Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo IV - 12

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bautiza, y después Crisanto se hace públicamente cristiano. El padre,
celoso sectario de los antiguos dioses, lo pone vanamente en prisión;
luego, por consejo de un amigo, emplea con el converso otros medios.
Prepárase una magnífica fiesta, á la que acude Crisanto en compañía de
frívolas doncellas; pero el mancebo, inspirado por Dios, alcanza con sus
fervientes oraciones que sus seductoras se queden profundamente
dormidas. Por último, hacen venir á una casta sacerdotisa de Minerva,
llamada Daría, á la cual atrae Crisanto al cristianismo, presentándose
públicamente como si estuviesen casados, pero viviendo ambos en completa
abstinencia de los goces conyugales. Los esfuerzos de ambos en difundir
la nueva religión, despiertan las sospechas de los paganos. El tribuno
Claudio lleva á Crisanto á un templo de Hércules para ofrecerle
sacrificios. El cristiano lo rehusa, siendo condenado por su negativa á
sufrir los más horribles martirios; pero su cuerpo, por obra milagrosa,
resiste incólume á todos los tormentos, é impresiona de tal modo á
Claudio y á los soldados, que todos reciben el Bautismo. El Emperador
interviene entonces también en este asunto; Crisanto es encerrado en la
cárcel, y Daría en un lupanar; preséntase un león para socorrerla y
defenderla de sus corruptores, y, por último, el pretor ordena que los
dos amantes sean llevados á un pozo, situado fuera de la ciudad, y que
lo colmen con tierras y piedras. En cuanto al arte incomparable de que
el poeta hace gala en la dramatización de esta leyenda, sólo hay una voz
unánime. Su drama es de lo más perfecto de este género que se ha escrito
hasta hoy.
_El purgatorio de San Patricio_[88].--Pertenece á las obras de la edad
juvenil de Calderón, y, así en la prodigalidad de sus galas como en su
estilo ostentoso, lleva las trazas de su precoz nacimiento. Sin duda
este drama merece algunas censuras sensatas, porque no sólo lleva
impreso el sello de la fe monstruosa, que dominaba en su tiempo,
ofreciendo también algunos flacos á la crítica, que se ajusta en su
juicio á la moral, sino también contiene algunas faltas por lo que
respecta á la composición; y, sin embargo, aun cuando nos cause
extrañeza su pensamiento fundamental; aun cuando haya algo, en su
desempeño, que choque con nuestras ideas artísticas, así en su conjunto
como en muchos de sus detalles, revela tanto talento y tanto genio en el
autor, que no podemos menos de admirarlo. Los dos protagonistas del
drama, San Patricio y Ludovico Ennio, naufragan en las costas de
Irlanda; San Patricio salva á Ludovico, y, nadando con él, arriba á la
tierra, en donde se encuentra también Egerio, rey de Irlanda, con su
séquito. Los dos náufragos cuentan la historia de su vida en dos largos
discursos, de los que Calderón usa con preferencia al principio de sus
comedias. San Patricio refiere, que es hijo de un caballero irlandés y
de una señora francesa, y que sus padres, poco después de su nacimiento,
se han retirado á un monasterio; que él mismo, educado piadosamente,
disfruta desde sus primeros años del don de hacer milagros, y que,
cautivo poco antes por piratas, se ha libertado de ellos con la ayuda
del cielo, que lo ha socorrido promoviendo la tempestad, causa del
naufragio del buque. En cuanto á Ludovico, á quien ha salvado, dice:
Porque no sé qué secreto
Tras él me arrebata y lleva,
Que pienso que ha de pagarme
Con grande logro esta deuda.
El discurso siguiente de Ludovico, empleando colores muy vivos, nos
traza ese hecho, no contrario á la naturaleza, pero que, sin embargo,
nos extraña, á pesar de su conformidad con las ideas católicas, entonces
reinantes en España, y cuyo fundamento es la existencia de un criminal,
que persiste, con plena conciencia de lo que hace, en perpetrar los
mayores delitos, y firme, en el fondo de su alma, en la fe de la
Iglesia. Ludovico enumera la larga serie de los desafueros que ha
cometido, calificando como más grave el de haber seducido á una monja,
haberla robado y casádose con ella; haberla llevado á Valencia,
malgastando allí toda su fortuna, é intentado después prostituirla para
lucrarse de su deshonra; pero que ella se opuso, y volvió otra vez á su
convento. Después de referir otras muchas aventuras, declara que había
caído en manos de piratas, libertándose de ellos por la intercesión de
San Patricio. El Rey pagano perdona á Ludovico, en atención á sus
maldades, el crimen de ser cristiano, pero deja caer todo el peso de su
cólera en San Patricio. En el desarrollo de la acción acumula Ludovico
crímenes sobre crímenes, pero asegura por su fe la protección, cada vez
más decidida, de San Patricio; seduce á Polonia, la hija del Rey; hace
la guerra al general Filipo, cae prisionero y es condenado á muerte,
debiendo su salvación á Polonia. Los dos huyen juntos, pero Ludovico no
la ha querido nunca sinceramente y determina matar á su libertadora,
porque, al parecer, le estorba en su huída; en efecto, ejecuta su
propósito en un bosque sombrío, por donde pasa un camino, y recorre
luego el mundo en compañía de un campesino que se le agrega. San
Patricio, mientras tanto, resucita á Polonia; Egerio, admirado de este
prodigio, pide á su autor que le haga ver el Purgatorio; San Patricio
accede á este deseo, y se lleva al Rey á una caverna, desde la cual se
ve al Purgatorio en lo hondo, y lo precipita desde aquí en el Infierno,
cuyo suceso produce la conversión de la corte y la de toda Irlanda. Al
principio del acto tercero se nos ofrece Ludovico, que regresa á Irlanda
después de viajar largo tiempo por toda Europa, no guiándole otro
propósito que matar al general Filipo, en quien no ha podido saciar su
sed de venganza. En la noche, en que espera á su enemigo, se le aparece
un caballero disfrazado, y lo provoca á la pelea. Ludovico la comienza,
pero sus golpes sólo hieren al aire. Descúbrese entonces el caballero,
que es un esqueleto, y le dice:
...¿No te conoces?
Este es tu retrato propio.
Yo soy Ludovico Eneo. (_Desaparece._)
El pecador se convierte en virtud de esta aparición; cae al suelo sin
sentido, exclamando después:
¿Qué será satisfacción
De mi vida?
MÚSICA. (_Dentro._)
¡El Purgatorio!
Se encamina entonces, para buscar el Purgatorio, al lugar en donde
subsiste aquella caverna, á donde llevó al Rey San Patricio; encuentra
allí á Polonia de ermitaña; le indica la dirección que ha de tomar;
llega á la caverna, y, al cabo de algunos días, sale de ella santificado
y transfigurado. Una larga oración, en la cual refiere las maravillas,
que ha presenciado en el Purgatorio de San Patricio, termina esta obra
dramática[89].
[Illustration]
[Illustration]


CAPÍTULO VII.
_Las cadenas del demonio._--_La exaltación de la Cruz._--_La
devoción de la Cruz._--_Origen, pérdida y restauración de la Virgen
del Sagrario._--_La cisma de Ingalaterra._--_La aurora en
Copacavana._--_El gran príncipe de Fez._--_San Francisco de
Borja._--_La sibila del Oriente._--_La estatua de Prometeo._--_La
vida es sueño._

_Las cadenas del demonio._--Comienza con una escena semejante á la que
se halla también al principio en _La vida es sueño_. Irene, hija del rey
de Armenia, está presa desde su nacimiento en una cárcel obscura, por
haber profetizado un astrólogo que su libertad acarrearía á su país todo
linaje de males. Invoca, desesperada, la ayuda del Demonio, y consigue
de él, vendiéndole su alma, que la saque de la cárcel. Las exhortaciones
del apóstol San Bartolomé, que llega allí poco después y convierte al
cristianismo á parte de sus habitantes, hacen en ella tal impresión,
que, conociendo su pecado, se aflige primero sobremanera, y pierde
después el juicio. La descripción de su locura es, sin disputa, de lo
más magistral y poético que se ha escrito; finalmente, libre ya su alma
del delirio que la embargaba, confiesa á Jesucristo y consigue del
apóstol, que, al final del drama, recibe el martirio, la anulación de su
pacto con el Diablo[90].
_La exaltación de la Cruz_[91].--Este drama extraordinario trata de la
conquista de la Santa Cruz del rey persa Cosroes, y de su instalación en
el templo de Jerusalén; pero el objeto del poeta fué personificar
simbólicamente en _La exaltación de la Cruz_ la del cristianismo. La
leyenda de San Anastasio (_Acta sanctorum Bolandi_, Januar, tomo II,
pág. 422: Antuerp., 1643), está enlazada hábilmente con la acción
principal. Este santo, mago y encantador al principio, muestra á los
hijos de Cosroes, á sus ruegos, en un espejo negro, la entrada de su
padre en Jerusalén; pero, al ver la cruz, su arte es impotente, y le
sugiere sus primeras dudas acerca de la verdad de su religión. Cosroes
vuelve triunfante á su capital; planta la cruz robada del Salvador en el
templo de Júpiter, y entrega, como esclavo, á Zacarías, patriarca
cautivo de Jerusalén, en manos de Anastasio, para que éste le haga
apostatar de su fe. El emperador Heraclio, mientras tanto, sabe, por
conducto de Clodomira, reina fugitiva de Gaza, que se le presenta
suplicante, que Jerusalén ha sido tomada y que se ha arrancado de ella
la Santa Cruz; y, si bien hasta entonces había sentido por su futura
esposa ardiente amor mundano, lo borra de su corazón y dirige sólo su
pensamiento á la noble empresa de recuperar el símbolo del cristianismo.
Clodomira, armada también, forma parte de la expedición contra Persia.
No fácilmente, sin embargo, concede el Señor la victoria á sus
adoradores: aguárdanles pruebas y tormentos diversos; derrótanlos los
persas, y se ven á punto de sucumbir en una región montañosa y desierta;
pero perseveran en su fe y en su esperanza, y al cabo el cielo también
les ayuda, los ángeles esgrimen sus espadas de fuego, y dispersan los
escuadrones enemigos que los cercaban. Mientras suceden estas cosas,
estalla la desunión en la familia real de Persia, á la cual han llevado
cautiva á Clodomira; un hijo de Cosroes, gravemente ofendido por su
padre, se acoge á Heraclio con Clodomira, y con su ayuda se apodera de
la capital de Persia y recupera la Santa Cruz. Anastasio, convertido al
cristianismo por su esclavo Zacarías, y después de sufrir de Cosroes
todo linaje de oprobios y torturas á causa de su nueva religión, que
confiesa públicamente, es puesto en libertad, ocupando de nuevo Zacarías
su silla episcopal en Jerusalén. A la conclusión del drama se nos ofrece
un contraste con la primera escena: así como Anastasio hace allí ver, en
virtud de sus artes mágicas, el robo de la cruz á los príncipes de
Persia, así aquí le muestran los ángeles á Heraclio con cilicio y corona
de espinas en la cabeza, llevando en sus hombros el sagrado madero al
templo de Jerusalén, y plantándolo en el altar.
_La devoción de la Cruz._--Esta obra tiene igual valor, ya se la
considere como la expresión del espíritu de tiempos pasados, ó por su
mérito poético. La idea imaginaria, que le sirve de fundamento, se
desenvuelve en rasgos grandiosos; pero el sentimiento religioso del
poeta, en otros dramas suyos tan pura y genuinamente cristiano, aparece
en éste extraviado singularmente por la superstición y el fanatismo. La
creencia, de que un hombre puede cometer crímenes de toda especie, y
salvarse, sin embargo, por su adhesión á la fe católica y al símbolo de
su Divino Fundador, se expone en este drama de la manera más
inconveniente; porque envuelta por completo la significación literal del
argumento en una forma simbólica, obliga al poeta á intercalar una idea,
en que seguramente no ha pensado. Una mujer casada, después de sufrir de
su esposo malos y groseros tratamientos, se ve acometida de los dolores
del parto en el desierto, al pie de una cruz, invocando el auxilio de
esa misma cruz en hora tan angustiosa para ella. Los gemelos, que da á
luz, llevan impreso en el pecho el signo de la gracia, bajo la forma de
una cruz roja. El padre hace criar á Julia, la hija, en su casa; pero el
hijo crece y se educa en el extranjero, desconocido de su padre, y
después se enamora de Julia, ignorando que sea su hermana. Otro hermano
de Julia provoca al seductor, y muere en la pelea. Julia es encerrada
en un convento por su padre, y el hijo de éste entra en una banda de
ladrones, y comete crímenes sobre crímenes. Su antiguo amor no le
abandona, y forma el proyecto de robar á Julia del convento; pero cuando
ella se inclina á acceder á sus deseos, retrocede él, temblando, al
observar en su pecho el signo de la cruz. Julia, entonces, arrastrada de
una pasión sensual y censurable, se escapa del convento y sale en su
persecución. El milagro que la cruz hace en los dos, que la llevan,
forma entonces el verdadero núcleo del drama: la vida de los dos
elegidos, no obstante sus pecados y desdichas, es sólo para ambos la
senda obscura, que conduce al sol resplandeciente de la salvación
eterna, que, desde la cuna, ha brillado para ellos; en vano influencias
maléficas los arrebatan al abismo de su perdición, porque permanecen
fieles á la cruz, y este signo de la verdad y de la gloria los arranca
del pecado y de la muerte. Píntalo así el poeta con el vuelo poderoso de
su fantasía; pero, á pesar de todo su talento, no es posible que la
imaginación, por lo menos la de los que ahora vivimos, se vea libre de
extrañeza, al considerar que, aquel signo externo, no se presenta sólo
como símbolo, sino como instrumento salvador de la gracia divina, aunque
las almas de los glorificados persistan en la culpa con conocimiento
clarísimo de lo que hacen. Mientras el hijo y la hija se entregan á todo
linaje de excesos y maldades, el padre ataca á los ladrones y el hijo
muere en la batalla; y al invocar el auxilio de la cruz se presenta un
piadoso obispo que lo confiesa, requisito indispensable y conocido, con
arreglo á las creencias católicas, para alcanzar la bienaventuranza.
Julia, perseguida también y viendo lo inevitable de su muerte, se abraza
á una cruz y sale con ella volando por los aires, dejando burlados á sus
perseguidores[92].
_Del origen, pérdida y restauración de la Virgen del Sagrario_[93].--La
acción se divide en tres partes, distribuídas cada una en diversos
siglos: la primera, en el VII, en el reinado de Recesvinto, rey de los
visigodos; la segunda, en el VIII, cuando la conquista de España por
Tarik; y la tercera, en el XI, cuando fué recuperada Toledo. El centro ó
foco de la acción lo constituye la milagrosa imagen de la Virgen en su
nacimiento, decadencia y restauración, dependiendo la unidad del
argumento de este centro, al que se refieren todas las demás escenas.
_La cisma de Ingalaterra_[94].--El plan de esta tragedia coincide en
muchos puntos con la de _Enrique VIII_, de Shakespeare. Compréndese, sin
embargo, que las diferencias entre ambas han de ser radicales. Si el
drama inglés se propone la alabanza de Isabel, en el español predomina
claramente la tendencia de acumular sobre la cabeza de la Reina hereje
todas las manchas de su nacimiento ilegítimo. La desdichada Ana Bolena,
madre de Isabel, es representada como una mujer voluptuosa y llena de
vicios, y á su lado, con colores tan odiosos, el arrogante cardenal
Wolsey. Por el contrario, la católica María y la princesa española
Catalina (esposa repudiada de Enrique VIII), aparecen adornadas con las
más preclaras virtudes de su sexo. El carácter del Rey, tan débil como
vano, está pintado magistralmente, notándose en él cierta buena semilla,
que vive siempre, pero que no llega á germinar nunca. Bastan estas
indicaciones generales, y pasemos ahora á exponer su argumento con
alguna prolijidad, porque este drama es muy interesante bajo diversos
aspectos[95].
Acto primero. Enrique VIII, dormitando en su gabinete. Delante de él
yace un manuscrito, en que ha trabajado antes, y es el tratado _De
Septem Sacramentis_: divaga, escribe y habla en sueños; á su lado está
la visión de Ana Bolena, á la cual él no ha visto hasta entonces,
borrando con la mano izquierda lo que él escribe con la derecha. Oyense
á lo lejos los pasos del cardenal Wolsey; desaparece la visión y Enrique
despierta, guardando en su pecho la afición hacia el sér seductor, que
ha desaparecido. Acércase á él Wolsey, trayendo una carta del papa León
X, y un libro nuevo de Lutero. El Rey intenta pisotear el escrito de
Lutero, y poner la carta del Papa sobre su cabeza; pero distraído por su
recuerdo de Ana, trueca los frenos, arroja al suelo el escrito del Papa,
y levanta la obra de Lutero. En vano intenta interpretar este mal
presagio valiéndose de sofismas. Quédase solo el Cardenal, y revela en
un monólogo su insaciable avaricia. Carlos, embajador francés, pide una
audiencia á Enrique; el arrogante Cardenal lo rechaza con orgullo.
Carlos, solo con un amigo, le descubre el obstáculo, causa de la
dilación de su regreso á Francia, que colmaría sus deseos, y es su
ardiente amor á Ana Bolena, que estrechamente lo encadena. Esta joven ha
estado antes en Francia: allí la ha visto primero Carlos en un baile, la
ha amado y ella se ha entregado á su amor sin reserva. Vienen, por una
parte, la reina Catalina, su hija María y su dama Margarita Pool; por
otro, Tomás Boleyn, que trae á su hija Ana á la Reina, y se la presenta.
Ana dirige cumplidos lisonjeros á la Princesa, y maldice para sí su
posición inferior, que la obliga á arrodillarse. Catalina le manda
levantar, porque tales testimonios de respeto corresponden sólo á Dios;
después la misma Reina intenta ver á su esposo, pero Wolsey, ante la
puerta del gabinete, se lo niega. Irritada la Reina, le dice que lo
conoce bien y que le consta cuán grande es el orgullo de su alma bajo la
hipócrita máscara de la humildad. Wolsey, descubierto, jura tomar una
enérgica venganza de esta afrenta; además, un astrólogo, maestro suyo,
le ha profetizado que una mujer será causa de su desgracia: ¿quién podrá
serlo sino Catalina? Ana, sola con su padre, oye de sus labios consejos
sensatos para que arregle á ellos su conducta; pero le contesta con
frialdad y menosprecio, porque se avergüenza de su nacimiento. Carlos
con Ana. Júranse muchas veces perpetuo amor, y los dos se dan las manos
como para un casamiento secreto. Por una parte, llegan el rey Enrique
con Wolsey, y por otra, Catalina con su séquito. Apenas ve el Rey á Ana,
reconoce en ella aquella misma visión que ha barrido sus creencias
católicas. Arrebatado y confuso se aproxima á ella, enamorándole aún más
sus palabras humildes é hipócritas. El astuto Cardenal observa á su
señor y á Ana. Lee lo que pasa en los corazones de ambos: en el de la
una, un orgullo satánico, y en el del otro, un amor sensual que lo
trastorna, y saborea ya su próxima venganza.
Acto segundo. Enrique, en su gabinete, pensando inconsolable en Ana:
rodéanlo sólo el Cardenal y el gracioso Pasquín, pero no consiguen
desvanecer la profunda melancolía que lo embarga; preséntase la Reina
con su séquito para tranquilizar á su amado esposo. Él la recibe, porque
Ana la acompaña. La música, el canto y el baile deben disipar su pena.
Wolsey se ve obligado á alejarse por orden de Catalina; cántase una
letra tierna, y la misma Reina le añade una glosa. Enrique sólo mira á
Ana, y en vano hiere la música su oído. Entonces baila Ana, y cae, al
parecer casualmente, á los pies del apasionado Príncipe. Carlos se
anuncia entonces, y es admitido. Pide, en nombre del duque de Orleans, á
la princesa María. Enrique aplaza la contestación. Wolsey solo. Todos
los tormentos del orgullo humillado destrozan su corazón. Después de la
muerte de León X, Carlos V ha elevado á la Sede pontificia á su
preceptor Adriano, suprema dignidad eclesiástica, en que Wolsey había
puesto los ojos. No le es dado vengarse del Emperador, pero sí de su
tía, la inocente reina Catalina, destinada á ser blanco de sus iras.
Llega entonces Ana: ambos se han conocido mutuamente, y á ambos impulsa
el mismo pensamiento. Júrale ella que sólo tendrá en cuenta su medro si
la ayuda á subir al trono, condenándose á sí misma á morir
ignominiosamente á manos del verdugo, si alguna vez falta á los deberes
que le impone la gratitud. Ana se queda sola; el Rey, arrastrado por su
pasión, pretende á la seductora doncella. Un amor irresistible, según
ella afirma, la atrae hacia el Rey, y, con palabras lisonjeras y miradas
insinuantes, lo encadena más y más, y lo deja así trastornado; entonces
se desliza junto á él Wolsey, y le dice, entre otras cosas:
No fué tu matrimonio verdadero,
Ni humana ni divina
Ley habrá que conceda
Que ser tu esposa pueda
La reina Catalina,
Siendo caso tan llano,
Que fué primero esposa de tu hermano.
Se opone en apariencia, pero su voluntad, ya sin energía, aprueba el
propósito. El Cardenal convoca precipitadamente al Consejo de Estado á
solemne sesión parlamentaria. Sesión del Parlamento. Enrique aparece en
el trono con Catalina, llevando corona y cetro; siéntase junto á la
Reina la princesa María, y Wolsey está de pie detrás del Rey. Enrique
declara solemnemente que su casamiento con Catalina es nulo, y que su
hija María será la heredera legítima de la corona de Inglaterra. Dice,
al terminar, que la cabeza de cualquiera, que no encuentre bastante
sólidas las razones que le asisten para el divorcio, será separada
inmediatamente del tronco. La Reina le replica en un largo discurso
lleno de amor y abnegación; ruega á su esposo, que por ninguna razón ni
pretexto ponga en peligro la salvación de su alma; pero el Rey le vuelve
las espaldas y se aleja lentamente sin replicarla. Carlos, asustado,
lleva precipitadamente esta noticia á la corte de Francia. Wolsey se
venga entonces de las humillaciones que ha sufrido antes de su Reina,
arrancando con sarcasmos á la princesa María de los brazos de su madre;
la Reina se dirige entonces á Ana, pidiéndole su intercesión: pero ésta
se vuelve y la deja con mal disimulada alegría, y sólo Margarita no
abandona á la desgraciada.
Acto tercero. Ha transcurrido ya largo tiempo, y Ana se ha casado con
Enrique; y, como el Papa no ha consentido en su divorcio, Enrique ha
abjurado de la religión católica, apoderándose de sus conventos y bienes
temporales. Catalina vive en Londres, en una pobre habitación. Carlos ha
vuelto de nuevo de Francia á Inglaterra para celebrar sus bodas con su
amada Ana, y la encuentra ya reina; sólo una vez quiere verla y
devolverle las prendas de su antiguo amor. Wolsey lo recibe rodeado de
muchos soldados miserables y estropeados, que le presentan memoriales;
recházalos á todos, quedándose solo con la nueva reina Ana, y le suplica
entonces que lo apoye en su pretensión de ocupar la presidencia del
Gobierno, pero ha confiado ya este cargo á su padre sin saberlo el
Cardenal. El prelado la amenaza iracundo devolverla á la nada, de donde
la había sacado, resolviendo ella resistir con todo su poder y toda su
astucia femenil á las intrigas de sus enemigos. Enrique con Ana. Enseña
á su querida mujer una carta para la divorciada Catalina, llena de vanos
consuelos; Ana se aflige al leerla, con el secreto propósito de
envenenarla. Laméntase luego del orgullo insolente y de las ofensas que
le ha hecho el cardenal Wolsey, y pide, adulándolo, venganza. Falta,
pues, al juramento que antes hizo á su protector, como había faltado
también al de amor eterno que hizo á Carlos. Wolsey se engaña al
interpretar falsamente aquella profecía que se le había hecho de que
una mujer sería la causa de su ruína, creyendo que esta mujer era
Catalina; él mismo ha dado fuerza y valor á su enemiga. Enrique lo
despide ignominiosamente de la corte, y confisca sus bienes y tesoro en
beneficio de los soldados, á quienes trató tan mal. Posesión campestre
de la reina divorciada Catalina. Resignada y triste se pasea con
Margarita por un campo solitario, entre flores silvestres. Acércase á
ella Wolsey, fugitivo, sediento y muerto de hambre, y le pide una
limosna. La Reina se había tapado el rostro para no avergonzarlo, y le
entrega sus últimas joyas; entonces se descubre á sus ruegos, y él,
desesperado, le da las gracias. Llegan entonces servidores del Rey; él
cree que lo persiguen, y, ciego de ira, se arroja desde lo alto de un
peñasco, y se mata. Los criados del Rey son portadores de aquella carta
envenenada, que la Reina recibe, contenta y placentera, de su señor y
esposo. Londres. El palacio real. El Rey, atormentado por sus
remordimientos, acecha oculto á su esposa. Ana ordena á sus damas que se
retiren, y cree estar entonces sola con Carlos. Este devuelve á su
infiel amada las prendas de su antigua pasión, y ella le asegura que
sólo á él ama; que la corona de Enrique tiene valor á sus ojos; la
persona del Rey, no. Carlos tira al suelo las tiernas cartas de la
Reina, y se aleja lleno de indignación y de desprecio. Cae entonces la
venda que lo cegaba; se apodera de una carta, y ve confirmadas sus
sospechas. Manda que Ana sea presa por su mismo padre; ha sacrificado
todo á su amor, aun oponiéndose á sus mejores inclinaciones, y se
encuentra ahora vendido evidentemente. ¿A quién ha de dirigirse en este
trance, sino á su esposa Catalina? Intenta reconciliarse otra vez con
ella, pero se presenta á la sazón su hija María, vestida de luto, y le
anuncia la muerte prematura de su paciente madre. Enrique, profundamente
afligido, baja la cabeza y se acusa de su pecado. Para enmendarlo en lo
posible, promete á María casarla con Felipe II, rey de España. Convoca
después el Parlamento, y hace que la reconozcan como heredera del trono.
Siéntase, en efecto, bajo el regio solio, yaciendo á sus pies el cadáver
de Ana Bolena. Como católica celosa, no aprueba la libertad de cultos ni
la secularización de los bienes eclesiásticos. Enrique le aconseja que
disimule hasta ocasión más oportuna. El pueblo le presta homenaje, y un
capitán termina el drama, pronunciando estas palabras:
Y aquí acaba la comedia
Del docto ignorante Enrique,
Y muerte de Ana Bolena.
_La aurora en Copacavana_[96].--En este drama, cuyo título significa la
salida del sol del cristianismo, en el Perú, ha hecho el poeta rico
alarde de su brillante fantasía. Su principio, representando la fiesta
de los indios en el templo del Sol de Copacavana, es magnífico. Los
himnos de los sacerdotes de los ídolos son interrumpidos por los
cañonazos, que anuncian la llegada de la flota de Pizarro. El aspecto de
los buques y el retumbar de los cañones difunden general horror; los
dioses, irritados, reclaman un sacrificio humano, y nada menos que el de
la sacerdotisa Guacolda, amada á un tiempo del Inca y del héroe
Impanguí. El Inca, arrastrado por su idolatría, como por una fuerza
irresistible, da su consentimiento al sacrificio; pero Impanguí arrebata
á su amada de las manos de sus sanguinarios perseguidores.
El acto segundo nos ofrece á los españoles, ya desembarcados, peleando
con los indianos. En una de sus escenas más brillantes aparece el
ejército cristiano, encerrado en Cuzco, ciudad conquistada, cuyas casas
de madera han incendiado los indianos para acabar con sus enemigos; pero
la Virgen María, invocada por Pizarro, viene en ayuda de sus devotos: se
aparece rodeada de ángeles sobre la ciudad incendiada, y apaga el fuego.
La misma visión se presenta á Impanguí, que capitanea los indianos, y le
infunde un sentimiento religioso y devoto, desconocido de él hasta
entonces; y cuando, poco después, sabe que se ha descubierto el refugio
de su Guacolda, invoca también la celestial visión, por cuyo poder él y
su amada se salvan del peligro.
En el acto tercero, todo el Perú se ha sometido ya á España, y se ha
convertido al cristianismo, personificándose particularmente en Impanguí
esta mudanza del culto del sol en la adoración del sol verdadero de
nuestra redención. Lleno de la imagen de la Santa Virgen, sólo piensa en
representarla bajo la forma de una estatua, tal cual la contempla su
alma; pero no puede lograrlo con sus toscos instrumentos, y llega á ser
un objeto de burla de sus compatriotas. La Virgen, por último, para
premiar su fe, le envía dos ángeles, que acaban la imagen, y el drama
termina con una fiesta en honor de este milagro.
Este bosquejo de la fábula manifiesta cuánta animación y cuánta
exuberancia de vida reina en esta comedia, no siendo menos brillante la
poesía que la exorna. En cuanto á la falta, que se le atribuye, de no
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