El Escuadrón del Brigante - 06

Total number of words is 4745
Total number of unique words is 1585
36.3 of words are in the 2000 most common words
50.0 of words are in the 5000 most common words
56.8 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
causar gran daño al enemigo.
La mayor parte de estas emboscadas las preparaba Merino de acuerdo con
los alcaldes de los pueblos. Entendido con ellos, dictaba los partes
que éstos debían dar en cumplimiento de sus deberes á los comandantes y
jefes de los cantones inmediatos.

LAS NOTICIAS FALSAS
Merino, como hombre astuto, sabía desorientar á los franceses dándoles
noticias falsas, diciéndoles á veces la verdad á medias.
También empleaba otro procedimiento un tanto peligroso. Hacía que el
alcalde del pueblo en donde se alojaba enviara de noche un parte así
redactado: «El alcalde del pueblo Tal tiene el honor de manifestar
al comandante del cantón y jefe de esta zona que una partida de
guerrilleros, en número de trescientos, se presentó ayer, al anochecer,
al mando del cabecilla Merino. Las fuerzas rebeldes han sacado raciones
y piensan pernoctar en el pueblo».
El jefe del cantón recibía el parte, y para cuando ordenaba la salida
de tropas era ya el amanecer, y cuando llegaban al pueblo, de día claro.
Merino, antes del alba, lo había evacuado, dejando en la salida de la
aldea un pequeño destacamento al mando de un oficial que supiera su
consigna.
El oficial fingía el ser sorprendido al entrar las tropas francesas;
un grupo de guerrilleros corría por la derecha, otro por la izquierda,
y de lejos, y en aparente desorden, comenzaban el fuego contra los
franceses.
Si éstos les perseguían, los guerrilleros se iban retirando y
dispersando en dirección del bosque ó desfiladero donde se hallaba
emboscado Merino.
Si los franceses, creyendo la presa segura, avanzaban hasta el bosque ó
la loma donde estaba preparada la ratonera, podían darse por perdidos.
Salían guerrilleros como abejas de un panal, menudeaban los tiros y
los trabucazos, y al último, si se podía, para terminar la jornada,
entrábamos nosotros dando mandobles y estocadas.
Sorpresas parecidas se solían preparar al retirarse las guarniciones
francesas hacia el cantón donde se alojaban, esperándolas de noche en
un bosque ó en un desfiladero.
Para estas funciones de guerra se necesitaba, primero, un secreto
absoluto, y después, tenerlo todo á tiempo; tanto lo uno como lo otro
lo conseguía Merino constantemente.
Si alguna vez sus emboscadas se malograron fué por maniobra impensada
de los enemigos.
Como todo el país nos ayudaba, las estratagemas se repetían con
frecuencia, y casi siempre con éxito.


VII
BARBARIE DECRETADA

En 9 de Mayo de 1809 el mariscal Soult dió la orden furibunda por la
cual, desde aquel momento, no se reconocía más ejército español que
el de Su Majestad Católica José Napoleón; por consiguiente, todas las
tropas y partidas de patriotas, grandes ó pequeñas, las consideraría
desde entonces como formadas por bandoleros y ladrones.
Serían fusilados al momento los españoles aprehendidos con las armas en
la mano, y quemados y arrasados los pueblos donde apareciese muerto un
francés.
La Regencia, el Gobierno de los patriotas, contestó como réplica, meses
después, al decreto de Soult lo siguiente: «Todo español es soldado
de la patria; por cada español que fusile el enemigo serán ahorcados
tres franceses, y se tomarán represalias si éstos queman los pueblos y
las casas sólo por devastar el país». Se añadía que «hasta el momento
que el duque de Dalmacia (Soult) no hubiese revocado su orden, sería
considerado personalmente como indigno de la protección del derecho de
gentes y puesto fuera de la ley, caso de que le cogieran las tropas
españolas».
Era la proclamación de la guerra sin cuartel.
La barbarie contra la barbarie.
De joven, hay momentos en que la guerra llega á parecer algo hermoso y
sublime; indudablemente, todo ello es vida, y vida fuerte é intensa;
pero por cada instante de generosidad, de abnegación, de heroísmo
que se encuentra en los campos de batalla, ¡cuánta miseria, cuánta
brutalidad!
Guerrear es suprimir durante un período la civilización, el orden, la
justicia; abolir el mundo moral creado con tanto trabajo, retroceder á
épocas de barbarie y de salvajismo.
Así nosotros teníamos en nuestras filas al Jabalí de Arauzo.
El Jabalí, en circunstancias normales, hubiese estado en un presidio
ó colgado de una horca; en plena guerra, convertido en un jefe
respetable, lleno de galones y de prestigio, podía asesinar y robar
impunemente, no por afán patriótico, sino por satisfacer sus instintos
crueles.
Muchos, y yo mismo, han asegurado que de la guerra de la Independencia
surgió el renacimiento de España. Sin tanta matanza hubiera surgido
también.

REFLEXIONES ACERCA DE UN MANDAMIENTO
¡Cuántas veces al recordar aquella época he pensado en ese tópico
que tanto se repite: la influencia del cristianismo en la dulzura de
costumbres y en la civilización!
Los mismos escritores impíos y racionalistas aseguran que el
cristianismo hace á los hombres más dulces y suaves. ¿En dónde? ¿Cuándo?
Si al cabo de diez y nueve siglos de predicación apostólica nos
seguimos acuchillando unos á otros sin piedad, ¿en qué se conoce la
eficacia del cristianismo?
Los que hemos visto tantos hombres con las tripas al aire, con los
sesos fuera; los que hemos presenciado casi diariamente el espectáculo
de ahorcar, fusilar, acuchillar, abrir en canal, presidido por gente
católica y rezadora; los que hemos conocido á curas de trabuco que
sabían enarbolar mejor el puñal que la cruz; los que hemos encontrado
las sacristías convertidas en focos de conspiración y los conventos
preparados como cuarteles, no podemos menos de reirnos un poco de la
eficacia de la religión.
Los eclécticos nos dirán: Es que ésos son los malos curas. Yo les
contestaría que ni aun los buenos han sabido dar lecciones de humanidad
y de bondad.
En cualquier parte se oyen predicadores que nos quieren demostrar que
una pequeña manifestación de sensualidad merece el infierno. El hombre
que mira á una mujer con amor, que la besa ó la abraza; la mujer que
se adorna ó cubre sus mejillas con un poco de blanco ó de rojo para
parecer más bonita, comete un pecado horrendo; en cambio, ese cabecilla
carlista que se dedica á fusilar, á degollar, á incendiar pueblos, ése
es un bendito que trabaja por la mayor gloria de Dios.
¡Qué estupidez! ¡Qué salvajismo!
Si al menos los sacerdotes de todas las sectas cristianas hubieran
tenido la precaución de asegurar que uno de los mandamientos de la
ley de Dios es _No matarás... en tiempo de paz_, y no No matarás
sólo, estarían en su terreno bendiciendo espadas, fusiles, banderas y
cañones; pero esos libros santos son tan incompletos, que han hecho que
los que creen en ellos tengan que dividir el mandamiento No matarás en
dos secciones: la de la paz y la de la guerra.
Cuando se depende del ministerio de la paz, matar es un crimen; en
cambio, si se depende del ministerio de la guerra, matar es una virtud.
En el primer caso, matando se merece el garrote; en el segundo, el
Tedéum.
Alguno dirá que esto es difícil de entender y absurdo; pero otros
absurdos más difíciles de entender hay en nuestra religión, y, sin
embargo, los creemos.

DISPERSIÓN
Quiero abandonar las reflexiones filosóficas, que no le cuadran á un
hombre de acción, y seguir adelante.
Pocos meses después del decreto de Soult, y en vista de las constantes
expoliaciones de Mina, el Empecinado y Merino, Napoleón ordenó que tres
columnas de quince á veinte mil hombres cada una ocupasen las guaridas
de los guerrilleros en Navarra, en la Alcarria y en las sierras de
Burgos y Soria.
Los generales Kellerman y Roquet fueron los encargados de perseguirnos.
¡Kellerman! ¡Cómo recordaba yo este nombre! ¡El gran Kellerman de la
batalla de Valmy!
¡El general de quien había oído hablar con tanto entusiasmo á mi tío
Etchepare!
Con una columna de quince mil hombres, Roquet ocupó militarmente las
sierras de Quintanar y de Soria, colocando fuertes guarniciones en
todos los pueblos granados de la sierra, y formó columnas móviles
dispuestas á reconocer bosques y desfiladeros.
Merino no tenía esa alta serenidad de los hombres de conciencia, y
se amilanó viendo que se le echaba encima tal avalancha de soldados.
Escribió al director que no iba á poder sostenerse en la sierra y que
había pensado acercarse al Moncayo é internarse en Aragón.
El director le disuadió de tal proyecto y le dijo sería su ruina.
Según éste, se debía permanecer á toda costa en los pinares de Soria,
subdividiendo las fuerzas en pequeñas secciones, al abrigo de las
montañas, observando la mayor vigilancia.
Merino siguió el consejo del director y nos fraccionó en grupos de diez
y de veinte, mandados por un oficial ó individuo de clase.
Todos no quedaron en la sierra: muchos de los nuestros fueron
al Señorío de Molina de Aragón, en unión de los guerrilleros de
Villacampa, Eraso y del cura Tapia.
Merino nos dijo que cuando viniera el momento nos avisaría el sitio y
la hora de la asamblea.


LIBRO TERCERO
DEL AÑO 9 AL AÑO 10


I
NUESTROS REFUGIOS

La vida del partidario tiene cambios de luz como los cuadros de una
linterna mágica.
Fué para nosotros un momento extraño aquel en que dejamos de ser
guerrilleros para convertirnos en pacíficos trogloditas.
La mayoría de nuestros hombres, nacidos por aquellas montañas, se
repartieron en los pueblos y en las casas de los labradores, y los
que podían suscitar sospechas por su aspecto, por no tener aire de
campesinos ni de leñadores, fueron enviados á los ocultos refugios
con que contábamos. De estos refugios, los principales eran el embudo
de Neila, la cueva del Abejón, cerca de Covaleda, el poblado de
Quintanarejo y las ruinas de Clunia.
Yo pasé por todos ellos: viví en la cueva del Abejón y en las ruinas
de Clunia unos días, y estuve en Neila á dar un recado á Merino.
En las cuevas y en los rincones de las iglesias se guardaron las armas
y las municiones.
Merino, con alguno de los suyos, fué á Neila.

EL EMBUDO DE NEILA
Neila es un poblado pequeño, miserable, hundido en un barranco en forma
de embudo: se halla en la sierra, hacia un punto donde hay una laguna,
de la cual sale el río Najerilla.
Neila está tan escondido, que en el mismo borde del embudo donde se
encuentra, no hay nadie que, aun sabiendo que allí hay un pueblo, sea
capaz de dar con él. No se ve camino--al menos no se veía entonces por
ningún lado--, y sólo deslizándose por un pedregal se encontraba al
poco rato el comienzo de una estrecha senda que bordeaba las paredes
del embudo y conducía á Neila.
El pueblo ocuparía, con sus campos, un espacio como la plaza Mayor de
Madrid.
En los días nublados de invierno, como la luz apenas llegaba á las
casas, á todas horas ardían grandes hachas de viento, formadas por
fibras de pino. Allí abajo, en los interiores, las paredes, los
muebles, todo estaba barnizado por el hollín negro y brillante que
dejaba la tea resinosa.
En período de paz, la gente de Neila se dedicaba en aquella época á
la corta de pinos para las serrerías mecánicas de las inmediaciones.
Durante la guerra, los neilenses vivían con gran miseria.
Merino, cuando se refugió en Neila, hizo que los leñadores formasen una
guardia de centinelas por si aparecían los franceses, y mandó, además,
arreglar una estrada en lo más agrio de la sierra, por la cual pudieran
escaparse él y sus hombres.

LA CUEVA DEL ABEJÓN
Otro de los puntos de refugio de los guerrilleros, y donde guardábamos
muchas armas, fué la cueva del Abejón, situada en la cumbre del pinar
de San Leonardo, en las inmediaciones de Regumiel.
En la cueva del Abejón, que es grande, cabía mucha gente. Allí estuvo
el Brigante con la mitad de sus hombres.
Hoy la recordaba en esta maldita Cárcel de Corte, donde me encuentro
preso, al leer en un periódico que esa cueva es uno de los puntos de
reunión de los carlistas.
¡Qué vida aquélla! Los guerrilleros, sucios, negros, hacían la comida
en un hornillo de piedras, y á la luz de las llamas se les veía con más
aspecto de bandidos que de soldados.
Se comía unas cuantas piltrafas de carne de cabra frita con sebo, se
asaban patatas en el rescoldo, y los huecos del estómago se llenaban
con pan. Después se bebía un poco de aguardiente, de ése que llaman
matarratas, y se fumaba un tabaco apestoso.
A pesar de la miseria que nos carcomía, y de que toda nuestra
alimentación se reducía á unas cuantas hebras de carne que parecían de
correa, conservo de aquella vida gratos recuerdos. El más desagradable
es el de unos dolores reumáticos producidos por la humedad.
Entonces, aquella parte de los alrededores de Covaleda era muy
primitiva y salvaje. Se vivía como en la Edad Media; probablemente hoy
se seguirá viviendo lo mismo. Todos allí vestían á la antigua; llevaban
el pelo largo y tufos por encima de las orejas.
El traje regional de los hombres consistía en una especie de marsellés,
atado por delante con una sola cinta, como un corsé, debajo del cual
llevaban un pañuelo de colores, pantalones anchos y cortos, y abarcas.
Estos serranos del Urbión parecían bretones por su aspecto, y, según
algunos, procedían de unas familias llegadas allí desde Bretaña.
El Brigante y yo solíamos ir con frecuencia á cazar al Urbión y á la
garganta de Covaleda, uno de los desfiladeros más hermosos de España.
La garganta de Covaleda se halla formada por un largo barranco cubierto
de espesos pinares.
En su fondo corre el Duero por entre peñas cubiertas de musgo, saltando
en las cascadas, remansándose en las presas, moviendo las paletas de
las serrerías de tejados rojos y brillantes.
Como la estancia en la cueva del Abejón no me convenía por mi
reumatismo, cada vez mayor, y como por aquel entonces las tropas
de Roquet nos rodeaban por todas partes, andando solo de noche fuí
atravesando gran parte de la provincia de Soria hasta Coruña del Conde.
El cura de este pueblo, amigo de Merino, me acogió en su casa, y en
ella estuve algún tiempo, hasta que me repuse.
En la aldea se encontraba un grupo de la partida de Merino.
Por lo que dijeron, habían encontrado en las ruinas del anfiteatro
romano de Clunia una porción de agujeros y de espacios abovedados,
donde se recogían para dormir.
De día, los guerrilleros trabajaban con los labradores y ganaban su
jornal.
Como en esta parte, ya próxima á la ribera del Duero, no se vigilaba
tanto como en la sierra, yo pude vivir en casa del cura de Coruña del
Conde completamente tranquilo.


II
UN EPISODIO DE LA VIDA DEL TOBALOS

Un día se presentó en casa del cura de Coruña del Conde un clérigo
joven, que estaba alistado como guerrillero en la partida de Tapia,
que, como se sabe, también era cura.
El clérigo y yo hablamos, después de cenar, de los hechos de nuestras
respectivas guerrillas, y de pronto él me preguntó:
--¿Usted conoce, por casualidad, á uno que está en la partida de Merino
y á quien llaman el Tobalos?
--Sí, señor. Está en mi escuadrón--le dije yo.
--Hombre valiente es, ¿eh?
--¡Ya lo creo! ¿Le conoce usted?
--¡Si le conozco! Como que soy de su pueblo. Y todo el mundo allí se
acuerda de él á cada paso. Verdad es que lo que hizo no es para menos.
--Pues ¿qué hizo?
--Es una historia larga de contar.
--¿Y qué? Cuéntela usted; no tenemos nada que hacer--dije yo.
--Sí, hombre, cuéntala--repuso el cura de Coruña del Conde.
--Bueno; puesto que ustedes lo quieren, la contaré.

LA JUSTICIA DEL BUEN ALCALDE GARCÍA
Han de saber ustedes, señores--dijo el cura--que hay en la orilla
del Duero, no les diré si muy cerca ó muy lejos, un pueblo grande,
que, aunque no se llama el Villar, para los efectos de mi historia le
nombraremos así.
Este pueblo es célebre por sus albaricoques y por otros dulces y
sabrosos frutos; por el zumo de la uva, que es de primera calidad; y
aunque yo sea eclesiástico, tengo que reconocer que también es nombrado
por la belleza de sus mujeres.
En el Villar hay varias casas solariegas é hidalgas, y entre ellas la
más importante es la de los Acostas.
Algunos dicen que estos Acostas proceden de unos judíos portugueses que
se establecieron en el lugar en tiempos de Felipe II; otros afirman que
no, que son cristianos viejos y de rancia prosapia.
Existe un indicio para creer que los Acostas tuvieron relaciones con la
Santa Inquisición, puesto que en su escudo hay una rueda de suplicio y
seis costillas, jeroglífico que parece quiere decir: «Rueda _á costa_
de mis costillas».
Fuera de esto lo que fuera, el caso es que en el Villar, en la casa
solariega de los Acostas, vivía hace siete ú ocho años don Rodrigo de
Acosta, señor que había sido militar y quedado viudo con dos hijos: don
Diego y doña María.
Don Rodrigo, que tenía pleitos en Madrid, solía ir con frecuencia á la
corte y dejaba encomendada la custodia de su hijo á un viejo perdido,
llamado Sarmiento, á quien se le conocía por el Capitán, y á su hija
doña María, al cuidado de una dueña respetable, llamada doña Mercedes.
En este mismo pueblo vivía Antonio García, apodado el Tobalos, hombre
conocido en toda la comarca por su honradez.
El Tobalos tenía cinco ó seis pares de mulas; trabajaba casi todo
el día en el campo y no hablaba apenas. Tenía el Tobalos una hija,
Epifania, que prometía ser una real moza, y recogido en su casa un
sobrino suyo, hijo de una hermana.
Este conjunto de antecedentes es necesario conocer para mi historia.
Se deslizaba la vida del pueblo sin más acontecimientos que los de
costumbre, cuando se comenzó á hablar de las travesuras de don Diego
Acosta, el hijo de don Rodrigo.
Al principio nadie se sorprendió, porque era costumbre de los hijos de
familias poderosas hacer su voluntad y su capricho.
Poco á poco las travesuras subieron de punto y se convirtieron en
verdaderas bellaquerías de rufián.
Don Diego, en compañía de su amigo y consejero Sarmiento, alias el
Capitán, robaba en los garitos, apaleaba á los mozos y violaba á las
muchachas en los campos.
Un día el Tobalos vió á don Diego que rondaba su casa. Sin más
averiguaciones, se vistió y fué al palacio de los Acostas, preguntó por
don Rodrigo, le explicó en pocas palabras lo que ocurría, y añadió:
--Yo no digo más. Si á don Diego le veo de nuevo rondando mi casa, le
pego un tiro.
Don Rodrigo, que sabía que el Tobalos era hombre honrado, le aseguró
que don Diego no volvería á rondar su casa, y, efectivamente, así fué.
Pasaron unos meses y llegó la época de ferias. En esta época solían
descolgarse en el Villar una turba de chalanes, gitanos, jugadores,
tahures y cómicos.
Esta vez llegaron dos carros de comediantes, y entre éstos una dama
joven, muchachita verdaderamente linda, llamada Isabel.
La compañía de cómicos estuvo más de una semana; los galanes del pueblo
asediaron á la dama joven, ofreciéndole regalos y joyas; pero la
muchacha era honesta y rechazó todas cuantas proposiciones la hicieron.
En esto, una mañana se supo con horror en el pueblo que la dama joven
acababa de ser encontrada hecha pedazos en un bosquecillo próximo al
río.
La justicia comenzó sus averiguaciones, y se supo que un cómico de la
compañía había estado la noche del crimen en una casa que una vieja
celestina tenía detrás de la iglesia. Esta vieja era conocida por la
tía Cándida.
Las autoridades prendieron al cómico y encontraron que tenía manchas de
sangre en las botas. Lo llevaron á él y á la tía Cándida á la cárcel.
La Celestina probó la coartada, demostrando que durante todo el día no
estuvo en su casa, y el cómico, que no pudo explicar cómo aparecían
manchas de sangre en sus ropas, fué agarrotado en la plaza pública.
Pasó medio año y comenzó á olvidarse el crimen.
El pueblo estaba muy dividido: cada casa aristocrática tenía sus
partidarios, y las disputas eran constantes. Entonces, no se sabe á
quién, pero muchos supusieron que á don Rodrigo Acosta, se le ocurrió
nombrar alcalde corregidor á Antonio García el Tobalos.
Seguramente, podrá haber un hombre más inteligente que él; pero con
dificultad otro más recto.
Como si todas las posibilidades de encumbramiento se presentaran de
pronto, García vió que don Diego Acosta se dirigía formalmente á su
hija Epifania, pidiéndola en matrimonio. Poco después su sobrino
Fernando galanteaba á doña María, la hija de la poderosa familia de los
Acostas, y con asombro de todos era aceptado en ella.
El pueblo acusó al corregidor de sentirse orgulloso; no era cierto.
El Tobalos no quería nada con don Diego de Acosta, aunque le permitía
hablar con la Epifania por la reja. Creía que el perdido había de
volver á las andadas.
Si el Tobalos no se deslumbraba con su posición, su hija Epifania y la
señora Manuela, su mujer, estaban cerca de volverse locas de contento.
Así las cosas, una noche se presentó á ver al alcalde García un
muchacho joven forastero vestido de negro.
Le hicieron pasar al cuarto del alcalde, y al entrar en él se arrodilló
y dijo:
--Señor corregidor, vengo á pedir justicia.
--Si está en mi mano hacerla, se hará--contestó el alcalde--.
Levántate, muchacho. ¿Qué pasa?
El joven vestido de negro habló en estos términos:
--Yo, señor, soy hermano de un cómico que ha sido ejecutado en el
patíbulo en la plaza del Villar por considerársele autor de un crimen
contra una muchacha violada y descuartizada á orillas del río. Mi
hermano había sido un calavera; había arruinado á mi padre, que es
librero en Valladolid, y era la deshonra de la familia. A pesar de
esto, ni mi padre ni mi madre creyeron nunca á mi hermano capaz de
cometer un crimen así, y afirmaron siempre que debía haber un error en
su condena. Efectivamente; lo hay.
El corregidor quedó contemplando atentamente al joven, que siguió
hablando así:
--Mi padre, que tiene amigos en el Villar, encargó á uno de ellos que
hiciera averiguaciones acerca del crimen, y el amigo las hizo; y como
estas indagaciones dieron resultado, mi padre me encargó que viniera
aquí. Ayer, ese amigo y yo fuimos á ver á una anciana enferma y
moribunda, y ella nos confirmó que mi hermano era inocente y que los
asesinos de la muchacha fueron otros. El amigo nuestro, al saber los
nombres de los verdaderos criminales tembló, y desde este momento ya
no ha querido mezclarse en nada. Estaba abatido, creyendo que nadie
querría ayudarme en la reivindicación de la memoria de mi hermano,
cuando una buena mujer, en cuya casa vivo, me dijo: «Vete á casa del
alcalde García; si él cree que tienes razón, aunque sea contra el rey,
te ayudará». ¿Qué me contesta usted, señor alcalde?--preguntó el joven
vestido de negro.
--Cuenta los hechos, dame los nombres y las pruebas... y se hará
justicia.
El muchacho narró lo ocurrido y terminó diciendo:
--La anciana enferma moribunda no tiene inconveniente en declarar.
--Entonces, que vengan dos testigos y el notario, y vamos allá.
El corregidor se envolvió en su capa, y en compañía de los dos
testigos, del notario, de un escribiente y del muchacho fueron á una
casa pequeña próxima á la iglesia parroquial.
La vieja era muy vieja y muy enferma, pero estaba en el dominio de
todas sus facultades; recibió la visita de las autoridades con calma, y
después de jurar en nombre de Dios decir la verdad, exclamó:
--Me alegro que hayan venido usías á mi pobre casa, porque el
remordimiento me tiene atosigada el alma. Sí, yo creo que conozco á
los que mataron á la cómica, y no lo he dicho ante la justicia porque
estoy baldada por el reúma y no he podido ir á declarar; y cuando conté
á un hijo mío lo que pasaba, me dijo éste que veía visiones y que no me
metiera en lo que no me importaba.
--Está bien. Cuente claramente lo que pasó y lo que vió--dijo el
alcalde.
--Pues verá usía: todo fué una pura casualidad. El día del crimen,
mi hijo, al marcharse, después de comer, á trabajar al majuelo, me
preguntó si yo recordaba dónde estaban unas botas viejas suyas. Por la
tarde fuí á un cuarto que tenemos en la parte de atrás, donde guardamos
los aperos de labranza, y estaba allí registrando y viendo las cosas
una á una. Este cuarto tiene, y luego si ustedes quieren lo pueden ver,
un ventanillo que da á la calle de la Cadena. No sé qué ocurrencia me
dió, ó si es que oí alguna voz, el caso es que tuve la curiosidad de
mirar por allí, y poniendo un cajón en el suelo y subiéndome á él me
asomé por el ventanillo y vi á dos hombres en acecho.
--¿Los conoció usted?--preguntó el corregidor.
--Sí.
--¿Quiénes eran?
--Don Diego de Acosta y el Capitán.
Los testigos y el notario y el jovencito vestido de negro miraron á
García, que no parpadeó.
--No deje usted de apuntarlo todo--dijo el corregidor al escribiente; y
luego añadió, dirigiéndose á la vieja:
--Siga usted.
--Don Diego iba á cuerpo; el Capitán, á pesar de que no hacía frío,
llevaba una capa negra. Como yo, lo mismo que todo el pueblo, sabía
que don Diego y el Capitán eran hombres de aventuras, supuse que se
trataría de algún enredo amoroso. Estuve mirándolos durante algún
tiempo ir y venir por la calle desierta; me fuí á trabajar, y al
anochecer volví de nuevo á curiosear desde el ventanillo. De pronto,
apareció un hombre y entró en el portal de la tía Cándida; no era ni
don Diego ni el Capitán; no era ninguno del pueblo.
--Era mi hermano el cómico--interrumpió el jovencito vestido de negro.
--Estuvo esperando el hombre en el portal--siguió diciendo la
vieja--hasta que se acercó una mujer tapada, alta, gruesa, que
desapareció en la casa.
Creía yo en aquel instante que don Diego y el Capitán se habrían
marchado; pero en esto les vi aparecer á los dos, y á los pocos
momentos volvieron corriendo. El Capitán llevaba una mujer en los
brazos. Entraron en casa de la tía Cándida. La mujer no gritó; quizá
llevaba la boca tapada. Esperé, y una hora más tarde, ya de noche,
salieron la señora alta y el galán de negro, y poco después, el Capitán
y don Diego, con un bulto obscuro en brazos. Ya no vi más.
Mi hijo volvió aquel día muy tarde del majuelo, y me contó que debajo
del puente había visto á dos hombres, que le parecieron el Capitán y
don Diego, apisonando la tierra.
Al día siguiente, cuando se supo la muerte de la cómica, le dije yo á
mi hijo:
--¿No habrán sido los asesinos esos dos? Porque yo les vi salir de casa
de la tía Cándida... Y mi hijo me contestó:--Madre, usted chochea,
usted no ha visto nada.
--Eso es todo lo que sé, señores--concluyó diciendo la vieja.
Se le leyó la declaración, en la que puso una cruz por no saber firmar,
y se retiraron las autoridades.
Al día siguiente, el corregidor, con el alguacil y el escribano, fueron
á la orilla del río; debajo del puente mandaron cavar en distintos
puntos á un bracero y encontraron la capa del Capitán manchada de
sangre y dos puños, que pertenecían á don Diego.
Por la noche, don Diego y el Capitán eran presos y llevados á la cárcel
con escolta.
El asombro del pueblo fué extraordinario. Don Rodrigo de Acosta
se presentó en casa de García furioso, indignado; pero cuando el
corregidor le mostró las pruebas, el viejo hidalgo quedó confundido.
El alcaide de la cárcel, que consideraba todos los procedimientos
buenos para descubrir un crimen, comenzó por atemorizar á los
culpables, poniendo por las noches en su calabozo una calavera entre
dos velas; luego dió tormento al Capitán y á don Diego, y al fin éstos
confesaron.
El pueblo entero se había declarado en contra de los culpables; creía
que don Rodrigo intentaría salvar á su hijo por cualquier medio y todo
el mundo estaba dispuesto á no permitirlo.
Sobre el alcalde pesaban mil influencias; su hija estaba enferma,
grave; su mujer lloraba constantemente; su sobrino Fernando y don
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - El Escuadrón del Brigante - 07
  • Parts
  • El Escuadrón del Brigante - 01
    Total number of words is 4447
    Total number of unique words is 1587
    35.7 of words are in the 2000 most common words
    48.5 of words are in the 5000 most common words
    54.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 02
    Total number of words is 4634
    Total number of unique words is 1557
    35.9 of words are in the 2000 most common words
    48.1 of words are in the 5000 most common words
    53.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 03
    Total number of words is 4555
    Total number of unique words is 1562
    36.4 of words are in the 2000 most common words
    48.8 of words are in the 5000 most common words
    54.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 04
    Total number of words is 4696
    Total number of unique words is 1565
    35.0 of words are in the 2000 most common words
    49.4 of words are in the 5000 most common words
    56.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 05
    Total number of words is 4623
    Total number of unique words is 1591
    33.7 of words are in the 2000 most common words
    48.0 of words are in the 5000 most common words
    56.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 06
    Total number of words is 4745
    Total number of unique words is 1585
    36.3 of words are in the 2000 most common words
    50.0 of words are in the 5000 most common words
    56.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 07
    Total number of words is 4600
    Total number of unique words is 1558
    32.1 of words are in the 2000 most common words
    43.6 of words are in the 5000 most common words
    51.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 08
    Total number of words is 4564
    Total number of unique words is 1521
    35.8 of words are in the 2000 most common words
    49.4 of words are in the 5000 most common words
    55.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 09
    Total number of words is 4477
    Total number of unique words is 1431
    33.5 of words are in the 2000 most common words
    46.1 of words are in the 5000 most common words
    52.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 10
    Total number of words is 4536
    Total number of unique words is 1543
    34.2 of words are in the 2000 most common words
    46.9 of words are in the 5000 most common words
    53.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 11
    Total number of words is 4554
    Total number of unique words is 1461
    34.8 of words are in the 2000 most common words
    47.6 of words are in the 5000 most common words
    54.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 12
    Total number of words is 4618
    Total number of unique words is 1529
    34.2 of words are in the 2000 most common words
    46.8 of words are in the 5000 most common words
    53.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 13
    Total number of words is 4669
    Total number of unique words is 1557
    34.5 of words are in the 2000 most common words
    46.3 of words are in the 5000 most common words
    52.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 14
    Total number of words is 4653
    Total number of unique words is 1499
    36.8 of words are in the 2000 most common words
    50.0 of words are in the 5000 most common words
    55.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 15
    Total number of words is 4708
    Total number of unique words is 1596
    33.0 of words are in the 2000 most common words
    46.9 of words are in the 5000 most common words
    53.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El Escuadrón del Brigante - 16
    Total number of words is 1927
    Total number of unique words is 816
    40.3 of words are in the 2000 most common words
    52.7 of words are in the 5000 most common words
    58.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.