El Señor y los demás son Cuentos - 08

Total number of words is 4718
Total number of unique words is 1531
35.8 of words are in the 2000 most common words
49.5 of words are in the 5000 most common words
55.4 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
_cigarro-comestible_ se podía pasar perfectamente dos o tres días sin
más alimento.
--No; quiero comer de veras. Vuestra comida química me apesta, ya lo
sabes. Yo no como por sustentar el cuerpo; como, por comer, por gusto;
el hambre que yo tengo no se quita con alimentarse, sino satisfaciendo
el paladar; ya me entiendes, quiero comer bien. Descendamos a la
tierra; en cualquier parte encontraremos provisiones; todo el mundo
es nuestro. Ahora se me antoja ir a comer el almuerzo o la cena que
tuvieran preparados el Emperador y la Emperatriz de Patagonia; ¡ea,
guía hacia la Patagonia; anda, y a escape, a toda máquina!...
Adambis, pálido de emoción, con voz temblorosa, a la que en vano
procuraba dar tonos de energía, se atrevió a decir:
--Evelina; ya sabes... que siempre he sido esclavo voluntario de tus
caprichos... pero en esta ocasión... perdóname si no puedo complacerte.
Primero me arrojaré de cabeza desde este globo, que descender a la
tierra... a robarle la comida a cualquiera de mis víctimas. Asesino
fuí; pero no seré ladrón.
--¡Imbécil! Todo lo que hay en la tierra es tuyo; tú serás el primer
ocupante...
--Evelina, pide otra cosa. Yo no bajo.
--Y entonces... ¿nos vamos a morir aquí de hambre?
--Aquí tienes mis cigarros de alimento.
--Pero ¿y en concluyéndolos?
--Con un poco de agua y de aire, y de dos o tres cuerpos simples, que
yo buscaré en lo más alto de algunas montañas poco habitadas, tendré lo
suficiente para componer sustancia de la que hay en estos extractos.
--Pero eso es muy soso.
--Pero basta para no morirse.
--¿Y vamos a estar siempre en el aire?
--No sé hasta cuándo. Yo no bajo.
--¿De modo que yo no voy a ver el mundo entero? ¿No voy a apoderarme de
todos los tesoros, de todos los museos, de todas las joyas, de todos
los tronos de los grandes de la tierra? ¿De modo que en vano soy la
mujer del _Dictador in articulo mortis_ de la humanidad? ¿De modo que
me has convertido en una pajarita... después de ofrecerme el imperio
del mundo?...
--Yo no bajo.
--Pero ¿por qué? ¡Imbécil!
--Porque tengo miedo.
--¿A quién?
--A mi conciencia.
--¿Pero hay conciencia?
--Por lo visto.
--¿No estaba demostrado que la conciencia es una aprensión de la
materia orgánica en cierto estado de desarrollo?
--Sí, estaba.
--¿Y entonces?...
--Pero hay conciencia.
--¿Y qué te dice tu conciencia?
--Me habla de Dios.
--¡De Dios! ¿De qué Dios?
--¡Qué sé yo! De Dios.
--Estás _incapaz_, hijo. No hay quien te entienda. Explícate. ¿No te
burlabas tú de mí porque _predicaba_, porque iba a misa, y me confesaba
a veces? Yo era y soy católica, como casi todas las señoras del mundo
habían llegado a serlo. Pero eso no me impedía reconocer que tú, como
casi todos los hombres del mundo, tendrías tus razones para ser ateo
y racionalista, y recordarás que nunca te armé ningún caramillo por
motivos religiosos.
--Es cierto.
--Pero, ahora, cuando menos falta hace, te vienes tú con la
conciencia... y con Dios... Y a buena hora, cuando ya no hay quien te
absuelva, porque las mujeres no podemos meternos en eso. Eres tonto,
Judas, siempre lo he dicho, eres un sabio muy tonto.
--Pues yo no bajo.
--Pues yo no fumo. Yo no me alimento con esas porquerías que tú
fabricas. Todo eso debe de ser veneno a la larga. A lo menos, hombre,
descendamos donde no haya gente..., en alguna región donde haya buena
fruta..., espontánea, ¡qué sé yo! tú, que lo sabes todo, sabrás dónde
hay de eso. Guía.
--¿Te contentarías con eso..., con buena fruta?
--Por ahora..., sí, puede.
Adambis se quedó pensativo. Él recordaba que entre los modernísimos
comentaristas de la _Biblia_, tanto católicos como protestantes,
se había tratado, con gran erudición y copia de datos, la cuestión
geográfico-teológica del lugar que ocuparía en la tierra el Paraíso.
Él, Adambis, que no creía en el Paraíso, había seguido la discusión
por curiosidad de arqueólogo, y hasta había tomado partido, a reserva
de pensar que el Paraíso no podía estar en ninguna parte, porque no
lo había habido. Pero era lo cierto que, hipotéticamente, suponiendo
fidedignos los datos del Génesis, y concordándolos con modernos
descubrimientos hechos en Asia, resultaba que tenían razón los que
colocaban el Jardín de Adán en tal paraje, y no los que le ponían
en tal otro sitio. La conclusión de Adambis era: que "si el Paraíso
hubiera existido, sin duda hubiera estado donde decían los doctores A.
y B., y no donde aseguraban los PP. X. y Z."
De esta famosa discusión y de sus opiniones acerca de ella, le hicieron
acordarse las palabras de su mujer.--"¡Si la Biblia tuviera razón! ¡Si
todo eso hubiera sido verdad!" ¿Quién sabe? Por si acaso, busquemos.
Y después de pensar así, dijo en voz alta:
--Ea, Evelina, voy a darte gusto. Voy a buscar eso que pides: una
región no habitada que produce espontáneos frutos y frutas de lo más
delicado.
Y seguía pensando el doctor: Dado que el Paraíso exista y que yo dé
con él, ¿será lo que fué?
¿Seguirá Dios haciéndole producir tan sabrosos frutos? ¿No se habrá
estropeado algo con las aguas del diluvio? Lo que es indudable, si
la Biblia dice bien, es que allí no ha vuelto a poner su planta ser
humano. Esos mismos sabios que han discutido dónde estaba el Paraíso no
han tenido la ocurrencia de precisar el lugar, de ir allá, buscarlo,
como yo voy a hacer.
Ellos decían: debió de estar hacia tal parte, cerca de tal otra; pero
no fueron a buscarle. Tal vez yo lo encuentre. Y bajando en globo,
aunque los ángeles sigan a la puerta con espadas de fuego, no me
impedirán la entrada.
¡Oh, sí, busquemos el Paraíso! Paraíso para mí, porque será el único
lugar de la tierra desierto: es decir, que no sea un cementerio; único
lugar donde no encontraré el espectáculo horrendo de la humanidad
muerta e insepulta.
Abreviemos. Buscando, buscando, desde el aire con un buen anteojo,
comparando sus investigaciones con sus recuerdos de la famosa discusión
teológico-geográfica, Adambis llegó a una región del Asia Central,
donde, o mucho se engañaba, o estaba lo que buscaba. Lo primero que
sintió fué una satisfacción del amor propio... La teoría de los _suyos_
era la cierta... El Paraíso existía y estaba allí, donde él creía. Lo
raro era que existiese el Paraíso.
El amor propio por este lado salía derrotado.
Y todavía quería defenderse gritándole a Judas en la cabeza:
--¡Mira, no sea que te equivoques! No sea eso una gran huerta de algún
mandarín chino o de un Bajá de siete colas...
El paisaje era delicioso; la frondosidad, como no la había visto jamás
Adambis.
Cuando él dudaba así, de repente Evelina, que también observaba con
unos anteojos de teatro, gritó:
--¡Ah, Judas, Judas! por aquel prado se pasea un señor..., muy alto,
sí, parece alto..., de bata blanca... con muchas barbas, blancas
también...
--¡Cáscaras!--exclamó el doctor, que sintió un escalofrío mortal.
Y dirigiendo su catalejo hacia la parte a que apuntaba Evelina, dijo
con voz de espanto:
--No hay duda..., es él. ¡Él, mejor dicho!
--Pero ¿quién?
--¡Yova Elhoim! ¡Jehová! ¡El Señor Dios! ¡El Dios de nuestros
mayores!...

IV
El autor de toda esta farsa necesita, al llegar a este punto de su
narración, interrumpirla, aunque los sienta y mortifique a esas
pléyades de jóvenes naturalistas _en román paladino_, que no pueden
ver sin disgusto que aparezca en la novela o cuento, o lo que sea, la
personalidad del escritor. Yo, de buena gana, continuaría siendo tan
_objetivo_ como hasta aquí; pero no tengo más remedio que sacar a plaza
mi humilde personalidad, aunque sea pecando contra todos los cánones y
_Falsas Decretales_ del naturalismo traducido al _vulga-puck_ (lengua
universal del vulgo).
Esas pléyades de naturalistas imberbes (y no digo pléyade, en singular,
porque pléyades no tiene ni puede tener singular, aunque lo olviden la
mayor parte de nuestros periodistas) me dispensarán; pero al presentar
en escena nada menos que al _Deus ex machina_ de la Biblia, necesito
hacer algunas manifestaciones.
Pintar a Jehová (así lo llama el vulgo) tal como es, sin _idealizarlo_
ni nada de eso, es empresa superior a mis fuerzas, porque yo nunca le
he visto.
Discuten los sabios si el mismo Moisés llegó a verlo cara a cara;
algunos afirman que sólo una vez gozó de su presencia; pero yo, sin
ser sabio, me inclino al parecer de los que piensan que ni Moisés ni
nadie puso en él los ojos en la vida. Otra cosa es aquello de sentir el
Espíritu del Señor que pasa, el soplo divino que hiere el rostro, etc.,
etc. Eso es posible.
Más fácil me sería, una vez presentado en escena Jehová, hacer que su
carácter _fuera sostenido_ desde el principio hasta el fin, como piden
los preceptistas, que de camino son gacetilleros, a los autores de
dramas y novelas. Para sostener el carácter de Jehová me basta con los
documentos bíblicos, pues se ve en ellos que su energía no decae ni un
momento y que en él no hay contradicciones; porque el haber hecho el
mundo, y arrepentirse después, no es una contradicción, toda vez que,
si a eso fuéramos, ahí está Cánovas, que primero fué revolucionario y
después se arrepintió, y la energía de Cánovas, sin embargo, está fuera
de toda discusión. Y me alegro de haber citado a este personaje, porque
si ustedes quieren buscarle a Jehová, según le presenta la Biblia, un
parecido, el mayor que encontrarán en la historia, para tener idea del
_Zeus_ bíblico, será ése, Cánovas, el _Feus_ malagueño.
Y ahora tengo que entendérmelas con los timoratos y escrupulosos en
materia religiosa, que acaso quieran ver ribetes de impiedad en mi
cuento. No hay tal impiedad; primero y principalmente, porque sólo se
trata de una broma, y yo aquí no quiero probar nada, ni acabar con
la Iglesia de Pedro, ni siquiera con los abusos del clero madrileño.
Ni yo soy clérigo de _El Resumen_, ni siquiera redactor de _Las
Dominicales_, ni ése es el camino. Por no ser, ni soy como el autor
de _Namouna_, adorador de Cristo y además de Ahura-Mazda y de Brahma
y de Apis y de Vichnú, etcétera, etc. Estos eclecticismos religiosos
no se han hecho para mí. Lo que puedo jurar es que respeto a Jehová,
escríbase cómo se escriba, tanto como el que más, y que en este cuento
no pretendo reemplazar la religión de nuestros mayores por otra de mi
invención. Para significar ese respeto precisamente, prescindo de los
procedimientos naturalistas, y en vez de presentar al nuevo personaje
obrando y hablando, como quiere la buena retórica, pasaré como sobre
ascuas sobre todo lo que se refiere a sus relaciones con Adambis, mi
héroe, valiéndome de una narración indirecta y no de una descripción
directa y plástica.
Apresúrome a decir que la bata que Evelina creyó haber visto pendiente
de los hombros del que se paseaba por aquel prado del Paraíso, no debía
de ser tal bata, ni las barbas, barbas; pero ya saben ustedes que las
mujeres todo lo materializan.
Ello es que aquél era Jehová, efectivamente, y que se estaba paseando
por aquel prado del Paraíso, como solía todas las tardes que hacía
bueno; costumbre que le había quedado desde los tiempos de Adán.
Adambis, aturdido con la presencia del Señor, de que no dudaba, pues si
hubiese sido un hombre como los demás hubiera muerto a las doce de la
mañana, Adambis, lleno de terror y de vergüenza, perdió los estribos...
del globo, como si dijéramos; es decir trocó los frenos, o de otro
modo, dejó que la máquina de dirigir el aerostático se descompusiese,
y el globo comenzó a bajar rápidamente y se enredó en las ramas de un
árbol.
Evelina gritaba, espantando las aves del Paraíso, que volaban en
grandes círculos alrededor de los inesperados viajeros.
Levantó el Señor la cabeza al oir tanto ruido, y viendo el trance,
acudió a salvar a los náufragos del aire.
A presencia de Jehová, el doctor Judas permanecía silencioso y
avergonzado. Evelina miraba al Señor con curiosidad, pero sin asombro.
Encontrarse con un Dios personal de manos a boca, le parecía tan
natural, como le hubiera parecido la demostración matemática de que
Dios no existe. Lo que ella quería era tomar algo.
Con arreglo a lo dicho, se renuncia a copiar aquí el diálogo que medió
entre Jehová y el sabio de Mozambique. Pero se dirá la sustancia.
El Señor no abusó, como hubiera hecho Júpiter, o _El Siglo Futuro_,
de su situación, que le daba una superioridad incontestable. Nada de
pullas, ni de sarcasmos mucho menos. Demasiado sabía él que Adambis,
desde que había estudiado Anatomía comparada, se había pasado la vida
negando la posibilidad de un Dios personal. Los dos sabían esto. ¿Para
qué hablar de ello?
Judas se creyó en el deber de humillarse y de confesar su error. Pero
Jehová, con una delicadeza que nunca tuvieron los Nocedales en sus
palizas a _La Unión_, hizo que la conversación cambiase de rumbo.
Lo pasado, pasado. Ahora se trataba de reformar la humanidad por
segunda vez. Lo de Adán había salido mal; el remedio del diluvio
tampoco había probado; tal vez el mal habría estado en dejar vivos
a tantos parientes; un mundo que comienza entre suegros y cuñadas,
no puede ir bien. Además, lo primero que había hecho Noé, pasada la
borrasca, había sido emborracharse... Jehová esperaba más formalidad
por parte de Judas Adambis. Judas había acabado con la humanidad...
Corriente. Poco se había perdido.
El pesimismo era la tontería que menos podía tolerar Elhoim; la
humanidad se había hecho pesimista...; bien muerta estaba. Ahora se
trataba de otro ensayo: Adambis iba a repoblar el mundo, y si esta
nueva cría salía mal también, basta de ensayos; la tierra se quedaría
en barbecho por ahora.
El matrimonio de Adambis y Evelina había sido hasta entonces infecundo;
pero con las aguas del Paraíso, Jehová prometía que la fecundidad
visitaría el seno de aquella señora.
--No serán ustedes inocentes--vino a decir Jehová--, porque eso ya no
puede ser. Pero esto mismo me conviene. Inocente y todo, Adán hizo lo
que hizo. Usted, señor Adambis, es un sabio verdadero, a pesar de sus
errores teológicos, y quiero ver si me conviene más la suprema malicia
que la suprema inocencia. Desde hoy llevan ustedes en arrendamiento
todo este jardín amenísimo. La renta que me han de pagar serán sus
buenas obras. Todo lo que ustedes ven es de ustedes.
--¿Absolutamente todo?--exclamó Evelina.
Y Jehová, aunque con otras palabras, vino a decir:
--Sí, señora..., sin más excepción que una... insignificante. Pongo
por condición... la misma que puse al otro. No se ha de tocar a este
manzano, que en un tiempo fué el árbol de la ciencia del bien y del
mal, y que ahora no es más que un manzano de la acreditada clase de
los que producen las ricas manzanas de Balsaín. Por comer de esos
manzanos no sabrán ustedes ni más ni menos de lo que saben, ni serán
como dioses, ni nada de eso. Si Satanás se presenta otra vez y quiere
tentar a esta señora, no le haga caso ninguno. Como este manzano los
hay a porrillo en todo el Paraíso. Pero yo me entiendo, y no quiero que
se toque en ese árbol. Si coméis de esas manzanas... vuelta a empezar;
os echo de aquí, tendréis que trabajar, parirá esta señora con dolor,
etc., etc. En fin, ya saben ustedes el programa. Y no digo más.
Y desapareció Jehová Elhoim.
Y casi me alegro, porque ahora ya puedo copiar el diálogo textualmente.
Evelina encogió los hombros y dijo:
--Tú, Judas, ¿qué opinas de todo esto?
--¡Figúrate!
--Valiente sabio estabas tú. Mira qué bien hacía yo en ir a misa, por
un si acaso. Tú eres un tonto, que por poco nos haces condenarnos a los
dos. Afortunadamente, el Señor parece un señor muy amable.
--¡Oh! La Bondad infinita...
--Sí, pero...
--El Sumo Bien...
--Sí, pero...
--La Sabiduría infinita.
--Sí, pero...
--¿Pero qué, hija?
--Pero algo raro.
--Y tan raro, como que es el único.
--No, no quiero decir raro en ese sentido, sino en el de... ¡Mira
tú que prohibirnos comer de esas manzanas como si fuéramos unos
chiquillos!...
--Y no comeremos.
--Claro que no, hombre. No te pongas tan fiero. Pues por eso digo
que es raro. ¿Qué trabajo nos cuesta a nosotros ponernos formales y,
escarmentados, prescindir de unas pocas manzanas que son como las demás?
--Mira, en eso no nos metamos. Dios es Dios, ¿estás? y lo que Él hace,
bien hecho está.
--Pero confiesa que eso es un capricho.
--No confieso tal, ni tú tampoco; y te prohibo blasfemar en adelante.
Por lo pronto, no pienses más en tales manzanas..., que el diablo las
carga.
--¡Qué ha de cargar, infeliz! Buena soy yo. A propósito, tengo sed...,
deseo de eso, de eso..., de fruta..., de manzanas precisamente, y de
Balsaín.
--¡Mujer!
--¡Bobalicón! ¿No ha dicho que de esa clase hay aquí a porrillo? Pues
vamos a buscar otro árbol igual, y me das un hartazgo. ¿Conoces tú el
Balsaín?
--Sí, Evelina. _(Busca.)_ Aquí tienes otro árbol igual que ese
prohibido. Toma. ¿Ves qué hermosa manzana? Balsaín legítimo.
Evelina clavó los blancos y apretados dientes en la manzana que le
ofrecía su esposo.
Mientras Judas volvía la espalda y buscaba otro ejemplar de la hermosa
fruta, una voz, como un silbido, gritó al oído de Evelina.
--¡Eso no es Balsaín!
Tomó ella el aviso por voz interior, por revelación del paladar, y
gritó irritada:
--Mira, Judas, a mí no me la das tú. ¡Esto no es Balsaín!
Un sudor frío, como el de las novelas, inundó el cuerpo de Adambis.
--Buenos estamos--pensó--. ¡Si Evelina empieza a desconfiar... no va a
haber Balsaín en todo el Paraíso!
Así fué... A cien árboles se arrancó fruta, y la voz siempre gritaba al
oído de la esposa:
--¡Eso no es Balsaín!
--No te canses, Judas--dijo ella ya fatigada. No hay más manzanas de
Balsaín en todo el Paraíso que las del árbol prohibido.
Hubo una pausa.
--Pues hija...--se atrevió a decir Adambis--ya ves..., no hay más
remedio... Si te empeñas en que no hay más que ésas... te quedarás sin
ellas.
--¡Bien, hombre, bien; me quedaré! Pero no es esa manera de decírselo a
una.
La voz de antes gritó al oído de Evelina:
--¡No te quedarás!
--Otro sería más... enamorado que tú. Claro, un sabio no sabe lo que es
pasión...
--¿Qué quieres decir, Evelina?...
--Que Adán, con ser Adán, era más cumplido amador que tú.
--Tengamos la fiesta en paz, y renuncia al Balsaín.
--¡Bueno! Pues tú... ya que prefieres cumplir un capricho de quien hace
una hora negabas que existiese, a satisfacer un deseo de tu mujer...,
tú, mameluco, renuncia a lo otro.
--¿Qué es lo otro?
--¿No se nos ha dicho que seré fecunda en adelante?
--Sí, hija mía; de eso iba a hablarte...
--Pues no hay de qué. Nada de fecundidad.
--Pero, hija...
--Nada, que no quiero.
--¡Así, perfectamente!--dijo la voz que le hablaba al oído a Evelina.
Volvióse ella y vió al diablo en figura de serpiente, enroscado en el
tronco del árbol prohibido.
Evelina contuvo una exclamación, a una señal del diablo, que comprendió
perfectamente; se dirigió a su marido y le dijo sonriente:
--Pues mira, pichón; si quieres que seamos amigos, corre a pescarme
truchas de aquel río que serpentea allá abajo...
--Con mil amores...
Y desapareció el sabio a todo escape.
Evelina y la serpiente quedaron solos.
--Supongo que usted será el demonio... como la otra vez.
--Sí, señora; pero créame usted a mí: debe usted comer de estas
manzanas y hacer que coma su marido. No digo que después serán ustedes
iguales que dioses; nada de eso. Pero la mujer que no sabe imponer su
voluntad en el matrimonio, está perdida. Si ustedes comen, perderán
ustedes el Paraíso; ¿y qué? Fuera están las riquezas de todo el mundo
civilizado a su disposición... Aquí no haría usted más que aburrirse y
parir...
--¡Qué horror!
--Y eso por una eternidad...
--¡Jesús! No lo quiera Dios. Venga, venga; y Evelina se acercó al
árbol, arrancó una, dos, tres manzanas, y las fué hincando el diente
con apetito de fiera hambrienta.
Desapareció la serpiente, y a poco volvió Adambis... sin truchas.
--Perdóname, mona mía, pero en ese río... no hay truchas...
Evelina echó los brazos al cuello de su esposo.
Él se dejó querer.
Una nube de voluptuosidad los envolvió luego.
Cuando el doctor se atrevió a solicitar las más íntimas caricias,
Evelina le puso delante de la boca media manzana ya mordida por ella, y
con sonrisa capaz de seducir a Saia Muní, dijo:
--Pues come.
--¡_Vade retro_!--gritó Judas, poniéndose en salvo de un brinco--. ¿Qué
has hecho, desdichada?
--Comer, perderme... Pues ahora piérdete conmigo, come... y yo te haré
feliz... mi adorado Judas...
--Primero me ahorcan. No, señora, no como. Yo no me pierdo. Tú no sabes
cómo las gasta Jehová. No como.
Irritóse Evelina, y fué en vano. No sirvieron ruegos, ni amenazas, ni
tentaciones. Judas no comió.
Así pasaron aquel día y la noche, riñendo como energúmenos. Pero Judas
no comió la fruta del árbol prohibido.
Al día siguiente, muy de madrugada, se presentó Jehová en el huerto.
--¿Qué tal, habéis comido bien?--vino a preguntar.
En fin, hubo explicaciones. Jehová lo supo todo.
--Pues ya sabéis la pena cuál es--vino a decir, pero sin incomodarse--.
Fuera de aquí, y a ganarse la vida...
--Señor--observó Adambis--, debo advertir a vuestra Divina Majestad que
yo no he comido del fruto prohibido... Por consiguiente, el destierro
no debe ir conmigo.
--¿Cómo? ¿Y me dejarás marchar sola?--gritó ella furiosa.
--Ya lo creo. Hasta aquí hemos llegado. A perro viejo no hay tus tus.
--De modo--vino a decir el Señor--que lo que tú quieres es el
divorcio... _quo ad thorum et habitationem_.
--Justo, eso; la _separación de cuerpos_, que decimos los clásicos.
--Pero entonces se va a acabar la humanidad en muriendo tu esposa...;
es decir, no quedará más hombre que tú..., que por ti solo no puedes
procrear--vino a decir Jehová.
--Pues que se acabe. Yo quiero quedarme aquí.
Y en efecto, se quedó Adambis en el Paraíso.
Y salió Evelina, arrastrada por dos ángeles de guardia.
Renuncio a describir el furor de la desdeñada esposa al verse sola
fuera del Paraíso. La Historia no dice de ella sino que vivió sola
algún tiempo como pudo. Una leyenda la supone entregada al feo vicio
de Pasífae, y otra más verosímil cuenta que acabó por entregar sus
encantos al demonio.
En cuanto al prudente Adambis, se quedó, por lo pronto, como en la
gloria, en el Paraíso.
¡Ahora sí que es esto Paraíso! ¡Dos veces Paraíso! ¡Todo es mío,
todo... menos mi mujer!... ¡Qué mayor felicidad!...
Pasaron siglos y siglos, y Adambis llegó a cansarse del jardín
amenísimo. Intentó varias veces el suicidio, pero fué inútil. Era
inmortal. Pidió a Dios la traslación, y Judas fué transportado de la
tierra, según ya lo habían sido Enoch y algún otro.
Así fué como, _al fin_, se acabó el mundo, por lo que toca a los
hombres.


UN JORNALERO

Salía Fernando Vidal de la Biblioteca de N**, donde había estado
trabajando, según costumbre, desde las cuatro de la tarde.
Eran las nueve de la noche; acababa de obscurecer.
La Biblioteca no estaba abierta al público sino por la mañana.
Los porteros y demás dependientes vivían en la planta baja del
edificio, y Fernando, por un privilegio, disfrutaba a solas de la
Biblioteca todas las tardes y todas las noches, sin más condiciones que
éstas: ir siempre sin compañía; correr, por su cuenta, con el gasto
de las luces que empleaba, y encargarse de abrir y cerrar, dejando al
marcharse las llaves en casa del conserje.
En toda N**, ciudad de muchos miles de habitantes, industriosa,
rica, llena de fábricas, no había un solo ciudadano que disputase ni
envidiase a Vidal su privilegio de la Biblioteca.
Cerró Fernando como siempre la puerta de la calle con enorme llave, y
empuñando el manojo que ésta y otras varias formaban, anduvo algunos
pasos por la acera, ensimismado, buscando, sin pensar en ello, el
llamador de la puerta en la casa del conserje, que estaba a los pocos
metros, en el mismo edificio.
Pero llamó en vano. No abrían, no contestaban.
Vidal tardó en fijarse en tal silencio. Iba lleno de las ideas que con
él habían bajado a la calle dejando las frías páginas de los libros de
arriba, la eterna prisión.
"No está nadie", pensó, por fin, sin fijarse en que debía extrañar que
no estuviese nadie en casa del conserje.
--¡Y qué hago yo con esto!--se dijo, sacudiendo el manojo de llaves que
le daba aspecto de carcelero.
En aquel momento se fijó en otra cosa. En que la noche era obscura, en
que había faroles, tres, bien lo recordaba, a lo largo de la calle, y
no estaba ninguno encendido.
Después notó que a nadie podía parecerle ridícula su situación, porque
por la calle de la Biblioteca no pasaba un alma. Silencio absoluto.
Una detonación lejana le hizo exclamar:
--¡Un tiro!
Y el tiro, más bien su nombre, le trajo a la actualidad, a la vida real
de su pueblo.
--Cuando salí de casa, después de comer, en el café oí decir que esta
noche se armaba, que los socialistas o los anarquistas, o no sé quién,
preparaban un golpe de mano para sacar de la cárcel a no sé qué presos
de su comunión y proclamar todo lo proclamable.
Debe de ser eso. Debe de estar armada.
¡Dios mío!--siguió reflexionando--si está armada, si aquí pasa algo
grave, mañana acaso esté cerrada la Biblioteca, acaso no me permitan
o no pueda yo venir de tarde a terminar mi examen del códice en que
he descubierto tan preciosos datos para la historia de los disturbios
de los gremios de R*** en el siglo... ¡por vida del chápiro! Y si
mañana no concluyo mi trabajo, el número próximo de la Revista
Sociológico-histórica sale sin mi artículo... y quién sabe si Mr.
Flinder en la Revista de Ciencias morales e históricas de Zurich se
adelantará, si es verdad, como me escriben de allá, que ha visto este
precioso documento el año pasado, cuando estuvo aquí mientras yo fuí a
Vichy.
No, mil veces no; eso no puedo consentirlo; no es por vanidad pueril;
es que esos socialistas de cátedra me son antipáticos; Flinder de fijo
arrima el ascua a su sardina; de fijo lo convierte todo en sustancia,
y de los datos favorables para sus teorías que este códice contiene,
quiere hacer una catedral, toda una prueba plena..., y eso, vive Dios,
que es profanar la historia, el arte, la ciencia... No, no; yo diré
primero la verdad desnuda, imparcialmente, reconociendo todo lo que
este manuscrito arroja de luz en la tan debatida cuestión..., pero sin
que sirva de arma para tirios ni troyanos. Me cargan los utopistas, los
dogmáticos...
Sonó otro tiro.
"Pues debe de ser eso. Debe de haberse armado." Vidal se aventuró
por la calle arriba. Al dar vuelta a la esquina, que estaba lejos de
la Biblioteca, en la calle inmediata, como a treinta pasos, vió al
resplandor de una hoguera un montón informe, tenebroso, que obstruía la
calle, que cerraba la perspectiva. "Debe de ser una barricada."
Alrededor de la hoguera distinguió sombras. "Hombres con fusiles",
pensó; "no son soldados; deben de ser obreros. Estoy en poder de los
enemigos... del orden."
Una descarga nutrida le hizo afirmarse en sus conjeturas; oyó gritos
confusos, ayes, juramentos...
No cabía duda, se había armado. "Aquello era una barricada, y por aquel
lado no había salida."
Deshizo el camino andado, y al llegar a la puerta de la Biblioteca se
detuvo, se rascó detrás de una oreja y meditó.
"Mañana, por fas o por nefas, estará esto cerrado; mi artículo no podrá
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - El Señor y los demás son Cuentos - 09
  • Parts
  • El Señor y los demás son Cuentos - 01
    Total number of words is 4509
    Total number of unique words is 1557
    37.0 of words are in the 2000 most common words
    52.2 of words are in the 5000 most common words
    59.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Señor y los demás son Cuentos - 02
    Total number of words is 4860
    Total number of unique words is 1632
    34.9 of words are in the 2000 most common words
    49.5 of words are in the 5000 most common words
    56.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Señor y los demás son Cuentos - 03
    Total number of words is 4746
    Total number of unique words is 1585
    35.0 of words are in the 2000 most common words
    49.3 of words are in the 5000 most common words
    55.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Señor y los demás son Cuentos - 04
    Total number of words is 4816
    Total number of unique words is 1695
    34.6 of words are in the 2000 most common words
    49.3 of words are in the 5000 most common words
    56.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Señor y los demás son Cuentos - 05
    Total number of words is 4885
    Total number of unique words is 1621
    35.6 of words are in the 2000 most common words
    48.7 of words are in the 5000 most common words
    55.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Señor y los demás son Cuentos - 06
    Total number of words is 4808
    Total number of unique words is 1608
    37.2 of words are in the 2000 most common words
    50.9 of words are in the 5000 most common words
    56.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Señor y los demás son Cuentos - 07
    Total number of words is 4682
    Total number of unique words is 1599
    34.1 of words are in the 2000 most common words
    46.9 of words are in the 5000 most common words
    53.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Señor y los demás son Cuentos - 08
    Total number of words is 4718
    Total number of unique words is 1531
    35.8 of words are in the 2000 most common words
    49.5 of words are in the 5000 most common words
    55.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Señor y los demás son Cuentos - 09
    Total number of words is 4783
    Total number of unique words is 1687
    35.9 of words are in the 2000 most common words
    49.7 of words are in the 5000 most common words
    56.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Señor y los demás son Cuentos - 10
    Total number of words is 4779
    Total number of unique words is 1564
    36.8 of words are in the 2000 most common words
    51.0 of words are in the 5000 most common words
    57.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Señor y los demás son Cuentos - 11
    Total number of words is 3354
    Total number of unique words is 1163
    35.8 of words are in the 2000 most common words
    49.9 of words are in the 5000 most common words
    56.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.