El cuarto poder - 26

Total number of words is 4816
Total number of unique words is 1555
36.2 of words are in the 2000 most common words
50.0 of words are in the 5000 most common words
55.8 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
tránsito a la carretera al dejar la población. Toda su atención estaba
fija, concentrada en un punto. ¿Sería verdad, o no? Desgraciadamente,
sin saber él mismo por qué, la convicción de que su esposa le estaba
engañando, entraba en su alma y se enseñoreaba de ella. Cuando había
venido a Tejada a pie, hacía dos meses escasos, esta convicción no
quería entrar. Por mucho que hacía para convencerse de que la delación
del periódico era verdad, su mente y su corazón se negaban a darle
asenso. Ahora sucedía todo lo contrario. Se hacía infinitas reflexiones
para persuadirse a que la acusación de la encapuchada no era más que vil
expresión de la envidia y el despecho en algún enemigo oculto, y a pesar
de ellas no podía menos de darla fe.
Cuando el coche paró, no se dió cuenta del tiempo que hacía que
caminaba; lo mismo podía ser un día que un minuto. Salió de su sueño y
brincó del carruaje al suelo.
—Ahora vuélvete por la familia—le dijo a Ramón,—y no digas que me has
traído. No hay necesidad de asustarles.
Se dirigió lentamente hacia la puerta del parque, que estaba a unos
doscientos pasos, mientras el coche se alejaba en sentido contrario.
Cuando llegó, la tocó con mano trémula. Estaba abierta como la otra vez.
Sintió un frío extraño en el corazón que le obligó a detenerse. Entró al
fin con cautela, y quiso ver si estaba la llave por dentro para
cerrarla; pero no la halló. La noche no estaba clara ni obscura; el
cielo toldado. Llovía un agua menudísima, muy frecuente en el país, que
impregna al cabo la ropa como la gorda, y aun mejor. No hacía ruido
alguno al caer sobre los árboles y plantas del parque; pero aquéllos,
empapados ya, al ser heridos por una ráfaga de viento, dejaban escapar
multitud de gotas, un verdadero chubasco, que sonaba sobre los caminos
con suave y fugaz repiqueteo.
Gonzalo se acordó de que no traía arma alguna. Pero alzó los hombros con
desdén, con una confianza absoluta de que si llegara el caso no iba a
hacerle falta. Miró a todos lados a ver si descubría el caballo del
Duque y no lo vió. Lo que sí percibió fué la sombra de un hombre
deslizándose al través de los árboles. Corrió hacia ella, mas se
desvaneció al instante. Figurósele que era Pachín, el criado, y le
acometió la sospecha de que él era el traidor que abría la puerta al
Duque. Después de la noche aquella en que halló a su cuñada con éste,
se había dedicado a averiguar quién era el que dentro de casa le
protegía, sin lograr nada. En quien menos podía sospechar era en un
criado tan antiguo como Pachín.
Pensó entonces en que podía ir a avisar a los traidores, y tomó otra vez
la dirección de la casa a la carrera para ganarle por la mano. Subió de
nuevo por la parra al cuarto de su suegro. Esta vez, el balcón estaba
llegado nada más. De puntillas, pero velozmente, se dirigió al gabinete
presa por un movimiento automático, como si, habiendo encontrado allí al
Duque una vez, fuese de necesidad que estuviese siempre. Grande fué su
estupor al encontrarlo desierto y obscuro. Quedó un momento clavado al
suelo. Pero movido súbito por una idea, corrió al cuarto matrimonial,
donde Ventura dormía. Hallólo cerrado por dentro. Llamó con la mano.
—Ventura, Ventura.
—¿Quién está ahí?—gritó de adentro su esposa con voz extraña,
indefinible.
—Soy yo... abre, abre pronto.
—Estoy en la cama.
—No importa, abre pronto.
—Déjame vestirme.
—No; abre en seguida o rompo la puerta.
—Voy, voy allá.
El joven aguardó un instante. En vez de la puerta, creyó percibir que se
abría el balcón del cuarto.
—¡Abre, Ventura!—gritó con furor.
Y no recibiendo contestación, dió un golpe a la puerta con su poderosa
pierna de cíclope, e hizo saltar el pestillo con estrépito. El cuarto
estaba en tinieblas.
—¡Ventura, Ventura!—gritó.
Nadie contestó. Sacó con mano trémula una cerilla, y paseó una mirada de
loco por la habitación. Su esposa estaba en camisa acurrucada en un
rincón, pálida, desencajada. Gonzalo no detuvo los ojos en ella. Miró a
todas partes en busca de algo, y, percibiendo el balcón entreabierto, se
lanzó hacia él. Abrió. Vió correr entre los árboles una cosa blanca, el
bulto de un hombre en mangas de camisa. No se descolgó. Saltó de un
brinco al jardín, y corrió hacia él como una saeta. Mas el hombre ya
llegaba a la puerta de hierro, la abría, desaparecía. Gonzalo le siguió
poco después, pero al echar una mirada en torno, le vió entre las
sombras, montado a caballo, lanzándose a la carrera en dirección a
Nieva. Comprendió en seguida que era inútil perseguirle. Animado, no
obstante, de una esperanza loca, volvió corriendo a las cuadras, sacó su
hermoso caballo de silla, y, poniéndole un freno, saltó sobre él en
pelo, y se lanzó igualmente a escape por la carretera de Nieva. No
llevaba espuelas ni látigo, mas el bravo animal obedeció a su voz, mejor
dicho, a sus rugidos, y tomó un escape violentísimo. Los ojos del
caballo veían el camino. El no percibía delante de sí más que un gran
agujero negro donde iba a sumirse. Los altos álamos que orlaban la
carretera, pasaban raudos a su lado como negros fantasmas.
—¡Up, up, up!
El noble bruto volaba como si le clavase el acicate. Así corrió por
espacio de media hora.
—Es imposible—se dijo.—Su caballo es aún mejor que el mío, y me
llevaba una delantera de dos tiros de fusil lo menos.
Mas cuando se iba haciendo esta reflexión, y vacilaba en tirar del freno
al caballo, pasó por delante de otro, que estaba a un lado de la
carretera, ensillado y sin jinete. Paró en firme al suyo con trabajo.
Dió la vuelta para ver lo que era aquello. Reconoció en seguido la jaca
inglesa del Duque.
—¡Oh—rugió,—ya eres mío!
Porque se imaginó en seguida que había caído. Apeóse y reconoció el
terreno, pero no dió con el jinete. Encendió cerillas, y nada, no
encontró rastro del Duque.—«Puede ser que oyendo el galope de mi
caballo, y temiendo que le alcanzase, se haya escondido por aquí
cerca»—se dijo. Saltó a los prados, reconoció todo lo escrupulosamente
que pudo a la luz de las cerillas los alrededores, miró detrás de los
setos, escudriñó la maleza, siguió un buen trecho la orilla de un arroyo
que había a la izquierda. Pero se agotó la caja de fósforos antes que
pudiese topar con su enemigo. Dió la vuelta desesperado, bramando de
rabia.
Si efectivamente el duque de Tornos andaba por allí escondido, ¡qué buen
rato debió de haber pasado!


XIX
EN QUE DA FIN LA PRESENTE HISTORIA CON ALGUNOS NOTABLES, CUANTO TRISTES
SUCESOS

Ventura, así que vió desaparecer a su esposo por el balcón, se vistió
apresuradamente. Salió del cuarto en busca de algún criado. Justamente
llegaba Pachín, con una luz en la mano, con la faz descompuesta.
—El señorito va corriendo detrás del señor Duque por la huerta—dijo,
con voz apenas perceptible.
—¿Lo alcanzará?—preguntó la infiel esposa, muy pálida, aunque repuesta
ya bastante del susto.
—No lo creo. El señor Duque tiene el caballo amarrado al lagar de
Antón. Lleva delantera para poder montar, y entonces imposible seguirle.
—¿Dónde me escondo yo? Si vuelve, me mata.
—Lo mejor sería salir de casa, señorita... Venga conmigo.
La joven le siguió al través de los pasillos. Bajaron la escalera de
servicio, y salieron por la puerta de la cocina. Pachín quería llevarla
a casa del párroco, que la tenía no muy lejos de la posesión. Cuando
salieron al jardín, vieron venir corriendo a Gonzalo hacia la casa. Sólo
tuvieron el tiempo preciso para esconderse detrás de la washingtonia
próxima al comedor. Desde allí le vieron entrar en la cuadra, sacar el
caballo y partir a escape. Ventura creyó morir de miedo.
—No, no, yo no quiero ir a casa del cura. Puede volver pronto, y el
cura no puede defenderme de él... Es un pobre viejo... Quiero ir a
Sarrió.
—¿Pero, señorita, a Sarrió a estas horas y lloviendo?
—¿No hay ningún carruaje?
—Hay la berlina; pero faltan los caballos... Aguarde usted un poco, voy
a ponerle las varas, y engancharemos la jaca del señorito Pablo... No
respondo de que tire.
—¡De prisa, de prisa!
Todo lo más que pudo, Pachín hizo lo que decía. Ventura se metió en el
coche, y partieron. Aunque al principio la jaca se rebeló un poco,
puesta ya en la carretera, con la querencia de la cuadra de Sarrió,
donde estaba generalmente, anduvo bastante bien. La joven ordenó al
criado que la llevara a casa de don Rudesindo, con cuya señora mantenía
bastante relación. Allí se refugió, y estuvo hasta que su padre, dos o
tres días después del suceso, la llevó a Madrid. De allí a Ocaña, en uno
de cuyos conventos la encerró, por acuerdo de él y Gonzalo. El gran
patricio no tenía gran apego, como sabemos, a las religiones positivas;
pero «mientras la sociedad no dispusiera de otros medios coercitivos
para ciertas transgresiones de la moral, forzoso era acudir en demanda
de ellos a las antiguas instituciones sociales, siquiera fuesen tan
viciadas y deficientes como éstas».
Volvamos ahora a Gonzalo. Pasó todo el día cerrado en Tejada, en un
estado de agitación próximo a la demencia. La única persona que se
atrevió a entrar en su cuarto fué don Rosendo. Aunque adornado con
perífrasis y redundancias periodísticas que acreditaban su temperamento
de escritor, supo hablarle un lenguaje digno y generoso. Se ponía
incondicionalmente de parte de él, y maldecía a su hija «cuya conducta
incalificable, barrenando _(últimamente le había cogido mucha afición
don Rosendo al verbo barrenar)_, al mismo tiempo, la moral, el derecho y
las prácticas sociales, la ponía fuera de toda protección legal y
familiar». El fué quien propuso encerrarla provisionalmente en un
convento. El pobre Gonzalo, abatido, convulso, no le contestó una
palabra. Escuchábale paseando por la habitación en sentido diagonal, las
manos en los bolsillos, la mirada húmeda y siniestra. Tan sólo levantó
la cabeza para decir con firmeza:
—Llévesela usted donde quiera... ¡Pero que no vea a mis hijas! No
quiero que sus labios las toquen.
Al obscurecer entró un criado a avisarle que dos señores que habían
llegado en una carretela, deseaban hablarle con urgencia. En seguida le
cruzó por el pensamiento lo que aquello significaba, y se apresuró a
contestar:
—Que entren.
Entraron dos caballeros de Nieva. El uno era el marqués de Soldevilla,
hombre de media edad, enteramente rasurado, color erisipeloso y dientes
amarillos, que hablaba muy alto para aparecer campechano: el otro, un
coronel retirado, llamado Galarza, viejo, canoso, y hombre de pocas
palabras y amigos. Venían de parte del Duque a arreglar un asunto grave,
que había acaecido la noche pasada, en el terreno del honor. El duque de
Tornos no quería dejar al señor de las Cuevas sin la reparación que le
debía. Huir en aquella ocasión, no entraba en sus costumbres y carácter,
ni era digno de su jerarquía social. Pero al mismo tiempo, en interés de
Gonzalo y de él mismo, exigía que todo se llevase a cabo con el mayor
secreto posible.
Gonzalo dejó hablar al Marqués, que fué prolijo hasta la impertinencia,
sin pestañear, afectando una tranquilidad que no sentía.
—Está bien—dijo cuando terminó.—Acepto, desde luego, el desafío.
Estoy pronto a realizarlo como y cuando ustedes gusten... Un poco
original es—añadió, al cabo, con risita nerviosa, que disfrazaba mal la
cólera que le dominaba.—Un poco original es que sea el señor Duque
quien desafía, siendo yo el ofendido. Ese acto, a la verdad, más que en
la caballerosidad parece inspirado en el miedo.
—Señor de Cuevas—interrumpió agriamente el ex coronel,—nosotros no
podemos consentir que en nuestra presencia se permita usted esas
apreciaciones.
Gonzalo le miró con ojos distraídos, como si no hubiese oído, y siguió
diciendo:
—En realidad, yo podía y hasta debía rechazar este desafío, porque no
es costumbre que los hombres decentes se batan con los granujas, aunque
éstos lleven un título del reino.
—Señor de Cuevas—profirió Galarza montando en cólera,—esto es
insufrible. Yo no tolero que usted hable de ese modo.
—El duque de Tornos es un granuja, ¿sabe usted?—respondió mirándole
fija y provocativamente a los ojos.
La verdad es que hubiera sido gran temeridad meterse con Gonzalo en
aquel instante. Galarza se puso pálido, y dijo levantándose:
—Está usted en su casa. Yo me retiro.
—¿Quiere usted que vaya a decírselo fuera?—exclamó impetuosamente,
levantándose también.
—Señores—gritó con voz cascada el Marqués,—un poco de sosiego.
Galarza, no tiene usted derecho a irritarse. El género de ofensa que
nuestro apadrinado ha hecho al señor (y siento tener que referirme a
ella), le disculpa para extralimitarse en la apreciación de su carácter.
Creo que en el momento que acepta el duelo, hace bastante y atenúa por
completo el sentido de sus palabras, hijas de la irritación natural en
que se encuentra...
Gonzalo estuvo por dejar caer la mesa, que tenía delante, sobre el necio
conciliador. Permaneció inmóvil y silencioso, no obstante, porque
deseaba ya ardientemente verse frente a frente con el Duque. El ex
coronel volvió a sentarse a ruegos de su compañero. Por temor a su
temperamento irritable o por vengarse, no volvió a pronunciar palabra.
Gonzalo manifestó que nombraría a dos amigos para que se entendieran con
ellos, los cuales irían al día siguiente por la mañana a Nieva. Por lo
tanto podían volverse desde luego a este pueblo, a no ser que le
hiciesen el honor de ser sus huéspedes aquella noche...
Los amigos del Duque dieron las gracias: se dispusieron a marcharse.
Cuando ya estaban en pie les dijo Gonzalo dirigiéndose, por supuesto,
solamente al Marqués.
—Deseo que tanto las conferencias que celebren ustedes con motivo de
este lance, como el lance mismo, se realicen en Nieva... Porque—añadió
con acento, mitad sarcástico, mitad enternecido,—por más que a ustedes
les parezca raro, todavía hay en esta casa personas que me aman.
Los padrinos prometieron complacerle, y se retiraron dando la vuelta a
Nieva.
Cecilia los vió partir y se puso a rondar el cuarto de su cuñado sin
atreverse a entrar. Este, al salir en busca de Pablito, se la tropezó en
el pasillo, que estaba medio a obscuras. La joven le cogió
repentinamente la mano, se la apretó con fuerza, y clavándole una mirada
anhelante, le dijo:
—No te batas, Gonzalo.
El tuvo fuerzas para disimular, exclamando con desprecio:
—¡Me había de batir yo con ese canalla! ¡Nunca!... Le mataré donde le
encuentre...
Creyó en sus palabras; pero volvió a decirle con voz conmovida:
—Hazlo por tus inocentes hijas.
—Por mis hijas... y por ti—respondió acariciándole afectuosamente el
rostro con la mano. Y se apresuró a alejarse, porque la emoción le
ahogaba.
Cuando halló a Pablo, le dijo reservadamente:
—Contigo puedo hablar con franqueza. Eres un hombre y sabes bien que
hay en la vida cosas inevitables. Acaban de irse los padrinos del Duque,
y acabo de engañar a Cecilia prometiéndole no batirme. Como tú
comprendes, eso es imposible...
—¿Por qué?... No: tú no debes batirte... ¡Yo soy, yo, el que ha de
matar a ese miserable!—exclamó fogosamente el hermoso mancebo.
—Gracias, Pablo, gracias—respondió Gonzalo gravemente con voz
temblorosa, apretándole la mano con efusión.—Eso no puede ser. Medita
un poco sobre el asunto, y verás que te engañan tus buenos deseos y el
cariño que me tienes.
Costó mucho trabajo convencerle, sin embargo. A todo trance había de ser
él quien desafiara al Duque primero, y ponía en prensa su no muy repleto
cerebro, para buscar argumentos que lo hiciesen natural y lógico. Sólo
después de larga discusión y quedando en que, si Gonzalo sucumbía o
salía herido, él retaría al Duque, se dejó persuadir de malísima gana.
Había en aquella adhesión y cariño que toda la familia le mostraba, en
lo franca y resueltamente que se ponían de su parte y rechazaban con
horror a la extraviada hija y hermana, algo que a Gonzalo le conmovía y
le sofocaba a un mismo tiempo. Este proceder tan digno, le obligaba a él
a usar de generosidad, no mentando en la conversación el nombre de la
infiel, que en sus labios sólo podía ir acompañado de un epíteto
injurioso. Pablito no se los escatimaba. Pero él comprendía muy bien que
no debía seguirle.
—Mira, mañana a primera hora, te vas a Sarrió y llevas unas cartas que
yo te daré, a Alvaro y don Rudesindo. Que se pongan inmediatamente en
camino para Nieva... procurando no asomarse a las ventanillas cuando
pasen por aquí. Que arreglen el asunto lo más pronto posible y envíen el
aviso del día y la hora a Sarrió. Tú lo recibes allí y me lo traes
inmediatamente... Después ya me arreglaré para salir de aquí sin que tu
padre y Cecilia lo adviertan.
Cumplió su cometido Pablo, saliendo al amanecer para Sarrió a caballo.
Cumplieron el suyo también, Peña y don Rudesindo, trasladándose a Nieva
acto continuo. Gonzalo vió pasar el coche que los transportaba, desde el
balcón de su cuarto.
El escándalo en Sarrió había sido terrible como debe suponerse. No se
hablaba de otra cosa. Los amigos de Belinchón andaban mustios. No
faltaban entre ellos, sin embargo, quienes creían que le estaba bien
empleado a don Rosendo, por haber criado con tal mimo a su hija menor, y
haberla consentido tomar aquellas ínfulas y aires de princesa. Los
enemigos se bañaban en agua de rosas, y procuraban aumentar con mil
trazas el escándalo. Las pocas personas imparciales que había en la
villa, se limitaban a compadecer al pobre Gonzalo, y a censurar el
proceder repugnante de la ingeniosa señora de Marín (pues ya se sabía
que era ella la que prendiera fuego a la mecha). Muchos curiosos pasaban
por delante de la casa de don Rudesindo mirando con atención a los
balcones, preguntando a los criados que salían, husmeando, en fin, lo
que dentro pasaba. Se decía que Ventura estaba muy tranquila, y poco
arrepentida de su conducta, que había comido como si tal cosa, y que
había charlado y reído toda la tarde, con la esposa del fabricante de
sidra.
A la atención ávida de los curiosos, tampoco pudo ocultarse la marcha de
éste para Nieva en compañía de Peña. En seguida se sospechó el objeto.
Corrió por la villa como una chispa, la noticia de que Gonzalo se estaba
batiendo con el Duque, no se sabía dónde.
Don Melchor de las Cuevas vivía solo con un criado y una criada. La
noche del baile se había retirado a su casa, pasando antes por la de
Belinchón. Allí le dijeron que el señorito Gonzalo se había ido a
Tejada. El anciano sospechó que no sintiéndose bien, se iría a meter en
la cama. Al día siguiente, él mismo se sintió un poco indispuesto,
porque no estaba acostumbrado a trasnochar, y se quedó en casa. Mandó,
sin embargo, al criado a la de Belinchón, a preguntar qué sabían de su
sobrino. Enteróse el criado inmediatamente de lo acaecido, pero no se
atrevió a decírselo a su señor. Le trajo el recado de que Gonzalo se
hallaba en Tejada bueno. Pasó aquel día así. Pero al siguiente, martes,
oyó el criado la especie de que el señorito se estaba batiendo con el
Duque, y entonces, por temor de incurrir en responsabilidad o porque
creyese que su señor podía evitar una desgracia, le dió cuenta de todo,
aunque con algunas precauciones. Don Melchor, herido en lo más hondo de
su corazón, se levantó convulso de la butaca y pidió que inmediatamente
fuesen a buscar un coche que le trasladase a Tejada. En cuanto estuvo a
la puerta, se metió en él, ordenando al cochero que fuese a todo escape
a la quinta de Belinchón.
Con quien primero tropezó fué con éste, quien le recibió con alguna
confusión y vergüenza, como si el pobre tuviese alguna parte en la
desgracia que pesaba sobre Gonzalo. Don Melchor estuvo un poco frío con
él, no intencionalmente, sino por el anhelo que tenía de ver a su
sobrino. Don Rosendo le condujo hasta la puerta de su cuarto, y allí le
dejó. El señor de las Cuevas llamó con los nudillos.
—¿Quién va?—preguntaron de adentro ásperamente.
Levantó el pestillo sin contestar, y entró. Gonzalo, que estaba en pie
en medio de la estancia, se puso rojo como una brasa al ver a su tío.
Este le oprimió fuertemente contra su pecho. Las lágrimas corrieron
abundantes por las mejillas del joven. Nadie le había visto llorar en
aquellas críticas circunstancias. Pero aquel anciano era el padre de su
infancia, y a él podía mostrar sin vergüenza las llagas más recónditas
de su corazón. Estuvieron largo rato así abrazados. Don Melchor se
separó al cabo, y dijo empujándole hacia una butaca:
—Siéntate.
Se dejó caer en ella, y ocultó los ojos con la mano.
—El golpe es rudo—dijo el marino con voz ronca después de silencio
prolongado.—Una racha traidora que te ha metido la borda debajo del
agua... Pero eres barco de mucha manga—añadió poniéndole las manos
sobre los hercúleos hombros.—Tienes las cuadernas sólidas... Ya
achicaremos el agua.
Gonzalo no contestó.
—¿Por qué no te has venido inmediatamente a casa?
—Porque hubiera sido un desaire cruel para esta pobre familia, que está
profundamente afligida. ¡Se han portado conmigo tan cariñosamente!
—Si es así, has hecho bien... Pero debiste darme aviso... Eso no te lo
perdono.
—¿Para qué? Cuanto más tarde recibiese usted el disgusto, mejor.
—¡No; eso no! Yo soy tu padre, Gonzalo, y debo padecer contigo...
Además, mi presencia hacía falta... Me han dicho que vas a batirte con
ese... ¡con ese pirata! ¿Es verdad?
—No... por ahora no hay nada—respondió el joven con alguna vacilación.
—¡No me engañes, Gonzalo! Ese desafío no puede realizarse. Vengo
resuelto a impedirlo.
—No hay nada, tío. Sosiéguese usted.
—Es inútil que me engañes. Yo no me separaré de ti un momento. Aquí me
quedo. Dormiré a tu lado para que no te me escapes, y te daré guardia de
_prima_, de _media_ y de _alba_.
Gonzalo quedó estupefacto. Comprendió que era necesario confesarlo todo,
y abordar la cuestión de frente.
—¿Y si fuese verdad, qué, tío? ¿Se atrevería usted a impedir que su
sobrino fuese a cumplir con lo que el honor exige?
—Sí, señor... ¡Pues no me había de atrever!... Sí, señor, que me
atrevo—replicó el viejo, ya enfurecido.—¿Quieres que yo consienta que
expongas tu vida por un pillo, por un ladrón, que se ha introducido en
tu casa para robarte villanamente la honra? A los ladrones se les mata
de un tiro, o se les ahorca; no se mide las armas con ellos... Tú estás
obcecado, Gonzalo... Párate un momento, hombre. Da fondo al escandallo,
y verás que no hay agua para marear...
—¿Qué quiere usted que haga entonces? ¿Quiere usted que le deje marchar
tranquilamente para Madrid? ¿Quiere usted que le vaya a despedir, y a
desearle feliz viaje, dándole las gracias además por el favor que me ha
hecho?
—¡No, mala centella que lo parta, no!... Mátalo, si quieres, pero no
expongas tu vida.
—Eso es muy fácil de decir, tío—replicó Gonzalo con
amargura.—Figúrese usted que voy a Nieva, le busco y le pego un tiro o
una puñalada y le dejo muerto... Pues desde allí voy a la cárcel, y, por
bien que me vaya, no me escapo sin unos años de presidio... Aparte de
que la mayoría de los hombres, aunque disculpasen la acción, no la
hallarían muy valerosa.
Don Melchor se quedó unos momentos confundido, sin saber qué replicar.
Aquello no tenía vuelta de hoja. Al cabo, levantó la cabeza con brío,
los ojos brillantes de alegría:
—¡Ya encontré la solución!
—¿Cuál?
—Tú te estás quieto en casa. Yo me voy ahora mismo a Nieva, le desafío
y le mato.
—¡Oh, tío, muchas gracias! Eso no puede ser—replicó Gonzalo, sin poder
reprimir una sonrisa.
—¿De qué te ríes, ciruelo?—exclamó el buen anciano, echando fuego por
los ojos.—¿Te figuras, por ventura, que tu tío es un trasto arrinconado
que no puede empuñar un sable o una pistola?... ¡Oh, demonio! ¡Oh,
diablo!—añadió cada vez más irritado, gesticulando como un loco por la
habitación.—Yo estoy lo mismo que si tuviera veinte años... Yo subo de
cuatro en cuatro las escaleras, y no me fatigo... Yo bebo cinco botellas
de _pale-ale_, y no me tambaleo... Yo derribo un toro de un puñetazo, y
trinco al marinero más forzudo y le echo al agua... ¿A que no rompes tú
cinco nueces con los cinco dedos de la mano, y eso que te las echas de
tan bruto?...
—Si no me reía por eso, tío... Ya sé, ya sé...
—Vamos a ver; trae esa mano... A ver si sé apretar o no sé apretar...
Gonzalo se la alargó, y el viejo marino se la apretó con todas sus
fuerzas, el semblante rojo y contraído. Aunque no le lastimó gran cosa,
fingió sentir un dolor agudísimo:
—¡Uy, uy!
—¿Eh, qué tal?—exclamó su tío con aire triunfal.—¿Puedo o no puedo
todavía librar al mundo de un pillo?
—¡Ya lo creo que puede usted! Tiene usted más fuerza que yo... Pero no
se trata de eso. Lo que hay que ver es si debe usted hacerlo; si eso
sería decoroso para mí... ¿No comprende usted, tío, que el ridículo que
ya por el hecho mismo de ser marido engañado, pesa sobre mí, se
aumentaría de un modo inconcebible si fuese usted el que se batiese y no
yo?... Este ridículo ya sé que se borra con sangre; pero ha de ser
sangre vertida por mi mano.
Don Melchor no quiso convenir en ello: discutió, gritó, se enfureció. Se
conocía, no obstante, que deseaba aturdirse. Las razones de Gonzalo le
trabajaban en el alma y se la llenaban de amargura. Últimamente, ya se
batía en retirada. Pedía tan sólo que se aplazase el lance; que se fuese
a viajar una temporada, y si a la vuelta persistía en batirse, lo
hiciese. Duraba aún la disputa, cuando don Rosendo llamó a la puerta
para preguntarles si deseaban que se les sirviese el almuerzo allí o
querían venir al comedor. Gonzalo optó por esto último, porque de ningún
modo quería mostrarse frío con su suegro y cuñada.
El almuerzo fué triste. Por más esfuerzos que todos, hasta el mismo
Gonzalo, hacían por mostrarse despreocupados, cerníase sobre la mesa una
nube negra que obscurecía los semblantes. Después que tomaron el café y
descansaron un rato, Gonzalo dijo:
—Tío, usted ha salido de la cama para venir aquí. No debe usted
sentirse bien... ¿Quiere que se le arregle un cuarto? Creo que le
convendría acostarse.
Don Melchor comprendió que su sobrino deseaba quedarse solo.
—No; me vuelvo a Sarrió. Avisa que enganchen.
Despidióse de Belinchón y Cecilia en casa. Gonzalo lo fué acompañando a
pie hasta la salida del parque. Ambos iban silenciosos y sombríos. El
anciano, además, sumamente pálido. Antes de meterse en el coche abrazó
estrechísima y largamente a su sobrino, y le dijo al oído con voz
conmovida:
—¡Dale un buen barreno en los fondos, hijo mío!
Cuando se separaron, tenía el rostro bañado de lágrimas. Metióse
rápidamente en la carretela, y se ocultó en un rincón sin decir adiós.
Gonzalo miró alejarse el coche, y permaneció largo rato inmóvil,
agarrando con la mano una reja de hierro de la puerta.
Poco después de anochecer, llegó Pablito de la villa. Después de comer,
aprovechó un momento para decir a su cuñado rápidamente:
—Mañana a las ocho en la quinta de Soldevilla... a pistola. A las seis
pasarán por aquí Peña y don Rudesindo. Estáte preparado.
Gonzalo durmió aquella noche mejor que la anterior. La satisfacción
feroz que le daba la seguridad de encontrarse al día siguiente con el
Duque, tranquilizaba sus nervios. A las cinco de la mañana se despertó
ágil y fresco sin acordarse de haber soñado. Se vistió y aliñó con el
menor ruido posible, y salió de puntillas cuándo aún estaba amaneciendo.
—¿Va de caza, señorito?—le preguntó una criada con quien tropezó.
—No; voy a avisar al molinero para que deje en seco la acequia. Quiero
pescar esta tarde.
Salió a la carretera y siguió la dirección de Nieva esperando que el
coche de sus padrinos le alcanzaría, como así sucedió a la media hora
poco más o menos. Peña y don Rudesindo estaban fuertemente alterados.
Cuando subió al carruaje le apretaron la mano con gran afecto y le
enteraron de las condiciones del duelo; a veinticinco pasos avanzando y
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - El cuarto poder - 27
  • Parts
  • El cuarto poder - 01
    Total number of words is 4730
    Total number of unique words is 1737
    34.8 of words are in the 2000 most common words
    49.6 of words are in the 5000 most common words
    56.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 02
    Total number of words is 4689
    Total number of unique words is 1629
    35.5 of words are in the 2000 most common words
    49.1 of words are in the 5000 most common words
    55.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 03
    Total number of words is 4791
    Total number of unique words is 1648
    36.0 of words are in the 2000 most common words
    47.9 of words are in the 5000 most common words
    54.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 04
    Total number of words is 4701
    Total number of unique words is 1785
    33.8 of words are in the 2000 most common words
    46.9 of words are in the 5000 most common words
    55.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 05
    Total number of words is 4800
    Total number of unique words is 1774
    34.5 of words are in the 2000 most common words
    48.7 of words are in the 5000 most common words
    56.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 06
    Total number of words is 4774
    Total number of unique words is 1698
    34.0 of words are in the 2000 most common words
    48.8 of words are in the 5000 most common words
    55.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 07
    Total number of words is 4702
    Total number of unique words is 1601
    36.6 of words are in the 2000 most common words
    50.1 of words are in the 5000 most common words
    57.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 08
    Total number of words is 4701
    Total number of unique words is 1628
    35.8 of words are in the 2000 most common words
    49.4 of words are in the 5000 most common words
    56.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 09
    Total number of words is 4678
    Total number of unique words is 1660
    32.4 of words are in the 2000 most common words
    45.4 of words are in the 5000 most common words
    53.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 10
    Total number of words is 4677
    Total number of unique words is 1634
    35.8 of words are in the 2000 most common words
    50.3 of words are in the 5000 most common words
    56.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 11
    Total number of words is 4726
    Total number of unique words is 1746
    36.0 of words are in the 2000 most common words
    50.6 of words are in the 5000 most common words
    57.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 12
    Total number of words is 4755
    Total number of unique words is 1739
    31.2 of words are in the 2000 most common words
    45.1 of words are in the 5000 most common words
    53.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 13
    Total number of words is 4589
    Total number of unique words is 1743
    34.6 of words are in the 2000 most common words
    48.5 of words are in the 5000 most common words
    55.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 14
    Total number of words is 4683
    Total number of unique words is 1682
    33.3 of words are in the 2000 most common words
    44.1 of words are in the 5000 most common words
    52.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 15
    Total number of words is 4739
    Total number of unique words is 1598
    37.4 of words are in the 2000 most common words
    50.8 of words are in the 5000 most common words
    57.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 16
    Total number of words is 4740
    Total number of unique words is 1649
    36.8 of words are in the 2000 most common words
    50.7 of words are in the 5000 most common words
    58.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 17
    Total number of words is 4719
    Total number of unique words is 1652
    36.7 of words are in the 2000 most common words
    50.0 of words are in the 5000 most common words
    56.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 18
    Total number of words is 4744
    Total number of unique words is 1754
    33.4 of words are in the 2000 most common words
    45.5 of words are in the 5000 most common words
    51.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 19
    Total number of words is 4713
    Total number of unique words is 1717
    33.2 of words are in the 2000 most common words
    46.8 of words are in the 5000 most common words
    53.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 20
    Total number of words is 4670
    Total number of unique words is 1752
    33.4 of words are in the 2000 most common words
    46.6 of words are in the 5000 most common words
    54.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 21
    Total number of words is 4766
    Total number of unique words is 1699
    35.1 of words are in the 2000 most common words
    47.8 of words are in the 5000 most common words
    54.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 22
    Total number of words is 4793
    Total number of unique words is 1555
    38.0 of words are in the 2000 most common words
    50.9 of words are in the 5000 most common words
    57.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 23
    Total number of words is 4732
    Total number of unique words is 1706
    35.3 of words are in the 2000 most common words
    49.2 of words are in the 5000 most common words
    55.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 24
    Total number of words is 4812
    Total number of unique words is 1608
    36.1 of words are in the 2000 most common words
    49.7 of words are in the 5000 most common words
    56.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 25
    Total number of words is 4756
    Total number of unique words is 1700
    35.9 of words are in the 2000 most common words
    48.6 of words are in the 5000 most common words
    56.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 26
    Total number of words is 4816
    Total number of unique words is 1555
    36.2 of words are in the 2000 most common words
    50.0 of words are in the 5000 most common words
    55.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 27
    Total number of words is 4817
    Total number of unique words is 1666
    35.6 of words are in the 2000 most common words
    48.7 of words are in the 5000 most common words
    55.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 28
    Total number of words is 367
    Total number of unique words is 201
    53.1 of words are in the 2000 most common words
    59.8 of words are in the 5000 most common words
    63.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.