El sabor de la tierruca - 06

Total number of words is 4908
Total number of unique words is 1671
35.1 of words are in the 2000 most common words
45.5 of words are in the 5000 most common words
51.6 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
seguías en la Universidad?
--Resuelta.
--Pues entonces, ¿qué demonio te diré yo, hombre? Si has de vivir
perpetuamente en Cumbrales; si á la edad que tienes no sacas de
tí mismo recursos para hacer la vida entretenida y llevadera, sin
necesidad de tocar los extremos peligrosos de que antes te hablé; y si,
á pesar de estos inconvenientes, has de ocupar con el decoro debido
el puesto que aquí te corresponde, sólo veo un medio de conseguirlo:
cásate.
¡Cosa rara! Ana, que seguía con la vista á su padre mientras hablaba
así, no bien oyó su última palabra, se puso roja como una amapola,
bajó la cabeza sobre la labor, y no encontraba postura cómoda en la
silla. Cuanto á Pablo, sin duda porque no había otra mujer que Ana
allí, volvió los ojos hacia ella... y rojo se puso también al choque
de su mirada curiosa con la turbada y eléctrica de la hermosa joven.
¡Singular efecto de una palabra vulgar y prosáica! Ni siquiera tuvo
el color de la malicia, puesto que don Juan de Prezanes, cuando la
pronunció, estaba arrimado á la ventana y mirando maquinalmente las
nubes del horizonte.
Al volverse luégo hacia Pablo en demanda de su respuesta, ya era éste
dueño de sí.
--Con que ¿qué te parece mi proposición?--dijo al mozo.
--Que tiene mucho que estudiar... y que _se estudiará_,
padrino,--respondió Pablo con singular firmeza.
--Así me gustas, ahijado; y de tal modo, que si te decides por la
afirmativa, me brindo á ser tu padrino de boda... Entre tanto, basta,
si os parece, de conversación, y vamos á tomar ese chocolate que me
ofrecen en tu casa. Créeme que tengo grandísimos deseos de ver á tu
madre y á tu hermana, pobres víctimas inocentes de nuestras majaderías.
Dispúsose Ana á complacer á su padre; y con tal apresuramiento y tan
de buena gana, por lo visto, que al recoger los avíos de costura en
su primorosa canastilla, por cada cosa que guardaba ¡ella á quien
jamás igualaron prestidigitadores en destreza y agilidad! dejaba caer
media docena. Mas allí estaba Pablo, que se desvivía con desusado afán
por recogerlas en el aire y ponerlas en las blancas y finas, pero
desatinadas, manos de la azorada joven.
[Ilustración]


[Ilustración]


X
LOS HUMOS DE NISCO

Nisco llegó á casa de Pablo después que éste había entrado en la de don
Juan de Prezanes. Subió el hijo de Juanguirle sin llamar, como era su
costumbre, derecho al cuarto de su amigo. Al pasar por delante de la
puerta de la sala, oyó que le decían desde el fondo de ella:
--Pablo ha salido.
Era la voz de María. Conocióla el mozo, retrocedió dos pasos y se
colocó en el hueco de la puerta, sombrero en mano, enfrente de la
joven, que cosía sentada cerca del balcón.
--En ese caso--dijo Nisco algo atarugado y después de hacer una
exagerada reverencia,--me marcharé.
--Si no quieres esperarle...--añadió María, respondiendo á la
reverencia con una sonrisa.
--Pues le esperaré, _ya que usted se empeña_,--replicó Nisco. Y se
sentó, con mucho tiento y grave parsimonia, en la silla más cercana.
María volvió á sonreirse, y continuó cosiendo.
Nisco, con el sombrero en la diestra y ésta sobre la rodilla,
atusándose el pelo con la otra mano... no tuvo por entonces más que
decir; pero, en cambio, clavó la vista de sus ojos negros, un tanto
dormilones, en María; y largo rato estuvo como hechizado, viendo
aquellas manos, blancas y rollizas, pasar y repasar la aguja, y estirar
la seda para afirmar la puntada; el brillo de aquel abundoso pelo
negro; la transparencia de aquel cutis de rosa; la luz de aquellos ojos
húmedos, y, en suma, el palpitar, apenas perceptible, de toda aquella
riqueza escultural, á cada movimiento del ágil brazo.
Digo yo que todas estas cosas contemplaría Nisco, porque, según la
expresión que brillaba en sus ojos, más bien parecía sorber con ellos á
la joven que mirarla. De vez en cuando echaba ésta una ojeada firme y
serena al mozo; y entonces el hijo del alcalde de Cumbrales no cabía en
la silla.
Iban así corriendo los minutos, y Pablo no venía ni se marchaba
Nisco, ni entre éste y María se cruzaba una palabra. Don Pedro estaba
en el portal en plática con don Valentín, que había ido á visitarle
«por un motivo muy urgente,» al decir del veterano; y su señora
andaba disponiendo el agasajo con que habían de celebrarse las paces
consabidas, si don Juan aceptaba la invitación que se le había hecho.
De manera que los actores de la sala no podían esperar de afuera
incidentes que rompieran la monotonía de la escena: tenían que romperla
ellos mismos, si no la hallaban muy divertida.
Quizá pensando así, dijo, al cabo, María mientras examinaba el largo
pespunte que acababa de hacer, deslizando la tela entre los dedos de
sus manos:
--Y ¿cómo vamos de lecciones, Nisco? ¿Adelantas mucho?
Ya ve el lector que no podía decirse menos que esto tras un espacio tan
largo de silencio.
--No tanto como yo quisiera,--respondió Nisco mal y á trompicones, por
lo mismo que tenía empeño en responder al caso y con voz bien afinada.
Faltábale el hábito de hablar con señoras y bajo cielo-raso, y esto
ofrece gravísimas dificultades cuando se trata de soltar de pronto
la voz, una voz ajustada al diapasón de la naturaleza agreste, en un
centro reducido y sonoro y delante de una dama á quien se desea agradar.
María, sin fijarse gran cosa en los desentonos de Nisco, volvió á
decirle:
--Es algo rara esa afición que te ha entrado de pronto á esas cosas.
--Rara, ¿eh?--contestó el mozo, más atrevido ya y menos
desaplomado.--¿Cree usté que es rara? Pues quizaes lo sea, si bien se
mira... y quizaes no, por otra parte.
--Ahora sí que no lo entiendo, Nisco,--díjole María riéndose muy de
veras.
--Pues yo le diré á usté--añadió el mozo muy animado con la regocijada
actitud de su interlocutora.--Para el oficio que traigo, no es
mayormente al auto el pulimento que deseo en el porte y genial de la
persona, si uno ha de estar de sol á luna, fijo en la brega del campo,
sin más aquél de cubicia que lo que tiene á la vera; pero si, pinto el
caso, al hombre, por su luz natural ú roce con quien la tenga, no le
basta eso solo... y quiere, es un decir, quiere... vamos, valer algo
más de lo que vale, bien séase por la fantesía del valer ú por tomar
alas con qué volar un poco... porque sienta allí dentro... vamos, quien
se lo mande, como el otro que dice... en fin, señorita, el saber no
ocupa lugar; y yo quisiera, si no ofendo, saber algo más de lo que sé,
por valer algo más de lo que valgo.
--Bien pensado está todo eso--replicó María muy afable;--pero algún
motivo especial habrá para que tan de repente te haya entrado ese deseo.
--Pues ya se lo he dicho á usté; y si es cierto el refrán de «no con
quien naces, sino con quien paces...»
--¿Luego tu frecuente trato con Pablo es la causa de todo?
--Puede que lo sea,--respondió Nisco, contoneándose en la silla y
atusándose mucho el pelo.
--Pero ¿cómo ese deseo no te ha asaltado hasta ahora, siendo así que á
mi hermano le tratas desde niño?
Con esta pregunta le entró al mozo tal hormigueo, que en un buen rato
no le dejó sosegar.
--Consiste eso, señorita--logró responder al fin, aunque á
tropezones,--en que los tiempos, al respetive que corren, van
cambeando... y, por otra parte, los ojos de la cara no lo ven todo de
un golpe.
--¿Es decir que los tuyos han visto, de poco acá, algo que no habían
visto antes?
--¡Cátalo ahí!--exclamó Nisco, sudando de congoja y medio turulato.
--Pues á eso quería yo venir á parar--añadió la joven, como si se
gozara en la angustia del aldeano.--¿Es decir que porque ahora ves algo
que antes no has visto, deseas valer más de lo que valías?
--¡Eso, eso!--gritó aquí el mocetón, rojo, cárdeno y amarillo, todo á
la vez.
--Pues mira tú cómo la gente se equivoca en la mitad de lo que
piensa--añadió María, esgrimiendo ya con verdadera saña, contra el
acorralado galán, las armas de su travesura, que aunque no eran muchas,
en el desapercibido é inerme muchachón causaban heridas tremendas:--yo
te creía el mozo más feliz de Cumbrales, con una novia tan hermosa como
Catalina; tan conveniente para tí...
Estas palabras fueron para Nisco un golpe en mitad de la nuca. Tardó en
volver del atolondramiento en que cayó; pero volvió al fin, remilgóse y
dijo:
--Relative á este punto, crea usté que hay sus mases y sus menos.
--Ya lo supongo por lo que has hecho; pero precisamente en eso que has
hecho está lo que no se comprende. Catalina es la mejor moza de la
comarca.
--Esa fama tiene,--respondió Nisco con desdén.
--Y bien merecida. Cuéntanla muy enamorada de tí.
--Bien pudiera ser,--dijo el rústico galán, con una sonrisilla vanidosa
en que se pintaba la alta idea que de su propio valer tenía el hijo de
Juanguirle.
Sonrióse también María, y continuó:
--Es rica entre las de su clase.
--No diré que no lo sea.
--Tiénenla por hacendosa.
--Pshe...
--Y es lista y de mucho juicio.
--Podrá ser.
--Pues si todo eso es Catalina, ¿dónde puedes haber visto tú cosa que
más valga ni que más te convenga?
Otro golpe en la nuca para Nisco.
--Onde está quien más vale que Catalina--logró decir el mozo,--bien lo
sé yo. Si me conviene ú no me conviene más que _la otra_, también lo
sé... Si se me dirá que sí ú se me dirá que no... ahí está el ite de la
cosa; porque, hablando en verdá, si la merezco ú no la merezco, caso es
de pleitearse mucho.
--Eso prueba, Nisco, que has puesto los ojos muy en alto.
--Confieso que sí; pero sin culpa mía, porque los ojos se van detrás de
lo que apetecen, sin pedirle al hombre su parecer. Lo que decir puedo
es que, desde que ví eso tan alto, ando buscando el modo de subir allá,
siquiera para decir «aquí estoy» en la solfa en que debe decirse; cosa
que al presente no sé... ¡que si lo supiera!...
Interesábale tanto á la joven la conversación en que se había empeñado
con el bueno de Nisco, que ya no cosía. Apoyando sus brazos en la
almohadilla que sobre sus rodillas tenía, jugueteaba con la tijera
y mordía una hebrita de seda, cuyo extremo suelto asomaba húmedo
entre sus labios frescos y rojos; miraba al mozo con no disimulada
curiosidad, y estudiaba en él las impresiones que iba causándole el
interrogatorio á que le tenía sometido; interrogatorio que acaso no
hallen del todo verosímil las damas del _mundo elegante_ (si entre
ellas las hay con el mal gusto de leerme), la crítica superficial
y cuantos desconocen el modo de ser de estas gentes montañesas. En
pueblos como Cumbrales, se sabe en cada casa lo que ocurre en las
demás; y en salones como el de don Pedro Mortera, donde la familia cose
y habla y reza, muy á menudo se oyen relatos harto más insubstanciales
y pesados que la amorosa cuita del hijo del alcalde; porque allí van
los pobres á llorar las suyas; los atropellados á pedir consejos... y
más de una vecina á remendar la saya ó á que le corten una chaqueta
ó le escriban una carta para el hijo ausente. Además, los unos son
colonos de la casa, otros han servido en ella, y todos se codean en la
iglesia, en la calle ó en el concejo. De esta mancomunidad de intereses
y de afectos, nace la íntima cohesión, algo patriarcal, que existe
entre todas las jerarquías de un mismo pueblo; cohesión que, no por
ser fecunda en ingratitudes, rencillas y disgustos, deja de existir en
lo principal, afirmada en el inquebrantable respeto de los de abajo á
los de arriba, y en la cordial estimación de éstos á los de abajo. Así
se explica que María, con su genio _parado_, poco expansiva, y corta y
desconfiada en su trato con gentes extrañas y de su esfera, aun sin el
estímulo de la _segunda intención_ que algún malicioso pudiera suponer
en ella, se mostrase tan animosa y confiada con Nisco, á quien, además,
estaba viendo en su casa desde que éste era muchacho.
Volviendo ahora al interrumpido diálogo, sépase que á la vehemente,
apasionada y casi dramática exclamación del romántico hijo de
Juanguirle, contestó María, mirándole de hito en hito:
--También ese propósito es juicioso y no deja de favorecerte mucho; y
tanto podías estirarte tú, que á poco que ella se bajara...
--¿Cree usté que se bajaría?--preguntó Nisco anheloso, corriéndose una
silla más hacia la joven.
--Hombre, de todo se ha visto en el mundo--contestó María, parándole
con el fulgor de sus ojos rasgados.--Pero se me figura á mí que para
que ella se baje todo lo que es necesario, y por mucho que lo desee,
hay un inconveniente muy grande y muy difícil de vencer para tí. Puede
creer _esa persona_ que te llevan hacia ella miras interesadas. Esto,
por de pronto. Después... y aquí está lo grave, Nisco: si dejaste de
la noche á la mañana á Catalina, que tanto vale y tanto te quería,
¿cómo haces creer á... _esa otra persona_ que la quieres más que á
Catalina?
Aplanó al mozo este argumento. Meditó unos instantes, y replicó:
--La verdá es que si no se me cree por mi palabra ú no se me mandan los
imposibles, para que, haciéndolos yo, se vea la buena ley del querer...
Sonrióse María y atajó al mozo de esta manera:
--Te advierto, Nisco, que nos hemos colocado en el peor de los casos
imaginables. Bien pudiera ella no reparar en tales tropiezos; y eso
nadie lo sabrá mejor que tú que la conoces. Todo depende del carácter y
de los humos que tenga esa señora... porque yo creo que es una señora,
por la altura en que la has puesto.
--¡Vaya si lo es, caramba!--exclamó Nisco, con una delectación
indescriptible.
--Y... ¿la has hablado alguna vez?--preguntóle María con un poquillo de
cortedad.
Aquí le entró á Nisco el hormigueo de otras veces; volvió á ponerse
tricolor, volteó el sombrero entre las manos, se atusó luégo el pelo,
carraspeó mucho, y dijo al fin, con voz ronquilla y destemplada, porque
el corazón le daba en el pecho cada porrazo que le aturdía:
--¿Que si la he hablado!... Muchas veces... miento: ninguna... es
decir, para que el diablo no se ría de la mentira: hablarla _de veras_,
una sola.
--Pues mira, ya es algo eso. Y ¿qué cara te puso cuando la hablaste de
veras?
--¡Como el sol de los cielos, porque así es la suya!
--¿Dijístele algo de lo que deseabas?
--Yo creo que sí... ó puede que no, aunque pretender, pretendílo; pero
le entran á uno en esos trances tales congojas y malenconías, y unos
trasudores, y siéntense unas ansias en el pecho, y pónense unas telas
en los ojos, que por aquí va el hombre con la palabra, y por allá va el
su pensamiento.
--Con tal que ella te entendiera... ¿sabes tú si te ha entendido?
Trocóse en fuego la timidez de Nisco, y respondió impetuoso:
--Diera este brazo por saber que sí; que tal me miraron sus ojos y tal
me habló con su boca, que luceros de la noche y sinfonías de la gloria
me parecieron. ¡Qué señales fueran mejores de que lo alto se abajaba!
--¿Conózcola yo, Nisco?
--¡Como al mesmo personal de usté!
--Pues, hombre, para lo poco que falta ya, dime quién es.
Quedóse aquí Nisco como quien ve visiones, con los ojos encandilados,
la boca abierta, cárdeno el semblante y creo que hasta sin pulsos.
En esto se oyó ruido en el corredor, y Ana y Pablo entraron en la sala
un instante después. Ana llegó á ver la escena tal como quedó á la
última palabra de María. Pablo, al reparar en su amigo, le preguntó:
--¿Me esperabas, eh?
--No... sí... digo, creo que no.., es decir, puede que sí,--respondió
Nisco.
--¡Hombre, parece que estás atolondrado! Pues mira--añadió Pablo
mientras Ana y María se abrazaban y salían juntas al balcón,--perdona
por esta tarde, que estoy muy ocupado, y vuélvete á la noche un rato,
como de costumbre... si quieres.
Nisco, que necesitaba aire fresco, despidióse y salió de la sala hecho
un palomino. Junto á la escalera halló á don Juan de Prezanes que subía
con su compadre, el cual llamaba á su mujer á voces para avisarle
la llegada del amigo. Cerca de la portalada alcanzó el mozo á don
Valentín, que iba á salir también. El veterano, mientras zarandeaba el
casaquín y se sonaba las narices con ímpetu, gruñía y murmuraba. Nisco
le oyó decir con ira, mientras levantaba el picaporte del postigo:
--¡Sabandijas!... ¡Servilones!...
No fué Nisco en derechura á su casa: estuvo oreándose la cabeza y
los pensamientos largo rato por brañas y callejos. Pasando por una
encrucijada, vió venir á Catalina. Irguióse altivo al emparejar con
ella, y observó que traía la cara más risueña y el andar más resuelto
que horas antes.
Y díjole la moza al cruzarse con él:
--¡Híspete, pavo, que ya te pelarán!
Á lo que respondió Nisco, mirándola por encima del hombro:
--Taday... ¡probeza!...
[Ilustración]


[Ilustración]


XI
APUNTES PARA UN CUADRO

Bien corrida era ya la media tarde cuando despertó don Baldomero,
porque fué Sidora á levantar la mesa y le dió en la cara con el mantel
al echársele debajo del brazo. Incorporóse el hombre lentamente,
bostezando mucho y con grande clamoreo; se desperezó á sus anchas, lió
un cigarro y le encendió sin dejar de estremecerse ni de bostezar entre
chupada y chupada. Salió después del caserón, y, paso á paso, llegó á
la taberna, café de los holgazanes desidiosos de aldea.
Junto á la enrejada ventana, por donde el tabernero despachaba á los
parroquianos vergonzosos, había una mesa de basto tablero, y alrededor
de ella, sentados, hasta tres personajes que voy á presentar al lector,
porque debe conocerlos. Vestía el uno un traje entre andaluz y de la
tierra (ancha faja de estambre negro á la cintura, calañés, chaleco
desceñido, y en mangas de camisa); andaría rayando con los treinta
y cinco años; y como aún era _mozo soltero_, presumía de apuesto
sin serlo cosa mayor; ostentaba en la cara anchas patillas negras;
miraba gacho y hablaba ceceoso y lento, más por alarde que por natural
disposición. Había estado, de mozo, en Andalucía, como tantos otros
coterráneos suyos; y era casi el único resto del antiguo _jándalo_, de
los que volvían á caballo, entre rumbo y alamares, escupiendo por el
colmillo y, á creer lo que ellos mismos aseguraban, sembrando el camino
real de pañuelos de seda y onzas de oro.
No le dió á éste gran cosa la vanidad por ese lado: en cambio, su
boca era una carnicería, hablando, mientras acariciaba con la mano el
cabo de una navaja que siempre llevaba asomando por el ceñidor, de la
gente que él había despachado al otro mundo, no más que por tocarle
con el codo al pasar, ó por no dejarle la acera libre, ó por mirar
dos veces seguidas á la mujer que por él se moría. Con esto, con no
trabajar nada, con frecuentar demasiado la taberna y con amenazar
en voz sorda, marcando mucho la sonrisa, al lucero del alba á cada
paso, llegó á hacerse temible en Cumbrales, aunque no hay memoria de
que nadie le viera cumplir una pizca de lo mucho que ofreció en su
vida, ni siquiera tomar parte en las serias contiendas de que fueron
causa sus baladronadas impertinentes, en corros y romerías. Pretendió
á todas las buenas mozas de Cumbrales, y de todas recibió calabazas;
apechugó después con la que quedaba, y ocurrióle lo mismo. Desde
entonces se hizo protector de las mozas de Rinconeda, y esto acabó de
desacreditarle en su pueblo. Llamábanle el _Sevillano_, y nadie le
podía ver en Cumbrales, pero ninguno se atrevía á decírselo á la cara.
El personaje que estaba enfrente de él en la mesa era un mocetón
hercúleo, de mucha y enmarañada greña, y sobre ella, tirado de
cualquier modo, un sombrero negro de anchas alas. Estaba despechugado
y dejaba ver un cuello robusto, unido al abovedado pecho por un istmo
de pelos cerdosos, entre músculos como cables. No era fea su cara,
pero tampoco atractiva, aunque risueña. Pecaba algo de sucia, y no
eran sus ojos garzos todo lo grandes ni todo lo pulcros que fuera de
desear. La barba, no muy bien afeitada, y el pelo, tenían un color mal
determinado, entre rubio y negro, matiz que daba una feísima entonación
al rostro; el cual, sin haber en él reflejo alguno de maldad, acusaba
cierta grosería de instintos que repugnaba. Pues este mocetón, también
en mangas de camisa y con la chaqueta al hombro, era el famoso
_Chiscón el de Rinconeda_, gran amigo del Sevillano de Cumbrales, y
pretendiente de Catalina desde que Nisco la había dejado. Tenía algunos
bienes, y era trabajador cuando quería; pero mucho más dado á zambras y
bureos, y un apaleador de gran fama.
El tercer personaje era un pobre hombre, de edad incalculable á la
simple vista, anguloso y acartonado, encogido y bisunto.
Aunque cargado de familia, tenía horror al trabajo duro del campo, y
se había propuesto hacerse rico de sopetón; para lo cual contaba con
dos elementos importantísimos: su ingenio y la manía de las herencias
gordas _de la otra banda_. De su ingenio eran producto multitud de
artefactos, para los que había pedido, con mal éxito, privilegio de
invención ó cincuenta mil duros al Estado. El más ingenioso de sus
inventos, y por el que revolvió la provincia entera hasta conseguir
que el ministro de Fomento examinara el prodigio, fué un cepo para
cazar topos en el instante en que estos minadores sempiternos arrojan
la tierra sobre el prado; pero se tocó el inconveniente de que era
preciso adivinar dónde iba á formarse la topera para colocar allí el
aparato y juzgar de su utilidad, y no hubo ocasión de tratar del punto
_secundario_ que se mencionaba en la breve _memoria_ del autor, ó
sea el millón y medio que éste pedía por el invento, aunque con la
obligación de construir uno á sus expensas para las necesidades del
Gobierno de la nación. En estos ensayos empleaba la mayor parte del
tiempo que pasaba en casa, serrando listones y tabletería que atrapaba
aquí y allí, aviniendo y combinando pedazos, fuerzas y resistencias.
Diéronle, por esto, el nombre de _Tablucas_, y con él se le llamaba y á
él respondía, casi olvidado ya del verdadero.
No por estas atenciones descuidaba el asunto de las herencias, que
todos los días le daba no poco que hacer. Siempre tenía una ó dos
entre manos. Referían los periódicos que un archimillonario había
muerto en el Japón, supongamos; contábanselo á él los que ya le
conocían el flaco, ó lo inventaban, ó llegaba un pobre á la puerta y le
decía:--«Y ello ¿habrá algo de cierto en eso que se corre al auto de
unos treinta millones que están depositaos en el Gubierno de arriba,
por no conocerse á los herederos del montañés que los dejó al morir
en el Pirul, de Padre Santo, rey... ú cosa así?» En cualquiera de los
casos preguntaba Tablucas:--«¿Está ese pueblo en _la otra banda_?»
Contestábanle siempre que sí; y ya no necesitaba saber más.
Hubo en su familia un individuo que sobre el año 20 pasó á las Américas
y de cuyo paradero no volvió á saberse nunca; y en todos los ricos,
muertos abintestato en _la otra banda_, es decir, en América, en la
China... en cualquier punto remoto de la tierra, llamárase aquél como
se llamara, veía Tablucas á su pariente, rebuscando su genealogía,
cotejando fechas y acumulando supuestos é imaginaciones. Colocado
ya sobre el rastro del asunto, como él decía, consultábale con los
licurgos callejeros de Cumbrales; después con los abogados de veras;
luégo con el cónsul de la nación en que había muerto el pariente, y,
por último, trataba de entenderse con el ministro de Estado. Á todo
esto, llenándose los bolsillos de papelucos con nombres de personajes,
respuestas vagas de este agente ó del otro alcalde, y de fes de
bautismo, sin que faltara la del ignorado pariente, y arreglando en
su imaginación la historia de tal modo, que el más sutil se quedaba
perplejo al oirla. Todo esto le costaba dinero, viajes y molestias
sin número; pero vendía gustoso el mendrugo de su familia, y jamás le
cansaban las idas y venidas, ni le desalentaban desengaños ni malas
razones. Así, hasta que se moría otro millonario, y dejaba, por seguir
á éste, el rastro del anterior, exclamando al emprender la nueva
campaña, alegre y regocijado:--«¡Bien dije yo siempre que _por este
lado_ había de venir la herencia!»
Por lo demás, aunque frecuentaba mucho la taberna, no era gran
bebedor, y rara vez se emborrachaba. Hablar de sus máquinas y enseñar
los papeles referentes á la millonada que estaba para caerle, era su
pasión predominante fuera de casa.
Detrás del mostrador estaba, llenándole de cuentas con tiza, Resquemín,
el tabernero, hombre bien engrasado, algo viejo y de áspero y
avinagrado humor.
Sobre la mesa, entre los tres personajes descritos, había, además de un
jarro con su correspondiente vaso, una ociosa baraja, algo parecida,
por lo resobada y maltrecha, á aquélla con que Pedro Rincón y Diego
Cortado ganaron al arriero de la venta del Molinillo doce reales y
veintidós maravedís, si no me engaña la memoria.
Ociosa, como he dicho, estaba la baraja, acaso porque faltaba un pie
para un partido á la flor de cuarenta; pero no lo estaba tanto el vaso,
que á menudo andaba de mano en mano y de boca en boca, colmado del
tinto que oportunamente escanciaba Chiscón, quien, por las trazas, era
el que convidaba allí.
Andaba éste en tentaciones de pedir á Catalina á la hora menos pensada;
visitábala por las noches, en presencia de toda la familia, pues este
favor no se niega jamás en ninguna cocina montañesa, y gustábale
mostrarse rumboso ante la gente de Cumbrales, por lo que esto pudiera
servirle de recomendación á los ojos de su novia, que, dicho sea de
paso, no se los ponía de resistencia, aunque sólo con el disculpable
propósito de encender resquemores en el pecho de Nisco. Tomaba Chiscón
la buena acogida por donde más le halagaba, y proponíase abreviar los
procedimientos, por lo que pudiera ocurrir. De esto se había hablado
algo aquella tarde entre él y el Sevillano, que con sus consejos y
protección le ayudaba, y hasta acababa de brindarse al de Rinconeda
para _limpiarle_ de estorbos el camino, si por estorbo tenía á Nisco
todavía. Cabalmente había sido el hijo de Juanguirle el causante de
que Catalina no le diera cara cuando él la pretendió. Y bien sabe Dios
que si Nisco le hizo desalojar la calleja más que á paso, fué porque
él no llevaba encima _la herramienta_, y el otro comenzó á ventear el
garrote. ¡Si le tendría ganas el Sevillano! Agradecióle el brindis
Chiscón, pero desechó el servicio por innecesario.
En esto llegó Tablucas, que no habló de sus máquinas ni sacó los
papeles de su pleito. Traíale últimamente muy preocupado y absorto otro
asunto harto excepcional y perentorio; y por esta herida respiraba
solamente, y de esto hablaba en todas partes, y de esto habló allí
entonces tan pronto como se sentó y le pellizcaron la lengua Resquemín
y el Sevillano, que ya conocían el conflicto.
--De lejos todos somos valientes--decía el hombre de los inventos y de
las herencias, respondiendo á las chanzas de los otros;--pero allí vos
quisiera yo ver, ¡córcia! allí, en la soledá de la noche, clamando la
familia aterecía de espanto; y tamborilazo va y tamborilazo viene á la
puerta. ¡Vos digo que aquello levanta en vilo!...
Aquí estaba el asunto cuando entró en la taberna don Baldomero.
Arrimóse al lado libre de la mesa, sentóse perezosamente, y dijo,
después de dar entre dientes las buenas tardes:
--Resquemín... la _sosiega_.
El tabernero tiró de pronto la tiza contra la pared, púsose en jarras,
y moviendo á uno y otro lado la cabeza, sin apartar de don Baldomero
los ojos de gato irritado, comenzó á decir con su voz atiplada:
--Me paece á mí, ¡jinojo! que el día menos pensao le va á _resquemar_
á alguno el mote en la asadura; porque ¡jinojo! si piensan que yo soy
guitarra para dejarme tocar de todo chafandín que á bien lo tenga, ya
estáis aviaos... ¡Porque ¡jinojo! cuando á mí se me sube el tufo á la
cabeza, soy tan hombre como el que más!... ¡Y no digo más!... ¡Y ésta y
no más!... ¡Pues no faltaba más!... ¡Jinojo!
--¡Ingrato! ¡mal tabernero!... ¡Después que te lo digo para adularte,
me riñes todavía?
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - El sabor de la tierruca - 07
  • Parts
  • El sabor de la tierruca - 01
    Total number of words is 4834
    Total number of unique words is 1832
    31.8 of words are in the 2000 most common words
    44.6 of words are in the 5000 most common words
    52.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El sabor de la tierruca - 02
    Total number of words is 5114
    Total number of unique words is 1695
    34.6 of words are in the 2000 most common words
    47.3 of words are in the 5000 most common words
    53.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El sabor de la tierruca - 03
    Total number of words is 4872
    Total number of unique words is 1727
    33.2 of words are in the 2000 most common words
    46.2 of words are in the 5000 most common words
    52.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El sabor de la tierruca - 04
    Total number of words is 4989
    Total number of unique words is 1751
    31.5 of words are in the 2000 most common words
    42.6 of words are in the 5000 most common words
    49.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El sabor de la tierruca - 05
    Total number of words is 5048
    Total number of unique words is 1656
    34.1 of words are in the 2000 most common words
    48.4 of words are in the 5000 most common words
    54.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El sabor de la tierruca - 06
    Total number of words is 4908
    Total number of unique words is 1671
    35.1 of words are in the 2000 most common words
    45.5 of words are in the 5000 most common words
    51.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El sabor de la tierruca - 07
    Total number of words is 4984
    Total number of unique words is 1635
    32.8 of words are in the 2000 most common words
    44.6 of words are in the 5000 most common words
    51.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El sabor de la tierruca - 08
    Total number of words is 4982
    Total number of unique words is 1613
    35.4 of words are in the 2000 most common words
    47.8 of words are in the 5000 most common words
    53.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El sabor de la tierruca - 09
    Total number of words is 5187
    Total number of unique words is 1618
    33.6 of words are in the 2000 most common words
    45.3 of words are in the 5000 most common words
    50.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El sabor de la tierruca - 10
    Total number of words is 4950
    Total number of unique words is 1759
    28.9 of words are in the 2000 most common words
    40.0 of words are in the 5000 most common words
    47.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El sabor de la tierruca - 11
    Total number of words is 4984
    Total number of unique words is 1566
    36.7 of words are in the 2000 most common words
    49.4 of words are in the 5000 most common words
    56.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El sabor de la tierruca - 12
    Total number of words is 4924
    Total number of unique words is 1548
    34.3 of words are in the 2000 most common words
    46.9 of words are in the 5000 most common words
    53.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El sabor de la tierruca - 13
    Total number of words is 4862
    Total number of unique words is 1713
    29.3 of words are in the 2000 most common words
    39.1 of words are in the 5000 most common words
    45.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El sabor de la tierruca - 14
    Total number of words is 4890
    Total number of unique words is 1663
    33.6 of words are in the 2000 most common words
    44.5 of words are in the 5000 most common words
    50.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El sabor de la tierruca - 15
    Total number of words is 4944
    Total number of unique words is 1642
    35.4 of words are in the 2000 most common words
    47.7 of words are in the 5000 most common words
    52.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El sabor de la tierruca - 16
    Total number of words is 4927
    Total number of unique words is 1601
    34.9 of words are in the 2000 most common words
    47.3 of words are in the 5000 most common words
    53.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El sabor de la tierruca - 17
    Total number of words is 4918
    Total number of unique words is 1522
    34.5 of words are in the 2000 most common words
    45.9 of words are in the 5000 most common words
    51.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El sabor de la tierruca - 18
    Total number of words is 833
    Total number of unique words is 425
    43.0 of words are in the 2000 most common words
    50.8 of words are in the 5000 most common words
    56.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.