Granada, Poema Oriental, precedido de la Leyenda de al-Hamar, Tomo 2 - 5

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En el llano infecundo del desierto.
Zoraya no escuchaba tiempo hacía
De la alméh la lectura: á los cristales
Del calado ajimez pegado el rostro,
Penetrar del crepúsculo anhelaba
La obscuridad creciente: pero en vano.
La ciudad se sumía en las tinieblas,
Y el rumor que llegaba hasta su oído
Era tan sordo, tan confuso y vago,
Que era imposible comprender su origen.
La humana voz asemejaba á veces
Ronco, amenazador, cual si en tumulto
Se agitara la plebe descontenta;
Otras, el triste é íntimo lamento
En que prorrumpe á un tiempo la familia
Que en derredor del padre moribundo
Su último aliento aguarda, y al lanzarle
En llanto universal rompe afligida.
Otras, gemido largo y misterioso,
Como si algún espíritu que, errante
Huyendo por la atmósfera, espantado
En sus vacíos senos le lanzara:
Mas siempre, siempre al comprender la Mora
Del rumor el origen verdadero,
Le encontraba con rabia producido
Por alguna bandada de palomas,
Ó por el són del aire en la arboleda,
Ó por la voz de algún pastor tardío
Que guiaba en los cerros su rebaño.
Y volvía á tenderse despechada
En los cojines blandos, y volvía
Á mandar continuar una lectura
Que no escuchaba, mas que el tiempo largo
De su impaciencia entretenía.--«Sigue,»
Decía á la lectora: mas un libro
Y otro libro hojeado uno por uno
Inútilmente había, y con tristeza
En silencio la alméh la contemplaba.
--«Sigue,» dijo con ímpetu la altiva
Favorita: y la alméh, postrada en tierra,
Dijo:--«Imposible continuar, Sultana.
--¿Por qué?--Porque tus libros uno á uno
Has ido desechando, y en sus hojas
No hay ya más que leer.--Busca otros nuevos.
--No poseemos más.--Pues toma un arpa
Y cántame..... distráeme..... entretenme.....
Si no, ¿de qué me sirves? ¿Qué te valen
Los talentos que encomian los imbéciles
Que te enviaron á mí?» La desdichada
Alméh, sus gracias y talento viendo
Denostados así, dobló la frente
Sobre su pecho, y abrasado llanto
Comenzó á derramar. Zoraya un punto
Permaneció en silencio contemplándola:
Empero en la impaciencia que la agita,
En la rabia tal vez que la devora
El vengativo corazón, ajena
Á toda compasión, díjola:--«Vete:
Para nada me sirves. Dí al primero
Que halles en esa cámara que venga
Á divertirme: un guardia, algún esclavo
Cuya cabeza al menos me responda
De su talento, si le falta. Vete.»
Salió la alméh: volvió á la celosía
Zoraya. Era ya noche: por doquiera
Extendida la sombra encapotaba
La tierra. Alguna luz pálida y trémula
Brillaba en los postigos entreabiertos
De las casas fronteras á la Alhambra,
Del ajeriz en el tranquilo barrio.
Más allá, por las calles angulosas
Del Albaycín, se oía sordamente
La voz de sus inquietos moradores
Elevarse en murmullo misterioso,
Como si sus vecinos, sus moradas
Dejando, por las calles reunidos
Con tumultuosa plática turbasen
La solitaria calma de la noche.
Zoraya en vano sondear quisiera
Lo que en el Albaycín pasa á estas horas.
Es el barrio que habitan los parciales
De Aixa y de su hijo, y en la torre
De Comares están de él fronteriza.
¿Quién sabe si el rumor que en su absoluta
Obscuridad del Albaycín se alza
Será efecto ó señal de inteligencia
Entre el barrio y la torre? ¡Oh! Tarda mucho
El Wazir en volver. ¿Si por desdicha
La partida del Rey infunde aliento
Á los conspiradores, y en las calles,
Tomadas ya, al Wazir han sorprendido?
Todo lo teme ya la favorita:
Pero todo lo ignora abandonada
En el mirab donde impaciente espera:
Y he aquí que, al volverse, de la entrada
Bajo el dintel y del tapiz delante
Ve un esclavo que aguarda silencioso.
ZORAYA
¿Qué quieres?
EL ESCLAVO
¡Oh Sultana! á ti me envía
La alméh que acaba de partir llorando
Despedida por ti.
ZORAYA
¿De dónde vienes?
ESCLAVO
De la ciudad.
ZORAYA
¿De la ciudad? ¿qué pasa
Allí?
ESCLAVO
Ya nada: de los muros lejos
Va ya Muley: el pueblo se retira
Después de haberle visto.
ZORAYA
¿Á despedirle
Mucha gente acudió?
ESCLAVO
Salió, Sultana,
Toda cuanta hay en la ciudad.
ZORAYA
¿Y viste
Á los del Albaycín?
ESCLAVO
Todos estaban
De la puerta Monaita en las alturas
Como bandada de águilas.
ZORAYA
¿Inquietos
Se mostraban sus grupos?
ESCLAVO
Al contrario:
Al Rey desde los altos despedían
Diciéndole: ¡buen viaje! y saludábanle
Con las manos de lejos.
ZORAYA
¿Y en qué sitio
Viste al Wazir?
ESCLAVO
Tras de las huestes queda
Hablando con el Rey.
ZORAYA
¿Tú estabas próximo
Á ellos?
ESCLAVO
Sí: mas en torno defendidos
Por centinelas platicaban ambos
En calma.
ZORAYA
Ea, pues, mientras espero
La vuelta del Wazir, ve cómo puedes
Distraer mi impaciencia; me fastidio.
¿Qué harás para alegrar á tu señora?
ESCLAVO
Manda, y veré si obedecerte puedo.
ZORAYA
¡Si puedes!
ESCLAVO
Sí, Sultana, soy Cristiano:
Me cautivaron en Jerez los Moros,
Y conservo mi fe. Si contra ella
Me mandaras obrar, perdona, pero
No te obedecería. Dios es antes
Para mí que la vida.--La Zoraya
Le oía de hito en hito contemplándole,
Y recordando que en sus venas corre
Sangre cristiana, chispeante y roja,
Con ardiente rubor la faz sentía:
Su niñez con vergüenza recordaba
Tímida ante el esclavo la señora:
Pronto, empero, repuesta y su sonrisa
Habitual en sus labios ver dejando,
Más terrible mil veces que su ceño,
Díjole:--«Eres cristiano..... enhorabuena.
Veamos lo que saben los cristianos
Para abreviar el tiempo á sus señores
Cuando pesa sobre ellos el fastidio,
Ó esperan, y esperar les importuna.
Dime: ¿En qué te ocupabas en tu patria?
--Era paje de un noble caballero
De Calatrava.--¿Cuál era tu oficio
Con él?--Le preparaba sus arneses,
Salía detrás de él á la campaña,
Me batía á su lado. Si vencíamos,
Dábamos gracias al Señor á un tiempo;
Si nos vencían y salía herido,
Le curaba, velándole constante
Junto á su lecho: y en salud completa
Ó en grave enfermedad, todas las noches
Devotas oraciones le leía,
Ó leyendas sagradas de la Biblia
Le recitaba. Así creí, Sultana,
Mi existencia pasar en su servicio
Mientras durara su existencia, y luego,
Admitido en la Orden, como noble
Pelear y morir en la defensa
De mi fe; Dios, empero, de otro modo
Lo dispuso, Sultana. Un día aciago,
Caminando la vuelta de Antequera,
Dió en nosotros un árabe algarada.
Viajábamos diez y ocho caballeros
Con otros tantos pajes, y los Moros
Eran un escuadrón; nos aprestamos
Á combatir: cayeron uno á uno
Los más valientes, mi señor entre ellos.
Yo, con intento de salvar su cuerpo
Ó perecer sobre él, lidié con ira,
Y Dios me castigó: caí cautivo,
Y pasto de los cuervos fué el cadáver
Del último Solís, hijo de Martos;
Su familia y la gloria de su casa
Acabaron en él. Tal es mi historia,
Sultana. Tuyo soy, manda á tu esclavo.»
La favorita de Muley sus ojos
Encendidos de cólera fijaba
Sobre los ojos del cautivo, en vano
De sus palabras la intención oculta
Profundizar queriendo. Ella, cristiana
Y de la raza de Solís nacida,
Era el último sér que se animaba
Con sangre de Solís. Aquel esclavo,
Servidor de su casa en otro tiempo,
La vió niña tal vez en el castillo
De la encomienda de su padre; ahora,
En Granada cautivo, ¿conocía
De su señor á la hija renegada?
Su presencia en la Alhambra, ¿era un agüero
Favorable ó funesto? ¿Era un amigo
Que velaba por ella? ¿Era un espía
Que traidor la acechaba? Los recuerdos
De su infancia dichosa y sus dormidos
Remordimientos, á la par alzándose
Como horribles espectros á su vista,
La helaron de terror. La sombra airada
De su ultrajado padre parecía
Que tras aquel cristiano á levantarse
Iba, y en el pavor supersticioso
De su alma criminal y en la nerviosa
Exaltación del miedo, sus miradas
Fijó en la puerta de la estancia. Ante ella,
Pálido como el mármol que sostiene
Su cincelada bóveda, sombrío
Cual fantasma del féretro evocado,
El viejo Aly-Mazer la contemplaba
En lúgubre silencio. Sus pupilas
Radiaban con fulgor siniestro y trémulo,
Y los hilos brillantes de sus rayos,
Como los de la baba poderosa
De la culebra, al estrellarse ardientes
En las pupilas de Zoraya, á ellas
Se adherían tenaces, é invisible
Extendiendo una red en torno suyo,
En sus mágicos nudos la envolvía,
Y el vigor de su sér paralizaba,
Aunque en su helado cuerpo arder sentía
La inquieta sangre como hirviente lava.
Subyugada, incapaz de movimiento,
Víctima de poder incomprensible,
Vió Zoraya cruzando el aposento
Llegar á Aly-Mazer con paso lento,
Su mágica influencia indefinible
Dominando su sér, y en su semblante
Su fulgente mirar teniendo fijo,
Con desdeñosa voz así la dijo:
--«¿Te fastidias, Sultana? ¿Te impacientas?
¿De tu infeliz alméh con las historias
Vacías de interés no te contentas?
¿Por qué no lees las íntimas memorias
Que en el fondo de tu ánima aposentas?
¿Por qué en vez de leyendas ilusorias
No lees sobre tu faz tu historia horrenda?
¿Crees que no hay interés en su leyenda?
Iguales son los fallos soberanos
Para todos: delira y entretente
Tu porvenir meciendo en sueños vanos:
Mas escrito tu horóscopo en tu frente
Llevas: sobre las rayas de tus manos
Tus ojos pon y le verás patente.
Naciste y morirás entre cristianos:
Y, más fatal que el de Abdilá, tu sino
La obscuridad te anuncia solamente;
Su estrella real apagará tu estrella:
Su destino anonada tu destino;
Extranjera á Granada, no hay en ella
Para tu raza impura
Ni trono, ni mansión, ni sepultura.
Esclava sin pudor, tu cuello doma
Al yugo de tu dueño; renegada
Sin fe y sin patria, el fugitivo aroma
De tu poder pasó: sobre Granada
De otro poder real el alba asoma;
Tú no posees sobre su tierra nada:
La estrella de Bu-Abdil, contraria tuya,
Es fuerza que al brillar tu luz destruya.»
Dijo el severo Aly, y con el cristiano
Partió, y á la Sultana fascinada
Un escrito al partir dejó en la mano.

II
Su vida y su vigor recobró al punto
Libre de Aly-Mazer ya la presencia,
Y al misterioso escrito echó Zoraya
Una mirada de pavura llena.
Criada desde niña entre los Árabes,
De la superstición de su creencia
Es víctima su espíritu, y con miedo
De él contempló las misteriosas letras.
El escrito es su horóscopo: los datos
De la consultación que le encabeza,
De su país, su raza y nacimiento
Son los nombres exactos y las fechas.
Un confuso dibujo cabalístico
Marca la conjunción de los planetas
Que, desde el punto en que nació, su vida
Dominan con su mágica influencia;
Y bajo el doble nombre entrelazado
Que entre Cristianos y Árabes conserva,
Explicando sus cálculos y signos
Se leía en arábigo esta letra:
«Cinco años será Cristiana,
Veinticinco será Mora,
Diez esclava y diez Sultana:
Mas su estrella protectora
Va á apagar antes de un hora
Otra estrella soberana.--
Ni Española ni Africana,
Ni de raza engendradora,
Morirá en tierra cristiana
Ni cautiva ni señora;
Odiada como tirana,
Oculta como traidora.»
Fijos aún los espantados ojos
En el fatal pronóstico, y apenas
Con tiempo de ocultarle, en la otra cámara
Oyó los pasos del Wazir Ben-Egas.
Dominó su emoción, dió á su semblante
Su expresión ordinaria, y de la puerta
Al dintel el Wazir apareciendo,
Diálogo se entabló de esta manera:
ZORAYA
¡Por Aláh, que impaciente te aguardaba!
EL WAZIR
Detúvome Muley más que quisiera
Mi impaciencia también.
ZORAYA
¿Partió?
EL WAZIR
Va lejos,
Sultana.
ZORAYA
¿Y la ciudad?
EL WAZIR
Tranquila queda.
ZORAYA
Del callado Albaycín la misteriosa
Obscuridad algún secreto encierra.
EL WAZIR
El que todos los barrios: por Alhama
Lloran con profundísima tristeza,
Y la ciudad por la perdida villa
Yace de luto universal cubierta.
ZORAYA
¿Y la Sultana? ¿Y Abdilá? ¿Qué órdenes
Con respecto á los dos Muley te deja?
EL WAZIR
¡El infierno sin duda les protege!
ZORAYA
Acaba de una vez: habla.
EL WAZIR
Funestas
Nuevas de ellos te traigo. El Rey no quiso
Que por su propia boca lo supieras.
Abdilá, descolgado por su madre,
Por un balcón huyó.
ZORAYA
¡Maldita sea
Mi confianza en ti! Siempre he temido
Que te burlara su infernal destreza.
Pero explícame en fin.....
EL WAZIR
Es imposible:
Todo se ignora aún.
ZORAYA
Pero ¿y la fuerza
De tu ley? ¿No eres tú juez de la Alhambra?
EL WAZIR
Muley prohibe que se emplee en ella
Mi autoridad, y manda que en su alcázar
No obedecida pero libre sea.
ZORAYA
¿Aixa libre en la Alhambra?
EL WAZIR
Sí.
ZORAYA
¿Acotada
Tu autoridad?
EL WAZIR
Prohibe que la ejerza
Contra ella.
ZORAYA
Wazir, te estás mofando.
EL WAZIR
No lo permita Aláh. Del Rey la letra
Conoces: lee sus órdenes escritas
Por él: esta es su ley mientras su ausencia:
«Sin potestad, mas libre, viva Aixa
Mi esposa, Abú-l'Kasín: la más pequeña
Ofensa ó vejación que sufrir la hagas,
La consideraré contra mí hecha.
La razón yo la sé: de la Sultana
Me respondes, Wazir, con la cabeza.»
ZORAYA
¡Oh! la mía se pierde en tal misterio.
EL WAZIR
Pero tal vez la mía le penetra.
He interrogado á Zil, á los esclavos
Que le sirvieron, á su guardia negra,
Y á la torre maldita sé que ha ido,
Que en Comares furioso entró á su vuelta,
Que estuvo allí con la Sultana á solas,
Que ella salió después altiva y fiera,
Y que Muley, sombrío y aterrado,
Libre la dejó ir, cielos y tierra
Diciendo que contra él se conjuraban,
De una impresión supersticiosa presa.
Pues bien, Zoraya, en esa torre creo
Que encontraré la explicación entera
De su superstición y de sus órdenes
Incomprensibles de hoy.
ZORAYA
Bien dices: vuela,
Wazir Abú-l'Kasín, vuela á esa torre,
Demuele sus murallas, y sus piedras
Registra una por una, y aprisiona
Sin piedad, interroga y atormenta
Al sér aciago que en la torre encuentres,
Hasta que des con la verdad.
EL WAZIR
Modera
Tu cólera, Sultana: todavía
Algo que hacer en la ciudad me resta.
En sus barrios acaso entre las sombras
Ya criminal conspiración fermenta,
Y es mi primer obligación á salvo
Ponerte á ti de su furor. Te esperan
Al postigo del Agua tus esclavos
Y una guardia leal que te defienda.
Vas á habitar los Alijares: este,
Más que regio palacio, es fortaleza,
Y en ausencia del Rey todo lo temo
De la Sultana audaz.
ZORAYA
Me desesperas,
Abú-l'Kasín con tu prudencia imbécil.
Cuando torne Muley, que la baile muerta,
Y nos dará las gracias.
EL WAZIR
Tú deliras,
Zoraya: eso sería en ancha hoguera
Tornar el fuego que debajo duerme
De la ceniza aún: mientras alienta
El Príncipe Abdilá, siempre los suyos
Tienen un capitán y una bandera:
Y en tanto que la madre está segura,
Rehén tenemos para el hijo en ella.
Vamos, y fía en mí; partamos antes
Que la luna en los cielos aparezca,
Porque importa que nadie se aperciba
De que el palacio de la Alhambra dejas
La Zoraya, cediendo á las razones
Del prudente Wazir, aunque la pesa,
Dejó el mirab y, en el espeso velo
Embozada la faz, siguió sus huellas.
De la torre del Agua en el postigo
Una escolta leal halló dispuesta,
Y al fuerte de los regios Alixares
La condujo el Wazir en las tinieblas.
Mas en el punto de partir, del muro
Donde la torre apoya á las almenas.
Una mujer que se asomó espiaba
La ruta por do van. Era la Reina.

III
Sobre el muro que el recinto
De la Alhambra real circunda,
Si en fortaleza segunda
Primera en esplendidez,
Hay una torre morisca
Frontera al Generalife,
Que sobre angosto arrecife
Abre un dorado ajimez.
Este arrecife tortuoso,
Que extiende sus líneas combas
Entre yedras y gayombas,
Madreselvas y jazmín,
Solitario, áspero, umbrío,
Parece el lecho de un río
Que dividió en otro tiempo
El alcázar del jardín.
Fresco, umbroso en el verano,
Abrigado en el invierno,
Gozando el verdor eterno
De la yedra y el laurel,
Es este oculto arrecife,
Lleno de sombra y misterio,
Huella oriental del imperio
De la raza de Ismael.
Á un lado, Generalife
De sus floridos verjeles
Le entolda con los laureles,
Le impregna de aromas mil;
Al otro, la Alhambra espléndida
Le fía por sus ventanas
De cautivas y sultanas
Toda su historia gentil.
De una parte le armonizan,
Por el lado de las flores,
Los canoros ruiseñores
Que anidan en el verjel:
De otra, por el del alcázar,
Opuesto al de los jardines,
Las zambras y los festines
Que se celebran en él.
Por un lado le engalana
La rica naturaleza,
Por otro le dan grandeza
Las cien torres de Alhamar;
Por allí muestra patente
Dios su creadora mano,
Por aquí del soberano
Se hace el poder acatar.
Tal vez en noche de estío,
Al són de un arpa morisca,
Desde el muro una odalisca
Entona amante canción,
Y algún colorín celoso,
Desde la verde floresta,
Con trino amante contesta
Del arpa amorosa al són.
En la ciudad empezando
Y abriendo paso á la sierra,
¿Quién sabe cuántos encierra
Secretos de honra y amor
Este encantado camino,
Bajo flores encubierto
Y sobre peñas abierto
De un palacio en derredor?
¡Cuánta hermosa enamorada
Intentó el arduo descenso
Del vacío espacio extenso
Que hay desde él á su balcón!
¡Y cuánto noble Africano
Cayó en su arenosa loma,
Muerto por oculta mano
Y por oculta razón!
No hay un pie de este camino
Que una tradición no hechice,
Que un nombre no poetice,
Ó dé un recuerdo valor.
La torre allí _de los Picos_
Se eleva, cuyos cimientos
Defienden encantamientos
De un sabio conjurador.
Allá la _de la Cautiva_,
Donde entre són de cadenas
Viene á lamentar sus penas
El alma de una mujer:
Allá la _puerta de Hierro_,
Por do su vida salvaron
Los Reyes á quien lanzaron
Sus vasallos del poder.
Y allí, en fin, el pie cercado
De adelfa y silvestres plantas,
La torre de _las Infantas_
Se alza con regia altivez,
Abriendo en su grueso muro,
Frontero á Generalife,
Encima del arrecife
Un misterioso ajimez.
Una graciosa ventana
De arabescos y labores
Orlada, cuyos colores
Minió maestro pincel:
Una ventana morisca
Que, en dibujos de oro envuelto,
Parte un pilarcillo esbelto
De mármol de Macaël:
Un mirador delicioso,
Cuyo arco filigranado
Está en redor festonado
Con leyendas del Korán;
Cuyos dos graciosos huecos
Ornados de medallones,
Hojas, nichos y agallones,
Contento á los ojos dan.
Mas ¿quién mora en esa torre
Donde jamás se percibe
Ni el rostro de quien la vive,
Ni ruido de humana voz?
Jamás de aquella ventana
Se abre al sol la celosía,
Ni de un cantar la armonía
Da nunca al aura veloz.
Muestra, empero, que se habita
Allá en las nocturnas horas
La luz de las tembladoras
Lámparas de su interior,
Que á pesar de su cerrada
Celosía y su vidriera
De colores, lanza fuera
Su trémulo resplandor.
Y á veces apunta el alba
Ya, y tras esta celosía
Se percibe todavía
De la lámpara el fulgor,
Y una sombra que va y viene
Por dentro del aposento,
Da ó quita á cada momento
Luz ó sombra al mirador.
Su movimiento incesante,
Sus paradas repentinas,
Recogiendo las cortinas
Para ver ó para oir,
Demuestran que el desvelado
De aquel ajimez espera
Algo que dél por afuera
Debe sin duda venir.
Mas pasa una noche y otra,
Y la luz del sol se traga
Su luz, y con ella apaga
El que allí esperando está
Su esperanza, hasta otra noche
Que vuelve á arder la bujía,
Y él vuelve á la celosía
Y tras ella viene y va.
Es alta noche: en el sueño
Yace el mundo sumergido:
El aire se ha recogido
Bajo del césped feraz:
Tiéndense inmobles las ramas
De los troncos, no se mueve
Ni la ráfaga más leve,
Ni el murmullo más fugaz.
¡Silencio!--He aquí que, en medio
Del universal reposo,
El mirador misterioso
Se abre por primera vez.
La celosía dorada
Se levanta: la cortina
Se descorre, y se ilumina
Por adentro el ajimez.
Y al pilar que en dos divide
El arco de su ventana
Llega una figura humana
Lentamente: una mujer,
Sultana, esclava, cautiva,
Joven, ó hermosa..... ¿qué ojos
Á altura tan excesiva
La podrán reconocer?
Apartó de ante su rostro
Su blanco y flotante velo:
Una mirada del cielo
Por la cavidad tendió,
Y, vuelta hacia el Occidente
Do ya tocando la luna
Está, en la lengua moruna
Y con voz triste exclamó:
«¡Un día más!--La menguante
»Luna hacia la mar declina,
»Y su lumbrera argentina
»Toca al horizonte ya.
»¡Casto fanal de la noche,
»De los creyentes lumbrera,
»Que tu brillante carrera
»Guíe protector Aláh!
»Ve en paz ¡oh de las tinieblas
»Sultana dominadora,
»Pendón de la gente mora,
»Lámpara de la oración!
»¡Y plegue á Aláh que mañana,
»Cuando vuelvas por Oriente,
»Vuelva con tu luz naciente
»La luz de mi corazón!
»Ve en paz: y si sobre Loja
»Al verter tu lumbre pura,
»Hallas vivos por ventura
»Á mi buen padre Aly-Athár
»Con el Príncipe mi esposo,
»Que es la luz del alma mía,
»Diles ¡ay! que noche y día
»Les aguardo sin cesar.»
Dijo, y la frente apoyando
En el pilar arabesco,
Dentro el marco pintoresco
Del morisco mirador
Quedó, como una escultura
Para su cuadro labrada
La Mora desconsolada,
Á solas con su dolor.
Resalta, á la luz de espalda,
Su contorno destacado
Sobre el fondo iluminado
Del aposento oriental:
Y parece desde lejos
Al genio de la pureza,
Que va á partir con tristeza
De una cámara nupcial.
Mas aquel busto tan noble
De suave y rubio cabello,
Aquel nacarino cuello
Pálido como el marfil,
Aquel brazo modelado
Por una ática escultura,
Aquella frágil cintura,
Y aquel todo tan gentil;
Asomado á tales horas
Á una torre destinada
Sólo á las Princesas moras,
Al ojo menos sutil
Delatan á la que ocupa
Su misteriosa ventana,
Por la infelice Sultana
Esposa de Abú-Abdil.
Es ella, sí: allí apacenta
El dolor que la acongoja
Moraima, la flor de Loja,
La azucena de Aly-Athár:
La gacela de ojos garzos,
Cuyas niñas de azul cielo
Eran fuentes de consuelo
Para el viejo militar.
Hoy son ya fuentes de lágrimas:
Sus abrasadas pupilas
No reflejan hoy tranquilas
La pura luz del placer;
Hoy la dulce paz del niño
Su sonrisa no revela,
Porque en sus labios la hiela
El dolor de la mujer.
Moraima, sí, la más triste,
La más pura de las Moras,
Pasa allí sus largas horas
En silencio y soledad.
Moraima, que de su esposo
Encadenada á la huella,
Con él de su mala estrella
Parte la fatalidad.
Triste es su historia. Su padre,
La mejor lanza africana,
La otorgó como Sultana
Al sucesor de su Rey;
Temiendo al viejo soldado
En rebelión harto crítica,
Con su torcida política
Pensó en tal boda Muley.
El bravo Aly-Athár, más hombre
De pelea que de Estado,
Se dió en ello por honrado
Y á Granada la llevó.
La boda hizo el Rey al punto,
Pero á sí mismo se dijo:
«¡Imbécil! le doy el hijo,
Pero la corona no.»
Dos niños eran entrambos,
Rubios, alegres, gentiles:
Apenas sus quince abriles
Cumplido habrían los dos;
Hermosos como inocentes,
Les unieron y se amaron:
Mas en su amor no contaron
Con la voluntad de Dios.
Sosegados ya los pueblos,
No fué Aly-Athár peligroso:
Y en su aislamiento amoroso
Afeminado Abdilá,
Los hijos de la Zoraya,
Merced al fatal destino
De Abdilá, libre el camino
Tendrían del trono ya.
Tal pensó el Rey; los dos niños,
Sin cálculo y sin encono,
De sus derechos á un trono
Ni aun se acordaron tal vez:
Pero otro sér mas activo
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