Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo IV - 03

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Como en este libro no solamente nos ocupamos en la exposición y crítica
de la poesía dramática de los españoles, sino que nos importa también
conocer los juicios coetáneos emitidos acerca de esta misma poesía,
insertamos con este objeto un extracto del pequeño escrito titulado
_Ragguaglio al Parnasso_, impreso por el italiano Fabio Franchi en el
año de 1636, en las _Essequie poetiche alla morte di Lope de Vega_. Este
Franchi había vivido muchos años en España, y al parecer mostró mucho
interés y mucha atención al drama español, y conviene sin duda alguna
conocer cuál es su opinión acerca del mismo.
«El día siguiente á la celebración de las exequias del incomparable Lope
de Vega en el templo de Delfos (dice este autor italiano), cierto
número de poetas españoles pidió una audiencia á Apolo. Antes de
concedérsela fueron llamados Homero, Séneca, el Tasso, Sannázaro y
Anníbal Caro, para asistir á ella. Después entraron los poetas, unos
vestidos á la usanza de su tiempo, con la capilla hasta las rodillas, el
cabello largo hasta los hombros, y los cuellos de la camisa á la manera
del Dante; los otros que llegaron á ver algunos rayos de la luz de
nuestro siglo, con la capa corta y la gorra de paño, chaleco con mangas
estrechas y su gorguera. Los recién llegados se acercaron al trono, y
todos hicieron su cortesía, y después uno de ellos, de cara redonda y de
nariz de sabueso, habló en nombre de sus compañeros de esta manera:
«Príncipe Sol, así os nombramos en España: yo soy Lope de Rueda, y mis
compañeros Torres Naharro, Castillejo, Montemayor, Silvestre,
Garci-Sánchez, Miguel de Placencia, Rodrigo Cota, Miguel Sánchez,
Tárrega, Aguilar, Poyo, Ochoa, Velarde, Grajales y Claramonte[23]. Ves
en nosotros una cohorte de poetas dramáticos que representan al siglo de
oro, y llegan hasta éste, que comienza á ser de hierro. Somos los
autores más antiguos españoles de comedias, autos, pastorales,
coloquios, églogas, diálogos y entremeses; pero si bien cada uno de
nosotros se vanagloría de haber sido en su tiempo el único y famoso,
venimos aquí, ahora, después de haber oído ayer la oración fúnebre de
Marín sobre la muerte del fénix Lope de Vega, como almas pecadoras, y
nos postramos arrepentidos á tus pies para pedirte dos cosas: la
primera, que mandes quemar todas nuestras obras, escritas hace cuarenta
años; y la segunda, que des orden de purgar con ruibarbo á las
compuestas desde entonces hasta el día, para que se purifiquen en lo
posible de la grosería y rusticidad de sus pasajes serios, y de la
frialdad y escasa animación de los burlescos. Velarde, que es ese hombre
grueso, pretende que se olvide hasta el título de sus comedias _El Cid,
Doña Sol y Doña Elvira_, y la de _El conde de las manos blancas_. Miguel
Sánchez desea que se introduzca en sus comedias algún personaje, que
pronuncie siquiera veinte versos seguidos, porque los de sus obras
dramáticas preguntan y responden con tanta prisa, que hacen pensar si el
poeta no habrá sabido escribir más largos discursos, con sus
pensamientos y máximas correspondientes. Tárrega y Aguilar, ambos
naturales del reino de Valencia, en donde tú, oh gran Apolo, príncipe
de las Musas y de los versos, cuentas tantos vasallos, te suplican que
concedas á sus comedias argumentos mejor desarrollados, y á sus
quintillas más profundidad en sus tres primeros versos, no se crea que
son sólo aquéllos una especie de lecho, destinado al descanso de los
últimos versos. Poyo, aquel sacerdote de baja estatura que ves allí, te
ruega que entregues sus comedias á un poeta coetáneo, para que las
limpie de frases anticuadas y de sentencias matusalénicas, y las exorne
con algunas perífrasis y modismos modernos; pero te suplica, ante todo,
que no consientas en ninguna de sus comedias más de dos apariciones en
las nubes, más de dos príncipes que salten en los aires, ni más de dos ó
tres princesas que se precipiten desde los peñascos. Son grandes los
remordimientos de su conciencia por haber sido causa, con sus
invenciones, de que se mutilen y estropeen tantos pobres actores. Ochoa
pide, por amor de Dios, que infundas algún ingenio á los criados de sus
comedias; y Grajales, humildemente, que borres las imperfecciones de las
suyas, ó, lo que es lo mismo, que no dejes ninguno de sus versos
intactos. Ramón demanda que sus versos sean bañados en néctar, y
Claramonte, que, á la verdad, se ha servido con celo de sus rasgos
ingeniosos, desea que se borren de sus comedias los numerosos desafíos
sobre caballos verdaderos, que tanto abundan en ellas. Tal es, ¡oh
Príncipe! nuestra primera súplica, y no tanto para que desaparezcan los
defectos indicados, sino para que sea más bella y perfecta tu Biblioteca
dramática. Ya que te has dignado iluminar con tus rayos á la noble
España, y hacerla tan famosa en las letras como en las armas,
concediéndole al gran Lope como modelo é ilustre guía, es nuestra
segunda demanda que ordenes á los poetas dramáticos no separarse del
estilo y de las reglas trazadas á la comedia por aquel hombre eminente,
y que lo imiten en su ternura y afectos y en sus gracias originales, y
que, además, preceptúes á los que se dan aire de inteligentes en este
arte, invocando siempre las reglas, viviendo en la molesta compañía de
las obras antiguas del tiempo de Noé, que consideren á la que se titula
_La noche toledana_, como ejemplar y tipo dramático más verdadero y
perfecto, ya que en esta pieza se ostentan, en indisoluble consorcio, el
arte y la libertad, y la habilidad con la licencia. Ordena, además, ¡oh
deidad poderosa! á todos los poetas españoles, que han dividido entre
sí, como piadoso legado, la capa y el espíritu de su maestro Lope, que
prosigan escribiendo comedias; y que Montalbán, tan aplaudido hasta
ahora, no se deje arrastrar de la censura de cierto crítico, por haber
sido demasiado complaciente con el público en su comedia _La vizcaína_,
haciendo aparecer un mismo personaje bajo tres disfraces distintos;
antes bien, que continúe escribiendo siempre, que siempre acertará como
debe esperarse de tan inspirado poeta, y que sus obras alcanzarán la
aprobación general, mientras imite á Lope su gran maestro. Y que D.
Pedro Calderón siga escribiendo muchas otras comedias semejantes á la
titulada _Peor está que estaba_, á _Casa con dos puertas_ ó á cualquiera
otra de las suyas, y que se le recomiende, en particular, que concentre
ó condense más el argumento de sus piezas. Dígase á Mendoza que ningún
inteligente calificará las suyas de pesadas, si desenvuelve algo más la
fábula, porque su estilo, sin ser, á la verdad, el de la comedia
antigua, es un estilo verdaderamente cortesano, y sería de deplorar que
lo alterase, puesto que hoy en España no hay ya populacho.
»Estimúlese á Pellicer y á Godínez, que, sin renunciar á Escalígero y á
Enrique Estéfano, se den trazas de conciliarlos con la dulzura y gracia
del laureado Lope, que, en este caso, los escritos de su pluma agradarán
á cuantos los leyeren. Adviértase á D. Juan de Jáuregui, que _El
Turismundo_, del Tasso, y _El Pastor Fido_, de Guarino, desean un traje
español semejante al de Aminta. Solicitamos también de V. M. que
despache media docena de vuestros satélites, para que busquen á D. Juan
de Alarcón y le recomienden que no olvide el Parnaso por América, sino
que escriba muchas comedias iguales á _La verdad sospechosa_ y al
_Examen de maridos_, obras ambas de un consumado maestro. Nadie honrará
más al teatro que él, si se precave de poner término á la acción en el
acto segundo, como á veces le sucede. A Don Antonio de Coello debe decir
V. M. que excitará la emulación de todos los demás poetas siempre que
escriba comedias semejantes á la de _El celoso extremeño_. Ha de
recomendarse á D. Antonio de Solís y á D. Francisco de Rojas que
escriban cada año doce comedias, por lo menos, porque las compuestas por
ellos hasta ahora, no tienen otra falta que la de ser pocas. Han de
darse las gracias á Guillén de Castro por sus muchas y bellas obras
dramáticas, é inculcarle, al mismo tiempo, que destierre de ellas los
desafíos, y no trate del honor como de un asunto _stricti juris_, ni que
cuando sus damas caen é intentan apoyarse en los que se hallan cerca, no
sean motivo constante de duelos. A Vélez (de Guevara), ha de aconsejarse
que, un mes antes de representarse alguna pieza suya, ponga un cabezón,
como el de Lope, á sus fanfarronadas; porque un poeta que ha escrito la
comedia _Errar por amor, fortuna_, peca doblemente cuando comete faltas
de esta especie. Sería de desear que todas las comedias de Avila agraden
tanto como la otra suya, titulada _Familiar sin demonio_: sólo así
podrán figurar dignamente al lado de ésta, y acertará si antes de
comenzar á escribir coge en sus manos un tomo de las de Lope y le dice:
¡Ayúdame, Lope! Ha de exhortarse á Tirso seriamente que continúe siempre
escribiendo, y convencerlo de que, si bien un libelo ó pasquín puede
adornar una esquina, no aumenta la merecida fama de un hombre tan
ilustrado, tan ingenioso y de tanto talento. Hágase entender á Amescua
que el coro de los canónigos puede conciliarse bien con el de las Musas,
haciéndose lo mismo con Valdivielso, así como también que de aquellas
hijas de Mnemosine nunca envejecen; y si hubiese yo ahora de calificar
con epítetos particulares y las merecidas alabanzas á los que no he
mencionado todavía, veríame en grandes apuros para contentarlos. Por
tanto, nombraré sin aditamento alguno á Bocángel, Herrera,
Vatres-Huertas, Moxica, Laporta, Tapia, Tovar, Alfaro, Medrano, Díaz,
López, Delgado, Belmonte, Vivanco y Prado, rogándote que les comuniques
tu inspiración y que emplees tu poder persuasivo en convencerlos; que
añadan nuevas comedias á las que ya se han representado de ellos, y que,
despojándose de la falsa modestia que los distingue, las presenten al
publico sin miedo. Y como, según parece, hay personajes elevados que se
apropian las obras dramáticas de otros autores, solicitamos de ti, ¡oh
rey de las bellas artes! que no lo consientas, porque los poetas que les
venden sus obras, remedian sus apuros de esta manera y proporcionan á
los compradores gloria injusta y prestada. Pero lo que no has de tolerar
de ninguna manera, que algunos otros, también de esa misma alta esfera,
menosprecien ser tenidos por poetas, cuando este talento es y será
siempre su mejor prenda. Y al hablarte ahora en estos términos de los
poetas dramáticos existentes, y exhortarlos de todas veras á imitar á
Lope de Vega, creemos hacer un servicio importante á nuestra patria
(España), borrando la barbarie que en ella reinaba antes de aparecer el
gran Lope, el cual ha enriquecido al mundo con su sabiduría, con sus
pensamientos ingeniosos, así serios como burlescos, y con la harmonía
inimitable de su lenguaje, de tal suerte, que ningún otro podrá
igualarlo, á no ser que por mandato tuyo sea iluminado sobrenaturalmente
con los destellos de tu luz poderosa.»
Así habló Lope de Rueda, cuando un poeta español de mucho mérito,
llamado Villayzán, se acercó al sacrosanto trono del Dios con algunos
escritos suyos, y le dijo así:
«¡Oh príncipe de Delos! Óyeme antes de publicar tus decretos: nada tengo
que oponer á lo expuesto por el barbudo Lope de Rueda, sino apoyar sus
demandas y añadir que, así como tú condenas los conciliábulos de
hechiceros y de otros malvados, prohibas la costumbre de juntarse tres ó
cuatro poetas para componer una comedia; si este uso se extiende y
arraiga, engendrará monstruos y no comedias, siendo imposible que logre
aplausos una obra que no haya sido pensada y escrita por un solo hombre,
y que aquéllos que se consagran á este trabajo, no merezcan apellidarse
menestrales más bien que poetas. Cualesquiera obra dramática, cuyos tres
actos tengan estilo diverso, transforman la escena en desierto líbico,
en mansión verdadera de los más deformes monstruos. A mi costa lo he
aprendido, porque después de haber escrito la comedia titulada _De un
agravio tres venganzas_, celebrada de mis contemporáneos y alabada por
el Apolo de la tierra, por el gran Felipe IV, dejéme arrastrar de las
influencias de mis competidores y asociarme con otros dos poetas para
escribir otra comedia, por la cual he perdido la fama anterior,
justamente ganada. Ruégote, pues, encarecidamente, ¡oh Monarca poderoso!
que castigues con el fuego estas odiosas asociaciones, madres de
verdaderos monstruos, y que no nombraré por no ofender á sus autores.
Hasta la que lleva el título de _Los tres blasones_, obra de tres
grandes ingenios[24], no ha de exceptuarse de mi anatema, porque es un
monstruo de belleza, como las otras lo son de
fealdad.................................»
Así habló Villayzán, retirándose entonces los poetas. Apolo preguntó á
Anníbal Caro si se le ocurría hacer alguna observación, contestando que
convendría convocar á D. Fernando de Acuña y al canónigo Pacheco, los
cuales, como poetas satíricos, decidirían, con su perspicaz ingenio, si
la cuestión propuesta era digna de ulterior consejo. El Tasso y Lucano
desvanecieron todas las dudas, decretando Apolo: «Que el dios Mercurio
se encaminase á España y tomase juramento á todos los poetas
mencionados, y á cuantos se propusieran escribir comedias, de imitar
siempre el estilo y observar las reglas del grande, ilustre é
incomparable Lope de Vega, y de censurar á todos aquéllos que, por
emplear el _estilo culto_, se aparten del modelo trazado por tan
inspirado vate; además, que se inculque á todos los fautores la
necesidad de no admitir ninguna obra dramática que no provenga de poetas
que hayan recibido su título de doctor en nombre de Lope, y que la
violación de esta orden sea castigada, la primera vez, con silbidos y
murmullos; la segunda, con manzanas, nabos y otras menudencias, y la
tercera, con piedras y mezcla.»
[Illustration]
[Illustration]


CAPÍTULO XXXI.
Actores famosos de la época de Lope de Vega.

Para terminar esta parte de nuestra obra, fáltanos sólo dar á conocer
los actores y actrices más famosos de la época de Lope de Vega, y el
influjo que ejerció el teatro español, en este mismo período, en los
demás teatros de Europa.
Se comprende, desde luego, que no es posible formar un juicio general y
fehaciente acerca del arte dramático de este tiempo, puesto que los
escritores contemporáneos no nos dicen acerca de él nada concreto y
detallado; pero hay, no obstante, sólidas razones para asegurar que ese
arte alcanzó entonces también perfección notable. Por lo general, y
atendiendo al curso natural de las cosas, cuando se presenta la poesía
dramática en un grado superior de perfección, se hallan siempre á la
misma altura los medios artísticos de representarla, concurriendo además
aquí la circunstancia de existir las declaraciones de muchos testigos de
vista, unánimes en manifestar su admiración hacia los grandes actores
españoles de la época de Lope de Vega. Entre estos testimonios, los más
interesantes, sin duda, son los de aquellos escritores, contrarios en
general al teatro de aquel período, y cuyas alabanzas desvanecen, por
tanto, toda sospecha de parcialidad y de pasión ciega[25].
Aunque á consecuencia de la falta de datos detallados del antiguo arte
escénico en España, estamos imposibilitados de dar aquí noticias
auténticas acerca de este particular, parécenos, sin embargo, que sobre
la mímica y recitación de los actores de esta época y de este pueblo,
podemos hacer algunas indicaciones importantes, que no son ya simples
hipótesis. Fúndanse, en parte, en el examen atento del método y manera
con que se representan hoy en los teatros principales de la Península
las antiguas comedias nacionales, debiendo admitirse que se perpetúa en
esta materia la tradición de épocas anteriores, y, en parte, en la
índole particular de la comedia española, y en la correlación que ha de
existir necesariamente, al representarlas, entre la composición poética
y su representación práctica.
El arte dramático, en los teatros españoles, se caracteriza por una
animación peculiar, de la cual no pueden formar ni una idea aproximada
los demás pueblos, reflejando fielmente, como en un espejo, la vida de
los habitantes del Mediodía, cuya sangre circula en sus venas con
singular viveza. El temperamento apasionado y fácilmente impresionable
de los pueblos meridionales ha de hacerse notar, así en el teatro como
en la vida social: todo es en ellos acción, palabra y movimiento. Una
consecuencia de esto es la extrañeza que en un principio causa á los
extranjeros, acostumbrados á diversa gesticulación y traza exterior; la
exageración, con frecuencia excesiva, con que se expresan las distintas
emociones del alma; la movilidad extraordinaria de gestos, los rápidos
contrastes en el tono y la modulación oral, el fuego y animación
insólitos de los movimientos, y á menudo la transición repentina, sin
las naturales gradaciones, de un afecto á otro contrario. De aquí
proviene, sin duda, que los actores españoles expresen los matices más
delicados del lenguaje, y que nos encanten y nos arrebaten, cuando han
logrado combinar los resultados del análisis más profundo con los
detalles de la inspiración más fogosa y de la pasión más violenta. Suele
echarse de menos, en su manera de declamar, el arte de representar los
caracteres en todos sus matices más delicados, efecto de un estudio
profundo de los mismos, apareciéndosenos, en la mayoría de los casos,
como inspiración feliz del momento; y de aquí que, en la impresión total
que nos hacen los personajes dramáticos, se noten siempre algunos
defectos, aunque este método ofrezca la ventaja de ser opuesta á la
frialdad ingénita, al estudio exagerado y demasiado minucioso de esta
parte de la mímica. Sin abandonarse á cavilosidades, ni á resolver
difíciles problemas, sino dejándose arrastrar, sin miedo y con
confianza, de la corriente de la inspiración, que evoca en ellos el
influjo de los tipos poéticos; saben los artistas dramáticos españoles
producir grande efecto, y resolver dificultades, muchas veces
insuperables, á los artistas metódicos é instruídos, y en virtud de su
facilísima comprehensión y de su sensibilidad impresionable, son los
intérpretes más fieles de la intención poética del autor. Añádase á esto
que nunca se proponen imitar la realidad ordinaria de la vida,
observando y copiando sus rasgos individuales, sino que sólo se
esfuerzan en personificar las formas creadas por el poeta, harmonizando
así, en su representación, de la manera más feliz, el idealismo y la
naturalidad. Con el fuego de su fantasía, con la rapidez y flexibilidad
de su comprehensión y fecundidad, saben expresar toda la existencia
humana en sus variados aspectos, dar forma corporal, verdadera y
característica á sus infinitas manifestaciones, descubrir las más
recónditas sinuosidades del alma, pintar las pasiones, no solo en su
explosión, sino en sus causas y naturaleza, conmover á los espectadores
con la representación de los afectos más extraordinarios que pueden
mover el ánimo, y comunicarles la misma fuerza de la elocuencia y de la
inspiración que los llenan. Pero en lo que se distinguen principalmente
los actores españoles, y pueden servir de modelo á los demás, es en la
gracia, en el encanto y en la elegancia con que saben revestir hasta
las formas más ordinarias y vulgares de la vida real.
No nos choca en ellos jamás esa exacta imitación de la naturaleza, en
sus manifestaciones más inmediatas y casuales, con cuyo secreto se
proponen lograr fama los actores de otras naciones, cuando lo que hacen
es contravenir á las reglas eternas del arte; siempre notamos en los
españoles una concepción más artística, por cuanto hacen sólo resaltar
los rasgos más importantes de la realidad, expresándolos en su conjunto
y notándose que la verdad está siempre al lado de la belleza, sin
perjudicar, no obstante, al carácter individual, condición
esencialísima, y la única compatible con la poesía.
Su manera de declamar, en general, se acomoda al movimiento rápido é
íntimo del argumento, sin descuidar los detalles, con mucha animación y
variando de tono con frecuencia, á lo cual se debe que los personajes se
muestren y desaparezcan con la mayor celeridad y haya sólo pausas muy
leves. En la recitación firme, exacta y variada, se proponen los mejores
actores españoles amoldarse á la índole del verso, no debiendo olvidarse
que se ven obligados á aplicarse con esmero al desempeño de su papel,
excitados por el buen gusto del público, y por la atención incansable
con que éste escucha cada una de las palabras que pronuncian. La
acentuación falsa, la omisión de una sola sílaba que perjudique á la
medida del verso, es censurada con los signos más vivos de
desaprobación. Increíble parecerá á un aficionado al teatro alemán, que
ignora, por lo común, si lo que oye es prosa ó verso, y, sin embargo,
diariamente se observa en España que la supresión de una sola línea que
interrumpa la serie de las asonancias, promueve entre los espectadores
un murmullo tan general como espontáneo. Seguramente es una fortuna para
los hábiles artistas presentarse ante espectadores de sentidos tan
delicados; se ve así puesto en la necesidad inevitable de emplear todas
sus facultades, para llegar á la perfección, y á considerar los aplausos
de un público tan distinguido como el premio justo debido á su mérito.
Para probar lo extendidas que se hallan en España, en todas las clases
populares, la afición y la inteligencia de la poesía, téngase en cuenta
que las comedias más célebres y bien escritas, que entre nosotros sólo
se conocen por un público muy escogido, no sólo se representan ante
gentes de la clase más baja de la sociedad española que asisten al
teatro y siguen sus peripecias con el mayor interés, sino que también
las leen luego con la mayor fruición, explicándose así las ediciones
baratas que se hacen de ellas, como de libros destinados al pueblo. Con
arreglo al testimonio de un viajero muy instruído[26], confirmado por
nuestra propia experiencia, españoles sin instrucción alguna, siguen los
complicados hilos del desarrollo de un drama en los teatros, con tal
atención, que les basta oirlo una sola vez para hallarse en estado de
contar en seguida todo su argumento, sin omitir circunstancia alguna
esencial, mientras que extranjeros instruídos, y que dominan
completamente el idioma, no pueden ni comprender siquiera el conjunto de
la acción de tales comedias, si sólo asisten una vez al teatro para
verlas.
La extructura métrica de las obras dramáticas españolas exige diversas
maneras de recitación, con arreglo á los distintos versos que se emplean
en ellas. Este modo de recitar ha de acomodarse á la índole de la
combinación métrica que se use, con tanto rigor, que el artista
dramático no puede ni debe confundirlas, por cuya razón no es posible
dudar que las mismas reglas observadas ahora en los teatros españoles en
esta parte, rigieron en la edad de oro de su poesía dramática. El
romance, casi siempre de índole narrativa, se declama con tal ligereza
y rapidez, que nunca cansan, por largos que parezcan, y sus períodos
complicados, interrumpidos con frecuencia por incisos, pasan con viveza
extraordinaria. La verdadera importancia de la declamación se nota
principalmente cuando por la lentitud, monotonía y falta del énfasis
correspondiente del actor, se hace lo que dice ininteligible, cansado y
confuso. Para las redondillas y quintillas, sobre todo, cuando
comprenden antítesis, rasgos epigramáticos y juegos de ingenio, la
locución es algo más reposada, y sin embargo, la rapidez con que esto se
hace es siempre grande, sobre todo, cuando sirve para indicar el
progreso de la acción. Un recitado más solemne y majestuoso, con viva
gesticulación, y hasta con carácter algo declamatorio, piden las
estancias y también las liras y las silvas, sólo que estas últimas han
de recitarse con más lentitud; la de los yambos no rimados ha de ser al
contrario, ligera y sencilla, mientras que el soneto, á causa de su
importancia, por regla general, y de su lenguaje escogido, necesita que
se pronuncie con el mayor cuidado, sobre todo, en lo que se refiere á su
exacta acentuación.
Se ha sostenido con frecuencia que el actor vive para lo presente, y
sólo en él influye, y que no ha de esperar premio alguno de la
posteridad: hasta sus grandes triunfos desaparecen, como si nunca
existieran, para los que nacen después, y que su sepulcro, así como
encierra su cuerpo, así también guarda avaro el recuerdo de las horas de
placer y de entusiasmo que hizo gustar á sus admirados auditores. Dos
siglos[27] tan sólo han transcurrido desde la muerte de los grandes
actores, que asombraron á toda España en tiempo de Lope de Vega, y se
ha desvanecido su memoria de tal modo, que se hace preciso recurrir á
libros viejos de pergamino, llenos de polvo, para averiguar sus nombres
y conocer algunas noticias ligeras de su importancia y de su vida.
Insertamos, pues, estas noticias á continuación, tales cuales las hemos
podido adquirir, aunque hayamos de contentarnos á veces con copiar sólo
los nombres de los actores[28].
Siempre que se habla de cómicos españoles, se suele mencionar también á
_Nuestra Señora de la Novena_, su santa patrona, cuyo culto se fundaba
en los hechos y en las razones siguientes: Había una actriz llamada
Catalina Flórez, que recorría á pie el país con su marido, mercader
ambulante, que vendía sus artículos de pueblo en pueblo. En uno de estos
viajes se vió acometida de los dolores de parto. El alumbramiento fué
feliz; pero como la recién parida se veía obligada á acompañar á su
esposo, no tuvo tiempo bastante para restablecerse por completo,
perjudicándola tanto el frío del invierno, en aquel año extraordinario,
que se quedó baldada de todos sus miembros. Catalina Flórez puso
entonces sus ojos y sus esperanzas, para curarse, en una imagen de la
Vírgen, que se adoraba en un retablo situado en un ángulo de la calle
del León, de Madrid, y celebró en su honor una novena, con tal celo, que
hasta pasó las noches en la calle. Sanó, según se dice, al terminar el
día noveno, recobrando de tal modo el uso de sus miembros, que colgó
delante de la imagen, como su exvoto, las muletas de que se había
servido hasta entonces. Este milagro produjo gran sensación, y fué causa
de que los actores se pusieran bajo la protección de aquella santa
imagen, eligiendo como patrona á _Nuestra Señora de la Novena_. Esta
imagen veneranda fué trasladada á la parroquia de San Sebastián, y aquí
fundaron los principales cómicos, en julio de 1624, una hermandad ó
cofradía de Nuestra Señora de la Novena, congregación que duró más de un
siglo, y á la que pertenecieron como hermanos los principales y más
célebres actores de España.
Muy escasas noticias tenemos de los más famosos cómicos del principio de
este período, esto es, del último decenio del siglo XVI. Casi todas
ellas se han insertado ya en el tomo anterior, pero conviene repetir
sus nombres ahora, puesto que no trabajaron sólo en aquella época[29].
Alonso Cisneros, de Toledo, fué un actor que perteneció en su juventud á
la compañía de Lope de Rueda, más tarde director de otra compañía suya
que gozó de gran renombre hasta principios del siglo XVII. Lope de Vega
dice de él en _El peregrino en su patria_, que, desde la invención de
las comedias, no tuvo rival, y así López Pinciano, como Agustín de
Rojas, hablan en igual sentido muchas veces. Mateo Alemán, en su
_Guzmán de Alfarache_, refiere la siguiente anécdota: «Aquesto le
aconteció á Cisneros, un famosísimo representante, hablando con Manzanos
(que también lo era, y ambos de Toledo, los dos más graciosos que se
conocieron en su tiempo), que le dijo: Veis aquí, Manzanos, que todo el
mundo nos estima por los dos hombres más graciosos que hoy se conocen.
Considerad que con esta fama nos manda llamar el Rey nuestro Señor.
Entramos vos y yo, y hecho el acatamiento debido, si de turbados
acertáremos con ello, nos pregunta:--¿Sois Manzanos y Cisneros?
Responderéisle vos que sí, porque yo no tengo de hablar palabra. Luego
nos vuelve á decir: Pues decidme gracias. Agora quiero yo saber: ¿Qué le
diremos? Manzanos le respondió: Pues, hermano Cisneros, cuando en eso
nos veamos (lo que Dios no quiera), no habrá más que responder sino que
no están fritas.»
Ríos, uno de los cómicos que vagaban de un lugar á otro, y que desempeña
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