Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo IV - 14

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precipita al desdichado en sus olas hasta que se ahoga, sumerge el bote,
y se salva nadando. Al llegar á la ribera, dice que la barca se ha
volcado á consecuencia de una ráfaga de viento. Inmediatamente busca á
Doña Leonor; la cuenta con indiferencia el triste suceso, como si no
pudiera interesar en lo más mínimo á la desdichada, y, al terminar su
narración, le hunde un puñal en el pecho. Después incendia su casa; y,
cuando el cadáver de su esposa es devorado completamente por las llamas,
refiere á sus amigos que no ha podido salvarla del incendio, á pesar de
todos sus esfuerzos. El rey Don Sebastián sabe por uno de estos amigos
de Lope la verdad de toda esta tragedia, y hace que el héroe de ella, al
presentársele, le acompañe también al Africa, no sólo dejándole impune,
sino alabando su osadía y su prudencia.
_Las tres justicias en una_[100].--Este drama, pensado profundamente,
está trazado como pocos para producir efecto conmovedor. Al comenzar la
escena, es ésta un paraje agreste, montañoso, oyéndose dentro tiros de
arcabuz. Preséntanse Don Mendo y su hija Violante, perseguidos por
salteadores, y, cuando están á punto de sucumbir, aparece Don Lope,
capitán de la banda, vestido como los demás ladrones. Don Mendo,
pidiendo misericordia, se arrodilla ante él, y Don Lope lo levanta,
movido de repente á compasión, diciéndole:
...Alza del suelo;
Que el primer hombre has sido,
Que á compasión mi cólera ha movido.
Violante es también consolada por el bandolero, compasivo entonces de
una manera tan inesperada; Don Mendo dice quién es, y refiere que, por
orden del rey D. Pedro de Aragón, había hecho un viaje por razones de
estado, y que regresaba entonces á Zaragoza, en donde esperaba alcanzar
del Rey el perdón en favor de su generoso salvador. Don Lope le replica
que no se atreve á concebir estas esperanzas por la gravedad de los
delitos, que ha cometido. Don Mendo intenta consolarlo, rogándole que le
cuente su historia, prometiendo de nuevo hacer cuanto esté en su mano
para inclinar al Rey al perdón. Don Lope manda á sus compañeros que se
alejen, y dice que su padre Lope de Urrea, se casó, ya anciano, con Doña
Blanca, de quince años de edad. Al oirlo, lo interrumpe Don Mendo de
este modo:
Ya lo sé. (_Ap._) ¡Y pluguiera al cielo
No lo supiera! Prolijos
Discursos, ¿qué me queréis?
Lope prosigue su narración, añadiendo que Blanca sólo consintió á la
fuerza en su casamiento, y que él, fruto de esta unión forzada, sufrió
en su educación los efectos de ese enlace poco natural. Amado por su
madre y odiado por su padre, nunca se había atrevido á visitar á la
primera sino en secreto; más tarde, ya mancebo, y para olvidar sus
desdichas domésticas, se entregó á todo linaje de excesos, sedujo á una
doncella y mató á su hermano, viéndose obligado á huir para escapar á la
pena de sus delitos. Al llegar aquí interrumpe su narración un tumulto,
que se levanta detrás de la escena: son los ministros de la justicia que
siguen el rastro á los ladrones. Don Lope corre á ocultarse; Don Mendo,
al despedirse de él, repite su promesa anterior, y le pide una prenda
para conocer por ella al mensajero que envíe de su parte. Don Lope le da
un puñal, con que se hiere al entregárselo[101], y al verlo en las manos
de Don Mendo, se ve acometido de una vaga inquietud que lo llena de
confusión. Doña Violante, después que Don Lope se ausenta, manifiesta la
impresión que ha hecho en ella salteador tan compasivo. La fábula se
muestra ya trazada magistralmente, y excita sobremanera la atención para
averiguar lo que sigue. En el curso de ella, á ruegos de Don Mendo y con
su apoyo, solicita el viejo Lope el indulto de su hijo. Este vuelve á la
casa paterna, y el amor enlaza pronto su corazón con el de Violante;
pero la índole aviesa del joven Lope no se refrena por esto, sino, al
contrario, se manifiesta sin tardanza tal cual es, en pendencias y en
todo linaje de excesos. En un altercado nocturno en las calles, al cual
acorre su padre, se olvida de tal modo del respeto que le debe, que se
atreve á ponerle la mano encima. Rebosa ya la medida de su culpa, y el
mismo padre acusa á su hijo desnaturalizado ante el tribunal del Rey.
Encárgase á Don Mendo el castigo del culpable; pero la gratitud que le
debe por haberle salvado la vida, lo induce únicamente á procurar su
salvación. El Rey lo sabe, y se propone él mismo castigarlo; pero le
parece el delito tan monstruoso, que llega á dudar si Lope será
verdaderamente hijo del Don Lope de Urrea, injuriado por él; para
disipar sus sospechas visita á Doña Blanca, y sabe de ella un secreto
que hasta entonces ha tenido guardado en su pecho. Don Lope no es hijo
del que pasa por su padre, sino fruto de una violación cometida por Don
Mendo en la hermana de Doña Blanca; para salvar el honor de su hermana,
Doña Blanca ha supuesto que este hijo lo era suyo. Después de esta
explicación, que arroja de repente clarísima luz sobre todos los sucesos
anteriores, sigue una catástrofe de un efecto sorprendente, Don Mendo y
Violante intentan penetrar en la cárcel de Don Lope para libertarlo; la
última acaba de saber, de los labios de su padre, que su amante es su
hermano, y esta noticia, si bien llena su alma de horror, acrece por
otra parte su deseo de libertar al preso. También Blanca y el viejo
Lope de Urrea acuden presurosos á la cárcel; sordos gemidos y lamentos
salen de ésta; las puertas se abren, y se ve á Don Lope estrangulado, y
teniendo en sus manos un papel con la sentencia siguiente:
Quien al que tuvo por padre
Ofende, agravia é injuria,
Muera, y véale morir
Quien un limpio honor deslustra,
Para que llore su muerte
También quien de engaños usa,
Juntando de tres delitos
Las tres justicias en una.
Bella y soberanamente grandiosa es en este drama, uno de los más
notables de nuestro poeta, la manifestación de la senda misteriosa, que
recorre la justicia divina para castigar al culpable; y es también
excelente la pintura que hace de la fuerza secreta de la sangre, que
retiene la mano, ya levantada, del hijo degenerado cuando se presenta su
verdadero padre, y maltrata al putativo.
[Illustration]
[Illustration]


CAPÍTULO IX.
_El alcalde de Zalamea._--_Amar después de la muerte._--_Luis Pérez
el Gallego._--_El sitio de Breda._--_Gustos y disgustos son no más
que imaginación._--_Saber del mal y del bien._--_En esta vida todo
es verdad y todo es mentira._--_El mayor monstruo los celos._--_Los
cabellos de Absalón._--_Las armas de la hermosura._--_La gran
Cenobia._

_El alcalde de Zalamea_[102].--Aunque este drama se ha traducido dos
veces al alemán, sin embargo, en cuanto ha llegado á nuestra noticia, no
ha encontrado todavía el aplauso que merece, por lo cual intentaremos,
valiéndonos de la exposición, que sigue, de su argumento, excitar algún
interés en su favor. Pedro Crespo, rico labrador de Zalamea, pueblo de
Extremadura, tiene una hija de singular belleza. Con motivo de la
llegada de una tropa de soldados, destinada á Portugal, mandados por Don
Lope de Figueroa, forma el proyecto previsor de tener oculta á la
seductora Isabel en una de las habitaciones más aisladas de su casa;
pero uno de los oficiales que viene con ellos, el capitán Alvaro de
Ataide, se da trazas de verla, á pesar de las precauciones de Crespo, y
en seguida intenta enamorarla. El mal éxito de su tentativa no lo aparta
de persistir en su empeño. Sus diversos proyectos de llegar hasta
Isabel, y la serenata que la da, inspiran á Crespo y á su hijo la más
viva inquietud, llegando tan lejos la osadía del capitán, que surgen
altercados formales entre los campesinos y los soldados, formando
partido los unos por Crespo y los otros por Alvaro. Don Lope de
Figueroa, á causa de estos disturbios, cree lo más conveniente que las
tropas abandonen el pueblo; se despide de su huésped Crespo, con quien
ha contraído amistad en el tiempo que han vivido juntos; deja á Isabel
como recuerdo una cruz de diamantes, y se lleva consigo al hermano de
aquélla, que ha mostrado mucha inclinación por la vida militar,
tomándolo bajo su protección. Los soldados dejan efectivamente el
pueblo. Alegre ya Isabel de verse libre de su prisión, toma el fresco
por la noche en la puerta de su casa, cuando se presenta de improviso
Don Alvaro, que quiere satisfacer su pasión á cualquier precio, y que ha
regresado secretamente á Zamalea; se apodera de ella con ayuda de
algunos soldados, y se la lleva á un monte inmediato. Crespo, que acude
á sus gritos de angustia, se empeña vanamente en socorrerla; lo desarman
los soldados que acompañan á Don Alvaro, y lo atan con cuerdas á un
árbol, impidiéndole moverse á pesar de sus esfuerzos; su hijo, que se
proponía justamente seguir á las tropas, corre también detrás de los
raptores; pero cuando los alcanza, al romper el día, es ya tarde para
salvar el honor de su desdichada hermana, y sólo le queda el recurso de
vengarse. Mientras que, furioso, acomete al capitán y lo atraviesa con
su espada, huye Isabel del infame, que le ha robado su honra. La
casualidad la lleva al mismo lugar, en donde su padre ha sido atado la
noche antes. Comienza entonces una escena tan atrevida como original,
calculada toda ella para producir la impresión más profunda; pero falta
en las palabras de Isabel, que se lamenta de su suerte, y llora
arrodillada ante su padre, esa expresión sencilla y natural, que su
especial situación exigía; su narración está llena de galas retóricas,
metáforas y antítesis. Más nobles y propias son las palabras,
pronunciadas por Crespo para consolarla.
CRESPO.
Alzate, Isabel, del suelo;
No, no estés más de rodillas,
Que á no haber estos sucesos
Que atormenten y que aflijan,
Ociosas fueran las penas,
Sin estimación las dichas.
Para los hombres se hicieron,
Y es menester que se impriman
Con valor dentro del pecho.
Isabel, vamos aprisa;
Demos la vuelta á mi casa,
Que este muchacho peligra,
Y hemos menester hacer
Diligencias exquisitas
Por saber dél y ponerle
En salvo.
En el mismo instante se presenta una diputación de los vecinos de
Zalamea, para anunciar á Crespo que lo han elegido alcalde. A la vez le
anuncian que el rey Felipe vendrá aquel mismo día á Zalamea, y que el
capitán Alvaro, herido, ha sido llevado al pueblo. Crespo se apresura á
tomar posesión de su nuevo cargo, y su primer acto, como alcalde, es la
prisión del capitán, cuya herida no resulta tan peligrosa como se creyó
al principio; Alvaro protesta contra la aplicación de la justicia civil
á un oficial; Crespo manda entonces que se retiren todos los
circunstantes, porque tiene que hablar con él á solas. Admirable es la
escena que sigue. El alcalde, con frases enérgicas, echa en cara al
oficial que ha deshonrado á su hija la infamia de su conducta, manchando
el lustre de una familia, que había subsistido inmaculada siglos hacía;
intenta hacerle comprender, que su obligación, según las leyes divinas y
humanas, es devolver á Isabel el honor que le ha robado, y que no hay
otro medio de conseguirlo que casándose con ella; le ofrece cederle toda
su fortuna y todas sus posesiones, y, por último, se arrodilla ante él,
conjurándole, por lo más sagrado, que acceda á su justísima pretensión.
Pero el insensible capitán rechaza con frío desprecio la súplica, para
él insensata, del sencillo anciano, y entonces se levanta Crespo de
repente blandiendo su vara de alcalde, y manda á los vecinos que
acorren, que encierren al culpable en la cárcel. Alvaro se opone, pero
al fin queda preso. Crespo entabla las diligencias judiciales
necesarias; toma declaración á los soldados, también presos; les hace
confesar el delito, y obliga á su hija á declarar también sobre la
existencia del atentado, y sobre el delincuente. Después de esto
encierra en la cárcel á su hijo, acusado de sacar la espada contra su
superior jerárquico, y, cuando algunos extrañan tanto rigor, les
contesta: «Lo mismo haría con mi propio padre si la ley lo mandara.»
Mientras tanto, un soldado fugitivo cuenta á Don Lope de Figueroa lo que
sucede en Zalamea. Éste, ofendido de que un alcalde se haya aventurado á
atacar los privilegios de la milicia, y prender á un oficial, acude
corriendo á Zalamea, y suscita un vivo altercado con Pedro Crespo. Pide
la entrega del capitán, ofreciendo hacer en él rigorosa justicia; pero
el alcalde se opone obstinadamente, sosteniendo que él es el único juez
de su honor. Don Lope quiere apoderarse á la fuerza del prisionero; pero
Crespo le advierte que hay guardas armados, que defienden la cárcel, y
que el primero, que se acerque, morirá fusilado. Ya comienzan los
soldados á venir á las manos con los vecinos, preparándose á incendiar
el pueblo, cuando se anuncia la llegada del Rey. Éste pregunta cuál es
la causa de aquel tumulto, y Don Lope le replica que no es otra que la
osadía increíble del alcalde, que ha puesto preso á un capitán y rehusa
entregarlo. Crespo se presenta entonces al Rey; justifica su conducta
por lo extraordinario del caso, y añade que la justicia se ha cumplido
en el delincuente. Abrense las puertas, y se ve al capitán estrangulado.
El Rey, sabedor de todo, dice que el criminal ha merecido la muerte;
pero censura que se haya faltado á las formas legales por Crespo, aunque
perdona esta irregularidad en atención á su ira natural, tratándose del
inaudito atentado de Don Alvaro, y le confiere por vida el cargo de
Alcalde de Zalamea. Isabel es condenada á entrar en un convento, y su
hermano puesto en libertad, por las mismas razones que militan en favor
de su padre.
Ningún otro drama de nuestro poeta es superior á éste por su
composición, que de escena en escena produce un efecto trágico
extraordinario, así como por sus caracteres, tan enérgicos como
distintos. El anciano Don Lope de Figueroa, hombre endurecido por su
larga vida militar, franco y violento, pero de buen corazón en el fondo;
después el valiente Pedro Crespo, que representa á la perfección al
campesino español, con sus rasgos más nobles, fiel á su Rey y á su
deber, y de una firmeza inflexible; el capitán, orgulloso y libertino;
Chispa, la despierta vivandera; los personajes de Juan y de Isabel, de
una lozanía encantadora y llena de gracia; finalmente, los diversos
soldados, poco escrupulosos y crueles, pero también simpáticos por su
franqueza, forman todos una serie de personajes muy diversos entre sí,
de una verdad deslumbradora, y que nos hacen acordarnos del poeta
inglés, el gran pintor de caracteres. Lugar oportuno es éste de copiar
las palabras que siguen, escritas por Luis Viel Castell, ilustrado
conocedor de la literatura española, en la _Revue des deux mondes_, al
hacer el análisis detenido de este drama: «Admirables son, sin duda
alguna, dice, las gradaciones que ofrece su interés hasta la terrible
catástrofe, y el arte con que ésta se prepara. La conducta de Crespo,
por violenta que sea, en vez de sernos repugnante, nos parece
justificada; el delito cometido contra su hija es tan odioso, tan justo
su castigo y tan probable que el criminal lo evite, á no ser por el
medio indicado; y, por último, es tan grande la moderación de Crespo al
principio, cuando aguarda la satisfacción debida, y tanta después su
firmeza y energía, que nos interesamos con toda nuestra alma en su
venganza, reconciliándonos por completo este sentimiento con lo
sanguinario y lo horrible de su acción en absoluto.»
_Amar después de la muerte_[103].Calderón--Este drama es un cuadro
brillante y animado de la sublevación de los moriscos en las Alpujarras
en el año de 1570, y, en cuanto á su composición y argumento, uno de los
mejores de este poeta, aunque su estilo, en general, no merezca
alabanza. En las escenas más apasionadas, cuando se espera oir el
lenguaje sencillo del sentimiento, nos choca con frecuencia lo rebuscado
de su expresión. Es muy singular que Calderón, cuyo celo por el
catolicismo lo ciega casi siempre contra todos sus adversarios, atribuya
aquí á los moriscos todo linaje de virtudes nobles y heróicas, haciendo
más interesantes á los vencidos que á los vencedores. La primera escena
es en la casa del Cadí de Granada, en donde los moros celebran en
secreto su aniversario; llaman de repente á la puerta, y pide entrar Don
Juan de Malec, descendiente de los antiguos reyes de Granada, que,
sumiso á las leyes de Felipe II, se ha convertido al cristianismo,
habiendo sido premiado con el cargo de concejal de la ciudad. Dice que
viene entonces del cabildo, en donde se ha leído una orden del Rey, por
la cual se imponen á los moriscos nuevos gravámenes. Malec, el concejal
más antiguo, había desaprobado el primero estas medidas; pero Don Juan
de Mendoza le había interrumpido, replicándole que él era moro, y que se
proponía librar á sus correligionarios del castigo condigno. La disputa
se había ido acalorando más y más, y terminó, al cabo, dando Mendoza á
Malec una bofetada. El ofendido de esta manera, se queja de no tener
ningún hijo que vengue su injuria, sino sólo una hija, que lo aflige más
en su desdicha; por lo cual demuestra á los moriscos reunidos, que estas
medidas no tendrán otro resultado que hacerlos á todos esclavos,
excitándolos á vengar su oprobio, porque á todos ellos alcanza. En
efecto, toda la reunión pronuncia ese juramento de venganza. La escena
siguiente nos muestra á la hija de Malec, desesperada por la ofensa
inferida á su padre, aumentando aún más su pena el pensamiento de que su
amante, Don Alvaro Tuzaní, la juzgará indigna de él á consecuencia de la
mancha que ha recaído en su linaje. Aparece entonces Tuzaní, y solicita
su mano para tomar á su cargo la venganza de su suegro. Clara se opone
porque su amante no participe de su vergüenza. Mientras tanto, vienen á
la casa de Malec el corregidor Zúñiga y Don Fernando de Valor, otro
descendiente de los reyes de Granada, que se ha hecho también cristiano,
para anunciarle que, hasta la resolución de la contienda suscitada, ha
de servirle su casa de cárcel. Valor propone que la hija de Malec se
case con Mendoza, y Tuzaní, para prevenirlo, corre á buscar á Mendoza y
lo desafía; pero este combate es interrumpido, porque Valor y Zúñiga
vienen á casa de Mendoza para hablarle del casamiento que ha de poner
término á esta cuestión. Mendoza rechaza la propuesta con desprecio,
pronunciando palabras injuriosas contra los moriscos, y Tuzaní, Valor y
Malec, sintiéndose también lastimados por Mendoza, se alejan resueltos á
promover la rebelión.
En el acto segundo, tres años después del anterior, la rebelión ha
estallado ya, y Don Juan de Austria es el encargado de sofocarla.
Fernando Valor ha sido elegido Rey, y se ha casado con la bella Isabel
Tuzaní; en su misma casa se celebran las bodas de Tuzaní y de Clara,
cuando de repente anuncian los tambores la llegada del ejército
cristiano. Valor envía á Malec y á Tuzaní á sus puestos, y el último
promete á su esposa venir á verla todas las noches. Una de las escenas
siguientes nos ofrece esta entrevista, interrumpida por la aproximación
de Don Juan de Austria. En el acto tercero, Tuzaní se ha deslizado de
nuevo por las murallas de la fortificación, en que vive su amada; pero
los enemigos han minado los peñascos, sobre los cuales está edificada la
ciudad, y preparado la pólvora de las minas; una terrible explosión hace
saltar las murallas, y deja entrar á los españoles en la ciudad. Tuzaní
se precipita por en medio de las llamas en la habitación de Clara; pero
la encuentra moribunda, herida por la mano de un soldado. Sediento de
venganza, corre al campamento cristiano; observa que un soldado tiene un
collar, que reconoce como joya de su amada, deduciendo, de esta
circunstancia, que este soldado es el asesino de Clara; por cuya razón
lo mata. A los gritos del soldado acuden otros muchos, y Don Juan de
Austria, Don Lope de Figueroa y otros capitanes españoles rodean al
atrevido, que ha penetrado sólo en el campamento español para vengarse y
matar al asesino de su amada; pero Tuzaní se abre paso con su espada, á
pesar de la muchedumbre que lo rodea, y se pone en salvo en parajes
inaccesibles de aquellas montañas. Los moriscos, privados por la
conquista de aquella fortaleza de su mejor defensa, deponen al fin las
armas, y se acogen al perdón que el Rey les concede.
_Luis Pérez el Gallego._--Este no es un drama, en el sentido rigoroso de
la palabra, sino una serie de situaciones, enlazadas entre sí, de la
vida de Luis Pérez, noble gallego, transformado en salteador por un
concurso fatal de circunstancias. Su pensamiento principal tiene mucha
semejanza con el de _El tejedor de Segovia_, de Alarcón, pero no
superando, sin embargo, á este último é inimitable drama. Los caracteres
y las situaciones son, por lo demás, muy animados. El motivo capital,
que ha impulsado al protagonista á hacerse bandolero, es la rígida
observancia de la ley del honor, con arreglo á las ideas españolas. Luis
Pérez quiere matar á un criado, que ha entregado una carta á su hermana,
y al que mira como intermediario de una intriga ilícita, y resiste á la
justicia, al presentarse ésta para capturar á un portugués, refugiado en
su casa por haber matado á su rival. Forzado á huir ocúrrenle después
varias aventuras, y regresa, por último, á su hogar, creyéndose seguro;
pero, al saber que ha sido condenado á muerte, busca al juez de la
sentencia; pone á sus criados de centinela á la puerta de la casa de
éste, su apodera de los autos, los rompe y se escapa con sus servidores.
Se le persigue luego en un monte, en donde se ha refugiado,
defendiéndose en él con sus amigos contra los agentes de la justicia.
Por último, le alcanza un tiro de fusil, es hecho prisionero y se le da
al cabo libertad, terminando de este modo la primera parte de las
hazañas de _Luis Pérez el Gallego_. La parte segunda, que existe, no es
de Calderón.
_El sitio de Breda._--Se escribió para solemnizar en una fiesta la toma
de Breda por los españoles. Todo este drama lleva el sello de una
composición, escrita para un objeto dado. No le falta elevación ni
fuego; el odio contra los enemigos de la fe católica está expresado con
tremenda energía; encierra bellezas aisladas, así líricas como épicas,
en número no escaso; pero los sucesos de la guerra están enlazados entre
sí, sin formar un plan regular, y sin constituir, por tanto, un drama
verdadero.
_Gustos y disgustos son no más que imaginación_[104].Calderón--Este es
uno de los trabajos más delicados y perfectos de Calderón, y que se
distingue por su profundidad psicológica, por su análisis perspicaz del
corazón humano, porque encadena nuestra atención, y por el enlace feliz
que se observa entre su argumento y sus situaciones interesantes y
bellas. La comparación de este drama con los datos históricos, que le
han servido de base, prueba el arte inimitable del poeta para dramatizar
y pulimentar una anécdota descarnada é insignificante, no exenta tampoco
de cierta repugnancia. Su enredo, en la esencia, consiste en que el rey
de Aragón menosprecia el amor de su esposa, prefiriendo á Doña Violante,
dama de su corte. Sucede casualmente, que, estando la Reina de noche en
una ventana de la habitación de Violante, se acerca á ella el Rey, y la
requiere, engañado, de amores; la prudente señora finge, en efecto, ser
Violante; acepta sus tiernas declaraciones, y lo provoca á llevar
adelante sus propósitos. Con la repetición de estas entrevistas en la
reja de la ventana, conquista de tal modo la Reina el corazón de su
infiel esposo, que, cuando el misterio se aclara, se precipita éste en
sus brazos arrepentido y avergonzado. Éste es sólo un ligero bosquejo
del argumento, exornado con muchas otras escenas curiosas.
_Saber del mal y del bien._--Más sencilla en su traza, y de un fondo
menos rico que la mayor parte de las obras de nuestro poeta, sobresale
ésta, sin embargo, por su pintura de afectos. La noble y firme amistad
de los magnánimos Don Pedro y Don Alvaro nos recuerda la excelente
comedia de Alarcón, titulada _Ganar amigos_. En la dramatización de las
noticias históricas, fundamento de este drama, ha usado el poeta de la
mayor libertad. Don Alvaro es hijo de Alvarez d'Armada, conde de
Abranches, cuya historia cuenta La Clede, en su _Histoire du Portugal_,
y el suceso trágico, que Don Alvaro refiere á Don Pedro de Lara, es la
catástrofe del infante Don Pedro de Portugal, trocados los nombres.
Mayor es todavía la libertad que se ha tomado el poeta con la historia
de España, puesto que nos ofrece un Don Alfonso, rey de Castilla y de
Aragón.
Pasamos ahora á las comedias, cuyos materiales provienen de las
historias de la antigüedad ó de la de pueblos distintos del español, de
la época moderna. Encuéntranse en esta clase algunas de las mejores
composiciones de Calderón, pero también otras muchas de las más débiles.
Las primeras, como es natural, serán las preferidas.
_En esta vida todo es verdad y todo es mentira._--Las fuentes, indicadas
en la nota que va al pie de estas líneas, si se consultan, harán ver la
libertad extraordinaria con que Calderón ha utilizado esos hechos
históricos[105]. Hace á Heraclio hijo de Mauricio. Supone, que, en vida
del último, hubo una reina de Sicilia y un duque de Calabria, vasallos
del imperio de Bizancio, lo cual basta para demostrar cuán poco tuvo en
cuenta la verdad histórica. El fundamento especial de su drama es un
suceso contado por Baronio en sus _Anales eclesiásticos_, según el cual,
después que Focas hizo matar á los hijos de Mauricio en presencia de su
padre, intentó la nodriza de los Príncipes suplantar, en lugar de uno
de los condenados á muerte, á un hijo suyo para conservar de este modo
la vida de un descendiente de la regia estirpe; pero esa tentativa no
pudo realizarse. Calderón finge que Heraclio, hijo de Mauricio, escapó
efectivamente de la matanza de toda su familia, y que el usurpador Focas
no se creía seguro hasta encontrarlo también y matarlo. El tirano
encuentra, al fin, dos mancebos, criados en un desierto por un viejo
servidor de Mauricio, siendo uno de ellos hijo de su predecesor
asesinado, y suyo el otro, robado en sus primeros años. Las dudas de
Focas acerca de cuál de ellos será Heraclio y la imposibilidad de
averiguarlo; sus sospechas y vacilaciones, impulsado, ya por el odio, ya
por el amor paternal; su deseo de hacer desaparecer al heredero legítimo
del trono, y al mismo tiempo el temor de dar muerte á su propio hijo,
forman el nudo principal del drama, siendo excelentes todas las escenas
que tienen relación inmediata con este motivo dramático. Es difícil
imaginar nada más poético que la descripción del Príncipe, criado en la
soledad, ignorante de su nacimiento, demostrando en la primera ocasión
que se le presenta su ingénita y natural nobleza. ¡De qué belleza tan
arrebatadora es la escena en que Focas encuentra á los dos jóvenes
Heraclio y Leonido ante la cueva en que viven, en los montes, y les
anuncia el primero que uno de ellos es de sangre real! Séame permitido
intercalar aquí parte de esta escena. Astolfo, el anciano criado de
Mauricio, descubre el secreto á Focas; le presenta á los dos mancebos, y
le dice:
ASTOLFO.
Ahora, con el resguardo
Que el uno en el otro halló,
Sabiendo que es tu hijo el uno,
Podrás matar á los dos.
FOCAS.
¡Qué escucho y qué miro!
CINTIA.
¡Extraño
Suceso!
FOCAS.
¿Quién, cielos, vió,
Que cuando de mi enemigo
Y mía buscando voy
La sucesión que afligía
Mi vaga imaginación,
Tan equívocas encuentre
Una y otra sucesión,
Que impida el golpe del odio
El escudo del amor?
Mas tú dirás uno y otro
Quién es.
ASTOLFO.
Eso no haré yo.
Tu hijo ha de guardar al hijo
De mi rey y mi señor.
FOCAS.
No le valdrá tu silencio;
Que la natural pasión,
Con experiencias dirá
Cuál es mi hijo y cuál no,
Y entonces podré dar muerte
Al que no halle en mi favor.
ASTOLFO.
No te creas de experiencias
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