven: como
las bestias en el establo: peor quizás.
Paso á los jardines. Se componen de un cuadrado de coles, otro de
patatas, un maizal que ahora está en rastrojos, y unos cuantos manzanos,
perales y cerezos. En materia de flores, ya te contaría Matilde que no
pude enviárselas disecadas porque no existen, á no ser tojos amarillos,
malvas y unas campanillas blancas bien chiquitinas. Cuando cese de
llover, bajaré á las orillas del río á ver qué tenemos de bueno por allí
y si es posible coger alguna trucha; me convendría variar el _menú_, que
se compone invariablemente de un caldo, un cocido y un asado de carne
con patatas. Creo que Maripepa no sabe más condumios. Es verdad que por
la mañana me tiro al cuerpo un vaso de leche... ¡qué vaso de leche,
chico! Esto es beber leche: una leche mantecosa, fragante, rebosando la
suave crasitud de la nata: un desayuno digno de un rey. Al despertar
sudando y molido (porque esta máquina no quiere acabar de arreglarse,
pero no se lo digas á los papás), aquel vaso de leche me vuelve el alma
al cuerpo. Á las siete en punto entra Maripepa, y _cla, cla_... me bebo
mi vaso, mejor dicho, mi escudilla ó _cunca_ de barro del país, que no
nos honramos con otra vajilla más preciosa.
Ya que he puntualizado lo que me sucede aquí, hasta lo más tonto, justo
es que me enteres de lo que por ahí ocurre. ¿Habló ya en el Ateneo
Gutiérrez Pelado? ¿Gustó? ¿Volvieron Ernesto y su novia de Andalucía?
¿Publicó Lena sus _Ilusiones fugaces_? ¿Le han dado algún palo los
críticos? ¿Á qué altura estás con la rubia del Retiro? ¿Lo pescó
Matilde? ¿Y de política? Que vengan los tuyos; amén, pero por turno
pacífico, sin pronunciamientos. España necesita un poco de paz, si ha de
reponerse. Me repugnan las explosiones brutales, hasta las más
justificadas en su origen.
Á ti, en cambio, te entretienen. Dichoso tú. No te faltará diversión.
Ea, adiós; no te empereces, y escribe.

DEL MISMO AL MISMO.
Octubre.
¡Camilo, Camilo, Camilo! ¡Que siempre has de ser así, empedernido y
recalcitrante! Porque te dije en mi carta anterior que el casero tiene
una chica, y esta chica me sirve la _cunca_ de leche, ya pones mil
tonterías, y afirmas que estoy aquí contentísimo y pinto el país y la
casa con bellos colores. Piensa el ladrón... Ven acá, malicioso;
¿ignoras que no soy como tú, ni peco de inflamable, ni me vuelve loco el
espectáculo de unas enaguas colgadas de una percha? Me gusta lo hermoso,
me agradan las niñas guapas mucho más que las feas; sólo que no he
menester, como tú, traerlas siempre al retortero, y supongo que cuando
me enamore será de veras, y haré un marido tierno y amante, como Dios
manda y debe ser todo hombre honrado.
Mi programa excluye los conatos de seducción. ¡Y por dónde querías que
empezase la carrera de Tenorio! ¡Por Maripepa, la hija del señor Pepe de
Naya! Antes de leer tu carta (que en algunos pasajes me hizo
desternillarme de risa), ignoraba el color de los ojos de esta rústica
ninfa, ó más bien faunesa. Hoy fué la primera vez que se me ocurrió
desmenuzar su palmito. Cuando yo la consideré despacio, estaba
_Maripepiña_ en la actitud siguiente: arrollada á una muñeca la soga
con que prendía á la vaca, y en la otra mano, que apoyaba en la cadera,
reluciente y afilada hoz. Muchacha y vaca miráronme de soslayo cuando me
acerqué al grupo, con mirada á un tiempo recelosa, arisca y humilde,
como exclamando: «¿qué nos querrá éste?»
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¿Y qué tal de estética? preguntarás tú de fijo. ¡De estética! Verás,
verás. _Maripepiña_ es de mediana estatura, tiene el cutis asoleado,
sembrado de pecas, rojo el greñudo cabello, las manos oscuras y
curtidas, con uñas cuadradas y romas, el pié muy ancho y plano, sin duda
por la costumbre de no calzarse sino los días festivos, y de pisar
cantos y asperezas. Tú, que te mueres por un pié bonito encerrado en
elegante bota, tendrías para reirte un mes con la ancha base de esta
criatura. Á fin de no desilusionarte por completo, añadiré que posee
unos ojos entre verdes y azules, con pestañas muy cortas, espesas y
rubias, que no por lo raros, ni por no contarse en el número de los ojos
clasificados oficialmente como bonitos, dejan de serlo. Pero lo demás...
¡Si vieses qué semejantes en su colorido son la chica y la vaca! Rojas,
morenas, las dos parecen hechas de tierra y teja molida.
Emprendí conversación con Maripepa, y no se cortó; dejó á la vaca
mordiscar el campo, y me fué dando explicaciones de sumo interés; por
dónde se encontraban las mejores lindes para el pasto; qué edad cuenta
el ternero; cuándo será tiempo de venderlo en la feria; cómo era preciso
traerle yerba tiernecita, si no el muy glotón no dejaría para mí gota de
leche; todo en el dialecto del país, que me costaba trabajo entender,
aunque voy acostumbrándome y ya sé el nombre de muchas cosas.
Sospechas que me habitúo á esta situación; te equivocas; me aburro
resignadamente, hago de tripas corazón y de la necesidad virtud; duermo,
como, paseo y trato de no echar de menos tu compañía, la familia, mis
relaciones, el Ateneo y los teatros. No niego que me sucede un curioso
fenómeno; deseaba mucho recibir el cajón de libros, y ahora que está
aquí no me resuelvo á desclavarlo. La naturaleza me embebe, me absorbe
la vida orgánica y me entrego dulcemente al placer de existir, de gozar
sueños reparadores y digestiones insensibles, respirando un airete
templado, que á veces trae olores resinosos del cercano pinar.
Otro síntoma: cuando llegué se me figuraba estar soñando, y que el único
mundo real era Madrid; ahora me sucede lo contrario; penetrado de la
realidad de cuanto me rodea, el Madrid lejano me parece una comarca
fantástica: dudo confusamente de su existencia, y al recibir cartas me
río de mis dudas. Cosas singulares observé también al despertar. El
primer día que desperté aquí, me sobrecogió extraordinariamente la
profunda calma, apenas rota por un rumor suave de brisa en la arboleda,
por remotos _quiquiriquís_ de gallo y por el argentino gotear del caño
de la fuente. Contrastaba de tal modo esta paz con el ruido de los
coches, que aún llenaba mis oídos, con el tableteo del tren y el
carranqueo de la diligencia, que me puse á _escuchar el silencio_,
gozando más que en el Real cuando la orquesta entona el _solo_ de la
_Africana_.
No niego el atractivo del campo. Desde que no llueve y está serena la
atmósfera, recorro mis dominios, disfrutando de un apacible otoño. He
visitado las orillas del Avieiro, festoneadas de olmos y mimbrales; en
los recodos, ¡si vieses qué praditos de grama mullida, qué orlas de
espadaña mezclada con lirios tardíos! Dará gusto leer á Becquer en
sitios tan poéticos. Con todo, mi lugar favorito no son las orillas del
río, sino el soto de castaños. Conservan éstos su frondosa hojarasca,
pero sus flores secas y amarillentas alfombran el suelo y embalsaman el
aire con un grato olor casi imperceptible; algún entreabierto erizo va
cayendo, y se ve en su interior pardear la castaña. Me indicó Maripepa
que el día de Difuntos se podrá hacer un _magosto_, es decir, asar las
castañas en el mismo soto y comerlas regándolas con el mosto agrio y
clarete del país. ¡Qué mosto, hijo! Me lo dieron á probar, é hice una
mueca. Aseguran que asociado á las castañas es cosa exquisita; me figuro
que siempre será vinagre.
¡Ah, gran acontecimiento! ¿Pues no se me olvidaba lo mejor? He tenido
dos visitas, pásmate, dos nada menos. Y son gentes muy dispuestas á
acompañarme y obsequiarme: el notario de Cebre y el señorito de Limioso.
El notario, mozo robusto, colorado, gasta barba que le come las
mejillas, pelo que se le junta con las cejas, y detrás de tanta maleza
esgrime unos ojuelos vivos y joviales; el señorito, avellanado, escueto,
grave y lacio, usa bigotes caídos, pantalones cortos y un chambergo
anticuado, romántico, que está reclamando la flotante pluma. Tiene fama
el notario de pirrarse por las mozas, el vino y la caza; el señorito es
también gran cazador; pero respecto á otras pecaminosas aficiones, nada
se murmura de él; es encogido, de pocas palabras, y no le falta cierta
innata cortesía caballeresca. Este señorito de Limioso no salió jamás de
su concha, y creo que sus viajes se reducen á ir algún año á Pontevedra
para ver _el fuego de la Peregrina_; no le dieron carrera, fuese por
falta de medios ó fuese por considerar más hidalga su ignorancia de
mayorazgo pobre, y vive con su padre, chocho ya, y dos tías muy viejas y
raras, en un caserón acribillado de goteras, que aquí llaman con gran
respeto el _Pazo_ (palacio) de Limioso.
Afirma el notario malignamente que el señorito mantiene á sus tres
perros de perdices con aleluyas, y que en el Pazo se cuelga del techo el
mollete de pan, á fin de que dure más tiempo y sea más difícil de coger.
Es posible que tengan fundamento estas burlas; porque mientras el
notario ha venido á verme caballero en una yegüecilla muy redonda, de
ojo zaino y gordas ancas, el señorito cabalgaba en un _penco_ trasijado
y larguirucho, que casi desaparecía bajo la gran silla española con
adornos de plata, mueble histórico del Pazo. Ambos visitadores me
convidaron á salir con ellos _á las perdices_, y convinimos en que, si
no se descompone el tiempo, recorreremos el monte y ellos vendrán á
disfrutar el _magosto_ aquí.
Ya te referiré cómo he obsequiado á mis nuevos amigos y á qué saben las
castañas.
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DEL MISMO AL MISMO.
Noviembre.
No he contestado á tus últimas y cariñosas epístolas, porque sólo tuve
ánimo para poner dos renglones á mamá, redimiéndola de la mortal
inquietud en que viviría si no viese mi letra. Es el caso que he
recaído: ¡silencio por Dios, y no se te escape la noticia ni con
Matilde! Por otra parte, imagino que lo peor ya pasó, y que vuelvo á
encontrarme fuerte. Merece contarse la historia de mi recaída y de las
calaveradas que la originaron.
Á fines de Octubre y principios de Noviembre hizo un tiempo delicioso:
ni en Niza, ni en región alguna del mundo se podía apetecer cosa más
grata que esta despedida del otoño que llaman _veranillo de San Martín_.
El día de Difuntos--tan triste en otras partes--daba aquí ganas, más
bien que de llorar y morirse, de resucitar brincando; y cuando salimos
para el soto el notario, el señorito de Limioso, el cura de Naya y yo,
íbamos tan contentos y me sentía tan bien, que creí vencida del todo mi
enfermedad. Convinimos en que haríamos el _magosto_ nosotros mismos, y
en que Maripepa nos traería la comida al soto. Apenas llegados á él, mis
compañeros, que según costumbre llevaban escopeta, aseguraron que se oía
el reclamo de la codorniz, _chau, chau_, en unas viñas próximas, y ya no
hubo quien los contuviese. Quedéme solo, sentado en el cepo de un
castaño que abatió el hacha, con el volumen de Becquer abierto en las
manos, pero con gran pereza de leer.
Me distrajo ver cómo hacía Maripepa los preparativos del _magosto_,
juntando ramas y hojas muy secas y reuniéndolas en montón en un claro
del soto, donde el sol había requemado y dorado la yerba y el musgo.
Preparada la hoguera, dedicóse la muchacha á recoger erizos y extraerles
la fruta. ¿Con qué dirás, Camilo, que abría los erizos Maripepa? ¡Con
los piés!! Juntándolos mucho, sirviéndose de ellos como de unas manos,
manejando diestramente el pulgar, la planta y el talón, hacía estallar
la cápsula y saltar la castaña fuera. No comprendo por qué milagro las
púas del erizo no se le clavaban en la carne; es verdad que antes de
abrirlo lo prensaba y estrujaba con un valiente talonazo. Reíme de tan
peregrina faena, y la chica se rió también, enseñando entre sus labios
gruesos unos dientes para dar envidia á los que padecemos del estómago.
Intenté sepultarme en la lectura de Becquer, pero á poco, incitado por
la quietud rumorosa del bosque, el sereno regocijo del cielo y las idas
y venidas de Maripepa, tiré el libro y me consagré á ayudarla, haciendo
torpemente con las suelas de las botas lo que ella á maravilla con la
recia planta del pié. Compadecida de mi ineptitud, me dijo que en vez de
abrir erizos recogiese castañas de los ya abiertos, quedándome sólo con
la gorda del centro y desechando las dos mezquinas que suelen
flanquearla. Y aquí me tienes de bruces, cogiendo castañas, limpiándolas
con la manga y echándoselas á Maripepa en el delantal.
En semejante actitud me encontraron mis compañeros, que volvían locos de
gozo con una codorniz y dos ó tres pajarillos asesinados. Soltaron la
carcajada al verme, y me levanté algo confuso, alegando el aburrimiento
y la soledad en que me dejaban. Cruzaron entonces miradas maliciosas: el
notario guiñó el ojo izquierdo hacia Maripepa, dando un codazo al cura;
el cura hizo ademán de tocar las castañuelas, y el señorito contempló de
reojo, sonriendo, sus desmayados bigotes.
¡Búrlate de mí! Me puse frenético. ¿De manera que no sólo tú, sino
también estos majaderos, me juzgan capaz de abrasarme en la hoguera del
_magosto_? Porque te juro, Camilo, que las miradas, el guiño, el codazo,
la pantomima y la sonrisa fueron, en su género, de lo más crudo y franco
posible. No necesitaban traducción ni comentarios.
Como Maripepa se había marchado á buscar la comida, aproveché la ocasión
para desahogarme, y con gran sorpresa mía, sólo conseguí aumentar la
broma y las risotadas. No les pude hacer comprender que la honra de una
chica que lleva á pastar las vacas y abre erizos con los piés, vale
tanto como la de una emperatriz, y que la perla de la virginidad no
pierde su hermosura por abrigarse en la concha de una cuba vacía, entre
las telarañas de una bodega. ¡Sin embargo, es cosa bien clara á mis
ojos! Hasta el cura me daba la razón á medias, sólo en el terreno
especulativo: ante Dios todas las almas son iguales, y no hay distinción
de categorías--decíame festivamente;--pero en la práctica vemos que la
educación, lo que se aprende desde la niñez, la costumbre, influyen de
un modo notable en la conducta y en el aprecio que el mundo nos otorga.
Parecióme de _componenda_ la teoría, y protesté algo enojado. La llegada
de los manjares me forzó á desarrugar el entrecejo y atender á mis
deberes de anfitrión.
¡Qué gustosa es una empanada de Cebre, fría, comida sin mantel ni
trinchante! ¡Pues y las patatas cocidas, escarchadas en una corriente de
aire, sobre un cesto de mimbres! El notario había traído su _morena_,
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