El misterio de un hombre pequeñito: novela - 18

Total number of words is 4453
Total number of unique words is 1667
30.9 of words are in the 2000 most common words
43.1 of words are in the 5000 most common words
48.9 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
los árboles y por un ribazo ella y sus hijos descendieron á la vía del
ferrocarril, esquiva y profunda en todo aquel paraje como una
torrentera. A un lado bermejeaba la casita de ladrillos de la Estación;
al otro aparecía el túnel; delante alzábase el cerro coronado por el
caserío, bañado en sol, de Puertopomares; detrás, el bosque cerrado,
enigmático, como la noche. Los ojos escrutadores de Rita no vieron á
nadie; á su alrededor crecían el silencio, el desamparo, la frialdad,
todas las incontables melancolías de la tarde muriente; á lo lejos,
dispersos entre la niebla, resonaban gritos de gañanes, ladridos de
mastines, vibrar de esquilas. Faltarían minutos para las siete. Acababan
de encenderse las luces del andén.
La mujerona llamó á sus hijos.
--¿Queréis que atravesemos el túnel y vayamos al río?...
La proposición de penetrar en aquel orificio negro, muerto, que veían al
pie de la montaña, intimidó á los niños. Su primer gesto fue de defensa.
Pero en seguida cambiaron de opinión y comenzaron á palmotear. El riesgo
atrae á la infancia.
--¡Sí, sí; vamos á verlo, vamos á verlo!--exclamaron á coro.
El túnel era una especie de «coco» para los muchachos de Puertopomares;
cuando salían al campo todos recibían de sus madres idéntica
recomendación: «No entréis en el túnel, no os acerquéis al túnel...»
Como si en aquel agujero, por donde únicamente las máquinas se atrevían
á pasar, se hospedase la muerte. Por lo mismo, la ilusión vanidosa de
describirlo al día siguiente, en el colegio, enardeció á los chiquillos.
Al amparo de su madre nada malo les sucedería; desde el momento en que
ésta, tan regañona y dispuesta siempre á contrariar sus gustos, les
había dicho: «Vamos por el túnel», es que podían ir. Además, no temían á
los trenes; temían á la oscuridad, al silencio de la tierra; y ellos
sabían que el silencio no mata y que al otro lado de la montaña volvía á
haber luz.
Discurriendo así penetraron bajo la bóveda del antro, fuerte, imponente,
como la arcada de un viejo templo. Cogidos de las manos Pepe y Francisco
iban de vanguardia; María Luisa caminaba agarrada á las faldas de su
madre, primero con una manecita, después con las dos. Lo misterioso del
lugar, el latir de las gotas de agua, la tiniebla creciente y el ruido
de sus pasos bajo la resonante oquedad de la bóveda, impresionaron y
deprimieron el optimismo de los niños, que hablaban alto y se esforzaban
en reir, para quitarse el miedo. A cada momento se detenían á mirar
hacia atrás, y el semicírculo, bañado en claridad, de la entrada del
túnel, les confortaba. Poco á poco, según decrecía la luz, la verbosidad
de todos iba menguando; en sus labios el pánico helaba las palabras, y
cuando callaban el trajín de sus piececitos sobre la arena les parecía
más grande y temeroso. Ya, apenas se veían unos á otros. Paquito, el más
chico, experimentó una fuerte congoja; sus piernecillas se agarrotaban.
--Mamá... mamá...--balbuceó.
Su madre repuso:
--Adelante, no tengáis miedo, que voy yo aquí.
Paquito demostró resignarse. Después fué Pepe, el mayor, quien sintiendo
en su mano temblar y helarse la de su hermanito, pidió auxilio:
--Mamá, tengo miedo...
Replicó ella con aspereza:
--¡Vamos! Tener miedo... ¡Un hombre! ¿No te da vergüenza? Seguid, seguid
adelante, que falta poco.
En aquellos momentos la expresión de Rita Paredes, fatal y vengativa
como Medea, era espantosa. Horribles visajes, que la oscuridad impedía
ver, desfiguraban su rostro huesudo, torcían sus labios, abrasaban en
cólera sus ojos fríos. La miserable pensaba en el tren que, de un
instante á otro, debía llegar; según sus cálculos estaba ya muy próximo
y esperaba oir su silbido como un grito de alianza. Sus instintos
sanguinarios comenzaban á desatarse. Había entrado en el túnel resuelta
á salir libre de él, y nada torcería su propósito. Si el tren se
retrasaba, ella era capaz de coger á los tres niños y, entre sus brazos
y contra su corazón, retenerles á la fuerza, hasta que la muerte
pasase.
Continuaron todos andando. Algunos metros más allá la galería se
curvaba, y de súbito la oscuridad fué completa. María Luisa rompió á
llorar.
--¡Tengo miedo, mamá!... ¡Mamaíta!... ¡Madrecita de mi alma!... ¡Tengo
mucho miedo!...
Había en la voz implorante de la niña como un presentimiento de lo que
iba á ocurrir. Rita sintió que Pepe y Francisco, á quienes apenas veía,
se agarraban empavorecidos á sus rodillas. Entonces la mujerona
consideró que aquel paraje fuese quizás el mejor para realizar su
intento, y poniendose en cuclillas, de espaldas contra el muro, recogió
entre sus brazos á los tres niños. Ante ella, á menos de un metro, los
rieles griseaban vagamente. Los muchachos temblaban de frío, de miedo,
bajo el enigma de la enorme tiniebla. Apenas podían hablar. Al cabo,
Pepe preguntó:
--¿A qué esperamos aquí, mamá?
--A que pase el tren.
--¿Por qué no seguimos? ¿No es mejor seguir?...
--No; porque más adelante el camino se estrecha mucho.
Transcurridos unos instantes habló Paquito:
--Mamá... mamá...
--¿Qué?
--¿Tardará mucho el tren?
--No; tardará poco...
Rita, sin querer, apretaba los dientes.
María Luisa, aliviada en su cuita al sentir sobre las mejillas el calor
del pecho materno, había interrumpido su llanto. Los tres hermanos,
consolados repentinamente, parecían tranquilos. Francisco volvió á
interrogar:
--Mamá... ¿tardará mucho el tren?...
--No, vendrá pronto.
--Bueno...
Aturdida por la oscuridad, María Luisa había perdido la noción del
tiempo.
--Cuando salgamos de aquí--dijo--ya será de noche.
Volvieron á callar, penetrados, entumecidos, por la tiniebla húmeda del
antro. De pronto, lejos, resonó un silbido agudísimo, y el fragor
creciente de algo pesado y tremendo pobló la bóveda de medrosos rumores.
Era el correo de Salamanca. Rita, siempre en cuclillas, levantaba la
cabeza, los ojos fijos, desorbitados. El tren trasponía el puente con
jadeos espantosos. Volvió á silbar; iba á meterse en el túnel. Los niños
temblaban, se encogían, mudos de pavor. Unicamente José pudo gritar:
--¡Mamá!... ¡Madrecita!...
Sus brazos buscaban el cuello de la mujerona. Esta, fuera de sí, los
labios espumeantes, le mordió en la cara con tal furia, que el muchacho,
de miedo y de dolor, perdió los sentidos. En el fondo fuliginoso
apareció la roja luz de la locomotora; sobre la inmensidad negra el
convoy, negro también, no se distinguía aún. Hubo un tableteo horrísono,
una agitación de caos, una especie de epilepsia telúrica: temblaba el
suelo, trepidaban, con ensordecedores gemebundeos, los muros; pareció
resquebrajarse y saltar en añicos la montaña.
La infanticida entonces, epiléptica y terrible, comenzó á gritar:
--¡Socorro!... ¡¡Socorro!!...
Y empuñando á sus hijos, á los tres, simultáneamente, revueltos unos con
otros, les precipitó sobre la vía.
Pasaba el tren, y los cuerpecillos cayeron bajo el espanto de las
ruedas. De rodillas, los brazos en alto, en previsión de que algún
viajero pudiese reconocerla, la mujerona continuaba pidiendo:
--¡Socorro!... ¡¡Socorro!!...
Luego, sin mantón, los cabellos despeinados, tiznadas las manos, Rita
Paredes escapaba del túnel, por el lado del río. Momentos después, su
figura seca, alta, desgarbada, recorría la calle Larga. Los vecinos la
miraban atónitos. Rita tenía la expresión idiota; sus brazos
gesticulaban sin concierto; erraban sus miradas; parecía loca...
Varios transeúntes la detuvieron:
--¿Qué la sucede á usted? ¿Por qué va usted así?...
Ella había vuelto á encontrar aquel gesto, aquel admirable gesto de
estupidez y de dolor, con que una mañana estuvo contemplando el cadáver
del señor Frasquito.
--Los he perdido--sollozaba--los he perdido...
--¿A quién ha perdido usted, Rita?...
--A mis hijos...
Y seguía adelante, hacia su casa. Sus labios, sin color, repetían
automáticamente:
--He perdido á mis hijos... he perdido á mis hijos...
A su alrededor el número de curiosos aumentaba. Todos, ávidos de saber y
compasivos, se estrechaban contra ella. El ruido de tantas pisadas llenó
la calle, y la noticia de que acababa de ocurrir una desgracia penetró
en los hogares. En las ventanas y las puertas asomaron rostros
interrogantes. Don Artemio y don Juan Manuel, que salían del Casino, se
acercaron á la mujerona.
--¿Qué dice usted, Rita? ¿Se ha vuelto usted loca? ¿Ha perdido usted á
sus hijos?... ¡No es posible!...
--Sí; á los tres.
--¿Cómo?... ¿Ahora?
--Sí... ahora...
--¿Dónde?
--Abajo... allí...
Con un gesto, señalaba hacia la tierra.
--Los he perdido abajo, en el túnel; abajo... los ha matado el tren.


XXV

En los tres días consecutivos á la catástrofe del túnel, el bazar
«Paredes, Hermanos», permaneció cerrado. Toribio, que ignoraba la
horrible verdad de lo acaecido, estaba furioso, aunque secretamente se
felicitase de haberse aligerado así, tan de cuajo, de los gastos anejos
á la crianza y educación de tres niños pequeños. Molestaban, sin
embargo, á su egoísmo, las visitas al Juzgado, adonde fué varias veces á
declarar; los gastos del entierro, al que asistieron en conmovedora
manifestación de duelo y simpatía todos los parvulillos de
Puertopomares; la expectación de que era objeto y la avidez con que la
pública curiosidad le pedía nuevos detalles del truculento lance; y,
finalmente, el dinero que le obligaba á perder la inexorable obstinación
de Rita en no abrir la tienda.
Considerando esto, el antiguo buhonero prorrumpía en maldiciones
terribles y descargaba sobre las mesas del Toro Blanco puñetazos
furibundos.
--Esa mujer--aludía á su hermana--tiene menos discernimiento que un
asno; ¿cómo si no hubiese cometido la animalada de meterse en el túnel
con los niños justamente minutos antes de pasar el tren?... ¿No merece,
por imbécil, que la tundan á palos?...
Aun reconociendo la justicia de los lamentos y razones de Toribio, la
opinión general compadecía á la madre. El inaudito dolor que pesaba
sobre ella, determinó en su favor una cristiana y unánime corriente de
cariño. Cuantas personas la vieron la tarde del suceso, describían
emocionadas el amor y el esmero con que llevaba á sus hijos de paseo.
Repetían sus palabras:
«Los pobrecitos--había dicho Rita--no salen nunca y necesitan tomar un
poco de aire».
La curiosidad y fisgona destreza de las vecinas, supo percatarse hasta
de los menores detalles. Recordaban, verbigracia, que Paquito iba con
zapatitos flamantes de charol blanco, y que María Luisa llevaba en los
cabellos una cinta azul. Tampoco olvidaron que Rita se quejaba de dolor
de cabeza. Don Artemio Morón, con la vanidad del hombre que vivió unos
segundos cerca de la tragedia de que se habla, no cesaba de repetir á
cuantas personas llegaban á la botica:
--Por aquí pasaron los cuatro; yo, casualmente, acababa de asomarme á la
puerta y estuve charlando con Rita. A los muchachos les llené los
bolsillos de golosinas; iban contentísimos.
_La Roja_, entre tanto, permanecía recluída en su casa; ni siquiera
salía de su habitación. No hablaba. Apenas probaba alimento. Sus ojos
pequeños y azules, de un azul gris, tenían una fijeza imbécil. El rostro
anguloso, descolorido, cobarde, expresaba la angustia de la bestia que
se siente morir.
Al día siguiente del crimen la mujerona pensaba fugarse á Salamanca,
para desde allí ir á reunirse con Vicente en La Coruña: pero no bien el
asesinato se consumó, experimentó una dispersión total de ideas, un
desastre y absoluto aniquilamiento de propósitos. Como por arte de
brujería, toda su desorbitada y caliente vida interior desapareció.
Acaso el esfuerzo que hizo para arrojar á sus hijos bajo las ruedas del
tren, agotó las energías feroces de su voluntad; acaso las almas de los
niños sacrificados y la de su padre, el señor Frasquito, sugestionaban á
la criminal y la producían aquel invencible desfallecimiento; quizás
también el espíritu del hombre pequeñito, satisfecha su venganza, había
renunciado á seguir protegiendo á su cómplice.
Ello fué que, de repente, la mujerona hallóse desposeída del propio
dominio y como desterrada de sí misma. Oía menos, veía menos y sus manos
perdieron la noción justa de los objetos y de las distancias. Una
temerosa quietud, un hondísimo silencio de tumba, parecía desprenderse
de su alma y cubrirla bajo un nimbo aciago. Quería moverse y cual si
entre el espíritu y el cuerpo toda comunicación se hubiese interrumpido,
los músculos manteníanse ociosos. Sabía que Vicente López la esperaba, y
no podía correr á buscarle: una fuerza suprema, un obstáculo invencible,
atravesado delante de ella como un muro, la detenía. En tan rigurosa
soledad, el tiempo adquiría proporciones absurdas: una hora equivalía á
un mes, y de este modo, en las nieblas idiotas de su razón, Rita pensaba
que, desde que salió del túnel, habían transcurrido muchos años. A
intervalos, la miserable experimentaba una sensación de vacío; la
emoción de que alguien acababa de marcharse de su lado de puntillas.
Entonces pensaba:
«¿Por qué don Gil no vendrá á verme?...»
La idea, por momentos más firme, de que el hombre pequeñito había
desertado, acrecentaba sus zozobras, y llegó á sentir el miedo, un miedo
que era hielo, del criminal que huyese, cubierto de sangre, por un
camino.
El jueves de aquella misma semana recibió una carta del _Charro_,
fechada en La Coruña, y al día siguiente, otra, concisa, imperativa,
apremiante como un telegrama. Decía:
«Ya no podemos embarcar en el _Carolina_, que sale de aquí mañana. ¿Qué
sucede? ¿Por qué no vienes? ¿Te has arrepentido? ¿Es que ya no me
quieres?...»
Estas misivas sorprendieron un poco á Rita. Con asombro y pena se
cercioró de que el nombre de Vicente López no suscitaba en ella ninguna
emoción simpática. No recomponía bien la significación de aquel hombre
en su vida; ni siquiera estaba cierta de haberle amado. ¡Vicente
López... el padre de Deogracias!... ¿Y qué?... Además, ¡aquel pasado se
hallaba tan lejos!... Como por un cristal la luz, así la imagen del
_Charro_ cruzó por su alma sin detenerse. ¡Vicente!... ¿Para qué
molestarse en unir su porvenir al suyo, si comprendía que siempre,
mientras viviese, estaría triste? Y no porque se arrepintiese de lo
hecho; es que no deseaba nada, es que todo, de pronto, la parecía igual.
--¡Vicente!--murmuraba Rita buscando en las vaguedades de su
desorganizada memoria--; ¡Vicente!... ¡Es raro!... ¿Por qué estoy así?
¡No me acuerdo bien de él!
Otra razón, de índole muy distinta, agravaba su marasmo: era la
seguridad de que su vitando crimen no quedaría impune, de que se hallaba
perdida irremisiblemente, porque la justicia, de un momento á otro, iba
á saberlo todo. Invadíala entonces una laxitud sobrehumana, un deseo
miserable de entregarse, de caer de rodillas. Tal vez, confesándose,
echaría fuera de sí aquella inquietud.
Pensaba:
«¡Hablar!... ¡Eso quizás fuese lo mejor!...»
En estas incertidumbres perdió dos semanas. Vicente López había dejado
de escribir. El comercio «Paredes, Hermanos» volvió á abrirse, y
Toribio, detrás del mostrador, recobró su vida.
Un día, casi de madrugada, varios tenderos de la calle Larga vieron
pasar á Rita, en dirección á Correos, con una carta en la mano. Iba
descalza y á medio vestir; con una colcha se abrigaba los hombros; sus
cabellos bermejos y revueltos la cubrían los ojos; unos ojos estáticos,
inexpresivos, de sonámbula. Algunos la llamaron:
--¡Señora Rita!... ¡Señora Rita!...
Pero ella caminaba impasible, la mirada en alto, como si la calle
estuviese vacía. Cuando llegó á la Casa-Correos, sin vacilar, echó la
carta al buzón. En aquel instante, una vecina que corría tras ella la
tocó en el hombro:
--Señora Rita...
La mujerona volvió la cabeza, pareció examinar á quien le hablaba y no
contestó. Tenía la actitud de un demente. Su interlocutora, un poco
asustada, repitió:
--Señora Rita...
Otros transeuntes se habían acercado. Los ojos de la mujerona empezaban
á parpadear y adquirían expresión. Al cabo, tras algunas degluciones
penosas, pudo responder:
--¿Qué?...
Su voz sonaba raramente. La preguntaron:
--¿Está usted dormida?
--¿Dormida?--repitió.
--Sí; está usted dormida. ¿Por qué ha salido usted á la calle en ese
traje?
--¿Yo?... ¿En la calle?... ¿Qué calle?...
El número de curiosos aumentaba. Rita Paredes entreabrió la colcha con
que se envolvía. Bruscos estremecimientos de asombro, de susto, pasaban
intermitentes y rápidos, como ráfagas nerviosas, por su rostro.
--Rita--la decían--, Rita...
--¿Qué?... ¿Quién me llama?...
De pronto sus miradas tuvieron fijeza y expresión; renació la
conciencia. Vióse medio desnuda y en la calle, y su terror fué inmenso,
como el de una bruja sorprendida por el sol antes de volver del
aquelarre. Empezó á tiritar.
--¿Cómo me hallo aquí?... ¿Cómo he venido hasta aquí?...
Estaba repugnante, sabática, con su pelambrera rojiza, mezquina y
salpicada de cabellos blancos; sus ojuelos de lobo, amustiados por el
miedo entre la miseria de los párpados sin pestañas; la piel seca,
rugosa, vieja, sobre la dureza saliente de los pómulos; el semblante
espectral, amarillo como el releje de sus dientes. Un transeunte
caritativo la puso su bufanda alrededor del cuello, y unas vecinas, no
teniendo á mano nada mejor, la cubrieron las piernas con una cortina.
Temblaba de frío en medio del grupo, compasivo y fisgón; Rita Paredes,
enjuta, gigantesca y vestida de manera tan desusada, parecía un
espantapájaros. Todos murmuraban:
--Ha perdido la razón. Está loca. ¡Pobre mujer!...
La noticia corría de puerta en puerta, y su virtud expansiva era tal,
que cuando llegaba á la Puerta del Acoso ya se sabía también en la
Glorieta del Parque. El boticario y don Valentín, en cuanto tuvieron de
ella conocimiento, salieron á buscar detalles. Un muchacho había ido á
despertar á Toribio. Rita, entretanto, permanecía de pie, apoyada contra
la pared de la Casa-Correos.
--¿Por qué estoy aquí?--balbuceaba--¿Qué vine á hacer aquí?...
Fruncía las cejas y, á ratos, con sus dedos esqueléticos, de uñas
agudas, se palpaba la frente, como buscando en ella un recuerdo.
--¿Qué vine á hacer aquí?...
Sin embargo, no quería marcharse; esperaba algo.
La mujer que primero la vió, dijo:
--Usted, hace un momento, salió de su casa para echar una carta al
buzón.
Rita, murmuró:
--¿Una carta?
--Sí, señora. La llevaba usted en la mano y la depositó usted ahí.
Señaló con un gesto al buzón; Rita siguió aquel movimiento; después se
miró los dedos. Su interlocutora explicó á los circunstantes:
--¡Pobre mujer! Está buscando la carta. No sabe lo que hizo de ella...
En seguida, dirigiéndose á Rita:
--La carta la puso usted ahí. ¿Comprende? Ahí...
La mujerona volvió á mirar al buzón, que era la máscara, en mármol, de
un león con la boca abierta. Aquella imagen mordía en su memoria y la
despabilaba. Lentamente sus ideas iban aclarándose, y este amanecer
interior hacía filar por su rostro una sucesión interminable de
penumbras, muecas y rapidísimos temblores. Sentíase perdida, arrastrada,
hacia un abismo.
--¿A quién escribió usted?--la preguntaron.
--No sé.
--¿Cómo? ¿Ha olvidado usted el nombre de la persona á quien ha escrito?
Rita movía la cabeza afirmativamente. La expresión de sus ojuelos era
mortecina, idiota; en ellos, no obstante, fulguraba el esfuerzo, el
torturador trajín, de la evocación. La imagen de Vicente López cruzó su
memoria. Vaciló unos segundos y luego:
--No... no es á él--balbuceó--á quien he escrito...
Después:
--Ya me acuerdo... es verdad... ya me acuerdo...
Muchas caras se adelantaron hacia ella, curiosas.
--¿Sabe usted para quién era la carta?
--Sí.
--¿Se acuerda usted de la persona?
--Sí; he escrito al juez.
Estas palabras sibilinas, que parecían envolver un enigma, produjeron en
el auditorio acre emoción.
--¿Ha escrito usted al juez?
--Sí.
--¿A don Niceto?
--Sí...
--¿Y para qué ha escrito usted al juez, Rita?...
--Para... para decirle... para decirle...
No concluyó. Acababa de recobrar la razón y al comprenderse perdida,
lanzó un grito, un horrísono grito, y cayó de bruces contra el suelo. Su
cabeza lívida, al rebotar contra las piedras, se magulló y cubrió de
sangre.


XXVI

Semejante á un temblor de tierra, aquella noche rodó por las tertulias
del Casino, del Toro Blanco y del Café de la Coja, la noticia de que don
Niceto, acompañado de su secretario y de dos números de la Guardia
civil, había procedido á la detención de los hermanos Paredes y que
éstos hallábanse presos é incomunicados en los sótanos de la cárcel.
Suceso tan inverosímil puso en nerviosa conmoción al vecindario. Muchos
curiosos fueron á la tienda de los supuestos detenidos, en busca de
informes, pero la encontraron cerrada, y esta clausura acrecentó la
general espectación. Todos acudieron entonces á la fonda, y don Valentín
se halló acosado y vencido á preguntas. Don Juan Manuel Rubio, don
Elías, don Artemio, don Ignacio y otras personas, le cercaron.
--¿Qué sabe usted?... ¿Y Niceto?... ¿Dónde está Niceto?...
Desgraciadamente ni don Valentín ni sus hijas podían contestar á nada,
porque nada sabían. Desde la víspera, don Valentín no veía á su hermano.
Asimismo, cual si les hubiera tragado la tierra, el secretario del
Ayuntamiento y los dos guardias que dieron escolta al juez habían
desaparecido. Según en los períodos febriles la sangre se precipita con
mayor ímpetu por las arterias, de igual modo, en las crisis colectivas
las muchedumbres adquieren un dinamismo violento y morboso. Por las
callejas de Puertopomares, impelidos por la calentura de la curiosidad,
agitados, insomnes, alegres, los vecinos corrían á caza de detalles.
Como don Niceto no había ido á cenar á su casa ni estaba en el Juzgado,
ni era fácil, de consiguiente, dar con él, Rubio, Fernández Parreño, don
Artemio y el veterinario, resueltos á salir de dudas, se personaron en
la cárcel.
Esta, que fué construída aprovechando los restos de un torreón
centenario, era una casuca alta, estrecha y de paredes circulares. Las
gloriosas saeteras fueron rasgadas y convertidas en ventanas guarnecidas
de espesos hierros. La puerta, que acaso en otros tiempos lo fué de
algún patio de armas, mostrábase en un plano inferior al de la calle y
como aplastada bajo la pesantez de un arco granítico.
Respondiendo á los clamorosos aldabonazos que en ella dieron el médico y
sus acompañantes, un ventanuco, defendido también por densos hierros, se
abrió misterioso. Desde el interior oscuro una voz preguntó:
--¿Quién va?...
En ella don Elías adivinó á Luis, el carcelero.
--Yo soy, Luis, abre.
El interpelado, á su vez, reconoció al médico; su acento tornóse más
humilde; era el acento del hombre que desea servir; pero en aquella
misma melosidad presintió Fernández Parreño una negativa.
--Dispense usted, don Elías; no puedo complacerle. He recibido orden de
no abrir á nadie.
Fernández Parreño, usando de esa llaneza con que en los pueblos, donde
todos se conocen, se tratan los asuntos más reservados, replicó:
--Abre, hombre; esa orden, por severa que sea, no reza conmigo, ni
alcanza á las personas que me acompañan.
Luis se excusó:
--Imposible, don Elías: la orden que me han dado es terminante.
Don Juan Manuel quiso utilizar su influencia de diputado.
--¡Déjate de bobadas, Luis! Si don Niceto te reprendiese por haberle
desobedecido, le dices que me lo cuente á mí. ¡Abre!...
Su acento era decisivo, conminatorio. Pero la voz dócil no cedía:
--Lo siento, don Juan Manuel; perdóneme usted. Tengo orden absoluta de
no recibir á nadie.
--Pero, al menos--interrumpió don Artemio--podrás responder á una
pregunta.
--Según...
--Necesitamos saber si es cierto que los hermanos Paredes están aquí.
Luis no contestó. Vacilaba.
--¿También te han prohibido decir lo que ya se murmura en todo el
pueblo?--agregó el boticario exaltándose.
La voz, replicó:
--Sí, señor; pero no pretendan ustedes saber más: los hermanos Paredes
están aquí desde esta tarde.
Tras estas palabras, dichas con una dulcedumbre que no excluía cierta
sequedad, se cerró el ventanillo, y del viejo portalón carcelario
pareció desprenderse, semejante á un aroma, un hondo silencio.
Derrotados los indiscretos visitantes regresaron al Casino. Eran las
once. Para distraerse organizaron una partida de tresillo. Después llegó
Romualdo Pérez que se sentó aparte. El gerente de _La Honradez_ se había
casado hacía dos meses con Micaela, y estaba en vísperas de ser padre.
Don Elías le preguntó por su mujer, á quien el embarazo mortificaba.
--La pobre sigue mal--repuso Romualdo--; los vómitos no la dejan. Creo
que debía usted ir á darla un vistazo.
El boticario invitó á Romualdo á jugar al dominó. Pérez aceptó. Durante
largo tiempo alimentó una sorda cólera contra don Artemio, por ser éste
quien descubrió y divulgó el secreto de sus relaciones con Micaela; pero
luego el matrimonio había esclarecido aquellas nubes, y el viejo rencor
quedó olvidado.
A hora muy avanzada de la noche, Teodoro, el camarero, acercóse
corriendo á don Juan Manuel y á don Elías para decirles que don Niceto
subía las escaleras del Casino. El juez entró en el salón. Su figurilla
esmirriada y mal vestida, su rostro ojeroso y sin afeitar, su pescuezo
flaco asomando por un cuello poco limpio y demasiado ancho, expresaban
fatiga. Al verle, todos se levantaron, y saliéndole al encuentro le
agasajaron con palabras afectuosas y cordiales golpecitos en la espalda.
Don Juan Manuel le echó un brazo por el hombro, y le ofreció un lugar á
su lado, en el diván. Don Niceto, poseído de su importancia y satisfecho
de aquellas demostraciones de simpatía, entornaba los ojos.
--El día de hoy--declaró--no lo olvidaré nunca: ha sido la jornada más
terrible, más llena de emociones, de mi carrera.
Ante las preguntas vehementísimas de sus amigos, adoptó una actitud
reservada: no podía hablar, no debía hablar; el asunto que iba á
ventilarse revestía caracteres de gravedad y trascendencia
excepcionales.
--Se trata--añadió--de un antiguo error judicial. Yo, lo confieso, fuí
entonces el primer engañado. Nos aguardan sorpresas inauditas, sorpresas
terribles, sorpresas de folletín. ¡Ya lo verán ustedes!... De no
reducirse todo á la declaración sin sentido de una loca, en el proceso
que va á incoarse danzarán varias personas: usted el primero, don
Ignacio; y usted también, don Elías...
Con estas palabras, casi amenazadoras, exacerbóse de manera tal la
curiosidad de unos y otros, y tan desaforada avalancha de preguntas
cayó sobre la exigua y alimonada cabeza de Olmedilla, que éste accedió á
descorrer un poquito el velo del misterio.
Aquel medio día, hallándose almorzando, recibió don Niceto una carta
suscrita por Rita Paredes, donde ésta manifestaba que, espontáneamente y
para aligerar su alma de remordimientos, declarábase responsable única
de la muerte de sus tres hijos, y coautores, ella y su hermano, de la de
Frasquito Miguel; añadiendo que el móvil de este crimen fué el robo, y
que la maza con que asesinaron al señor Frasquito había sido enterrada
en el patio de la llamada «casa del chopo».
--Se conoce--prosiguió el juez--que Rita escribió su carta en un rapto
de fiebre ó de sonambulismo, y luego, sin darse cuenta, fue á echarla á
Correos, donde esta mañana temprano, según he oído decir, varios vecinos
la encontraron alelada y casi encueros. Tan pronto recibí esa carta que,
por sus terribles acusaciones, más que obra de un vivo parece dictada
por el espíritu vengativo de un muerto, me personé, acompañado de mi
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - El misterio de un hombre pequeñito: novela - 19
  • Parts
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 01
    Total number of words is 4373
    Total number of unique words is 1906
    26.8 of words are in the 2000 most common words
    38.4 of words are in the 5000 most common words
    46.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 02
    Total number of words is 4599
    Total number of unique words is 1856
    31.2 of words are in the 2000 most common words
    42.7 of words are in the 5000 most common words
    48.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 03
    Total number of words is 4617
    Total number of unique words is 1804
    30.7 of words are in the 2000 most common words
    41.8 of words are in the 5000 most common words
    48.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 04
    Total number of words is 4528
    Total number of unique words is 1782
    31.1 of words are in the 2000 most common words
    43.5 of words are in the 5000 most common words
    49.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 05
    Total number of words is 4586
    Total number of unique words is 1836
    28.8 of words are in the 2000 most common words
    40.0 of words are in the 5000 most common words
    46.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 06
    Total number of words is 4568
    Total number of unique words is 1886
    28.5 of words are in the 2000 most common words
    40.9 of words are in the 5000 most common words
    46.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 07
    Total number of words is 4538
    Total number of unique words is 1807
    29.7 of words are in the 2000 most common words
    41.4 of words are in the 5000 most common words
    46.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 08
    Total number of words is 4531
    Total number of unique words is 1824
    30.9 of words are in the 2000 most common words
    43.1 of words are in the 5000 most common words
    49.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 09
    Total number of words is 4573
    Total number of unique words is 1846
    28.9 of words are in the 2000 most common words
    42.9 of words are in the 5000 most common words
    49.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 10
    Total number of words is 4590
    Total number of unique words is 1812
    29.6 of words are in the 2000 most common words
    42.4 of words are in the 5000 most common words
    48.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 11
    Total number of words is 4565
    Total number of unique words is 1734
    30.6 of words are in the 2000 most common words
    42.6 of words are in the 5000 most common words
    48.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 12
    Total number of words is 4514
    Total number of unique words is 1662
    28.7 of words are in the 2000 most common words
    40.4 of words are in the 5000 most common words
    47.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 13
    Total number of words is 4522
    Total number of unique words is 1735
    30.2 of words are in the 2000 most common words
    42.3 of words are in the 5000 most common words
    48.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 14
    Total number of words is 4515
    Total number of unique words is 1810
    28.2 of words are in the 2000 most common words
    41.8 of words are in the 5000 most common words
    47.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 15
    Total number of words is 4618
    Total number of unique words is 1781
    30.7 of words are in the 2000 most common words
    43.8 of words are in the 5000 most common words
    50.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 16
    Total number of words is 4509
    Total number of unique words is 1817
    30.3 of words are in the 2000 most common words
    41.8 of words are in the 5000 most common words
    48.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 17
    Total number of words is 4556
    Total number of unique words is 1765
    30.7 of words are in the 2000 most common words
    41.5 of words are in the 5000 most common words
    47.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 18
    Total number of words is 4453
    Total number of unique words is 1667
    30.9 of words are in the 2000 most common words
    43.1 of words are in the 5000 most common words
    48.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 19
    Total number of words is 4493
    Total number of unique words is 1745
    30.9 of words are in the 2000 most common words
    42.7 of words are in the 5000 most common words
    49.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 20
    Total number of words is 4538
    Total number of unique words is 1818
    30.3 of words are in the 2000 most common words
    42.1 of words are in the 5000 most common words
    48.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 21
    Total number of words is 4513
    Total number of unique words is 1690
    30.5 of words are in the 2000 most common words
    42.6 of words are in the 5000 most common words
    49.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 22
    Total number of words is 4507
    Total number of unique words is 1678
    31.3 of words are in the 2000 most common words
    42.0 of words are in the 5000 most common words
    48.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 23
    Total number of words is 1425
    Total number of unique words is 691
    38.6 of words are in the 2000 most common words
    47.3 of words are in the 5000 most common words
    52.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.