Granada, Poema Oriental, precedido de la Leyenda de al-Hamar, Tomo 2 - 3

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Dios por mi mano se la da á Castilla.»
--«Yo veo la de Dios tras de tu mano.
Basta: aguarda mis órdenes afuera.»
Salió Ortega: el ilustre Castellano
Del lecho se arrojó, y, con fe sincera
Puesto de hinojos, con fervor cristiano
Dijo: «Mi fe, Dios mío, en Vos espera:
Si en Alhama, Señor, me dais entrada,
Yo llevaré la Cruz hasta Granada.»


LIBRO QUINTO


INTRODUCCIÓN

¡Escrito estaba así! Dios en su mano
Tiene los corazones de los Reyes,
Y sus profundos cálculos políticos
La voluntad de Dios acota siempre.
Esa nación, que poderosa nace
De las ruinas de aquella que perece,
Al mandato de Dios brota y se encumbra
Y en alas sólo de su aliento viene.
Los pueblos y las razas se renuevan,
Devorando el que nace al que fenece,
Como en la inundación bajo las aguas
Se renueva el país que se sumerge.
La gloria y el poder de las naciones
Nace, se eleva y cae, cual se suceden
Las semillas y frutos de la tierra,
Hijas de la estación que les da germen.
El invierno corona las montañas
Con blancas tocas de apretada nieve,
Y el aire de sus copos infecundos
La lluvia extrae para regar las mieses.
Cuna y sepulcro al par de cuanto en ella
Vegeta y se consume, nace y muere,
Fúnebre ¡adiós! ó alegre bienvenida
Da la tierra á quien parte y á quien viene;
Y lo mismo que el manto se desciñe
De vida y flores en que Abril la envuelve,
Se despoja insensible de sus pueblos,
Y sus razas olvida indiferente.
Así han nacido y perecido todos
Bajo esta ley universal, y quieren
Explicar los políticos en vano
Los misterios del tiempo y de la muerte.
_Mane_, _Tézel_, _Farés_, escribió el dedo
De Dios de su palacio en las paredes,
Y se hundió Baltasar y Babilonia;
Y así se hunden los pueblos y los Reyes.
En vano achaca el sabio á su política
El viento que á su ruina les impele:
Al pueblo que á su fin mísero toca,
Su propio peso hacia su fin le vence:
Y el Rey que nace de su raza el último,
Por mucho que afanoso se desvele
Por la prez y la gloria de sus pueblos,
Al fin sus pueblos y su gloria pierde.
Nínive así, Jerusalén y Roma
Fueron: y así las razas del Oriente
Que encantaron los valles de Granada
Fueron: sombra de sauce, inquieta y breve,
Aroma de jazmín que dura un día,
Humo de mirra que borró el ambiente,
Nube formada del vapor del alba
Que á los rayos del sol se desvanece.
Tal fué Granada: y al dejar sus muros,
Filósofa ó fanática su gente
«Escrito estaba así!--dijo partiendo,
¡Alahú-akbar!--¡Dios grande, Tú lo quieres!»
Y yo, que al relatar su última historia,
En empolvados libros y papeles
Roídos por el tiempo, voy sus hechos
Al olvido robando, siento á veces
Preñárseme los párpados de lágrimas,
Viendo la abnegación de aquellos seres
Que al África partieron resignados,
Más que á su patria á su crëencia fieles;
Y cuando leo los cristianos libros
Que les tratan de bárbaros y aleves,
Digo en mi corazón: «Escrito estaba:
¡Alahú-akbar! ¡Dios grande, Tú lo quieres!»
Mas volviendo á tomar mi torpe pluma
Y tornando á elevar mi canto débil,
Torno al relato de su antigua historia
Y vuelvo de Granada á los verjeles.


NARRACIÓN

I
Más allá de la selva de avellanos,
Á cuya sombra misteriosa mana
Murmuradora fuente cuya historia
Cuento parece de orientales hadas:
Más allá de los cármenes que alegran
De los cerros del sol la verde falda,
Y más allá de las rojizas lomas
Que á Darro obligan á torcer sus aguas,
Hay un tajo que forman dos colinas
Donde la arcilla estéril, de las plantas
Secando las semillas, el arraigo
De hierbas, flores y árboles rechaza.
De este tajo en la cóncava hendedura,
Del Moro y del Cristiano abandonada
Y objeto de pavor para ambos pueblos,
Hay una vieja torre solitaria.
Fábrica, según unos, de un mal Genio
Que, teniendo en las nubes su morada,
Robó audaz una Hurí del paraíso
Y al mundo la bajó sobre sus alas,
Encerrándola luego en esta torre
Que fabricó con piedras encantadas.
Obra de un parricida, según otros,
De quien no quiso Satanás el alma,
Y la enterró con el nefando cuerpo
Debajo de la arcilla emponzoñada,
Vuelta después en fuente pantanosa,
Turbia, insalubre, fétida y amarga.
Mas cualquiera que fuere el misterioso
Origen ignorado de su fábrica
Que en los siglos se pierde, es esta torre
Objeto del terror de la comarca.
Al amor de la lumbre los ancianos,
De las noches de invierno en las veladas,
Á sus vecinos y parientes, de ella
Mil leyendas quiméricas relatan.
Ni pastor llevó nunca su ganado
Por aquellos contornos, ni serrana
Por recia tempestad sobrecogida
Se abrigó de sus bóvedas rajadas;
Ni nunca las doncellas campesinas
Se casaron con hombre que pasara
En la luna anterior al matrimonio
Por bajo de esta torre condenada;
Ni cazador alguno su ballesta
Disparó sobre el ave ó la alimaña
Que se acogió á las grietas de sus muros,
Ó en su cresta posó desalmenada.
El padre al revoltoso rapazuelo
Con la torre fatídica amenaza,
Y el muchacho, medroso, se guarece
Bajo el regazo maternal y calla.
Dicen que en las tinieblas de la noche
En torno de ella apariciones vagas
Se perciben tal vez, y se iluminan
Los huecos de sus lóbregas ventanas;
Dicen que un Moro, ó alquimista ó santo,
De triste voz y venerable barba
La torre habita, y que curó con filtros
Á una pobre mujer endemoniada;
Y cuentan, aunque nadie le designa,
Que un mancebo del pueblo, que idolatra
Á una Infanta rëal, clavó una noche,
Caprichos por cumplir de la que ama,
En el viejo postigo de la torre
El velo de la hermosa con su daga:
Y la hermosa á otro día halló clavados
El velo y el puñal en su ventana.
Un mercader del Zacatín, muy rico,
Muy limosnero y de costumbres santas,
Consultó escrupuloso con un sabio
Santón el fundamento de estas fábulas,
Y el sabio Aly-Mazer, que penitente
En los montes habita una cabaña
Que nadie vió, y á quien el vulgo dice
Que cuida allí de alimentar un águila,
Su plática al oir sobre la torre
Dijo con vista torva y voz airada:
«¡Ay del que pise de su umbral la piedra
Allí afila la muerte su guadaña.»
Y esto el sabio santón diciendo á voces
Al mercader, atravesó la plaza,
Dejándole aterrado y circuído
De inmensa multitud estupefacta.
Dícese, sin embargo, aunque se dice
Entre amigos no más, y en voz muy baja,
Que algunos han llegado hasta esta torre
De consejos ó filtros en demanda,
Y que el viejo dervich que habita en ella
Satisfizo sus dudas ó sus ansias:
Y aun dicen que debajo de las piedras
De aquella torre vacilante se hallan
Camarines suntuosos, alumbrados
Con candelabros de coral y de ámbar,
Y una fuente que aduerme los sentidos
Al dulce són de sus bullentes aguas.
Dios sabe la verdad; el vulgo siempre
Da formas temerosas y fantásticas
Á lo que no comprende, y esta torre
Le es en sus sueños pesadilla ingrata.
Era la última tarde de Febrero:
Ya el crepúsculo en sombra se cerraba,
De los vientos de Marzo comenzando
Á zumbar en los árboles las ráfagas.
Ya recogido el labrador su yunta
Cansado había y el pastor sus cabras,
Y el humo de las chozas y alquerías
Á su frugal banquete le llamaba.
Se hundían en sus cuevas los reptiles
Y acudían las aves á las ramas,
Llamando á la vecina primavera
Que más de lo que anhelan se retarda.
La tierra, en fin, en brazos de la noche,
Yerta, en silencio y soledad quedaba,
Y al lejos la ciudad se distinguía
Sólo ya por la luz de sus ventanas.
Era una noche fría y tenebrosa:
Crecía el viento y, de la luna falta,
La bóveda del cielo parecía
Con fúnebres crespones enlutada.
Era una de esas noches en las cuales
La voz del miedo al corazón nos habla y
Y de infantil superstición al soplo
Quimeras mil en nuestra mente se alzan.
Noche agradable para oir historias
Junto á la lumbre del hogar contadas,
Ó para hacer castillos en el aire
Bajo el triple doblez de espesa manta.
Mas no siempre á su antojo goza el hombre
Plácida ocupación, cómoda estancia,
Y alguno hay siempre que afanoso vela
Mientras el mundo universal descansa.
He aquí por qué del arcilloso tajo
Donde la antigua torre está fundada,
Á pesar de la noche pavorosa,
La soledad un hombre atravesaba.
No se alcanzaba á ver en las tinieblas
Ni aun el contorno de su forma humana;
Mas se oía su aliento fatigoso
Y el compás desigual de sus pisadas.
Sonoro el rosetón de sus espuelas
Tal vez por caballero le acusaba,
Y por hombre de guerra el són metálico
Con que bajo el caftán crujen sus armas.
Llegó á la cima del repecho, donde
La puerta da del torreón: ahogada
Tos de cansancio le saltó del pecho,
Mas sofocó su ruido en la garganta.
Breve silencio luego, hondo, absoluto,
Indicó que dudoso vacilaba,
Y que tal vez en el momento crítico
Le abandonaba el corazón su audacia
Con larga aspiración tomar aliento
Oyósele después, y de la daga
Con el pomo dos golpes dió en la puerta,
Secos, iguales, firmes: no temblaba.
El corazón que daba á aquella mano
Tan sereno vigor latía en calma,
Y el hombre que llamaba á aquella torre
Resuelto en ella á penetrar llegaba.
Si á su secreto huésped conocía,
Su relación con él era harto franca;
Si la creía habitación de espíritus,
Con temeraria fe les provocaba.
El doble són de su doblado golpe
Los ecos de la torre abandonada
Cóncavos repitieron, hasta ahogarles
En la desierta cavidad lejana,
Y un momento después otra voz ronca
Tras de la puerta preguntó:--«¿Quién llama?»
--«Un hombre solo», respondió el de fuera.
EL DE DENTRO
¿Qué quiere?
EL DE FUERA
Quiere hacer una demanda
Al espíritu sabio que aquí mora.
EL DE DENTRO
¿Su ciencia sin saber de quién dimana?
EL DE FUERA
Del cielo ó del infierno: importa poco:
Con que me sepa responder me basta.
EL DE DENTRO
¿Resuelto traes el corazón?
EL DE FUERA
Á todo.
EL DE DENTRO
¿Tienes bien la pregunta meditada?
FUERA
Sí.
DENTRO
¿Sabes que la ciencia nunca miente,
Y que desnuda la verdad espanta?
FUERA
Favorable ó fatal, saberla quiero;
Pon precio á tu respuesta, pero dámela.
DENTRO
La ciencia no se vende: y quien el cáliz
Osa apurar de la verdad amarga,
En el veneno que al saberla bebe
La compra por su mal bastante cara.
Entra.--Abrióse la puerta: pasó el hombre,
Y fué todo silencio, sombra, nada.
En medio de un morisco gabinete
Que, á juzgar por su bóveda cerrada,
Pertenece sin duda á alguna obra
Desconocida, oculta y subterránea,
Al suave resplandor con que la alumbran
De pulido alabastro cinco lámparas,
Hay una fuentecilla que se vierte
De mármol transparente en una taza.
El desborde del líquido impidiendo,
Un sumidero que su fondo orada
Le conserva en nivel constante siempre,
La que sume igualando á la que mana.
Su ancho tazón que sobresale apenas
Del pavimento, á la arabesca usanza,
Cercado está de blandos almohadones
Y tupidas alfombras toledanas;
Mas parece que sólo se destinan
Por el rico señor de aquella estancia
Á que gocen sus huéspedes la vista
Y el grato són de la corriente mansa:
Y la luz de las lámparas, que recta
En su cristal á reflejarse baja,
Para alumbrar también parece sólo
La transparente linfa preparada.
Radia empero esta luz por todas partes
En rededor de la ostentosa cámara
Sobre mil preciosísimos objetos,
Que la opulencia del señor delatan.
Ricos jarrones del Japón que ostentan
Índicas flores que en su seno arraigan,
Plumas costosas de chinesco origen,
Y talismanes y amuletos y armas
Por su rara virtud ó precio enorme
De enriquecer capaces á un Monarca,
Decoran el fantástico aposento
Que aroma un ancho perfumero de ámbar:
Exquisitos damascos, cairelados
Con anchos flecos y tejidas randas,
Cubren los muros, cuyo friso adornan
Minuciosas labores africanas;
Y del techo estaláctico, de cedro
y olorosas maderas cinceladas,
Los huecos casetones laberínticos
Miniaturas espléndidas esmaltan.
El murmullo continuo de la fuente,
La suave luz en ella reflejada
Y el aroma oriental del perfumero
Que harmoniza, ilumina y embalsama
El aire de este asilo misterioso,
Embebecen el ánimo y embargan
Los sentidos, y el alma á las delicias
De beáticos éxtasis preparan.
Al respirar su atmósfera vivífica
La cavidad del pecho se dilata
Con placer inefable: y, cual si en ella
Un bálsamo vital se inoculara,
Corre la sangre renovada, al cuerpo
Comunicando ligereza extraña,
Como si el soplo de benigno genio
Su peso terrenal aligerara.
Este deleite, empero, inexplicable,
Este placer magnético que embriaga
El ánimo y el cuerpo en este sitio,
Tanta delicia infunde, que aletarga.
Aura parece del Edén, divina
Fruición de la gloria que, arrastrada
Á la tierra de impuro sortilegio
Por la virtud, deleita pero daña.
Mansión es ésta singular: acaso
En ella con sacrílega amalgama
El ambiente vital del paraíso
Y el aliento satánico se hermanan.
Mansión que está sujeta á algún encanto,
Ó por algún espíritu habitada,
Ó por un sabio mago está dispuesta
Para abusar de la razón humana.
Fantástica mansión, cuyo recinto
Se encierra oculto en la maciza fábrica
De los hondos cimientos que mantienen
La torre secular que al vulgo espanta.

II
Como visión que se aparece muda
Á la voz del conjuro que la evoca,
Como la mancha que proyecta móvil
La nube que ante el sol cruza la atmósfera,
Así apartando la crujiente seda
Que el subterráneo camarín decora,
En su oriental recinto penetraron
En sombrío silencio dos personas;
Hombres las dos: el uno, revestido
De luengas, anchas y talares ropas,
Bajo el morisco capuchón plegado
La edad oculta y el semblante emboza;
Debajo el otro de caftán turquesco
Rica armadura y cimitarra corva
Deja admirar: mas el cerrado almete
Su faz resguarda de atención curiosa.
Ser el primero en su ademán revela
De esta mansión el dueño: indagadora
Inquietud, mas no miedo, del segundo
Muestra la continencia cautelosa.
Busca el primero entre los mil objetos
Que allí se ven, de aplicación incógnita,
Algo que necesita, y el segundo
Sagaz espía sus acciones todas.
Un talismán y un libro, cuyos usos
Sólo tal vez su posesor no ignora,
Tomó por fin el sabio y puso el libro
En un atril de laboreada concha.
Era el libro un volumen con respeto
Guardado en un cajón de palo-rosa,
Y el talismán representaba un áspid,
El cuerpo de oro y de coral la cola.
De un candelero de oro salomónico
Encendió luego la bujía roja
El silencioso encapuchado, y dijo
Volviéndose al guerrero:--«Ya está pronta
El ara de la ciencia y arde en ella
La luz de la verdad. Ese áspid toma,
Pregúntale; divide de ese libro
Las páginas con él y, sobre la hoja
Que abras, lee la respuesta á tu pregunta,
Y..... espera todavía, si te importa
Tu secreto guardar, que por tu lengua
Hable tu alma: la palabra sobra.»
Obedeció en silencio el caballero:
Y dejando en un mueble sus manoplas,
Con la desnuda mano asiendo el áspid
Se aprestó á la tremenda ceremonia.
Hizo en secreto su demanda, y luego,
Metiendo el talismán entre las hojas
Del libro, en el atril por ambos lados
Caer partidas al azar dejólas.
Á través de las barras del almete
Tendió á lo escrito la mirada ansiosa:
Leyó, y el estertor que hinchó su pecho
Mostró de su alma la mortal congoja;
Mas hombre á dominar acostumbrado
Sin duda al corazón, una tras otra
Leyó todas las líneas de la página,
Su acíbar apurando gota á gota.
Acabó de leer y cabizbajo
Permaneció un momento: escrutadora
Entretanto del sabio la mirada
Sobre él en vano pertinaz se posa;
Porque el tejido espeso de las barras
De la celada penetrar le estorba
Hasta su rostro que, indiscreto acaso,
Revelara su idea más recóndita.
Alzó al fin el armado la cabeza,
Con un suspiro desechando la honda
Fatídica impresión del sortilegio,
Rompiéndose el silencio en esta forma:
EL SABIO
¿Has concluído?
EL CABALLERO

Sí.
EL SABIO
¿Que trae el libro?
EL CABALLERO
Una encantada y peregrina historia.
EL SABIO
La tuya.
EL CABALLERO
Puede de ser: pero la escrita
Tiene cierto sabor á fabulosa.
EL SABIO
En vano quieres con fingida calma
Ocultar á mis ojos tu zozobra;
Yo sé que la verdad de tus palabras
Está en tu corazón, y no en tu boca.
Yo sé que espanta el porvenir: que acíbar
Guarda no más de la verdad la copa,
Y que, por más sereno que la apures,
Te fermenta en el alma su ponzoña.
EL CABALLERO
Un alma varonil, con su destino
Lucha: una fe tenaz todo lo arrostra.
EL SABIO
La fe de quien á oráculos acude,
Sólo es superstición que la fe ahoga.
Voy la historia á lëer con que ese libro
Respondió á tu demanda; y si aún dudosa
Tu alma desea explicación más clara,
Pídela y la tendrás, palpable y pronta.
Dijo: y fijando su mirada el sabio
Sobre el libro fatal, con pavorosa
Voz empezó á lëer, el caballero
Prestando á su pesar atención honda:
«Un celestial espíritu encantado
»Tiene al Rey Alhamar: su augusta sombra
»Sobre los leves rayos de la luna
»Baja á la Alhambra en las nocturnas horas.
»Mudo, invisible, su fantasma regio
»Se mostrará una vez y una vez sola
»Hablará: mas ¡ay! ¡triste del que entonces
»Vea su faz y sus palabras oiga!
»Él será engendrador del Rey postrero
»Que en la Alhambra rëal ciña corona:
»Y ¡ay de los de Nazar! ¡ay de Granada!
»Con ese Rey fenecerá su gloria.»
Leyó el sabio: y, quitándose del libro,
Dirigió así la voz conminadora
Al caballero, que encerrado le oye
Mudo é inmoble en su armadura cóncava:
--«¡Ay de los de Nazar! ¡ay de Granada!
»Su Rey ha visto la tremenda sombra;
»Y ¡ay de ti, Rey Hasán! ¡ay de tu sangre,
»De raza tan fatal engendradora!»
Á estas palabras, el sombrío armado
Dando un paso hacia el sabio, con voz ronca
Pero resuelta, dijo, levantando
La celada que el rostro le encapota:
--«Yo soy Muley-Hasán: tú lo dijiste:
»Yo he visto esa fantasma aterradora,
»Cuya verdad de confirmarme acaba
»La virtud de tu ciencia misteriosa.
»Yo soy Hasán; pero desde este punto,
»Para que tal cual soy me reconozcas;
»Oye á tu vez la predicción que te hago
»En cambio de tu oráculo y tu historia.
»Yo soy el Rey Hasán; pero primero
»Que mi raza consume tal deshonra,
»Todos mis hijos, todos, uno á uno,
»Ahogará sin piedad mi mano propia.
»Ya lo sabes: adiós; y abre, pues creo
»Que el aire de este cuarto me sofoca.»
Dijo Muley-Hasán, y la salida
Buscó bajo el tapiz, ebrio de cólera:
Mas tomándole el sabio por la mano,
Le detuvo diciendo: Rey, tú ignoras
Lo que el cielo te guarda, y es preciso
Desvanecer tus esperanzas locas,
Tu hijo Abú-Abdil.....
MULEY-HASÁN (_interrumpiéndole._)
Preso en la Alhambra
Yace, y cadáver le hallará la aurora.
EL SABIO
Te engañas: en Guadix contra su padre
Junta sus partidarios á estas horas.
MULEY-HASÁN
¡Mientes!
EL SABIO
¡Mísero Rey! tú ignoras sólo
La desventura inmensa que te agobia:
Mas yo te haré agotar hasta las heces
De la horrenda verdad la amarga copa.
MULEY-HASÁN
Déjame: basta ya: sé lo bastante;
Y siento que mi mente se trastorna,
Y de alegría imbécil ó satánica
Mi inmenso mal el corazón me colma.
¡Déjame!
EL SABIO
No, Muley: esa alegría
Insensata la bebes en la atmósfera;
Desde que en este camarín entraste,
En ti de un filtro la influencia obra:
Y esa febril exaltación que sientes
Ya á llevarte, en las alas vagarosas
De una ilusión quimérica, á unos sitios
Cuyos sucesos conocer te importa.
--Déjame, exclamó Hasán como luchando
Con alguna impresión vertiginosa.
--Obedece, mortal, exclamó el sabio
Con elevada voz dominadora.
Magnetizado Hasán desde este punto,
Obedeció á su voz como un autómata:
--«Siéntate,» dijo, y se sentó: «contempla
El agua de esa fuente.» Y en sus ondas
Fijó la vista fascinada.--Entonces,
Cerrando el caño por do el agua brota
Y el sumidero que la taza orada,
Posarse el sabio encantador dejóla.
Deshízose en el mármol el postrero
Círculo que formó su última gota,
Y quedó el haz del agua tersa, inmóvil,
Reflejando en su fondo de la bóveda
Las múltiples labores que, alumbradas
Por las lámparas, fingen con sus combas,
Ángulos, radios, casetones y arcos,
Grupos de casas, árboles y rocas.
Sentóse el sabio junto al Rey, y asiendo
Su yerta mano y de su oído próxima
La boca colocando,--«duerme, díjole,
«Duerme Muley, á tu pesar, reposa:
»Mas recibe los sueños que te envío
»Y dales un asilo en tu memoria,
»Para que cuando vuelvas de tu sueño
»Recuerdes sus visiones vaporosas.
»Sueña, feroz Muley, y mis palabras
»De ensueños vagos en quimeras torna:
»Sueña que ves debajo de esa fuente
»Lo que en tu sueño de mis labios oigas.»
Y aquí el encantador encapuchado
Comenzó á relatar con voz monótona
Una historia, confusa como un sueño,
En que un millar de imágenes se agolpa:
Vaga, como unos versos sin cadencia,
Que parece tal vez que nunca logran
En su harmonía dar con un sonido
Que con otro sonido corresponda;
Historia, en fin, cuyo relato hecho
En la inflexión y guturales notas
De árabe dialecto, semejaba
Al susurro del agua y de las hojas.

III
--«Mira, escucha y comprende lo que pasa
En torno tuyo ¡oh Rey!--¿Ves esas sombras
Que como en alas de los vientos cruzan
Esos llanos y montes con que sueñas,
De esa obscura ciudad saliendo todas?
Los corredores son, que el Rey cristiano
Envía á sus alcaides fronterizos.
Esa ciudad de donde parten, cuyo
Mudo recinto en las tinieblas yace
Al parecer pacífico y tranquilo,
Es Medina del Campo. Desde aquellas
Torres los Reyes de Castilla miran
Hacia Granada, el pensamiento fijo
En su desolación y la memoria
En el fatal horóscopo, que anuncia
Á Abú-Abdil como el postrer monarca
Que reinará en la Alhambra; sus jinetes
Por eso envían en secreto, y sólo
Caminando de noche, á sus mejores
Adalides. ¿Y sabes el mensaje
Que les llevan, Muley? Que pues rompiste
Las treguas tú, cayendo sobre Zahara,
Den por abierto el campo de la guerra
Y metan por tus tierras sus pendones,
Talando sin piedad y destruyendo
Mieses, viñedos, torres y ciudades.
Vuelve ahora la vista hacia este lado:
¿Ves ese cerro sobre el cual blanquean
Las almenadas torres y los muros
De una morisca villa? Son las torres
Y las murallas de Guadix. ¿Ves ese
Pendón que en ellas vagarosa agita
El aura de la noche? No es ya el tuyo:
Es el de Abú-Abdil. ¿Ves esos hombres
Que, envueltos en sus blancos alquiceles
Y jaiques africanos, uno á uno
Entran en la segura fortaleza
Do se hospeda tu alcaide? Todos esos
Son los parciales de Abdilá, que acuden
Á ofrecerle su brazo y sus tesoros
Contra su mismo padre: y son los mismos
Que tus inicuas leyes desterraron
De Granada; los hijos y los nietos
De aquella ilustre raza degollada
Por el infame padre del que ahora
Es tu primer Wazir, tu consejero,
Del tirano tal vez que por ti reina:
De Abú'l-Kasín Ben-Egas, hijo digno
Del renegado vil á quien llamaron
Moros y Castellanos con desprecio
El _Tornadizo_: y todos alimentan
Sed de venganza contra él, y el odio
Hierve en su corazón contra la impura
Cristiana á quien adoras, y detestan
Toda la estirpe vil de renegados
Que te cerca, Muley, y al pueblo impulsan
Hacia la rebelión, que ya fermenta
Hasta en tu misma corte, y cuyo fuego
Puede atajar tal vez Dios solamente,
¡Alahú-akbar! así está escrito. Vuelve
La vista hacia ese valle: es el de Dona.
¿Ves esa multitud de gente armada
Que por él atraviesa? Son Cristianos
Que á Alhama van. Á Alhama, donde tienes
Tus más ricos tesoros: donde acuden
Con tus anuales rentas tus alcaides:
Donde almacenas los inmensos víveres
Á tus tropas fronteras necesarios.
Á Alhama van: la llave de Granada,
Como los Granadinos la apellidan:
Á Alhama van. Repara cómo trepan
Por los peñascos en que está fundada,
Como astutos reptiles, los Cristianos
Escaladores; mira cómo llegan
De los muros al pie sin ser sentidos:
Mira cómo aproximan las escalas:
Mira cómo en silencio en las almenas
Aseguran las manos, cómo tienden
Los cautelosos ojos al recinto
Del muro y del adarve abandonados:
Mira cómo el primero salta dentro
Y sesenta tras él. Ese maldito
Es Ortega del Prado, ese famoso
Escalador cuyas sorpresas tienen
En vela eterna á los Alcaides todos
De tus castillos fronterizos. Mira
Cómo asesina al centinela y corre
Á sorprender la guardia de las puertas:
Mira cómo un enjambre de Cristianos
Por las murallas entra. ¡Ay de tu Alhama!
¡Ay de los que no ven que están cercados
De lobos Nazarenos! Mira, mira.
Aquel jinete, que á su frente viene
Á emboscarse traidor junto al postigo,
Es Ponce de León, Marqués de Cádiz,
Maldecido de Aláh y azote nuestro.
Aquel otro de arnés empavonado,
Es el rico Asistente de Sevilla
Diego de Merlo: aquel que con el hacha
El barreado rastrillo hace pedazos
Con fuerzas de Titán, es Juan de Robles,
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