El intruso - 20

Total number of words is 4746
Total number of unique words is 1618
31.9 of words are in the 2000 most common words
43.4 of words are in the 5000 most common words
51.0 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
como saben ó quieren, pero que son respetados porque van á misa y se
inscriben en las sociedades de obreros católicos.
El decaimiento moral de Sánchez Morueta, la abdicación de su voluntad,
irritaban al marino.
--Tu primo no osa moverse, Luis. Su famosa confesión general es como el
traje nuevo de un niño: no se atreve á hacer nada, por miedo á
mancharse. Cuando de tarde en tarde le veo, me parece que tengo delante
á un fraile. No sabe hablar más que de la muerte; de lo que
encontraremos en la otra vida, y vuelta otra vez con la muerte por
arriba y por abajo, y el muy camastrón tiene mejor color y está más
fuerte que nunca. Si yo me atreviera con él como tú, le diría: «Qué
porra: ya sé que hemos de morir; vaya un descubrimiento. Pero mientras
la muerte no llega, vivamos cada cual á su gusto, sin hacer la santísima
á los demás, que es lo único en que gozan los que piensan á todas horas
en su alma.»
Faltaban pocos minutos para que partiese el tren, y el capitán se
despidió de Aresti.
--Esta tarde, en la romería, puede que tengas la gran sorpresa. Tal vez
vaya en ella Pepe con su escapulario.
Aresti dió salida á su asombro con un juramento. ¡Quién! ¿Pepe sería
capaz de exhibirse en aquella farsa?...
Iriondo no tenía la certeza de ello pero lo presentía. Era un suceso que
llevaba preocupada á toda la familia durante la semana. La esposa quería
verle atravesar Bilbao, con la cabeza descubierta, en las filas de los
devotos. ¡Qué triunfo para la religión! Él, después de volver á la buena
senda, no podía negar á Dios el prestigio que daría á la santa causa
esta adhesión pública de un hombre de su fortuna y su poder. El
millonario se resistía, adivinando lo ridículo de esta humillación;
defendíase agarrado á un harapo de su antiguo carácter. Pero todos caían
sobre él, martilleando la débil corteza de su voluntad reblandecida. La
madre y la hija se lo suplicaban. ¡Las daría tanto placer con ello!...
El Padre Paulí hablaba con desprecio de los cobardes que sólo aman á
Dios en su casa y temen manifestarlo públicamente, y el matoncillo
Urquiola hacía burla de los que no se atrevían á salir á la calle por
miedo á los impíos.
--Irá, estoy seguro--dijo el capitán con tristeza.--Lo arrastrarán, la
familia de un lado, y de otro el miedo á parecer cobarde. ¡Adiós, Luis,
y ten prudencia! Mira que hay cerrazón en el horizonte y la borrasca de
esta tarde va á ser de cuidado.
El doctor subió la larga escalinata de la estación, y al salir al puente
del Arenal vió muchos balcones colgados con trapos de colores é
inscripciones en loor de la Virgen de Begoña. En las Siete Calles, lo
más típico y tradicional de la población, las casas empavesadas ofrecían
el aspecto de un villorrio. Trapos multicolores ostentaban entre
banderas el mismo rótulo en honor de la _Señora de Vizcaya_. Las gentes
mirábanse con aire hostil; la población, dividida en dos bandos, parecía
estremecerse en este ambiente de acometividad. Los vecinos de la villa
contemplaban con simpatía ó con odio á los grupos de campesinos y de
obreros, según eran sus creencias. Cada cual miraba con desconfianza al
vecino, y todos decían lo mismo en sus conversaciones.
--¡A la tarde!... ¡Oh, á la tarde!...
Aresti, después de errar más de una hora por la villa, se encontró al
atravesar el Arenal con un obrero de ropas haraposas y gran barba, que
le saludó con un gruñido, llevándose con cierta violencia la mano á la
boina.
--Ya sabe usted, doctor, que usted es el único burgués que yo saludo.
Era el _Barbas_, el terrible solitario de Labarga, que pasaba sus horas
de vagancia encogido en el suelo, inmóvil, como un profeta de horrores,
escupiendo amenazas é insultos sobre los ricos del país. Hacía tiempo
que habían demolido su barraca, después de socavar el suelo. La vieja
compañera había muerto de miseria y él vagaba por las minas, durmiendo á
la intemperie, comiendo lo que le daban los peones y pagando esta
limosna con insultos. Cuando estallaba un barreno cerca de él, miraba
con ojos feroces á los obreros.
--¡Bestias!--les gritaba como si cometiesen un crimen.--¡Tenéis la
dinamita en vuestras manos y la empleáis en eso!...
El doctor contestó á su saludo alegremente.
--¡Compañero! ¿Tú aquí?...
Había llegado por la mañana en un tren lleno de obreros. Por supuesto,
sin billete; los compañeros querían pagárselo, pero él había protestado,
ocultándose para viajar sin que los burgueses le explotasen.
--¿Y el mitin?--preguntó Aresti.--¿No vas al mitin?
El _Barbas_ hizo un mohín de desprecio. Él no perdía el tiempo en
bobadas. Se sabía de memoria todo lo que allí podían decir. Necedades y
cobardías. Pedir más jornal ó que lo pagasen de este modo ó del otro;
reclamar como quien pide limosna mayores consideraciones para el que
trabaja. ¡Como si esto sirviese de algo! Eran unos _cataplasmeros_. Y en
esta palabra envolvía todo su desprecio á los que buscaban con reformas
paulatinas y con una organización fuerte y disciplinada el mejoramiento
del obrero.
--Cataplasmeros, doctor--gritaba.--Nada más que cataplasmeros. Este es
un país acostumbrado á la disciplina y á la autoridad: por eso el pobre
que en otro tiempo fué carlista, cree ahora sin esfuerzo alguno en esas
organizaciones casi militares, que le prometen cambiar la sociedad poco
á poco. Pero ya se cansarán de tanta sensatez y tanto politiqueo obrero
y entonces seguirán al _Barbas_ y á otros como él, y en veinticuatro
horas se arreglará todo ó acabará todo. El pobre pide justicia y la
justicia ni se solicita á pedazos ni se regatea: se toma como se puede,
aunque acabe el mundo.
Después explicó por qué había hecho el viaje. Únicamente le atraía lo
que pudiera ocurrir por la tarde. Quería convencerse de que los pobres
se atrevían por fin con los ricos: deseaba ver cómo corrían todos los
enemigos por él odiados, sin que les valiese la protección de los ídolos
celestiales á los que levantaban palacios, mientras él vagaba por el
monte como un perro sin abrigo.
La esperanza del choque y de la lucha le estremecía de placer. Husmeaba
el ambiente amenazador, como un viejo caballo de guerra que relincha
oliendo la pólvora.
--¡Bronca!... ¡Ya se ha armado!--exclamó con alegría, mirando al otro
lado del puente.
Por la avenida del ensanche corría á todo galope un grupo de jinetes de
la guardia civil. En último término, veíase una gran masa de gente, una
mancha negra matizada por el rojo flotante de algunas banderas.
Era el público que salía del mitin y se detenía ante los balcones de las
mejores casas, protestando de las colgaduras en honor de la _Señora de
Vizcaya_. La gente silbaba: comenzaban á volar las piedras por encima
de la negra masa: caían con estrépito las vidrieras rotas.
Aresti se vió solo. El _Barbas_ corría hacia el gentío, dando gritos de
entusiasmo. ¡Duro, duro! ¡No comenzaba mal la cosa!... Quiso ir el
doctor hacia el ensanche, pero se detuvo, viendo que la muchedumbre,
lentamente, avanzaba su pesado oleaje con dirección al Arenal. La
caballería, impotente para contenerla, se limitaba á ir con ella,
creyendo evitar así mayores desmanes.
Pasó la manifestación el puente, extendiéndose por el Arenal y las
calles inmediatas. Eran obreros en su mayoría y jóvenes de la población
cuyos sombreros se destacaban entre el oleaje de boinas y gorras. Unos
aclamaban á la Revolución social; otros daban vivas á la República;
algunos gritaban ¡viva España! ante las inscripciones en vascuence,
viendo en estas loas á la _Señora de Vizcaya_ un hipócrita insulto á la
integridad nacional. Era una amalgama de todos los odios contra aquella
Bilbao dominada por la Compañía de Jesús y formada á su imagen.
El grito de ¡abajo los jesuítas! era contestado por un rugido unánime de
la masa. En las calles inmediatas al Arenal caían á pedradas los
cristales. Algunos chicuelos subían por las fachadas con agilidad de
monos para arrancar las colgaduras de la Virgen de Begoña, dejándolas
caer sobre el gentío, que las hacía pedazos.
Una noticia circuló como un relámpago por la gran masa detenida en el
Arenal. Estaban prendiendo fuego á la iglesia de los jesuítas. Una parte
de la manifestación, rezagada en el ensanche, sitiaba el templo,
rociándolo con petróleo. Ya ardían las puertas.
La guardia civil corrió allá á todo galope, abandonando la
manifestación. Aresti sentía un entusiasmo casi igual al del _Barbas_.
¡Ya ardía el odiado cubil! ¡Bilbao despertaba!...
Pero iban llegando nuevas noticias. Las puertas sólo habían sido
chamuscadas: la presencia de la autoridad había disuelto el grupo
incendiario, extinguiendo el fuego.
Era ya más de mediodía. Los grupos se aclaraban: todos se iban á comer.
Aquello sólo había sido el prólogo de lo que ocurriría después.
--A la tarde, aquí--se decían unos á otros al alejarse.
Aresti entró en el restaurant del Suizo. En todas las mesas se hablaba
también de lo que ocurriría por la tarde. A las tres estaban citados los
de la peregrinación en el Arenal. Llegarían en varias procesiones desde
las distintas parroquias, para reunirse todos en la iglesia de San
Nicolás. El plan había sido preparado con el propósito de llamar la
atención, de ocupar toda la villa, de hacer un alarde de arrogancia,
desafiando á los enemigos.
Muchos esperaban que se suspendiese la fiesta provocadora. Decían que el
gobernador estaba influyendo cerca de sus organizadores, para que
desistieran de ella. El Padre Paulí se negaba rotundamente, invocando
hipócritamente la libertad. Su acólito Urquiola hablaba de la batalla de
la tarde con aires de caudillo.
Algunos mostrábanse desconsolados por la idea de que pudiera suspenderse
la romería. Al fin, era un suceso que _amenizaba_ la vida monótona y
gris de la población. Aresti no dudaba de que se verificase. Conocía á
los organizadores, y su propósito de excitar á la impiedad naciente,
para darla la batalla y afirmar así su dominación que creían en peligro.
En una mesa cercana disputaban dos señores.
--Me he fijado bien en la manifestación--gritaba uno de ellos.--Todos
eran Pérez y Martínez, todos _maketos_ é hijos de _maketos_, mala gente,
de la que ha invadido nuestro país. No iba ni uno que tuviera los cuatro
apellidos vascongados.
Y hablaba con orgullo de estos cuatro apellidos, que exhibían como una
prueba de nobleza todos los del partido bizkaitarra.
--Pues, yo los tengo--gritaba su interlocutor con acometividad,--y digo
que deseo que esta tarde les rompan el alma á los de la romería, y
¡ojalá arrastren á todos los jesuítas!
La división que perturbaba á la villa, mostrábase, también en el
restaurant, impulsando á unos parroquianos contra otros faltando poco
para que se arrojaran los platos y se acometiesen con los cuchillos.
A las dos volvió Aresti al Arenal. Formábanse de nuevo los grupos cerca
del puente, mirando con hostilidad á los aldeanos que pasaban camino de
las parroquias. Circulaban por el gentío las más contradictorias
noticias. Ya no se verificaba la romería: oponíase á ella el gobernador,
al que los bizkaitarras, en su fervor separatista, llamaban
despreciativamente «el cónsul de España». Después corría de boca en boca
la certidumbre de que iba á celebrarse la fiesta. Se estaban formando
las comitivas en cada parroquia: pronto llegarían al Arenal para
reunirse todas en San Nicolás.
Y la gran plaza ennegrecíase de gentío inquieto. Una masa de cabezas
cubría las aceras y las calles inmediatas. El centro del Arenal estaba
desierto: quedaba un gran espacio libre, del que se apartaba
instintivamente la gente: un vacío que parecía destinarse al choque de
unos y otros.
Aresti se sintió de pronto arrastrado por un violento empellón de la
muchedumbre, estremecida al adivinar la proximidad del enemigo. Estalló
una tempestad de gritos en una calle inmediata. Eran aclamaciones
interrumpidas por tiros.
Por encima del oleaje de cabezas pasaban en un vaivén tempestuoso los
estandartes de la primera procesión. El médico, sin saber cómo, en uno
de los empujones de la multitud, se vió en mitad del Arenal, cerca del
desfile de devotos. Iban en grupos, con la cabeza descubierta; los
hombres, empuñando grandes garrotes, y llevando al pecho el escapulario
de la Virgen de Begoña; las mujeres escoltaban á los curas, mirando á la
muchedumbre con sus ojos de hembras duras y fanáticas. Cesaron los
disparos al entrar la procesión en la plaza. Entonaban los romeros un
himno en vascuence á la Señora de Vizcaya, y de los grupos salía, como
respuesta, _La Marsellesa_ ó _La Internacional_.
Agrupáronse los devotos ante la portada de San Nicolás, y la muchedumbre
avanzó lentamente hacia ellos. Estrechábase el espacio entre unos y
otros, los palos levantábanse amenazantes, los insultos alternaban con
los cánticos. De repente, el gentío se hizo atrás, volviendo sus mil
cabezas. Una nueva procesión llegaba por el puente. Se había reunido en
la Residencia de los jesuítas: era lo más brillante del ejército devoto
que iba á subir á Begoña; el _señorio_ de Bilbao, en el que figuraban
las familias ricas de la villa, los agitadores del bizkaitarrismo, los
alumnos de Deusto. Los Padres de la Compañía más famosos, presidían las
asociaciones obreras organizadas por ellos para contener la impiedad
creciente del pueblo.
Desfilaban en grupos, con mirada de reto, abombando el pecho para que se
viera bien el distintivo de la Virgen, con una mano oculta en los
bolsillos, marcándose en la tela el rígido contorno de las armas de
fuego. Las señoras caminaban con paso marcial, sin parecer intimidadas
por la actitud hostil del gentío, como damas altivas que no temen al
mal gesto de su servidumbre, mirando con desprecio á toda aquella
balumba de pobretones que se sustentaban de lo que sus poderosas
familias querían darles.
Estalló un trueno de gritos, insultos é imprecaciones. Aresti vió pasar
á Urquiola con el revólver fuera del bolsillo, seguido de alumnos de
Deusto y de fuertes aldeanos, como un cabecilla, orgulloso de poder
realizar dentro de Bilbao lo que sus antecesores sólo intentaron en las
montañas inmediatas, durante los dos famosos sitios.
--¡Viva Vizcaya! ¡Viva la religión y Nuestra Señora de Begoña! ¡Mueran
los liberales!
Algunos discípulos de la Universidad jesuítica, pareciéndoles estas
aclamaciones demasiado vulgares, daban vivas á la Unidad Católica, y los
aldeanos los contestaban con rugidos de entusiasmo, sin entender lo que
aquello significaba, pero adivinando que debía ser algo contra los
impíos de la odiada Bilbao.
Aresti vió pasar á la mujer y la hija de Sánchez Morueta. Después á las
de Lizamendi en un grupo de señoras, con la falda ceñida y el andar
arrogante. Miraban á todos lados como si buscasen á alguien entre el
gentío hostil, y al verle, la madre y la hija mayor casi sonrieron
satisfechas de no haberse equivocado. ¡También estaba allí!... El mal
hombre estaba donde le correspondía. El médico vió la mirada de
resignación y de lástima que su mujer dirigía al ciego, como si
pidiese, con lamentos de víctima, perdón para su alma perdida. Luego vió
destacarse de un grupo de sotanas á su enorme primo, que marchaba con la
cabeza descubierta, brillando la condecoración de la Virgen entre la
celosía de sus barbas, con la mirada arrogante, una mirada dura y hostil
desconocida por Aresti.
El médico no pudo ver más. Creyó de pronto que se abría el suelo de la
plaza y que huían todos, chocando unos contra otros con el terror de la
fuga. Algunos palos rompiéronse en pedazos; sonaban las espaldas al
recibir los golpes con un ruido de cofres vacíos; caían muchos con la
cara cubierta de sangre, tropezando en sus cuerpos los que huían, y
comenzaron á sonar por todos lados, como chasquidos de tralla, los tiros
de los revólvers.
Corrían las señoras á refugiarse en San Nicolás, y los curiosos de las
aceras, huyendo de los disparos, se arrojaban de cabeza dentro de los
cafés, rompiendo cristales y volcando sillas y mesas.
En un momento se formó un gran vacío en la plaza, quedando sembrado el
suelo de garrotes, sombreros y boinas. Algunos heridos se arrastraban,
manchando de sangre el suelo del paseo. Otros eran llevados en alto por
los grupos hacia las farmacias más próximas. Mientras tanto, continuaba
el combate entre los más resueltos de una y otra parte.
De la portada de San Nicolás salían descargas cerradas, disparos de
revólvers baratos comprados el día antes por los organizadores de la
romería, balazos sin dirección, que iban á perderse en la arena del
paseo ó se incrustaban en los árboles. La mayoría de los obreros
carecían de armas y se batían con los puños ó con palos, profiriendo en
la exaltación de la lucha blasfemias contra la Virgen de Begoña y sus
devotos. La batalla se había fraccionado: peleábase en grupos sueltos ó
individualmente. Los mismos compañeros no se reconocían, y muchas veces
se golpeaban, creyendo herir á un enemigo.
Aresti permanecía inmóvil en medio de la plaza, sin darse cuenta de las
balas que á corta distancia de él levantaban las cortezas de los
troncos. Sentíase empujado de un lado á otro por los empellones de los
combatientes, viéndolo todo al través de una niebla gris, como si el sol
se hubiera ocultado. Sus pies se enredaban en cuerpos blandos, que le
hacían tropezar, y de los que salían gemidos dolorosos.
En este crepúsculo del atolondramiento creyó ver á un cura enorme que se
recogía el manteo con una mano y con la otra disparaba su revólver sobre
un trabajador que esquivaba los tiros con agilidad simiesca.
--¡Tú acabarás!--decía blandiendo una faca y desviándose de un salto
cada vez que el sacerdote tiraba del gatillo, apuntándole.
Y cuando el cilindro del arma rodó sin que saliera ya ninguna
detonación, el obrero, con una risa feroz, se abalanzó sobre el cura,
abrazándolo, cayendo con él al suelo, hundiéndole en la espalda el arma
con tanto ímpetu, que la hoja quebróse en dos pedazos.
Aresti creyó que se había desplomado un árbol sobre sus hombros. Fué un
golpe que le sacó de su aturdimiento, haciéndole rugir de ira: un
garrotazo en la espalda, que acabó con toda su bondad irónica de
espíritu superior, despertando en él á la fiera. Levantó su bastón y
comenzó á dar golpes delante de él, sin mirar á quién alcanzaba, sin
acordarse de que podía ser un amigo, con el ansia de hacer daño, con la
embriaguez de la sangre.
De pronto se sintió detenido en su avance por una espalda que caía
contra su pecho. Era un jovenzuelo, desmedrado y débil, con el
raquitismo que da el trabajo cuando es superior á las fuerzas de la
edad. Vaciló como si estuviera ebrio, llevándose las manos á la cara
ensangrentada, y al intentar erguirse, un puño enorme volvió á caer
sobre él haciéndolo rodar por tierra.
Aresti, con los pies inmovilizados por el cuerpo del caído, levantó el
bastón al ver que se alzaba contra él de nuevo aquel puño que resonaba
sordamente golpeando como una maza. Pero el médico quedó con el brazo en
alto al reconocer al hombre que le acometía.
--¡Tú!... ¡tú!...--gritó con una voz que parecía desgarrarle la
garganta.
Tenía ante él á Sánchez Morueta, con el puño levantado, las barbas en
desorden, y en los ojos una expresión feroz: el deseo de exterminar á la
canalla impía que insultaba á las personas decentes y había hecho
refugiarse á las señoras en la iglesia.
Al reconocer á Aresti, bajó el brazo y la cabeza como avergonzado. En el
mismo instante, algo blando y tibio chocó en una de sus mejillas
escurriéndose por los hilos de su barba. ¡Su Luis, su hermano, le había
escupido en el rostro! Era el odio que no encontraba otra forma de
herirle, ya que las manos se negaban á ello por el antiguo respeto; era
el desprecio al verle anonadando con su fuerza de animal bien mantenido
y feliz, á aquel aborto de la miseria que estaba en el suelo con la cara
ensangrentada.
El millonario miró á su primo con ojos mansos y sin expresión, unos ojos
bovinos que parecían pedirle clemencia, al mismo tiempo que se pasaba la
mano por la barba borrando el escupitajo del odio.
Fué á hablar, pero no pudo. Un fantasma negro que agitaba su manteo como
unas alas fúnebres tiraba de él. Era el Padre Paulí.
--Don José. Vámonos de aquí. ¡A Begoña! ¡A Begoña!
Y le arrastró con paternal solicitud, como si el millonario fuese el
primer estandarte de la romería.
Aresti quedó inmóvil, avergonzado de su arrebato. Pero en fin, lo hecho
bien estaba, ya que no tenía remedio. Los empellones de la gente que
huía le sacaron de su abstracción. Los jinetes de la guardia civil
corrían al trote por la plaza, amenazando con sus sables. Los romeros se
agrupaban ante la iglesia, y la masa popular aglomerábase en las aceras,
dejando la plaza limpia de gente. De vez en cuando la atravesaban
algunos hombres, llevando en sus brazos un herido.
Las piedras arrojadas por los grupos chocaban en la fachada de San
Nicolás. Desde las dos torrecillas de la iglesia les contestaban á
tiros.
La muchedumbre sin armas, herida á mansalva desde aquella altura, rugía
impotente, y en un arranque de desesperación, intentó arrojarse al
asalto del templo, pero tropezó con un obstáculo que acababa de
interponerse entre los dos bandos, una barrera azul y roja en la que
brillaban cañones de fusil y correajes lustrosos.
Dos compañías de infantería habían entrado en la plaza á paso
gimnástico, colocándose en batalla ante la iglesia. Eran los _guiris_,
los _ches_, la España en armas que llegaba; la odiosa Maketania con su
pantalón rojo, sostenedora de la impiedad liberal, enemiga de la
resurrección de la antigua Vasconia. Los soldaditos, pálidos, con la
boca apretada, descansando sobre sus fusiles entre las pedradas y los
tiros de revólver, daban frente á la gran masa que protestaba contra la
romería.
Llegaban para guardar el orden, pero sus ojos iban instintivamente
hacia la muchedumbre devota, como si deseasen girar sobre sus talones y
hacer fuego apuntando á la iglesia. Aquellos curas armados y
vociferantes, los aldeanos fuertes y sumisos como bestias, los señoritos
con aires de cabecilla, eran el eterno enemigo. Los soldados husmeaban
en ellos á los que en otro tiempo habían asesinado en las montañas á sus
hermanos, y que aun ahora deseaban volver á la lucha de emboscadas. El
deber, con su peso férreo é irresistible, mantenía inmóvil á la doble
fila de hombres azules y rojos.
Un oficial vaciló un instante y entregando su sable á un soldado, se
llevó una mano á un hombro. Acababa de recibir un balazo; le habían
herido los que tiraban desde lo alto de la iglesia. Su rostro se
contrajo con tristeza dolorosa, más que por la herida, por la amargura
de un sacrificio sin gloria, por perder su sangre, no en la montaña
frente á frente con el eterno enemigo, sino á la puerta de una iglesia,
á manos tal vez de un sacristán, de uno de aquellos efebos católicos
que, ocultos en las alturas, gritaban como mujeres aclamando á la
religión y la Virgen.
La guardia civil empujaba á los romeros fuera de la plaza. Salían en
bandas de la iglesia con sus estandartes, desgarrados en la lucha, y
emprendían la ascensión á Begoña escoltados por los jinetes.
La muchedumbre hostil, contenida en su avance por la tropa, oía cómo se
alejaban las cofradías por las calles empinadas que daban acceso al
santuario.
--¡Viva la Virgen!--gritaban con el enardecimiento de una lucha en la
que habían llevado la mejor parte.
--¡A Begoña! ¡A Begoña!--aullaba Urquiola agitando el revólver al frente
de un grupo.
Y las aclamaciones á la Virgen, interrumpíanlas con frecuentes
descargas. Sin cesar en sus cánticos, hacían fuego sobre todos los que
al borde de la cuesta contestaban á sus aclamaciones con gritos de
protesta.
Poco á poco fué quedando desierto el atrio de San Nicolás. Un muerto
yacía en la acera, custodiado por dos guardias. Más allá, los grupos
rodeaban á varios heridos. Algunos curas se deslizaban con paso lento á
lo largo de las paredes esquivando el gentío. Estaban heridos é iban á
sus casas á curarse ocultamente, huyendo de la publicidad y de enojosas
declaraciones.
Aresti pasó más de una hora de botica en botica y de café en café,
solicitado y arrastrado por muchos que le conocían, llamado allí donde
guardaban un herido, esforzándose por curar de primera intención, con
los medios que tenía á su alcance, á todos los infelices que en brazos
de la muchedumbre iban después hacia el hospital.
Atendió indistintamente á unos y otros, á los que llevaban en el pecho
el escapulario de la Virgen y á los que en el paroxismo del dolor
creían encontrar un alivio dando vivas á la Libertad y la República. La
carne herida, destrozada por el choque, la sangre que manchaba las
aceras y los pavimentos de los cafés, le causaban inmensa tristeza,
haciéndole pensar con lástima en la eterna infancia de los hombres:
¡Matarse, herirse por un pedazo de madera groseramente tallada, que
estaba allá en lo alto, entre luces y flores, mientras existían en el
mundo terribles enemigos, como el hambre y la injusticia, que reclamaban
para desaparecer el esfuerzo común y fraternal de todos los humanos!
Mientras los hombres se mataban por la gloria de la Virgen de Begoña, la
carcoma, más sabia que ellos, seguiría mordiendo las entrañas de madera
del sonriente fetiche: tal vez á aquellas horas algún ratón roía las
patas del ídolo milagroso, bajo su hueca saya de pedrería.
El médico, fatigado por las emociones de la tarde y por la violencia de
aquellas curas entre la enojosa curiosidad de la gente, respiró
satisfecho cuando ya no le presentaron más heridos.
Paseó entonces por la orilla de la ría, pensando en el encuentro con su
primo, que seguramente sería el último. La injuria á Sánchez Morueta le
mordía el pensamiento: aquel salivazo parecía haber caído sobre su alma.
¡Ay, el intruso! El maldito intruso! ¡Cómo había penetrado entre ellos,
matando todo afecto, anulando con el poder frío de la muerte todo un
pasado de cariño fraternal!... No habían reñido cuerpo á cuerpo como
los hermanos en las guerras civiles: pero se habían herido en el alma,
separándose para siempre, como bestias enfurecidas. Se acabó la familia:
Aresti estaba solo en el mundo.
Varios grupos de muchachos corrían vociferando por las riberas del
Nervión. Algunas mujeres daban alaridos, haciendo la señal de la cruz.
¡Se iba acabar el mundo!... Un tropel de desalmados, furiosos después de
la lucha en el Arenal, se habían esparcido por las Siete Calles,
escalando las hornacinas que cobijaban las imágenes de los patronos de
aquella Bilbao tradicional.
Los santos eran arrojados de sus capillas y arrastrados después hasta la
ribera, entre las patadas y salivazos de la turba, que quería vengar en
aquellos cuerpos de palo, pintados y dorados, la sangre derramada por
otros de músculos y hueso. ¡Al agua los santos! Y caían de cabeza en la
ría las vírgenes y los bienaventurados, flotando después de la inmersión
con la ligera porosidad de la madera vieja.
La muchedumbre seguía lentamente por las riberas el tardo descenso de
las imágenes empujadas por la corriente. Silbaban y aplaudían viendo el
cabeceo de los santos, mientras algunas mujeres, con arrojo de mártires,
insultaban á los impíos, amenazándoles con las manos crispadas.
Una imagen de la Virgen de Begoña, arrancada de su hornacina, era la que
más llamaba la atención. ¡Ella tenía la culpa de todo!... Y la silbaban
é insultaban mientras la imagen descendía tendida de espaldas, mostrando
á flor de agua su vientre dorado y su carita de muñeca sagrada. Un
gabarrero, cruzando la ría en su barcaza, avanzó hacia la imagen como si
quisiera cortarla el paso. Los devotos aplaudieron, presintiendo la
piedad del marinero: iba á salvar á la Virgen.
Cuando su barca estuvo cerca de la imagen, cesó de manejar el remo, y,
levantándolo en alto, después de mirar á ambas orillas, dió con él un
golpe tremendo á la Virgen, que desapareció en un remolino de agua para
no flotar más. Entonces fueron los otros los que prorrumpieron en
aplausos, mientras los devotos elevaban los ojos al cielo. ¡Hasta sobre
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - El intruso - 21
  • Parts
  • El intruso - 01
    Total number of words is 4709
    Total number of unique words is 1726
    33.1 of words are in the 2000 most common words
    46.3 of words are in the 5000 most common words
    53.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 02
    Total number of words is 4726
    Total number of unique words is 1734
    31.7 of words are in the 2000 most common words
    43.5 of words are in the 5000 most common words
    50.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 03
    Total number of words is 4807
    Total number of unique words is 1726
    31.7 of words are in the 2000 most common words
    43.8 of words are in the 5000 most common words
    51.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 04
    Total number of words is 4694
    Total number of unique words is 1754
    34.1 of words are in the 2000 most common words
    46.7 of words are in the 5000 most common words
    53.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 05
    Total number of words is 4815
    Total number of unique words is 1613
    34.5 of words are in the 2000 most common words
    46.7 of words are in the 5000 most common words
    53.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 06
    Total number of words is 4741
    Total number of unique words is 1721
    33.4 of words are in the 2000 most common words
    46.5 of words are in the 5000 most common words
    54.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 07
    Total number of words is 4780
    Total number of unique words is 1629
    34.7 of words are in the 2000 most common words
    48.5 of words are in the 5000 most common words
    54.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 08
    Total number of words is 4770
    Total number of unique words is 1690
    34.0 of words are in the 2000 most common words
    48.1 of words are in the 5000 most common words
    55.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 09
    Total number of words is 4706
    Total number of unique words is 1656
    34.8 of words are in the 2000 most common words
    50.0 of words are in the 5000 most common words
    57.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 10
    Total number of words is 4664
    Total number of unique words is 1699
    30.2 of words are in the 2000 most common words
    43.7 of words are in the 5000 most common words
    51.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 11
    Total number of words is 4752
    Total number of unique words is 1723
    34.2 of words are in the 2000 most common words
    47.4 of words are in the 5000 most common words
    55.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 12
    Total number of words is 4723
    Total number of unique words is 1629
    33.6 of words are in the 2000 most common words
    47.9 of words are in the 5000 most common words
    54.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 13
    Total number of words is 4862
    Total number of unique words is 1615
    36.7 of words are in the 2000 most common words
    50.1 of words are in the 5000 most common words
    56.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 14
    Total number of words is 4692
    Total number of unique words is 1650
    36.5 of words are in the 2000 most common words
    50.9 of words are in the 5000 most common words
    56.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 15
    Total number of words is 4785
    Total number of unique words is 1610
    37.4 of words are in the 2000 most common words
    51.3 of words are in the 5000 most common words
    58.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 16
    Total number of words is 4727
    Total number of unique words is 1559
    34.4 of words are in the 2000 most common words
    48.3 of words are in the 5000 most common words
    56.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 17
    Total number of words is 4679
    Total number of unique words is 1658
    30.7 of words are in the 2000 most common words
    44.3 of words are in the 5000 most common words
    51.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 18
    Total number of words is 4657
    Total number of unique words is 1748
    32.3 of words are in the 2000 most common words
    45.9 of words are in the 5000 most common words
    53.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 19
    Total number of words is 4769
    Total number of unique words is 1648
    36.3 of words are in the 2000 most common words
    50.6 of words are in the 5000 most common words
    56.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 20
    Total number of words is 4746
    Total number of unique words is 1618
    31.9 of words are in the 2000 most common words
    43.4 of words are in the 5000 most common words
    51.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 21
    Total number of words is 1864
    Total number of unique words is 782
    38.0 of words are in the 2000 most common words
    50.8 of words are in the 5000 most common words
    57.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.