El Sabor de la Venganza - 2

Total number of words is 4393
Total number of unique words is 1538
37.4 of words are in the 2000 most common words
50.1 of words are in the 5000 most common words
56.4 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
Las observaciones del padre Anselmo me regocijaban lo indecible.
Una vez había dos mujeronas de la vida airada en el locutorio esperando
a alguno.
--¡Pobres muchachas!--dijo el padre Anselmo--; habrán venido a ver a
sus padres o quizá a sus novios.
--Sí, seguramente.
Yo, cuando le oía alguna de estas cosas, hacía un gesto para no echarme
a reír, y él se reía también, porque decía que, aunque cura, era muy
malicioso.
Al padre Anselmo le gustaba fumar y yo le daba cigarros; pero él no
quería.
--Un cigarrito, bien; pero nada más. Ya sería vicio.
Un día, después de muchas vacilaciones, me dijo:
--Don Eugenio.
--¿Qué?
--Me han dicho una cosa muy grave.
--¿Qué le han dicho a usted?
--Que usted es liberal.
--¡Ah!; ¿pero no lo sabía usted?
--No. ¡Así que usted es liberal! ¡Ave María Purísima! ¡Y yo que le
creía a usted una buena persona!
--Y lo soy.
--Pero, bueno, dígame usted la verdad. ¿Usted ha hecho pacto con el
Demonio?
--No, no; puede usted creerme, padre Anselmo: no he hecho pacto con él.
--¡Ah, vamos! Así que usted sigue siendo cristiano.
--Sí, sí.
--Porque hay otros, ¿sabe usted?, que van a las logias masónicas, y
allí creo que hacen horrores. ¡Ave María Purísima!
El padre Anselmo me entretenía con su conversación, cándida e inocente.
Muchas veces me hablaba del campo, de lo que estarían haciendo por
aquellos días en su pueblo. Su charla tenía un sabor de aldea que me
encantaba. No hay sitio, ciertamente, en donde los recuerdos del campo
tengan más valor, ni más encanto, que en la cárcel; así que yo le oía
al cura viejo entretenidísimo.


V
LUCHAS
Tienen dos madres, las dos
madrastras: la ignorancia y la
miseria.
VÍCTOR HUGO: _Los Miserables_.

LA Cárcel de Corte tenía tres patios, que servían para que pasearan
los presos. El primero se hallaba dentro del edificio actual, y tenía
alrededor oficinas y cuartos para nosotros los políticos; el segundo
estaba entre los dos cuerpos del edificio, el que queda y el derribado,
que daba a la calle de la Concepción Jerónima.
A los lados de éste se levantaban unos pabellones abovedados,
horriblemente sucios y siniestros. A uno de ellos lo llamaban la
Grillera. Allí solían estar encerrados los ladrones, y, en una especie
de jaula, se metían todas las noches a los muchachos jóvenes y a los
niños, jaula que se llamaba la Gallinería. De este patio central se
pasaba a otro, pequeño y profundo, que daba hacia la calle de la
Concepción Jerónima, y que había sido el antiguo cementerio de los
Padres del Salvador. Cortando el edificio había un callejón estrecho,
el callejón del Verdugo, por el cual entraba el ejecutor de la Justicia
cuando tenía que acompañar a algún reo a la horca.
Hacia la Concepción Jerónima había calabozos irregulares, obscuros, que
se destinaban a los grandes criminales y asesinos, y más atrás, una
pequeña capilla para los condenados a muerte, en la cual se les tenía
tres días.
Los presos del segundo patio vivían horriblemente: a muchos no les
llegaba el rancho; si tenían algún dinero podían recurrir a una
cantina, donde estaba todo carísimo; si no, se quedaban sin comer. Un
preso murió de hambre en un calabozo. Aquel calabozo se le llamó el del
Olvido.
Era el tercer calabozo célebre de la cárcel; había otros dos que tenían
nombre: el de La Sed y el del Dragón.
Cuando yo visité el segundo patio, en el calabozo del Olvido había un
idiota vagabundo a quien tenían que traspasar al hospital. Este idiota
chillaba y cantaba y hacía reír a los presos, que le consideraban como
un hombre feliz.
Los criminales audaces conseguían allí lo que querían: comían bien,
bebían, tenían armas y hacían que les visitasen las mujeres del otro
departamento.
Paco el Sastre, a quien, como digo, Candelas me había recomendado, me
hizo conocer a dos raterillos a quienes exigió que me obedecieran como
a su jefe. Uno de éstos era el Gacetilla, un chico que llamaban así
porque sabía todo cuanto ocurría dentro y fuera de la cárcel, y el
otro, el Mambrú, un gimnasta que andaba con las manos y daba saltos
mortales.
Por estos muchachos pude comunicarme libremente con mis amigos de
fuera. Uno de los procedimientos que tenían era cantar. Un preso
cantaba una copla, en la que decía disimuladamente lo que quería, y
al día siguiente se ponía un ciego con la guitarra en la Concepción
Jerónima, y en la canción que entonaba venía la respuesta.
Con Paco el Sastre comencé a organizar una campaña contra el alcaide y
los carceleros carlistas. Los presos del segundo patio se dividieron
también en liberales y carlistas; pero aquí las fuerzas estaban
equilibradas.
Entre aquellos bandidos y estafadores, la influencia de un
lugarteniente de Candelas, como Paco el Sastre, era decisiva. Yo les
ayudé lo que pude a los que se vinieron al campo liberal.
Con motivo de la división entre carlistas y liberales se producían
riñas constantes; un día hubo en el segundo patio una gran pelea entre
un bandido que llamaban el Raspa, que había sido procesado a raíz de la
matanza de frailes, y un guerrillero carlista, el Ausell.
Se desafiaron: el Raspa le tiró una navajada y le cortó la cara,
mientras el otro le dió una cuchillada en el pecho que le dejó medio
muerto.
Yo hice un padrón de los presos liberales, de los carlistas y de los
indefinidos, y como prefacio al padrón, un ligero estudio acerca de
la psicología de los tipos desde el punto de vista del mayor o menor
valor que podían tener para una conspiración.
Aviraneta me confesó que en su tiempo pensó hacer, más o menos en
broma, el manual del perfecto conspirador.


VI
EL SEGUNDO PATIO
En el patio de la cárcel hay
escrito con carbón: «Aquí el
bueno se hace malo, y el malo
se hace peor».
CARCELERA.

YO no soy precisamente un sentimental, ni un poeta de delicadezas ni de
ternuras, y, sin embargo, la perspectiva del segundo patio, la primera
vez que entré en él, me hizo un efecto terrible. Era un cuadrado con
paredes altas y lleno de gente.
Aquel patio tenía algo de plazuela, de casa de juego, de manicomio, de
foro, de plaza de toros y de hospital.
Todas las aglomeraciones de hombres solos son, indudablemente,
malsanas, repugnantes; huelen a sentina, ya sean cárceles, cuarteles,
seminarios o conventos; pero la cárcel es la cloaca máxima.
Allí se reúne la basura humana, los detritos de la sociedad. Lo que no
está podrido se pudre pronto, y la infección envenena el ambiente con
sus miasmas.
La cárcel es como la imagen negativa de la vida moral. Allí la bajeza,
la fealdad, la maldad, el odio, todo lo más horrendamente humano, se
muestra a lo vivo.
Es un pantano en una fermentación constante que exhala vapores fétidos
bastantes para envenenar toda la atmósfera.
La cárcel es la universidad de lo perverso. La Naturaleza se divierte,
a veces, en formar monstruos con lo físico o con lo moral. Los
monstruos físicos vagan por el mundo; los monstruos morales tienden a
reunirse en la cárcel. Aquí se completan, se complican, se hacen más
perfectos en su monstruosidad.
En la Cárcel de Corte, por entonces, había de todo: políticos,
homicidas, lechuguinos, jovencitos elegantes y bien puestos, viejos
barbudos y enfermos, locos desnudos que lanzaban horribles lamentos,
reñidores desesperados que pasaban la vida entre gritos y blasfemias.
Allí el robo, el asesinato, la estafa, la locura, el cinismo, la
enfermedad, la miseria, la matonería, la sodomía se daban la mano y
bailaban una terrible danza macabra.
Esta fermentación de la cárcel, que acaba con los sentimientos nobles
del hombre, no sólo no acaba, sino que deja el egoísmo, el instinto de
vivir más ágil que nunca. Nada se parece tanto a un gallinero, a una
casa de fieras, a una selva virgen, a un bosque de bestias feroces,
como una cárcel. El preso vive allí como un piel roja, siempre en
acecho, dispuesto a destrozar al prójimo por la fuerza, por la malicia
o por el engaño.
Lo característico de la cárcel es esto: que no hay piedad. El valiente
allí muere o vence, el tímido sucumbe; para el desdichado sin energía
son todas las miserias, todos los horrores, todas las groseras
mixtificaciones.
El fuerte manda y gallea; el cobarde adula y se envilece. Allí no hay
que hacerse ilusiones. Hay que dejar toda esperanza; no hay mas que
miradas de odio, de rabia, de desesperación o de desprecio. El que
teme caer, sabe que si cae todos pasarán por encima de su cabeza; por
eso hay que pisar fuerte y no resbalar. En una cárcel no se puede ser
mas que un santo, un miserable o un misántropo. Vivir en una cárcel es
hacerse para siempre enemigo del hombre.
Al principio, al entrar en el segundo patio se creía notar que todos
los encerrados allí tenían una gran alegría: se cantaba, se jugaba, se
vociferaba; pronto se podía ver que la alegría era ficticia y que por
debajo de ella latía una sorda irritación.
Otra cosa se notaba, y es que no había nadie independiente; allí
ninguno podía apartarse de la acción común. Ya el lenguaje era especial
para la cárcel, mezcla de germanía y de caló. Jorge Borrow, el escritor
inglés, me explicó varias veces cómo la germanía y el caló no son
lo mismo, pues la germanía es una lengua figurada, como el _argot_
francés, y, en cambio, el caló es un idioma.
Además de la comunidad de lengua, había en la cárcel la comunidad
de la acción. Cuando se comía había que repartirse por cuadrillas;
al hacerse la limpieza del patio, unos la hacían; otros, no; al
jugar, unos tenían categoría para jugar; otros no podían ser mas
que espectadores, y otros ni eso; para dormir existían también sus
categorías. Había una disciplina cuya dirección se subastaba a cada
paso, y se daba al más audaz y al más valiente. Cuando entré por
primera vez en el segundo patio, me acompañaban Román y el padre
Anselmo. A éste le dirigieron las más innobles chacotas:
--Oiga usted, pae cura. Me tiene usted que dar el modelo de esa
sotanilla.
--La sotana es vieja--replicó el padre Anselmo--; pero los que no somos
ricos no podemos llevarlas mejores.
--Bien dicho--afirmé yo.
--Oiga usté, pae cura--le preguntó otro de los presos--,¿cuántos hijos
tiene usté en el pueblo?
--Yo no tengo hijos, porque soy cura--contestó él--; pero a todos mis
feligreses los considero como si fuesen hijos míos.
El pobre hombre contestó varias veces con prontitud y con gracia, y
llegó a hacerse respetar.


VII
LOS MATONES
Hallóse allí Calamorra
sobre si no mata siete,
bravo de contaduría,
de relaciones valiente.
QUEVEDO: _Romances_.

LOS matones del segundo patio eran Paco el Sastre, el Fortuna, el
Mandita y el Manchado, que compartían el poder con dos falsificadores
llamados los Pinturas, y con un caballero de industria, el señor Pérez
de Bustamante. Paco el Sastre, amigo y cómplice de Candelas, se había
escapado varias veces de distintas cárceles, lo que le daba gran
prestigio.
El Fortuna, guapo de casa de juego, fanfarrón y atrevido, estaba preso
por una muerte. El Mandita era ladrón, un tipo fino, de nariz larga,
ojos claros e inteligentes, labios muy delgados, cara afilada, bigote
ralo y mano de hierro.
El Mandita rompía las nueces con los dedos.
El Manchado era hombre de cara dura y color terroso, pómulos
salientes, mandíbula grande y fuerte, los ojos torcidos, la boca
recta como una cortadura. El Manchado parecía un calmuco y tenía una
agresividad feroz. Durante la matanza de frailes se había exhibido,
lleno de sangre, en la taberna de Balseiro, y había intentado vender
ornamentos de iglesia. Estaba herido desde entonces y llevaba una venda
sucia en la frente.
El Fortuna le temía al Manchado. El Fortuna había llegado a matón por
inteligencia, por comprender la cobardía de los demás; el Manchado, no;
éste no discurría; se sentía bruto naturalmente, sin complicaciones ni
razonamientos.
Los Pinturas, padre e hijo, tenían mucha influencia. Los Pinturas eran
falsificadores. El padre, un viejo calvo, apacible y burlón, tenía
un aire de hombre frío y lleno de inteligencia, los ojos agudos y
perspicaces, la frente ancha y desguarnecida, la boca muy cerrada, de
labios finos.
El Pinturas joven parecía una araña, alto, delgado, sonriente, con cara
de polichinela y voz de lo mismo. Era muy burlón y satirizaba con mucha
gracia a todo el mundo. Tenía siempre a su disposición papel y pluma, y
servía de memorialista a los presos. Les escribía cartas con la letra
que quisieran. En un par de minutos de estudiar una letra, la adoptaba
como si fuera suya y seguía escribiendo con ella. Al Pinturas joven
le gustaba leer mucho; fabricaba juguetes con alambres y cartón, que
conseguía vender en las calles, y cuando no tenía nada que hacer hacía
juegos de manos.
Por lo que se decía, había falsificado escrituras, contratos,
testamentos, y seguía trabajando en la cárcel.
Respecto al señor Pérez de Bustamante, era un caballero de industria,
charlatán, mentiroso, que quería hacerse pasar por aristócrata.
Este hombre había vivido durante los primeros meses de la guerra
haciendo suscripciones para viudas de oficiales muertos en la campaña,
y cuando explotó el lado liberal pasó a cultivar el campo carlista.
Pérez de Bustamante era hombre osado y decidido.
Otro tipo curioso era _Doña Paquita_, el cinedo de la cárcel, joven
ambiguo que hacía ademanes de mujer. Este muchacho tenía la nariz
respingona, con las ventanas muy abiertas, la barba azul, del afeitado,
y la manera de hablar afeminada.
Algunos de los presos habían conseguido cierta independencia y hacerse
respetar del grupo que cobraba el barato.
Uno de ellos era un topista, que llamaban Mangas, afiliado al grupo
liberal. El Mangas tenía una cara de galgo, la nariz larga, la boca
como recogida, los ojos pequeños y claros y el pelo rubio. Vestía bien,
era gallego, aunque él decía que no. Se le había encontrado con unos
cálices, después de la matanza de Julio, en una taberna de una vieja a
quien llamaban la tía Matafrailes.
Entre los presos de delitos comunes que se decían carlistas había gente
bárbara y maleante, como entre los que se consideraban liberales.
Uno de los carlistas de quien todos se reían era un labriego, el
Paleto, que había robado una mula. El Paleto tenía la cara parada y
estúpida, la cabeza grande y la voz chillona. Solía servir de blanco a
las bromas de todos.
Otro carlista que se distinguía por su aire hipócrita era el
Seminarista, que había sido estudiante de cura y tenía la especialidad
de hacer digresiones místicas, en las que barajaba muchos latines. A
este truhán le habían encontrado varias veces desvalijando los cepillos
de las iglesias con una ballena untada de liga.
Al poco tiempo de entrar en el segundo patio, el alcaide se dió cuenta
de que yo iba allí para hacer propaganda entre los presos contra los
carlistas y contra él; entonces me prohibió el paso.
Yo tenía mis medios de comunicación asegurados.
Mi duelo con el alcaide acabó con la victoria mía; pues conseguí al año
que él se quedara preso y yo saliera libre.


LA MUERTE DE CHICO O LA
VENGANZA DE UN JUGADOR


PRIMERA PARTE
ANTECEDENTES


I
UNA NOCHE DE NIEVE
En la niebla y en la bruma,
en la nieve profunda, en el
bosque inculto, en la noche
de invierno oigo el aullido
hambriento del lobo y el grito
sombrío de la lechuza.
GOETHE: _Lied del bohemio_.

AL día siguiente en que don Eugenio nos contó su vida en la Cárcel de
Corte, comenzó a caer una gran nevada. Habían acudido a la cocina del
tío Chaparro más gente que la noche anterior, y los pastores y cabreros
fantaseaban acerca de las consecuencias de la nevada y de la aparición
de los lobos en la garganta de Covaleda y en los montes del Urbión.
Habían visto sus huellas en la nieve; habían dejado leña en las chozas,
y quesos y cecina sobre las ramas altas de los pinos para que no los
cogieran los lobos.
Aviraneta y yo estábamos al lado del fuego, sentados en dos grandes
sillones; él llevaba puesto un abrigo grueso y tenía sobre la espalda
un mantón de su mujer. Escuchábamos la conversación de los pastores,
oíamos el ladrido de los perros y, a veces, el chirrido de la lechuza.
De pronto, Aviraneta me dijo en voz baja:
--Relacionándola con aquella época de la Cárcel de Corte de que te
hablaba ayer noche, recuerdo una historia bastante siniestra en la
que figuró un tal Castelo y el policía Chico. Ya te la habré contado,
¿verdad?
--No.
--¿No te la he contado?
--No.
--Pues es raro.
--Cuéntela usted, don Eugenio--dijo el tío Chaparro, terciando en
la conversación--; mandaré traer un poco de café con aguardiente,
echaremos más leña al fuego y dejaré a los muchachos aquí a que le
oigan a usted, porque mañana es domingo y se pueden levantar un poco
más tarde que de costumbre.
Aviraneta hizo una señal de asentimiento. Se puso una cafetera grande
en las brasas y se trajo una botella de licor.
Por la pequeña ventana de la cocina se veía el campo nevado, y los
grandes copos de nieve que caían lenta y blandamente, como espesos
plumones blancos.
Aviraneta, que estaba empotrado en su sillón y mirando con sus ojos,
de un azul brillante, el fuego, se recogió un momento, tomó una gran
taza de café muy caliente que le sirvieron, contempló a su auditorio
sonriendo y comenzó su relación así:


II
UN PRESO NUEVO
El despertar que sigue a una
primera noche de prisión es una
cosa horrible.
SILVIO PELLICO: _Mis prisiones_.

LOS lectores de folletines y de novelas por entregas, en los cuales hay
con frecuencia odios sostenidos y venganzas a largo plazo, como en el
_Conde de Monte Cristo_, suelen discutir si estos sentimientos son o
no lógicos y verdaderos. Afirman unos, que la venganza es un instinto
natural del hombre, que perdura y no se borra jamás; y dicen otros, que
todo se olvida, hasta las mayores ofensas, con el transcurso de los
años.
Yo siempre me he inclinado a pensar que la mayoría de la gente llega a
perder el recuerdo de los agravios con el tiempo y que no se vengan mas
que rara vez.
El caso que les voy a contar demuestra un rencor profundo y sostenido,
terminado en una cruel venganza.
Como decía la otra noche, a los quince o veinte días de estar en la
cárcel tuve que guardar cama una temporada, porque se me exacerbaron
los dolores reumáticos.
Después se me permitió andar por la cárcel y entrar en el segundo
patio, en donde se hallaban los presos de delitos comunes.
Hacía dos meses que estaba en la cárcel cuando conocí a un nuevo preso,
de aspecto extraño.
Acababa de entrar. Era un muchacho joven, sombrío, moreno, de ojos
negros, cabello largo, a la moda de la época, y aire reconcentrado y
fuerte. Pasó por el primer patio vigilado por dos alguaciles. Subieron
los tres a una oficina donde se tomaba la filiación a los detenidos.
En la mesa había un empleado escribiendo, un hombre con el pelo rizado
y la mano llena de anillos.
Los alguaciles le hablaron en voz baja y le entregaron unos papeles,
que el escribiente leyó con gran indiferencia.
--Ahora viene don Paco--dijo uno de los alguaciles.
Don Paco era el alcaide. Efectivamente, llegó, tomó los papeles que
había traído el alguacil y los leyó con atención.
El alcaide interrogó al preso con una voz amable y una dulce sonrisa
que, para el que sabía cómo las gastaba aquel hombre, no eran nada
tranquilizadoras.
--Soy inocente--dijo el joven con aire dramático--. No tengo más dinero
que el que he ganado con mi trabajo.
El alcaide sonrió, porque consideraba como algo lógico y natural que
todo preso suyo y aun toda persona que tuviese que ver con él fuera un
perfecto granuja.
--Si ha guardado usted el dinero en alguna parte yo no pretendo que me
lo diga usted. Aquí sabemos también ser caballeros.
--Afirmo que soy inocente--replicó el joven.
El alcaide explicó a su nuevo huésped el precio de los cuartos que se
alquilaban en la cárcel y las diferencias que había entre las distintas
clases.
--Venga usted, caballero--le dijo después--; permita usted que le
acompañe. Puede usted tranquilizarse.
--No necesito tranquilizarme. Estoy tranquilo.
--Quiero decir--repuso el alcaide--que aquí nadie le quiere mal. Le voy
a llevar a su cuarto.
El joven preso siguió al alcaide hasta el fin de un corredor; un
carcelero descorrió el cerrojo de una puerta maciza, al lado de la cual
se veían dos mozos con un cabo de vara de aire siniestro.
Recorrieron otro corredor, salieron al segundo patio, y el alcaide
mandó abrir la puerta de un cuchitril obscuro, bajo de techo y con un
banco de madera.
--Aquí tiene usted su cuarto. Puede usted pedir a su casa unas mantas
para dormir. Si quiere usted le pueden traer una cama, una mesa y una
silla.
--Está bien--dijo el joven; y se sentó en el banco con un aire entre
resuelto y desesperado.
Los carceleros cerraron llaves y cerrojos, y el joven se quedó allí
dentro.


III
MIGUEL ROCAFORTE
Por ser muy propio de enfermos
no durar mucho en un estado,
tomando por remedio las
mudanzas.
SÉNECA: _De la tranquilidad del
ánimo_.

AL día siguiente, en compañía del padre Anselmo fuí al segundo patio
para ver qué hacía el nuevo detenido, que me había llamado la atención.
Su tipo y la expresión de su rostro me indujeron a creer en su
inocencia.
Nos acercamos a él a hablarle. El muchacho estaba asqueado de
encontrarse entre aquella canalla; pero no tenía miedo, porque a uno de
los raterillos que había querido robarle le había pegado un puntapié,
lo que hizo que los demás le miraran con cierto respeto.
Este muchacho era de Lerma, y se llamaba Miguel Rocaforte. Sus padres
tenían una buena hacienda; yo recordaba haberlos conocido y haber
estado en su casa con el Empecinado.
Miguel estudió en el Seminario tres años; luego perdió la vocación;
quiso ser militar y su padre le envió a Madrid a casa de un primo suyo,
dueño de un almacén de sal de la calle de la Misericordia.
Miguel llevaba cuatro años en la corte.
Estaba en la cárcel porque le acusaban de haber robado cinco mil duros
a un señor en un gabinete de lectura de la Carrera de San Jerónimo,
cosa que era falsa, completamente falsa, según afirmó.
Le dije que me explicara el caso con detalles para darme cuenta del
motivo por el cual podía haber provenido el error.
--Yo suelo ir muchos domingos a la librería que tiene don Casimiro
Monnier en la Carrera de San Jerónimo--me dijo--. Estoy estudiando
francés e inglés con un profesor de idiomas que se llama Brandon,
y éste me ha indicado que para perfeccionarme en la traducción lea
periódicos. La otra tarde, acompañado de mi principal, estuve en el
gabinete de lectura leyendo periódicos, y, de pronto, uno de los
abonados se lamentó de que le habían quitado la cartera del gabán. Yo
me marché a mi casa, y ayer, por la mañana, al ir al almacén donde
trabajo, me prendieron y me trajeron aquí, a la cárcel.
El caso me pareció bastante extraño. Le pedí detalles aclaratorios al
joven; pero éste no esclarecía los hechos ni protestaba, y parecía
dispuesto a aceptar su suerte con un estoico fatalismo.
Días después, en una larga conversación con Miguel, le interrogué
de nuevo. ¿No tenía enemigos? ¿Alguna mujer o algún hombre que le
quisiera mal? El joven se envolvía en obscuridades; estaba envenenado
con las ideas de la época, que por entonces comenzaban a llamarse
románticas.
A los cinco o seis días apareció en el locutorio de la cárcel el inglés
profesor de idiomas amigo de Miguel. Habló conmigo: me dijo que el
muchacho era un exaltado de ideas absurdas, pero absolutamente incapaz
de robar a nadie. Sin embargo, en la conducta observada por el joven
Rocaforte encontraba él algo misterioso.
El profesor Brandon había presenciado la escena en la librería.
--¿Qué pasó?--le pregunté yo--. Porque él no me lo ha contado con
detalles.
--Pues sucedió lo siguiente--dijo Brandon--: un capitán, llamado
Sánchez Castelo, estaba aquel día en el gabinete de lectura de Monnier,
y al salir a la calle notó que le faltaba la cartera del gabán. El
dueño del gabinete, para demostrar que ninguno de sus abonados era
capaz de sustraer nada a nadie, invitó a éstos a que se dejaran
registrar; todos aceptaron la proposición, más o menos a regañadientes;
pero Miguel se negó con violencia a este registro; y poniéndose la mano
en el pecho, como para impedir que nadie pudiera intentar reconocer el
bolsillo interior de su americana, dijo que a él no le tocaba nadie, y
que sólo delante del juez se dejaría registrar.
--¡Ah! ¿Pasó eso? De aquí que hubiesen tomado cuerpo las sospechas de
la policía.
--Claro.
--A pesar de esto, ¿usted le cree a Miguel inocente?--le pregunté a
Brandon.
--Sí, sí. Completamente inocente.
--¿Y por qué cree usted que se negara con tanta violencia al registro?
¿Por baladronada? ¿Por tomar una actitud?
--¡Qué sé yo! Quizá Miguel llevaba algo en el bolsillo que no quería
que viese su principal, algún papel político. El principal es un
absolutista...
--No me parece que sea eso.
--¿Por qué?
--Yo he hablado con Miguel y no tiene preocupaciones políticas.
--Sin embargo...
--¿Usted le conoce al principal?
--No.
--Pues entérese usted de si está casado y si tiene mujer guapa.
--¿Usted cree que esa sea la clave?
--Sí.
--Es posible; yo le tengo a Miguel por hombre serio.
--¿Y eso qué importa?
Me chocó que el principal de Miguel, y pariente, no fuera ni una vez a
visitar al preso. Esto me hizo pensar que entre tío y sobrino no debía
reinar la mejor armonía.


IV
UN ASUNTO EMBROLLADO
En vano más de una vez
se sigue al crimen la huella,
por no preguntar al juez
quién es ella.
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - El Sabor de la Venganza - 3
  • Parts
  • El Sabor de la Venganza - 1
    Total number of words is 4391
    Total number of unique words is 1495
    34.8 of words are in the 2000 most common words
    48.1 of words are in the 5000 most common words
    54.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Sabor de la Venganza - 2
    Total number of words is 4393
    Total number of unique words is 1538
    37.4 of words are in the 2000 most common words
    50.1 of words are in the 5000 most common words
    56.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Sabor de la Venganza - 3
    Total number of words is 4612
    Total number of unique words is 1411
    36.4 of words are in the 2000 most common words
    49.0 of words are in the 5000 most common words
    53.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Sabor de la Venganza - 4
    Total number of words is 4664
    Total number of unique words is 1517
    35.9 of words are in the 2000 most common words
    48.0 of words are in the 5000 most common words
    53.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Sabor de la Venganza - 5
    Total number of words is 4538
    Total number of unique words is 1480
    37.9 of words are in the 2000 most common words
    49.9 of words are in the 5000 most common words
    55.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Sabor de la Venganza - 6
    Total number of words is 4516
    Total number of unique words is 1513
    35.8 of words are in the 2000 most common words
    49.6 of words are in the 5000 most common words
    55.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Sabor de la Venganza - 7
    Total number of words is 4758
    Total number of unique words is 1483
    36.5 of words are in the 2000 most common words
    51.7 of words are in the 5000 most common words
    58.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Sabor de la Venganza - 8
    Total number of words is 4382
    Total number of unique words is 1400
    37.5 of words are in the 2000 most common words
    51.3 of words are in the 5000 most common words
    57.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Sabor de la Venganza - 9
    Total number of words is 4549
    Total number of unique words is 1414
    33.8 of words are in the 2000 most common words
    47.4 of words are in the 5000 most common words
    54.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Sabor de la Venganza - 10
    Total number of words is 2311
    Total number of unique words is 882
    40.4 of words are in the 2000 most common words
    52.7 of words are in the 5000 most common words
    57.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.