Historia de la literatura y del arte dramático en España, tomo IV - 01

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A. F. SCHACK
HISTORIA
DE
LA LITERATURA
Y DEL ARTE DRAMÁTICO
EN ESPAÑA
traducida directamente del alemán al castellano
POR
EDUARDO DE MIER
TOMO IV
[Illustration]
MADRID
IMPRENTA Y FUNDICIÓN DE M. TELLO
_Impresor de Cámara de S. M._
Don Evaristo 8
1887
[Illustration: CRITICOS.]
COLECCIÓN
DE
ESCRITORES CASTELLANOS
CRÍTICOS
[Illustration: EX LIBRIS.]
HISTORIA
DE
LA LITERATURA
Y DEL ARTE DRAMÁTICO
EN ESPAÑA
IV


TIRADAS ESPECIALES

100 ejemplares en papel de hilo, del I al 100.
25 » en papel China, del I al XXV.
25 » en papel Japón, del XXVI al L.
[Illustration]


CAPÍTULO XXVIII.
ALARCÓN.--Sus obras dramáticas.

Alarcón es uno de los poetas dramáticos españoles más distinguidos, y á
pesar de esto, fué poco estimado de sus coetáneos, haciéndole notoria
injusticia, y tampoco ha obtenido después por la posteridad la fama que
indudablemente merecía. Sábese muy poco de su vida. D. Nicolás Antonio,
que por otra parte hace mención de él con singular aprecio, no indica ni
aun con seguridad el lugar de su nacimiento[1]. Pero acerca de este
punto existe, sin embargo, una antigua crónica que aclara nuestras
dudas[2]. Juan Ruiz de Alarcón y Mendoza, pues, si nos atemos á sus
datos, nació en Tasco, en Méjico, y descendía de una familia oriunda del
lugar de Alarcón, en el obispado de Cuenca. No se ha podido averiguar
todavía si esta misma familia de Alarcón, que pasó á América, formaba
parte de la casa noble del mismo nombre, sobre cuya genealogía hay una
obra escrita por el marqués de Trocifal; pero es lo cierto que nada se
dice en ella de nuestro poeta[3]. De los registros de la Inquisición
aparece que Alarcón residía en España en el año de 1622[4]. En el de
1628 se publicó el primer volumen de sus comedias[5], titulándose el
autor Relator del Real Consejo de Indias. Este cargo era muy
importante, y demuestra que Alarcón pertenecía á las clases más elevadas
de la sociedad. El estilo familiar, que emplea en la dedicatoria de su
libro al duque de Medina de las Torres, se diferencia mucho del humilde
y algo rastrero, usado generalmente por los escritores de aquella época
al dedicar sus obras á los grandes y á los que desempeñaban los puestos
públicos supremos. A la dedicatoria que mencionamos sigue otra al
público, cuyo lenguaje respira el mayor orgullo:
«Contigo hablo, bestia fiera, que con la nobleza no es menester, que
ella se dicta más que yo sabria. Allá van esas comedias: trátalas como
sueles; no como es justo, sino como es gusto, que ellas te miran con
desprecio y sin temor, como las que passaron ya el peligro de tus
silvas, y aora pueden sólo passar el de tus rencores. Si te
desagradaren, me holgaré de saber que son buenas; y si no, me vengará de
saber que no lo son el dinero que te han de costar.»
Pero este desdén orgulloso fué funesto en sumo grado para el poeta.
Mientras que muchos poetas dramáticos medianos eran celebrados, en
general, se le atendía muy poco, y su nombre, ó no se encuentra en los
escritores coetáneos, ó sólo se cita de paso y á la ligera. Lope de
Vega, á la verdad, le consagra en su _Laurel de Apolo_ algunas frases de
alabanza que nada prueban y significan, cuando observamos que otras
iguales y más exageradas se consagran en la misma obra á poetas muy
inferiores á Alarcón. Pocas composiciones suyas se encuentran en las
colecciones de las comedias más aplaudidas de aquella época, y lo que
es peor, y debía disgustarnos sobremanera, es que algunas de sus obras
más notables se imprimieron y atribuyeron á otros poetas más famosos. En
el prólogo al segundo volumen de sus comedias alude él á este abuso, y
lo hace, por cierto, con tanta moderación y tanta modestia, cuanto que
se halla en completa oposición con el tono del párrafo copiado más
arriba:
«Qualquiera que tu seas, dice, ó mal contento (ó bien intencionado) sabe
que las ocho comedias de mi primera parte, y las doce desta segunda son
todas mias, aunque algunas han sido plumas de otras cornejas, como _El
texedor de Segovia_, _La verdad sospechosa_, _Examen de maridos_[6], y
otras que andan impressas por de otros dueños: culpa de los impressores,
que les dan los que les parece, no de los Autores, á quien las han
atribuydo, cuyo mayor descuydo luze mas que mi mayor cuydado; y assi he
querido declarar esto, más por su honra que por la mia, que no es justo
que padezca su fama notas de mi ignorancia.»
No hay dato alguno que nos ponga en estado de determinar, ni aun
aproximadamente, el año de la muerte de Alarcón.
Las obras de este poeta, como se nota en general en la poesía dramática
española, apareciendo como carácter suyo peculiar, nos descubren un
horizonte poético completamente nuevo. Alarcón era uno de esos hombres
osados y de espíritu independiente, que, despreciando toda imitación,
emprenden sin vacilar nuevas sendas; uno de esos caracteres enérgicos,
que imprimen el sello de su originalidad de una manera indeleble en todo
lo que hacen. Cuando la mayor parte de los poetas dramáticos de aquel
período consideraban de ordinario el argumento de sus obras como su
objeto principal, manejándolo y revolviéndolo en todos sentidos para
darle el aspecto y la forma que podía ofrecer la poesía para recreo de
los espectadores, los hechos, que constituyen el enredo, son sólo para
este poeta la expresión del pensamiento que intenta representar. No
arranca, como Lope, de la contemplación tranquila de lo que es la vida
humana, sino del sentimiento de la pasión, poderosamente excitado; ni se
propone únicamente agradar, ni interesar y conmover al público, sino
comunicar á los demás la fuerza violenta de la inspiración que lo
llena. Alarcón, según parece, hubo de ser un hombre atrevido y
orgulloso, despreciador de todo lo villano y sintiendo ardiente amor por
todo lo bueno; la nobleza de un alma grande y la sublimidad de los
pensamientos se ven impresas en todas sus poesías; pinta con
predilección cuanto realza y sublima al hombre, la energía varonil y el
ánimo incontrastable de la inocencia perseguida, la abnegación infinita
del amor, la fidelidad inmutable de la amistad, y lo que preferían á
todo los verdaderos españoles de aquel tiempo, la lealtad caballeresca y
la satisfacción de aquél, á cuyo honor no deslustra mancha alguna. Al
lado de estas cualidades, se nota también, con arreglo á las ideas de la
época, que se ensalza la sed inextinguible de venganza, poco escrupulosa
en la elección de los medios, y que se sostiene el principio de borrar
con sangre del ofensor la deshonra sufrida por su causa.
Este poeta, en el momento en que concibe con toda claridad la idea ó el
pensamiento, que ha de revestir forma poética, no obstante la violencia
de sus afectos, que por todas partes se muestra, le imprime con pasmosa
seguridad los contornos plásticos que la convierten en obra artística
perfecta. No se observa en su trabajo nada superfluo, nada que no se
halle en riguroso acuerdo con la idea fundamental de cada una de sus
obras: todas las partes de ella forman un conjunto orgánico acabado, lo
particular en la más estrecha relación con lo general, y es imposible
suprimir una escena sin destruir por completo la harmonía de la obra.
Los dramas de Alarcón son tan limados, es tan estrecha la trabazón de
sus partes, y cada una de éstas tan perfecta, que pocos pueden
comparársele bajo este aspecto. Digno de alabanza especialmente es el
método racional, que observa para apurar hasta el extremo el fondo de
sus argumentos, y lo es tanto más, cuanto que la mayor parte de los
dramáticos de su época se distinguen por el defecto contrario.
La forma externa de sus obras se acomoda exactamente á la perfección del
fondo; su lenguaje se amolda siempre maravillosamente á los pensamientos
que expresa; elévase, con la osadía de los conceptos, al peldaño más
alto de la locución poética sin hinchazón y sin hojarasca, y hasta en
las escenas menos animadas puede calificarse de modelo de claridad y de
naturalidad.
Ninguno de los dramas de Alarcón deja de sobresalir por sus bellezas
particulares; sin embargo, descuellan entre todos aquéllos que pueden
llamarse heróicos, y cuyo argumento se funda en la historia ó en la
tradición nacional. El carácter romántico peculiar que imprimía su sello
en la vida de España en esa época, aparece en sus obras con más plenitud
y con mayor fuerza que en ninguna otra. La grandeza y la sublimidad, que
había persistido desde siglos en los romances populares, y exaltado
hasta el extremo la imaginación y los afectos de los españoles; el amor
y la ternura caballeresca que sugería á los enamorados sus cantos en la
ventana de sus damas, se presenta en las comedias de Alarcón bajo otra
forma y con mayor viveza. Ese pueblo formal y satisfecho, lleno de
heroísmo y de fe, ingénita en España largo tiempo hacía, se presenta á
nuestra vista en su vida y en sus obras; y á su lado, el otro, que como
un fuego destructor, habían abortado los desiertos de la Arabia,
olvidando pronto su ferocidad natural bajo un cielo más benigno, y
construyendo sus mágicos palacios en los jardines encantados de
Andalucía. Contemplamos como testigos la lucha secular entre la cruz y
la media luna; oimos los gritos de guerra y el estrépito de las armas, y
entre ellos, cantos llenos de melodías y quejas amorosas, hasta que, al
fin, el sonido de la campana se sobrepone al fragor de las batallas, y
el pueblo victorioso planta el símbolo de la fe en las mezquitas del
Profeta, pero asimilándose todas las bellezas que encuentra entre los
vencidos, y haciéndolas florecer luego con más pompa y con mayor brío.
_El tejedor de Segovia_ es una de las composiciones dramáticas más ricas
y llenas de vida que se han puesto en escena. El fundamento de esta
comedia parece ser una tradición, relativa á las familias de los Vargas
y de Peláez[7]; pero la forma particular que le ha dado Alarcón, es
original, sin duda alguna, y de tal naturaleza, que sólo podía prosperar
en manos de un poeta de primer orden. El ingenio que muestra en la
invención, el interés arrebatador de las situaciones, la firmeza y la
vida de los caracteres y el estro poético que vivifica todas sus partes,
señala á este drama un lugar merecido entre las obras magistrales más
selectas que haya producido la poesía dramática. Aquellas escenas, en
que el joven Fernando vuelve como vencedor de las guerras contra los
moros, y en vez de la recompensa que esperaba, encuentra decapitado á su
noble padre por las calumnias del infame Peláez, amenazándole también
el mismo suplicio; su refugio en una iglesia, en donde se parapeta y
defiende contra el populacho amotinado; la aparición maravillosa de la
joven doncella, su ángel salvador, que llega á libertarlo estando tan
próximo á la muerte; el sacrificio de su hermana, á quien inmola,
rogándoselo ella para hacer vanas las asechanzas de su enemigo; y la
venganza completa, que, después de afrontar infinitos peligros, que se
suceden con interés siempre creciente, toma al cabo de los traidores,
dejando su honor inmaculado: todo esto se graba perfectamente en la
memoria de cualquiera si alguna vez llega á leerlo. Imposible es, sin
embargo, exponer en el análisis de esta obra el número y calidad de las
innumerables bellezas de este poema grandioso, exuberante en fuerza y
energía, que sin dudas de ningún género puede colocarse entre los más
perfectos que se hayan escrito en cualquier época y en cualquier pueblo.
Basta su simple lectura, como decimos (y ya que no en el original, por
lo menos en la traducción alemana, que dista mucho del primero)[8], para
que admiremos la riqueza inagotable de la invención, el brillo de la
exposición, su riqueza en imágenes y afectos, y la sublimidad verdadera
de toda la obra, así como el arte y buen sentido del poeta, que, á pesar
de la superabundancia de hechos que constituyen su acción, los encauza á
todos hacia el objeto final de su plan, y aumenta así sobremanera la
belleza y el efecto de la impresión que hace en el espectador ó lector.
La titulada _Ganar amigos_, de Alarcón, es casi igual en mérito á la
indicada: un poema sublime y apologético de la amistad, en el cual
campean la inspiración poética más vigorosa y los más hidalgos
sentimientos.
La acción de este drama es, en resumen, la siguiente:
La bella Doña Flor es amada por el marqués Don Fadrique, favorito de
Pedro _el Justiciero_, y le demuestra la inclinación exclusiva que la
domina, motivada por el desagrado que la produce la ida á Sevilla de Don
Fernando, otro caballero con quien antes estaba en relaciones; algo
coqueta, á la verdad, no renuncia al amor de este último por completo,
haciéndole jurar solemnemente que nunca, por ningún pretexto, hablará á
nadie de su amor. Una noche, en que Don Fernando galantea á su novia en
la ventana, se suscita una cuestión entre él y otro caballero, que
termina con la muerte de éste. Fernando huye de la justicia, que le
persigue, y pide auxilio al primer caballero que encuentra, el cual no
es otro que su rival el marqués Don Fadrique, que le promete ampararlo,
como era de esperar de su hidalguía, y le presta su capa para que se
disfrace y no lo conozcan. Acércanse sus perseguidores, y el Marqués
averigua de ellos que el muerto es su hermano; pero á pesar de esto
cumple religiosamente su palabra, oculta al matador y le acompaña hasta
fuera de la ciudad, pidiendo sólo al fugitivo que le diga su nombre y
que le descubra la clase de relaciones en que había estado con Doña
Flor. Fernando rehusa acceder á lo último por guardar el juramento
prestado; entonces pelean ambos, cae Fernando, y Don Fadrique le pone la
espada al pecho para que revele el secreto; pero el vencido persiste con
firmeza en su propósito, y prefiere morir á quebrantar su promesa. El
Marqués le dice entonces:
Levantad, ejemplo raro
De fortaleza y valor,
Alto blasón del honor,
De nobleza espejo claro.
Vivid: no permita el cielo
Que quien tal valor alcanza,
Por una ciega venganza
Deje de dar luz al suelo.
* * * * *
* * * * *
No sólo estáis perdonado,
Pero os quedaré obligado
Si me queréis por amigo.
FERNANDO.
De eterna y firme amistad
La palabra y mano os doy.
MARQUÉS.
Don Fernando de Godoy,
Idos con Dios, y pensad
Que, puesto que ya la muerte
De mi hermano sucedió,
Que más que á mí quise yo,
Os estimo de tal suerte,
Que trueco alegre y ufano,
A mi suerte agradecido,
El hermano que he perdido
Por el amigo que gano.
Esta escena es de una belleza incomparable. El Marqués suplica al Rey
que indulte á Don Fernando de la pena merecida por su delito, y promete
también á Don Diego, hermano de Doña Flor, renunciar por completo á la
mano de su hermana, cuya reputación ha sufrido algo á causa de la
aventura nocturna ocurrida junto á su ventana. Doña Flor, muy afligida
por la retirada repentina del Marqués, encarga á una de sus amigas,
llamada Doña Ana, que le disuada de su propósito por cualquier medio, y
que le consagre de nuevo su amor. La última, con este objeto, tiene una
conferencia con Don Fadrique, que es escuchada por Don Diego, amante de
Doña Ana; pero por mala explicación ó por mala inteligencia, deduce de
ella que se propone atraer por su cuenta al Marqués. Don Diego resuelve
entonces, para vengarse de la infiel, entrar disfrazado en su casa, como
si fuese el mismo Marqués, y ejecutar su propósito. Don Fadrique,
mientras tanto, ha recibido del Rey la comisión de encarcelar á un Don
Pedro de Luna, reo de cierta falta punible; pero, como es amigo suyo,
intenta librarlo concediéndole una plaza de general, cuya provisión era
muy urgente. Don Pedro, que ignora la causa de este nombramiento, cree
que Don Fadrique desea tan sólo alejarse del Rey, y resuelve también
vengarse acusándolo de haber dado muerte á su hermano, impulsado por los
celos. Doña Ana, vestida de luto, se presenta al Rey y le pide justicia
contra el fautor de su deshonra. El Marqués es encerrado en la cárcel y
condenado á muerte; pero apenas lo sabe Fernando, oculto hasta entonces,
se presenta y confiesa que él es el matador; Don Diego acorre también
para declarar que es el causante de la deshonra de Doña Ana; y por
último, Don Pedro, conocedor ya de los motivos que impulsaron al Marqués
á obrar como lo hizo, se empeña en entrar en la cárcel en lugar del
inocente acusado. Suscítase entonces una contienda heróica entre los
cuatro caballeros: cada uno de ellos quiere salvar á los demás y sufrir
la pena. El Rey, que asiste á este altercado sin ser visto, siente tal
emoción ante la nobleza de sentimientos de los cuatro caballeros, que á
todos concede su gracia y los llama el mejor ornamento de su reino. Doña
Ana da su mano á Don Diego, y Doña Flor al Marqués.
El efecto de esta comedia debió ser extraordinario al representarse,
porque no sólo interesa y conmueve el corazón, sino que estimula también
á las acciones magnánimas. Aunque parezca una aserción algo temeraria,
diremos, no obstante, que Alarcón es, entre todos los dramáticos
españoles, el que más sobresale por la pureza y energía de los afectos.
Cuanto dice arranca inmediatamente de la sensibilidad más profunda, y de
aquí que mueva también inmediatamente la nuestra; su elocuencia es
siempre inagotable, y nos arrastra con ella, porque su lenguaje es el
lenguaje del alma.
_La crueldad por el honor_ (cuyo argumento proviene de un suceso, que
cuenta Mariana en su libro undécimo) no es inferior á las comedias
mencionadas hasta ahora, ni en la grandeza de los pensamientos, ni en la
fuerza de su expresión. El argumento se basa en un hecho extraordinario
de la historia antigua del reino de Aragón, y es, en pocas palabras, el
siguiente:
Don Nuño Aulaga, noble aragonés, que se cree gravemente ofendido por Don
Bermudo, uno de los dignatarios más elevados del reino, ha intentado
vanamente vengarse de su ofensor; todas las tentativas se han estrellado
ante la posición que ocupa en el Estado Don Bermudo, y no le queda otro
recurso, para realizar sus proyectos más adelante, que acompañar al rey
Alfonso en una expedición á la Tierra Santa. El Rey muere en esta
cruzada á manos de los infieles, y Don Nuño es hecho prisionero. Se
supone que todos estos sucesos han ocurrido antes de comenzar la
comedia. Don Nuño vuelve á su patria después de una ausencia de
veinticinco años, durante la cual han gobernado á Aragón la reina
Petronila y Don Bermudo, su primer ministro. Sólo rumores vagos han
llegado al reino acerca de la muerte del Rey, y muchos confunden con
éste á Don Nuño por su extraordinaria semejanza con el difunto Monarca.
Esta particularidad le sugiere el plan de fingirse el Rey, no dudando
que como á tal lo mirarán todos sus vasallos, y que de esta manera podrá
asegurar el éxito de su venganza de Bermudo, tan largo tiempo y tan
ardientemente deseada. En efecto, encuentra en seguida el apoyo de casi
todos los grandes, y á poco se ve al frente de un ejército poderoso,
con cuya ayuda ataca á la Reina, que lo declara un impostor. Doña
Petronila sólo cuenta con pocos partidarios, siendo uno de ellos Don
Sancho Aulaga, el hijo de Don Nuño, que, como es natural, no conoce á su
padre el caudillo del bando contrario. Pero antes de darse la batalla
decisiva, en la cual han de pelear el padre contra el hijo, Don Nuño
atrae á Sancho á una conferencia, se descubre y le conjura á que
abandone la defensa de la Reina; pero él permanece fiel á su deber, y,
cuando intenta dar la señal del ataque, su ejército se pronuncia en
favor de Don Nuño, obligándolo por necesidad á no hacer armas contra su
padre. Doña Petronila se ve privada de todo auxilio; Don Nuño ocupa el
trono, y todos lo reconocen por Rey. Llega entonces el momento suspirado
de vengarse de Don Bermudo. Lo atrae á una entrevista secreta; le revela
quién es y el fin que se ha propuesto desde un principio, y quiere
obligarlo á combatir con él á muerte, cuando muchos caballeros, que
ocultos lo habían escuchado, se presentan de improviso é impiden la
ejecución de sus proyectos. Conocido ya y abandonado de todos sus
amigos, es condenado el falso Rey á muerte vergonzosa; pero como el
objeto de su conducta no ha sido otro que el deseo de recobrar su
honor, se propone entonces ejecutar una resolución heróica para librarse
del oprobio que ha de recaer en su nombre. Pide, pues, como última
gracia que se le permita ver á su hijo, y le ruega entonces
encarecidamente que le dé muerte, porque si sucumbe á manos de un hombre
esforzado se borrará la vergüenza de su suplicio. Don Sancho, después de
matar á su padre, ha de vengarse en seguida de Don Bermudo y sostener en
lid solemne contra todos, que el impostor que se presentó al principio
como Rey, y que después se creyó ser Nuño Aulaga, no era su verdadero
padre, porque éste había muerto en Palestina largo tiempo antes. Don
Sancho ejecuta esta orden al cabo, siendo vanas sus objeciones y su
obstinada oposición á los deseos de su padre, y lo mata, y consigue de
la Reina la licencia de pelear solemnemente con Don Bermudo, y después
con todos los demás que nieguen la verdad de su dicho, averiguándose al
fin que él mismo no es hijo de Don Nuño, sino de Don Bermudo; que no ha
existido en realidad la ofensa que se suponía haber hecho éste á Don
Nuño, finalizando así el drama, y desatándose su nudo satisfactoria y
tranquilamente, después de haber movido tanto los afectos de los
espectadores.
_Nunca mucho costó poco_ (conocida también bajo el título de _Los
pechos privilegiados_), fundada, según asegura el poeta, en un suceso
verdadero, contiene escenas muy interesantes; pero carece de esa viva
pintura de pasiones que se observa en otras de Alarcón, y en las cuales
es tan maestro. En _Don Domingo de Don Blas_ se describe con mucha
belleza la transformación repentina de un alma, sumida en el egoísmo, en
noble y en magnánima. _La Manganilla de Melilla_ ofrece cuadros y
situaciones de mucho interés, propios sólo de poetas de imaginación muy
creadora, aunque se echen de menos en el plan la razón y la sensatez,
que tanto brillan en otras obras de este mismo poeta. En _La prueba de
las promesas_ se desenvuelve muy hábilmente, bajo forma dramática, el
conocido cuento del diácono de Badajoz.
En las comedias de _El Antecristo_ y _Quien mal anda mal acaba_,
predomina un genio sombrío y fantástico, poco común en España. La
primera es una representación dramática extraña de la visión del
Apocalipsis; la segunda, en su argumento, es semejante á la tradición de
Fausto, conocida probablemente en España poco antes de su composición.
Un mancebo, llamado Román Ramírez, extraviado por su amor, sin
esperanzas, á una beldad, prometida á otro, vende al diablo su alma por
alcanzar con su ayuda el cumplimiento de sus deseos. Y, en efecto, con
el auxilio del espíritu de las tinieblas, consigue anular los anteriores
esponsales; pero al darle su amada la mano junto al altar, se presentan
dos familiares de la Inquisición, y lo condenan por su alianza con el
demonio.
En _El dueño de las estrellas_ y _La amistad castigada_, recurre
Alarcón, en sus invenciones, á la antigüedad griega. No es fácil
descubrir la razón que hubo de moverle, porque ambas comedias se fundan
por completo, con arreglo á las ideas de los españoles de aquella época,
en el conflicto suscitado entre el honor y los deberes de súbdito.
Las comedias auténticas de Alarcón se distinguen de la mayor parte de
las demás españolas por lo animado é individual de sus caracteres.
La más célebre, entre todas éstas, es _La verdad sospechosa_, modelo del
_Menteur_, de Corneille, aunque ésta sólo ha conservado muy poco del
original. Un joven de prendas poco comunes, aunque deslustradas por su
propensión á la mentira, ve, recién llegado á Madrid, dos bellas damas,
enamorándose de una. Habla con ella y pretexta, ya por seguir su natural
propensión, ya por realzar su mérito á sus ojos, que es un americano
residente en Madrid hace un año, y que desde esta fecha está enamorado
de ella, sin haber encontrado ocasión de declarárselo. Poco después
encuentra un amigo, enamorado también de la misma dama, y celoso de ella
por haber oído que otro amante le ha dado una fiesta á orillas del
Manzanares la noche anterior; el embustero, que ignora la pasión de su
amigo, le dice, para darse importancia, que él ha sido el autor de
aquella fiesta. Habla luego con su padre, que le propone un enlace con
una dama de belleza y amabilidad tan extraordinaria, que ninguna otra
puede comparársele. Esta es la misma de quien está apasionado el
mancebo; pero no conociendo su verdadero nombre y para oponerse al
casamiento propuesto por su padre, finge que se ha casado ya en
Salamanca, y lo obliga, por tanto, á anular el trato ya hecho. De estas
tres complicaciones, y de otras que nacen de su argumento, combinadas
con el mayor ingenio, teje Alarcón su fábula, desenlazándose de suerte
que el embustero pelea con su amigo, se convierte en objeto de las
burlas de todos, pierde la mano de su amada y se casa con otra que no es
de su agrado.
Es probable que la tendencia tan moral de esta comedia ha sido el
motivo, que ha llevado á muchos críticos á considerarla como la mejor de
todo el teatro español. Nuestro juicio acerca de su mérito es muy
diverso. Lope, Tirso, Moreto, Rojas y hasta el mismo Alarcón, han
escrito otras obras de más ingenio en la invención, y de mucha más vis
cómica, y de mayor gracia y elegancia. No es esto negar que _La verdad
sospechosa_ sea una comedia de primer orden y de las muy raras, á cuya
tendencia moral directa no perjudica en lo más mínimo la poesía. Sus
bellezas resaltan todavía más cuando se comparan con la imitación seca y
descolorida de Corneille, en la cual se echan de menos ó aparecen
desfigurados todos los rasgos de ingenio y gracia del original,
transformándose en drama moral insoportable un cuadro lleno de vida y de
talento en todos sus personajes[9].
Otra comedia, superior en nuestro concepto á la mencionada, y
notabilísima en todas sus partes, es _El examen de maridos_. La idea de
presentar una dama joven que, en obediencia á lo dispuesto en el
testamento de su padre, hace un examen formal de la honradez y
sentimientos de sus pretendientes, alcanzando el triunfo el más digno,
es original en sumo grado, y da margen á las situaciones dramáticas más
interesantes; la combinación de su plan demuestra, además, el
extraordinario ingenio y la superioridad de su autor, así como los
caracteres sobresalen por su vida, por su variedad y por su fuerza.
_El semejante á sí mismo_, _Quién engaña más á quién_ y _Los empeños de
un engaño_, han de clasificarse entre las comedias de intriga
propiamente dichas; pero así éstas como las demás de nuestro eminente
poeta, por su invención ingeniosa y original, por el hábil desarrollo de
la acción y por la elegancia de la exposición, han de considerarse como
las más perfectas del teatro español, siendo de deplorar que sólo
existan ediciones antiguas y raras de ellas, conocidas sólo de escasos
aficionados.
[Illustration]
[Illustration]


CAPÍTULO XXIX.
Felipe Godínez.--Luis de Belmonte.--Rodrigo de Herrera.--Otros
dramáticos de este tiempo.

No hay dato alguno acerca de la vida de Felipe Godínez, y el único que
conservamos, y que nos sirve para determinar la época en que escribió
para el teatro, es la mención que de él se hace en _El viaje al
Parnaso_[10].
Sus comedias no se distinguen por rasgos grandes y originales: son, en
general, de invención interesante, y en su exposición revela también
ingenio poco común. En la comedia titulada _Aun de noche alumbra el
sol_, se repite un tema muy popular en la escena española, á saber: el
del conflicto que surge entre un Príncipe y un particular, que enamoran
ambos á la misma dama, siendo muy de alabar en este poeta que el
argumento de su drama, manejado tantas veces por otros escritores, gana
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