El enemigo - 11

Total number of words is 4864
Total number of unique words is 1816
34.5 of words are in the 2000 most common words
48.4 of words are in the 5000 most common words
56.1 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
--¿Luego confiesas?...
--No confieso nada: hago una advertencia. A ciertos actos de devoción,
tontos pero inofensivos, no he de oponerme. Ya que me obligas a ello, te
lo diré: me parecen simplezas; lo que no me acomoda, es que señales y
repitas a la muchacha esa claridad y desnudez con que algunos de
vuestros libros abren los ojos a quien los tiene cerrados, ensuciando la
inocencia y despertando ideas torpes en quien jamás las tuvo.
--¡Cuánta ceguedad! A los enseres de la casa cuidadosamente quitáis el
polvo cada día: al alma dejáis que críe podre.
--No me vengas con frases de beato melancólico, ni me obligues a burlas,
que callo sólo por consideración a tí. Imita mi prudencia y no motives
escenas que nos den a todos que sentir.
--¡No me provoques! ¿Acaso conoces mis propósitos?
--Faltas a la verdad. No te provoco, pero no te perderé de vista. He
seguido paso a paso tus manejos, y nada te he dicho; has comenzado a
sorber el seso a mamá, y he callado: ahora te declaro francamente que no
consentiré que, por adorar a Dios y sus santos, se olvide el cuidado de
mi padre, y que no te dejo hacer a Leo esas repugnantes descripciones
del vicio que encienden impureza en quien vive libre de ella. Háblala
del cielo cuanto quieras; pero no te obstines en preparar su ánimo a
combatir pecados que no conoce, porque no es cuerdo aplicar remedio
donde no hay enfermedad: y, sobre todo, por lo que más quieras en el
mundo, no turbes la paz de la casa; no vayas a hacer aquí, en pequeño,
el papel de esos curas extraviados que andan moviendo guerra en el
campo.
--¡Lo que hacen es perseguir a los enemigos de la religión!
--Sospechaba que simpatizabas con ellos; pero no me acomoda discutir
esto ahora. Haz que mamá y Leo canten letanías, fervorines, gozos,
salves, todo el repertorio de la música celestial; que recen hasta
repetir maquinalmente lo que les enseñes: sólo te ruego que la devoción
no robe amparo ni cariño a mi padre, y que no alecciones a la chica en
cosas que ignora.
--¿No ha de huir el peligro?
--¿Cómo ha de aprender a evitarlo, si lo presentan a sus ojos con el
encanto de lo prohibido por aliciente, con el incentivo de la curiosidad
por guía y el aguijón de la edad por cómplice? Desengáñate, Tirso, no es
este momento de que intentemos convencernos mutuamente; más no se le
debe despertar la malicia a quien, como ella, la tiene adormecida; que
sus impulsos no los sofoca luego nadie.
--Combatir contra la carne es virtud.
--Y no tener que combatirla, cosa mejor que la virtud misma.
--¡Está bien! tendré que ver impasible a tu amigo traerla libros
detestables, historias de crímenes y amoríos perniciosos, y yo, su
propio hermano, no podré oponerme. Está claro; la libertad para el mal,
al bien la mordaza. Al menos eres lógico: aplicas a la casa la misma
política que defiendes para el país. Luego os indignaréis de que
sacerdotes como yo quieran traer piedad a las familias, y de que hombres
como los que luchan lejos de aquí pretendan aniquilar a la revolución,
que vomita blasfemias y engendra delitos.
--¡Traer piedad a las familias! ¿Acaso sabéis lo que es familia? Os
basta el amor estéril que profesáis a Dios; preferís el egoísmo de la
beatitud a la abnegación del cariño; una hora de meditación os parece
cosa más santa que un día de trabajo, y el llanto que arranca un
sacudimiento histérico os es más grato que las lágrimas vertidas
consolando el dolor ajeno.
--Eres más impío de lo que imaginé.
--Y tú más fanático de lo que yo pensaba. Por ganar almas para el cielo,
vas a traer la discordia a casa de tus padres. Antes que hijo, eres
cura.
--¿No hallas nombre más despreciativo?
Las palabras, contenidas por el temor de despertar a los viejos, sonaban
como sofocadas, ahogando la prudencia las entonaciones de la ira. Tirso,
a pesar de su carácter impetuoso, sabía contenerse mejor; a Pepe le
temblaba la voz en la garganta; aquél, tranquilamente sentado ante la
mesa, jugaba con las cuentas del rosario; Pepe sentía afluir a los
labios todos los temores que abrigaba su alma. La lámpara, a cada
instante menos luminosa, iba quedando vencida por las sombras. Sólo se
oía hacia la parte del gabinete el quejido metálico de los rodajes del
reloj, y un silencio sepulcral reinaba en el espacio a cada interrupción
del diálogo. Diríase que los objetos escuchaban.
--Has vivido siempre apartado de nosotros--prosiguió Pepe--y no sabes
que el amor que une a los tuyos es más fuerte que el delirio de vuestra
fe. La solicitud con que nos atendemos, es mayor que el celo que os
inflama. No nos convencerás nunca de que las llagas de Cristo deben
dolernos más que las piernas enfermas de mi padre.
--Tu padre morirá, y las sagradas heridas continuarán, por los siglos de
los siglos, manando raudales de divina gracia. Y a propósito de padre,
yo también quería hablarte de él, porque sé lo que tiene. He conocido un
señor que padecía lo mismo: eso es gota.
--Es verdad; pero te advierto que se le está ocultando por no afligirle:
le hemos dicho que es un simple reuma.
--Poco será el alivio que halle, si hay alguno posible.
--Mayor razón para que no se le atribule inútilmente. Es tarde: ¿quieres
algo?
Vaciló Tirso unos instantes, cual jugador que teme aventurar la partida,
y después, mirando a su hermano de frente, le preguntó:
--¿Crees haber hecho todo lo que debéis a su estado?
--Nada le falta: pagamos un médico acaso superior a nuestros recursos;
mamá o Leo van en persona a la botica; no se escatima receta, por cara
que cueste; con la mayor puntualidad se le da cuanto ha de tomar... y lo
que vale más, respira una atmósfera de ternura y cariño que echarán de
menos muchos más afortunados. Ahora tengo esperanzas de poder sacarle a
paseo algunas tardes en un simón.
--Es natural; los que sólo creen en las cosas del cuerpo, no acuden a
las del alma.
--¿Por qué lo dices?
--Yo pienso traerle un médico mejor que el vuestro.
--¿Quién?--preguntó Pepe, sospechando la respuesta.
--El Santo Viático.
--Eso le asustaría mucho y no le aliviaría nada; por consiguiente
abstente de ello. Bastaría hablarle de esas cosas para que se muriera de
terror.
--Cuando lo crea necesario, haré lo que me dicte mi conciencia.
Acercósele entonces Pepe y, poniéndole duramente la mano sobre el
hombro, entrecortadas las palabras por una risa que era toda ira,
repuso:
--¡Líbrete Dios de semejante brutalidad! ¿Lo entiendes? No respondería
de mí. Papá sufriría una emoción que acaso le costara la vida... y
podría olvidárseme que eres mi hermano.
--Cada cual cumple su deber como lo entiende.
--¿Sí? Pues date por avisado: al Santo Viático, al granuja que lleva el
farolón y a tí... os tiro escaleras abajo.
--¡Lo veremos!
Pepe, sobreponiéndose a su indignación, procuró hablar con calma y,
notando la sangre fría de que Tirso alardeaba, quiso mostrar igual
serenidad.
--Temía esta escena, pero no quiero esquivarla... Cuando llegaste a
Madrid, y al subir de la estación del ferrocarril entraste en Santa
María, permaneciendo allí largo rato, sin la menor prisa de conocer a
tus padres, porque conste que no les conocías, adiviné yo cuál sería tu
fanatismo; pero no imaginé que sobreviniera esta lucha. Luego, dados tus
antecedentes y viéndote vivir oculto en casa como un criminal, tuve
sospechas de que habías venido a Madrid para asuntos que no eran
tuyos... Recuérdalo: exceptuada la primer salida que hiciste entre dos
luces la misma tarde del día en que llegaste, sólo al cabo de muchos
días te atreviste a salir a la calle, después de las dos o tres visitas
de aquel señor que vino a verte, cuando se conoce que estaba ya
cumplida tu misión. Ya ves que te he seguido paso a paso. He notado tu
empeño en no hablar con nosotros de ciertas cosas, porque te repugnan
nuestras ideas sobre la política, la guerra y los curas trabucaires; y,
por último, he aguantado tus mañas para convertir a mamá y lo que
intentas para que riñan Millán y Leo... en fin, te conozco a fondo. Tú,
en cambio, no sabes de lo que soy capaz.
--¿De qué?
--Si, lo que no es creíble, papá, espontáneamente, pidiera ciertos
auxilios, yo sería el primero en respetar su voluntad. Pero, entiéndelo
bien; si traes confesor, viático... vamos, cualquier tontería que pueda
asustarle y provocar en su enfermedad una crisis peligrosa, te juro, por
mi madre y por el amor de la mujer a quien quiero, que no te trataré
como a hermano. De tu conducta depende mi prudencia. ¡Hemos concluido!
--Cada cual cumplirá su obligación.
--¡Abur!--Y Pepe, andando de puntillas, se metió en su cuarto.
Quedose Tirso un rato solo en el comedor, pensativo e inmóvil: la
lámpara, espirante, despidió de pronto dos o tres chispas de la mecha,
ya seca; el temblor de la luz hizo que en la pared se agitara
convulsamente la sombra del cura, y entonces él, buscando casi a
tientas la puerta de su alcoba, encendió una bujía y, tras rezar sus
oraciones, se acostó; pero tardó mucho en dormirse. La energía de su
hermano le había desconcertado por completo: Pepe era más hombre de lo
que él imaginó.
A la mañana siguiente doña Manuela, antes de ir a la compra, según
costumbre, fue a dar un beso a Pepe, mientras éste acababa de vestirse
para marchar a su trabajo.
--Voy a la compra; adiós, hijo.
--Y a misa, ¿verdad, mamá?
Ella, sonriéndole cariñosamente, se limitó a decir:
--¿Qué mal hay en ello?
--En eso, nada; pero, oye, mamá. Anoche tuve una agarrada con Tirso: la
cosa había de suceder, y llegó. Supongo que te habrá hablado de ciertos
proyectos que intenta, relativos a papá: puedes imaginar el efecto que
producirían. Contén a mi hermano, imponle cordura, porque estoy
dispuesto a todo.
No cumplió Tirso sus amenazas, ni se alteró más, por entonces, la
tranquilidad de la casa; pero ambos hermanos comprendieron que aquella
calma, violentamente obtenida por la energía de uno y la aparente
sumisión de otro, no era paz definitiva, sino una tregua pasajera.


XIX

«Querido Pepe: Figúrate lo disgustada que estaré: hace cuatro días que
no nos vemos, y rabio por reñir contigo. Tonto, tonto mío, ¿pensabas que
no había yo de saber averiguar tus penas para compartirlas? El chico te
habrá dicho, seguramente, las preguntas que le hice y cómo me contestó.
Estoy persuadida de que todo te lo ha contado. No puedes figurarte la
gracia que me hizo su desinterés. ¿Me perdonas que soborne a tus
_servidores_? Yo, en cambio, no te perdonaré tu falta de franqueza. Haz
cuenta que estás a mi lado y que te hablo muy seria. ¿No hemos repetido
ambos hasta la saciedad que debíamos sernos leales? Pues no merece
perdón que por desconocer mi cariño me hayas ocultado las contrariedades
que te ocasiona tu hermano. Está bien, _don Reservado_; quiere decir que
no me importa lo que te agrade o enoje. ¿En qué puedes fundar el no
haberme dicho que trabajabas en una imprenta desde que te viste
obligado a dejar la carrera? Me has dicho algunas veces que tu posición
y tu género de vida no te han permitido tratar ni conocer a fondo
señoritas de esas a quienes el no tener que pensar en nada serio hace
frívolas y vanidosas. ¿En qué consiste, pregunto yo ahora, que no
habiendo podido conocerlas me confundes con ellas? Seamos francos: el
temor a que me pareciese demasiado humilde tu trabajo, el recelo de que
fuese vanidosa, te han hecho callar, y resulta que el vanidoso eres tú.
Como nada de lo que yo te diga puede enojarte, me arriesgo a todo: ¿fue
vergüenza lo que sentiste al pretender ocultarme que te obligó la
necesidad? ¿Sabes cómo se llama _eso_? Falsa vergüenza, una cosa muy
parecida a la soberbia. Sí, Pepe; soy más leal que tú: me tienes
ofendida. Dices que me quieres porque soy buena, y has sido capaz de
suponer que podía hacerme _mal efecto_, así, clarito, lo de trabajar en
una imprenta. Nunca se te caen de los labios _la distancia_, _la
desigualdad_, y qué sé yo cuántas tonterías más: sólo te las perdono
porque imagino a veces que son pretexto para que esté contigo cariñosa.
¿Ves cómo el cariño todo lo interpreta bien? Basta de esto, porque no
quiero parecerte pesada; y conste que me conoce mal quien suponga que
el obrar bien pudiera hacerle desmerecer en mi ánimo. Ahora, deja que me
goce en llamarte tonto. ¡Buena ocasión perdiste de ponerte romántico!
Queda demostrado que el amor propio es en tí más fuerte que el amor
verdadero, y que yo, la _señorita_, como me llamas en esas bromas que,
por lo visto, tienen un gran fondo de verdad, soy mucho más sincera y
menos vanidosa, y te quiero con toda mi alma y te querré siempre, porque
me has engañado con tus zalamerías, haciéndome creer que eres distinto
de los demás hombres. Tengo ganas de verte para decirte todo lo que se
me viene a la boca. ¡Lo menos pensaste que volvería despreciativamente
la cabeza, sin saludarte, si por casualidad te viera salir de la
imprenta! No lo digo por esto del saludo; pero no sabes tú de lo que es
capaz una mujer cuando sabe querer. ¡Ojalá no fuese rica!
Respecto a lo de tu hermano, nada puedo decirte, porque las cuatro
palabras que arranqué a Pateta no bastan para formar idea de tu
situación, aunque sé por experiencia que esas gentes demasiado devotas
hacen desgraciado a cualquiera. En mi familia está el ejemplo: la
Condesa de Astorgüela, que es una parienta nuestra lejana, tiene
oratorio en su casa, gasta un dineral en cosas de iglesia y, a sus
hermanos, que están casi en la miseria, no quiere darles una peseta. En
cambio acaricia la pretensión de que los demás sean rumbosos, y quiere
que papá regale o malvenda a unas monjas un terreno que posee fuera de
la Puerta de Bilbao. No puedes imaginar las recomendaciones y empeños
que andan buscando. ¡Figúrate! ¡A papá con esas! Papá dice que la de
Astorgüela es muy mala y que la devoción la hace peor. Yo no me atrevo a
tanto, porque alguna religión hay que tener; pero tampoco me gustan las
exageraciones. Lo triste sería que tu padre tuviese algún disgusto por
culpa de tu hermano.
Adiós, orgulloso mío, no te quejarás de la reprimenda, ni de que escribo
poco. Tuya, siempre, siempre,
PAZ.»
* * * * *
»Como si lo viera. En cuanto leas lo que te digo, te pones a hacer
consideraciones sobre lo raro y lo novelesco de que yo... _en mi
posición_, quiera a un hombre como tú. ¡Hasta que te cure la tontería,
no he de parar! ¿No dicen que el amor es ciego? ¿No pude enamorarme de
un pillo? Pues me ha dado por quererte a tí, que eres bueno, y asunto
concluido.
Ven pronto a verme, porque Papá habla de ir esta semana al distrito, y
por no dejarme sola en Madrid, puede que me lleve. Será cosa de pocos
días.»
* * * * *
Realizose el viaje que anunciaba Paz, no sin que antes la viese Pepe,
disipando en la primera conversación con amantes palabras el débil enojo
que en ella produjo su reserva; y luego de partida con don Luis, como se
prolongara la excursión bastantes días, cruzaron los novios varias
cartas, una de las cuales decía así:
«Adorada Paz:
El cariño que me demuestras es, por la sinceridad que lo avalora, mi
única alegría. Fuera de esto, cuanto me rodea y toca es causa de
disgusto. ¡Buen nublado se me viene encima! Mi casa comienza a parecer
una sucursal del infierno, y voy dudando si vivo en plena realidad o
está alguien, por arte de magia, ensayando a costa mía el efecto de
alguna de aquellas novelas de hace treinta años, en que un personaje
misterioso y fatídico desbarataba la paz de una familia. Mis padres, mi
hermana y Tirso (ya me repugna llamarle hermano) parecemos sujetos a
influjo extraño a nuestra voluntad. La conducta de Tirso es
inconcebible. Su obstinación en reformar la familia es igual a la
conformidad que en otro tiempo demostró para estar alejado de nosotros:
antes, como sino existiéramos; ahora, todos hemos de ser santos; es
decir, todos no, porque conmigo no se atreve.
El resultado es que me da muy malos ratos, y aún los espero peores, pues
la cosa ha sido muy de prisa.
Mamá está dominada por Tirso, papá enteramente acoquinado, y su
carácter, vencido por la enfermedad y los sufrimientos, va
convirtiéndose en una apatía de que sólo a ratos le saca la rabia del
dolor. Ya no hay medio de ocultarle que en casa existe una guerra peor
que la del Norte. ¡Si papá me dejase, plantaba a Tirso en medio de la
calle sin ningún miramiento! No veo otro remedio al mal. Me contengo
porque, si lo hiciera, mi madre nos daría la gran desazón: es increíble
hasta qué punto parece identificada con él; pero no me cabe en la cabeza
la idea de que nos abandonara por seguirle. Supón lo sensible que me
será admitir semejante posibilidad. Pues aún hay, sin embargo, otra
cosa más triste: el dominio que Tirso ha logrado ejercer sobre ella, no
es ascendiente de hijo, sino influjo de cura. En cuanto a Leocadia,
parece haberse desarrollado en ella una indiferencia, un egoísmo de que
nunca la creí capaz. Ambas se levantan casi al amanecer, van a misa y,
aunque no vuelven tarde, como al salir meten ruido y despiertan a papá,
resulta que éste, no pudiendo recobrar el sueño, se desespera hasta que
vienen a darle el desayuno. Antes, todo cuidado les parecía poco para
él: ayer se quejó de que el café, por ser barato, era malo, y mi madre,
con una calma espantosa, le respondió que peor estaría el cáliz de la
amargura; y no lo dijo con intención dañina, sino porque oye a Tirso
majaderías por el estilo. A pesar de comprenderlo así, tuve que mirarla
a la cara y empaparme los ojos de que era mi madre, para no soltar una
barbaridad. A la hora de comer y antes de la cena dicen las dos sus
oraciones, algunas veces hasta con latinajos (¡figúrate lo que
entenderán ellas!), y por la tarde, si hay en cualquier iglesia función,
ya las tienes con la mantilla puesta. Todavía no se han atrevido a irse
las dos dejándole solo; pero la que no sale se queda renegando. En la
conducta de mi madre, al menos, se nota cierta sinceridad; pero
Leocadia va a la iglesia porque ha hecho el descubrimiento de que ve
gente y la ven y se distrae: habla de iglesias cursis y de iglesias
elegantes, como si se tratara de teatros, y critica los trajes de las
Vírgenes como si fueran amigas suyas.
El doble resultado de todo esto es que la tranquilidad no es ya fruta de
mi huerto, y que, además, los viajes a la casa de Dios van dejando la
mía sin barrer. El celo mimoso y lleno de pequeños cuidados con que
antes se atendía a mi padre, es hoy prisa por acabar pronto de servirle
y correr a lo que Tirso recomienda. En fin, temo que, sin provocación ni
desafío por mi parte, cuando llegue Tirso a comprender el imperio que
tiene en la casa, trate de ponerme en el disparador. Por supuesto, que
no adivino lo que se propone. A juzgar por algunas cosejas que compra,
debe tener cuartos; pero ni un céntimo gasta para nosotros: sabe que yo
llevo el peso de la casa y, sin embargo, parece como que quiere hacerme
saltar de ella. Repito que no lo entiendo; pues en cuanto a convertirme,
primero me hace rajas. Excuso decirte que lo que él llama conversión es
la entrada en el dominio de la imbecilidad: su devoción es de lo más
ramplón que puede darse. Lo peor de todo es que mi padre empeora
rápidamente. Ahora quiere el médico emplear con él la hidroterapia, lo
cual saldrá caro; pero yo he dicho que todo se hará, aunque hayamos de
vender hasta las sillas. Tirso dice que esas son novedades de la
ciencia, que antes no se conocían tales cosas y que no por ello dejaban
de curarse los enfermos. En cambio ha logrado que mamá dé una peseta
todos los meses para no sé qué hermandad o cofradía de la _Limosna de la
Luz_, y otra para unas escuelas católicas. El día que abra yo la puerta
al cobrador, le echo rodando por la escalera.
Adiós, vida mía; no te enfades porque no te repita mil veces que te
quiero. En decirte mis disgustos se me ha ido el rato. No tengo tiempo
para más; pero ya sabes que te adora tu amantísimo,
PEPE.
¿Tardaréis muchos días en volver? ¿Cómo ha encontrado tu padre el
distrito? ¿Esperas que a tu regreso podamos vernos con frecuencia? No
quisiera sentar plaza de pegajoso y, sin embargo, deseo que don Luis me
necesite para poder verte y hablarte. Escríbeme mucho.»


XX

Don José comenzó a empeorarse, y con sus molestias, que iban diariamente
en aumento, arreciaron los gastos.
En un principio determinaron la dolencia la vida sedentaria, la
desmedida codicia en el comer y su natural plétora sanguínea: luego vino
el dormirse fácilmente en cualquier parte, el echar vientre y digerir a
duras penas, acentuándose la repugnancia a todo esfuerzo físico. Con
este desorden en el organismo, manifestó cierta volubilidad de carácter,
completándose el cuadro del que los médicos dicen estado artrítico, amén
de otros síntomas que llaman sucios, hasta que por fin estalló la
enfermedad, fijándosele el dolor en un pie, que se le puso hinchado, de
color rojo y con las coyunturas muy sensibles. El primer acceso fue
violento en extremo: posteriormente, al acostarse, en seguida conciliaba
el sueño; pero al poco rato despertábale la rabia del dolor, tardando
algunas horas en recobrarlo; repitiéndose estos exacerbamientos hasta
que, posesionado el mal de ambos pies, quedó el infeliz postrado y
sujeto a pasar los días de la cama a la butaca, y de ésta a aquélla. Al
carácter agudo del padecimiento siguió el crónico; los ataques perdieron
en intensidad, ganando en duración; tuvo fiebre, y en lo sucesivo raro
fue el día que pasó medianamente. Con tal situación, cuando mayores
cuidados y atenciones pedía el enfermo, coincidió el enfrascarse doña
Manuela en cosas de la iglesia, y ella, antes tan compasiva y solícita,
fue, sin darse cuenta, pecando de olvidadiza y negligente, sin mostrar
mala voluntad; pero el resultado era el mismo que si la tuviera. A pesar
de estar su vista cansada por los años, emprendió la tarea de bordar un
paño de altar para regalo a la parroquia, y mientras tenía caladas las
antiparras y la aguja en la mano, aunque su esposo la llamara, tardaba
en acudir. El darle las medicinas a hora fija quedó supeditado a más
santas atenciones, y comenzó a molestarla el escuchar quejidos, por
antojársele muestra de poca esperanza y ninguna resignación. Don José se
devanaba los sesos, sin lograr explicarse aquella trasformación ni
acertar cómo pudo Tirso trocar tan pronto en beata a la que nunca fue
devota, siendo lo peor del caso que no le dio la piedad por el amor al
prójimo, ni por arreciar en el cuidado de su casa, sino que miraba el
hogar y la familia como objetos inferiores. No decía palabra contra las
necesidades ordinarias de la vida, ni renegaba de la materia, ni
ensalzaba la superioridad de lo ideal sobre lo terreno, mas claramente
se veía germinar en ella la semilla dejada caer por Tirso.
Lo más extraño fue que, de exageradamente limpia, se hizo algo
desaseada, como si alguien la hubiese convencido de que nadie debe
atender primero al lavado del cuerpo que a la pulcritud del alma. Por
último, todo gasto le pareció exorbitante y, cuando el médico habló de
hidroterapia y en la casa de baños dijeron que llevar a domicilio un
aparato necesario costaba un duro por cada viaje, fue de opinión
contraria al remedio, tronando por vez primera contra las _invenciones
de ahora_. Delante de Pepe se contenía cuanto le era posible; pero ya
toleraba de mala gana cualquier broma que trascendiese a incredulidad; y
como el estado de las cosas por aquel tiempo hacía que todas las
conversaciones fuesen a caer en la guerra, y hablar de ésta era hablar
del clero, doña Manuela oía con disgusto a su hijo y su marido, cuando
el primero alardeaba de republicano y el segundo de progresista a la
antigua. Bastaron unos cuantos meses, trascurridos desde la llegada de
Tirso, para que le repugnase ya escuchar ciertas conversaciones: a veces
hasta intentaba oponerse a ellas con tonterías de marca mayor, por
hablar de lo que no entendía.
Don José continuaba firme en su afición a leer y comentar las noticias
de la guerra, lecturas y comentarios en que acababa siempre maldiciendo
contra el absolutismo y la lucha civil; Pepe, después de comer,
permanecía un rato acompañándole, y estos eran los mejores momentos que
el viejo pasaba, porque casi siempre estaban de acuerdo el padre y el
hijo. Don José conservaba el vigoroso arranque del antiguo partido
progresista; Pepe, prematuramente escéptico, dado a violencias, como
quien siendo joven está ya harto de traiciones, proponía a los males
públicos remedios más enérgicos. En cuanto al modo de terminar la guerra
civil, estaban conformes: había que concluirla, no por pacto, sino por
fuerza de armas. Tirso, si les oía, procuraba contenerse; mas algunas
veces le era imposible disimular, y sintiéndose ya fuerte, terciaba en
la conversación, mostrando, no simpatía tibia, sino ardor de sectario
por la causa del absolutismo.
El año anterior, cuando la guerra franco-prusiana, había comprado Pepe
un mapa, barato, en el que seguía con alfileres y banderitas las marchas
de ambos ejércitos: don José, por distraerse y llevado de la atención
con que consideraba el duelo entre la revolución y el carlismo, repitió
el entretenimiento. Mandó a Pepe que colocara en la pared una carta
geográfica de toda la parte superior de España y, a cada parte de la
_Gaceta_, a cada nueva de lo que ocurría en los campos de batalla, iba
marcando los lugares ganados o perdidos por los soldados del ejército
liberal o las huestes del Pretendiente, con lo cual Tirso hallaba
justificado motivo para comentar noticias, atenuar triunfos y exagerar
derrotas, según quien salía victorioso.
El estado de España era a la sazón desconsolador. El país se había
convencido de que, si el carlismo no contaba con elementos para vencer,
tenía los bastantes para ensangrentar la mitad del territorio de la
patria. En los comienzos de 1873, las partidas alzadas en armas eran
pocas; pero aumentaron pronto. La insurrección de Vizcaya no inquietaba;
el carlismo aragonés veía fracasar su intento en Santa Cruz de
Nogueras, y los castellanos parecían difíciles de arrastrar; mas ya
había fatales indicios de que la lucha sería ruda. Un jesuita amenazó
con horribles fusilamientos, más tarde realizados; hubo cabecilla que,
habiendo licenciado en Pascuas de Navidad sus tropas, las congregó a
toda prisa; se armó el Maestrazgo; creció el peligro en Cataluña y
llegaron las boinas blancas hasta más acá del Ebro. La frecuencia con
que el ejército liberal mudaba generales y los errores del Gobierno
central, servían de sarmientos a la hoguera: apenas pasaba día sin que
entrara de Francia algún jefe insurrecto; Navarra era un volcán;
asaltábanse los trenes de viajeros, y un cura famoso inauguraba la larga
serie de sus repugnantes maldades. Madrid, en tanto, servía de asilo a
_comités_ o juntas fomentadoras del levantamiento, y la misma libertad,
combatida en los campos a balazos, era en la Corte aprovechada
impunemente por el bando faccioso. Tirso, como si todo esto le alegrara,
comenzó a mostrarse satisfecho sin disimulo y arrogante sin cautela:
diríase que en la lucha jugaba algo su interés y que, por extraña
aberración, veía más fácil el moralizar a su familia según se iba
desquiciando la patria. Por fin, manifestó desembozadamente sus ideas;
dijo con franqueza que era carlista y, cuando su padre leía o hacía que
le leyesen noticias de la guerra, tomaba parte en los comentarios,
oponiendo cálculos a cálculos y versiones a versiones.
Los informes de Pepe procedían generalmente de las imprentas donde se
tiraban extraordinarios y hojas volantes de periódicos, que mentían con
frecuencia: las nuevas de Tirso tenían origen desconocido; pero, a
veces, se anticipaban a las oficiales, eran más exactas o llegaban a
confirmarse, acusando todo que el manantial en que las bebía era bueno;
con lo cual Pepe fue convenciéndose de que su hermano frecuentaba gentes
directamente interesadas en los acontecimientos, y corroborándose en la
idea de que el viaje de Tirso fue el desempeño de una misión más o menos
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - El enemigo - 12
  • Parts
  • El enemigo - 01
    Total number of words is 4695
    Total number of unique words is 1850
    33.8 of words are in the 2000 most common words
    46.4 of words are in the 5000 most common words
    53.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El enemigo - 02
    Total number of words is 4850
    Total number of unique words is 1785
    35.6 of words are in the 2000 most common words
    47.4 of words are in the 5000 most common words
    52.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El enemigo - 03
    Total number of words is 4887
    Total number of unique words is 1740
    37.0 of words are in the 2000 most common words
    51.1 of words are in the 5000 most common words
    57.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El enemigo - 04
    Total number of words is 4799
    Total number of unique words is 1773
    36.2 of words are in the 2000 most common words
    50.9 of words are in the 5000 most common words
    57.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El enemigo - 05
    Total number of words is 4789
    Total number of unique words is 1746
    34.7 of words are in the 2000 most common words
    49.2 of words are in the 5000 most common words
    55.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El enemigo - 06
    Total number of words is 4902
    Total number of unique words is 1764
    35.8 of words are in the 2000 most common words
    48.6 of words are in the 5000 most common words
    54.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El enemigo - 07
    Total number of words is 4761
    Total number of unique words is 1781
    35.7 of words are in the 2000 most common words
    49.1 of words are in the 5000 most common words
    54.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El enemigo - 08
    Total number of words is 4775
    Total number of unique words is 1694
    37.2 of words are in the 2000 most common words
    50.2 of words are in the 5000 most common words
    55.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El enemigo - 09
    Total number of words is 4890
    Total number of unique words is 1681
    36.6 of words are in the 2000 most common words
    49.9 of words are in the 5000 most common words
    56.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El enemigo - 10
    Total number of words is 4760
    Total number of unique words is 1717
    34.9 of words are in the 2000 most common words
    48.2 of words are in the 5000 most common words
    53.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El enemigo - 11
    Total number of words is 4864
    Total number of unique words is 1816
    34.5 of words are in the 2000 most common words
    48.4 of words are in the 5000 most common words
    56.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El enemigo - 12
    Total number of words is 4738
    Total number of unique words is 1955
    33.5 of words are in the 2000 most common words
    46.8 of words are in the 5000 most common words
    53.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El enemigo - 13
    Total number of words is 4677
    Total number of unique words is 1769
    36.0 of words are in the 2000 most common words
    48.3 of words are in the 5000 most common words
    54.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El enemigo - 14
    Total number of words is 4789
    Total number of unique words is 1775
    34.4 of words are in the 2000 most common words
    49.5 of words are in the 5000 most common words
    55.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El enemigo - 15
    Total number of words is 4841
    Total number of unique words is 1680
    36.1 of words are in the 2000 most common words
    49.1 of words are in the 5000 most common words
    55.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El enemigo - 16
    Total number of words is 4846
    Total number of unique words is 1701
    36.2 of words are in the 2000 most common words
    49.3 of words are in the 5000 most common words
    55.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El enemigo - 17
    Total number of words is 4869
    Total number of unique words is 1640
    37.9 of words are in the 2000 most common words
    51.3 of words are in the 5000 most common words
    58.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El enemigo - 18
    Total number of words is 4753
    Total number of unique words is 1845
    32.6 of words are in the 2000 most common words
    45.4 of words are in the 5000 most common words
    52.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El enemigo - 19
    Total number of words is 4776
    Total number of unique words is 1813
    33.8 of words are in the 2000 most common words
    45.4 of words are in the 5000 most common words
    52.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El enemigo - 20
    Total number of words is 2742
    Total number of unique words is 1178
    36.5 of words are in the 2000 most common words
    49.1 of words are in the 5000 most common words
    55.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.