El doncel de don Enrique el doliente, Tomo II (de 4) - 5

Total number of words is 4724
Total number of unique words is 1515
37.9 of words are in the 2000 most common words
52.8 of words are in the 5000 most common words
59.7 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.

—Conde de Cangas y Tineo, dijo el rey volviéndose á alzar en el
trono y comenzando á bajar los escalones, Macías, mi doncel,
ricos-hombres, caballeros, escuderos aqui presentes. Yo don Enrique,
rey de Castilla, concedo el juicio de Dios á mi doncel Macías y á
don Enrique de Villena para que en combate singular riñan cuerpo á
cuerpo, y declaro traidor y aleve y digno de muerte al que fuere en
la lid vencido si saliere del vencimiento con vida. Dios sea en favor
de la inocencia y de la justicia. Conde, ¿qué haceis? añadió viendo
que don Enrique inmóvil no recogia el guante que le habia arrojado
su contrario.
—Espero, señor, que no permitirás que yo descienda de la clase en que
el parentesco que nos une y los honores con que me has distinguido me
han colocado para rebatir cuerpo á cuerpo con un simple doncel de tu
alteza una calumnia que desprecio y...
—Si os empeñais, contestó el rey, picado, igualaré al doncel Macías...
—No es necesario, señor, replicó Hernan Perez adelantándose á recoger
la prenda abandonada; no es necesario: yo la alzaré por mi señor...
—Teneos... gritó Macías poniendo un pie en el guante: sois escudero.
—Le armaré, dijo el conde, y será vuestro igual; y en tanto, Hernan,
alzad el guante por mí. Ó yo ó vos. Bastamos cualquiera de los dos
para castigar la insolencia del campeon de las damas desconocidas.
Iba á responder Macías á este sarcasmo, pero el rey, volviéndose á
entrambos,—Conde, dijo, espero que vos, ó un caballero en vuestro
lugar, sostendreis vuestra buena fama. Os hago maestre de Calatrava;
espero que ni los caballeros de la orden ni su santidad desaprobarán
esta eleccion que recae en mi misma sangre.
—Señor, dijo inclinándose con mal rebozada alegría el conde, estoy
pronto á aceptar esta nueva honra si los caballeros de la orden...
—¡Viva el maestre don Enrique! clamaron tumultuariamente varios de
los presentes.
—Bien, señores, bien, dijo el rey, no esperaba menos de mis leales
caballeros de Calatrava, Á vos, Macías, os doy un hábito de Santiago,
y os cubriré yo mismo. Habeis manifestado hoy valor y cortesanía.
Espero que entrareis á mi cámara en cuanto os desarmeis.
Inclinóse Macías en señal de gratitud, y el rey se retiró diciendo
al condestable:—Rui, me recordareis que debo fijar el dia del
combate.—Vos, Abrahem Abenzarsal, encargaos de esa dueña en vuestra
cámara hasta que órdenes posteriores mias os indiquen dónde puede
permanecer durante el plazo que falte para el combate.
El físico en consecuencia intimó la orden á la dama enlutada, y la
encaminó con un page á su cámara. Retiróse el rey, y con su marcha
desaparecieron en pocos momentos los mas de los cortesanos.—No ha
sido del todo feliz el dia, dijo Abenzarsal á don Enrique, que se
retiraba con su escudero; pero no importa, son nuestros: haced por
dirigir á la noche á Hernan Perez á mi cámara.—¿Habeis hecho algo?
preguntó don Enrique.—Espero hacer.—Dicho esto se separaron por no
dar sospechas. Don Enrique y su escudero se fueron, departieron
acerca de los muchos sucesos buenos y malos que habian pasado aquel
dia, y acerca de quién podia ser la dama, si bien muy pocas dudas les
quedaban, y ya se proponia salir de ellas al momento el escudero.
Entre tanto rodeaban á Macías varios caballeros, quién á darle la
bien venida, quién á preguntarle nuevas de Calatrava. Entre los
muchos que se le acercaban, tocóle uno en el hombro con misteriosa
familiaridad.
—¡Ah! sois vos, padre mio, buen Abrahem, le dijo Macías con un
estremecimiento involuntario, y una nube de tristeza envolvió su
frente.—Bien venido á la _corte_.—¡Á la corte!—Sí: á Dios, jóven
osado.—Escuchad; esas palabras... me dijísteis, es verdad...
¡_corte_, _corte_ funesta! Á Dios.—¿No podeis esplicaros?—Ahora
imposible: si quereis verme, al anochecer os esperaré en mi
cámara.—¿Cierto, Abrahem? Esperadme.—Á Dios.—Á Dios.
Siguió el astrólogo con su aparente prisa la direccion de su
cámara, y Macías, distraido, revolviendo mil confusas ideas en su
imaginacion, quedó entre sus curiosos amigos, á quienes ni contestaba
ya acorde, ni podia apenas atender. ¡Tal era la impresion que la
palabra _corte_, pronunciada por el físico, habia hecho en su
imaginacion!—Macías ha perdido la cabeza, iban diciendo sus amigos
al despedirse de él: ese maldito hechicero, en cuyas comisiones ha
andado, le ha turbado el juicio. ¡Habeis visto qué desconcierto! ¡qué
distraccion! ó está enamorado, ó ha perdido el seso.
[Ilustración]


CAPITULO XVIII.
Melisendra está en Sunsueña,
vos en París descuidado,
vos ausente, ella muger.
Harto os he dicho; miraldo.
_Rom. de Gaiferos._

En cuanto habia llegado á su habitacion don Enrique de Villena, se
habia despedido de él el escudero, ansioso de saber definitivamente
si era su esposa la que por obsequio á la memoria de la condesa se
habia presentado con tanta osadía en la corte del rey de Castilla.
Pesábale en gran manera que hubiese cabido en la imaginacion de su
consorte tan heróica determinacion, pero lo que con mas cuidado le
traía, era la circunstancia de haber llegado tan á punto el doncel
para tomar sobre sí su demanda, y la esclamacion de la tapada al
oir la voz de su defensor, circunstancias entrambas que ligaba mal
que bien con el músico de la noche anterior á la desaparicion de la
condesa. Podia ser casual esta coincidencia; podian muy bien, su
consorte por amistad á doña María de Albornoz, y Macías por amor á
esa misma, ó por cortesanía de caballero ocioso, encontrarse en el
mismo camino. Esta reflexion sin embargo, no bastaba á declarar sus
dudas, y pensó en el partido que deberia tomar si no encontraba á
Elvira en su cuarto.
Sucedióle sin embargo lo que no pensaba. Llamó el escudero á su
habitacion, y la primera persona con quien dió fue con el listo page,
el cual con aire sumamente alegre,
—Buenos dias, le dijo, señor Hernan Perez; bien haceis en venir,
porque desde que la señora condesa ha desaparecido no hay medio de
alegrar á mi prima. Venid, venid á consolarla; mis esfuerzos todos
son inútiles.
—¡Vuestra prima, señor page! dijo con asombro y gravedad el escudero.
¿Supongo que no os quereis burlar de mí?
—¿Yo burlarme, señor escudero: pésia mi alma? Para burlas estamos por
cierto, y no se cesa de llorar hoy en esta habitacion. Entrad vos
mismo y lo vereis.
Abrió Hernan Perez la mampara inmediata, y quedóse como de piedra
cuando contra todas sus esperanzas vió levantarse al presentarse él
á Elvira, que con afectuosas palabras
—Esposo, le dijo, cuán mal lo haceis conmigo; vos teneis secretos
para mí, vos pasais los dias enteros lejos de mí: hoy, sobre todo,
me habeis dejado sola, y sabeis que no tenia ya la compañía de la
condesa...
—Perdonad, Elvira, si... yo... ya sabeis que... Pero nunca pudo decir
mas el asombrado escudero. Su esposa estaba vestida de negro, sí,
pero su ropa no manifestaba haber salido aquella mañana; por otra
parte la dama enlutada habia quedado en palacio.
—¿Qué teneis? ¿Traeis alguna mala nueva?
—Sí por cierto, contestó mas repuesto Hernan Perez: os traigo la de
que me he vuelto loco.
—Muy cuerdo lo decís.
—Jurára que os habia visto en otra parte...
—Puede...
—¿Cómo? ¿puede...?
—Tantas veces me habeis dicho que no me separo un punto de vuestra
imaginacion, que me veis en todas partes tal cual soy... que... ¿no
es cierto?
—Sí, replicó mordiéndose los labios el desairado esposo. Pero esta
mañana no os creí yo ver de ese modo. En fin, parece que estais
aqui...
—¿Os estorbo, Vadillo? habladme con el corazon en la mano... ¿Quereis
que salga efectivamente...?
—No, no es eso; es, es que me he vuelto loco, ya lo he dicho.
—Lindo humor traeis, esposo. Si hubiérais perdido una amiga, si os
persiguiese una voz que os gritase continuamente en vuestro pecho:
_un crímen se ha cometido, y el criminal está impune_...
—¿Qué decís? ¿oís vos esa voz?
—Os digo que no puedo desechar de mi imaginacion que esa pobre
condesa ha sido malamente muerta, y que una persona...
—¡Silencio! gritó con terror Vadillo.
—¡Silencio! ¿por qué? Esta noche lo he soñado.
—¿Qué habeis soñado?
—Tonterías; pero cuando está una afligida y prevenida por una idea...
no sé qué efecto...
—Contad.
—Nada: soñé que habia estado en la corte no sé por qué accidente, y
que una dueña enlutada se habia aparecido á pedir justicia...
—Proseguid, dijo temblando Vadillo.
—Sus facciones eran las de la condesa, su voz la misma: arrojéme á
abrazarla y...
—¿Vos?
—Yo, y me rechazó: “Aparta, dijo; estoy manchada de sangre: ¿no
la ves correr aun?” Un chorro entonces pareció salpicarme toda y
temblé... Pero ¡Dios mio! vos temblais tambien.
—No.
—Sí.
—Bien; sí... Estoy mortal, añadió para sí levantándose Vadillo: si
habrá muerto efectivamente la condesa: ¿seria capaz conde...? ¡Que
horror! Por otra parte conociéndome, si lo hubiera hecho, me lo
hubiera ocultado... yo le afeé... ¡Dios mio! ¡Dios mio! ¿Yo he sido
cómplice de un asesinato? La dueña enlutada no podia ser sino la
sombra misma de la condesa. ¡Jesus! ¡Jesus! ¡Vírgen Santísima! gritó
Vadillo fuera de sí.
—Esposo, ¿qué es eso? ¿Sabeis que empiezo á temer que sea cierta la
pérdida de vuestra razon...? Contadme por Dios...
—Nada; imposible: en dos palabras: ¿vos no habeis salido?
—¡Qué pregunta!
—¿No saldreis?
—¡Qué aire!
—A Dios, Elvira, á Dios. No me espereis hasta la noche. Asuntos de
importancia me llaman al lado de don Enrique...
—¿Os vais? ¿Para eso habeis venido? Mirad...
—Bien sé que me quereis, que me sois fiel; soy un loco... pero...
la condesa... ya sabeis... ahora dejadme por Dios, dejadme, vuestra
presencia me hace mal.
Separóse al decir esto casi por fuerza de los brazos de su esposa, la
cual quedó sollozando en un sillon con el page al lado.
—Esto es mejor, dijo el page. ¿Llorais de veras?
—Jaime, sí. Hace una tantas cosas contra su voluntad; las
consideraciones del mundo...
—¿Cómo? ¿Lo decís porque teneis que agasajar y poner buen semblante á
vuestro esposo?
—¿Qué dices, Jaime? preguntó lanzando un suspiro Elvira: ¿quién te ha
dicho eso? es mentira, mentira. Yo amo á mi esposo; ni pudiera amar
sino á él; ¡es tan bueno!
—Pues entonces, dijo el page, no os entiendo: yo por mí, si no os
viera llorar, ahora me reiria, soltaria la carcajada.
—¿Por qué? ¿Por que una circunstancia desgraciada le ha puesto en el
caso bien triste de no poder distinguir la verdad del engaño? ¿Por
que una muger tenga mil veces que parecer artificiosa con su esposo,
se habrá de deducir que éste es risible? Ah, Jaime, en todo engaño
ten lástima siempre al engañador, que en realidad ese es el mas
risible, y ese es acaso realmente el engañado.
Despues de esta pequeña reprimenda no osó hablar el pagecillo.
—Mira, Jaime, si va lejos ya Hernan Perez.
—Tan lejos que no le alcanzaria el mismo Hernando, que no hay corza
que no alcance.
—Vamos, pues, page; no hay tiempo que perder: ya tienes tus
instrucciones. Prudencia y silencio... Como la muerte, ¿estás?
—Como la muerte, respondió el page. Dichas estas palabras, Elvira y
el page pasaron á otra pieza, donde no nos es lícito penetrar con
ellos.
Hernan Perez entre tanto recorria con mas terror que zelos las
inmensas galerías del alcázar: cada pisada suya le parecia las de la
condesa. Hay muchos hombres valientes, temerarios contra un millar de
enemigos armados en un dia de batalla, y que perecen de terror ante
la idea de un muerto y el recuerdo de una fantasma; que treparian los
primeros á la brecha, y no subirian nunca solos una escalera oscura.
En aquel momento Hernan Perez era de estos: el menor ruido que
hubiera oido realmente, la menor sombra que se hubiera puesto delante
de sus ojos, le hubiera derribado por tierra sin sentido. Tal traía
él la imaginacion llena de ideas de muertes y apariciones, de sombras
y emplazamientos. Llegó por fin á la cámara de don Enrique. Abrióla
de golpe, y precipitóse dentro con los cabellos erizados y los ojos
casi fuera del cráneo.
—¿Qué traeis, Vadillo? dijo levantándose don Enrique al ver el
desorden de su escudero.
—Es su sombra, señor, es su sombra, repuso Vadillo mirando atras
todavia, y procurando componer su semblante.
—¿Qué sombra? replicó don Enrique. Será la que hace vuestro cuerpo
al pasar por delante de la lámpara de la galería.
—No es eso, señor, no es eso.
—¿Qué es, pues? esplicaos.
—Mi esposa...
—¿Vuestra esposa es sombra? ¿Qué decís?
Temblaba ya Ferrus de pies á cabeza con la esplicacion del escudero,
y no sabia don Enrique qué creer de semejante asombro.
—Digo, señor, concluyó Vadillo reponiéndose, que la dueña enlutada no
es mi esposa, porque mi esposa está en su habitacion, y mi esposa no
ha salido ni saldrá...
—¿Estais seguro?
—Como estoy vivo.
—¿Quién puede entonces...?
—No puede ser, dijo Ferrus, sino...
—La sombra de la condesa, concluyó Vadillo.
—¿La sombra de la condesa? ¡Esa es buena! esclamó soltando una
estrepitosa carcajada don Enrique de Villena.
—¿Te ries, señor?
—¿No he de reirme si habeis perdido entrambos la cabeza?
—Ah, señor, repuso Vadillo, veo que si yo contara un sueño... En fin,
quiero que me hayais referido de la condesa la pura verdad. ¿Estais
seguro de que el encargado de...?
—Delirais, Vadillo, delirais. Verdad es que ahora pierdo yo el hilo
de mis observaciones, y no sé... Puesto que decís que estais seguro
de haber visto á vuestra esposa, confieso que no entiendo... De todos
modos es necesario que vayais á buscar al astrólogo: os aguarda para
darme una razon que espero con ansia. ¿Os atreveríais, ya que vais,
Vadillo, á averiguar quién sea la tapada? ¿Tendríais resolucion...?
—Manda, señor, á tu escudero.
—Bien, pues yo confio á vuestro talento esa intriga: si el
nigromántico lo sabe, os lo dirá; sino ved de tocar siquiera
esa sombra, que como la toqueis, y como ella ofrezca cuerpo y
resistencia, añadió riéndose don Enrique, podeis estar seguro, no
quiero yo decir de que sea vuestra esposa, pero á lo menos, sí de que
es persona; y á ser hombre como parece muger...
—Entonces, señor, yo os prometo que mi espada hiciera pronto la
esperiencia. Perdona si el sobrecogimiento de una escena que he
tenido tan rara, tan estraordinaria, me ha hecho parecer á tus ojos,
señor...
—Vadillo, os he visto pelear; sé que teneis valor. Conozco por
otra parte á los hombres: son débiles y miserables en todo. Una
preocupacion es mas fuerte que cien ballesteros.
Iba á despedirse el escudero para la cámara del astrólogo; donde
le esperaban acontecimientos mas estraordinarios cien veces que
los pasados; pero don Enrique le detuvo para dar lugar, lo uno á
las intrigas que debia preparar el nigromante, y lo otro porque
entonces que en realidad le engañaba, una voz interior le gritaba que
debia tratarle con mas amistad y consideracion que nunca. No debia
faltarles tampoco que hablar desde que don Enrique era maestre, desde
que iba á ser Hernan Perez caballero, y desde que el singular duelo
de la mañana habia venido á complicar tan estraordinariamente los
negocios y los intereses de los principales personages de nuestra
verídica historia.
[Ilustración]


CAPITULO XIX.
Y despues de haber propuesto
su intento y sus pretensiones
á los de guerra y estado
que atento le escuchan y oyen,
en confuso conferir
se oye un susurro discorde,
que sala y palacio asorda
la diversidad de voces.
_Rom. de Bernardo del Carpio._

Cosa indudable es que don Enrique de Villena, una vez adoptadas
sus ambiciosas ideas de elevacion, no perdonaba medio alguno de
llevarlas á cabo, ni daba un punto reposo á su imaginacion, buscando
trazas para asegurarlas. El alto puesto que anhelaba era sin embargo
bastante apetecible para que se le ofreciesen naturalmente en el
camino de sus intrigas temibles maquinaciones de sus enemigos y
poderosos contendedores. No habrá olvidado el lector tan pronto,
si es que ha llegado á tomar alguna aficion á los sucesos que le
vamos con desaliñada pluma enarrando, aquel don Luis de Guzman,
que paseaba el salon de la corte en la mañana de este mismo dia
hablando con el famoso coronista Pero Lopez de Ayala. Si no ha
olvidado á aquel caballero, y si recuerda el diálogo en que se le
presentamos por primera vez, tendrá presente tambien que el coronista
le habia designado como sucesor probable de su tio don Gonzalo de
Guzman, último maestre de Calatrava. Llamábanle efectivamente á
este alto puesto, en primer lugar su parentesco con el difunto, su
vida egemplar é irreprensible conducta, el título de comendador de
la orden, y la confianza que inspiraba á los mas de los caballeros.
Era generalmente querido, y en realidad mas digno del maestrazgo
que don Enrique de Villena, en aquella época, sobre todo, en que el
valor solia suplir todas las demas calidades: teníale don Luis en
alto grado, y habia dado de él repetidísimas y brillantes pruebas
en las guerras de Portugal y de Granada, al paso que de don Enrique
se podia sospechar fundadamente que no era su virtud favorita,
pues nadie recordaba haberlo visto jamas en ningun trance de
armas. Habia probado ademas don Luis que conocia los deberes todos
de buen caballero en las diversas justas y torneos en que habia
sido mantenedor ó aventurero; sabia manejar en todas ocasiones con
singular gracia un caballo, rompia una lanza con bizarría, acometia
con denuedo en la carrera, corria parejas con estrema donosura, cogia
sortijas con destreza, y disparaba cañas con notable inteligencia.
Don Enrique, por el contrario, empleaba todo su fuego en semejantes
circunstancias en hacer una trova muy pulida y altisonante, en que
cantaba las hazañas agenas, á falta de las propias. Pero era el
mal que en la corte de don Enrique no habian obtenido todavia las
trovas aquel grado de estima que en reinados posteriores llegaron á
alcanzar; cosa en verdad que no dejaba de ser justa, si se atiende á
que las trovas servian solo para matar el fastidio momentáneamente
en un banquete de damas y cortesanos, al paso que una lanza bien
manejada derribaba á un enemigo; y en aquellos tiempos belicosos eran
mas de temer los enemigos que el fastidio.
Las intrigas de don Enrique habian impedido que este mancebo generoso
supiese á debido tiempo la infausta nueva de la muerte de su tio. La
primera noticia que de ella tuvo fue la que en pública corte recibió,
y en el primer momento la sorpresa de no haber sido de ella avisado,
circunstancia que no acertaba á esplicarse á sí mismo facilmente, y
el dolor le embargaron toda facultad de pensar y abrazar un partido
prontamente. Sacóle empero de su letargo la eleccion que hizo el rey
de su pariente para succeder en el maestrazgo, é indignóle aun mas
que semejante nombramiento la bajeza con que se adelantaron varios
caballeros de su orden á proclamar casi tumultuosamente al conde. Mal
podia sin embargo en aquella circunstancia manifestar su agravio,
ni menos oponerse á la dicha de su competidor. Aunque lo hubiera
intentado, hubiérale sido muy dificil pronunciar una sola palabra,
porque debemos añadir á lo que de su carácter llevamos manifestado,
que tenia tanto don Luis de cortesano, como don Enrique de valiente.
Todos sus conocimientos estaban reducidos á los de un caballero de
aquellos tiempos: habíanle enseñado en verdad á leer y escribir,
merced á la clase elevada á que pertenecia; pero cuando no tenia
olvidado él mismo que poseía tan peregrinas habilidades, que era la
mayor parte del tiempo, no comprendia por qué se habrian empeñado
sus padres en hacerle perder algunos años en aquellos profundísimos
estudios, que no le podian ayudar, decia, á rescatar una espuela ni
el guante de su dama en un paso honroso. ¿Qué cota por débil que
fuera, que almete por mal templado habia cedido nunca á la lectura
de un pergamino por bien dictado que estuviese, ó al rimado de una
trova por armoniosa que sonase? Despreciaba asimismo las galas del
decir, y el elegante artificio de la oratoria, porque solia repetir
que él llevaba la persuasion en la punta de su lanza, y efectivamente
habia convencido con ella á mas moros que los misioneros que iban
continuamente á Granada; éstos no solian sacar otro fruto de su
peregrinacion cristiana que la palma del martirio, la cual podia ser
muy santa y buena para su alma; pero no daba un solo súbdito á la
corona de Castilla, sino antes se lo quitaba. Bien se ve por este
ligero bosquejo que era don Luis hombre positivo, y que no hubiera
hecho mal papel en el siglo XIX. En esta candorosa ignorancia, y en
la fuerza de su brazo, consistia su popularidad, porque entonces como
ahora se pagaba y paga la multitud de las cualidades que le son mas
análogas, y que le es mas facil tener: en ellas tomaba su orígen el
carácter impetuoso y poco ó nada flexible de don Luis; cuando oyó la
eleccion que habia hecho el rey Doliente, miró á una y otra parte
todo asombrado, como si no pudiese ser cierta una cosa que no le
agradaba, enrojecióse su rostro, cerró los puños con notable cólera é
indignacion, miró en seguida al rey, miró al conde de Cangas, miró á
los caballeros calatravos que le proclamaban, encogióse de hombros, y
sin proferir una sola palabra salióse determinadamente de la corte,
accion que en otras circunstancias menos interesantes hubiera llamado
estraordinariamente la atencion de los circunstantes. Nadie sin
embargo la notó, y el ofendido caballero pudo entregarse libremente
al desahogo de su mal reprimida indignacion. Hubiera él dado su mejor
arnés y su mejor caballo por haber sabido el golpe que le esperaba en
el momento aquel en que la acusadora de su rival habia apostrofado
á los caballeros presentes en favor de su demanda. No hubiera sido
Macías entonces el que se hubiera llevado el honor de salir por la
belleza; porque es de advertir que la acusacion, que, como á todos,
le habia parecido inverosímil en el instante de oirla, comenzó á
tomar en su fantasía todos los visos no solo de verosímil, sino de
probable, y hasta de cierta desde el punto en que se vió suplantado
por el que era objeto de la querella. Es evidente, dijo para sí,
que don Enrique es un fementido: mientras mas lo pienso, mas me
convenzo de su iniquidad. ¡Felonía! ¡matar á una muger!!! Desde que
hizo este raciocinio hasta el dia de su muerte, don Luis de Guzman
no pudo admitir jamas suposicion alguna que no fuese en apoyo de
esta opinion: era evidente para él que don Enrique habia matado á su
esposa, y aunque la hubiera vuelto á ver de nuevo buena y sana, cosa
que no sabremos decir si era facil ya que sucediese, hubiera dudado
primero de sus propios ojos que del delito de don Enrique. Asi juzgan
los hombres, y los hombres exaltados sobre todo.
Llegado don Luis á su casa, llamó á su escudero, y le dió el encargo
de convocar á los caballeros de Calatrava en quien mas confianza
tenia, y que no habian asistido á la corte de aquel dia. Mientras que
el escudero partió á desempeñar su delicada comision, quedó don Luis
paseando á lo largo su habitacion, y maquinando cómo podria asir la
dignidad que acababa de deslizársele entre las manos.
De alli á poco comenzaron á ir llegando los caballeros de Calatrava,
llamados unos, de su propia voluntad otros, al saber la escandalosa
novedad que en la orden ocurria. Varios entre ellos tenian el
mismo motivo de agravio que don Luis, es decir, que no podian
alegar mas causa de su enemistad á don Enrique que el haber éste
conseguido lo que ellos para sí deseaban: estos tales se hubieran
reunido igualmente con Villena contra don Luis si hubiera sido éste
el afortunado. El amor propio ofendido y el deseo de derribar al
poseedor eran su único objeto al reunirse, cosa que sucede comunmente
en los mas de los conspiradores y descontentos. No sucedió, pues, en
esta ocasion sino lo que suele siempre suceder en casos semejantes;
pero habia una circunstancia favorable para ellos esta vez: á saber;
que Villena prestaba mucho campo á la oposicion, de suerte que en
realidad no eran sus enemigos los que tenian ventaja, sino él el
desventajado.
No tardaron mucho tiempo en hallarse reunidos en la casa posada de
don Luis Guzman mas de veinte entre caballeros y comendadores de
Calatrava. Seguia paseándose en silencio el desairado candidato,
y solamente una seca inclinacion de cabeza, y un ademan mas seco
todavia, con que hacia seña de ofrecer asiento, marcaban de cuando
en cuando la entrada de un nuevo concurrente. Al ver tan distraido y
preocupado al dueño de la casa, sentábase cada cual, y esperaba con
humilde resignacion á que tuviese por conveniente romper tan incómodo
silencio: lo mas á que se estendia el atrevimiento en tan solemne
reunion, era á preguntar en voz imperceptible alguno á su compañero
y adlátere el objeto de aquella misteriosa asamblea. Luego que le
pareció á don Luis suficiente el número de sus oyentes, soltó la
rienda á su desnuda elocuencia con toda la seguridad de un hombre que
está muy lejos de imaginar que puedan reprochársele las frases que
usa, ó vituperársele los vocablos que para espresar sus ideas adopta.
—¡Por Santiago, caballeros de Calatrava! esclamó: que hoy luce un dia
bien triste para nuestra orden. Dia de oprobio, dia que no saldrá
facilmente de vuestra memoria. Un rey débil, un rey enfermo, un rey
en cuya mano estaria mejor la rueca de una dueña que la lanza de
un caballero, osa atropellar vuestros fueros y privilegios, y ¡voto
va! que no luce bien la cruz roja en un pecho dispuesto á sufrir
humillaciones. ¿Sabeis lo que es honor, caballeros de Calatrava? se
interrumpió bruscamente á sí mismo el comendador, parándose de pronto
en su paseo, como hombre que ha perdido el hilo de un largo discurso
que trae mal estudiado, y que se decide por fin á reasumir en una
sola frase enérgica y terminante todos sus cargos y argumentaciones:
¿sabeis lo que es honor, caballeros de Calatrava?
A la primera enunciacion de este inesperado apóstrofe, dejóse
percibir sordo murmullo de desaprobacion en el auditorio, y
poniéndose en pie uno de sus principales oyentes,
—Duda es esa, señor don Luis de Guzman, que cada uno de los que
mirais aqui reunidos á vuestro llamamiento sabria desvanecer bien
presto, á no ser vos el que la anunciais. Ignoro los motivos que
podeis tener para haber llegado á darle entrada en vuestro corazon,
pero yo en mi nombre, y en el de todos los presentes, os ruego que
os sirvais esponernos brevemente la causa que á esta convocacion os
mueve, y á declarar qué habeis visto en los caballeros de la orden
que provoque tan alta indignacion. Espada tenemos todos, y en cuanto
al valor, no será esta la primera ocasion en que probemos que no
estamos acostumbrados á sufrir ultrajes impunemente.
—Nunca dudé, contestó don Luis con la satisfaccion de un hombre que
ve abundar á sus oyentes en sus mismas opiniones, nunca dudé de
vuestro valor. Como comendador mas antiguo, como pariente de nuestro
buen maestre, que acaba de fallecer en Calatrava, he creido tener
derecho á convocaros cuando se trata de los altos intereses de la
orden, y de evitar acaso su ruina.
—¿Su ruina? esclamaron á una todos los caballeros.
—Su ruina, sí, repitió Guzman, su ruina. Hoy ha llevado un golpe
que tarde ó nunca se reparará. Varios de vosotros lo habeis oido.
Escuchadlo los demas con espanto y con indignacion. No se espera ya
á que los caballeros de la orden, reunidos en su capítulo, pongan á
su cabeza, movidos de justas razones, al caballero mas perfecto, mas
esperimentado en las lides, mas prudente en los consejos. No: un rey
por sí y ante sí, atropellando nuestros mas sagrados derechos, eleva
á la dignidad que mil hechos heróicos, que una larga vida de virtudes
bastan apenas á merecer, ¿á quién? á un hombre cuyo penacho no sirvió
nunca de guia á los valientes en una batalla, á un hombre que nunca
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - El doncel de don Enrique el doliente, Tomo II (de 4) - 6
  • Parts
  • El doncel de don Enrique el doliente, Tomo II (de 4) - 1
    Total number of words is 4678
    Total number of unique words is 1566
    36.4 of words are in the 2000 most common words
    50.5 of words are in the 5000 most common words
    57.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El doncel de don Enrique el doliente, Tomo II (de 4) - 2
    Total number of words is 4682
    Total number of unique words is 1551
    38.2 of words are in the 2000 most common words
    51.4 of words are in the 5000 most common words
    57.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El doncel de don Enrique el doliente, Tomo II (de 4) - 3
    Total number of words is 4620
    Total number of unique words is 1643
    34.8 of words are in the 2000 most common words
    49.4 of words are in the 5000 most common words
    56.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El doncel de don Enrique el doliente, Tomo II (de 4) - 4
    Total number of words is 4706
    Total number of unique words is 1571
    37.6 of words are in the 2000 most common words
    50.6 of words are in the 5000 most common words
    57.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El doncel de don Enrique el doliente, Tomo II (de 4) - 5
    Total number of words is 4724
    Total number of unique words is 1515
    37.9 of words are in the 2000 most common words
    52.8 of words are in the 5000 most common words
    59.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El doncel de don Enrique el doliente, Tomo II (de 4) - 6
    Total number of words is 4650
    Total number of unique words is 1528
    36.9 of words are in the 2000 most common words
    52.4 of words are in the 5000 most common words
    59.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El doncel de don Enrique el doliente, Tomo II (de 4) - 7
    Total number of words is 785
    Total number of unique words is 399
    45.0 of words are in the 2000 most common words
    56.2 of words are in the 5000 most common words
    61.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.