Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo IV - 04

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el principal papel en _El viaje entretenido_, de Rojas, era natural de
Toledo, y murió en el año de 1610, siendo celebrado por Lope de Vega en
la obra citada, á causa de su superioridad en el género cómico, y de la
naturalidad y gracia de su estilo. Este Ríos, como dijimos en su lugar
oportuno, hizo de gracioso en _La Francesilla_, de Lope, personaje el
más antiguo de esta especie que se vió en España.
Alonso y Pedro de Morales fueron actores y poetas dramáticos, alabados
por Rojas. Sus comedias yacen en el olvido, sobreviviéndoles sólo su
fama como actores. Los apasionados de Morales le llamaban _el Divino_, y
Andrés de Claramonte, en su _Letanía moral_, le califica de príncipe de
los cómicos. No menos célebre que él fué su esposa Jusepa Vaca, tan
notable por su belleza como por su talento. Cuéntase la anécdota de que
Morales, al llegar á Madrid con su mujer, le recitó un soneto patético
para prevenirla contra los peligros de su residencia en la corte, y que
además le dió un palo en la cabeza para esforzar más sus exhortaciones.
Este Alonso, si nos atenemos á lo que dice Figueroa en su _Plaza
universal_, había muerto ya en el año de 1615; no así Pedro de Morales,
á quien Cervantes, en el cap. 2.º de su _Viaje al Parnaso_, llama el
favorito de las musas, modelo de talento, ingenio y gracia, que vivía
sin duda en el año de 1635, puesto que en la _Fama póstuma_, de
Montalbán, se encuentra incluído un soneto suyo sobre la muerte de Lope
de Vega.
Angulo. Hubo dos actores célebres de este nombre en los teatros
españoles, llamándose á uno Angulo _el malo_ para distinguirlo del
otro, y habiendo sido uno director de una compañía de cómicos y poeta
dramático, y disfrutado el otro de gran fama como actor, según nos
cuenta Cervantes en su _Coloquio de los perros_.
Enuméranse también entre los cómicos más famosos y directores de escena
de principios del siglo XVII, á Solano, Velázquez, Tomás de Fuentes,
Alcocer, Gabriel de la Torre, Ramírez, Robles, Villegas, Navarrico,
Quirós, Miguel Ruiz y Marcos Ramírez, todos de Toledo; Francisco Osorio,
Jerónimo López, Pedro Rodríguez, Juan de Vergara, Alonso Riquelme,
Villegas, Jerónimo López, Alcaraz, Vaca, Gaspar de la Torre, Gálvez,
Saldaña, Salcedo, Villalva, Murillo, Segura, Rentería, Tomás Gutiérrez,
Avendaño y Mainel.
Entre las actrices de la misma época, se distinguieron Ana de Velasco,
Mariana Páez, Mariana Ortiz, Mariana Vaca y Jerónima de Salcedo.
Entre los más renombrados que brillaron en las tablas, hasta la mitad
del siglo XVII, merecen mención especial los siguientes:
Pinedo. La familia de los Pinedo fué fecunda en actores sobresalientes,
y la predilección del público por ellos era tan grande á fines del
reinado de Felipe IV, que bastaba el anuncio de que cualquiera de su
nombre había de representar en una comedia, para asegurar su buen
éxito. El apellido de Pinedo era el más famoso de todos los de los
cómicos en la época de Lope de Vega, y de uno de éstos dice en su
_Peregrino_ que era el más admirable de todos los que lo llevaban. A
pesar de nuestras prolijas investigaciones, no hemos podido
proporcionarnos más datos y distinguirlo de sus homónimos.
Alonso de Olmedo, de una familia distinguida, natural de Talavera de la
Reina, y al principio paje de Felipe III, se hizo cómico por su amor á
una bella actriz, y entró á formar parte de la compañía, cuyo director
era el marido de su amada. Sucedió entonces que parte de esta compañía,
en un viaje á Vélez Málaga, cayó en manos de unos piratas berberiscos.
Entre los cautivos lo fué el director de la compañía; y como transcurrió
mucho tiempo sin que se oyera hablar nada de él, se le tuvo por muerto y
se casó Alonso con la viuda del que se juzgaba difunto; pero unos dos
años después de este suceso, y estando sentado á la mesa en Granada el
matrimonio, entró de repente en la habitación el primer esposo de la
dama, y preguntó por el director Alonso de Olmedo; éste se levantó en
seguida de la mesa, y dijo á su mujer:--Señora, la llegada de este
caballero nos obliga á separarnos; dadme licencia para que yo busque
otro domicilio, porque no me conviene permanecer más aquí.--Olmedo hizo
lo que dijo y se encaminó á Zaragoza, en donde se casó por segunda vez.
Uno de los hijos de este segundo matrimonio, del mismo nombre que su
padre, desempeñó después, bajo Felipe IV, y con gran aplauso, los
papeles de primer galán en los teatros de Madrid.
Andrés de la Vega fué director de escena muy solicitado, y uno de los
fundadores de la hermandad de Nuestra Señora de la Novena. Más famosa
que él fué su esposa María de Córdoba y de la Vega, celebrada por los
poetas más distinguidos de su tiempo bajo el nombre de Amarilis, y
calificada en el reinado de Felipe III y á principios del de Felipe IV
como la primera actriz de España, tan notable en declamar comedias como
en cantar, bailar y tocar[30].
D. Pedro Antonio de Castro, tronco de otros muchos Castros, muy
aplaudidos en los teatros españoles durante el siglo XVII, siendo el
último de esta línea, en el XVIII, el llamado Damián de Castro. Este D.
Pedro Antonio perteneció á una familia noble y muy estimada, y
desempeñaba un cargo público importante, capaz de hacerle aspirar á los
supremos del Estado, cuando conoció á la bella é ingeniosa actriz
Antonia Granados, y le obligó el amor á variar por completo su futuro
plan de vida. Esta dama, hermana del actor Juan Granados, y llamada por
sus encantos y por sus talentos la divina Antandra, encadenó de tal modo
al joven Castro, que le ofreció su mano, y trocó por la de cómico su
vida de empleado público.
Damián Arias de Peñafiel fué un eminente artista dramático de su época,
de quien dice Caramuel que tenía voz clara y harmoniosa, una memoria
excelente y una acción animada y expresiva, pareciendo como si las
gracias acompañasen á los sonidos articulados por su lengua, y Apolo á
sus gestos y al movimiento de sus manos[31]. La fama de que disfrutó fué
tan grande, que los mejores oradores de Madrid aprendieron de él el arte
de hablar, y era tanto el entusiasmo que movía, que D. Luis de Benavente
dice de él, en uno de sus entremeses, lo que sigue:
Que en ocupando el teatro
Arias, compañero nuestro,
* * * * *
* * * * *
Se desclavaban las tablas,
Se desquiciaban los techos,
Gemían todos los bancos,
Crujían los aposentos,
Y el cobrador no podía
Abarcar tanto dinero[32].
Este aplaudido actor, en medio de sus triunfos, tomó la resolución de
renunciar al mundo, y de entrar en una orden monástica rígida; pero un
suceso imprevisto impidió que llevara á cabo su propósito y volvió luego
al teatro. Murió en Arcos, en donde el Duque de este título, como á
hombre muy distinguido, le dió sepultura en el panteón de su familia.
Roque de Figueroa, hijo de una familia de Córdoba, distinguida y
respetada, recibió una educación literaria y científica correspondiente
á su clase, debiendo consagrarse al servicio del Estado con arreglo á la
voluntad de sus padres; pero por su afición al teatro abandonó los
estudios y se hizo cómico. Su talento y estilo escénico le granjearon
mucha fama, declamando, no sólo en Madrid, Zaragoza, Valencia, Barcelona
y Lisboa, con general aplauso, sino recorriendo también con su compañía
Italia y los Países Bajos, y ganando en todas partes riquezas y fama. Su
carrera teatral comprende casi todo el siglo de oro del teatro español,
porque llegó á la avanzada edad de ochenta años.
Ya mencionamos antes á las dos famosas actrices llamadas Amarilis y la
divina Antandra. Iguales fueron también la popularidad y las alabanzas
que se prodigaron al talento, á la belleza y á la virtud de María ó
(Damiana) Riquelme, de la cual dice Caramuel en su _Primus Calamus_,
tomo II, pág. 705, que por este tiempo (hacia 1624) se celebraba en los
teatros á la bella Riquelme, tan impresionable por naturaleza, que, con
asombro de todos, mudaba representando el color de su rostro, denotando
sus facciones la alegría, si su papel lo demandaba, ó la tristeza más
profunda en los pasos patéticos, y figurando los afectos más opuestos en
sus más rápidas transiciones, de tal modo, que era inimitable y única en
este género de mímica. Estaba casada con el director de escena Manuel
Vallejo, y representaba en su compañía. El cronista de la hermandad de
Nuestra Señora de la Novena, cuenta que en el año de 1631 entró María
Riquelme en la cofradía, y que á causa de su belleza, y de su talento
divino para la escena, había estado expuesta á las pretensiones de
muchos galanes; pero que jamás se oyó nada que perjudicase en lo más
mínimo á su honra, sino que, antes bien, su vida fué ejemplar como la de
una santa. La fama de honradez de la Riquelme se aumentó más después,
por vivir tranquila y consagrada á la religión desde la muerte de su
marido, abandonando el teatro y domiciliándose en Barcelona, en donde
murió en 1656.
[Illustration]
[Illustration]


CAPÍTULO XXXII.
Otros actores famosos de la época de Lope de Vega.--El teatro
español en el extranjero.

Semejante á la de la Riquelme es la vida de Francisca Baltasara,
particularmente inimitable en el desempeño de papeles de damas
disfrazadas de hombre. Fué mujer del gracioso Miguel Ruiz, y reputada
como una de las joyas más bellas del teatro español. Cuando su renombre
era más grande tomó la resolución repentina, no sólo de renunciar á sus
triunfos, sino de decir adiós al mundo. Retiróse á una soledad, en donde
pasó el resto de sus días en prácticas piadosas y en ejercicios
expiatorios, muriendo en olor de santidad. Un escritor de esa época
refiere que, á su muerte, tocaron por sí mismas las campanas, y que, al
dar sepultura á su cadáver, sucedieron otros milagros. La vida y muerte
de esta actriz sirvió para la composición de varias comedias, escritas
por Guevara, Antonio Coello y Francisco de Rojas, cuyo título y
protagonista eran _La Baltasara_.
Otra actriz muy célebre fué Angela Dido, cuyo sobrenombre recibió á
causa de la habilidad extraordinaria con que representaba el papel de
Dido, reina de Cartago, en la tragedia del mismo nombre, de Guillén de
Castro. Nos concretaremos ahora á indicar sólo los nombres de los más
célebres cómicos y cómicas del tiempo de Lope de Vega.
Juan Rana, según Caramuel el cómico más notable de cuantos hubo en el
teatro español, floreció en los reinados de Felipe III y Felipe IV.
Heredia, actor y director de compañía, ya muy famoso á principios del
siglo XVII; su esposa, también muy renombrada, María de Heredia, le
sobrevivió largo tiempo, y murió en Nápoles en 1658. Cristóbal de
Avendaño, que falleció en 1635, y Tomás Fernando Cabredo en 1634,
fundadores los dos de la cofradía de Nuestra Señora de la Novena.
Cristóbal Santiago Ortiz, Valdés, Sánchez, Pedro Cebrián, Melchor de
León, Porras, Santander, Miguel Ramírez, Cristóbal, Cintor, Jerónimo
López, Juana de Villalba, Micaela de Luján, Ana Muñoz, Jerónima de
Burgos, Polonia Pérez, María de los Angeles y María de Morales.
Para ilustración y complemento de las noticias antes insertas acerca de
la vida de los cómicos españoles, puede verse el pasaje que copiamos del
_Gran tacaño_, de Quevedo. Don Pablo refiere, en el cap. 22 de esta
novela picaresca, lo siguiente:
«En una posada topé una compañía de farsantes que iban á Toledo:
llevaban tres carros, y quiso Dios que entre los compañeros iba uno que
lo había sido mío del estudio en Alcalá, y había renegado, metídose en
el oficio, díxele lo que me importaba el ir allá y salir de la Corte; y
apenas el hombre me conocía con la cuchillada y no hacía sino
santiguarse, _per signum crucis_. Al fin me hizo amistad (por mi dinero)
de alcanzar de los demás lugar para que yo fuera con ellos. Ibamos
barajados hombres y mujeres; y una entre ellas, la bailarina, que
también hacía las Reinas y papeles graves en la Comedia, me pareció
extremada sabandija. Acertó á estar su marido á mi lado, y yo sin pensar
á quién hablaba, llevado del deseo de amor, y gozarla, díxele:--Esta
mujer, ¿por qué orden podríamos hablar, para gastar con ella veinte
escudos, que me ha parecido hermosa?--No me está bien á mí el decirlo,
que soy su marido (dixo el hombre), ni tratar de eso: pero sin pasión
(que no me mueve ninguna) se puede gastar con ella cualquier dinero,
porque tales carnes no tiene el suelo, ni tal juguetoncica, y diciendo
esto saltó del carro y fuese al otro, según pareció, por darme lugar á
que le hablase. Cayóme en gracia la respuesta del hombre, y eché de ver
que por esto se puede decir tienen mujeres como si no las tuviesen,
torciendo la sentencia en malicia. Yo gocé de la ocasión, y preguntóme
que á dónde iba, y algo de mi hacienda y vida. Al fin dexamos, tras
muchas palabras, para Toledo las obras: íbamos holgando por el camino
mucho. Yo acaso comencé á representar un pedazo de la Comedia de San
Alexo, que me acordaba de cuando muchacho, y representélo de suerte que
les di codicia; y sabiendo (por lo que yo le dixe á mi amigo que iba en
la Compañía) mis desgracias y descomodidades, díxome que si quería
entrar en la danza con ellos. Encarecióme tanto la vida de la farándula,
que yo, que tenía necesidad de arrimo, y me había parecido bien la moza,
concertéme por dos años con el Autor. Hícele escritura de estar con él,
y dióme mi ración y representaciones, y con tanto llegamos á Toledo.
Diéronme que estudiase tres ó cuatro Loas y papeles de barba, que los
acomodaba bien con mi voz. Yo puse cuidado en todo y eché la primera Loa
en el Lugar: era de una Nave (de lo que son todas) que venía destrozada
y sin provisión, y decía lo de Este es el Puerto: llamaba á la gente
Senado: pedía perdón de las faltas y silencio y entréme. Hubo un vítor
de rezado, y al fin parecí bien en el Teatro. Representamos una Comedia
de un Representante nuestro, que yo me admiré de que fuesen Poetas,
porque pensaba que el serlo era de hombres muy doctos y sabios, y no de
gente tan sumamente lega; y está ya de manera esto, que no hay Autor que
no escriba Comedias, ni Representante que no haga su farsa de Moros y
Christianos: que me acuerdo yo antes, que si no eran Comedias del buen
Lope de Vega y Ramón, no había otra cosa. Al fin, la Comedia se hizo el
primer día y no la entendió nadie: al segundo, empezámosla, y quiso Dios
que empezaba por una guerra, y salía yo armado y con rodela, que si no,
á manos de mal membrillo, tronchos y badeas acabo. No se ha visto tal
torbellino, y ello merecíalo la Comedia, porque traía un Rey de
Normandía sin propósito en hábito de Ermitaño, y metía dos lacayos para
hacer reir; al desatar la maraña no había más de casarse todos, y allá
va. Al fin tuvimos nuestro merecido. Tratamos mal al compañero Poeta, y
yo, diciéndole que mirase de la que nos habíamos escapado, y
escarmentase, díxome que no era suyo nada de la Comedia, sino que de un
paso de uno y otro de otro había hecho la capa de pobre de remiendo, y
que el daño no había estado sino en lo mal zurcido. Confesóme que los
Farsantes que hacían Comedias, á todos les obligaba restitución, porque
se aprovechaban de cuanto habían representado, y que era muy fácil; y
que el interés de sacar trescientos ó cuatrocientos reales les ponía á
aquellos riesgos. Lo otro, que como andaban por esos lugares y les leen
unos y otros Comedias, tomábanlas para verlas y hurtábanselas, y con
añadir una necedad y quitar una cosa bien dicha, decían que era suya; y
declaróme como no había habido Farsantes jamás que supiesen hacer una
copla de otra manera. No me pareció mal la traza: yo confieso que me
incliné á ella por hallarme con algún natural á la Poesía, y más que
tenía ya conocimiento con algunos Poetas, y había leído á Garcilaso: y
así determiné de dar en el arte: y con esto, la Farsanta, y representar,
pasaba la vida. Pasado un mes que había que estábamos en Toledo haciendo
muchas Comedias buenas, y también enmendado el yerro pasado (que con
esto yo ya tenía nombre y había llegado á llamarme Alonsete, porque yo
había dicho llamarme Alonso, y por otro nombre me llamaban el Cruel, por
serlo una figura que había hecho con grande aceptación de los
mosqueteros y chusma vulgar); tenía ya tres pares de vestidos y Autores
que me pretendían sonsacar de la compañía. Hablaba ya de entender de la
Comedia, murmuraba de los Cómicos famosos, reprehendía los gestos á
Pinedo, daba mi voto en el reposo natural de Sánchez, llamaba bonico á
Morales, y pedíame el parecer en el adorno de los Teatros y trazar las
apariencias. Si alguno venía á leer la Comedia, yo era el que la oía. Al
fin, animado con este aplauso, me desvirgué de Poeta en un romancico, y
luego hice un Entremés y no pareció mal. Atrevíme á una Comedia, y
porque no escapase de ser divina cosa la hice de Nuestra Señora del
Rosario. Comenzaba por chirimías: había sus Animas de Purgatorio, y sus
demonios que se usaban entonces con su bú, bú, al salir, y rí, rí, al
entrar. Caíale muy en gracia al Lugar el nombre de Satán en las coplas y
el tratar luego de si cayó del cielo y tal. En fin, mi Comedia se hizo y
pareció muy bien. No daba manos á trabajar, porque acudían á mí
enamorados, unos por coplas de cejas y otros de ojos, cuál de manos y
cuál romancicos para cabellos. Para cada cosa tenía su precio, aunque
como había otras tiendas, porque acudiesen á la mía hacía barato. Pues
Villancicos, hervían Sacristanes y Demandaderos de monjas, ciegos me
sustentaban á pura oración ocho reales de cada una, y me acuerdo que
hice entonces la del _Justo juez_, grave y sonorosa, que provocaba á
gestos. Escribí para un ciego, que la sacó en su nombre, las famosas que
empiezan:
Madre del Verbo humanal,
Hija del Padre Divino,
Dame gracia virginal, etc.
»Fuí el primero que introduxo acabar las coplas como los sermones, con
aquí gracia y después gloria, en esta copla de un cautivo de Tetuán:
Pidámosle sin falacia
Al alto Rey sin escoria,
Pues ve nuestra pertinacia,
Que nos quiera dar su gracia
Y después allá la gloria. Amén.
»Estaba viento en popa con estas cosas, rico, próspero y tal que casi
aspiraba ya á ser Autor. Tenía mi casa muy bien aderezada, porque había
dado (para tener tapicería barata) en un arbitrio del diablo, y fué
comprar reposteros de tabernas y colgarlos. Costáronme veinte y cinco ó
treinta reales: eran más para ver que cuantos tiene el Rey, pues por
éstos se veía de puro rotos y por esotros no se verá nada. Sucedióme un
día la mejor cosa del mundo, que aunque es en mi afrenta la he de
contar. Yo me recogía en mi posada el día que escribía Comedia al
desván, y allí me estaba, y allí comía. Subía una moza con la vianda y
dexábamela allí; yo tenía por costumbre escribir representando recio,
como si lo hiciera en el tablado. Ordena el diablo que á la hora y punto
que la moza iba subiendo por la escalera (que era angosta y obscura) con
los platos y la olla, yo estaba en un paso de montería y daba grandes
gritos componiendo mi Comedia, y decía:
Guarda el oso, guarda el oso,
Que me dexa hecho pedazos
Y baxa tras ti furioso.
»¿Qué entendió la moza (que era gallega) que oyó decir baxa tras ti, y
me dexa? Que era verdad y que le avisaba. Va á huir y con la turbación
písase la saya y rueda toda la escalera: derramó la olla, quebró los
platos y sale dando gritos á la calle, diciendo:--Que mata un oso á un
hombre:--y por presto que yo acudí, ya estaba toda la vecindad conmigo,
preguntando por el oso, y aun contándoles yo como había sido ignorancia
de la moza (porque era lo que he referido de la Comedia) aún no lo
querían creer. No comí aquel día: supiéronlo los compañeros, y fué
celebrado el cuento en toda la ciudad; y de estas cosas me sucedieron
muchas mientras perseveré en el oficio de Poeta y no salí del mal
estado. Sucedió, pues, que á mi Autor (que siempre paran en esto),
sabiendo que en Toledo le había ido bien, le executaron por no sé qué
deuda, y le pusieron en la cárcel, con lo cual nos desembarazamos todos
y echó cada uno por su parte. Yo (si va á decir verdad), aunque los
compañeros me querían guiar á otras compañías, como no aspiraba á
semejantes oficios y el andar en ellos era por necesidad, viéndome con
dinero y bien puesto, no traté más que de holgarme. Despedíme de todos;
fuéronse......»
El período en que se extendieron por el extranjero las representaciones
de comedias por compañías de cómicos españoles, especialmente en Italia,
Inglaterra y Francia, así como mayor número de traducciones é
imitaciones de obras dramáticas castellanas, comienza en el segundo
tercio del siglo XVII, aunque hayan de ser muy anteriores á esta fecha
las primeras que se hicieron. En su lugar correspondiente tratamos de la
cuestión de si se conoció en Inglaterra el drama español en tiempo de
Shakespeare. Como indicamos antes, el primer dato existente acerca de la
aparición en Londres de una compañía de cómicos españoles, es del año de
1635, porque el 23 de diciembre de este año representó Juan Navarro con
su compañía ante el rey Carlos I[33]; los dramas ingleses más antiguos,
que se miran con certeza como imitaciones de los castellanos,
corresponden á la época de Carlos II; sin embargo, hay razones,
expuestas precedentemente, para creer que los dramáticos ingleses
conocieron y estudiaron antes á los españoles.
Las noticias que se conservan de la popularidad de las comedias y
cómicos españoles por Italia, son más positivas, y alcanzan á una época
más remota. En ella, como sabemos, se representaron las obras dramáticas
de Torres Naharro. Las ciudades de Nápoles y Milán, en donde habitaban
muchos españoles, ofrecían ricas ganancias á las compañías de cómicos de
esta nación; pero estas compañías no se encerraban sólo en las ciudades
mencionadas, sino que recorrían todo el país. El P. Tomás Hurtado habla
de cómicos españoles que representaron en Roma en el pontificado de
Gregorio XV (1621 á 23)[34], y en la vida de la actriz María Laredo se
lee que perteneció siempre á las compañías de cómicos que vagaron por
Italia, sin venir después á España. Según dice Riccoboni, desde el año
de 1620 hubo tal afición en Italia á las comedias españolas, que las
traducciones é imitaciones de las obras de Lope de Vega y de sus
coetáneos sustituyeron casi por completo en los teatros á las comedias y
tragedias originales italianas[35]. El célebre actor de _Adone_, Marino,
dice, en su _Elogio fúnebre de Lope_, que era costumbre de los
empresarios de teatro de Italia y Francia, y para aumentar sus entradas,
anunciar en los carteles que la comedia que había de representarse era
de Lope de Vega; y que bastaba sólo su nombre para atraer tantos
espectadores, que ni bastaba el teatro para contenerlos ni su caja para
guardar el dinero[36].
Aún más se explotó en Francia que en Italia la rica mina descubierta por
los poetas dramáticos españoles. Las guerras de Francisco I habían
contribuído á extender allende los Pirineos la lengua castellana; el
casamiento de Luis XIII con Ana Mauricia, hija de Felipe III, divulgó
más esta lengua en la corte de París. Es en alto grado probable que ya
en la primera mitad del siglo XVII representaran en París cómicos
españoles, aunque, á decir verdad, no hemos encontrado datos históricos
fidedignos que lo confirmen. La noticia relativa á la compañía de
Sebastián del Prado, que vino á España con la infanta María Teresa, hija
de Felipe IV, pertenece al período subsiguiente de la historia del
teatro español. Pero aparece con toda evidencia el influjo que los
dramáticos españoles ejercieron en los franceses, aun durante el período
anterior, en las muchas obras dramáticas que, en todo ó en parte,
plagiaron éstos de aquéllos. Los franceses del siglo XVII no tienen
escrúpulo alguno en declararlo. Corneille y Molière confiesan que deben
mucho á los españoles, y Fontenelle, el sobrino de Corneille, dice que,
en vida de su tío, era costumbre admitida recurrir á los españoles para
los argumentos de las obras dramáticas, por su gran superioridad en esta
materia; y Voltaire afirma expresamente que Francia debe á España su
primera tragedia verdadera y su primera comedia de carácter. Después de
esta declaración no tiene ya tanto valor la que hace después, cuando
asegura que los franceses, en el reinado de Luis XIII y Luis XIV, se han
apropiado más de 40 obras dramáticas de los españoles. Ya mencionamos
antes algunos ejemplos famosos de tales imitaciones, como el _Cid_ y el
_Menteur_, de Corneille, y el _Festín de Pierre_, de Molière, cuando
hablamos de Guillén de Castro, Alarcón y Tirso de Molina. Estas obras
dramáticas son trabajos originales, declarados y confesados, de célebres
poetas españoles; pero hay además otras muchas tragedias y comedias
francesas que pertenecen también á la misma fuente, aunque la imitación
no se haya declarado. Nuestro objeto no puede ser ahora formar un
catálogo completo y exacto de todas estas copias, plagios é imitaciones,
no sólo porque es poco grato perder un tiempo precioso en averiguar este
linaje de hurtos, sino también porque investigaciones prolijas de esa
especie no tienen su oportuno asiento en una historia del teatro
español. Bástanos, por tanto, tratar de este saqueo sólo de un modo
sumario, y señalar los plagios más notables que han hecho los poetas
franceses á Lope y á sus contemporáneos. En el tomo V indicaremos
también los más numerosos que se hicieron en su época, de Calderón y de
otros dramáticos posteriores.
Ya el fecundo escritor dramático Hardy (seríamos injustos si le
llamáramos poeta: floreció de 1600 á 1620) conoció y explotó la mina de
singulares invenciones é interesantes argumentos dramáticos, que
encerraba la literatura española. De las 41 obras suyas que se
conservan, parte de las 800 que se le atribuyen, hay muchas, cuyos
originales son, sin duda alguna, españoles, como la _Felismene_ dimana
de la _Diana_, de Montemayor, y la _Force du sang_ de otra novela del
mismo autor. No es posible averiguar si ha cometido algún otro plagio de
la misma naturaleza, ateniéndonos á las obras suyas, hoy existentes;
pero se puede suponer que así lo ha hecho, y que, si se conocieran todas
sus obras perdidas, se demostraría más cumplidamente este aserto.
Al frente de los dramáticos franceses que, por lo general, han imitado á
los españoles, debe nombrarse á Rotrou, no sólo teniendo en cuenta el
tiempo en que escribió, sino también las obras que compuso. Demuestra
singular aptitud para sentir y apreciar las bellezas de sus originales,
y un talento poco común para reproducirlas. En _La belle Alfrede_ (de
_La hermosa Alfreda_, de Lope de Vega); _Laure persecuteé_ (de la _Laura
perseguida_, del mismo poeta), y en _Don Lope de Cardonne_ (también del
_Lope de Cardona_, del mismo), observamos que se han trasladado á las
copias el colorido poético, el fuego de la fantasía y la viveza de la
exposición que tanto nos seducen en las creaciones del poeta español,
cuyas cualidades, aunque no tan brillantes, se encuentran, sin embargo,
en las imitaciones hechas de aquellas obras, no siendo justo negarlas.
Lo mismo se puede decir de sus _Ocasions perdues_ (de _La ocasión
perdida_, de Lope), y de su _Don Bernard de Cabrere_ (de la comedia _La
adversa fortuna de Don Bernardo de Cabrera_, de Mira de Mescua). _La
bague de l'oubli_ es una imitación de _La sortija del olvido_, de Lope
de Vega, y ha servido después de principal argumento á una de las
mejores comedias francesas, _Le Roy de Cocagne_, de Legrand. Si los
sucesores de Rotrou hubieran seguido su ejemplo, hubiese ganado mucho el
teatro francés; pero desgraciadamente Corneille, al imitar los dramas
españoles, emprendió una senda en la cual habían de desaparecer, en
general, todas las excelencias y bellezas de aquéllas. Hicimos notar á
su tiempo que en su _Cid_ no se encontraban ninguna de las grandes
creaciones de la magnífica tragedia de Guillén de Castro, de la misma
manera que transformó en obra árida y pesada, que de ningún modo puede
llamarse poética, á la comedia llena de vida de Alarcón, titulada _La
verdad sospechosa_. Entre sus demás dramas, _Don Sanche d'Aragon_ y la
_Suite du Menteur_, son imitaciones respectivamente de _El palacio
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