El intruso - 10

Total number of words is 4664
Total number of unique words is 1699
30.2 of words are in the 2000 most common words
43.7 of words are in the 5000 most common words
51.1 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
de un millonario; pero esto es miel sobre hojuelas y aquí las hojuelas
son tu amor. Tú eres de otra raza; tú vienes de abajo, del Sur, de un
país de sol y de cielo azul, donde la dulzura de la vida hace pensar
menos en el dinero, y se mata por amor, y, se quiere tanto á la mujer...
¡tanto! que á veces se la da de puñaladas para tirarse luego del pelo
ante su cadáver. Sois unos animales más vehementes, más complicados é
interesantes que los de aquí. Tengo la certeza de que si esto sigue, aún
te verán alguna noche con una guitarra, en Las Arenas, cantando
serenatas ante la ventana de mi sobrina.
Aresti, por no molestar al ingeniero, cambió de tono y le habló con
gravedad. Podía prepararse á sufrir disgustos. Aquello no sabía él cómo
podía acabar; lo más probable era que terminase de mal modo.
--Lo sé--dijo Sanabre con tristeza.--Temo al principal cuando se entere.
Se indignará, sin que le falte razón para ello.
--Mi primo es el menos temible. No tiene opinión formada sobre el
porvenir de su hija. Tal vez le parezca excelente la idea de que tú, que
eres un trabajador, continúes su obra. Hay que esperar siempre algo
bueno de su carácter.... ¡Otros son los que debes temer!
Y hablaban de su prima, la «antipáticamente virtuosa» como él la
llamaba: aquella Cristina que se creía postergada por haberse unido á
Sánchez Morueta á pesar de que éste le trajo la fortuna. ¿Qué iba á
decir ahora, en plena riqueza, ante la posibilidad de emparentar con un
empleado de su casa? Ella sólo apreciaba dos cualidades, como las únicas
respetables en el mundo: una gran fortuna ó un nombre histórico,
relacionado con las glorias del país vasco y de la religión....
--Además, ingeniero de Dios--continuó el doctor:--tienes que luchar con
Fermín Urquiola, que también parece que anda tras de la chica, no sé si
por impulso propio ó empujado por la madre.
Aquí se irguió Sanabre con el orgullo del hombre que sabe es preferido.
A ese no le tenía miedo. Estaba seguro de que inspiraba á Pepita una
aversión irresistible: bastaba ver con qué despego le trataba. Aquellas
niñas criadas junto á las faldas de sus madres, conocían todo lo que
pasaba en la villa. Al estar juntas, chismorreaban como novicias en
asueto, que se enteran con curiosidad femenil de lo que ocurre más allá
de las rejas. Pepita conocía la vida de aquel señorito, mezcla de matón
clerical y de calavera rústico, que pasaba las noches en las casas del
barrio de San Francisco y había sido conducido varias veces al juzgado
por borracheras tumultuosas. No, á ese no podía quererlo Pepita: lo
despreciaba á pesar de que la perseguía en las visitas, extremando con
ella su cortesía empalagosa copiada de los padres de la Compañía. Se
retiraba de él con cierta impresión de asco: como si la pudiera manchar
con impuros contagios, á los que ella, en su inocencia, daba formas
monstruosas.
--Y de mi sobrina ¿estás muy seguro?--preguntó el doctor fríamente, con
forzada indiferencia, como si no quisiera alarmar al joven.
Sanabre sentía la ciega convicción de todo amante. Sí: estaba seguro de
que le amaba: ¿Por qué le había de engañar, halagando sus ilusiones? El
ingeniero no comprendía la pregunta del doctor.
--Es que sois de diversa raza--continuó Aresti--Tal vez me engañe, pero
¡qué quieres!; desde aquí, sin haber leído vuestras cartas, sin haberos
escuchado, apostaría algo á que, de los dos, tú eres el que quieres más
y mejor.
Sanabre quedó silencioso un momento. Parecía asombrado, como si de
repente se abriese en su pensamiento una gran ventana por la que veía
algo nuevo. Acudían de golpe á su memoria hechos olvidados, palabras en
las que no había puesto atención, mil insignificancias que parecían
removidas por las palabras del doctor. Tal vez estaba éste en lo cierto.
Pepita no parecía tomar el amor con el mismo apasionamiento que él. Era
un incidente que alegraba su vida dándole nuevos deseos, pero sin llegar
á turbarla profundamente. Mas el ansia de ser amado, de engañarse con
dulces ilusiones, el egoísmo varonil, inclinado siempre á creer en una
predilección en favor suyo, se sublevaron en Fernando.
--No, doctor: me quiere. Tengo pruebas.
Y las pruebas eran el fajo de cartas que estaba arriba, entre planos y
cuadernos de cálculos; hojas de papel satinado, de suave color de rosa,
en las que Pepita juraba quererlo «más que á su vida» y terminaba
invariablemente «tuya hasta la muerte.» Para Sanabre, estos juramentos
eran más solemnes é inconmovibles que las sentencias de un tribunal.
--Pues si ella te quiere--dijo el doctor--¡adelante, muchacho! y á ver
cuándo te llamo sobrino.
Sintiendo cierta conmiseración por su optimismo, intentó animarle,
disminuyendo los obstáculos ante los cuales se aterraba Fernando. Al
padre, á pesar de sus barbazas y su entrecejo de gigante, no había que
tenerle gran miedo. Era cuestión de que el descubrimiento le pillase de
buen talante. Aún pasaría tiempo antes de que se enterase, preocupado
como estaba por los nuevos negocios que le obligaban á trasladarse á
Madrid todos los meses. Además: él sabía lo que era el amor (¡vaya si lo
sabía!) y no era hombre que de buenas á primeras se indignase contra un
joven, porque no había sabido resistirse á las inclinaciones de su
corazón. Quedaban otros enemigos, y además la malicia de la gente, que
creería cálculo lo que era amor.... Pero ¡qué demonio! un ingeniero no
era una cosa cualquiera. Justamente, figuraba como eterno personaje,
desde hacía años, en las novelas y los dramas. Al salir sobre las tablas
ó en el primer capítulo un protagonista joven, noble, arrogante, que
sólo abría la boca para decir cosas hermosas y _profundas_, ya se sabía,
era un ingeniero.
--Lo malo--añadió Aresti, recobrado su tono irónico--es que en este
Bilbao todo es diferente del resto del mundo. El ingeniero priva en
otros países como un primer galán del porvenir; pero aquí, ¡hijo mío!,
el héroe de moda, el que arrambla con todo, es el abogado salido de
Deusto.
Y antes de que Sanabre volviera á hablar de su amor, el médico añadió,
cogiéndole de un brazo:
--Vaya; enséñame todo eso. Piensa que aún tengo que ir á Gallarta.
Avanzaron por la llanura negra y rojiza, cubierta de polvo de hulla y de
residuos de mineral. A cada paso tropezaban con rieles que formaban una
complicada telaraña de vías férreas. Sanabre enumeraba todos los medios
de comunicación que convertían el establecimiento en una red complicada,
con numerosas agujas y plataformas movibles, para los cambios de vía.
Tenían un ferrocarril directo á las minas; otro para las mercancías, que
empalmaba con la vecina estación; vías para los embarcaderos, vías para
comunicar unos talleres con otros: total, muchos kilómetros de rieles
que se entrecruzaban en un espacio relativamente reducido. En algunos
puntos, al encontrarse las vías, se tendían unas sobre terraplenes y
otras pasaban por debajo, al través de pequeños túneles. El espacio
estaba cruzado por los hilos del alumbrado y los teléfonos, y los
cables de los tranvías aéreos. Entre esta red de acero alzábanse
numerosos postes, con sus faros eléctricos semejantes á lunas apagadas.
Los guardas paseaban por las vías con la carabina pendiente del hombro y
el paraguas cerrado bajo del brazo, vigilando las vallas ó las orillas
de la ría por donde se colaban los merodeadores en busca de la
_chatarra_, acero viejo, piezas de máquinas desmontadas ó rollos de
alambre, que vendían en los baratillos de Bilbao. La ría--según decía el
capitán Iriondo--era peor que una carretera antigua. Así que cerraba la
noche, una turba de merodeadores saqueaba las orillas, llevándose todo
lo que estaba suelto en barcas y edificios.
El ingeniero mostraba con orgullo la gran sala de los motores, que
aprovechaban el gas de la hulla, al que antes no se daba aplicación.
Aquello era obra suya y proporcionaba á la casa, sin nuevos gastos, una
fuerza de más de dos mil caballos. Después venían los hornos para hacer
el cok, que extraían del carbón, el alquitrán y el amoníaco.
Luego pasaron por el desembarcadero de la hulla. Un vapor de la casa
estaba atracado á la riba, tan hondo por el descenso de la marea, que
sólo se le veían la chimenea y los mástiles. En aquélla destacábanse
pintadas de rojo las enormes iniciales entrelazadas de Sánchez Morueta.
La grúa del descargador avanzaba su inmenso brazo de hierro sobre el
agua. El tanque, que contenía una tonelada de combustible, salía de las
entrañas del barco, se remontaba hasta la punta del puente aéreo y,
deslizándose con incesante chirrido, entraba tierra adentro para vomitar
su contenido en una de las varias montañas de hulla que se interponían
entre aquella parte del establecimiento y la ría. Otro vapor con bandera
inglesa, estaba inmóvil, un poco más allá, hundido hasta la línea de
flotación, esperando su turno para descargar.
--Consumimos mil toneladas diarias--decía el ingeniero con
orgullo.--Necesitamos más de un barco cada veinticuatro horas.
Después, enseñó al doctor el triturador del carbón, donde trabajaban las
mujeres entre una nube de polvillo que las cubría la cara, dándolas un
aspecto de grotesca miseria, con la boca llorosa y los ojos enrojecidos,
en medio de su máscara negra.
Los grandes talleres, para la reparación de las maquinarias de la casa y
construcción de máquinas nuevas, puentes y hasta barcos, no atrajeron la
curiosidad del doctor.
--Conozco esto--dijo Aresti.--Lo he visto muchas veces fuera de aquí. Lo
que á mí me interesa es la especialidad de la casa, la base de vuestra
industria: ver como se convierte el mineral en acero. Y señalaba los
altos hornos, las robustas torres gemelas, unidas por el ascensor que
subía hasta sus bocas las cargas de mineral y de combustible. Un calor
de volcán envolvió á los dos hombres al aproximarse á los altos hornos.
Marchaban por plataformas de tierra refractaria, surcadas con una
regularidad geométrica por pequeñas zanjas que servían de moldes al
mineral en fusión. Por este cuadriculado del suelo corría el hierro
líquido al salir de los hornos, tomando la forma de lingotes. La tierra
ardía, obligando al doctor á mover continuamente los pies. Los gruesos
muros de los hornos irradiaban un calor sofocante que abrasaba la piel.
El ingeniero, habituado á esta temperatura, describía con gran calma la
función de los altos hornos.
Cada uno de ellos quedaba cargado con tres mil kilos de mineral, mil
quinientos de cok y quinientos de caliza. La carga entraba por arriba en
los tubos gigantescos, y lentamente, en el incendio de sus entrañas,
formábase el metal que descendía por su peso hasta salir por la base de
las torres. Día y noche ardían los altos hornos: el enfriamiento era su
muerte. Calentarlos y ponerlos en disposición de funcionar, costaba una
fortuna. Si se apagaban había que derribarlos y hacerlos nuevos: asunto
de medio millón.
Un descuido en el trabajo, una huelga, podía costar la existencia á
aquellos gigantes de la industria, que sólo vivían ardiendo y tragando
combustible á todas horas. Cuando surgía una huelga en la montaña y los
ferrocarriles paralizados no acarreaban mineral, había que echarles
carbón lo mismo que si funcionasen. Aquellos enormes tubos de piedra,
con su aspecto de grosera pesadez, eran delicados como juguetes de la
industria, y podían inutilizarse al menor descuido.
Mientras el ingeniero detallaba sus explicaciones, el médico, asombrado
por la enorme mole de las dos torres ardientes que parecían servir de
pilares al firmamento, pensaba en el culto del fuego, en la adoración de
las razas antiguas al gran elemento creador y destructor, en los ídolos
ígneos que cocían dentro de su vientre, en repugnante holocausto, las
víctimas humanas.
--Ahora van á sangrar--dijo Sanabre, señalando á un obrero viejo que
hurgaba con una palanca en la boca del horno cubierta de tierra
refractaria.
Se abrió un pequeño agujero en la base de una de las torres y apareció
un punto de luz deslumbradora, una estrella roja de agudos rayos que
herían la vista. Se fué agrandando, y un arroyo rojo obscuro, como de
sangre de toro, corrió por la tierra con un chisporroteo ruidoso.
--¿Eso es el hierro?--preguntó Aresti.
--No: es escoria. El hierro vendrá después.
El médico respiraba con dificultad. La tarde de primavera era calurosa.
Al lado de aquellos infiernos de la industria, la vida era imposible. Se
enrojecían los ojos; parecía que las pestañas iban á consumirse,
secábase la piel sintiéndose en cada poro una aguja ardiente, y los pies
movíanse inquietos, agitando las caldeadas suelas de los zapatos.
Aresti admiraba á los trabajadores, que estaban allí como en su casa,
habituados á una temperatura asfixiante, moviéndose como salamandras
entre arroyos de fuego, enjutos, ennegrecidos cual momias, como si el
incendio hubiese absorbido sus músculos, dejándoles el esqueleto y la
piel. Iban casi desnudos, con largos mandiles de cuero sobre el cuerpo
cobrizo, como esclavos egipcios ocupados en un rito misterioso. El calor
les hacía exponer sus miembros al chisporroteo del hierro, que volaba en
partículas de ardiente arañazo. Algunos mostraban las cicatrices de
horrorosas quemaduras.
Sanabre señaló la boca del horno. Iba á comenzar la colada. No era una
estrella lo que se abría en la tierra refractaria: era una gran hostia
de fuego, un sol de color de cereza, con ondulaciones verdes, que
abrasaba los ojos hasta cegarlos. El hierro descendía por la canal,
esparciéndose en espesa ondulación en las cuadrículas del suelo. Aresti
creyó morir de asfixia. El chisporroteo del metal al ponerse en contacto
con la atmósfera, poblaba el espacio de puntos de luz, de llamas rotas
en infinitos fragmentos. Eran mariposas azules y doradas que
revoloteaban vertiginosamente con alas de vibrantes puntas; mosquitos
verdosos que zumbaban un instante, desvaneciéndose para dejar paso á
otros y otros, en interminable enjambre. El hierro era de un rosa
intenso al salir del horno con ruidosas gárgaras; rodaba por las canales
con la torpeza del barro, enrojeciéndose como sangre coagulada, y al
quedar inmóvil en los moldes, se cubría de un polvo blanco, la escarcha
del enfriamiento.
El médico no podía seguir junto al horno, y tiraba de Sanabre.
--Vámonos, ingeniero del demonio. Esto es para morir.
Aun vieron como, cambiando de dirección la canal del horno, arrojaba su
chorro de fuego sobre un gran tanque montado en una vagoneta. Era el
caldo para los convertidores. Aquel mineral iba directamente á
transformarse en acero. Silbó la locomotora, pequeña como un juguete,
salió á toda velocidad por debajo de los cobertizos inmediatos,
arrastrando el enorme tanque, en cuyos bordes se agitaba el líquido
rojo, siguiendo el traqueteo de las ruedas.
Aresti, casi cegado por tanto resplandor, tomó la mano del ingeniero.
--¡Guíame, Virgilio!--dijo riendo.--Yo voy como el poeta de los
infiernos: cuida de que no nos quememos.
Y avanzaba por la plataforma inmediata á los altos hornos, saltando los
arroyos de metal en ebullición. Cada vez que pasaba por encima de una de
las zanjas, una bocanada de fuego subía por sus piernas hasta la cruz de
los pantalones.
--¡Por fin!... Aquí se respira--dijo el doctor al descender de la meseta
donde sangraba el mineral, poniendo los pies en tierra firme.
Pasó un buen rato limpiándose el sudor y haciéndose aire con el pañuelo.
--Parece mentira, Fernandito--dijo con su acento zumbón--que viviendo
aquí tengas ánimo para pensar en amores. Yo soñaría con un botijo
grande, inmenso cual una de esas torres, lleno de agua fresca como la
nieve.
--Pues aún nos queda por ver otro infierno: sólo que este es más
_pintoresco_.
Y el ingeniero guió al doctor hacia el taller de los convertidores. Eran
enormes campanas colocadas casi al ras de la techumbre, en espacios
abiertos, para que esparciesen sus chorros de chispas. Los encargados de
voltearlas cuando lo exigían las operaciones de la carga, llegaban hasta
ellas por unas pasarelas de acero.
Sanabre se entusiasmaba hablando del convertidor de Bessemer; el gran
descubrimiento industrial que había abaratado el acero, enriqueciendo á
Bilbao al mismo tiempo, pues exigía minerales sin fósforo, como los de
las montañas vizcaínas. Antes del invento, el acero se fabricaba en los
hornos antiguos por medio del puldeo, un procedimiento más lento y más
caro; pero ahora todo el metal para vías férreas, que era el de más
salida, lo fabricaban con rapidez vertiginosa. Y el ingeniero describía,
con un arrobamiento de devoto, las funciones del admirable convertidor,
que simplificaba la industria. El hierro era purificado dentro de él por
una gigantesca corriente de aire que inutilizaba el carbono, el silicio
y el manganeso: así se formaba el acero. No era de clase tan superior
como el Siemens, por ejemplo, pero servía perfectamente para los rieles
de los caminos de hierro; la gran necesidad de la vida moderna.
Aresti apenas le oía, aturdido como estaba por la grandeza del
espectáculo. Era un rugido inmenso que conmovía la techumbre del taller,
y hacía temblar la tierra: un escape de fuerzas y de fuego por la boca
del convertidor, á impulsos de la corriente de aire comprimido que venía
del vecino edificio, donde estaban las grandes máquinas inyectadoras. El
metal en ebullición arrojaba por la boca superior de la campana un
torbellino de chispas, un ramillete de fuego. ¡Pero qué chispas! ¡qué
fuego! Era aquello tan grande, tan inconmensurable, que Aresti
recordaba, como un juego sin importancia, la salida del metal de los
altos hornos.
Soplaba la campana su ensordecedor rugido y subía recto por el espacio
un surtidor que se abría en lo alto como una palmera roja, esparciendo
plumas de luz, hojas azules, anaranjadas, de un rosa blanquecino,
descendiendo después para apagarse antes de llegar al suelo. De vez en
cuando, la campana era volteada por ocultos obreros, y se cerraba su
chorro luminoso; pero de nuevo tornaba el cono hacia arriba y surgía el
chorro con mayor rugido, con tonos azulados que iban pasando por todos
los colores del iris. Fuera del taller aún era de día. El sol, en el
ocaso, iluminaba el suelo, más allá de los cobertizos; pero los ojos,
deslumbrados por este resplandor de incendio, lo veían todo negro, como
si hubiese llegado la noche.
El acero líquido caía en moldes de forma cónica. Una grúa movía los
moldes, volteándolos cuando el acero se solidificaba; y aparecía el
lingote cónico, en forma de pan de azúcar, de un blanco rosa, como si
fuese de hielo con una luz interior, esparciéndose las cenizas de su
enfriamiento al abandonar la envoltura. Cada lingote era depositado en
un carrito, del que tiraban dos obreros, y avanzaba lentamente hacia los
hornos de laminación, solemnemente luminoso, de un brillo divino, como
si fuese un ídolo arrastrado por sus fieles.
Aresti ya no sentía el asfixiante calor. Le entusiasmaba la original
belleza del espectáculo. Allí quería ver él á ciertas gentes que sólo
aspiraban la poesía en el polvo de lo antiguo, negando toda sensación
artística á los descubrimientos modernos. Ningún poeta había dado una
impresión de grandeza como la que se experimentaba ante aquel invento
industrial. El infierno imaginado por el vate florentino resultaba un
juego de chicuelos. No era preciso emprender un largo viaje para admirar
el Vesubio. ¿Qué volcán más hermoso que aquél? Los hombres, al amparo de
la ciencia, hacían poesía sin saberlo; la poesía viril, la de las
fuerzas de la naturaleza.
Y así seguía el doctor, desbordando su admiración en entusiásticas
palabras ante el mugidor ramillete de fuego. La vista de los obreros que
manejaban los bloques incandescentes y los arrastraban fuera del taller,
pareció volverle á la realidad. Saltaban en torno de ellos las moléculas
del acero ígneo, como moscardones de mortal picadura. Llevaban los pies
cubiertos de trapos, y tenían que sacudirlos con frecuencia para
librarse de las mordeduras del metal. Pasaban por entre los lingotes al
rojo blanco con la tranquilidad de la costumbre. El más ligero roce con
aquellos infernales panes de azúcar, convertía instantáneamente la carne
en humo, dejando el hueso al descubierto. Podían matar á un hombre con
su contacto, sin dejar en el ambiente más que un leve hedor de
chamusquina, un poco de vapor: después, nada.... Y los conos diabólicos
atraían con su luz y su blancura, confundiendo las distancias, como si
gozasen de movimiento y vida y se metieran ellos mismos carne adentro,
evaporándola.
Aresti pasó al taller de laminar: iba atolondrado por el ruido y el
calor. Había perdido el instinto de la conservación en aquel mundo de
incendios y de fuerzas ensordecedoras. Sentía caprichos de niño, una
tendencia á acariciar aquellos bloques tan refulgentes, tan bonitos, con
su blancura sonrosada, que podían comerse su mano con sólo el roce.
Pasaban los lingotes por un nuevo calentamiento en los hornos y al
salir de ellos caían en el tren de laminar, una serie de cilindros que
los torturaban, los aplastaban, adelgazándolos en infinita prolongación.
Los obreros, casi desnudos, con enormes tenazas, manejaban y volteaban
los lingotes por entre los cilindros, que se movían lentamente. La masa
de acero enrojecida, pasaba arrastrándose junto á sus pies, como una
bestia traidora. Marchaba hacia ellos queriendo lamerlos con su lengua
de muerte, pero en el momento en que iba á tocarles, un hábil golpe de
las tenazas la arrojaba entre los cilindros de donde salía por el
extremo opuesto, para volver á entrar, siempre cambiando de forma.
Avanzaba el lingote desde la boca del horno cabeceando, como un animal
rojo, ventrudo y torpe; lanzaba un rugido al sentirse agarrado y surgía
por el lado opuesto convertido en una viga de fuego, corta y encorvada:
y en sucesivos pases adelgazábase, se estiraba con ruidosos quejidos,
como protestando de la dolorosa dislocación, hasta que, por fin, no era
más que una cinta incandescente que tomaba la forma del riel.
El médico, una vez satisfecha su curiosidad, miraba á los obreros negros
y recocidos por aquella temperatura de infierno, atolondrados por el
ruido ensordecedor, sudando copiosamente, teniendo que remover
pesadísimas masas en una atmósfera que apenas permitía la respiración.
Aresti comprendía ahora la injusticia con que había censurado muchas
veces el alcoholismo de aquellas pobres gentes. Pensaba en lo que haría
él, de verse condenado por la fatalidad social á aquella labor que
embotaba los sentidos y parecía evaporar el cerebro en un ambiente de
fuego. Una sed eterna, semejante á la de los condenados, martirizaba á
aquellos infelices. ¡Qué otro placer al salir de allí, que la paz y la
sombra de la taberna, con el vaso delante que daba una alegría
momentánea, engañando al hombre con ficticias fuerzas para seguir
aquella vida de salamandra!...
El médico pasó de largo ante los hornos de puldeo, y al salir al aire
libre se detuvo jadeante, con la curiosidad harto satisfecha. A lo lejos
veíanse ondular como lombrices rojas, bajo extensos cobertizos,
interminables cintas de acero. Allí estaba la fabricación del alambre.
El ingeniero hablaba de lo _curiosa_ que era esta manipulación, pero
Aresti no quiso seguirle.
--Ya he visto bastante--dijo con acento de cansancio.--Esto es un gran
espectáculo... para el invierno.
Allí, á cielo raso, oyendo de lejos el estrépito de las máquinas, viendo
cruzado el espacio por las columnas de humo de las chimeneas, gozaban
los dos de la frescura del crepúsculo.
--Es una vida dura--dijo el doctor, que seguía pensando en los obreros
del fuego.--Me dirán que este trabajo horrible es una consecuencia de
los progresos de la industria y que hay que respetarlo en bien de la
civilización. Conforme: pero el infeliz que ha de ganarse el pan de este
modo, bien puede quejarse de su perra suerte, si es que le queda cerebro
para pensar.... ¡Y aun se extrañan algunos de que esta pobre gente no se
muestre contenta, y crea que el mundo está mal arreglado y no es un
modelo de dulzura!
Sanabre aprobaba las palabras del doctor. Él, podía apreciar á todas
horas la dureza de aquel trabajo, sentía una conmiseración infinita por
los obreros, cerrando los ojos ante sus defectos. Él era _algo
socialista_; pero sólo con el doctor Aresti se atrevía á hacer tal
confesión.
--Lo más amargo de la miseria de estas gentes--dijo el médico--no
consiste sólo en las privaciones que sufren y la rudeza con que ganan el
pan. Está en el ambiente desmoralizador que les rodea.
Y Aresti describía el sufrimiento psicológico que había sorprendido en
todo ejército obrero acantonado en torno de Bilbao, en las minas y las
fábricas. Los peones de las canteras vivían como bestias, ¿pero acaso
comían y dormían mejor los labriegos del interior de España? Para
muchos, la vida de las minas hasta constituía un mejoramiento de su
bienestar, comparada con la existencia mísera de bestias desamparadas
que llevaban en sus terruños los años de sequía y mala cosecha. En las
fábricas eran los jornales superiores á los del resto de la península y
no se sufrían los grandes paros á que se veía obligada la industria
pobre y vacilante de otras ciudades. Y sin embargo, en las minas y en
las fábricas todo el que trabajaba sentía un sordo rencor, una ira
reconcentrada, un anhelo irritado de justicia, como si á todas horas
fuesen víctimas de un robo audaz, de un despojo inhumano. Era el
malestar moral, la protesta contra los caprichos de la Fortuna que
acababa de pasar por allí, á la vista de todos, tocando á algunos y
volviendo la espalda á los demás.
El explotador de la mina había sido jornalero al lado de muchos que
ahora eran sus peones; al dueño de la fábrica lo habían conocido los
trabajadores casi tan pobre como ellos. Las riquezas eran recientes; las
habían visto formarse los mismos que sufrían su servidumbre. El bracero
que en su país miraba con tradicional respeto á los que eran dueños de
la tierra por el nacimiento y la herencia, se revolvía aquí con audacia
revolucionaria contra el compañero enriquecido. El obrero industrial,
habituado á sufrir en otras partes la tiranía de las sociedades
anónimas, monstruos acéfalos de la industria, irritábase á cada momento
contra el gran patrono de reciente formación.
Todos habían presenciado el despertar de la riqueza; habían tomado parte
en él; era cosa suya; y más que la miseria, les atormentaba el
sufrimiento moral de la desigualdad, la decepción de haber vivido en
medio de una racha loca de la Suerte sin aprovecharse de ella. Era el
malestar de todas las aglomeraciones humanas de formación reciente; de
las ciudades nuevas y las comarcas mineras que empiezan su vida; la
comparación eterna entre la propia miseria y la fortuna loca y
caprichosa que empuja á los otros; la convicción del fracaso, más viva y
dolorosa, ante las rápidas elevaciones presenciadas todos los días, la
tristeza por el bien ajeno, que amarga el pan, agria el vino y hace
soñar en venganzas colectivas, viendo un robo en cada paso hacia
adelante que da el afortunado.
El ingeniero reconocía la certeza de las observaciones del doctor. La
situación de aquella gente era mala: su mejoramiento con las huelgas y
los aumentos de jornal, era de un efecto momentáneo. Él creía, como
Aresti, que aquel malestar sólo tenía un arreglo; cambiar la
organización del mundo y proclamar la Justicia Social como única
religión y única ley, suprimiendo la caridad que no es más que una
hipocresía que coloca la máscara de la dulzura sobre las crueldades del
presente. Pero aparte del malestar general que reinaba en todo el mundo,
reconocía también aquel otro especialísimo descubierto por el doctor; el
de los despechados, que veían enriquecerse á sus compañeros de miseria,
ascender velozmente, mientras ellos continuaban en la miseria.
Los dos hombres iban con lento paso hacia la puerta de salida, en la
penumbra del crepúsculo, á través de las líneas férreas, subiendo y
bajando los terraplenes del inmenso establecimiento industrial.
--Lo que me irrita--dijo el doctor--en todas estas grandes fortunas que
se forman de la noche á la mañana, es su ineficacia, su infecundidad
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - El intruso - 11
  • Parts
  • El intruso - 01
    Total number of words is 4709
    Total number of unique words is 1726
    33.1 of words are in the 2000 most common words
    46.3 of words are in the 5000 most common words
    53.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 02
    Total number of words is 4726
    Total number of unique words is 1734
    31.7 of words are in the 2000 most common words
    43.5 of words are in the 5000 most common words
    50.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 03
    Total number of words is 4807
    Total number of unique words is 1726
    31.7 of words are in the 2000 most common words
    43.8 of words are in the 5000 most common words
    51.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 04
    Total number of words is 4694
    Total number of unique words is 1754
    34.1 of words are in the 2000 most common words
    46.7 of words are in the 5000 most common words
    53.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 05
    Total number of words is 4815
    Total number of unique words is 1613
    34.5 of words are in the 2000 most common words
    46.7 of words are in the 5000 most common words
    53.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 06
    Total number of words is 4741
    Total number of unique words is 1721
    33.4 of words are in the 2000 most common words
    46.5 of words are in the 5000 most common words
    54.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 07
    Total number of words is 4780
    Total number of unique words is 1629
    34.7 of words are in the 2000 most common words
    48.5 of words are in the 5000 most common words
    54.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 08
    Total number of words is 4770
    Total number of unique words is 1690
    34.0 of words are in the 2000 most common words
    48.1 of words are in the 5000 most common words
    55.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 09
    Total number of words is 4706
    Total number of unique words is 1656
    34.8 of words are in the 2000 most common words
    50.0 of words are in the 5000 most common words
    57.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 10
    Total number of words is 4664
    Total number of unique words is 1699
    30.2 of words are in the 2000 most common words
    43.7 of words are in the 5000 most common words
    51.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 11
    Total number of words is 4752
    Total number of unique words is 1723
    34.2 of words are in the 2000 most common words
    47.4 of words are in the 5000 most common words
    55.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 12
    Total number of words is 4723
    Total number of unique words is 1629
    33.6 of words are in the 2000 most common words
    47.9 of words are in the 5000 most common words
    54.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 13
    Total number of words is 4862
    Total number of unique words is 1615
    36.7 of words are in the 2000 most common words
    50.1 of words are in the 5000 most common words
    56.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 14
    Total number of words is 4692
    Total number of unique words is 1650
    36.5 of words are in the 2000 most common words
    50.9 of words are in the 5000 most common words
    56.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 15
    Total number of words is 4785
    Total number of unique words is 1610
    37.4 of words are in the 2000 most common words
    51.3 of words are in the 5000 most common words
    58.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 16
    Total number of words is 4727
    Total number of unique words is 1559
    34.4 of words are in the 2000 most common words
    48.3 of words are in the 5000 most common words
    56.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 17
    Total number of words is 4679
    Total number of unique words is 1658
    30.7 of words are in the 2000 most common words
    44.3 of words are in the 5000 most common words
    51.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 18
    Total number of words is 4657
    Total number of unique words is 1748
    32.3 of words are in the 2000 most common words
    45.9 of words are in the 5000 most common words
    53.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 19
    Total number of words is 4769
    Total number of unique words is 1648
    36.3 of words are in the 2000 most common words
    50.6 of words are in the 5000 most common words
    56.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 20
    Total number of words is 4746
    Total number of unique words is 1618
    31.9 of words are in the 2000 most common words
    43.4 of words are in the 5000 most common words
    51.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El intruso - 21
    Total number of words is 1864
    Total number of unique words is 782
    38.0 of words are in the 2000 most common words
    50.8 of words are in the 5000 most common words
    57.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.