Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo IV - 18

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novelescas, que, en esta ciudad de las serenatas, estaban á la orden
del día; la extraña mezcla de civilización, casi refinada, y de
ferocidad, casi propia de la Edad Media; las escenas galantes del Prado;
las citas nocturnas y amorosas en las rejas; los sangrientos desafíos de
los caballeros; el fogoso amor, así como la afición á las intrigas y las
astucias, de los amantes; la alegría y la ligereza; la iniciativa de los
caballeros en sus empresas, no espantándoles ningún peligro; la ternura
y la abnegación de las damas, y también su espíritu vengativo y su
facilidad en ofenderse por motivos livianos: todo esto, repetimos, se
encuentra en esas comedias, con tanta verdad, que quizá no haya otro
documento más fiel para estudiar y conocer las costumbres de los
antiguos españoles. Pero indiquemos también algunos otros rasgos
chocantes de estos cuadros extraños. La desconfianza y el rigorismo, en
cuanto toca al honor, es tan grande, que, cuando es sorprendido un
hombre en casa de una dama, aun cuando no haya la menor duda de no
existir entre ellos relaciones criminales, obliga al padre ó al hermano
á matarla, sin vacilaciones, como si fuese culpable. Tan fuerte es el
deber del caballero de amparar á la mujer, que cualquiera dama puede
solicitar del primero que se encuentre, que la proteja contra todos con
peligro de su vida. Tales son los celos y las pretensiones de amor
exclusivo, que, cuando un galán habla con su dama, en la ventana, no
consiente que ninguno de los transeuntes pueda molestarlo en lo más
mínimo, habiendo de morir, sin falta, el que lo haga; la obligación de
recíproca ayuda entre los caballeros faculta al que ha dado muerte á
alguno, si lo persigue la justicia, á pedir socorro al primero que se
presente, debiendo éste acceder á su demanda, prescindiendo de todo
deber y de toda otra consideración.
Todas estas particularidades han de tenerse en cuenta por el lector
moderno, para entender bien las comedias de capa y espada de Calderón, y
todas ellas han de suponerse y afirmarse para comprender bien estas
composiciones, esto es, como las apreciaban los espectadores de aquella
época. Menester es también que, como aquel público para quien se
escribían esas piezas, consideremos como sucesos ordinarios á las
muertes causadas por los celos, por la venganza ú otros motivos
análogos, sin impresionarnos por ellas vivamente, ni creer que
interrumpan en lo más mínimo la tranquilidad del espectáculo, porque
muchas veces encontramos el deber de vengar la muerte de un pariente en
lucha con otros deberes, la ocultación de alguno que ha matado á su
adversario en desafío, ú otros sucesos de la misma índole, trágicos,
según nuestras ideas, pero usados entonces como resortes de los enredos
más cómicos; á menudo vemos también, en medio de escenas de la misma
clase, que un padre ó un hermano sacan su espada y matan á la hija ó á
la hermana, de quienes recelan, afligiéndonos y haciéndonos sospechar un
desenlace triste, mientras que los españoles de entonces no se
preocupaban mucho de estos hechos, ni se perturbaba en lo más mínimo por
esos casos frecuentes la serenidad aneja al conjunto dramático.
Finalmente, es necesario también, para darnos cuenta de esa explosión
repentina de afectos y de sus mudanzas continuas é inesperadas al leer
estas composiciones y al observar su repetición, que recordemos la
movilidad y el fuego de los habitantes del Mediodía, y la exageración
que las costumbres de la España de entonces daban á esos mismos afectos.
La severa vigilancia á que estaban sometidas las mujeres, acrecía las
dificultades de llegar hasta ellas; excitaba los celos y el disimulo
cuando intervenía la presencia de un tercero, y extremaba todo esto la
violencia del amor, é inflamaba con más fuerzas los deseos. Si las
señoras de nuestro tiempo se quejan, pues, de la tibieza y hasta de la
frialdad de los hombres, atribúyanlas principalmente á la libertad de
que gozan, siendo, por tanto, el medio más seguro de inspirar á los
enamorados ese ardor fogoso, volver ellas de nuevo á su antigua
esclavitud.
Aun cuando no se pueda negar que las costumbres de la nobleza española,
tales cuales las pinta Calderón, no brillan por esa pureza absoluta, que
les han atribuído algunos críticos más entusiastas que amigos de la
verdad, no es posible tampoco desconocer que la adornaban muchas prendas
distinguidas y recomendables, en cuya virtud obtienen nuestras simpatías
los caballeros y las señoras de Calderón por su fina galantería, por la
ternura y variedad de sentimientos (causa de su tendencia al amor
exclusivo, y que condena hasta la más leve anfibología en la conducta),
la observancia rigorosa de los deberes de la amistad y de la gratitud,
la adhesión y la fidelidad hasta la muerte al Soberano legítimo, la
conmiseración con el enemigo vencido, y el sacrificio completo de la
voluntad y del corazón al objeto ó la persona que ha elegido su amor.
Para que el lector asista de un modo inmediato á la vida de los
españoles, tal como se representa en estas composiciones, y para
demostrar, á la vez, lo fielmente que se retratan estas costumbres en
las comedias de Calderón, copiándolas de la realidad, intercalamos
ahora algunos párrafos del interesante viaje, olvidados por completo,
de la condesa d'Aulnoy por España. Dice así, en dos cartas, fechadas en
Madrid en 27 de junio y 25 de julio de 1679:
«Si yo quisiera contar todos los sucesos trágicos de que oigo hablar
aquí un día y otro día, habías de creer que este país es teatro de las
escenas más horribles del mundo. Da ocasión á ellas de ordinario el
amor, el afán de satisfacerlo, y el castigo del mismo. Nada hay que los
españoles no emprendan por este motivo, ni obstáculo alguno que pueda
refrenar su valor ni contener su ternura. Los celos son su pasión
dominante, menos según se juzga, por la parte que tenga en ellos el
amor, que por espíritu de venganza y por el afán de mantener inmaculado
el lustre de su nombre, ó porque no pueden sufrir que ningún otro les
sea preferido, ó porque los desespera cuanto se asemeja á insulto ó
degradación; pero, en fin, sea de esto lo que quiera, es lo más cierto
que la nación española es en este punto bárbara y salvaje. Las mujeres
están como divorciadas de los hombres, pero, á pesar de esto, saben muy
bien escribir sus billetes, dando citas á los que aman: grande es el
riesgo para ellas, para sus amantes y para los mensajeros; pero
desafiando ese peligro, se dan trazas hábiles con su ingenio y con su
dinero para esquivarlos, y burlarse del Argos más vigilante.
»Los hombres solteros, cuando llega la noche, acostumbran, después de
pasear por el Prado y tomar una comida frugal, montar á caballo,
llevando á las ancas á sus escuderos, y lo hacen así para no perderlos
de vista, porque como cabalgan rápidamente por las calles en la
obscuridad más completa, sería imposible que los siguiesen sus
escuderos; también temen ser atacados por detrás, y el escudero sirve
para parar los golpes y vigilar en defensa de su amo, aunque lo más
general es que, en estos casos, tomen la huída estos defensores que no
se suelen preciar de valientes. Estas cabalgatas nocturnas se celebran
en honor de las damas, y los caballeros españoles por ningún precio del
mundo dejan de consagrarse á esta ocupación por las noches; hablan con
sus amadas por las ventanas, entran á veces en los jardines, y también,
cuando pueden, en sus casas; se aventuran en ocasiones hasta la alcoba,
en donde duerme el esposo de su adorada, y hasta se me ha dicho que así
se ven años enteros, sin hablarse una palabra, por temor de ser
descubiertos.
»Nunca, en Francia, han sabido amar tanto como los españoles aman,
encontrando yo que á todos superan, y, prescindiendo de sus tiernos
cuidados, de sus servicios constantes y de su abnegación hasta la
muerte (porque ni el marido ni los parientes perdonan jamás), en la
fidelidad y el secreto, que siempre se guarda. Nunca se oye que algún
caballero se alabe de los favores, que le ha concedido su dama; hablan
de ellas con tanta veneración y tanto respeto, como si fuesen sus
reinas. También las damas, por su parte, ponen todo su empeño en no
agradar más que á su amante: sólo en él piensan; y si no lo ven,
encuentran medio de consagrar á su amor muchas horas, ya escribiéndoles,
ya hablando de él con alguna amiga de confianza, ó pasando el día entero
en la ventana sólo por acecharlo al pasar. En una palabra, si me atengo
á lo que he oído, puedo asegurar que España es el país clásico del
amor...................................
Mientras los señores hablan con sus amadas, los criados, con los
caballos, esperan á cierta distancia de la casa....... Además de los
medios indicados, de que se valen los enamorados para llegar hasta los
objetos de su amor, hay también otros, porque las señoras se visitan con
mucha frecuencia, y nada es más fácil para ellas que taparse con un
velo, deslizarse por alguna puerta excusada, subir en una litera y
encaminarse á donde se les antoja. Mucho les ayuda la particularidad de
que todas ellas, por un pacto tácito, guardan inviolablemente los
secretos, y cualquiera que sea el altercado ó la disputa que se promueva
entre ellas, jamás abren sus labios para venderse unas á otras. Su
discreción, en este punto, no merece incondicional alabanza; pero las
consecuencias de su ligereza serían aquí más desastrosas que en ninguna
otra parte, porque aquí también se mata sólo por sospecha. Las buenas
españolas son muy astutas y saben hacer excelente uso de esta prenda,
porque como todas las casas tienen puertas traseras, pueden salir á la
calle cuando les parece; y como es frecuente que un hermano viva con su
hermana, un hijo con su madre ó un sobrino con su tía, sirve esto de
pretexto ú ocasión para verse. El amor es aquí naturalmente ingenioso, y
apela á todos los recursos para satisfacerse, permaneciendo siempre fiel
y constante. Hay intrigas de este género que duran toda la vida, aunque
no se haya malgastado una sola hora en perder de vista su término; se
aprovechan todos los instantes, y cuando los amantes se ven y quedan
contentos, no hay que pedir otra cosa....... A veces sucede que una
dama, envuelta en su velo para no ser conocida y con traje muy sencillo,
se encamina á pie al lugar de la cita. La ve un caballero, la persigue,
y se empeña en hablarla; pero incómoda con este acompañamiento, se
dirige á cualquiera de los que pasan, y, sin darse á conocer, le dice:
«Yo os ruego que os interpongáis para impedir que este majadero me
siga.» Esta súplica es una orden para el galán español: habla con el que
la molesta, le ruega que no la siga, le aconseja que la deje ir en paz,
y, si no accede á su deseo, hay que sacar las espadas; de suerte que,
por un encuentro de esta especie, se derrama sangre por una señora á
quien no se conoce. Ésta, mientras tanto, se aleja de allí, y los dos
caballeros pelean, encaminándose ella á donde la aguardan. Acontece en
ocasiones, y esto no deja de ser original, que el mismo marido ó el
hermano de la dama en cuestión, son quienes la protegen de las
persecuciones del imprudente, y, por tanto, le ayudan, sin saberlo, á
que corra á los brazos de su amante....... Sucede también que cualquiera
encuentra á su amada en la calle, y no estando cerca su propia casa,
entra sin más contemplaciones en otra ajena en donde á nadie conoce;
pide al dueño que le ceda su habitación, porque acaso no se le presente
otra coyuntura como aquélla para hablar con su dama, y, en efecto, el
dueño lo complace, y deja en su casa solos al galán con su amada. En una
palabra, se hacen las cosas más increíbles por lograr una entrevista de
un cuarto de hora....... Madrid entero parece una gran jaula, porque
todas las casas, desde el piso bajo hasta el más alto, están llenas de
celosías, y no sólo las ventanas, sino también los balcones. Detrás de
ellas se ven siempre á las pobres mujeres que miran á los transeuntes, y
que, cuando se atreven, abren la celosía. No hay noche que no se den, en
los distintos barrios de la ciudad, cuatrocientas ó quinientas
serenatas. Verdad es que tienen su merecido premio, porque la dama más
bella se vanagloría y se cree tan feliz como una reina cuando cualquier
galán toca ante su ventana el laúd ó la guitarra, y entona una endecha
con voz apasionada.»
Tal es, trazada con exactitud por el pincel de una testigo de vista, la
vida, y tales son las relaciones sociales que aparecen en las comedias
de capa y espada de Calderón. Pero para que se forme una idea más clara
de la naturaleza de estos dramas, insertamos en seguida un extracto del
argumento de la titulada.
_Antes que todo es mi dama_, una de las mejores de esta clase. Dos
caballeros, Lisardo y Don Félix, antiguos é íntimos amigos, se
encuentran impensadamente en Madrid después de una larga separación, y
recuerdan los sucesos anteriores de su vida, comunicándose al mismo
tiempo sus amoríos. Cuenta Don Félix que en Granada ha herido
mortalmente á un caballero en desafío, y que, después, accediendo á las
súplicas de sus parientes, y por huir de la justicia, se ha venido á
Madrid; ya en la corte, ha visto una joven encantadora, que corresponde
benévola á sus pretensiones amorosas, y cuya posesión ha de hacerlo
feliz. Lisardo confía á su amigo otra historia amorosa de la misma
índole, hallándose también enamorado de otra dama hace poco tiempo, y se
separan luego ambos para acudir á sus obligaciones amorosas.
El lugar de la escena cambia representando la casa de Laura, la amada de
Don Félix. Don Iñigo, padre de aquélla, recibe sorprendido una carta de
Granada, por la cual le recomienda eficazmente á Don Félix un amigo de
su juventud: sale, pues, inmediatamente para buscar á su recomendado;
Laura recibe, por intermedio de un criado, y como regalo de su amante,
una banda, suplicándole aquél que la lleve en recuerdo de su amor; pero
teme llamar la atención de su padre si se la pone en seguida, por cuya
razón la envía á su amiga Clara, para que se la devuelva luego ella,
como si fuese verdaderamente quien le hiciera este obsequio. Pero Clara
es la amada de Lisardo, y éste la ve adornada con la misma banda que
observó antes en manos de Don Félix: al punto se despiertan sus celos,
moteja de infiel á su dama y corre en busca de Don Félix para decirle
que ambos están enamorados de una misma persona. La confusión que de
aquí nace es penosa por extremo, proponiendo Don Félix, para
desvanecerla, presentarse ambos á Clara: desaparece entonces la
equivocación, porque Laura y Clara están juntas; cada uno de los amigos
reconoce á su amada respectiva, y saben de sus labios la verdad de lo
ocurrido con la banda; pero mientras se regocijan así con tan plausible
desenlace, viene una criada y dice que el hermano de Clara ha llegado
justamente de Granada, viéndose ambos obligados á ocultarse por
consideración á las damas.
En el acto segundo, cuenta Lisardo al gracioso, su criado, la traza con
que él y su amigo escaparon con felicidad de la situación comprometida
de la noche anterior; pero mientras habla así, entra el padre de Laura y
pregunta por Don Félix. Lisardo cree que este anciano se propone hablar
á su amigo de la visita hecha á su hija, y para evitarle ese disgusto se
hace pasar por Don Félix; Don Iñigo, sin embargo, le estrecha
amistosamente las manos; dícele que el padre de Don Félix le ha escrito
desde Granada recomendándole su hijo, y le ofrece sus servicios. Pero
Lisardo no puede desdecirse, viéndose forzado á representar el mismo
papel que ha elegido. Cuando el anciano se aleja, llega el verdadero
Don Félix: Lisardo le refiere lo sucedido, y el objeto laudable que lo
guiaba, pero su amigo apenas lo escucha por haber recibido un billete de
Laura, dándole una cita secreta; igual invitación recibe también Lisardo
de Clara, y uno y otro no piensan en otra cosa que en la dicha que les
aguarda. En la escena inmediata aparecen Clara y su hermano Antonio,
recién venido de Granada. Antonio ha visto á Laura, y ha concebido por
ella una viva pasión, consiguiendo de su hermana que le dé un encargo
para su amiga, y le proporcione ocasión de acercarse á ella y hablarla.
Los espectadores asisten después á la entrevista nocturna entre Laura y
Don Félix, interrumpida por la llegada de Don Antonio, portador del
encargo de su hermana. Don Félix se esconde, accediendo á los ruegos de
su amada, y averiguando desde su escondite que Don Antonio es el mismo
caballero, herido por él en Granada; y aun cuando este descubrimiento lo
soliviante naturalmente, al presenciar los extremos amorosos del
visitante con su dama, le es ya imposible contenerse: preséntase con la
espada desnuda, y, cuando ambos combaten, se anuncia la llegada de Don
Iñigo. Don Félix se oculta de nuevo; Don Antonio excusa su presencia con
el encargo de Clara, y se retira. Don Iñigo cuenta á su hija que conoce
ya á Don Félix, que le ha agradado mucho, y que se propone ofrecerle su
casa para vivir en ella. De repente se oye ruido en el aposento
inmediato; el anciano quiere averiguar lo que es, y la angustia de Laura
es mortal sabiendo que Don Félix está allí escondido: para evitar las
consecuencias, declara á su padre que le ha dado en secreto palabra de
casamiento. Aunque es grande la sorpresa de Don Iñigo al oirlo, no se
encoleriza al cabo, puesto que no podrá desear otro yerno más simpático.
Busca en seguida al amante, sacándolo de su escondite; pero la sorpresa
de Laura es extraordinaria, al encontrarse con Lisardo, porque Don
Félix, con ayuda de una criada, ha podido huir por una puerta trasera, y
Lisardo, que estaba de visita en casa de Clara, se ha refugiado en la de
Don Iñigo, huyendo de la primera por la vuelta repentina de Don Antonio,
y ocultándose en el mismo lugar, en que estuvo antes Don Félix. Laura se
llena de confusiones, siendo mayor su extrañeza al notar que su padre
llama Félix á Lisardo, y le ruega que inmediatamente se case con su
hija. En este instante se oye ruido de espadas en la calle, y las voces
de Don Antonio y Don Félix, que pelean, y á la vez los gritos de socorro
de Clara, diciendo: «¡Que matan á mi hermano!» Lisardo duda, en el
instante, á qué lado inclinarse, puesto que á un tiempo lo llaman su
amigo y su amada; pero sale al fin corriendo, y exclama: «¡Antes que
todo es mi dama!»
En el acto tercero, Lisardo y Don Félix han regresado á su domicilio; el
desafío nocturno fué interrumpido por la llegada de algunas personas,
deliberando ambos, entonces, cuál ha de ser su conducta en el estado en
que se encuentran las cosas. Pero anuncian de improviso la llegada de
Don Iñigo; Lisardo, el presunto Don Félix, se oculta, y el verdadero Don
Félix recibe al anciano, pretextando la ausencia de su amigo. Extráñalo
mucho Don Iñigo, y encarga á Don Félix que diga á su compañero, que
espera inmediatamente su casamiento con su hija, y que, en caso
contrario, ha de darle una satisfacción sangrienta. Don Félix promete
hacerlo; vase el anciano, y acuerdan ambos amigos que Lisardo celebre
una conferencia secreta con el padre de Laura, y que le descubra sin
ambajes la verdad. Don Iñigo, receloso y resuelto á pelear, acude á una
cita, que se le da en compañía de Don Antonio; Lisardo le cuenta que él
no es Don Félix, y las circunstancias, que le obligaron á tomar su
nombre; añade, que, estando de visita en casa de Clara, huyó de ella
refugiándose en la de Don Iñigo; pero el anciano se encoleriza, y
califica de agravio ese yerro; Antonio saca también su espada para
vengar en Lisardo la visita secreta hecha á su hermana; Don Félix, que
asiste escondido á esta escena, sale también para socorrer á su amigo, y
el combate se hubiera llevado á efecto, á no sobrevenir mucha gente que
obligara á los combatientes á retirarse. Don Félix se queda solo en el
teatro, y viene un criado á anunciarle que Lisardo está peleando con los
alguaciles; y, cuando Don Félix se propone salir volando á su socorro,
aparece Doña Clara pidiéndole protección contra su hermano, que intenta
matarla por su entrevista nocturna con Lisardo; vacila entre socorrer á
su amigo ó á su dama, cuando se presenta Don Antonio, y se empeña en
levantar el velo de Doña Clara; Don Félix no lo consiente, porque así se
lo manda su deber de caballero, y relucen de nuevo las espadas; pero
entonces oye, desde la casa de Don Iñigo, las voces de socorro de Laura,
á quien su padre, furioso, amenaza con un puñal, y acude á ella
corriendo, no sin decir antes lo que sigue:
Bien sé que mi obligación
Es valeros, bella Clara,
Porque de mí os amparásteis;
Bien sé que en esta demanda,
Mi obligación, Don Antonio,
Es no volveros la espalda;
Bien sé, Lisardo, que sois
Mi amigo, y que os hago falta;
Mas mi amigo, mi enemigo,
Y la dama que se ampara
De mí, todos me perdonen.
Que _antes que todo es mi dama_. (_Vase._)
Entonces acude Lisardo corriendo y toma bajo su protección á la afligida
Clara, declarando que él es su esposo. Poco después llegan Félix y
Laura, y Don Iñigo persigue á ésta con la espada desenvainada,
vociferando:
.............. De mi casa
No ha de llevar á mi hija
Quien su esposo no se llama.
* * * * *
Pues ¿cómo vos defendéis
Que otro lleve á quien aguarda
Ser esposa vuestra?
LISARDO.
Como
Don Félix, que es quien la ama,
Es su esposo y es mi amigo.
DON FÉLIX.
Y quien se rinde á esas plantas
Asegurando que soy
Don Félix, y que la causa
De que Lisardo tomase
Mi nombre, siempre fué Laura.
DON ÍÑIGO.
Si yo en mi casa le hallé...
DON FÉLIX.
Como yo me satisfaga,
Siendo su esposo, ¿qué importa?
* * * * *
LISARDO.
Sólo lo que ahora falta
Es que Don Antonio y Félix
Sean amigos.
La extremada complicación del plan de la mayor parte de estas piezas,
hace imposible dar noticias detalladas de sus argumentos, no pudiendo
comprenderse éstos sino por medio de una clarísima exposición de los
elementos diversos que los componen. Limitémonos, por tanto, á apuntar
algunas indicaciones. Las comedias _Casa con dos puertas_, _La dama
duende_, _El escondido y la tapada_, tienen todas de común, que exigen
inusitada preparación mecánica y escénica, la primera una doble entrada,
la segunda una puerta secreta, y en las otras dos un aposento ó
habitación oculta, causas de diversas equivocaciones y motivo capital de
las situaciones más sorprendentes. _Casa con dos puertas_ se distingue
por el ingenio extraordinario de su autor, puesto que, de un motivo muy
sencillo, forma una fábula con extremo complicada, y notable, sin
embargo, por su claridad. _La dama duende_ ha sido una de las obras más
aplaudidas de Calderón por la delicadeza y moralidad de su enredo, y á
la vez por la gracia inimitable de todas las escenas. En _El escondido y
la tapada_ se ostenta el talento eminente de su autor, imprimiendo en su
acción giros siempre nuevos, que mantienen el interés, y atraen al
espectador de tal suerte, que por grande que sea su perspicacia y su
fijeza, apenas puede seguirla: es de las comedias más brillantes de
Calderón, y puede servir para probar, con este solo ejemplo, que la
comedia española, en el arte de desarrollar un argumento, deja detrás de
sí á larga distancia á cuanto han hecho en esta parte los poetas de
todas las demás naciones. En _El encanto sin encanto_, como antes
dijimos, ha utilizado Calderón un plan dramático de Tirso de Molina, si
bien hemos de confesar, sin menoscabar en lo más mínimo la fama de tan
célebre poeta, que, á nuestro juicio, el trabajo de su predecesor es de
mucho más mérito que el suyo. _Peor está que estaba_, es, al contrario,
una composición tan llena de encantos como de belleza: como el título
indica, la situación de sus distintos personajes se va haciendo desde un
principio peor y más embarazosa, y desde las primeras escenas hasta su
desenlace nos ofrece una serie no interrumpida de situaciones
interesantes y siempre diversas, y, sin embargo, todas ellas, hasta en
sus pormenores más insignificantes, están perfectamente motivadas.
_Mejor está que estaba_, comedia opuesta á la anterior, es menos rica
que ella en cuanto á su acción externa, pero rebosando, en cuanto á
afectos y pensamientos, frescura poética y fuego juvenil. En _Los
empeños de un acaso_, como su título mismo anuncia, es la casualidad la
palanca más poderosa de la acción: las combinaciones, los sucesos, los
resultados que se enlazan entre sí, son tan varios, trazados con tanto
ingenio y unidos por un lazo tan estrecho, que la curiosidad de ver cómo
el poeta sale airoso de tantos obstáculos acumulados, inspira el mayor
placer, tanto al que la lee como al que la oye, sin dejar á su atención
un solo momento de descanso. Lo mismo puede decirse de _Bien vengas,
mal, si vienes solo_, cuyo enredo, en lo más esencial, puede condensarse
en las palabras siguientes: Don Luis presencia una noche un desafío
delante de su casa, de cuyas resultas uno de los dos combatientes cae en
tierra con una herida mortal. El vencedor se aleja á paso rápido del
lugar de la contienda, no pudiendo apresarlo Don Luis, pero sí á su
criado, de quien averigua con trabajo que el fugitivo es un cierto Don
Juan, amante de Doña María, la hermana de Don Luis. En la escena
inmediata se nos presenta Doña Ana, novia de un galán llamado Don Diego,
á la cual pretende también Don Luis, no sin hacerle ella entrever
algunas esperanzas de buen éxito; visítala Doña María, y la entrega un
retrato de Don Juan, suplicándola que lo guarde, obligándola á ello el
miedo que le inspiran las sospechas de su hermano. Don Diego llega á ver
este retrato en poder de su novia, excitando en él celos rabiosos. Don
Juan, perseguido por la justicia á causa de la muerte de su rival, ruega
al padre de Doña María, amigo del suyo, que le conceda un asilo en su
casa, escondiéndose en una habitación oculta para escapar más
fácilmente; pero Don Diego es pariente del difunto y debe vengar su
muerte; Don Luis es causante también de mayor discordia por sus celos de
Don Diego, y por las sospechas que tiene de su hermana y de Don Juan; en
una palabra, los resortes contrarios que concurren en esta fábula, son
tan numerosos, que parece imposible su conciliación; pero el poeta, gran
maestro en el arte de desarrollar un argumento, combina de tal modo
todos los hilos de esta urdimbre, que, cuando el enredo es más
complicado y parece imposible su desenlace, nos presenta éste de
repente de la manera más natural y satisfactoria.
Todas las comedias mencionadas hasta ahora pueden considerarse como
piezas de intriga ó enredo, ó más bien de acción muy complicada, en la
significación más genuína de la palabra, ó, lo que es lo mismo, como
obras dramáticas, cuyos factores importantes para producir la acción,
son circunstancias y situaciones externas y extraordinarias, atrayendo
todo el interés hacia su argumento, contribuyendo también la casualidad
considerablemente á aumentar la complicación de la fábula, y
prescindiendo, por lo mismo, de la pintura de caracteres. Los mismos
elementos, en toda su pureza, juegan en _Fuego de Dios en el querer
bien_, _Cada uno para sí_, _Con quien vengo vengo_, _También hay duelo
en las damas_ y _El maestro de danzar_.
_El astrólogo fingido_ y _No hay burlas con el amor_.--Son propiamente
comedias burlescas, ó, más bien, entremeses ó sainetes. La primera se
distingue por sus gracias inimitables y sus situaciones divertidas; pero
el asunto no se prestaba á extenderse hasta componer una comedia en tres
actos, y su parte cómica se hubiese concentrado mucho mejor en un
entremés. En _No hay burlas con el amor_ se nos ofrece una dama
presumida y muy llena de su importancia con _vis cómica_
extraordinaria, y á la vez un enredo que consiste en las pretensiones de
un galán enamorado verdaderamente de la hermana de aquélla, pero
temeroso de los obstáculos que puede suscitarle tan vana é insensata
señora, por cuya razón finge amarla y habla con ella con frases
rebuscadas, logrando de este modo conseguir el objeto que su pasión le
inspira. Muy parecida á esta última pieza es la titulada _Hombre pobre
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