El Marqués de Bradomín: Coloquios Románticos - 1

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EL MARQUES DE BRADOMIN


OBRAS DEL AUTOR

FEMENINAS (_agotada_).
EPITALAMIO (_agotada_).
CENIZAS (_agotada_).
JARDÍN NOVELESCO (_segunda edición_).
CORTE DE AMOR (_segunda edición_).
SONATA DE PRIMAVERA, I, (_tercera edición_).
SONATA DE ESTÍO, II, (_tercera edición_).
SONATA DE OTOÑO, III, (_tercera edición_).
SONATA DE INVIERNO, IV, (_tercera edición_).
FLOR DE SANTIDAD (_segunda edición_).
AGUILA DE BLASÓN.
AROMAS DE LEYENDA.
EL MARQUÉS DE BRADOMÍN.
ROMANCE DE LOBOS.

EN PRENSA
HERNÁN CORTÉS.


EL MARQUES DE BRADOMIN:
COLOQUIOS ROMANTICOS:
POR DON RAMON DEL VALLE-INCLAN
PUEYO: EDITOR:
AÑO MCMVII: MADRID


Tipografía de Archivos. Infantas. 42.


EL MARQUES DE BRADOMIN
_Estos diálogos tuvieron hace
tiempo vida en el teatro. Es un
recuerdo que me sonríe al releer
estas páginas: Con ellas envío
á Matilde Moreno y á Francisco
García Ortega mi saludo de
reconocimiento, de admiración y de
amistad._


JORNADA PRIMERA


[Ilustración]

Un jardín y en el fondo un palacio: El jardín y el palacio tienen
esa vejez señorial y melancólica de los lugares por donde en
otro tiempo pasó la vida amable de la galantería y del amor.
Sentado en la escalinata, donde verdea el musgo, un zagal de pocos
años amaestra con los sones de su flauta, una nidada de mirlos
prisionera en rústica jaula de cañas. Aquel niño de fabla casi
visigótica y ojos de cabra triscadora, con su sayo de estameña y
sus guedejas trasquiladas sobre la frente por tonsura casi monacal,
parece el hijo de un antiguo siervo de la gleba. La dama pálida
y triste, que vive retirada en el palacio, le llama con lánguido
capricho Florisel. Por la húmeda avenida de cipreses aparece una
vieja de aldea: Tiene los cabellos blancos, los ojos conqueridores
y la color bermeja. El manteo, de paño sedán, que sólo luce en las
fiestas, lo trae doblado con primor y puesto como una birreta sobre
la cofia blanca: Se llama Madre Cruces.
LA MADRE CRUCES
¿Estás adeprendiéndole la lección á los mirlos?
FLORISEL
Ya la tienen adeprendida.
LA MADRE CRUCES
¿Cuántos son?
FLORISEL
Agora son tres. La señora mi ama echó á volar el que mejor cantaba.
Gusto que tiene de verlos libres por los aires.
LA MADRE CRUCES
¡Para eso es la señora! ¿Y cómo está de sus males?
FLORISEL
¡Siempre suspirando! ¡Agora la he visto pasar por aquella vereda
cogiendo rosas!
LA MADRE CRUCES
Solamente por saludar á esa reina he venido al palacio. A encontrarla
voy. ¿Por dónde dices que la has visto pasar?
FLORISEL
Por allí abajo.

La Madre Cruces se aleja en busca de la señora, y torna á requerir
su flauta Florisel. El sol otoñal y matinal deja un reflejo dorado
entre el verde sombrío, casi negro, de los árboles venerables. Los
castaños y los cipreses que cuentan la edad del palacio. La Quemada
y Minguiña, dos mujerucas mendigas, asoman en la puerta del jardín,
una puerta de arco que tiene, labrados en la piedra sobre la
cornisa, cuatro escudos con las armas de cuatro linajes diferentes.
Los linajes del fundador, noble por todos sus abuelos. Las dos
mendigas asoman medrosas.
LA QUEMADA
¡A la santa paz de Dios Nuestro Señor!
MINGUIÑA
¡Ave María Purísima!
LA QUEMADA
¡Todas las veces que vine á esta puerta, todas, me han socorrido!
MINGUIÑA
¡Dicen que es casa de mucha caridad!
LA QUEMADA
No se ve á nadie...
MINGUIÑA
¿Por qué no entramos?
LA QUEMADA
¡Y si están sueltos los perros!
MINGUIÑA
¿Tienen perros?
LA QUEMADA
Tienen dos, y un lobicán muy fiero...
FLORISEL
¡Santos y buenos días! ¿Qué deseaban?
LA QUEMADA
Venimos á la limosna. ¿Tú agora sirves aquí? Buena casa has encontrado.
En los palacios del Rey no estarías mejor.
FLORISEL
¡Eso dícenme todos!
LA QUEMADA
Pues no te engañan.
FLORISEL
¡Por sabido que no!
MINGUIÑA
¡Tal acomodo quisiera yo para un nieto que tengo!
FLORISEL
No todos sirven para esta casa. Lo primero que hace falta es muy bien
saludar.
MINGUIÑA
Mi nieto es pobre, pero como enseñado lo está.
FLORISEL
Y hace falta lavarse la cara casi que todos los días.
MINGUIÑA
En un caso también sabría dar gusto.
FLORISEL
Y dentro del palacio tener siempre la montera quitada, aun cuando la
señora no se halle presente, y no meter ruido con las madreñas ni
silbar por divertimiento, salvo que no sea á los mirlos.
LA QUEMADA
¿Tú aquí sirves por el vestido?
FLORISEL
Por el vestido y por la soldada. Gano media onza cada año, y á cuenta
ya tengo recibido los dineros para mercar esta flauta. ¿Vostedes es la
primera vez que vienen á la limosna?
LA QUEMADA
¡Yo hace muchos años!
MINGUIÑA
Yo es la primera vez. Nunca creí verme en tanta necesidad. Fuí criada
con el regalo de una reina, y agora no me queda otro triste remedio que
andar por las puertas. Un hijo tenía, luz de mi tristes ojos, amparo de
mis años, y murió en el servicio del Rey, adonde fué por un rico.
FLORISEL
¿Y vienen de muy lejos?
MINGUIÑA
De San Clemente de Bradomín.
LA QUEMADA
¡Todo por monte!
FLORISEL
Ya sé dónde queda. Allí tiene un palacio el más grande caballero de
estos contornos.
MINGUIÑA
¡También es puerta aquella de mucha caridad! Agora poco hace, llegó el
señor mi Marqués, al cabo de muchos años. Dicen que viene para hacer
una nueva guerra por el Rey Don Carlos, á quien le robaron la corona
cuando los franceses.
LA QUEMADA
Aquél murió. El de agora es un hijo.
MINGUIÑA
Hijo ó nieto, es de aquella sangre real.

En la puerta del jardín asoma una hueste de mendigos. Patriarcas
haraposos, mujeres escuálidas, mozos lisiados. Racimo de gusanos
que se arrastra por el polvo de los caminos y se desgrana en
los mercados y feriales de las villas salmodiando cuitas y
padrenuestros, caravana que descansa al pie de los cruceros, y
recuenta la limosna de mazorcas y mendrugos de borona, á la sombra
de los valladares floridos donde cantan los pájaros del cielo á
quienes da nido y pan Dios Nuestro Señor. En todos los casales los
conocen, y ellos conocen todas las puertas de caridad. Son siempre
los mismos: El Manco de Gondar; el Tullido de Céltigos; Paula la
Reina, que da de mamar á un niño; la Inocente de Brandeso; Dominga
de Gómez; el señor Amaro, el señor Cidrán el Morcego y la mujer del
Morcego. Llegan por el camino aldeano, fragante y riente bajo el
sol matinal.

EL MANCO DE GONDAR
Rapaz, avisa en la cocina que está aquí el manco de Gondar, que viene
por la limosna.
EL TULLIDO DE CELTIGOS
Y el tullido de Céltigos.
FLORISEL
Tiene dicho Doña Malvina, el ama de llaves, que esperen á reunirse
todos.
EL MANCO DE GONDAR
Dile que tenemos de recorrer otras puertas.
EL TULLIDO DE CELTIGOS
No basta una sola para llenar las alforjas.
EL MORCEGO
Los ricos, como no pasan trabajos...
LA MUJER DEL MORCEGO
Padre nuestro, que estáis en los cielos...

Por un sendero del jardín aparece la Señora del palacio, que viene
cogiendo rosas. A su lado la Madre Cruces habla conqueridora, y la
dama suspira con desmayo. Es una figura pálida y blanca, con aquel
encanto de melancolía que los amores muertos ponen en los ojos y en
la sonrisa de algunas mujeres.
LA MADRE CRUCES
¡Y cómo me place ver á mi señora con las colores de una rosa!
LA DAMA
De una rosa sin color, Madre Cruces.
LA MADRE CRUCES
Y todavía no la dije algo que habrá de alegrarla. ¡Esperando que me
preguntase!
LA DAMA
¡Sin preguntarte lo sé!
LA MADRE CRUCES
¿Que lo sabe?
LA DAMA
¡Ojalá pudiera equivocarme!
LA MADRE CRUCES
No es cosa para que suspire. Son nuevas de un caballero muy galán.

Viendo llegar á la Señora la hueste de mendigos, que derramada
por la escalinata espera la limosna, se incorpora y junta con un
murmullo de bendiciones. En el sendero la dama se detiene para oir
á la vieja conqueridora, y torna á suspirar. Sus ojos tienen esa
dulzura sentimental que dejan los recuerdos cuando son removidos,
una vaga nostalgia de lágrimas y sonrisas, algo como el aroma de
esas flores marchitas que guardan los enamorados.
LA QUEMADA
Aquí está la señora.
MINGUIÑA
¡Bendígala Dios!
PAULA
Y le dé la recompensa de tanto bien como hace á los pobres.
EL TULLIDO DE CELTIGOS
¡Parece una reina!
LA QUEMADA
¡Parece una santa del cielo!
MINGUIÑA
¡Es la misma Nuestra Señora de los Ojos Grandes que está en Céltigos!
LA DAMA
¿Cómo sigue tu marido, Liberata?
LA QUEMADA
¡Siempre lo mismo, mi señora! ¡Siempre lo mismo!
LA DAMA
¿Es tuyo ese niño, Paula?
PAULA
No, mi señora. Era de una curmana que se ha muerto. Tres ha dejado la
pobre: éste es el más pequeño.
LA DAMA
¿Y tú lo has recogido?
PAULA
La madre me lo recomendó al morir.
LA DAMA
¿Y qué es de los otros dos?
PAULA
Por esos caminos andan. El uno tiene siete años, el otro nueve... Pena
da mirarlos desnudos como ángeles del cielo.
LA DAMA
Vuelve mañana, y pregunta por Doña Malvina.
PAULA
¡Gracias, mi señora! ¡Mi gran señora! ¡La pobre madre se lo agradecerá
en el cielo!
LA DAMA
Y á los otros pequeños tráelos también contigo.
PAULA
Los otros, mañana no sé dónde poder hallarlos.
EL SEÑOR CIDRAN
Los otros, aunque cativo, también tienen amparo. Los ha recogido
Bárbara la Prisca, una viuda lavandera que también á mí me tiene
recogido.
LA DAMA
¡Pobre mujer!
LA MADRE CRUCES
Bárbara la Prisca casó con un sobrino de mi difunto. ¡Es una santa de
Dios!
LA DAMA
La conozco, Madre Cruces.

Seguida de la vieja conqueridora la Señora del palacio se aleja
lentamente, y á los pocos pasos, suspirando con fatiga, se sienta
á la sombra de los rosales, en un banco de piedra cubierto de
hojas secas. En frente se abre la puerta del laberinto misterioso
y verde. Sobre la clave del arco se alzan dos quimeras manchadas
de musgo y un sendero sombrío, un solo sendero, ondula entre los
mirtos. Muy lejano, se oye el canto de los mirlos guiados por la
flauta que tañe Florisel.
LA MADRE CRUCES
Y tornando al cuento pasado. ¿Dice que sabe la nueva?
LA DAMA
¡Ojalá me equivocase! Tú traes una carta para mí, Madre Cruces.
LA MADRE CRUCES
¿Cómo lo sabe?
LA DAMA
¡No me preguntes cómo lo sé! ¡Lo sé!
LA MADRE CRUCES
¿Quién ha podido decírselo? ¡Si fué una misma cosa entregarme la carta
el señor mi Marqués y ponerme en camino!
LA DAMA
No me lo ha dicho nadie. Yo lo sentí dentro del corazón, como una gran
angustia, cuando te vi llegar. ¡Y no me atrevía á preguntarte!
LA MADRE CRUCES
¡Como una gran angustia! Yo presumo que el señor mi Marqués viene de
tan lejanas tierras solamente por ver á mi señora.
LA DAMA
Viene porque yo le llamé, y ahora me arrepiento. A mí me basta con
saber que me quiere. Temía que me hubiese olvidado y le escribí, y
ahora que estoy segura de su cariño temo verle.

La Señora del palacio queda un momento con la carta entre sus
manos cruzadas contemplando el jardín. En la rosa pálida de su
boca tiembla una sonrisa, y los ojos brillaban con dos lágrimas
rotas en el fondo. Las flores esparcidas sobre su falda aroman
aquellas manos blancas y transparentes. ¡Divinas manos de enferma!
Suspirando abre la carta. Mientras lee asoma en la puerta del
jardín una niña desgreñada, con ojos de poseída, que clama llena
de un terror profético, al mismo tiempo que se estremece bajo sus
harapos: Es Adega la Inocente.
ADEGA LA INOCENTE
¡Ay de la gente que no tiene caridad! Los canes y los rapaces córrenme
á lo largo de los senderos. Mozos y viejos asoman tras de las cercas y
de los valladares para decirme denuestos. ¡Ay de la gente que no tiene
caridad! ¡Cómo ha de castigarla Dios Nuestro Señor!
MINGUIÑA
Ya la castiga. Mira cómo secan los castañares, mira cómo perecen las
vides. Esas plagas vienen de muy alto.
ADEGA LA INOCENTE
Otras peores tienen de venir. ¡Se morirán los rebaños sin quedar una
triste oveja, y su carne se volverá ponzoña! ¡Tanta ponzoña que habrá
para envenenar siete reinos!
EL SEÑOR CIDRAN
¡La cuitada es inocente! No tiene sentido.
MINGUIÑA
Entra, rapaza, que aquí nadie te hará mal. Dame dolor de corazón el
verla.

Adega la Inocente responde levantando los brazos, como si evocase
un lejano pensamiento profético, y los vuelve á dejar caer.
Después, cubierta la cabeza con el manteo, entra en el jardín lenta
y llena de misterio. Así, arrebujada, parece una sombra milenaria.
Tiembla su carne y los ojos fulguran calenturientos bajo el capuz
del manteo. En la mano trae un manojo de yerbas que esconde en el
seno con vago gesto de hechicería. Estremeciéndose va á sentarse
entre las dos abuelas mendigas Minguiña y la Quemada. En tanto,
la Señora del palacio, allá en el fondo del jardín, sentada en el
banco que tiene florido espaldar de rosales, termina de leer la
carta.
LA DAMA
¡Qué tortura!

LA MADRE CRUCES
Bien se me alcanza lo que á mi señora le acontece. Como no puede
retenerle largo tiempo, teme el dolor de la ausencia.
LA DAMA
¡Lo que yo temo es ofender á Dios! ¡Sólo de pensar que puede aparecerse
ahora mismo tiemblo y desfallezco! ¡Y la idea de no verle me horroriza!
Cuéntame qué te dijo. ¿Cómo fué el darte esta carta?
LA MADRE CRUCES
Esta mañana llegó al molino como de cacería. Yo, al pronto, le
desconocí. Tiene todos los cabellos blancos, que parecen de plata.
Quedóse parado en la puerta mirándome muy fijo. Ante un caballero tan
lleno de majestad, me puse de pie, y ha sido cuando me habló y le
reconocí.
LA DAMA
¿Y qué te dijo?
LA MADRE CRUCES
Pues, díjome estas mismas palabras: Madre Cruces, hace mucho que
has visto á mi pobre Concha? Toda asombrada quedéme sin acertar á
responderle. Entonces sacó del bolsillo la carta y me la entregó.
LA DAMA
¿No te habló más?
LA MADRE CRUCES
Nada más, mi reina.
LA DAMA
¿No te dijo que yo le esperaba?
LA MADRE CRUCES
Nada me dijo.
LA DAMA
¿Ni de dónde venía?
LA MADRE CRUCES
Nada.
LA DAMA
¿Y tú no le preguntaste?
LA MADRE CRUCES
No me atreví. El verle aparecer de aquella manera habíame impuesto. Eso
sí, parecióme más triste.
LA DAMA
¡Dos años hace que no le veo! Fué aquí, en este mismo jardín, donde nos
dijimos adiós. Yo creí morir, pero no es cierto que maten las penas.
LA MADRE CRUCES
No mata ningún mal de este mundo. Es que Dios elige á los suyos.
LA DAMA
Di, Madre Cruces, ¿por qué te ha parecido triste?
LA MADRE CRUCES
Yo no sé si será aquella cabellera toda blanca. Y agora recuerdo otras
palabras del señor mi Marqués. ¡Fueron tan pocas!
LA DAMA
¡Tan pocas y aún las olvidas! Repíteme todo lo que él te dijo.
LA MADRE CRUCES
Pues díjome: ¿Mi pobre Concha sigue siempre triste? ¿Conserva aquella
mirada de criatura enferma que estuviese pensando en la otra vida?
LA DAMA
¡Sigue llamándome su pobre Concha!
LA MADRE CRUCES
Siempre que habla de mi señora la nombra así.
LA DAMA
¡Su pobre Concha!.. Y bien pobre, y bien digna de lástima. Le quise
desde niña, y crecí, y fuí mujer y me casaron con otro hombre, sin
que él hubiese sospechado nada. ¡Aquellos ojos eran á la vez ciegos y
crueles!.. Después, cuando se fijaron en mí, ya sólo podían hacerme más
desgraciada.
Hay un silencio largo donde se oye el zumbar de un tábano entre
los rosales. La Señora del palacio, con la carta entre las manos,
ha quedado como abstraída: sus ojos, sus hermosos ojos de enferma,
miran á lo lejos y miran sin ver. El tábano revolotea mareante y
soñoliento. La vieja conqueridora le sigue con la mirada. Muchas
veces deja de verle, pero el zumbido constante de sus alas le
anuncia. La Madre Cruces, un momento persigue con la mano el vuelo
que pasa ante sus ojos y sonríe.
LA MADRE CRUCES
Este tábano rojo algo bueno anuncia.
LA DAMA
Yo creía que era mal agüero, Madre Cruces.
LA MADRE CRUCES
No, mi reina. Mal agüero si fuese negro. Ese mismo lo vide antes.
LA DAMA
¿Y qué puede anunciarme?
LA MADRE CRUCES
Que presto llegará el galán que consuele ese corazón.
LA DAMA
¡Consuelo! Yo no sé qué es mayor angustia, si saber que está cerca, si
llorarle lejos. ¿Por dónde viene?
LA MADRE CRUCES
Por seguro que caminando adonde le esperan.
LA DAMA
Si cierro los ojos, le veo en medio de un camino, pero su cara no la
distingo. ¿Dices que está triste?
LA MADRE CRUCES
¡Menos lo estaría si tanto no recordase á quien le quiere!
LA DAMA
¿Tú crees que me haya recordado siempre?
LA MADRE CRUCES
Claramente. ¿Pues no ha venido apenas fué llamado? ¡Y cómo suspiró al
darme la carta!
LA DAMA
¡No suspirará más tristemente que suspiro yo!
LA MADRE CRUCES
Pues hace mal mi señora cuando sabe que es tan bien querida. Y siempre
vale mejor que pene uno solo. Viendo triste al buen caballero decíame
entre mí: Suspira, enamorado galán, suspira, que todo lo merece aquella
paloma blanca.
LA DAMA
¡Cuánto tarda! ¿Cómo el corazón no le dice todo mi afán?
LA MADRE CRUCES
El corazón es por veces tan traidor.
LA DAMA
¡El mío es tan leal!
LA MADRE CRUCES
¡Cuitado pajarillo! ¿Mas qué tiene mi reina que tiembla toda?
LA DAMA
No es nada, madre Cruces.
LA MADRE CRUCES
Vamos al palacio.
LA DAMA
Quería esperarle aquí, en el jardín donde nos separamos.
LA MADRE CRUCES
Antaño, cuando niños, algunas veces los he visto jugar bajo estas
sombras. Apenas si recordará.
LA DAMA
¡Me acuerdo tanto! No jugaba conmigo, jugaba con mis hermanas mayores,
que tenían su edad. Solía traerlo mi abuelo en su yegua, cuando volvía
de Viana del Prior, donde estaba con su tío. El viejo Marqués era tu
padrino, verdad, Madre Cruces?
LA MADRE CRUCES
Sí, mi reina. Padrino como cumple, de bautizo y de boda. Un caballero
de aquellos cual no quedan, un gran caballero, como lo era su primo, el
señor de este palacio.
LA DAMA
¡Pobre abuelo!
LA MADRE CRUCES
Mejor está que nosotros, allá en el mundo de la verdad.
LA DAMA
Si viviese no sería yo tan desgraciada.
LA MADRE CRUCES
Nuestras tribulaciones son obra de Dios, y nadie en este mundo tiene
poder para hacerlas cesar.
LA DAMA
Porque nosotros somos cobardes, porque tememos la muerte.
LA MADRE CRUCES
Yo, mi señora, no la temo. Tengo ya tantos años que la espero todos los
días, porque mi corazón sabe que no puede tardar.
LA DAMA
Yo también la llamo, madre Cruces.
LA MADRE CRUCES
Mi señora, yo llamarla, jamás. Podría llegar cuando mi alma estuviese
negra de pecados.
LA DAMA
Yo la llamo, pero le tengo miedo. Si no le tuviese miedo, la buscaría.
LA MADRE CRUCES
¡No diga tal, mi señora, no diga tal!
En la escalinata, donde verdean yerbajos desmedrados que las
palomas picotean, asoma una vieja ama de llaves vestida con hábito
del Carmelo. Se llama Doña Malvina. Aventa un puñado de maíz, y
las palomas acuden á ella. Doña Malvina ríe con gritos de damisela
y llevando una paloma en cada hombro, baja al jardín, alzada muy
pulcramente la falda para caminar por los senderos, y llega adonde
está la Señora.
DOÑA MALVINA
¡Que la humedad de esos árboles no puede serle buena!
LA DAMA
¡Dentro de un momento acaso llegue aquel á quien espero hace tanto
tiempo!..
DOÑA MALVINA
¡El señor Marqués!
LA DAMA
Tú nunca dudaste que viniese.
DOÑA MALVINA
¡Nunca!
LA DAMA
Yo lo dudé, é hice mal.
DOÑA MALVINA
¿Cuándo ha tenido usted noticia de su llegada?
LA DAMA
Ahora.
LA MADRE CRUCES
Yo la truje, Doña Malvina.
LA DAMA
Quería esperarle aquí. Me mata la impaciencia.
DOÑA MALVINA
¡Tiene las manos heladas!
La dama calla y parece soñar. En medio de aquel silencio leve y
romántico, resuena en el jardín festivo ladrar de perros y música
de cascabeles, al mismo tiempo que una voz grave y eclesiástica
se eleva desde el fondo de mirtos como un canto gregoriano. Es la
voz del Abad de Brandeso. El tonsurado solía recaer por el palacio,
terminada la misa, para tomar chocolate con la Señora. Sus dos
galgos le precedían siempre.
EL ABAD
Excelentísima señora doña María de la Concepción Montenegro y Bendaña,
Gayoso y Ponte de Andrade.
LA DAMA
¡Señor Abad, qué olvidado tiene usted el camino de esta casa!
EL ABAD
No crea eso, mi buena amiga, pero estuve de viaje. Una consulta á Su
Ilustrísima. Por cierto que el señor Provisor me ha dicho que estaba
de vuelta nuestro gran Marqués. El señor Provisor, que le ha saludado
en Roma cuando fué con la peregrinación, me contó que el pelo le ha
blanqueado completamente. ¡Pues no tiene años para eso!
LA DAMA
¡Oh, no!
EL ABAD
Es un muchacho. ¿Y qué magna empresa le habrá traído?
LA DAMA
¡Señor Abad!
EL ABAD
Yo me la figuro. Nuestro ilustre Marqués trae una misión secreta del
Rey.
LA DAMA
No creo...
EL ABAD
A mí no me extrañaría que volviese á estallar una nueva guerra. Yo
confieso que la espero hace mucho tiempo. ¡Quieto, Carabel! ¡Quieto,
Capitán!
LA DAMA
Usted tomará chocolate, señor Abad. Ya lo sabes, Malvina.
DOÑA MALVINA
¿Prefiere bollos de Viana, ó bizcochos de las monjas de Velvis?
EL ABAD
Hay que pensarlo, Doña Malvina: ¡Es un caso de conciencia!
LA DAMA
Las dos cosas.
DOÑA MALVINA
¿Y cabello de ángel ó dulce de guindas?
EL ABAD
También le haré honor á los dos. No le dije que he tenido el gusto de
ver á las niñas. Ya sé que la visitarán muy pronto.
Después de cambiar una mirada, se alejan discretas, hacia el
palacio la dueña y la Madre Cruces. Van comentando en voz baja,
y de tiempo en tiempo se detienen en el sendero de mirtos, para
arrancar una brizna de yerba ó enderezar un rosal que se deshoja
al paso. Los mendigos que esperan sentados en la escalinata se
incorporan lentamente y tienen una salutación de salmodia al verlas
llegar. Doña Malvina, con movimientos de cabeza, esos movimientos
graves y pausados de las dueñas gobernadoras, les recomienda
paciencia, paciencia, paciencia.
LA DAMA
¿Vió usted á mis hijas, señor Abad?
EL ABAD
Usted no sabe que yo tengo una hermana monja en el Convento de la
Enseñanza. Precisamente al entrar en el locutorio lo primero que
descubrí tras de las rejas fué á las dos pequeñas. No sabía que se
educasen allí. Su padre estaba visitándolas. ¡Aquí, Carabel! ¡Aquí,
Capitán! Le hallé muy viejo, y sobre todo desmemoriado. No creía que
hubiese quedado tan mal de este último ataque. Hemos hablado de usted.
LA DAMA
¿Sabía la aparición del Marqués?
EL ABAD
Si lo sabía, nada me ha dicho, y yo nada he podido colegir. Si algo me
hubiese dicho, le habría contestado, como era mi deber, que el señor
Marqués de Bradomín es un leal defensor del Rey, y que sólo ha venido
aquí por la causa de la Religión y de la Patria.
LA DAMA
Señor Abad, cree usted que haya venido por eso?
EL ABAD
Yo, ciertamente.
LA DAMA
Pero usted no ignora...
EL ABAD
No, no ignoro.
LA DAMA
Y usted, qué me aconseja?
EL ABAD
Es tan grave el caso...
LA DAMA
Sólo le veré para suplicarle que vuelva á su destierro, lejos, muy
lejos de mí.
EL ABAD
¿Y tiene usted derecho para hacerlo? Si, como yo creo, le trae el
interés supremo de una causa santa...
LA DAMA
¿Otra guerra?
EL ABAD
Sí, otra guerra. Eso que algunos juzgan imposible, eso que hasta á
los mismos Gobiernos liberales hace sonreir, y que, á despecho de la
incredulidad de unos y de las burlas de otros, será.
LA DAMA
Y yo, qué debo hacer?
EL ABAD
Rezar. Prescindir de cualquier interés mundano. Busque usted ejemplo
en la vida de los santos. María Egipciaca, mirando al piadoso objeto
llegar á Jerusalén, no teniendo al pasar un río moneda que dar al
barquero, le ofreció el don de su cuerpo. ¡Quieto, Carabel! ¡Quieto,
Capitán!
LA DAMA
¡Qué gran consuelo me da usted, señor Abad!
EL ABAD
¡Aquí, Carabel! ¡Aquí, Capitán!
Los perros van y vienen con carreras locas, persiguiendo sobre la
yerba la sombra de un largo bando de palomas que vuela en torno de
la torre señorial. La dama y el clérigo conversan en un banco de
piedra, sostenidos por dos grifantes toscamente labrados, á los
cuales da un encanto de arte el musgo que los cubre. La Señora
escucha con los ojos bajos, entretenida en hacer un gran ramo con
las rosas. Algunas quedan deshojadas en su falda, y las remueve
lentamente, hundiendo en ellas sus manos de enferma, que parecen
más pálidas entre la sangre de las rosas. La dama solía buscar
aquel paraje del jardín para llorar sus penas. Le placía aquel
retiro donde mirtos seculares dibujaban los cuatro escudos del
fundador en torno de una fuente abandonada. Con lánguido desmayo
se incorpora, y por la húmeda avenida de castaños se retorna al
palacio, seguida del Abad. En la puerta del jardín asoma un ciego
sin lazarillo, y los mendigos, al verle, hacen comentos.
MINGUIÑA
Ahí está Electus, el ciego de Gondar.
LA QUEMADA
¡Famoso prosero!
ELECTUS
¡Santa Lucía bendita vos conserve la amable vista y salud en el mundo
para ganarlo! Dios vos otorgue que dar y que tener. Salud y suerte en
el mundo para ganarlo. ¡Buenas almas del Señor, haced al pobre ciego un
bien de caridad!
EL MORCEGO
Somos otros pobres, Electus.
ELECTUS
¡Mía fe que os tuve por indianos!
LA QUEMADA
¡Qué gran raposo!
EL MANCO DE GONDAR
¿Cómo vienes sin criado?
ELECTUS
Muy poco á poco. Como tengo de irme para no tropezar.
MINGUIÑA
Oye una fabla, Electus.
ELECTUS
Considera que bajo este peso me doblo. Deja tú que llegue adonde pueda
reposarme.
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