El Escuadrón del Brigante - 07

Total number of words is 4600
Total number of unique words is 1558
32.1 of words are in the 2000 most common words
43.6 of words are in the 5000 most common words
51.1 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
Rodrigo pedían indulto.
--Antes que nada es la justicia--repetía el corregidor.
El viejo Acosta compró al alcaide y á los demás carceleros á peso de
oro para que permitiesen escapar á don Diego y propuso al corregidor
que hiciera la vista gorda.
García no aceptó.
Acosta le suscitó pleitos para arruinarle.
El alcalde no se rindió.
La hija se agravó; pidió á su padre perdón para su novio. El alcalde
dijo que él no era quién para perdonar.
Contra viento y marea llevó el proceso hasta el fin, y no paró hasta
que envió á los dos criminales al patíbulo.
Su hija Epifania murió; el sobrino Fernando huyó del pueblo; de la
hacienda del Tobalos no quedó nada; toda se la comieron los curiales.
El día de la ejecución, por la mañana, el buen alcalde García cruzó el
pueblo. La gente, al verle, le abría paso, le miraba y le saludaba con
respeto. Las campanas tocaban á muerto. Un gran paño negro cubría el
escudo del palacio de los Acostas.
El alcalde vió cómo el verdugo agarrotaba á los dos criminales; luego
volvió á su casa, sacó el macho, en donde hizo montar á su mujer, y
dijo:
--Vamos, mujer. Ya no tenemos nada que hacer aquí.
Y los dos, cruzando el pueblo, se marcharon de él para no volver más.
* * * * *
--Este es el Tobalos--concluyó diciendo el cura, paisano suyo.
--¡Hombre terrible!--murmuró el párroco de Coruña del Conde--. Con
muchos como él, de otra manera marcharía España.
Hicimos algunos comentarios acerca del ex alcalde y guerrillero y nos
fuimos á acostar.


III
UNA GRAN PRESA

A pesar de que la mayoría de las fuerzas de Merino se dividían y
subdividían mucho, quedó, para los efectos de influir en los aldeanos y
despistar á los franceses, una partida de hombres á pie, sin fusiles,
que corrían como gamos. Eran casi todos pastores ágiles, fuertes, que
conocían la sierra como su casa.
Mientras las columnas móviles de los imperiales exploraban los pasos de
los montes, el grupo de pastores iba de un punto á otro por senderos,
por veredas de cabras, desesperando á los franceses, que no comprendían
cómo una partida de trescientos á cuatrocientos hombres (ellos suponían
que era toda la partida) podía hacer estas extrañas evoluciones.
Al finalizar el verano, los franceses se desanimaron; las columnas no
se podían sostener en la sierra por no haber manera de abastecerlas.
Venía la mala estación; era aún más difícil avituallar tanta gente en
sitios desiertos y pobres, y poco á poco las tropas de Roquet fueron
retirándose de la sierra.
Pronto supo Merino lo que pasaba, y comenzaron los avisos para la
asamblea.
Mandó á los diferentes puntos de refugio de los guerrilleros los
mejores guías de los contornos para que nos acompañaran.
Aún no se habían retirado los franceses y ya estaba Merino reuniendo
sus fuerzas en el centro de la sierra; pasaban los nuestros al lado de
las tropas enemigas por caminos desconocidos por ellas.
Los franceses cubrían seis ó siete senderos y los guías se colaban por
otro.
Para el comienzo del otoño, la partida estaba igualmente formada que
antes de su disolución.

LA VALIJA DEL EDECÁN
Después de organizadas nuevamente las fuerzas, nuestra primera
operación fué atacar en Santa María del Campo á una columna de
imperiales que había salido de Celada, á la que se le hizo veinte ó
treinta bajas.
Unos días más tarde el director avisó á Merino la inmediata salida de
un edecán del ministro de la Guerra de Francia, que llevaba pliegos
importantísimos del emperador para su hermano José y los mariscales de
sus ejércitos en España.
Merino, con el escuadrón de Blanco y con el nuestro del Brigante,
esperó á la patrulla francesa entre Villazopeque y Villanueva de
las Carretas; la sorprendió é hizo presos al edecán del mariscal
Bernardotte y á cuarenta y seis dragones de la escolta. Al mismo
tiempo se apoderó de un birlocho y de la valija en donde iba la
correspondencia del emperador para su hermano y para el ministro de la
Guerra de España.
En el encuentro no tuvimos herido alguno. Merino no se sintió cruel y
respetó la vida de los franceses.
Al apoderarse de la valija vaciló, y nos preguntó á los oficiales qué
creíamos se debía hacer con ella.
El había pensado mandársela al director. Yo observé que me parecía
lo más natural abrirla y leer los pliegos, y después enviársela al
Gobierno.
Se siguió mi consejo, y yo, como más versado en el francés, fuí el
encargado de revisar los papeles.
Había pliegos de gran interés con noticias referentes á la guerra
grande de los ejércitos regulares. Esto, mayormente á nosotros, nos
interesaba poco.
El dato de importancia obtenido de la correspondencia fué saber que los
franceses preparaban en Burgos un gran convoy destinado al ejército
mandado por Massena y por Ney, que sitiaba la plaza de Ciudad Rodrigo.
El convoy constaría de 120 furgones y otros carros militares, cargados
de pertrechos y municiones de guerra.
Se dirigiría por la carretera de Valladolid á Tordesillas á tomar la
calzada de Toro.
Irían custodiando la expedición doscientos hombres de infantería y unos
ciento sesenta dragones.
Después de revisar los papeles se cerró la valija, y con un oficial del
escuadrón de Burgos y la minuta de oficio se remitió la correspondencia
al marqués de la Romana.

PREPARATIVOS
Al día siguiente Merino comenzó sus preparativos para apoderarse del
convoy francés que había de dirigirse á Ciudad Rodrigo.
Pensaba dar el golpe sólo con la caballería. Las fuerzas de infantería
que mandaba el comandante Angulo las envió hacia la orilla del Duero,
entre Peñaranda y Hontoria de Valdearados.
Luego mandó de vanguardia á la gente del Jabalí, y á nosotros los del
Brigante para que, cruzando el Duero por la Vid, nos internáramos en la
provincia de Segovia, pasando por cerca de Sacramenia y Fuentidueña á
acampar en los pinares de Aguilafuente.
De aquí nos iríamos aproximando de noche á la carretera.
Pocos días después despachó al escuadrón de Burgos para que se reuniera
con nosotros. Este escuadrón estaba formándose y era todavía de muy
pocas plazas.
Mientras tanto, Merino quedó en la sierra con veinticinco jinetes
escogidos y cincuenta serranos de á pie, armados de escopetas.
Merino y los suyos se acercaron por la madrugada á algunos pueblos
ocupados por los franceses é hicieron el simulacro de atacarlos y
llamar su atención sin recibir mayor castigo.
Merino hizo creer á los franceses que seguía con su partida por los
riscos de la sierra. Se valió también de su sistema de dictar á los
alcaldes y justicias de los pueblos partes dirigidos á los jefes de
cantón afirmando que el cura se había presentado en este ó en el otro
punto al frente de doscientos á trescientos hombres, sacando raciones y
cometiendo varios atropellos.
Al recibirse aviso de Burgos de la salida del convoy francés para el
sitio de Ciudad Rodrigo, Merino licenció á sus escopeteros serranos, y
con los veinticinco hombres que le quedaban recorrió en pocas horas la
enorme distancia, para hacerla de una tirada, que hay desde Quintanar
de la Sierra hasta Fuentidueña.

EL ATAQUE
Después de aquella tremenda caminata, el cura durmió unas dos horas, y
al frente de toda su caballería, acercándose á la carretera, avanzó en
sentido contrario del que debía llevar el convoy francés, y determinó
atacarlo entre Torquemada y Quintana de la Puente, en la calzada de
Valladolid á Burgos.
Colocó á los hombres del Jabalí, en quienes tenía más confianza
como tiradores que como jinetes, á un lado y á otro á lo largo de la
carretera; al comandante Blanco mandó emboscarse en un carrascal,
y nosotros, los del Brigante, quedamos del lado de Valladolid
reconociendo la carretera.
Merino nos avisaría la proximidad del convoy: de noche, con una hoguera
que se encendería en un altozano; de día, con un palo y un trapo blanco
como bandera que mandaría colocar en el mismo punto.
Si era de noche, no cargaríamos mientras no se nos avisara; si era
de día, aparecería en el altozano, al lado de la bandera blanca, un
gallardete rojo.
Durante todo el día, con una lluvia torrencial, estuvimos yendo y
viniendo por la carretera. Por la noche nos dividimos en rondas y
pudimos descansar algo.
Poco después del amanecer, estábamos el Brigante, Lara y yo desayunando
con un pedazo de pan y un poco de aguardiente que nos dió nuestra
cantinera la Galga, cuando apareció la banderita blanca en el altozano
indicado por el cura.
Inmediatamente montamos á caballo y formamos.
Por lo que supe luego, los franceses eran unos trescientos; habían
salido en tan corto número, pensando que ni Merino ni el Empecinado
podían atacarlos. Al Empecinado lo suponían en aquel momento en la
Alcarria, y á Merino, á muchas leguas á sus espaldas.
Desde la revuelta de la carretera en donde nos encontrábamos nosotros
oímos el fuego. Al graneado de los guerrilleros, mezclado con
estampidos de trabuco, se mezclaba la descarga cerrada de los franceses.
Llevarían más de una hora de fuego, cuando flameó en el cerro el
gallardete rojo.
El Brigante levantó su sable; Lara y yo hicimos lo mismo; picamos
espuelas y, primero al trote, luego al galope, nos lanzamos sobre los
franceses. El fuego de los nuestros cesó. Los franceses se habían
atrincherado detrás de los carros, de los furgones y de los caballos.
Al atacar nosotros, la mayoría de los enemigos se dispersó, pero no
pudimos avanzar; tal masa confusa se formó de carros, de caballos y de
hombres.
No cesábamos de acuchillar á derecha y á izquierda; los del escuadrón
de Burgos llegaban por el otro lado de la carretera y se entablaban
luchas cuerpo á cuerpo.
Los franceses quedaron arrollados y muertos en gran número; algunos
quedaron prisioneros; muy pocos debieron lograr huir por los campos.
En esta sorpresa apenas tuvimos bajas. Sólo en nuestro escuadrón hubo
un muerto y tres ó cuatro heridos.
El procedimiento de Merino no era para tenerlos.

EL BOTÍN
Después de asegurada la presa, quedaba una parte difícil: guardar
los ciento diez y ocho furgones del cargamento. Había herramientas,
pólvora, medicinas, cañones, aparatos de cirugía.
Merino llamó á los habitantes de Quintana y de los pueblos inmediatos
para que viniesen con sus borricos, mulas y carros.
Se desengancharon todos los caballos de tiro del convoy francés, que
pasaban de seiscientos y eran de esos frisones de mucha fuerza.
Inmediatamente se comenzó la descarga de los barriles de pólvora, y
colocando en cada caballería una albarda con dos barriles, se los
dirigió con escolta á los conventos inmediatos.
Los cañones, bombas y balas de cañón se enterraron provisionalmente á
orillas del río; se repartieron entre los vecinos de los pueblos los
caballos, y se dijo á los aldeanos se llevasen de los furgones lo que
quisieran, ruedas, llantas, tornos, etc.
Luego, Merino mandó amontonar las tablas, las lanzas de los carros, los
cadáveres de los franceses y los caballos muertos y los quemó.
Había una satisfacción cruel en estas purificaciones hechas por el cura.
Cierto, que lo mejor que se puede hacer con un cadáver es quemarlo;
pero Merino no lo hacía por piedad ni por higiene, sino por odio.
Al mediodía no quedaba de aquel convoy mas que una inmensa hoguera.
Por la tarde se supo que varios escuadrones de caballería francesa
venían de exploración por la carretera.
Merino dió sus órdenes para la retirada. El Jabalí marchó de
vanguardia; luego partieron los del escuadrón de Burgos. Mientras
tanto, el cura se presentó en la casa del Ayuntamiento de Quintana
y dictó el parte que el alcalde debía dar al jefe de la primera
guarnición francesa para cubrir la responsabilidad del pueblo.
Inmediatamente salió; montó á caballo, se reunió con nosotros, y fuimos
retirándonos á toda prisa de la carretera.
Llevábamos más de cincuenta prisioneros, divididos en pequeños grupos.


IV
A MARCHAS FORZADAS

El mismo día en que se verificó el combate, por la tarde, una tarde
lluviosa y fría, recorrimos siete ú ocho leguas y fuimos á refugiarnos
á los pinares de Segovia entre Fuentidueña y Aguilafuente.
Los prisioneros no nos daban trabajo; comprendían que, de escapar si no
llegaban á un cantón ocupado por franceses, estaban perdidos, pues los
aldeanos los mataban y los tiraban á los pozos.
En los pinares esperamos á saber el efecto que producía á los
imperiales tan gran presa.
Merino envió confidentes á Peñafiel, Roa, Aranda de Duero, Lerma y
Burgo de Osma.
A los cuatro días se supo que todas las tropas francesas de los
contornos abandonaban sus guarniciones, y reunidas en Aranda, iban
á formar una línea de vigilancia estrecha para impedir la vuelta de
Merino á la sierra.
--¡Bah! El zorro se escapará de la trampa--dijo el cura.
Las tropas de Roquet ocuparon Sacramenia y Fuentidueña, y el general
Kellerman, al frente de dos mil infantes y trescientos caballos, entró
en Peñafiel.
Nosotros teníamos alguna preocupación; veíamos á los prisioneros
franceses esperanzados y contentos. Si el cura no podía pasar á la
sierra estaba perdido, pues aunque sostuviera la partida algún tiempo
en tierra llana, á la larga sería cercado y desecho.
Merino, después de hablar con la gente del país, dividió todas sus
fuerzas en ocho secciones, de unos sesenta á ochenta hombres cada una.
Cada sección contaría con un guía, á quien debía seguir, y un oficial
por si el pelotón era atacado por el enemigo. A mí me tocó mandar una
de las dos secciones en que se dividió el escuadrón del Brigante.
Una tarde me dieron la orden de marcha. Salimos á la deshilada ya
de noche. Caminamos durante diez horas; dimos una de vueltas para
despistar á cualquiera; pasamos por cerca de la Peña del Cuervo y
de Onrubia, y dormimos por la mañana en un bosque; al segundo día
atravesamos el puente de la Vid, descansamos en el pinar próximo á
Huerta del Rey, y la tercera noche de la salida estábamos en Hontoria,
sin haber perdido un hombre ni un prisionero.
Durante todo el camino se nos acercó la gente de los pueblos á decirnos
lo que pasaba y á explicarnos dónde estaban los franceses. Sobre todo,
los curas constituían una policía espontánea inmejorable.

ROQUET Y KELLERMAN
El general Roquet se reunió á Kellerman en Peñafiel; permanecieron
juntos los generales en aquella villa más de tres días sin poder
averiguar el paradero de Merino, hasta que recibieron un parte del
comandante militar del cantón de Aranda de Duero comunicándoles que
Merino y su partida se encontraban de nuevo en el corazón de la sierra.
Roquet y Kellerman celebraron consejo, al que asistieron los coroneles
de los regimientos.
No se tenía indicio alguno de nuestro paso. Demasiado comprendían los
franceses que, cuando el país es amigo, todo se encuentra lleno de
facilidades, y que, por el contrario, en tierra enemiga los caminos
están erizados de obstáculos y dificultades.
Se discutieron y se rechazaron en el consejo una serie de
proposiciones, y en vista de la imposibilidad de dar con un hombre tan
astuto como Merino y tan conocedor del país, se determinó aislarlo
en la sierra, recomendando al capitán general de Burgos que enviara
siempre los convoyes con fuertes destacamentos.
Por otra parte, la lucha en las montañas, en pleno invierno, llevando
grandes columnas, era imposible. Los soldados franceses, por muy
aguerridos que fuesen, no podían alcanzar á montañeses ligeros, que
corrían por el monte como cabras y conocían el terreno palmo á palmo.
Los acuerdos del consejo de Peñafiel se pusieron en conocimiento del
conde de Dorsenne, jefe del ejército del Norte. El conde, en vista de
las razones que le exponían, aprobó la determinación de los generales
y se disolvieron las columnas, y enviaron las tropas á sus respectivos
cantones.
Disueltas las brigadas, Roquet y Kellerman volvieron á Valladolid.
Libre Merino de toda persecución, empezó á estar á sus anchas. Tenía ya
más de quinientos caballos de alzada, de excelente calidad, montados
por buenos jinetes. En caso necesario, podía contar con otros tantos
infantes.


V
DILIGENCIA Y PEREZA

Después de la sorpresa de Quintana, Merino, á quien habían nombrado
coronel efectivo, comenzó á lucir unos magníficos caballos.
El mejor que montó durante toda la guerra fué uno á quien bautizó por
el Tordo.
El Tordo lo montaba el coronel francés del convoy muerto en el combate
de Quintana. Era un caballo normando, de color ceniciento, de gran
alzada, ancho de pecho, los pies y los brazos gruesos como columnas,
y el pelo poblado y crecido, de media cuarta, tanto, que había que
esquilarle en invierno, principalmente por los lodos.
Era un caballazo tosco, mal configurado y poco esbelto; parecía uno de
esos percherones de los carros de mudanza.
Durante la pelea con los franceses entre Torquemada y Quintana de la
Puente lo pudo contemplar Merino y ver su resistencia y su fuerza.
Cuando se lo mostraron después de la refriega decidió guardarlo para
él. La cosa hizo reir á los oficiales y se hicieron chistes acerca del
caballo, á quien unos llamaron Clavileño y otros Rocinante. Pronto se
vió que los burlones estaban en un gran error.
El Tordo era muy manso; pero luego que se le ponía la silla y se
montaba el jinete, se deshacía en movimientos y brincos.
Se le veía siempre deseando marchar.
Trotaba magníficamente y andaba á media rienda con frecuencia, cosa que
gustaba mucho á Merino.
En la carrera, ningún otro caballo de la partida le superaba, y menos
aún por entre montes y peñascales.
A pesar de su aspecto tosco, tenía las habilidades de un caballo de
circo. Se paraba á la voz del amo, quedaba quieto como un poste, y el
jinete podía apuntar con la misma seguridad que si estuviera en el
suelo.
Para hacerle andar no se necesitaba ni la espuela ni el látigo; bastaba
un ligero movimiento de la brida y animarle con la voz para que
rompiese al trote.
En las embestidas del ataque parecía un caballo apocalíptico; no sólo
no le asustaba el estruendo de los fusilazos, la gritería de los
combatientes y el ruido de los sables, sino que por el contrario, le
excitaba y le hacía dar saltos y cabriolas.
Casi todos los días, después de haber andado ocho ó nueve leguas á
media rienda, el asistente le quitaba la silla, y si había río ó
alberca en la proximidad le dejaba meterse en el agua.
Esto era lo que más le gustaba. Después del baño iba á la cuadra dando
saltos y relinchando, y con un hambre tal, que si le echaban dos ó tres
celemines de cebada, aunque fuera sin paja, se los tragaba al momento,
y lo mismo comía habas secas, patatas ó zanahorias.
Los días de gran caminata, su amo mandaba darle una gran hogaza de pan
con un azumbre de vino.
El cura comprendía el valor del Tordo en un momento de peligro, y no
dejaba que lo montase nadie. Cuando entraba en acción hacía que el
asistente lo llevara á su lado con silla y brida, por si venían mal
dadas salvarse el primero.
Merino conservó el animal hasta después de la guerra, en que murió de
viejo.

GANISCH
A principio del año 10 me hicieron á mí teniente. Ganisch pidió ser mi
ordenanza.
Ya suponía yo que no ganaba nada con esto pero tuve que aceptar por
amistad. Decían que Ganisch no entendía bien el castellano, y que por
eso tenía que estar á mi servicio.
Ganisch no comprendía lo que no le daba la gana. A mí me estaba ya
cargando. Era un egoísta terrible. Si le mandaban algo que no le
gustaba, ponía cara de tonto y decía:
--No entender.
Ganisch me dió los grandes disgustos y estuvo á punto de comprometerme.
Aceptaba el mando en el momento del combate; pero luego era la
indisciplina más completa.
--Mira, tú--le decía--, á ver si limpias esto.
--Ya lo limpiarás tú--contestaba con una frescura inaudita.
Determiné no encargarle nada; pero al último no era esto sólo, sino que
de pronto me decía:
--Mira, tú, cuida de mi caballo, que voy á ver si encuentro algo de
comer.
--Pero ¿tú qué te has creído?--le preguntaba yo.
--Bueno, bueno; ya sabemos lo que es esto.
Al oirle, cualquiera hubiera dicho que representábamos todos una farsa
y que él estaba en el secreto.
Afortunadamente, Ganisch se las arregló para que le nombraran cabo
furriel, y me dejó en paz.


VI
LA CABALLERÍA ENEMIGA

Siempre que acometíamos á tropas de caballería pesada, dragones ó
coraceros, maniobrábamos á nuestro capricho y dominábamos la situación.
La caballería ligera, formada por húsares y cazadores, era mucho más
peligrosa; pues la velocidad de los caballos y la agilidad y pequeña
talla de los jinetes les permitía darnos alcance y estorbar nuestro
sistema de retirarnos y reunirnos rápidamente.
Como he dicho varias veces, no atacábamos mas que á columnas ó
destacamentos menores que los nuestros.
Esas historias de partidas de campesinos que vencen á doble número de
tropas regulares, creo que no pasan de ser historias. Claro que habrá
casos de éstos; pero, en general, la victoria en la guerra es una
resultante de fuerzas, y el que en un momento presente más hombres
disciplinados con mayor suma de medios, vencerá.
La lógica y el sentido común triunfan en los campos de batalla como en
todas partes.
La caballería pesada, poco temible por su lentitud, era peligrosa en
las luchas cuerpo á cuerpo. Nosotros teníamos gente fuerte y aguerrida,
pero no se podían comparar con los coraceros imperiales.
Sobre todo los alemanes, á quienes conocíamos por sus correas
amarillas, eran unos bárbaros. Había entre ellos hombres que de un
sablazo eran capaces de cortar el tronco de una encina.
Formaban los regimientos de Nassau, de Westfalia, de Wittemburgo y
otros.
En ellos teníamos los mayores enemigos y los mayores amigos de España.
La causa de esta discrepancia debía ser la religión. Los unos eran, sin
duda, protestantes, y allí donde veían una iglesia entraban en ella,
derribaban los altares, hacían abrevar los caballos en las pilas de
agua bendita y pegaban fuego á todo lo que podían.
Los soldados imperiales italianos, suizos y polacos, en su mayoría
católicos, eran de menos cuidado; desertaban muchos, y con facilidad se
pasaban á nuestro campo.
A estos desertores y á los prisioneros los enviábamos al ejército
aliado por la vía de Alicante y Valencia, con su hoja de ruta,
alojamiento y raciones.
Se excitaba la deserción de los alemanes por medio de proclamas
escritas en su lengua, que se esparcían en los pueblos donde estaban
acantonados. A los prusianos se les aconsejaba que no lucharan á favor
del enemigo de su patria, y á los católicos se les decía que ayudando á
los impíos y á los hugonotes contra sus hermanos en religión, perdían
su alma.
Los curas y las mujeres eran los más activos repartidores de estos
papeles.

«EL QUADRO»
Los católicos y realistas franceses enviaban folletos y hojas contra
Napoleón, en francés y en castellano, desde Inglaterra y Austria.
Uno de estos folletos se llamaba _El Quadro_, y venía á ser una aleluya
de la familia Bonaparte.
El padre de Napoleón aparecía de carnicero en Ajaccio; su hijo
Carlos, de mendigo; la mujer de éste, Leticia Catalina Fesch, de cena
alegre con el conde de Marbeuf, gobernador de Córcega, enseñándole
la pantorrilla; la emperatriz Josefina, abrazada á Barras; Elisa, la
hermana de Napoleón, de planchadora, y luego embarazada; Pascual Bona,
ó sea Félix Bacciochi, de mozo de café; Murat, gran duque de Berg, de
cocinero, y Luciano Bonaparte, de arriero.
En medio de todos aparecía Napoleón sentado en un trono, con un puñal
en la mano y rodeado de serpientes. Alrededor de la corona se leía:
_Napoleone_, é irradiando de las letras de su nombre se formaba este
acróstico:
N EMICE
A MICUS
P ROTECTOR
O MNIUM
L ATRONUM
E CLESIÆ
O PRESSOR
N ERONIS
E MULATOR
Napoleón enemigo, amigo y protector de todos los ladrones, opresor de
la Iglesia, emulador de Nerón.
En casi todos los papeles antibonapartistas se citaba esta conversación
entre dos italianos:
--Tutti li francesi son latri?--preguntaba uno; y el otro contestaba:
--Non tuttima _buona parte_.
Como el apellido originario de Napoleón era _Buonaparte_, y todos los
realistas lo pronunciaban así, recalcando la ú, parecía esto una cosa
ingeniosísima.
En los libelos contra el rey José se le llamaba siempre Pepillo, Pepe
Botellas ó el Rey de Copas; se le pintaba borracho y cayéndose.
Se decía que en Logroño subió al púlpito de una iglesia á predicar, y
se vendía una hoja suelta titulada: «Sermón que predicó el señor Josef
Bonaparte, intruso rey de España, en la santa iglesia de Logroño, en
italiano».
También corrían entre nosotros dos folletos, en francés: «La Santa
Familia» y _Les Nouvelles a la main_, en los cuales se atribuían
infinidad de crímenes y de villanías á los Bonapartes.
Yo para mí pensaba que por muchos horrores que se les atribuyeran no
se podía menos de reconocer que era una familia de hombres de talento,
bien diferente de la de los Borbones, que unía la estolidez á la
degeneración.
Al mismo tiempo se cantaba la inocencia de Fernando, se tenía un amor
por él verdaderamente ridículo, y se creía en una protección especial
de Dios por la dinastía de los Narices. A pesar de ser yo guerrillero
patriota, esta alianza entre Dios y el rey de España, de que nos
hablaban los fanáticos, me repugnaba, me recordaba las historias de la
Biblia y las ilusiones de un pueblo tan miserable como el pueblo judío,
que se creía elegido por Dios.
Fuera por los libelos ó por lo que fuera, el caso es que el número
de desertores de los ejércitos imperiales aumentaba. Al principio
se quedaban entre nosotros; pero cuando ya había muchos, Merino que
temía ser víctima de un _complot_ combinado entre los desertores y los
enemigos, iba enviando aquellos al ejército aliado.
Uno de los que quedó con nosotros, y en el escuadrón del Brigante, fué
un bávaro, Pablo Müller, de religión católica, hombre fuerte, fanático,
que llegó á ser un buen amigo de todos.


VII
DESCONTENTO

A pesar de una larga época de grandes reveses sufridos por los
españoles, y á pesar de que en Madrid se suponía consolidado el trono
de José Bonaparte, desde el campo se advertía la imposibilidad de la
victoria francesa.
El alzamiento español se generalizaba; la fiebre patriótica crecía; la
resistencia se iba organizando cada vez mejor.
Nosotros, que al principio de la guerra nos hallábamos incomunicados
con el resto de España, empezamos á recibir noticias de todas partes.
Estas noticias no nos halagaron. Creíamos ser los únicos guerrilleros
de una gran partida, y vimos que no. Se comenzó á hablar de las hazañas
de Mina, del Empecinado y de don Julián Sánchez.
La gente de las orillas del Duero nos contaba las peripecias de la vida
de don Juan Martín, y los llegados del Norte, los hechos heroicos de
don Francisco Espoz.
Nuestras glorias quedaban obscurecidas. Se apreciaban los servicios de
la partida de Merino, pero no se contaban de ella heroicidades.
Merino había comunicado su manera de ser á su gente, como Mina y el
Empecinado á la suya.
En los pueblos se nos tenía por guerrilleros hábiles, astutos, activos,
no por gente de coraje. Desprestigio terrible.
Varias veces hablé con el Brigante de esto.
Yo no me hallaba conforme con la táctica del cura; yo creía que el
éxito de la guerra no dependía sólo de matar; había que intentar algo
extraordinario que nos cubriese de gloria.
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - El Escuadrón del Brigante - 08
  • Parts
  • El Escuadrón del Brigante - 01
    Total number of words is 4447
    Total number of unique words is 1587
    35.7 of words are in the 2000 most common words
    48.5 of words are in the 5000 most common words
    54.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 02
    Total number of words is 4634
    Total number of unique words is 1557
    35.9 of words are in the 2000 most common words
    48.1 of words are in the 5000 most common words
    53.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 03
    Total number of words is 4555
    Total number of unique words is 1562
    36.4 of words are in the 2000 most common words
    48.8 of words are in the 5000 most common words
    54.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 04
    Total number of words is 4696
    Total number of unique words is 1565
    35.0 of words are in the 2000 most common words
    49.4 of words are in the 5000 most common words
    56.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 05
    Total number of words is 4623
    Total number of unique words is 1591
    33.7 of words are in the 2000 most common words
    48.0 of words are in the 5000 most common words
    56.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 06
    Total number of words is 4745
    Total number of unique words is 1585
    36.3 of words are in the 2000 most common words
    50.0 of words are in the 5000 most common words
    56.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 07
    Total number of words is 4600
    Total number of unique words is 1558
    32.1 of words are in the 2000 most common words
    43.6 of words are in the 5000 most common words
    51.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 08
    Total number of words is 4564
    Total number of unique words is 1521
    35.8 of words are in the 2000 most common words
    49.4 of words are in the 5000 most common words
    55.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 09
    Total number of words is 4477
    Total number of unique words is 1431
    33.5 of words are in the 2000 most common words
    46.1 of words are in the 5000 most common words
    52.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 10
    Total number of words is 4536
    Total number of unique words is 1543
    34.2 of words are in the 2000 most common words
    46.9 of words are in the 5000 most common words
    53.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 11
    Total number of words is 4554
    Total number of unique words is 1461
    34.8 of words are in the 2000 most common words
    47.6 of words are in the 5000 most common words
    54.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 12
    Total number of words is 4618
    Total number of unique words is 1529
    34.2 of words are in the 2000 most common words
    46.8 of words are in the 5000 most common words
    53.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 13
    Total number of words is 4669
    Total number of unique words is 1557
    34.5 of words are in the 2000 most common words
    46.3 of words are in the 5000 most common words
    52.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 14
    Total number of words is 4653
    Total number of unique words is 1499
    36.8 of words are in the 2000 most common words
    50.0 of words are in the 5000 most common words
    55.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 15
    Total number of words is 4708
    Total number of unique words is 1596
    33.0 of words are in the 2000 most common words
    46.9 of words are in the 5000 most common words
    53.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 16
    Total number of words is 1927
    Total number of unique words is 816
    40.3 of words are in the 2000 most common words
    52.7 of words are in the 5000 most common words
    58.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.