Filosofía Fundamental, Tomo II - 04

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sensaciones no pasarian de simples modificaciones de nuestro ser, y no
podríamos atribuirles ningun objeto exterior. Yo no creo que esto sea
verdad. Por el tacto recibimos una impresion lo mismo que por los demás
sentidos; en todos los casos esta impresion es una afeccion de nuestro
ser, y nó una cosa externa; y cuando por la continuacion de estas
impresiones, por su órden y por su independencia de nuestra voluntad,
juzgamos que proceden de objetos que están fuera de nosotros, este
juicio se verifica no solo con respecto á las impresiones del tacto,
sino tambien de los demás sentidos.
[54.] Una de las razones en que se ha pretendido fundar la superioridad
del tacto para atestiguar la existencia de los cuerpos, es que él nos da
la idea ó la sensacion de la extension; porque si suponemos que un
hombre está privado de todos los sentidos excepto el tacto, y recorre
con su mano la superficie de su cuerpo, experimenta la continuidad de la
sensacion, en la cual va envuelta la de extension. Esta observacion de
los partidarios de la supremacía del tacto, no convence de lo que se
proponen. Porque al recorrer con la vista varios objetos, ó las
diferentes partes de uno mismo, experimentamos la sensacion de
continuidad tan claramente como con el tacto. No se puede concebir por
qué la sensacion de la extension ha de ser mas clara cuando se pasa la
mano á lo largo de una barandilla, que cuando se la mira con los ojos.
[55.] Los sostenedores de dicha opinion alegan que por el tacto de
nuestro cuerpo adquirimos una sensacion doble, lo que no se verifica con
los demás sentidos: pasando la mano por la frente, sentimos con la
frente y con la mano; verificándose una continuidad de sensaciones, que
todas tienen su orígen y término en nosotros mismos. Así tenemos la
conciencia de que nos pertenecen tanto la sensacion de la mano como la
de la frente.
Pero esta razon que algunos han creido concluyente, es sin embargo
sumamente fútil: adolece del sofisma que los dialécticos llaman
_peticion de principio_, pues supone lo mismo que se trata de probar. En
efecto: el hombre destituido de todos los sentidos excepto el del tacto,
experimentará las dos sensaciones y su continuidad; pero ¿de esto qué
podrá inferir? ¿Sabe por ventura que tenga mano ni frente? suponemos que
nó; la dificultad está pues en explicar cómo adquiere dicho
conocimiento. Ambas sensaciones le pertenecen, de esto tiene una
conciencia íntima, pero ignora de dónde dimanan. La coincidencia de las
dos sensaciones ¿le prueba por ventura algo en favor de la existencia de
la frente y de la mano, objetos de que suponemos que no tiene ninguna
idea?
Si esta coincidencia probase lo que se quiere, con mas razon probaria
que la combinacion de unos sentidos con otros, nos lleva al conocimiento
de la existencia de los cuerpos, y por consiguiente que dicho
conocimiento no se engendra exclusivamente por el tacto. Yo experimento
que siempre que tengo la sensacion de un movimiento que es ponerme la
mano delante de los ojos, pierdo la vista de los objetos, y se me
presenta otro que es siempre el mismo: la mano; si de esta coincidencia
infiero la existencia de los objetos externos, queda destruida la
supremacía del tacto, pues que para la formacion de semejante juicio
influye la vista. Observo tambien que al tener la sensacion que resulta
de dar una mano con otra, experimento la sensacion de oir el ruido de la
palmada: luego si la coincidencia vale, influirá el oido como el tacto.
Lo que digo de la palmada, puede aplicarse á lo que experimento
recorriendo con la mano una parte del cuerpo, por ejemplo toda la
longitud del brazo, de suerte que el roce produzca ruido. En este caso,
hay las dos sensaciones, coincidentes y continuas.
Se replicará tal vez que estos ejemplos se refieren á diferentes
sentidos, y que producen sensaciones de diversa especie: pero esto no
altera nada: porque, si el ser que siente infiere la existencia de los
objetos de la coincidencia de las varias sensaciones, queda destruida la
supremacía del tacto que es lo que nos proponíamos demostrar.
[56.] La sensacion de la mano no es la misma que la de la frente, porque
aquella estará mas ó menos fria, mas ó menos caliente, mas ó menos
fina, mas ó menos blanda, y así no será la misma sensacion la causada en
la mano por la frente, que la producida en la frente por la mano. Siendo
de notar que cuanto menor supongamos la diferencia entre las dos
sensaciones, menos viva será la percepcion de su dualidad, y por tanto
menos notable la coincidencia en que se funda el juicio. Por manera que
bien analizada la materia venimos á parar á que para formar juicio de la
existencia de los objetos contribuye especialmente la diversidad de las
sensaciones; y por tanto será mas conducente á este fin, la combinacion
de dos sentidos que las dos sensaciones de uno solo. Así, lejos de que
el tacto haya de considerarse como único ni superior en este punto, solo
ha de ser tenido como auxiliar de los otros.
[57.] Y en realidad, apenas cabe duda en que el tacto necesita tambien
del auxilio de los demás sentidos, y que los juicios que del mismo
resultan se parecen á los que dimanan de estos. Es probable que solo
despues de repetidos experimentos referimos la sensacion del tacto al
objeto que la causa, y aun á la parte afectada. El hombre á quien se ha
amputado la mano, experimenta el dolor como si la conservase; y esto
¿por qué? porque con la repeticion de actos ha formado el hábito de
referir la impresion cerebral al punto donde terminan los nervios que se
la transmiten. Luego no hay una relacion necesaria entre el tacto y el
objeto: y este sentido puede sufrir ilusiones como los demás. Luego no
es exacto lo que se ha dicho de que la idea del cuerpo nace debajo de
nuestra mano, si esto se entiende como privativo del tacto; pues lo
mismo se verifica de los demás sentidos y particularmente de la vista.


CAPÍTULO XI.
INFERIORIDAD DEL TACTO COMPARADO CON OTROS SENTIDOS.

[58.] Esta superioridad, ó mejor, este privilegio exclusivo que
Condillac y otros filósofos han concedido al tacto, á mas de no tener
ningun fundamento como acabamos de ver, parece estar en contradiccion
con la misma naturaleza de este sentido. Cabalmente se da la supremacía
al mas material, por decirlo así, al mas rudo de todos ellos.
Nadie puede saber las ideas que de las cosas se formaria un hombre
reducido á solo el tacto: pero me parece que lejos de ponerse en
comunicacion clara y viva con el mundo exterior, y de que tuviese la
suficiente basa para fundar sus conocimientos, debiera vegetar en la mas
profunda ignorancia, y sufrir las equivocaciones mas trascendentales.
[59.] Al comparar el tacto con la vista, y aun con el oido y el olfato,
desde luego se ofrece una diferencia importantísima, en favor de estos y
contra aquel. El tacto no nos transmite la impresion sino de los objetos
que están inmediatos á nuestro cuerpo; cuando los otros tres, y
especialmente la vista, nos ponen en comunicacion con objetos muy
distantes. Las estrellas fijas están separadas de nosotros por una
distancia tal que apenas cabe en nuestra imaginacion, y sin embargo las
vemos; no llegan á tanto ciertamente ni el olfato ni el oido; pero el
primero no deja de advertirnos de la existencia de un jardin que está á
muchos pasos de nosotros; y el segundo nos da noticia de una batalla que
se ha trabado á muchas leguas de nuestra vivienda, de la chispa
eléctrica que ha rasgado la nube en el confin del horizonte, ó de la
tempestad que brama en la inmensidad de los mares.
[60.] Esa limitacion del tacto á lo que está en sus inmediaciones,
traeria consigo la estrechez de las ideas que se originarian de él solo,
y lo constituyen por necesidad en un grado muy inferior al de los otros
tres, y en particular de la vista. Para formarnos ideas claras en este
punto, comparemos el alcance de la vista y del tacto con respecto á un
objeto: un edificio. Por medio de la vista tomamos en pocos instantes
idea de la fachada, y de sus demás partes exteriores: y en breve tiempo
nos enteramos de su disposicion interior, y hasta de sus muebles y
adornos. ¿Cómo se puede lograr esto por el tacto? Es imposible. Aun
suponiéndole muy delicado, y muy tenaz memoria de las impresiones que
anduviese comunicando, se necesitarian larga horas para recorrer con la
mano el frontispicio, y formarnos de él alguna idea. ¿Qué no seria con
respecto á todo lo exterior del edificio? ¿qué si hablamos de lo
interior? Salta á los ojos que seria menester renunciar á semejante
tarea, y que tal preciosa labor de una cornisa, de un pedestal, de un
peristilo; tal magnificencia de una torre, de una cúpula; tal osadía de
un arco, de una bóveda, de una flecha, que el ojo aprecia en un
instante, le costarian al pobre que solo poseyese el tacto, andar mucho
á gatas y encaramarse por peligrosos andamios, y exponerse á resbalar
por horrendos precipicios, y todavia sin poder lograr ni la millonésima
parte de lo que con tanta facilidad y rapidez consiguieron los ojos.
Extiéndanse estas consideraciones á una ciudad, á vastos países, al
universo, y véase qué superioridad tan inmensa tiene la vista sobre el
tacto.
[61.] Esta superioridad no se presenta tan de bulto cuando se compara el
tacto con otros sentidos; sin embargo no deja tambien de existir, y en
un grado muy alto.
Desde luego ocurre una diferencia, cual es la de las distancias. Es
cierto que mediando estas, tambien el tacto puede sentir en algun modo:
como por ejemplo la presencia ó la ausencia del sol por medio del calor
y del frio; y de la misma manera la presencia ó la ausencia, y la mayor
ó menor cercanía de algunos cuerpos; pero estas impresiones, á mas de
que están muy lejos de tener la misma variedad y rapidez de las del
oido, tampoco nos darian idea de distancia, si no tuviéramos mas sentido
que el tacto.
Calor y frio, sequedad y humedad, á esto se reducen las impresiones que
algunos cuerpos distantes pueden ejercer sobre el tacto; y claro es que
las impresiones son de tal naturaleza que podrian dar lugar á numerosas
y graves equivocaciones.
[62.] Si suponemos que un hombre que solo posea el tacto, haya llegado á
conocer la presencia y la ausencia del sol sobre el horizonte, siendo su
única norma la temperatura del ambiente, y dependiendo esta de mil
causas que nada tienen que ver con el astro del dia, sucederá con mucha
frecuencia que el cambio natural ó artificial de ella deberá inducirte á
error. La humedad que experimentará á las inmediaciones de un lago donde
le llevan á bañarse, hará que con ella conozca la inmediacion del agua;
¿pero no sentirá mil veces una impresion de humedad por causas que
obrarán sobre la atmósfera, del todo independientes de las aguas de un
lago?
Es cierto que la concentracion de todas las fuerzas sensitivas en un
solo sentido, la ninguna distraccion, la atencion continua sobre un
mismo género de sensaciones, podrá llevar la delicadeza del tacto á un
punto de perfeccion que probablemente no concebimos nosotros; así como
el hábito de encadenar las ideas con respecto á un solo órden de
sensaciones, y de formar los juicios con relacion á ellas solas,
produciria una precision, exactitud y variedad muy superior á cuanto
podemos imaginar; pero por mas que sobre este punto se quieran extender
las conjeturas, siempre es claro que hay aquí un límite, cual es la
naturaleza del órgano y de sus relaciones con los cuerpos. Este órgano
estaria siempre limitado á los objetos contiguos, para recibir
impresiones bien determinadas; y con respecto á los distantes, los que
pudiesen obrar sobre él, lo ejecutarian causándole la impresion que la
naturaleza de ambos consiente; frio ó calor, sequedad ó humedad, y aun
si se quiere, cierta presion en mayor ó menor grado; y en cuanto á
muchísimos otros, es imposible imaginar que tuviesen accion ninguna. Por
mas que se ensanche el círculo de esta clase de sensaciones siempre ha
de ser muy reducido. Además, es necesario advertir que esta
perfectibilidad del tacto por efecto de su aislamiento, no es propiedad
suya exclusiva, sino que se extiende tambien á los otros sentidos, como
que está fundada en las leyes de la organizacion, y en las de la
generacion de nuestras ideas.
[63.] Para comprender la superioridad que en esta parte lleva el oido al
tacto, basta considerar 1.º la relacion de las distancias; 2.º la
variedad de los objetos; 3.º la rapidez de la sucesion de las
impresiones; 4.º la simultaneidad, tan vasta en el oido, y tan limitada
en el tacto; 5.º las relaciones con la palabra.
Relacion de las distancias. Claro es que en este punto se aventaja al
tacto el oido; aquel necesita en general la inmediacion, este nó; y aun
de suyo requiere para la buena apreciacion del objeto, cierta distancia
acomodada á la clase del sonido. ¿De cuántos y cuántos objetos
distantes, no nos informa el oido, con respecto á los cuales nada puede
decirnos el tacto? El galope del caballo que amenaza atropellarnos, el
ruido del torrente que nos puede arrebatar, el trueno que retumba y nos
anuncia la tormenta, el estruendo del cañón que nos da noticia de que ha
principiado una batalla, el ruido de las carreras, de la gritería, de
los tambores y campanas, que nos indican el estallido de la cólera
popular, la música estrepitosa que nos informa de la alegría causada por
una fausta nueva, el concierto dedicado á los placeres del salon, el
canto que nos hechiza con melancólicos recuerdos, con sentimientos de
esperanza y de amor, el ay! que nos avisa del sufrimiento, el llanto que
nos aflige con la idea del infortunio; todo esto nos dice el oido; sobre
todo esto nada puede decirnos el tacto.
Variedad de los objetos. Los objetos distantes de que nos da noticia el
tacto son por necesidad muy poco variados; y por lo mismo las ideas que
solo de él resultasen, estarian sujetas á una confusion deplorable, y á
mucha incertidumbre. El oido al contrario, nos informa de infinitos
objetos sumamente diferentes, y lo ejecuta con toda precision y
exactitud.
Rapidez de la sucesion de las impresiones. Es evidente que en esta parte
lleva el oido al tacto una superioridad incalculable. Este cuando
percibe por yuxtaposicion, necesita recorrer sucesivamente los objetos y
aun las diferentes partes de uno mismo, si ha de recibir impresiones
variadas: lo que exige largo tiempo por poco numerosos que sean. Si los
objetos no obran por yuxtaposicion, sino por otro medio, todavía se
necesita mas tiempo para la sucesion, y es mucha menor la variedad.
Compárese esta lentitud á la rapidez con que el oido percibe todo linaje
de sonidos en las combinaciones musicales, las infinitas inflexiones de
la voz, el sinnúmero de articulaciones distintas, la infinidad de ruidos
de todas especies que sin interrupcion sentimos y clasificamos, y
referimos á sus objetos correspondientes.
La simultaneidad de sensaciones tan vasta en el oido, es sumamente
reducida en el tacto: cuando existe en este, es solo con relacion á
pocos objetos; mas en aquel se extiende á muchos y muy diferentes.
Pero lo que decide mas victoriosamente la superioridad del oido sobre el
tacto, es la facilidad que nos da de ponernos en comunicacion con el
espíritu de nuestros semejantes por medio de la palabra: facilidad que
resulta de la rapidez de las sucesiones que mas arriba hemos notado. Sin
duda que esta comunicacion de espíritu á espíritu puede tambien
establecerse por el tacto, expresando las palabras por caractéres
bastante abultados para ser distinguidos; pero, ¿qué diferencia tan
inmensa entre estas impresiones y las del oido? Aun suponiendo que el
hábito y la concentracion de todas las fuerzas sensitivas, llegasen á
producir una facilidad tal de recorrer las líneas con los dedos, que
superase en mucho á la que vemos en los mas diestros tocadores de
instrumentos músicos; ¿cómo puede compararse una velocidad semejante con
la que nos proporciona el oido? ¿Cuánto tiempo no será menester para
recorrer unas tablas donde esté escrito un discurso que oimos en breves
minutos? Y además, para hacerse oir, todos los hombres tienen, medios,
les basta servirse de los órganos; para lo otro es necesario preparar
las tablas, y unas mismas no pueden ser útiles, sino para un objeto, y
simultáneamente no pueden servir para dos personas; cuando por medio del
oido, un hombre solo comunica en breve rato infinidad de ideas á
millares de oyentes.


CAPÍTULO XII.
SI LA SOLA VISTA PODRIA DARNOS IDEA DE UNA SUPERFICIE.

[64.] Creo haber hecho palpable la inferioridad del tacto con respecto á
la vista y al oido; y por consiguiente haber hecho sentir la extrañeza
de que se le haya querido señalar como base de todos los conocimientos,
radicando en él la certeza de los juicios á que los demás sentidos nos
conducen, y estableciéndole por árbitro soberano para fallar en última
apelacion en las dudas que pudieran ofrecerse.
Tengo tambien manifestado no ser verdad que solo por medio del tacto
podamos hacer la transicion del mundo interior al exterior, ó de la
existencia de las sensaciones á la de los objetos que las causan: pues
que á mas de haber combatido la razon principal, ó mejor la única, en
que se intentaba cimentar este privilegio, he demostrado el modo con que
se hace esta transicion con respecto á todos los sentidos, fundándome en
la misma naturaleza y encadenamiento de los fenómenos internos.
He dicho tambien y probado que la única sensacion que objetivábamos era
la de la extension; y que en todas las demás, solo habia una relacion de
causalidad, esto es, un enlace de cierta sensacion ó de un fenómeno
interno, con un objeto externo, sin que trasladásemos á este nada
semejante á lo que experimentábamos en aquel.
[65.] Tocante á la extension, son dos los sentidos que de seguro nos
informan de ella: el tacto y la vista; prescindiremos por ahora, de si
es una verdadera _sensacion_ lo que de la extension tenemos, ó si es una
_idea_ de un órden diferente, la cual resulte de la sensacion.
Proponiéndome examinar este punto despues, me limitaré por ahora á
comparar la vista con el tacto en lo relativo á darnos la sensacion de
la extension, ó sí se quiere, á suministrarnos lo necesario para
formarnos idea de ella.
Desde luego se echa de ver que la extension se halla bajo el dominio del
tacto: y esto considerando la extension no solo en superficie sino
tambien en volúmen. A la vista no se le puede negar la misma facultad
con respecto á las superficies, porque es imposible ver sin que al mismo
tiempo se ofrezca al menos un plano. El punto inextenso no puede
pintarse en la retina: desde el momento que un objeto se pinta, tiene
partes pintadas. Ni aun por un esfuerzo de imaginacion podemos concebir
colores inextensos: ¿qué es un color si no hay superficie sobre la cual
se extienda?
[66.] Condillac ha estado tan severo con el sentido de la vista, que no
ha querido concederle la facultad de percibir la extension ni aun en
superficie. Como este filósofo es uno de los que mas han contribuido á
la propagacion y arraigo de una opinion tan equivocada, examinaré su
doctrina, y las razones en que la funda. A la simple lectura de los
capítulos en que la expone, salta á los ojos que no estaba bien seguro
de la verdad de ella, sintiéndose contrariado por la inexperiencia y la
razon.
En el _Tratado de las sensaciones_ (f p., c. XI), donde examina las
ideas de un hombre limitado al sentido de la vista, asienta que los
colores se distinguen á nuestros ojos, porque parecen formar una
superficie de la cual ocupan ellos una parte; y luego pregunta: «nuestra
estatua, juzgando que es á un tiempo muchos colores, ¿se sentiria á sí
misma como una especie de superficie colorada?» Es menester advertir que
segun Condillac, la estatua circunscrita á un sentido, se creeria la
sensacion misma; es decir, pensaria que es el olor, el sonido ó el
sabor, segun fueran el olfato, el oido ó el paladar, los sentidos que
tuviese en ejercicio, por cuya razon, si en las sensaciones de la vista
entrase la superficie, la estatua deberia creerse superficie colorada.
Prescindiré de la exactitud de estas observaciones, concretándome al
punto principal que es la relacion de la vista con la superficie.
[67.] Segun Condillac, la estatua no llegaria á creerse superficie
colorada; esto es, que percibiendo el color, no percibiria la
superficie. Dejemos hablar al mismo filósofo, pues bastarán sus propias
palabras para condenar su opinion y descubrirnos la incertidumbre con
que la profesaba, ó la oscuridad que en ella padecia. «La idea de la
extension supone la percepcion de muchas cosas _unas fuera de otras;
esta percepcion no podemos negarla á la estatua_, pues que siente que se
repite fuera de sí misma tantas veces como hay colores que la
modifican; mientras es lo encarnado, se siente _fuera_ de lo verde:
mientras es lo verde, se siente _fuera_ de lo encarnado; y así de lo
demás.» Cualquiera creeria que conforme á estos principios, Condillac
iba á establecer que la vista nos da idea de la extension, pues que nos
hace percibir las cosas, unas _fuera_ de las otras, en lo que segun el
mismo autor, consiste precisamente la idea de la extension; pero muy al
contrario, Condillac, lejos de proseguir por el verdadero camino, se
extravía lastimosamente, y á mas de ponerse en desacuerdo con los
principios que acaba de asentar, altera notablemente el estado de la
cuestion y continúa: «mas para tener la idea distinta y precisa de una
magnitud, es necesario ver como las cosas percibidas unas fuera de
otras, se ligan, se terminan mutuamente, y como todas juntas tienen
límites que las circunscriben.» Esto, repito, es alterar el estado de la
cuestion: no se trata por ahora de una idea distinta y precisa, sino
solamente de una idea. Hasta qué punto la vista podria perfeccionar la
idea de la extension, esta es una cuestion diferente; aunque salta á los
ojos que si la vista por sí sola puede darnos idea de la extension, el
continuado ejercicio de este sentido iria perfeccionando la misma idea.
[68.] La estatua, en opinion de Condillac, no podria sentirse
circunscrita á ningun límite porque no conoceria nada fuera de ella
misma; pero ¿no acaba de decirnos el autor que la estatua se creeria
los diferentes colores, que estos se hallan unos fuera de otros, y que
cuando seria el uno se sentiria fuera del otro? ¿no hay por ventura con
esto solo, nó uno sino muchos límites?
Este argumento no se ocultaba del todo á Condillac; despues de haber
preguntado si el _yo_ de la estatua modificado por una superficie azul
orlada de blanco, no se creeria un azul terminado, dice: «á primera
vista nos inclinaríamos á pensarlo así; pero la opinion contraria es
mucho mas verosímil.» Y por que? «la estatua no puede sentirse extensa
por esta superficie, sino en cuanto cada parte le da la misma
modificacion; cada una debe producir la sensacion de azul; pero si es
modificada de la misma manera por un pié de esta superficie que por una
pulgada ó una línea, no puede representarse en esta modificacion, una
magnitud mas bien que otra; luego no se representa ninguna, luego una
sensacion de color no trae consigo una idea de extension.» Es fácil
notar que ó Condillac supone lo mismo que se disputa, ó no dice nada
conducente á resolver la cuestion. Segun él la estatua es modificada de
la misma manera por un pié de una superficie colorada que por una línea;
si con esto quiere significar que las dos modificaciones son idénticas
bajo todos aspectos, supone lo mismo que debe probar: porque esto es
cabalmente lo que se disputa, á saber, si las superficies diferentes en
magnitud producen tambien sensacion diferente; y si quiere significar,
como parecen indicarlo sus palabras, que la sensacion como color, y
solamente en cuanto color, es la misma en un pié que en una línea, dice
una verdad muy cierta, pero que no nos sirve para nada. Es indudable que
la sensacion de azul, en cuanto azul, es la misma en diferentes
magnitudes, y nadie piensa en negárselo; pero la cuestion no está en
eso; la cuestion está en si permaneciendo uno mismo el color, la
sensacion de la vista se modifica de diferente manera, segun la variedad
de las magnitudes en que la superficie colorada se le presenta.
Condillac lo niega, bien que de un modo incierto y fluctuante: pero creo
que esta negativa es tan infundada, que se puede demostrar todo lo
contrario.
[69.] Yo pregunto á Condillac, si puede haber color sin superficie, si
puede pintarse en la retina un objeto inextenso, si podemos ni aun
concebir un color sin extension; nada de esto es posible: luego la
vision está acompañada necesariamente de la extension.
[70.] Condillac pone la idea de extension en que unas cosas se nos
presenten _fuera_ de otras; esto, segun confiesa él mismo, se verifica
con la sensacion del color; luego la vision de lo colorado debe producir
la idea de la extension. El efugio de Condillac, es sumamente débil: nos
dice que para tener idea de la extension es necesario tenerla de los
límites; pero en primer lugar ya llevo demostrado por la misma doctrina
del autor, que estos límites son sentidos; y además, es muy singular
pretension la de otorgar á la vista la facultad de darnos idea de una
extension ilimitada, y negarle la de producir idea del límite: como si
por lo mismo que vemos lo extenso, no naciera la idea del límite, cuando
nó de otras causas, de la misma limitacion del órgano; como si no fuera
mas inconcebible la sensacion ilimitada que la limitada.
Pero quiero suponer que el límite no es sentido; la extension ilimitada
¿deja de ser extension? ¿no es mas bien la extension por excelencia? ¿La
idea de un espacio sin fin, por ser ilimitada, deja de ser idea de
extension?
[71.] Pónganse delante de los ojos dos círculos colorados, uno de una
pulgada de diámetro, y otro de una vara: prescindiendo de toda sensacion
de tacto ¿el efecto producido en la retina será el mismo? es evidente
que nó: á esto se opone la experiencia, se opone la razon fundada en las
leyes de la reflexion de la luz y en principios matemáticos. Si esta
impresion es diferente, la diferencia será sentida; luego la diferencia
de las magnitudes podrá ser apreciada.
Pero quiero suponer que desoyendo la experiencia y la razon, se empeña
alguno en sostener que la sensacion de los dos círculos será la misma:
voy á hacer palpable la extrañeza y hasta la ridiculez de esta opinion.
Imaginemos que los dos círculos son de color encarnado y terminados por
una línea azul; tomemos el círculo menor y pongámosle dentro del mayor
confundiendo sus centros; pregunto: ¿el ojo que mire la figura, no verá
el círculo menor dentro del mayor? ¿no verá la línea azul que termina el
círculo de una pulgada de diámetro, contenida dentro de la otra línea
azul que termina el círculo de una vara? es evidente que sí. Ahora bien:
sentir la extension, ¿es acaso otra cosa que sentir unas partes fuera de
otras? sentir la diferencia de magnitudes ¿no es sentir las unas mayores
que las otras y conteniendo las otras? es evidente que sí. Luego el ojo
siente la magnitud; luego siente la extension.
[72.] Todavía se puede confirmar mas y mas la verdad que estoy
demostrando. La experiencia nos enseña, y cuando esta no existiese, la
razon nos lo diria, que el campo visual tiene un límite, segun la
distancia á que nos hallamos del objeto. Así, cuando fijamos la vista
sobre una pared de mucha extension, no la vemos toda, sino una parte de
ella. Supongamos que en un campo visual hay un objeto de una magnitud
dada, pero que no llena ni con mucho la superficie abarcada por el ojo:
segun el sistema de Condillac, la vision no puede ser diferente, con tal
que el color sea el mismo; de lo cual resultará que la sensacion será
idéntica, ya sea que el objeto ocupe una pequeñísima parte del campo
visual, ya sea que lo ocupe casi todo. Resultará tambien, que si este
campo visual es un gran lienzo blanco por ejemplo de cien varas
cuadradas, y el objeto es un lienzo azul de una vara cuadrada, la
sensacion será la misma que si el lienzo azul fuese de una pulgada ó de
noventa varas cuadradas.
[73.] Estos argumentos que cuando menos en confuso, debian de
ofrecérsele á Condillac, le hacian expresarse con vacilacion, y hasta
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