Filosofía Fundamental, Tomo II - 05

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con lenguaje contradictorio. Ya lo hemos podido notar en los pasajes
anteriores; pero todavía se ve mas claro en los siguientes. «Nos falta
el término para expresar con exactitud el sentimiento que tiene de sí
misma la estatua modificada por muchos colores á un tiempo; pero al fin
ella conoce que existe de muchas maneras, se percibe en cierto modo
_como un punto colorado mas allá del cual hay otros_ en que ella se
vuelve á encontrar; y bajo este aspecto se puede decir que _se siente
extensa_.» Antes nos habia dicho que el color no le pareceria extenso á
la estatua, hasta que instruida la vista por el tacto, su formasen los
ojos la costumbre de referir la sensacion simple y única, á todos los
puntos de la superficie; á renglon seguido afirma lo contrario como
acabamos de ver; ya la estatua se siente extensa: y el ideólogo no
encuentra otro medio para evitar la contradiccion, sino el de
advertirnos que el sentimiento de la extension seria vago, pues que
careceria de límites. Esta es una contradiccion que ya se ha hecho
palpable mas arriba; ¿de dónde esa carencia de límites? si en un campo
visual de cien varas de superficie blanca, se suponen varias figuras de
diferentes colores, verde, encarnado, la vista percibirá los límites de
aquellas figuras, como es evidente; ¿dónde pues ha descubierto
Condillac esa ilimitacion de que nos habla?
[74.] La observacion de que, aun cuando la sensacion del color
envolviese la de extension, no se seguiria que nos la produjese, á causa
de que nosotros no sacamos de las sensaciones todas las ideas que estas
contienen, sino únicamente las que sabemos notar, aunque muy verdadera,
no conduce á nada en la cuestion presente: no se trata de lo que
nosotros podríamos sacar de la sensacion, sino de lo que hay en ella; y
si Condillac asienta que de la del tacto podemos sacar la idea de
extension ¿con qué derecho podrá negarnos esta facultad con respecto á
la vista, supuesto que la idea de extension se halle contenida en ambas
sensaciones?
Si no me engaño, hay aquí una confesion tácita de la falsedad de su
opinion. La idea de la extension se hallará en la sensacion de la vista,
pero no podremos sacarla; ¿por qué? porque es vaga; mas entonces, ¿quién
quita que el ejercicio, trayendo la comparacion y la reflexion, la haga
precisa? La dificultad está en adquirirla de un modo ú otro; el
perfeccionarla es obra del tiempo.
Es indudable que las primeras sensaciones de la vista no tendrian la
exactitud á que llegan despues de mucho ejercicio; pero lo propio se
verificaria del tacto. Este sentido se perfecciona como todos los
demás, tambien necesita su educacion por decirio así: y los ciegos de
nacimiento que á fuerza de concentracion y de trabajo, llegan á poseerle
con una delicadeza asombrosa, nos ofrecen de esta verdad una prueba
patente.


CAPÍTULO XIII.
EL CIEGO DE CHESELDEN.

[75.] El ciego de Cheselden, de quien nos habla Condillac en
confirmacion de sus opiniones, no presenta ningun fenómeno en que se
puedan apoyar. Era este ciego un jovencito de 13 á 14 años, á quien
Cheselden, distinguido cirujano de Lóndres, hizo la operacion de las
cataratas, primero en un ojo despues en el otro. Antes de la operacion,
alcanzaba á distinguir el dia de la noche; y con mucha luz, hasta
conocia lo blanco, lo negro y lo encarnado. Esta circunstancia es
importante, y sobre ella conviene fijar la atencion. Los fenómenos mas
notables, y que mas relacion tienen con la cuestion que nos ocupa,
fueron los siguientes.
1.º Cuando comenzó á ver, creyó que los objetos tocaban la superficie
exterior de su ojo. Esto parece indicar que la vista por sí sola, no
puede hacernos juzgar de las distancias; pero bien examinada la cosa se
echa de ver que el argumento no es concluyente. Nadie pretenderá que la
vista en el primer momento de su ejercicio, pueda comunicarnos ideas
igualmente claras y exactas, que cuando con la experiencia nos hemos
acostumbrado á comparar sus diferentes impresiones. Lo mismo que en la
vista se verifica en el tacto; un ciego con su larga costumbre de
guiarse por solas las sensaciones del tacto en muchos de sus
movimientos, llega á conocer la posicion y distancias de los objetos con
una precision admirable. Si suponemos un hombre privado del sentido del
tacto, y que le adquiere de repente, tampoco juzgará con acierto de los
objetos de este sentido, sino despues de haberle ejercitado. La
experiencia nos enseña que la perfeccion del tacto recorre una grande
escala: en los ciegos la vemos en su punto mas alto; y es probable que
el mínimum de su perfeccion en los primeros instantes de su ejercicio,
se pareceria mucho al de la vista en el acto de caer las cataratas;
tambien los objetos se presentarian en confuso, sin que el sujeto que
los experimentara, pudiese apreciar bien sus diferencias, antes que la
práctica le hubiese amaestrado en discernir y clasificar.
Con respecto á las distancias es de notar que el ciego de Cheselden, no
solo estaba privado del hábito de conocerlas, sino que le tenia en
contrario. Por lo mismo que no era completamente ciego, la luz que
percibia al través de las cataratas, y que si era muy abundante, hasta
le hacia distinguir entre lo blanco, negro y encarnado, se le presentaba
como pegada al mismo ojo, de lo cual podemos formarnos idea observando
lo que nos acontece cerrando los ojos cuando hay mucha luz. De esto
resulta que al ver, debió de imaginarse que la nueva vision era la misma
que la antecedente, y que por tanto no le sucedia otra cosa que un
simple cambio de objeto. Para apreciar la fuerza de la vista con
respecto á las distancias, mejor hubiera sido un ciego absoluto, porque
no hubiera tenido ningun hábito contrario ni favorable al conocimiento
de las mismas.
2.º Le costó mucho trabajo el concebir que hubiese otros objetos mas
allá de los que él veia; no acertaba á distinguir los límites; todo le
parecia inmenso. Tampoco sabia concebir cómo la casa podia parecerle mas
grande que su gabinete; aun cuando sabia por experiencia que este era
mas pequeño que aquella.
De estos hechos quiere inferir Condillac la confirmacion de su sistema;
yo extraño que sobre datos semejantes se pretenda fundar toda una
filosofía. Someto á la consideracion del lector las observaciones
siguientes.
[76.] Se trata de un niño de 13 á 14 años; falto por consiguiente de
todo espíritu de observacion, y que como es natural, expresaria con el
mayor desórden las impresiones que experimentaba en una situacion tan
singular y tan nueva.
El órgano de la vista ejercitándose por primera vez, debia ser sumamente
débil, y por consiguiente servir de un modo muy incompleto para las
funciones sensitivas. A cada paso experimentamos que haciendo un
tránsito repentino de la oscuridad á la luz, si esta es muy viva, apenas
divisamos los objetos, y lo vemos todo con mucha confusion; ¿qué habia
de suceder al pobre niño que á la edad de 13 años abria los ojos por
primera vez?
Segun refiere el mismo Cheselden, los objetos se le presentaban al ciego
en tal confusion que no los distinguia, fuera cual fuese la forma y la
magnitud. Esto confirma lo que acabo de indicar, á saber, que la
confusion dependia en buena parte, si nó en todo, de que el órgano
producia mal las impresiones; pues que si estas hubieran sido del modo
conveniente, habria distinguido los límites entre diferentes colores; ya
que tratándose de la simple sensacion, ver es distinguir.
Se nos hace notar que no reconocia con la vista los objetos que tenia
conocidos con el tacto: mas esto solo prueba que no habiendo podido
comparar los dos órdenes de sensaciones, no sabia lo que correspondia en
la una á las impresiones de la otra. Por el tacto conoceria los cuerpos
esféricos: pero como ignoraba la impresion que una esfera hacia en el
ojo, claro es que al presentarle una bola que hubiese manoseado mil
veces, no podia ni siquiera sospechar que el objeto visto fuera el mismo
objeto tocado. Esto me conduce á otra observacion que considero muy
importante.
[77.] Los experimentos fueron recogidos de boca de un hombre que hablaba
en una lengua que no conocia; tal era el niño que debia expresar sus
sensaciones en el órden visual. Aclararé esta observacion. Como las
sensaciones son hechos simples, el que está falto de un sentido, carece
absolutamente de todas las ideas originadas de la sensacion de que se
halla privado; de lo cual resulta que no conoce nada de la lengua
relativa á dicho sentido; y que las ideas que une á las palabras, son
del todo diferentes de las que quieren expresar los que poseen aquel
sentido. El ciego hablará de colores y de todas las impresiones
relativas á la vista, porque oye continuamente hablar de estas cosas;
mas para él, la palabra ver no significa ver, ni la luz luz, ni el color
color, tales como lo entendemos nosotros; sino otras ideas compuestas
que él se habrá formado, segun las circunstancias, y conforme á las
explicaciones que haya oido. Véase pues qué importancia se puede dar á
lo que diria un niño con el atolondramiento propio de su edad,
hallándose en una situacion tan nueva y tan extraña, y habiendo de
expresarse en una lengua que ignoraba. Se le preguntaria, por ejemplo,
si distinguia una figura mayor de otra menor, sin considerar que las
palabras mayor y menor, comprendidas por él en cuanto expresaban ideas
abstractas, ó se referian á las sensaciones del tacto, no lo eran cuando
se las aplicaba á los objetos vistos; pues que él no sabia ni podia
saber, qué significaba la palabra mayor, tratándose de una sensacion que
experimentaba por primera vez. Si en la superficie de un círculo se le
pintaban otros círculos menores, de color diferente, él veria los
pequeños dentro de los grandes, pues no era posible otra cosa supuesto
que veia; pero al preguntársele si el uno le parecia mayor que los
otros, si distinguia los límites que separaban á los pequeños entre sí,
él, que no habia tenido tiempo de aprender el lenguaje relativo á las
nuevas sensaciones, debia de dar respuestas muy disparatadas, que los
observadores tomarian quizás por la expresion de fenómenos curiosos. Se
le hablaria de figuras, de lindes, de extremos, de magnitud, de
posicion, de distancias y de cuanto se refiere á la vista; y como él
ignoraba el lenguaje, é ignoraba que lo ignorase, debia de sostener la
conversacion de una manera muy extraña. Un observador mas atento y mas
sagaz, hubiera notado que ocurrian con frecuencia lances tan chistosos
como suceden cuando se habla con un sordo que se empeña en contestar sin
haber oido.
La contradiccion que se nota en la misma relacion de Cheselden, confirma
las anteriores conjeturas. El oculista nos cuenta que el niño no podia
distinguir los objetos por mas diferentes que fueran en forma y tamaño;
y sin embargo añade que encontraba mas agradables los que eran mas
regulares; luego los distinguía; sin este discernimiento, la sensacion
no podia ser mas ni menos grata.
Y aquí es de notar que en la alternativa de la contradiccion, debemos
optar por el discernimiento, teniendo como tenemos en pro una razon muy
poderosa. Cuando se le ofrecerian dos figuras una regular otra
irregular, y se le harian preguntas sobre las diferencias y semejanzas
de las mismas, responderia disparatadamente hasta el punto de hacer
sospechar que no las distinguia. La razon de esto, á mas de la confusion
de las sensaciones que mas ó menos, siempre padeceria, se halla en la
ignorancia de lenguaje; pues aun cuando las distinguiera perfectamente,
no podia ni entender lo que se le preguntaba, ni expresar lo que sentia.
Pero cuando se le interrogaba sobre una calidad de la impresion, para
producir placer ó disgusto, entonces se hallaba en un terreno comun a
todas las sensaciones: las ideas de grato y de ingrato, no eran para él
cosas nuevas, y por lo mismo sobre ellas podia decir sin vacilar: «esto
me gusta mas, aquello no me agrada tanto.»
En resúmen, creo que los fenómenos del ciego de Cheselden solo prueban
que la vista, como todos los demás sentidos, ha menester cierta
educacion; que sus primeras impresiones son por necesidad confusas; que
el órgano no adquiere la debida robustez y precision sino despues de
largo ejercicio; y finalmente que los juicios formados en consecuencia,
han de ser muy inexactos, hasta que la comparacion acompañada de la
reflexion haya enseñado á rectificar las equivocaciones. (Véase Lib. I.
§ 56).


CAPÍTULO XIV.
SE EXAMINA SI LA VISTA PUEDE DARNOS IDEA DEL VOLÚMEN.

[78.] Se ha dicho que la vista no era capaz de darnos idea de un sólido
ó de un volúmen, y que para esto era indispensable el auxilio del tacto.
Creo poder demostrar lo contrario hasta la evidencia.
¿Qué es un sólido? Es un conjunto de tres dimensiones; si la vista nos
hace formar idea de la superficie, en la cual entran por necesidad dos
dimensiones, ¿por qué no podrá lo mismo con respecto á la otra? Esta
sola reflexion basta para demostrar que se ha negado sin razon á este
sentido la facultad indicada; sin embargo no quiero limitarme á esto,
sino que probaré la existencia de la expresada facultad con la rigurosa
observacion y el análisis de los fenómenos visuales.
[79.] Convengo de buen grado en que si suponemos un hombre reducido al
solo sentido de la vista, con los ojos inmóviles, y fijos sobre un
objeto tambien inmóvil, no alcanzará á discernir entre lo que en dicho
objeto haya de sólido y lo de mera perspectiva: ó en otros términos,
todos los objetos pintados permanentemente en su retina, se le
presentarán como proyectados en un plano. La razon de esto se funda en
las mismas leyes del órgano de este sentido, y de la transmision de sus
impresiones al cerebro. El alma refiere la sensacion al extremo del rayo
visual; y como en el caso presente, no habria podido hacer comparaciones
de ninguna clase, no tendria ningun motivo para colocar esos extremos,
unos mas lejanos que otros, lo que constituye la tercera dimension.
Para comprender mejor esta verdad, supongamos que el objeto visto fuese
un cubo dispuesto de tal manera que se presentasen al ojo tres de sus
caras. Claro es que los tres planos aunque iguales, no se ofrecerian al
ojo de la misma manera, por efecto de que su posicion respectiva no les
permitiria enviar al ojo sus rayos de luz de un modo igual. Pero como el
alma no habria tenido ocasion de comparar esta sensacion con ninguna
otra, no seria capaz de apreciar la diferencia producida por la distinta
posicion y la mayor distancia; y así referiria todos los puntos á un
mismo plano, tomando por desiguales las caras del cubo que en realidad
no lo eran.
La vista pues en tal caso, presentaria todo el objeto en un plano de
perspectiva; y como además no habria medio de apreciar ni aun de conocer
la distancia del ojo al objeto, probablemente se creeria el objeto
pegado al mismo ojo, ó hablando con mas verdad y rigor, la sensacion no
nos representaria mas que un simple fenómeno cuyas relaciones y causa no
podríamos explicarnos.
[80.] Es probable, que si permaneciendo fijo el ojo, pudiéramos abrir y
cerrar los párpados, ya nos formaríamos idea de que el objeto visto está
fuera de nosotros; de suerte que con solo este movimiento, tendríamos ya
un punto de comparacion, por la sucesion de desaparecer y reproducirse
alternativamente la sensacion del objeto con la interposicion ó no
interposicion de un obstáculo. Entonces naceria ya por necesidad la idea
de una distancia poca ó mucha; y como esta seria en direccion
perpendicular al plano del objeto visto, tendríamos idea del sólido.
Afortunadamente la naturaleza ha sido mas benéfica para nosotros, y no
hemos de limitarnos á un supuesto que tanto escatima los medios de
adquirir ideas de las cosas. Sin embargo no habrá sido inútil examinar
el fenómeno en esta suposicion, porque de este exámen sacaremos luz para
la inteligencia de lo que me propongo demostrar.
[81.] En mi concepto, la vista para dar orígen á la idea de un sólido,
necesita del movimiento. El movimiento es una condicion indispensable;
siendo de notar que basta que esté en los objetos, ó en el ojo.
Para mayor claridad supondremos el ojo inmóvil; veamos cómo por el
movimiento de los objetos, puede la sola sensacion de la vista
presentarnos el sólido, ó engendrar la idea de él. Toda la dificultad
está, en manifestar cómo se puede añadir á las dos dimensiones que
constituyen el plano, la tercera que completa el sólido.
Sea un ojo fijo mirando hácia un punto A, donde está colocado un
paralelepípedo recto y rectángulo B, de manera que se oculten
enteramente las dos bases, y que la recta que va del centro del ojo á la
arista, divida el ángulo diedro en dos partes iguales. Supondremos
tambien cada una de las caras del paralelepípedo de diferente color,
siendo respectivamente, blanca, negra, verde y encarnada. En este caso,
el ojo ve los dos planos en uno mismo; por manera que la arista se le
ofrece como una recta que divide dos partes de un mismo plano, las
cuales solo se diferencian en el color. Le es imposible concebir la
inclinacion de los dos planos: pues refiriendo el objeto al extremo de
la visual, y no habiendo podido comparar las variedades que resultan de
la diferencia de distancias, de la posicion, y del modo con que el
objeto recibe la luz, no puede hacer mas que distinguir las varias
partes de un mismo plano.
En esto es fácil hacer la contraprueba. Es bien sabido que la
perspectiva puede llegar á la perfecta imitacion de un sólido; ahora
bien, si suponemos que en vez de tener á la vista el sólido B, no hay
mas que un plano donde están exactamente representados las dos caras
vistas, la sensacion será la misma, la ilusion podrá ser completa: luego
hay dos medios diferentes de producir una sensacion idéntica; luego
cuando no precede comparacion, no cabe discernimiento entre los dos
medios; y es claro que la idea que naturalmente resultaria seria la mas
simple, esto es, la del plano.
[82.] Si suponemos que el paralelepípedo B gira alrededor de un eje
vertical, irá presentando sucesivamente al ojo los cuatro planos; y
segun la mayor ó menor inclinacion de ellos á la visual se presentarán
mayores ó menores: de suerte que el máximum de la superficie de un plano
ofrecido al ojo, será cuando el plano sea perpendicular á la visual; y
el mínimum ó cero, cuando le sea paralelo.
La sucesion y variedad de las sensaciones hará nacer desde luego la idea
de movimiento, pues los mismos planos del paralelepípedo se presentarán
ocupando distintos lugares. La uniformidad con que se irán sucesivamente
ofreciendo siempre de la misma manera, sugerirá tambien la idea de que
por ejemplo el verde que sale pocos momentos despues del negro, es el
mismo que se habia visto poco antes, y así de los demás: y como
constantemente, tras del uno se ocultará el otro, nacerá naturalmente
la idea de la extension en la direccion ó prolongacion de la visual, lo
que basta para formar idea de un volúmen.
Con la vista de un plano, teníamos ya las dos dimensiones que
constituyen la superficie: para formarnos la idea del volúmen solo
faltaba la idea de otra dimension, que no estuviese en el mismo plano,
la que se habrá engendrado por el movimiento del paralelepípedo.
[83.] Este movimiento que antes se verificaba al rededor de un eje
vertical, puede despues suponerse en torno de un eje horizontal; y
entonces se nos presentarán sucesivamente dos caras opuestas, y las
bases del paralelepípedo, con diferentes aspectos, segun su varia
posicion, ó en otros términos, segun el ángulo de los planos con la
visual. Estas apariencias contribuirán mas y mas á producir la idea de
otra dimension que no está en el plano primitivo, y por tanto á suplir
lo que faltase para tener idea del volúmen.
[84.] De la propia suerte que hemos supuesto el objeto en movimiento y
el ojo fijo, podemos suponer fijo el objeto, y en movimiento el ojo: el
resultado será el mismo: porque es claro que si el ojo se mueve
alrededor del paralelepípedo, ya en torno del eje vertical ya del
horizontal, experimentará las mismas impresiones que cuando él estaba
quieto, y el paralelepípedo se movia. Con lo cual, aunque supongamos que
el sujeto que ve, está destituido enteramente del sentido del tacto, y
que así no puede percibir el movimiento propio, no obstante tendrá lo
suficiente para formarse con solas las impresiones de la vista, las
ideas que constituyen la del volúmen. Verdad es que no le será posible
discernir si es él quien se mueve, ó si es el objeto; pero esto no quita
la formacion de la idea compuesta de las tres dimensiones.


CAPÍTULO XV.
LA VISTA Y EL MOVIMIENTO.

[85.] He dicho que al observador no le será posible discernir si es él
quien se mueve ó bien el objeto; de lo que resulta que la simple vision
no es suficiente: esto es verdad, y se demuestra fácilmente si se
considera que en un barco, no obstante el estar seguros de que nosotros
nos movemos, se nos presentan de tal suerte en movimiento los objetos
circunvencinos, que la ilusion, es completa. Aun mas: si el movimiento
del observador y el del objeto son simultáneos, en una misma direccion,
y con la misma velocidad, desaparece toda idea de movimiento: como se
echa de ver en los objetos que tenemos á la vista en el camarote de un
barco.
Es de notar que si se combinan dos movimientos en el objeto, uno en
nuestra direccion y otro en otra, percibimos este y nó aquel. Así nos
sucede cuando en los canales encontramos un caballo que camina en la
misma direccion junto á la ventana de la barca: parécenos que el animal
salta, sin adelantar: de los dos movimientos que tiene á un tiempo, solo
notamos el vertical, mas nó el horizontal.
La razon de esto es fácil de señalar: no podemos juzgar del objeto sino
por las impresiones; cuando la impresion varía, nace la idea del
movimiento, en otro caso nó. Si el objeto ó el ojo se mueven, hay
sucesion de impresiones en la retina, hay pues idea de movimiento. Pero
si el movimiento del objeto es seguido por el movimiento del ojo, se
compensa el de aquel con el de este, y por tanto la impresion de la
retina es la misma. Se verifica pues lo propio que si ambos estuviesen
quietos.
[86.] Así se observa que si hay movimiento en el objeto y en el ojo,
pero en velocidad desigual, solo percibimos la diferencia; esto es, que
si nosotros andamos como 3 y el objeto como 5, solo nos parecerá que el
objeto anda como 2; ó sea la diferencia del 3 al 5. Si nuestro
movimiento es mas rápido, hasta los objetos movidos en la misma
direccion nos parecerá que se mueven en la contraria: así cuando en un
barco andamos en la direccion de la corriente, con mas velocidad que el
agua, parécenos que esta corre hácia arriba. Y si no se nos ofrece
corriendo con velocidad igual á la de un objeto en quietud en el mismo
lugar, es porque moviéndose en la misma direccion que nosotros, solo se
nos hace sensible la diferencia. No percibiendo nosotros el movimiento
del barco que anda como 5, un objeto fijo que esté á sus inmediaciones
se nos presentará movido con la velocidad igual á 5. Si damos que el
agua corre con velocidad igual á 3, su movimiento hácia arriba solo se
nos presentará igual á 5-3=2.
[87.] De estas consideraciones parece inferirse que si bien la vista es
suficiente para darnos idea del movimiento, no basta para hacernos
discernir el propio del ajeno; y así, aun cuando el tacto no sea
necesario para lo primero, lo será para lo segundo. Mas esto no es
verdad: con la vista sola, podríamos llegar á distinguir entre el
movimiento del ojo y el del objeto; y si bien en algunos casos no
alcanzaríamos á ello, lo propio se verifica con el tacto. Ante todo
conviene notar que en los ejemplos aducidos, de nada nos sirve el tacto
para desvanecer la ilusion, siendo aun menos á propósito que la vista.
En efecto: quien no poseyese sino el sentido del tacto, ¿cómo podria
distinguir el movimiento de la embarcacion, que se desliza suavemente á
lo largo de un canal? Con el auxilio de la vista, llegamos tal vez á
notar el movimiento de la embarcacion, sobre todo si atendemos á los
objetos á cuyas inmediaciones va pasando; pero con el tacto, de suyo
limitado á lo que afecta inmediatamente el cuerpo, no nos es posible
discernir nada del movimiento, cuando el cuerpo no está afectado por él.
Es tambien digno de notarse que el movimiento discernido por el tacto,
tampoco se refiere al objeto sino despues de haberse adquirido este
hábito por medio de una comparacion repetida: si suponemos que por
primera vez la mano se desliza sobre un cuerpo, no discerniríamos, si la
mano se desliza sobre el cuerpo, ó el cuerpo debajo la mano. La razon de
esto es muy sencilla: la sensacion del movimiento es esencialmente una
sensacion sucesiva; y esta sucesion existe, ya sea el miembro lo que se
mueva, ya sea el cuerpo. Demos que la mano recorra la longitud de un
cuerpo de superficie variada; iremos experimentando la variedad de
sensaciones correspondientes á la superficie; y si despues estando
quieta la mano, pasa el cuerpo por ella con la misma velocidad de
movimiento, y con igual presion y roce, las sensaciones serán idénticas.
La experiencia está de acuerdo con la razon: cualquiera puede haber
observado que al apoyarnos sobre un objeto resbaladizo, hay á veces
incertidumbre de si es nuestro cuerpo lo que resbala, ó el que tiene
debajo. Luego, hasta con el tacto se verifica que el discernimiento
entre el movimiento del miembro y el del objeto, no nace de la simple
sensacion.
[88.] En esta parte pues, el tacto no se aventaja á la vista; examinemos
si esta por sí sola, es capaz, de hacernos distinguir entre el
movimiento del ojo y el del objeto. Ya hemos notado que una sola
sensacion con respecto á un solo objeto, no es suficiente; pero no es
difícil demostrar que con la comparacion de varias sensaciones podemos
obtener este resultado.
Situado un ojo en un punto A, mirando el objeto B, este se presenta en
el fondo del campo visual como proyectado en un plano. Para mayor
claridad, imaginémonos que el objeto B es una columna en medio de un
gran salon, y que el punto A es un ángulo de la misma pieza. La columna
será vista como estampada en un punto de la pared opuesta. Si el ojo
cambia de lugar, la columna se presentará en otro punto; de manera que
si suponemos que el ojo da vuelta al rededor de la columna, esta se irá
presentando sucesivamente en todos los puntos de todas las paredes del
salon. Esta sucesion de fenómenos puede verificarse de la misma manera,
suponiendo la columna móvil y el ojo fijo: porque es evidente que si
situado un observador en el centro, la columna va dando vueltas, esta,
sin que el observador se mueva, se irá pintando en todas las paredes.
Luego una sensacion visual sola con respecto á un solo objeto, no
bastaria para discernir si lo que se mueve es el objeto ó el ojo.
Pero añadamos la vision simultánea de otros objetos, y no será difícil
descubrir cómo este discernimiento se engendra. Supongamos que el ojo al
propio tiempo que ve la columna, ve otros cuerpos interpuestos entre él
y las paredes: por ejemplo grandes candelabros, quinqués ó tambien otras
columnas. Veamos lo que sucede con el movimiento del ojo: al paso que la
columna se proyecta en un punto diferente de la pared, se altera la
posicion de todos los demás objetos; las otras columnas, los
candelabros, los quinqués, todo se proyecta en puntos diferentes: hay un
cambio total de posicion en todos los objetos. Veamos lo que sucede sin
el movimiento del ojo; moviéndose la columna sola, nada se altera sino
ella: los demás objetos continúan proyectados en los mismos puntos.
Luego la simple vista nos presenta dos órdenes de fenómenos de
movimiento totalmente diferentes.
1.º Uno en que todos los objetos mudan de posicion.
2.º Otro en que solo la muda uno.
Estos dos órdenes de fenómenos no podrian menos de ser notados; y es
evidente que con la ayuda de la reflexion, excitada é ilustrada por la
repeticion de los fenómenos, se llegaria á inferir que cuando hay una
alteracion total y constante de todos los objetos, no son estos los que
se mueven sino el ojo; y que por el contrario, si el variar de posicion
se verifica únicamente en alguno ó algunos objetos, permaneciendo los
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