El misterio de un hombre pequeñito: novela - 01

Total number of words is 4373
Total number of unique words is 1906
26.8 of words are in the 2000 most common words
38.4 of words are in the 5000 most common words
46.2 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.

EL MISTERIO DE UN HOMBRE PEQUEÑITO
DEL MISMO AUTOR
(PUBLICADAS POR ESTA CASA EDITORIAL)

NOVELAS
Pesetas.
=El otro= (segunda edición) 3,50
=La opinión ajena= 3,50
=La cita= (_Biblioteca popular_) 1


EDUARDO ZAMACOIS
EL MISTERIO
DE UN HOMBRE
PEQUEÑITO
NOVELA
[Illustration: colofón]
RENACIMIENTO
MADRID
San Marcos, 42.
BUENOS AIRES
Libertad, 170.
1914
ES PROPIEDAD

Imp. de Ramona Velasco, viuda de Prudencio Pérez.--Campomanes, 4.
_¿No serán los ensueños, hermanos de la Noche y de la Luna, como
ventanas abiertas sobre el silencio aterciopelado de otra vida? ¿No
constituirán un nexo entre la realidad sensible y el mundo oscuro
por donde ambulan los muertos y vibran los magnetismos de cuantas
personas--aborrecidas ó deseadas--viven lejos de nosotros?_


EL MISTERIO DE UN HOMBRE PEQUEÑITO


I

Mediaba la tarde cuando empezó á llover. La misma violencia inicial del
aguacero, engañó á los vecinos; creían todos que el chaparrón, como de
Mayo, amainaría pronto; pero no fué así, y la voz gradualmente más
fuerte y cercana del trueno, y ciertas nubes grises, semejantes á
columnas de humo, que velaban la crestería de los montes mayores,
aseguraron la persistencia del mal tiempo.
Es Puertopomares un lugarejo salmantino de seis mil habitantes, situado
en las ondulaciones menos ariscas de la fragosa sierra de Gredos.
Hállase enclavado sobre el lomo de un altozano estrecho y largo,
circuído por una breve campiña que, muy luego, arrepentida de su
humildad apacible, trepa veloz y ambiciosa por todos lados hasta ser
orgullosa montaña; y así el pueblo queda hundido en el centro de un
anfiteatro ciclópeo alrededor del cual los altos cerros coronados de
castañares, de alisos, de copudos tejos, de nogales y de chopos,
componen fabulosas graderías. En aquel escenario abrupto, puesto á cerca
de mil metros sobre el nivel del mar, los accidentes atmosféricos
tienen energía extraordinaria: las nevadas son terribles, el calor
asfixiante, las lluvias torrenciales y furiosas, y los vientos y el
trueno suscitan en las concavidades graníticas de la cordillera ululeos
y resonancias imponentes.
Y como la región, son sus habitantes: acaso un tanto imaginativos y
movedizos en sus ideas, determinaciones y afectos; pero, llegado el
caso, duros de voluntad, exaltados en sus deseos, en ofrecer y cumplir
lo ofrecido, generosos é hidalgos, y, finalmente, nobles, sufridos y
bravos, cual corresponde á la tradición, tantas veces centenaria, de la
ejemplar Castilla.
La historia de Puertopomares es dilatadísima. Sus fundadores, gentes
dedicadas al pastoreo y poco belicosas, quizás construyeron las primeras
viviendas junto al río Malamula, que en todo tiempo corre cristalino
como un llanto perpetuo de la sierra, y así parece indicarlo la vejez
secular de aquellas edificaciones que hoy componen el arrabal ó extremo
más miserable del pueblo. Después los aborígenes, hostilizados por
tribus enemigas, debieron de sentir la utilidad defensiva del monte y á
él subieron pidiéndole favor contra la desamparada mansedumbre de la
llanura. Inconscientemente los siervos de la gleba buscaban un amo.
Varios siglos pasaron. Dominando la parte más altiva hiciéronse al fin
los muros aspillerados de un castillo románico, cuyos salones sirven
ogaño de Casa Consistorial y de cuartel, y cuyas ruinas, fuertes
todavía, constituyen la armazón ó esqueleto de todo el villorrio.
Examinando su recia disposición, surgen á montones huellas de
civilizaciones distintas. Los cimientos de la llamada Puerta del Acoso,
y el formidable aparejo de la muralla que domina la parte Norte, son
romanos. Algunos torreoncitos saledizos que interrumpen la sucesión de
los merlones y de las almenas, señalan el paso de la época gótica. Más
adelante la fábrica aborigen trocóse en alcazaba y los árabes dejaron en
el remate de algunas barbacanas la gracia espiritual de su arquitectura.
Posteriormente el feudalismo grabó el sello de su rudeza guerrera y
sensual en la amplitud ecoica de las escaleras y de las cámaras. Todo
allí interesa: cada piedra tiene una historia, cada puñado de argamasa
una gota de sangre; el polvo que ensucia las botas del viajero, es
ceniza de héroes.
Una piedra gerarca defiende todavía la memoria del caballero leonés don
Fadrique Ballesteros de Guzmán, señor de Cantagallos y de Fuenfría,
quien, bajo el tempestuoso reinado de Alfonso onceno, ganó el castillo
de Puertopomares á la morisma. El escudo que ennoblece la Puerta del
Acoso explica el recio temple de aquel hombre y los misterios de su
linaje. Es tajado el escudo, y acreditan bastardía tanto el resalto de
la línea transversal como la disposición del yelmo que lo cubre y se
halla vuelto hacia la izquierda y con la visera baja, cual si quienes
habían de llevarlo se avergonzasen de su origen. Un roble y un lobo
empinante aseveran la elevación de ideas y el temerario coraje de don
Fadrique, así como una mano dice su liberalidad hidalga, y las líneas
verticales y horizontales que se entrecruzan en el cuartel inferior, su
ascético silencio y la contenida aflicción de su ánimo.
De Ballesteros de Guzmán nada escribieron los cronistas de la época;
quizás sucumbió oscuramente en la batalla del Salado, y otro señor, de
nombre desconocido, le arrebató su feudo. La guerra contra la Media Luna
proseguía implacable. Por tres veces, en menos de una centuria, los
moros fronterizos recobraron el castillo, que por lo estratégico era muy
codiciado, y otras tantas lo perdieron. Dos hermanos, don Jaime y don
Siro, emparentados por la rama cognática con uno de los principales
linajes de Aragón, aparecen allí más tarde, y sus crueldades,
violaciones y rapiñas, siembran el espanto en la región. Menos
sanguinarios son sus halcones. Huyen furiosos y cobardes los pecheros á
otras tierras, y los señores bajan al pueblo libremente y cuentan por
cientos sus barraganas. Una ola insultante de bastardía parece descender
de la montaña.
Siglos después, la miseria que ocasionaron la expulsión de los judíos y
la conquista de América, las invasiones extranjeras, las contiendas
civiles, los años de paz con su abandono más funesto para las
edificaciones marciales que la misma guerra, fueron arrancando piedras,
resquebrajando bóvedas y arruinando poco á poco los muros hasta dar con
varios de ellos en el suelo. Entonces fué cuando la gente pobre, los
menesterosos del llano, se acercaron al titán, y perdiéndole el miedo
comenzaron á quitarle lo que necesitaban para sus viviendas. Este
llevábase unos sillares, aquél unos horcones ó unos azulejos, ó
levantaba su casa afirmándola contra las adarajas de algún murallón;
esotro pastor acotaba el extremo de una galería y en ella encerraba de
noche su ganado. En invierno, muchos hampones se detenían allí y, sin
reverencia, para calentarse, encendían hogueras. Había en esta
expoliación pacífica una especie de aborrecimiento subconsciente, de
odio atávico; el odio que dedican al recuerdo del amo, incendiario y
violador, los hijos del siervo.
Por esta causa la vieja alcazaba subsiste mezclada á la vida de
Puertopomares de manera tal, que imposible sería demoler una casa sin
tropezar en ella con algún macho ó lienzo de pared, perteneciente al
coloso. Hay zaguanes, verbigracia, de techumbre abovedada surcada por
las nervaduras sencillas y escuetas de la primitiva arquitectura ojival;
y cocinas, tiendas de comestibles y almacenes, cuyos artesonados
exagonales conservan intactos los follajes y adornos del Renacimiento.
Un salmer sirve de base á una escalera moderna. Una línea de dovelas, da
á una bodega acceso suntuario. Subsisten arcos románicos enormes,
tendidos á traves de cuatro y cinco casas. A veces, empotradas en una
vulgar pared de ladrillo, grisean un trozo de arquitrave y algo del
capitel de una columna hundida allí hace siglos. Insensiblemente la
fábrica primitiva experimentó mutaciones incontables: la iglesia que
comenzaron á levantar adosada á una muralla, se apoderó de un bastión
mudéjar y con ciertos aditamentos lo cambió en torre; un primer reducto
fué convertido más tarde en cárcel; un arbotante en el arrimo principal
del edificio destinado á Casino, la crujía en callejón, la saetera en
ventana, el foso en atajo, el temido ergástulo en bodega, y en
desabrigada plazoleta pública la severidad del antiguo patio de armas.
Los enormes sillares que el tiempo y los asaltos precipitaron desde los
baluartes soberbios á las márgenes humildes del río, fueron aprovechados
luego en la construcción de puentes, fábricas y represas. El cadáver del
titán conserva todavía piedra suficiente para construir un segundo
pueblo, y el de Puertopomares continúa robándole cuanta necesita.
También le debe su fuerza centrípeta, la virtud coercitiva que parece
sujetar inexorablemente sus casas unas á otras; á veces, registrando la
secreta estructura de varias viviendas, la observación descubre, bajo
una máscara reciente de cal y ladrillo, un trozo de bastión ó acitara
que, semejante á un nervio, las sujeta á todas.
Las mudanzas de las civilizaciones y del tiempo, dieron al cerro de
Puertopomares dos fisonomías perfectamente distintas. La parte Sur, que
enfrenta la estación del ferrocarril, es más apacible; hay menos
peñascales y los bosques de castaños y de fresnos muéstranse lozanos y
tupidos; la hierba tiende su magia saludable por las laderas de los
montes, y entre el silencio de la espesura virgiliana blanquean
risueñas viviendas. Arriba, en las tardes de buen sol, el fenestraje
arde con refulgencias cegadoras, las persianas verdean como pámpanos y
los tejados son más rojos. Abajo, en el llano, los rieles del tren,
abrillantados por el uso, ondulan con flexible gracia de serpiente ó de
látigo; en las vías de descarga, vagones oscuros y herméticos, irradian
la melancolía de su quietud. La estación es pequeña, tranquila y tiene
un andén de arena, sombreado por algunos chopos, y una techumbre
salediza. Desde allí al pueblo, á través de la umbría del bosque,
cigzaguea un camino. Al pie del monte un túnel abre la tiniebla de su
medio círculo, y luego, doblándose como un alfanje, pasa al otro lado;
toda la pesadumbre, por tanto, del arruinado castillo, gravita sobre él.
Los trenes que van á Salamanca cruzan el túnel, salvan el río por un
puente muy alto de hierro y madera, y describiendo una curva se hunden
en la sierra. Al desaparecer, súbitamente su estrépito se apaga.
Este lado Norte de Puertopomares, acaso por la mayor cólera de los
vientos, es fosco, batallador, de una acritud estéril, hirsuta y
primitiva. La tierra allí hízose roca. Abundan los yacimientos
graníticos cortados á tajo y todo tiene el color oscuro de la piedra.
Como la vertiente es rapidísima, el desmoronamiento y caída de los
nobles muros belicosos debió de ser terrible. Muchos sillares,
arrancados de los propugnáculos derruídos por el tiempo y las gestas,
rodaron con tal ímpetu que pasaron el río y en la opuesta orilla se
afincaron; algunos quedaron en medio del cauce y contra ellos el agua
murmurante se rompe desde hace siglos; otros, detenidos milagrosamente
en una quiebra de la ladera, permanecen inclinados sobre el abismo y
todavía amenazan. Aquí y allá, en grupos, cual guerrilleros lanzados á
la conquista de la gloriosa fortaleza, crecen frondosos árboles, y en
el amplísimo telón verde de la pendiente numerosas casas, construídas
tal vez en los mismos cimientos de alguna barbacana rota, ó sobre la
sólida anchura de un adarve, levantan su alegría de hogar.
Arriba, en el fastigio ó acirate, y de Levante á Poniente, el lugarejo
muestra la rusticidad abigarrada y guerrera de sus techumbres; entre
todas componen un perfil jiboso, un lomo de camello. La calle Larga,
donde estaban los principales comercios, la botica, el Casino y la Casa
Correos, siguiendo el eje longitudinal del monte atraviesa el pueblo de
Este á Oeste y constituye su espinazo; va desde la Puerta del Acoso á la
Glorieta del Parque, cerca de mil metros mide y ocupa la parte
culminante. Otras tres calles, las de Amor de Dios y Pozo de Don Ramiro,
por la vertiente septentrional, y la del Sacramento, por el mediodía, le
son paralelas, pero hállanse en niveles tan desiguales, que varias casas
de planta baja de la calle Larga, en la de Amor de Dios tienen tres y
aun cuatro pisos. Análoga desproporción existe entre la de Amor de Dios
y Pozo de Don Ramiro, construída á trechos sobre los bloques antemurales
más avanzados del castillo, por cuanto estas vías se encuentran, unas
con respecto á otras, como los bancales en las laderas de los oteros y
colinas. Las demás callejas son pequeñas y fueron abiertas de Sur á
Norte, perpendicularmente á las ya citadas. La parte menos alta la
integran las casucas edificadas fuera de la Puerta del Acoso, las cuales
arraciman, barajan y confunden sus paredes y tejados cual si algún
furioso terremoto las hubiese dislocado y revuelto. Son las más
humildes, las más viejas, y señalan el camino por donde la gente de la
tierra baja trepó á la montaña. Surgen después á intervalos algunos
largos retales de la antigua muralla, todos tiznados por el tiempo y
cubiertos de muérdago y de hiedra; y á continuación, interpolado
pintorescamente á las reliquias del muerto castillo, el pueblo: un
caserío original de contextura arbitraria, de balconajes volados y
grandes como galerías, de espadañas tristes y sutiles, de hostigos
cubiertos de tejas, de fachadas arlequinescas ensuciadas por la ventisca
y las nieves, que le dan un aspecto triste, una tonalidad severa y
medioeval nunca comparable, ni aun en los limpios días del verano, á la
pinturería reverberante de las ciudades andaluzas.
Aquella tarde de Mayo llovió como en los días peores del invierno. En la
lejanía plomiza, las montañas y las nubes se emborronaban; un relámpago
que fingió piruetear de un cerro á otro, bañó el espacio en vivísimo
resplandor, y casi simultáneamente la voz abracadabra del trueno
tableteó horrísona en los arcanos serrinos; los ecos se devolvían aquel
atabaleo trágico que resonaba de valle en valle, de gollizo en cañada,
como el gorgoteo de un intestino lapidario. Enojóse el Malamula con el
aguacero, y su musiteo tornóse rumor de amenaza. El viento dormía y en
las calles desiertas, lavadas, escurridizas y pendientes, sólo vibraba
el acorde monorrítmico del chaparrón semejante á un siseo continuado, á
una orden de silencio. El agua salióse de los alcorques, y desbordándose
de las canales caía ruidosamente sobre las aceras; grandes manchas de
humedad oscurecían las fachadas; por las viejas troneras, por las
grietas de los arruinados paredones, la lluvia torrencial filtrábase
bordando brillantes arabescos. Desde los anchos balcones, de renegrida
horconadura, y á través de los cristales, mujeres de mejillas flacas
color cera y de ojos intensos y negrísimos, mujeres de labios finos y
cabellos lustrosos peinados simétricamente sobre la frente, mujeres
resignadas de Castilla, hacían labores que, á intervalos, interrumpían
para signarse y mirar al espacio. Ni un transeunte, ni un pregón, ni un
ruido; únicamente el susurro de hervor del tenaz y caudal aguacero
respondiendo al sollozo profundo del río. Hasta el martillo de don
Ignacio, el veterinario, reposaba. Feas, aturdidas, caladas, tristes,
muchas gallinas se habían buscado un refugio en el quicio de las
puertas, contra los batientes cerrados. Por las calles mejores y más aun
por los pasadizos dispuestos, para mayor comodidad de los viandantes, en
forma de escalera, el agua descendía impetuosa, espumeante, cobrando
rumores de torrente al despedazarse contra los guardacantones de las
esquinas. A poco levantóse el viento y su furia arrancó á las
encrucijadas temerosas estridencias; la lluvia convirtióse en granizo y
una nueva melancolía aceleró la rapidez gris del crepúsculo; bajo tan
densa brumazón el caserío de Puertopomares, con la plateresca disonancia
de sus espaciosos aleros, de sus balcones largos y saledizos, capaces de
ensombrecer una fachada, y de sus calles tortuosas y sin gente, tenía la
muda desolación de una aldea abandonada.
Sólo una voz implorante y sin timbre rompía de cuándo en cuándo la
quietud de la calle Amor de Dios. Era la del tonto Juan Ramos, llamado
_Ramitas_, que lloraba porque la dueña del Café de la Amistad no le
había permitido entrar en su establecimiento. Ramitas, hemiplégico del
lado izquierdo, arrastraba una pierna al andar y tenía un brazo encogido
y con el codo vuelto hacia afuera. Iba sin sombrero. Su rostro joven,
mojado por la lluvia y las lágrimas, chorreaba mugre. Desde los zaguanes
algunos chiquillos gritábanle burlones y crueles:
--¡Tonto Ramitas!... ¡Eh!... ¿Te han pegado?...
El idiota volvía la cabeza. Acaso comprendía su abandono, su desgracia
que á nadie inspiraba piedad, y prorrumpía en llanto amarguísimo. Mojado
hasta los huesos, intentaba refugiarse en cuantos almacenes de
comestibles y tabernas hallaba al paso, pero de todas partes le
despedían.
--¡Tú, Ramitas!... ¡Fuera de aquí!...
Le tenían asco. El seguía adelante. Lloraba y andaba. Su treno ronco,
doliente, iba alejándose, arrastrándose á lo largo de las calles, como
el lamento de un animal herido.
A las cinco de la tarde, diez minutos antes de la llegada del expreso de
Madrid, los vecinos de la Glorieta del Parque oyeron pasar, hacia la
Estación, el coche de la Fonda del Toro Blanco. Fragor de cristales y de
colleras. Luego, nada. El silencio otra vez; el denso silencio
aldeaniego empapado en la doble tristeza de la lluvia y de la noche.


II

A la misma hora, Teodoro, el camarero del Casino, encendió las luces y
frotó cuidadosamente, con la blancura de su delantal, el mármol de los
veladores. Era un joven de razonable estatura, rubio, servicial y
agradable, que mantenía relaciones con Dominga, la sobrina de don
Valentín Olmedilla, propietario de la Fonda del Toro Blanco. El día de
la boda estaba cercano, y esta proximidad, origen de impaciencias y
acaso de zozobras, daba al rostro humilde y bueno de Teodoro una
ansiedad y una melancolía.
Las mesas de tresillo y las de billar, hallábanse ocupadas, y las voces
de los jugadores y el ruido de los tacos, al golpear la madera del
suelo, producían regocijo.
El Casino, por su amplitud, ornato y afortunada disposición, merecía
serlo de una capital provinciana. Ocupaba en el accidentado perímetro de
la población un sitio muy alto, y un lienzo de muralla prestábale
cimiento. Constaba de dos cámaras espaciosas y de mucho puntal; las
ventanas de una de ellas abocaban á una plazuela lamentable, de
fachadas torcidas, de piso herboso y desigual, como dislocado por algún
terremoto, y entristecida bajo la umbría de unos soportales. El otro
salón se destinaba exclusivamente á bailes, y lo rodeaban largas
banquetas de pañete azul. Espejos de dorado marco, envueltos en gasas
para mayor pulcritud y conservación, adornaban los muros pintados al
temple. Contiguo á este salón había una galería abierta al Sur, sobre un
panorama magnífico. Su fenestraje, que visto desde el valle, parecía
arder con el sol, dominaba la estación del ferrocarril oprimida bajo su
techumbre de pizarra fregada por los aguaceros, la serenidad esmeralda
de algunos huertos, la reciedumbre y frondosidad saludable de los
viciosos castañares que sombreaban toda aquella parte, y la altivez de
los lejanos montes, ceñidos de nubes, semejantes á volcanes humosos.
Entre aquel inmenso verdor gambeteaba, apareciendo y ocultándose
alternativamente con una inquietud de parpadeo, el camino que conducía á
la ermita de San Fernando, semejante á una piedra, por lo pequeña, y
desde cuyo atrio todos los años, y con notable concurrencia y zambra de
romeros, un sacerdote, en el mes más propicio á la vida, bendecía los
campos. Las otras habitaciones ó dependencias del Casino eran la alcoba
de Teodoro, la cocina que se encendía rara vez, pues casi ningún socio
almorzaba ni comía allí, la sala de juego y la habitación destinada á
biblioteca; un cuarto desabrigado y minúsculo, ocupado por un largo
pupitre y varios estantes con libros. No llegarían éstos á trescientos.
En lugar bien visible y preferente, había dos retratos al óleo: el del
señor don Filiberto Pérez y el del alcalde señor Martínez Rodríguez.
Ambos fueron puertopomarenses ilustres, y la amplitud de sus cuellos y
la estrechez de sus levitas con trencilla señalaban una época distante.
Don Filiberto tenía los cabellos cortados al rape, la frente oscura y
el bigote rubio y caído; el señor Martínez Rodríguez estaba afeitado y
en su rostro plebeyo y trivial fulgían unos ojos chiquitos, negros y
redondos, como gotas de tinta. Nadie recordaba la historia abnegada,
llena, sin duda, de iniciativas, filantropía, sacrificios y nobles
desvelos, de aquellos dos varones preclaros. Su obra se había perdido.
Toda la buena sociedad puertopomarense les conocía de verles allí, en la
biblioteca del Casino, y nada más. A sus nombres vulgares no iba unido
el recuerdo de ninguna hazaña capaz de imponerse á la ingratitud del
tiempo. Don Filiberto Pérez había sido notario y murió soltero; Martínez
Rodríguez fué alcalde, restauró á sus espensas la torre de la iglesia y
tuvo varios telares. A esto reducíase la vida de ambos próceres. Sin
embargo, cuando algún forastero visitaba el Casino, las personas que le
acompañasen nunca dejaban de mostrarle la biblioteca. Aquellos
trescientos volúmenes polvorientos, que nadie leía, eran el orgullo del
vecindario, su más limpio timbre de progreso.
--Hasta ahora--decían--no hemos conseguido hacer más. Esto debemos
reformarlo. Nuestro pueblo necesita cultura... ¡mucha cultura!... En
fin, más adelante... poco á poco... ¡ya veremos! Luchamos contra dos
enemigos terribles: la ignorancia y la falta de dinero. ¿Quiere usted
creer que se pasan los años sin que á ninguno de los doscientos y pico
de socios que nos reunimos aquí, se le ocurra pedir un libro?
Tampoco dejaban de tributar á los retratos un elogio breve y ferviente:
--El señor Martínez Rodríguez; el señor don Filiberto Pérez; dos
conterráneos insignes...
En estas palabras vibraba siempre cierto énfasis; un orgullo de
campanario, una vanidad lugareña que utilizaba aquel momento para
ponerse de puntillas. El forastero se inclinaba cortés ante aquellas
figuras que lo recogido del sitio y la tizne de los años mejoraban, y su
rostro expresaba devoción y melancolía, cual si realmente lamentase no
haber conocido á dos personas de tanto mérito.
A pesar de sus comodidades y holgura, el Casino arrastraba una
existencia pobre. Años atrás, se celebraban allí todos los domingos
bailes, á los que concurría lo más granadito de la población. De estas
reuniones resultaron algunas bodas, como la de don Elías Fernández
Parreño, que acababa de licenciarse médico en Salamanca, con
Presentacioncita Tejas, la heredera más rica de la localidad. Luego, sin
causa ostensible, el celo de tales divertimientos fué apagándose; el
pianillo de manubrio, al que en las noches de holgorio desembarazaban de
su funda gris, sonaba inútilmente; huyendo de las mujeres los hombres se
refugiaban en la sala de juego ó asaltaban las mesas de tresillo, y las
muchachas no tenían con quien bailar. Las más alegres valsaban unas con
otras, como para afear á los galanes su huraña descortesía. Poco á poco
los bailes, semejantes á una fruta que fuera secándose, redujéronse á
dos mensuales; más tarde, á uno; finalmente se suprimieron, y las
mujeres, haciendo de su orgullo resignación, no demostraron sentirlo.
Teodoro achacaba esta decadencia á los hombres. La juventud masculina
veía en el baile un riesgo, una peligrosa ocasión de galantería y
coqueteo que acaso pudiera trocarse después en grave amor; no son buenos
juegos los que terminan ciñéndose coronas de responsabilidades y
obligaciones, ni cómodos los labios femeninos que, para besar, exigen la
previa sanción del cura y del juez, y así, el miedo al matrimonio echó
del Casino al genio celestinesco del baile.
En Puertopomares, el número de solteros era enorme; había muchos
individuos ricos, independientes y de juveniles costumbres, que
llegaron á los cuarenta años sin noviar con nadie. Estos refinados
egoístas satisfacían sus apetitos en las infelices habitantes de una
mancebía miserable, situada fuera del pueblo, sobre el tajo del río, en
un repliegue del terreno denominado Barranco del Zorro, y no pedían más;
los que necesitaban dar á sus licenciosos gustos mayores libertad y
lujo, se iban á Salamanca. «Amor sin amor--pensaban--amor pagado
inmediatamente, fué siempre el más barato y el más cómodo». Las mozas
casables estaban desesperadas; padres y maestros las recomendaron el
recogimiento, el pudor, la mesura más escrupulosa en sus acciones y
palabras. ¡Oh!... ¿Para qué?... ¿Quién agradecería su sacrificio
vestal?... Millares de entre ellas llegaron á la vejez solteras,
afeadas, marchitadas, por las brasas del deseo insatisfecho y
perdurable. Y había en la lenta consunción de aquellos azahares
inútiles, en la sempiterna agonía interior de tantas vírgenes estériles,
el dolor infinito, el espanto de tragedia, de una abominable injusticia
social.
Generalmente al Casino los socios sólo concurrían de nueve á doce de la
noche; pero aquella tarde, muchos de ellos, sorprendidos en el campo ó
en la calle por la tempestad, acudieron á guarecerse allí.
En la galería, sentadas alrededor de una mesa, varias personas miraban
hacia el paisaje sobre el cual la lluvia y la agonía crepuscular
desgranaban fugaces temblores amarillos y violetas. Era la contemplación
profunda, el éxtasis religioso, de los labriegos para quienes encierra
algo místico el fenómeno fecundante de la lluvia. Los relámpagos
pintaban en el espacio fuliginoso grietas terribles, ágiles como
víboras. El aire olía á tierra húmeda. Del valle subía el rumor, hondo,
interminable--lamento de mar--del viento, entre los árboles. Muy lejos,
la corriente del Malamula gruñía rencorosa.
Formaban la tertulia don Juan Manuel Rubio, al que sus muchas haciendas
y relaciones habían consagrado diputado á través de todas las
legislaturas; don Elías, el médico; don Ignacio Martínez, el
veterinario; el juez municipal, don Niceto Olmedilla, hermano de don
Valentín, el amo de la fonda; don Isidro Peinado, alcalde y dueño de una
ferretería de la calle Larga, y otros dos individuos. Don Juan Manuel y
don Ignacio, bebían coñac; los demás, cerveza. Durante mucho rato todos
hablaron del tiempo, y cada cual, cachazudamente, aportó á la
conversación un dato interesante.
--Dicen--exclamó don Elías--que en Nava de Pomares llueve desde anoche
torrencialmente. Los viejos no recuerdan aguacero igual.
--¿Cómo lo sabe usted?--preguntó don Niceto.
--Porque esta mañana fué Luisito Cruz á decirme que su madre había
amanecido peor, y él vive en la Nava...
--Tiene usted razón; hoy le vi en la fonda, hablando con mi hermano.
Callaron. Unos momentos todos miraron hacia el campo; diríase que la
afirmación, «en Nava de Pomares está lloviendo mucho», era tan grande,
tan trascendente, que congestionaba los cerebros. Al cabo, la voz
ruda--voz de mando--de don Ignacio Martínez, deshizo el encanto.
--En Candelario, esta madrugada diluviaba; me consta por un mozo de
allí, que me ha traído á herrar dos caballerías.
--Pues si diluvia en Candelario--observó don Isidro--habrá llovido
también en Cantagallos y en La Olla y en Palomares... pues siempre fué
así, y conocida la disposición de la sierra no puede ser de otro modo.
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - El misterio de un hombre pequeñito: novela - 02
  • Parts
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 01
    Total number of words is 4373
    Total number of unique words is 1906
    26.8 of words are in the 2000 most common words
    38.4 of words are in the 5000 most common words
    46.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 02
    Total number of words is 4599
    Total number of unique words is 1856
    31.2 of words are in the 2000 most common words
    42.7 of words are in the 5000 most common words
    48.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 03
    Total number of words is 4617
    Total number of unique words is 1804
    30.7 of words are in the 2000 most common words
    41.8 of words are in the 5000 most common words
    48.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 04
    Total number of words is 4528
    Total number of unique words is 1782
    31.1 of words are in the 2000 most common words
    43.5 of words are in the 5000 most common words
    49.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 05
    Total number of words is 4586
    Total number of unique words is 1836
    28.8 of words are in the 2000 most common words
    40.0 of words are in the 5000 most common words
    46.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 06
    Total number of words is 4568
    Total number of unique words is 1886
    28.5 of words are in the 2000 most common words
    40.9 of words are in the 5000 most common words
    46.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 07
    Total number of words is 4538
    Total number of unique words is 1807
    29.7 of words are in the 2000 most common words
    41.4 of words are in the 5000 most common words
    46.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 08
    Total number of words is 4531
    Total number of unique words is 1824
    30.9 of words are in the 2000 most common words
    43.1 of words are in the 5000 most common words
    49.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 09
    Total number of words is 4573
    Total number of unique words is 1846
    28.9 of words are in the 2000 most common words
    42.9 of words are in the 5000 most common words
    49.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 10
    Total number of words is 4590
    Total number of unique words is 1812
    29.6 of words are in the 2000 most common words
    42.4 of words are in the 5000 most common words
    48.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 11
    Total number of words is 4565
    Total number of unique words is 1734
    30.6 of words are in the 2000 most common words
    42.6 of words are in the 5000 most common words
    48.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 12
    Total number of words is 4514
    Total number of unique words is 1662
    28.7 of words are in the 2000 most common words
    40.4 of words are in the 5000 most common words
    47.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 13
    Total number of words is 4522
    Total number of unique words is 1735
    30.2 of words are in the 2000 most common words
    42.3 of words are in the 5000 most common words
    48.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 14
    Total number of words is 4515
    Total number of unique words is 1810
    28.2 of words are in the 2000 most common words
    41.8 of words are in the 5000 most common words
    47.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 15
    Total number of words is 4618
    Total number of unique words is 1781
    30.7 of words are in the 2000 most common words
    43.8 of words are in the 5000 most common words
    50.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 16
    Total number of words is 4509
    Total number of unique words is 1817
    30.3 of words are in the 2000 most common words
    41.8 of words are in the 5000 most common words
    48.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 17
    Total number of words is 4556
    Total number of unique words is 1765
    30.7 of words are in the 2000 most common words
    41.5 of words are in the 5000 most common words
    47.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 18
    Total number of words is 4453
    Total number of unique words is 1667
    30.9 of words are in the 2000 most common words
    43.1 of words are in the 5000 most common words
    48.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 19
    Total number of words is 4493
    Total number of unique words is 1745
    30.9 of words are in the 2000 most common words
    42.7 of words are in the 5000 most common words
    49.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 20
    Total number of words is 4538
    Total number of unique words is 1818
    30.3 of words are in the 2000 most common words
    42.1 of words are in the 5000 most common words
    48.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 21
    Total number of words is 4513
    Total number of unique words is 1690
    30.5 of words are in the 2000 most common words
    42.6 of words are in the 5000 most common words
    49.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 22
    Total number of words is 4507
    Total number of unique words is 1678
    31.3 of words are in the 2000 most common words
    42.0 of words are in the 5000 most common words
    48.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El misterio de un hombre pequeñito: novela - 23
    Total number of words is 1425
    Total number of unique words is 691
    38.6 of words are in the 2000 most common words
    47.3 of words are in the 5000 most common words
    52.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.