El Escuadrón del Brigante - 12

Total number of words is 4618
Total number of unique words is 1529
34.2 of words are in the 2000 most common words
46.8 of words are in the 5000 most common words
53.0 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
Muchos creían que los tribunales militares lo absolverían por falta de
pruebas.
Se había comenzado la instrucción del proceso. Se hallaba encargado de
esto un capitán de infantería italiano, llamado Butti, doctor en leyes
y hombre muy inteligente.
El proceso fué corto. El fiscal no tenía interés en condenar al
director, y con propósito deliberado de no perjudicarle, tomó muy pocas
declaraciones.
Las conclusiones de la acusación fueron muy favorables para el presunto
reo. Se consideraba en ellas las sospechas del coronel Bremond como
indicios, y respecto á la denuncia del abogado don Tomás de la Barra,
se la diputaba abrumadora para el acusado si hubiera habido el menor
documento, la más ligera prueba de su autenticidad.
Pasada la instrucción del proceso, el director fué puesto en
comunicación, y todo Burgos fué á visitarle á la cárcel. Lara y yo nos
agregamos á un grupo de comerciantes.
El director, al verme, me recibió con gran ansiedad; me dijo que sólo
de nosotros esperaba algo. No pudimos hablarle reservadamente porque
estaba muy vigilado.
En los días posteriores, el cabildo, los caballeros y la gente del
comercio comenzaron á trabajar cerca de los jefes franceses para
conseguir la libertad del preso. No había español patriota que no
supiera que don Fernando era el director de la campaña en la Sierra;
pero de tanto hablar de su inocencia se llegó á creer en ella como en
un artículo de fe.
La Junta y el prefecto Blanco de Salcedo hicieron grandes esfuerzos
para conseguir un veredicto de inculpabilidad.

LOS ENEMIGOS DE DORSENNE
Todos ellos sabían la hostilidad existente entre los generales
Thiebault, Solignac y Darmagnac, y que los tres eran enemigos de
Dorsenne. Bastaba que el general en jefe se propusiera algo para que
los otros se opusieran.
Esta hostilidad tenía sus motivos.
Thiebault, hombre inteligente, sereno, culto, se veía postergado por un
fantoche cruel y fanfarrón como el conde. Thiebault se oponía á las
crueldades de Dorsenne, considerándolas como contraproducentes.
Thiebault entonces era hombre de unos cuarenta años, amable, de buen
aspecto.
Había sido gobernador militar de Burgos y vivido en casa del
propietario y comerciante en lanas merinas don Miguel de Pedrorena,
donde se distinguió por su amabilidad y simpatía. A pesar del odio que
había contra los franceses, por debajo de la cortesía forzada de los
españoles, Thiebault llegó á conquistar el afecto de la familia de su
huésped.
Su historia como general era brillante.
Había estado en Austerlitz y comenzado su vida militar á las órdenes de
Pichegru.
Conocía toda Europa. Hombre culto, aficionado á las lenguas muertas,
había obtenido en Salamanca el título honorífico de doctor.
El otro general hostil á Dorsenne era Solignac. Solignac había
sustituído á Thiebault en el mando de la plaza de Burgos.
Era un soldadote cerril y caprichoso. Se distinguía por su barbarie y
su despotismo; pero su enemistad con Dorsenne, muchas veces servía para
contrarrestar las arbitrariedades y la violencia de su enemigo.
El tercer general enemigo de Dorsenne era Darmagnac, que por entonces
se encontraba también en Burgos no sé en qué concepto. El buen
Darmagnac era un tolosano cuco y avaro, que no pensaba mas que en
enriquecerse. Como casi todos los meridionales franceses, tenía la
virtud del ahorro.
Darmagnac creía que un país conquistado debía enriquecer á sus
conquistadores con sus alhajas, cuadros, estatuas, etc.
En último término, la moral de Darmagnac era la moral de la guerra, de
antes, de ahora y de siempre.
La guerra es una reina que lleva como séquito el hambre, la peste, la
rapiña, la violación, el incendio, el engaño y el fraude.
Todos estos furores la guerra los sabe cubrir con el manto de la
gloria. Para el militar, soldado es sinónimo de noble, de esforzado,
de glorioso; para el campesino que sufre las tropelías, soldado es
sinónimo de ladrón.
Darmagnac era un buen discípulo de Marte y de Caco.
Darmagnac fué el que tomó la ciudadela de Pamplona, al principio de la
guerra, con un rasgo de ingenio.
Había llegado á la capital navarra, con la brigada 32, un día de frío y
de nieve.
Como españoles y franceses se consideraban amigos, los españoles
abrieron las puertas á sus aliados y quedaron guardando las
fortificaciones, y principalmente la ciudadela.
La fuerza española tenía orden de no abandonar sus puestos, y las
tropas de la brigada 32 se encargaron galantemente de llevar vituallas
á los españoles.
Entonces Darmagnac preparó su plan.
Comprendió que la posición principal era la ciudadela y se decidió á
apoderarse de ella.
Darmagnac hizo que los furrieles suyos que iban con sacos de pan á
llevar la ración á los españoles de guardia fuesen seguidos por varios
soldados con fusiles y sables escondidos debajo de los capotes.
Los veteranos de Darmagnac, al entrar en la plaza de armas de la
ciudadela, comenzaron, entre bromas y risas, á tirarse pelotas de
nieve. A los gritos y voces de los franceses, los españoles salieron de
las garitas á contemplar la lucha.
--¡Qué gente más divertida son estos franceses!--debían decir los
españoles.
Y cuando estaban más entretenidos contemplando la lucha, vieron con
asombro que los franceses subían á los baluartes, entraban en las
garitas, echaban fuera á los asombrados españoles, cerraban las puertas
y amenazaban con pegar un tiro al que se acercara. Así aquel Ulises
tolosano se apoderó de Pamplona.
En todos sus actos, Darmagnac se manifestaba astuto y tortuoso.
Ni Darmagnac, ni Thiebault, ni Solignac podían soportar la petulancia y
el aire de príncipe asiático que adoptaba Dorsenne.
Los tres generales estaban interesados en que el director saliese
libre.

EL CONSEJO DE GUERRA
Se reunió el Consejo de Guerra, al que asistieron casi todos los
oficiales franceses que había en Burgos y gran parte del vecindario.
El director nombró para su defensa al teniente coronel Ernesto Fajols,
militar muy instruído, paisano de Darmagnac y secretario del mariscal
Bessières, duque de Istria.
Fajols se encontraba accidentalmente en Burgos. Poco afecto á Dorsenne
y muy amigo del director, pondría todos los medios para conseguir su
libertad.
El Consejo de Guerra nombró como intérprete á don Miguel de Pedrorena,
el amigo y huésped de Thiebault, que conocía perfectamente el francés.
El fiscal leyó su escrito, reconociendo que no había pruebas. Después
el teniente coronel Fajols elogió la respetabilidad y el talento del
director.
Se preguntó á don Fernando si tenía algo que alegar, y habló el
director defendiéndose, con la maestría que le caracterizaba, una hora
entera.
--Cierto. Está bien, muy bien--dijo varias veces el general Thiebault.
Se mandó retirar al reo á una salita separada con su defensor y su
intérprete, se evacuó de público el estrado, y los jueces se reunieron
para dictar la sentencia.
Al cabo de una hora se hizo público el veredicto de inculpabilidad del
acusado.
Dentro de las leyes, el director debía ser puesto en libertad; pero
antes de que el coronel presidente del Consejo de Guerra dictara esta
providencia, recibió una comunicación del conde de Dorsenne en la cual
se le prevenía que, en el caso de que recayese sentencia absolutoria
sobre el director, debía volver á la prisión.
Este acto de arbitrariedad levantó protestas entre los generales
poco amigos de Dorsenne, y Thiebault no se recató en decir que con
injusticias como aquella se desacreditaba y se hacía imposible en
España el gobierno de José Bonaparte.


V
EN EL DESFILADERO DE PANCORBO

La razón de la orden de Dorsenne estaba justificada. Dorsenne, desde su
punto de vista, creía, y con motivo, en la culpabilidad del director.
Lo consideraba hombre hábil y peligroso, y á pesar de tratarse de
un reo absuelto, mandó le vigilaran estrechamente por si sus amigos
fraguaban alguna emboscada para libertarle.
Al día siguiente llevaron una berlina á la puerta de la cárcel, sacaron
al director, le metieron en el coche acompañado de un comisario de
policía y un agente, y escoltados por un pelotón de gendarmes tomaron
la calzada de Francia.
Nosotros, Lara y yo, enviamos una carta al coronel Blanco.
Le contábamos en ella lo ocurrido, le explicábamos la dirección que
iba á llevar el coche, y le proponíamos atacar al convoy enemigo en el
desfiladero de Pancorbo.
Lara y yo, en compañía de Ganisch y de García, adelantamos pronto al
coche y á la escolta. Nuestros asistentes se quedaron en Briviesca, y
nosotros nos instalamos en Pancorbo en una venta que llamaban del tío
Veneno.
El desfiladero de Pancorbo es una estrecha hendidura que corta los
montes Obarenes. Tiene un aire imponente y trágico.
Yo conocía bastante bien este romántico desfiladero, con sus enormes y
fantásticas rocas que parece que van á desplomarse sobre el viajero.
Se comprende que la garganta de Pancorbo se haya considerado como punto
de cita internacional de ladrones, de gitanos y de compra-chicos.
En algunos puntos, alejándose del pueblo hacia Miranda, el desfiladero
se estrecha hasta tal punto, que no deja lugar mas que para la
corriente de agua de un riachuelo que se llama el Oroncillo y para la
calzada.
Próximamente en medio de la garganta había, y creo que seguirá
habiendo, una capilla pequeña empotrada en la roca, con un altar y una
imagen de la Virgen.
La Virgen es Nuestra Señora del Camino, protectora de los viandantes.
En la cumbre del desfiladero, en el alto de Foncea, había un castillo
rodeado de fortificaciones hechas por los españoles con motivo de la
campaña contra la República Francesa, en 1795, y después ampliadas por
los imperiales al comienzo de la guerra de la Independencia.
Este castillo lo destruyeron definitivamente los franceses cuando la
entrada de los cien mil hijos de San Luis.
Contando con gente, yo consideraba fácil atacar la escolta y detenerla
en un camino tan estrecho. Bastaba con apostar sigilosamente unos
cuantos hombres cerca de la ermita y detrás de algunas piedras,
apoderarse del coche, tomar el camino de Miranda de Ebro y dispersarse,
al salir del desfiladero, hacia la aldea que se llama Ameyugo. Los de
la escolta, seguramente, avisarían á los de los fuertes, si éstos no
bajaban en seguida al ruido de los tiros; pero lo más probable es que,
valiéndose de la sorpresa, hubiera tiempo para huir.
Esperamos un día y una noche en la venta del tío Veneno por si Merino ó
el coronel Blanco nos daban órdenes ó enviaban auxilios.
Yo creía que con pocos hombres, con veinte ó treinta, nos bastaban para
detener á los gendarmes de la escolta.
Al día siguiente supimos por un arriero que el director, en su coche,
había parado en el mesón del Segoviano, de Briviesca, conocido por
Ganisch y por mí por haber estado en él al salir de Irún con Fermina la
Navarra y la Riojana.
El dueño de la posada de Briviesca, el señor Ramón el de Pancorbo, muy
amigo del director, le dió á éste una ropa de abrigo, una gorra, una
buena capa y algunas onzas de oro.
Al día siguiente, por la tarde, Lara y yo vimos pasar el coche del
director, con un pelotón de escolta por delante de nosotros.
Yo me coloqué de manera que el director me viese, y comprendí por su
mirada que me había reconocido.
De Merino no había que esperar nada. El cura no se ocupaba de sus
amigos caídos en desgracia.


VI
LAS NUECES

Lara y yo, dispuestos á hacer el último esfuerzo, seguimos detrás del
convoy hasta salir del desfiladero de Pancorbo, y luego, marchando á
campo traviesa, llegamos antes que el coche á Miranda de Ebro.
Dejamos los caballos en el parador del Espíritu Santo, á la entrada del
pueblo, y esperamos á que llegara el convoy francés.
Cuando el coche y la escolta entraron en el pueblo nos acercamos entre
un grupo de curiosos.
No llevaron al director á la cárcel, sino á una posada próxima al
puente, la posada del Riojano.
Al ver dónde entraban, yo me metí en el zaguán me dirigí al posadero y
le dije que pusieran cena para un amigo y para mí.
El posadero me miró con atención y me dijo:
--Está bien. Se les pondrá la cena.
El director nos había visto entre el grupo de curiosos y debía estar
anhelante.
Salí yo del zaguán, me reuní con Lara y le dije que él se quedara en la
calle, frente á la casa, y yo iría por la parte de atrás de la posada.
Mi objeto era ver si por la luz podíamos comprender en qué cuarto
alojaban al director.
Yo di un rodeo grande para colocarme en la parte de atrás de la posada
del Riojano. Daba ésta á una huerta y tenía dos galerías, una encima de
otra, con una magnífica parra.
Esperé un cuarto de hora largo. Estaba obscureciendo. A las dos
galerías daban varias ventanas y una puerta.
Todas estaban cerradas. De pronto una de ellas, del piso segundo,
se abrió y, proyectándose en la luz, vi la silueta del director. Al
momento volvió á cerrarse la madera.
Sin duda, el prisionero estaba en aquel cuarto. Era el correspondiente
á la tercera ventana que daba á la galería, comenzando por la izquierda.
Volví á la calle, me reuní con Lara y pensamos lo que había que hacer.
El único proyecto posible que se me ocurrió fué que uno de nosotros
saltara á la huerta, subiera por el tronco de la parra á la segunda
galería, llamara en la ventana y saliera por allí con el director.
--Me parece una cosa muy difícil de realizar; pero por mí no
quedará--dijo Lara.
--La cuestión sería advertirle al director para que esté despierto y
preparado--agregué yo.
--Veremos á ver si se nos ocurre algún medio.
Entramos en la posada del Riojano y nos acomodamos en la cocina como si
fuéramos parroquianos de la casa.
La cocina estaba en el piso bajo, y el director se hallaba encerrado en
el segundo. La escalera la guardaban varias parejas de gendarmes.
Por más que pensamos Lara y yo procedimientos para comunicarnos con el
director, no encontramos ninguno.
El posadero, á quien hablamos aparte excitando su patriotismo, dijo que
era imposible llevar ningún recado al preso.
El, al menos, no se comprometía. Ahora, si nosotros encontrábamos
un procedimiento de hacerle pasar el aviso sin que él apareciera
complicado, se callaría sin denunciarlo.
¿Qué procedimiento se podría emplear?
Salimos Lara y yo á la calle. Yo puse en prensa mi cerebro. En esto, al
pasar por una tienda de frutas vi en un canasto unas nueces muy gordas
y compré media docena.
--¿Para qué las quieres?--me dijo Lara.
--Vamos á ver si dentro de una de éstas le mandamos al director el
aviso de que esté preparado por la noche.
Fuimos al parador del Espíritu Santo, donde habíamos dejado los
caballos, y yo le pregunté al amo si tenía cola para pegar.
Me trajo un puchero con ella. Lara y yo abrimos dos nueces y metimos
dentro, de cada una un papel que decía: «Espere usted preparado esta
noche». Después pegamos las cáscaras de nuez, y con ellas en el
bolsillo nos fuimos á cenar en la posada próxima al puente.
Estuvimos atentos á las idas y venidas del posadero, y en el instante
en que éste ponía en una bandeja unos racimos de uvas, yo saqué las
dos nueces del bolsillo y las dejé encima. El hombre me hizo un guiño,
como diciendo: «Está entendido», y subió al cuarto del preso. Lara y yo
pagamos nuestro gasto y salimos á la calle.


VII
MAC-BEN-AC

Fuimos Lara y yo dando la vuelta hasta colocarnos en la parte de atrás
de la posada del Riojano.
Yo hubiera querido que Lara quedase al lado de la tapia de la huerta
con nuestros dos caballos; pero era imposible, porque de cuando en
cuando pasaban patrullas de caballería francesa que rondaban los
alrededores. Dimos vuelta á toda la tapia de la huerta y encontramos
que tenía una puertecilla.
--Vamos á ver una cosa--le dije á Lara.
--¿Qué?
--Voy á ver si se puede abrir por dentro esta puertecilla de la huerta.
Apoyándome en las manos juntas de Lara, y luego en sus hombros, escalé
la tapia de la huerta y bajé, agarrándome á las ramas de un árbol
frutal, al suelo. La puertecilla de la huerta tenía una llave un poco
mohosa, pero pude abrirla.
--¿Vas?--me dijo Lara.
--Sí.
--¿Yo me quedo aquí de guardia?
--No, vale más que vayas al parador y esperes allí con los caballos
preparados.
Lara se fué; yo cerré la puerta sujetándola ligeramente con una piedra
y avancé hacia la casa.
La subida no fué difícil. El tronco de la parra era grueso y retorcido,
y las galerías estaban próximas una de otra. Lo único malo que ocurría
era que al trepar las ramas de la parra chocaban contra las maderas y
metían ruido.
De pronto oí pasos en la galería, sobre mi cabeza. Me agazapé y estuve
quieto, agarrándome al tronco. El gendarme, cuyas pisadas parecía iban
á hundir las tablas del suelo del balcón, se asomó á la barandilla,
pero no me vió.
Pensé un momento en volverme atrás; pero olvidé esta idea y seguí
adelante. Subí más arriba; llegué á la segunda galería y salté sobre
ella despacio, porque al poner el pie crujían las maderas. Me acerqué á
la ventana del director.
Di dos golpecitos en el cristal de la ventana. Nada.
--¡Este hombre es un imbécil!--pensé incomodado--. ¿No habrá visto el
aviso?
Volví á dar otros dos golpes y se abrió la ventana y apareció en el
cristal la cabeza asombrada del director.
--¿Es usted?--me dijo temblando.
--Sí. ¿No ha visto usted mi aviso?
--No.
--Yo creí que estaría usted preparado.
El director se hallaba perplejo, aturdido. Se puso una chaqueta y
acercó una silla á la ventana para saltarla.
--Vamos, vamos--le decía yo.
En esto dos manos de hierro cayeron sobre mis hombros y entraron varios
gendarmes en el cuarto del director.
--¡Ah, brigand!--me dijo uno.
Yo me libré como pude de sus zarpas y, saltando el barandado de la
galería, me agarré al tronco de la parra y fuí bajando hasta el jardín.
Lo crucé á largas zancadas y me acerqué á la puerta. Estaba cerrada.
Intenté escapar subiendo por el tronco de un árbol, pero en la
obscuridad no encontré ninguno.
En tanto, los gendarmes habían entrado en el jardín con la bayoneta
calada. No tuve más remedio que rendirme. Me cogieron, me ataron y me
reconocieron como el comensal de la tarde anterior.
Me dirigieron una porción de bromas acerca de mi suerte, y decidieron
llevarme á presencia del comandante jefe de la escolta, que estaba
alojado en una casa de enfrente.
Rodeado de cuatro gendarmes y un cabo cruzamos la calle y entramos en
el portal de una casa próxima. Subimos al primer piso y llamaron á una
puerta.
Se abrió ésta y vimos tres oficiales sentados alrededor de una mesa:
uno el comandante, hombre fuerte, de alguna edad; los otros dos,
jovencitos.
--¿Qué pasa, cabo?--preguntó el comandante.
El cabo contó lo ocurrido y me hicieron avanzar en el cuarto.
--¿Qué, es un ladrón?
--No, no; es un bandido que venía á libertar al preso.
--¡Ah, diablo! ¡Es audaz el joven!--dijo un oficial.
Di unos pasos hasta acercarme á la mesa.
--Me han atado como un fardo, mi comandante--dije yo en francés--; creo
que podían dejarme respirar un poco.
--Sabe francés el pícaro--exclamó riendo uno de los oficiales
jóvenes--. Desatadlo. No se escapará.
Me desataron. Los tres oficiales me miraban sonriendo, pero, á pesar de
esto, mi suerte me parecía muy poco halagüeña. En aquel momento tuve la
inspiración de acordarme de la masonería.
Ya con los brazos libres, hice el signo masónico de gran peligro, lo
que llaman los franceses señal de _détresse_.
El comandante me miró atentamente y habló luego con los oficiales que
se despidieron.
--Podéis iros--dijo después á los gendarmes.
El comandante y yo quedamos solos.
De pronto se volvió á mí y me preguntó:
--¿Cuál es tu palabra masónica?
--Mac-Ben-Ac--contesté yo.
Esta era nuestra contraseña en la logia de Bayona.
El comandante pareció quedar satisfecho de mi contestación.
Yo empecé á explicar lo que había hecho; por qué intenté libertar al
preso; dije cómo éste había sido absuelto por un tribunal militar...
--No necesito explicaciones, hermano--replicó el comandante, con
asombro mío--. Vamos, ven conmigo.
¿Adónde me llevará este hombre?--pensé yo.
Salimos á la calle, pasamos el puente y llegamos cerca del parador del
Espíritu Santo.
--No intentes nada--me dijo el oficial--. Sería inútil. Se va á
aumentar la escolta del preso y á redoblar la vigilancia.
--No pienso intentar nada--repliqué yo.
--Adiós, hermano--me dijo después; y me estrechó entre sus brazos.
Al verme solo, en medio de la obscuridad de la noche, me quedé
asombrado de mi suerte; agité los brazos alegremente, castañeteé los
dedos y eché á correr al parador.
Pocos momentos después, Lara y yo marchábamos á caballo camino de
Pancorbo.
Ya no era posible seguir la empresa.
Por lo que supimos después, el coche del director marchó desde
Miranda con una escolta de mil quinientos hombres de infantería, y no
permitieron que nadie se acercara á él.
El director siguió hasta Irún, y luego á Bayona, donde fué encerrado
en el castillo Viejo en compañía del guerrillero ex capuchino don
Juan Delica, del gobernador y defensor de Ciudad Rodrigo, Pérez de
Herrazti, y del brigadier Perona, que llevaba en la antigua fortaleza
mucho tiempo.
Yo ya no le volví á ver más al director; y sólo años después supe que,
llegado de la deportación, achacoso y triste, había muerto en Aranda de
Duero, á raíz de terminar la guerra.


LIBRO SEXTO
NOTICIAS DEL MUNDO


I
ENCUENTRO CON DOS DAMAS

Al volver Lara y yo pasamos por Pancorbo y en la venta del tío Veneno
nos entregaron un parte del coronel Blanco.
Nos participaba que le era imposible hacer algo por el director, y nos
recomendaba trabajáramos por nuestra cuenta como pudiéramos.
Al llegar á Briviesca nos encontramos con que Ganisch y García se
habían marchado.
Adelantamos hasta Burgos para reunimos con nuestros asistentes; pero
tampoco los encontramos en esta ciudad.
--¿Sabes lo que debíamos hacer?--le dije á Lara.
--¿Qué?
--Irnos á Madrid. Tenemos dinero, licencia ilimitada. Ya inventaremos
un pretexto.
--Pues, nada, vamos.
Nos detuvimos un día en Burgos para descansar, y nos pusimos en marcha
hacia Madrid.
Acertamos á encontrar en el camino un hidalgo vendedor de granos,
natural de Roa, quien, según dijo, conocía al Empecinado, y nos contó
sus hazañas, y en conversación con él marchamos agradablemente.
Descansamos para comer, y llevaríamos después dos ó tres horas
caminadas, cuando nos topamos con una columna de soldados imperiales
escoltando el correo.
Un capitán joven nos hizo algunas preguntas en mal castellano.
Contestamos diciendo éramos comerciantes de Burgos que íbamos de paso
para Madrid.
El capitán no tuvo sospecha alguna; creyó lo que le decíamos y se puso
á charlar con nosotros. Al ver que yo entendía su idioma, me tomó por
su cuenta y me habló de sus campañas y de su vida.
Era de París; más bien monárquico que bonapartista.
Me dijo que llevaban escoltadas á dos señoras francesas hasta
Valladolid y me habló de las dos.
Una de ellas se llamaba madame Michel. Su marido estuvo condenado á
muerte por asesino y se escapó desde el mismo patíbulo.
La otra dama era una marquesa, sobrina de Talleyrand y de apellido
Lauraguais.
El capitán, viendo que yo celebraba sus frases, narró varias anécdotas
escandalosas de las dos.
--Estos Talleyrand son terribles--añadí yo. Y conté que se decía que la
mujer de Talleyrand había querido seducir á Fernando VII en Valencey,
y que, no pudiendo con el amo, conquistó al criado, al duque de San
Carlos, y de esta manera pudo proporcionar datos á Napoleón de lo que
tramaban los Borbones.
El parisiense me escuchó con gran curiosidad. Sin duda, para él, estos
detalles de chismografía constituían algo trascendental en la vida.
El oficial me dijo que madame Michel había sido la querida del
gran duque de Berg. La Michel y la de Lauraguais eran muy amigas;
constantemente se las veía juntas.
Habían pasado ocho días en Burgos alojadas en la misma casa donde
estaba Thiebault.
El capitán francés, después de una hora larga de conversación, nos dejó
porque tenía que dar órdenes. Por no infundir sospechas, no intentamos
Lara y yo alejarnos de la columna.
De noche, al llegar á Lerma, el capitán se nos acercó de nuevo para
decirnos que había hablado de nosotros á las señoras francesas y que
deseaban conocernos.
Nos lavamos y nos arreglamos un poco y nos presentamos en la posada del
Gallo, donde estaban alojadas las dos.
Atendían á las damas varias doncellas y una media docena de oficiales,
que no se desdeñaban en servir de ayuda de cámara á dos mujeres bonitas.
La Michel y la Lauraguais todo lo encontraban malo, pobre, absurdo, y
hablaban con voz irónica, irritada y agria, de su habitación de Lerma.
El capitán nos presentó á ellas, y de pronto las dos, como si fueran
cómicas que entran en el escenario, cambiaron de tono y se manifestaron
amabilísimas, risueñas, encantadoras.
Madame Michel hablaba algo el castellano, y le dijo á Lara de una
manera insinuante que no comprendía cómo los españoles no nos rendíamos
viendo mujeres como ellas.
--No lo dirá usted por mí--replicó Lara en tono sentimental.
--¿Por qué no?
--Porque yo estoy completamente rendido.
El aire caballeresco de mi compañero hizo efecto en las damas.
Uno de los oficiales franceses sacó una caja de música, de ésas que
hacen en Suiza, en Sainte-Croix, á la que dió cuerda y tocó la canción
de _Triste Chactas_ y algunas otras del tiempo.
Madame Lauraguais me preguntó qué opinión teníamos en España de las
obras de Chateaubriand _Atala_ y _René_, á lo cual dije que yo, por mi
parte, no las había leído, lo que le chocó sobremanera.
Mi ignorancia debió disgustar á la madama, y en vista de esto dejé mi
lugar á un oficial que era el preferido.
Se habló un momento de la _bigoterie espagnole_, que á las damas les
parecía ridícula, y luego se enfrascaron todos en una conversación
acerca de París, del emperador, de los trajes de madame Minette, de
Taima, y de los últimos estrenos de teatro.
El capitán, viéndome ya apartado del grupo y aburrido, llamándome _mon
cher_, me invitó á dar una vuelta por las calles de Lerma.

LAS FAVORITAS DEL REY JOSÉ
Salimos. El parisiense me contó en el paseo nocturno una porción de
historias de aquellas dos damas y de otras generalas y mariscalas entre
risas y exclamaciones.
La preocupación de madame Michel y Lauraguais era desbancar á las dos
favoritas del rey José: madame Lucotte y la marquesa de Monte Hermoso.
¡La marquesa de Monte Hermoso! Su nombre sólo bastaba para turbarme.
--¿Luego van á reñir las dos por quién va á ser la favorecida?--dije yo
dominando mi impresión.
--No, no--replicó el francés--; las dos quieren sustituir á las otras
dos. El rey José es un poco sultán.
Yo me quedé algo asombrado de este contubernio, y el parisiense, muy
satisfecho de mi sorpresa, dijo que, indudablemente, la vida de los
franceses para un español severo y huraño debía ser muy _drôle_.
El parisiense siguió contándome historias.
El rey José era un conquistador. Antes de la Lucotte y la de Monte
Hermoso, había tenido amores con una cubana en Madrid, la condesa de
Jaruco.
La Lucotte estaba muy enamorada del rey, pero la de Monte Hermoso, no.
Madame Lucotte era la mujer de un ayudante de José, á quien, para
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - El Escuadrón del Brigante - 13
  • Parts
  • El Escuadrón del Brigante - 01
    Total number of words is 4447
    Total number of unique words is 1587
    35.7 of words are in the 2000 most common words
    48.5 of words are in the 5000 most common words
    54.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 02
    Total number of words is 4634
    Total number of unique words is 1557
    35.9 of words are in the 2000 most common words
    48.1 of words are in the 5000 most common words
    53.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 03
    Total number of words is 4555
    Total number of unique words is 1562
    36.4 of words are in the 2000 most common words
    48.8 of words are in the 5000 most common words
    54.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 04
    Total number of words is 4696
    Total number of unique words is 1565
    35.0 of words are in the 2000 most common words
    49.4 of words are in the 5000 most common words
    56.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 05
    Total number of words is 4623
    Total number of unique words is 1591
    33.7 of words are in the 2000 most common words
    48.0 of words are in the 5000 most common words
    56.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 06
    Total number of words is 4745
    Total number of unique words is 1585
    36.3 of words are in the 2000 most common words
    50.0 of words are in the 5000 most common words
    56.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 07
    Total number of words is 4600
    Total number of unique words is 1558
    32.1 of words are in the 2000 most common words
    43.6 of words are in the 5000 most common words
    51.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 08
    Total number of words is 4564
    Total number of unique words is 1521
    35.8 of words are in the 2000 most common words
    49.4 of words are in the 5000 most common words
    55.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 09
    Total number of words is 4477
    Total number of unique words is 1431
    33.5 of words are in the 2000 most common words
    46.1 of words are in the 5000 most common words
    52.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 10
    Total number of words is 4536
    Total number of unique words is 1543
    34.2 of words are in the 2000 most common words
    46.9 of words are in the 5000 most common words
    53.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 11
    Total number of words is 4554
    Total number of unique words is 1461
    34.8 of words are in the 2000 most common words
    47.6 of words are in the 5000 most common words
    54.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 12
    Total number of words is 4618
    Total number of unique words is 1529
    34.2 of words are in the 2000 most common words
    46.8 of words are in the 5000 most common words
    53.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 13
    Total number of words is 4669
    Total number of unique words is 1557
    34.5 of words are in the 2000 most common words
    46.3 of words are in the 5000 most common words
    52.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 14
    Total number of words is 4653
    Total number of unique words is 1499
    36.8 of words are in the 2000 most common words
    50.0 of words are in the 5000 most common words
    55.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 15
    Total number of words is 4708
    Total number of unique words is 1596
    33.0 of words are in the 2000 most common words
    46.9 of words are in the 5000 most common words
    53.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 16
    Total number of words is 1927
    Total number of unique words is 816
    40.3 of words are in the 2000 most common words
    52.7 of words are in the 5000 most common words
    58.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.