Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo IV - 09

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impresión total del drama, y cada escena en sí, por interesante y
seductora que sea, sólo tiene su verdadera significación en sus
relaciones con las demás, y en su unión con cada parte del argumento,
para producir un resultado único y final.
Bajo este aspecto, en cuanto á la maestría y el dominio de la escena,
quizás no reconozca rival alguno, entre todos los poetas dramáticos de
las diversas naciones, nuestro insigne dramaturgo castellano; y como ese
conocimiento con otras prendas superiores, constituye, innegablemente,
un elemento esencial del arte dramático, de aquí también que las
comedias de Calderón, sólo por este motivo, por poseer esa cualidad en
grado eminente, merecen también calificarse entre las que ocupan el
primer rango en el mundo. Este arte particular (que, en más ó en menos,
á nuestro juicio, resalta en todas las obras del poeta), se muestra muy
especialmente en dos especies de sus dramas. Son los primeros aquéllos,
en que acumula infinitos motivos dramáticos, variedad inagotable de
hechos y efectos escénicos, pero llevando las riendas de toda la acción
con mano tan segura y vigorosa, que esos diversos momentos confluyen en
un solo resultado, y recorren con firme paso la senda trazada para
alcanzar su último desenlace; cada efecto aislado aparece aquí sólo como
una preparación para el total del drama entero, y las varias situaciones
de los mismos se encuentran en una conexión tan íntima con todas las
escenas, que todos estos elementos unidos producen, al cabo, un efecto
grandioso y sublime. La segunda clase á que aludimos, que corrobora
nuestro aserto, comprende esos dramas, cuyo interés descansa
principalmente en motivos internos y en la pintura detallada de diversos
estados del alma, aunque, por esto mismo, parezcan menos ocasionados á
producir impresión escénica. Pero en éstas se muestra Calderón bajo su
aspecto más brillante, probando cuán profundo es su conocimiento de la
escena, y cuán incomparable su talento para corresponder á sus
exigencias. Sin alterar en lo más mínimo los recónditos senos en que se
mueve la vida del alma; sin falsear su análisis psicológico, sino, al
contrario, persiguiéndolo con tenacidad bajo todas sus formas, sabe dar
cuerpo á lo espiritual y transformarlo en acción viva y sensible, de tal
suerte, que hasta las evoluciones del alma, en sus momentos más
expresivos, parecen hacerse visibles. ¡Cuánto exceden sus dramas de esta
especie, como, por ejemplo, _Las cadenas del demonio_ y _El mágico
prodigioso_, á muchas obras maestras de la poesía moderna, que gozan de
gran fama y renombre!
No será ocioso, sin duda, hacer con este motivo una observación. Hemos
ponderado, como es justo, el efecto escénico de las comedias de
Calderón; pero no se crea por esto, que, al hacerlo así, aprobamos
también esos groseros golpes teatrales, esas toscas pinceladas, que,
contrastando con el tono de todo el cuadro, y perjudicando á la belleza
de su conjunto, no se proponen otro objeto que el aplauso de gentes,
poco cultas, y que, por estas razones, han de desterrarse de todas las
artes. Nuestro autor ha despreciado siempre esas tendencias á la farsa y
á las aprobaciones ruidosas. Pero se proponía, conociendo tanto el
teatro, siendo tan gran poeta, y tan hábil en la elección de los medios
eficaces para transformar en dramática una obra poética, y producir
desde la escena impresión en los ánimos, dirigir la fábula de manera,
que, en sus diversas partes, tendiese á un efecto único y total; que
atrajera la atención de los espectadores, y, haciendo resaltar las
vicisitudes de esa acción, sin perjudicar á la excelencia de la poesía y
al fondo de todo el argumento, le sirviese de fundamento y motivo
poderoso para realzar más su importancia. Esta manera de componer, para
que el interés de la trama, á modo de torrente y con igual fuerza,
compenetre toda la obra poética, concentrándose, sin embargo, en ciertos
puntos aislados y fijos de ella, para evocar cierta clase de emociones
eléctricas, parécenos esencial á todo drama perfecto, y, bajo este
aspecto, como también en lo relativo á la economía, al hábil arreglo de
los elementos parciales, y á la aplicación exacta y oportuna de la
forma dramática, los poetas consagrados al teatro, que cuentan las demás
naciones, han de considerar como acabados maestros á los españoles.
Una propiedad, característica de la estructura de los dramas de
Calderón, es la de los contrastes, con que le agrada llenar sus
argumentos, presentando sus personajes en situaciones opuestas, y
haciendo descollar los caracteres por la contraposición, bien calculada,
de sus prendas. Constituyen una alternativa continua de circunstancias ó
estados, que se anulan recíprocamente; de situaciones, que chocan entre
sí; de resoluciones y afectos, que se contraponen y dividen. Este
personaje poético, tan indispensable para excitar el interés, se
reproduce en todas las obras de nuestro poeta, é influye poderosamente
en dar á las mismas una vida interior vigorosa, que concentra la
atención y la ansiedad de los espectadores en las diversas agrupaciones
y masas de colorido de la acción.
Por lo que toca á la inventiva, creeríase inclinado cualquiera, á
primera vista, á conceder menos riqueza á Calderón que á Lope de Vega.
Verdad es que nuestro poeta no ha hecho tan pródigo alarde de esta
facultad como su predecesor; proponíase imprimir más solidez á sus
materiales, y una forma más perfecta, y forzarla á dar de sí todo
aquello, de que era susceptible con arreglo á un plan trazado, viéndose,
por tanto, en la necesidad de limitar su imaginación á un campo más
estrecho; pero, á pesar de esto, basta hojear someramente sus obras para
encontrar en ellas muchas creaciones ingeniosas, aunque acaso en un
principio no nos sorprendan, por la sencilla razón de aparecernos como
ricos materiales, bien manejados y sometidos á ordenadas reglas; pero,
aun después de conocer el uso, que Calderón ha hecho de los pensamientos
de otros poetas, no podemos menos de maravillarnos de la inagotable vena
de su propia fantasía. ¡Cuántas acciones y situaciones, que llevan el
sello del genio, y que parecen correr de la fuente más profunda de una
imaginación creadora, no se encuentran en cada una de sus obras! Para
apreciar por completo la fecundidad imaginativa de este poeta, y
compararla, sin perder sus quilates, con la de Lope, es menester
estudiar á fondo sus dramas: las imágenes, que surgen de ellos, no se
presentan aisladas (como sucede con tanta frecuencia en los demás poetas
anteriores), y como destacándose de los accesorios, que los cercan,
siendo, por tanto, menos distintas para el examen ligero del crítico: al
contrario, están enlazadas entre sí estrechamente sus partes más
insignificantes; hállanse dispuestas con cierta simetría, con relación
á las de más importancia; hay hilos á millares, que las juntan y que las
confunden, por decirlo así, de tal suerte con el todo, que la vista sólo
contempla una sola é inseparable belleza.
Respecto á la composición, los dramas de Calderón pueden dividirse en
dos clases, esencialmente diversas, aunque se encuentren á veces ligeras
transiciones de los de una á la otra. Pertenecen á la primera aquéllos
cuya importancia, en cuanto á su interés, estriba en el suceso, que,
como tal, se representa, mientras que las extrañas y sorprendentes
colisiones, á que da el mismo orígen, forman su foco ó punto central,
fijándose el interés del espectador sólo en esa acción exterior, en su
desarrollo y en el desenlace de su nudo. En las obras dramáticas de esta
especie, los personajes, en sí y por sí, quedan en segundo término,
excitando sólo la atención, en cuanto son juguetes de otras fuerzas
objetivas. Esas fuerzas, en las comedias mitológicas, se ven
personificadas en los dioses; en las caballerescas, en los jigantes y
encantadores, y en las descripciones de la vida real, en la suerte ó la
casualidad, en sus diversas manifestaciones. Tales son los factores
propios de la acción, consistiendo la importancia del conjunto en la
forma, que recibe de ellos la vida.
La segunda clase la constituyen las comedias, cuyo fin particular no
parece ser otro, que hacer resaltar una idea fundamental de la
composición, dando de este modo á lo exterior y accidental significación
de más valía. Sin duda, en su aspecto externo, encontramos con
frecuencia el desarrollo del argumento descansando, como en los de la
primera clase, en los mismos é iguales motivos, no habiendo otra
diferencia sino la de que cada momento de la última recibe su verdadero
sentido de su menor ó mayor relación con la idea capital. Entre los
dramas, correspondientes á esta categoría, hay dos especies, diversas á
su vez entre sí: hay unos de carácter típico, esto es, que son tales,
que su idea fundamental no se incorpora inmediatamente en la acción,
sino en el fondo de la misma, y su argumento viene á ser un símbolo de
ese pensamiento fundamental metafísico ó ético. Con toda propiedad,
estos dramas pueden, pues, llamarse simbólicos. La clase segunda,
diversa de la anterior, es la de aquellos dramas, cuyo argumento, á la
verdad, en los elementos más inmediatos, que lo constituyen, se refieren
también á algo más elevado; pero en ellos el suceso, que se representa,
reviste, en virtud del arte de la composición, toda su natural
importancía, aparece en seguida de manifiesto, y no necesita de lo
simbólico para que se comprenda y se conozca sin trabajo.
En íntimo contacto con lo expuesto se hallan las facultades de nuestro
poeta, en la parte que se refiere al trazado de caracteres. Calderón, en
esta materia, incurre en las mismas faltas que los demás dramáticos
españoles, y, por lo general, sólo se le concede que haya logrado dar
más pulimento á las formas características más comunes, las cuales, como
es sabido, sustituyen á lo individual en el teatro español. No obstante,
para no ser injustos, es preciso hacer una distinción: en los dramas, en
que la parte externa de la vida se nos presenta dependiente de la
casualidad y de otras influencias, los rasgos de carácter individual son
ligeros, por lo común, y los personajes sólo se pintan con rasgos
generales y confusos, puesto que determinarlos con más claridad sería
contrario al objeto del poeta; pero ya en esta clase encontramos
también, que, cuando la intención poética va más allá de su objeto, y
cuando se necesitan otros elementos para imprimir á la acción y á sus
formas un giro diverso del indicado, y superior ó inferior á él, también
los caracteres de formas abstractas y nebulosas se transforman en
individuos distintos y llenos de vida. Otra clase de característica
observamos en esas comedias, que hemos llamado simbólicas. La base de
esos caracteres son ciertas potencias, que se destacan de ellos con la
mayor claridad; y esta práctica, por regla general, no merece censura,
porque una idea abstracta, en virtud de la fuerza creadora del poeta,
puede revestir forma corporal, haciéndose una persona subsistente por
sí, como, en efecto, acontece en muchas de Calderón, al lado de otras,
que coexisten con ellas como individuos reales, dotados de vida, en cuyo
concepto, más que nuestro vituperio, merece nuestra alabanza; y, sin
embargo, en sus dramas de esta especie, hallamos, con frecuencia, tan
acentuadas esas formas generales del espíritu, que los personajes
parecen sólo como quienes las llevan y sostienen como símbolo de
virtudes ó de vicios, siendo insensato negar que perjudican á la verdad
y determinación de los elementos dramáticos de algunas comedias de
Calderón. Pero ya trataremos de esto más adelante. Mientras tanto, y
teniendo ahora presente el gran número de comedias suyas, en que la idea
representada se destaca inmediatamente, sin el auxilio de la alegoría,
en los varios giros y momentos de la vida, no es posible desconocer la
multitud de caracteres que descuellan en las mismas, todos de formas
plásticas, y disfrutando de un principio vital propio é íntimo. En
estas obras, que pueden calificarse como las más perfectas suyas, se
concede igual lugar al conjunto de sus hechos ó sucesos, á la idea
general predominante, y á cuanto se relaciona con los caracteres, no
sobresaliendo ninguno de estos elementos, sino, al contrario, juntándose
todos para formar un conjunto harmónico. Ejemplos de esto, suficientes
para demostrar nuestra afirmación, encontramos en _El alcalde de
Zalamea_ y en las _Tres justicias en una_: en estas composiciones
dramáticas, todos los personajes principales, y hasta los accesorios, se
distinguen claramente unos de otros, y hay tanta vida en cada uno de
ellos, que ofrecen una prueba incontrastable de la rara y superior
maestría de nuestro poeta en el trazado de los caracteres.
Estas dos comedias mencionadas, y otras muchas obras de Calderón,
demuestran, que, así como sabía dibujar sus personajes con rasgos
significativos, é infundiéndoles una existencia particular, así sabía
también disponerlos y juntarlos. Con un arte, propio sólo de los grandes
maestros, ha señalado cada carácter particular, calculando exactamente y
midiendo las distancias, á que han de encontrarse, y la posición más
ventajosa que han de ocupar, para que el conjunto produzca el efecto
total que se propone, y para que las formas accesorias realcen mejor
las agrupaciones principales. Ha conseguido, de esta manera, que sus
composiciones dramáticas se asemejen á grandes cuadros vivos, cuyas
figuras aisladas, conservando cada una su organización especial, se
muevan, sin embargo, observando cierto orden rítmico, y aparezcan ó
desaparezcan en lo claro y en lo obscuro; y la reunión de todas estas
apariciones representa á la humanidad entera, lo más alto de ella como
lo más bajo, lo más particular como lo más general, con los intermedios
y transiciones necesarias, y trazado todo con distintos contornos. Del
conjunto de estas diversas agrupaciones nace una harmonía
extraordinaria, que refleja lo inmutable en los fenómenos transitorios
de la vida, y el orden perpetuo en el tráfago incesante y en el tumulto
del mundo.
[Illustration]
[Illustration]


CAPÍTULO V.
Defectos de Calderón.--Clasificación cronológica de sus obras
dramáticas.--Su versificación.--Otros defectos de sus comedias.--De
los errores históricos y geográficos de Calderón.

Hasta aquí sólo hemos expuesto las cualidades más brillantes de
Calderón, observándolo tal cual se muestra en sus obras más acabadas.
Pero como es indispensable conocer más á fondo sus facultades poéticas y
originales, hemos de indicar también las sombras, que lo obscurecen, sin
omitir tampoco aquello que disminuye su mérito, inferior en algunos
puntos al de sus predecesores, ó, por lo menos, á la herencia, recibida
de aquéllos, que seguramente no ha mejorado. Con este propósito, y
mientras llega el lugar oportuno de probar nuestra tesis, declararemos
que _Calderón ha perfeccionado, sin duda, hasta donde era posible, el
drama español, pero imprimiéndole sólo una dirección exclusiva: hasta
cierto punto lo ha llevado á tal y tan vertiginosa altura, que no es
dable elevarlo más; pero no por esto se sigue de aquí que sea superior
en todos conceptos á sus predecesores, y que haya perfeccionado el drama
español en todas las direcciones, á que lo impulsaron aquéllos con
éxito_. Las faltas de este gran poeta están en enlace tan íntimo, sin
duda alguna, con sus excelencias; son efecto tan necesario de sus
condiciones individuales, y, en parte, del tiempo y el lugar, en que
escribió, que no es justo de ningún modo censurarlas, como no lo es
tampoco callarlas, exigiéndolo así, no sólo el deber de conocer á
nuestro autor profunda y radicalmente, sino la justicia que debe hacerse
á la literatura dramática española en su conjunto, puesto que, con
arreglo á ella, no es lícito considerar á Calderón única y
exclusivamente como al poeta más grande de esta literatura. Nuestra
opinión acerca de este punto será expuesta más adelante, no debiendo
presentarse aisladas las cualidades menos brillantes de nuestro poeta,
sino en relación con lo que añadiremos después, único medio de delinear
su carácter como dramático.
Si intentamos explicarnos parte de las cualidades poéticas de Calderón,
teniendo en cuenta el marco social que lo cercaba (influencia de la cual
no pueden eximirse ni los talentos más originales é independientes), no
podremos prescindir de estimar la influencia, que la corte de Felipe IV
grabó en sus obras poéticas. Hallábase en continuo é íntimo contacto con
esta corte, y escribió la mayor parte de sus comedias para sus damas y
caballeros, no, como Lope, para un público numeroso y variado. Como en
esta sociedad brillante y llena de elegancia, á pesar de algunos
recuerdos, que conservaba todavía de la Edad Media, reinaba una cultura
muy refinada, casi excesiva, ese mismo colorido resplandeció después en
los cuadros poéticos de Calderón, siendo éstos un espejo de las clases
sociales distinguidas, para cuyo recreo se escribían. Su manera de
exponer era tan ática y urbana, y sus pinceladas tan finas y tan
delicadas, como no se habían conocido hasta entonces; pero su estilo se
contaminó también con el exagerado atildamiento de aquellas frases, que
dirigían á sus damas, en el Buen Retiro, los mismos caballeros que
frecuentaban sus salones; los personajes, y hasta la ilación de las
escenas de sus comedias, hubieron de ajustarse, no pocas veces, á la
etiqueta de la corte, y, en vez de ofrecer un cuadro vasto y completo de
la humanidad, en su variedad infinita, trazó, tan sólo, á menudo, la
pintura de una parte muy reducida de la misma, esto es, de aquélla en
que vivía, y para la cual escribía. Todo esto aparecerá más claro
después, cuando señalemos los demás factores, que hubieron de producir
análogos resultados, pudiendo adelantar, desde luego, que la influencia
perjudicial, que, en los escritos de Calderón, tuvo su cargo de poeta de
la corte, se manifiesta, muy particular y claramente, en los dramas que,
por orden superior, escribió para determinadas solemnidades.
Ya hemos hecho mención del esmero calculado é incesante de Calderón en
la traza y desarrollo del plan de sus comedias. En la mayor parte de sus
obras, sobre todo en las que más nos maravilla, este cálculo y esta
reflexión se nos presenta como guía y regulador de su actividad poética;
modera y refrena los vuelos de su fantasía, sin menoscabar en lo más
mínimo el carácter poético de su inspiración, ni perjudicar tampoco en
nada á la libertad y al movimiento de la vida dramática; pero en otros
dramas, no escasos en número, observamos con sentimiento los efectos
lastimosos de esa reflexión y de ese cálculo extremado, hasta el punto
de que, ciertas cualidades especiales, ó, más bien dicho, menos dignas
de alabanza de la poesía de Calderón, pueden calificarse de resultado
necesario de este trabajo reflexivo exagerado. Con frecuencia
encontramos en Calderón tanto atildamiento artístico en la disposición
de su plan, que el argumento de la obra nos parece una reunión de
sumandos, y el poeta el operador que los junta en una suma total; todas
las partes de este todo son tan pulidas y redondeadas, que se nos
antojan proposiciones diversas de una argumentación escolástica para
demostrar una tesis especial; las diversas escenas son de proporciones
tan exactas y tan matemáticas, tan simétricas y paralelas, que las
agrupaciones, bien calculadas, á la verdad, pero tan salientes de sus
personajes, evocan en nosotros el recuerdo de pinturas decorativas; las
figuras van y vienen con cierto paso de parada, como obedeciendo á la
voz de mando del autor. Huellas aisladas de este amaneramiento
exagerado, que forma chocante contraste con la soltura, la libertad y
naturalidad de Lope, de Tirso y de Alarcón, se observan hasta en las
obras más perfectas de nuestro poeta; sólo que, en ellas, su vigor
poético primitivo predomina con tanto brillo, que obscurece, por decirlo
así, ese elemento alambicado. Otro fenómeno semejante, y cuyo origen es
el mismo que el de su modo de componer, exageradamente artístico,
encontramos, más ó menos pronunciado, en la elocución dramática, que
puede considerarse como propia y exclusiva de este poeta. Nótase en
ella, al analizarla con cuidado, el vuelo poderoso de una exuberante
fantasía, y, á la vez, el influjo moderador de una inteligencia
reflexiva, en lucha con la primera. No es, sin duda, nuestro ánimo
rebajar en lo más mínimo las admirables bellezas de la dicción
calderoniana; en riqueza y osadía, en su número infinito de ingeniosas
imágenes y comparaciones oportunas, así como en su versificación más
perfecta, supera á cuanto se había escrito en este género en el teatro
español; pero se distingue á la par por otras propiedades que nos
impiden calificarlo de _estilo romántico el mas puro y elevado_,
atreviéndonos á decir que, si se compara con la manera de escribir de
otros dramáticos españoles, esta comparación le perjudica en lugar de
favorecerle. Carece de su lozana frescura, y no parece provenir
inmediatamente del alma ni llegar hasta ella, como acontece con el
lenguaje de Lope y de Tirso; si había de producir ese efecto total, lo
debilita, sin embargo, el giro impreso por la reflexión que lo regula,
moderando con exceso los extravíos de la fantasía y del sentimiento, y
limitando la fuerza de su expansión. También en las obras de Lope, como
en las de todos los demás poetas examinadas hasta ahora, notamos
extravagancias y rebuscamientos en la expresión, y una abundancia de
metáforas, que no siempre podemos conciliar con nuestras ideas actuales
acerca de la belleza; pero ¡cuánto no les aventajan los conceptos y
exageradas hipérboles, siempre repetidas; los refinamientos y antítesis;
la pompa fraseológica alambicada y exuberante de Calderón,
particularmente en las obras de su juventud y de los últimos años de su
vida! El carácter especial de este _marinismo_ ó, si se quiere llamar,
_gongorismo_, tan extraño para nosotros y tan opuesto al buen gusto, nos
choca tanto más, cuanto que echamos de ver el esmero con que lo prepara
la inteligencia del poeta, y lo ofrece á nuestra vista con un propósito
harto evidente, hasta en sus más leves pormenores. Cada imagen (siendo
cosa accesoria la comprehensión total de los objetos), se extiende tan
largo tiempo, que casi se pierde el motivo de la comparación; acumúlanse
esas mismas imágenes en número extraordinario, y, sin embargo, parece
que se van registrando formalmente, como si se tratase de discursos
filosóficos, y se hacen lucubraciones tan sutiles y delicadas, que
honrarían al más consumado escolástico. Pero si la afectación ó el
amaneramiento es su origen, y si contraría ó no al estilo más puro de la
poesía, sobre lo cual no puede haber duda, aunque esto disminuya la
extrema admiración que se profesa á este poeta, siempre resulta que es
un defecto suyo, no eximiéndolo de él la afirmación de que esa manera
de hablar era la de la sociedad de buen tono de su tiempo y peculiar de
la poesía castellana, desde una época anterior, puesto que, al decir que
Calderón ha incurrido en las mismas faltas de sus contemporáneos, no se
refuta nuestro aserto, no siendo tampoco verdad que esas mismas faltas
hayan sido generales y dominantes en España antes. Lope y los dramáticos
de su edad[74], se libertaron mucho más de ellas, y hasta hicieron al
gongorismo una oposición sistemática. Calderón, al contrario, lleva á su
apogeo á este estilo absurdo; junta las sutilezas metafísicas y los
alambicamientos más afectados, que, en las poesías de los antiguos
cancioneros, apenas dejan lugar á la expresión de los sentimientos
naturales, con los pensamientos rebuscados, la redundancia de imágenes y
el afán de las antítesis de los marinistas, añadiendo, además, á esto la
hinchazón altisonante y el amaneramiento del _estilo culto_.
A pesar de todas las licencias, que concedemos en general á la dicción
poética; á pesar de la afición pronunciada, que sentimos por la lengua y
la poesía española, ni nos es posible alabar ese estilo, ni tampoco nos
satisface ni nos agrada. Este amaneramiento de Calderón se extiende á
cuanto puede hablarse, y se manifiesta en el lugar que ocupan las partes
de la oración, en el enlace de sus períodos y en el diálogo, oponiéndose
á todo, hasta á la naturalidad poética, y no habiéndose oído hasta
entonces en el teatro español. Hay aquí algo de la ópera, ó más bien del
baile, que nos recuerda á cada instante que no se nos presenta ningún
trasunto poético de la naturaleza, sino un espectáculo visible, dirigido
sólo á obtener nuestros aplausos. No hay que pensar, pues, dado ese
molde convencional y estrecho, en esa animación y soltura de
movimientos, que, en toda obra poética, ha de impulsar la intención de
su autor, antojándosenos que éste, á cada momento, á manera de
apuntador, ha de sugerir á cada uno de sus personajes las palabras que
debe pronunciar.
Es más importante de lo que se cree señalar claramente las faltas del
estilo de Calderón, porque su novedad y extrañeza, y las cualidades
brillantes de este mismo estilo pueden engañar á algunos, é inducirlos á
calificar como bellezas sus defectos. Pero á fin de no descorazonar por
completo á los admiradores incondicionales de esta dicción poética
falsa, declaramos también que un número considerable de las comedias de
Calderón, de las cuales trataremos en breve, adolece en menor grado de
ese defecto, aunque no estén libres de él por completo, y además, que el
genio del poeta se sobrepone siempre á todo, ostentándose en sus
imágenes grandiosas y profundas, y mereciendo, sin duda, excitar nuestro
entusiasmo. Calderón parece, en efecto, como dice un ilustrado crítico
literario[75], «que ya con la dulce soñolencia de quien se deja llevar
de risueñas ilusiones, ya con la formalidad sublime de un pensador ó de
un anciano, al contemplar la brillante grandeza del firmamento,
alumbrado por el sol ó tachonado de estrellas, que semejan flores
eternas, las comparan con esas otras flores, astros pasajeros de la
tierra, adornadas de vivos colores, y despidiendo perfumes de sus
cálices de púrpura, y ó presencian sonriéndose sus tempestades temibles,
pero bellas, ó las consideran como manifestaciones de un poder más
alto;» y, á la verdad, en los afectados adornos de su elocución,
sobrecargada de imágenes, en su hojarasca vacía de sentido, nos ofrece
abundancia extraordinaria de pensamientos poéticos. Ya indicamos antes
cuán grande es la admiración, que nos inspira, y, por tanto, no es
necesario repetirlo de nuevo; de manera, que, si juntamos en un haz las
faltas y las bellezas de estilo de este poeta, podremos compararlo,
invocando una imagen, que se usa con mucha frecuencia, á un volcán que
despide brillantes columnas de fuego juntamente con espesas y negras
nubes de humo.
Por lo que hace á la composición, así como al lenguaje, las obras de
Calderón, con arreglo á la diversa edad en que las escribió, se pueden
dividir en tres clases distintas, no, sin duda, con toda claridad, sino
diferenciándose sólo entre sí por ciertos rasgos generales, para cuya
determinación pueden ayudarnos mucho los datos cronológicos insertos en
el apéndice de este tomo. A la primera clase pertenecen también las
primeras comedias del poeta, las de los años de su juventud hasta su
edad adulta, si se nos permite la licencia en gracia de la exactitud,
hasta el _mezzo del cammin di nostra vita_ (treinta y cinco años). En
cuanto al lenguaje, las composiciones correspondientes á este período
están llenas, muy particularmente, de metáforas abundantes y de palabras
vacías de sentido, de comparaciones rebuscadas é hiperbólicas, de
antítesis y de pensamientos sutiles, de falso énfasis y de giros
gongorinos, en una palabra, de todo el amaneramiento del _estilo culto_.
En ellas se comprenden todas las comedias de la primera y segunda parte,
y algunas otras que por su semejanza estrecha con éstas pueden, con
seguridad, clasificarse también con ellas; y, como ejemplos que
presentan claramente las faltas indicadas, pueden nombrarse las
tituladas _Lances de amor y fortuna_, _Casa con dos puertas_ y _La
puente de Mantible_. Rebosa en ellas un prurito particular de hacer
comparaciones y evocar imágenes, y las auroras y los crepúsculos, las
perlas y los diamantes, los rayos y los relámpagos, menudean sin cesar;
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