El cuarto poder - 17

Total number of words is 4719
Total number of unique words is 1652
36.7 of words are in the 2000 most common words
50.0 of words are in the 5000 most common words
56.8 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
poco. Lo que más excitaba su curiosidad era cuanto se refería a los
reyes y a la real familia. Leía con avidez el relato de las recepciones
palaciegas, conocía la etiqueta tan bien como un gentilhombre de cámara,
cómo se saludaba a los reyes, cómo se les besaba la mano, cuándo se
había de hablar en su presencia, cómo había que retirarse. Sabía los
nombres y la biografía de cada uno de los miembros de la real familia y
también los de los nobles más caracterizados de la corte. Las novelas, y
una señora azafata de la reina que había estado a tomar baños en Sarrió,
le habían sugerido aspiraciones fantásticas, un anhelo de vivir en
aquella atmósfera brillante. La majestad de los príncipes la conmovía,
la embargaba de sumisión, ¡ella que era incapaz de humillarse a nadie! Y
aquella vida galante de la corte le producía cierto deslumbramiento como
los fulgores de un sueño feliz. Cuando había estado en Madrid, su
cualidad de provinciana rica, no le había consentido gozar más que de
los teatros, de los paseos en coche por la Castellana, de las tiendas y
las calles. De la corte, de sus saraos y regocijos, había permanecido
tan distante como en Sarrió. Y sin embargo, ella estaba bien convencida,
y no le faltaba razón, de que podía brillar en cualquier parte. Su
hermosura y la viva y graciosa imaginación de que estaba dotada, la
hubieran hecho notar inmediatamente en la sociedad más distinguida.
Algunas veces paseando en _landau_ con su marido, había visto fijarse en
ella con atención y codicia las miradas del duque de S... del marqués de
C... de encumbrados personajes políticos. En una ocasión había oído a la
duquesa de Medinaceli al cruzarse los carruajes, decir a su
compañera:—«¿Estará casada esta niña tan linda?» De aquellos tres meses
en Madrid, le había quedado una visión poética, un recuerdo confuso de
sus placeres, y cierto prurito de imitar con los pobres medios de que
disponía en la villa a las damas encopetadas de la corte, cuyas
costumbres sólo conocía de oídas.. Así, por ejemplo, cuando salía de
casa, que era pocas veces, solía hacerlo en carruaje, sobre todo si iba
al teatro. La costumbre de que el coche viniera a esperarles al
concluirse la función, había causado en Sarrió alguna sorpresa y no
pocas murmuraciones. Los trajes con que se presentaba en público eran
siempre de fantasía, distintos enteramente de los que vestían las otras
damas de la población. Estas, por regla general, solían andar en sus
casas con la ropa usada «en cualquier facha» como ellas decían. Ventura
operó una revolución, vistiéndose desde por la mañana con trajes nuevos
y adecuados a aquella hora. No se la sorprendía jamás, ni aun en el
retiro de su gabinete, sin todos los adminículos y adornos propios de la
ocasión. Sus batas de seda de color siempre apagado, sus cofias de
encaje nunca vistas hasta entonces, sus babuchas de terciopelo, eran el
pasmo de la población. Había muchas señoras que iban a visitarla, sólo
por enterarse de su tocado casero.
Gonzalo, al verla enfrascada en la lectura de las revistas de salones,
al oir describir, como si lo hubiera visto, un baile en Palacio,
exclamaba riendo:—«¿Sabes cómo se llama en medicina esa manía tuya?...
Delirio de grandezas». Ella se enojaba. Como todos los caracteres
burlones, le hería profundamente el ridículo. Con su cuñada el joven se
reía unas veces, otras se mostraba irritado de aquellas extravagancias
de su esposa, que calificaba de estúpidas y cursis. Cecilia procuraba
calmarle, achacándolo a los pocos años, al carácter tornadizo de
Ventura:—«Ya verás—le decía;—dentro de algunos meses no se acordará
de semejantes tonterías».
Cecilia era su paño de lágrimas, su confidente en todos los disgustos
matrimoniales. Nunca dejaba de recibir de su boca algún útil consejo,
algunas palabras consoladoras que calmaban sus fuertes y repentinos
enojos. Se había acostumbrado de tal modo a aquellas confidencias, que
cuando después de alguna reyerta con Ventura no hallaba a su cuñada en
casa, se ponía el sombrero y corría a buscarla al paseo, a la iglesia o
donde estuviese. El mucho tiempo que pasaban juntos convidaba también a
éstos desahogos. Ventura no quería salir de casa. Y como don Rufo exigía
que la niña tomase el aire libre, Cecilia se encargaba de acompañar a la
nodriza. Gonzalo las acompañaba a ambas, la nodriza con la niña delante,
él con Cecilia detrás. En aquellos largos paseos le confiaba todos sus
secretos, le explicaba prolijamente sus temores, sus alegrías, sus
esperanzas. A veces, oyéndola discurrir con tanta perspicacia en
aquellos asuntos morales, solía exclamar con poca galantería:—«¡Qué
lástima que Ventura no posea tu carácter juicioso y sensato!»
Ella, en cambio, permanecía impenetrable para él, como para todo el
mundo. O porque no tuviese secretos que contar, o por su temperamento
excesivamente reservado, la primogénita de Belinchón huía de hablar de
sí misma con un cuidado extraordinario. Ni sus alegrías ni sus pesares
eran conocidos de nadie. Sólo un observador muy fino podría, a fuerza
de costumbre, averiguar vagamente las emociones que la agitaban. Gonzalo
no lo era. En su egoísmo infantil de hombre sano y musculoso, había
llegado a considerar a su cuñada como un ser pasivo, razonable y frío,
admirable para aconsejar y dirigir a los demás, un ser superior, si se
quiere, pero incapaz de sentir aquellas cóleras, aquellas alegrías,
aquellas pasiones insensatas que alteraban a los caracteres débiles como
el suyo. Sin embargo, alguna vez, en son de broma, había tratado de
sacarle del cuerpo sus secretillos. Sabía que tres o cuatro mancebos de
la población aspiraban a su mano. A alguno de ellos le había sorprendido
más de una vez paseando la calle. En el teatro la flechaban con los
gemelos. Y aunque Gonzalo advertía con cierto disgusto que debía de
haber en aquella adoración más deseo de la dote que verdadero amor,
procuraba lisonjearla hablándola de sus pretendientes. Ella rehuía la
conversación con silencio obstinado, sonriendo vagamente para no dejar
traslucir su pensamiento; hasta que al cabo se veía precisado a hablarle
de otra cosa.
En cierta ocasión, sin embargo, Gonzalo tomó el asunto con más seriedad
y persistencia. Un amigo de la infancia, ingeniero de caminos, le habló
de Cecilia, y le pidió su protección para interesarla en su favor. La
franqueza y sinceridad de su lenguaje agradó mucho al joven.
—Gonzalo—le dijo,—me encuentro ya en edad y en disposición de
casarme. No he querido hacerlo en Madrid o en Sevilla, donde estuve
destinado, porque desconfío de las mujeres que no conozco de muy atrás.
Los hombres deben casarse en su patria con las jóvenes que han visto
crecer a su lado. Decidido a casarme con una chica de la población, me
he fijado en tu cuñada, y voy a decirte con toda sinceridad mis
pensamientos. Cecilia no es bonita ni es fea; es una mujer pasable.
Siempre he creído que éstas son las más a propósito para esposas. En las
cuatro o cinco veces que he hablado con ella en casa de las de Saldaña,
la he encontrado muy simpática y muy razonable, franca y modesta. Sus
amigas hablan todas bien de ella. Es un dato importantísimo que los
hombres no tienen en cuenta bastante al casarse. Porque las amigas
suelen ser implacables las unas para las otras, y se buscan las
cosquillas que es una bendición... Además, tu cuñada tendrá una buena
fortuna el día de mañana, y esto, ¿por qué no he de decírtelo? también
es otro dato que debe tenerse presente. No sé por qué se han de casar
los hombres por sistema con las mujeres pobres. Las necesidades que el
hombre se crea al contraer matrimonio, son muchas: los hijos pueden
aumentar demasiado, y todo debe mirarse. Yo no necesito casarme por
interés. Tengo una carrera bastante lucrativa. Mis padres me han de
dejar también alguna hacienda... ¿Quieres preguntarle si le he sido
antipático en las pocas veces que he hablado con ella, y si consiente
que me presenten en su casa?
Gonzalo le prometió interponer su influencia; le dejó entrever con
reticencias más o menos claras, un éxito lisonjero, jactándose del poder
que sobre ella ejercía. Hasta entonces todas las indicaciones que la
hiciera, habían sido atendidas.—«Creo que si yo no consigo llevar a
remate la empresa, ninguna otra persona podrá intentarla»—concluyó por
decir en un rapto de expansión y de orgullo.
Aquella misma noche aprovechó el momento en que Cecilia vino a
encenderle el quinqué al despacho, para decirla risueño:
—¿Tienes algo que hacer ahora, Cecilia?... ¿No?... Pues siéntate un
momento, que voy a confesarte.
La joven le miró con sus grandes ojos claros y suaves, donde se pintaba
la sorpresa. Gonzalo la obligó a sentarse.
—¿Tienes novio?—la preguntó bruscamente.
—¡Qué pregunta!—exclamó ella con semblante risueño, sin avergonzarse.
—No hablo de novio formal. Si lo tuvieras ya estaría yo enterado.
Quiero sólo saber si entre los jóvenes que te obsequian hay alguno que
hubiese logrado interesarte más o menos.
—¿Para qué quieres saber eso?
—Contesta.
Cecilia hizo un gesto negativo.
—Pues entonces voy a tomarme la libertad de hablarte de uno, que me lo
ha suplicado... Se trata de mi amigo Paco Flores, a quien ya conoces. Me
ha pedido que le recomendase a ti, preguntándote al mismo tiempo si en
las pocas veces que contigo ha hablado te había sido antipático.
—¿Antipático?—preguntó con sorpresa.—¿Por qué? A mi no me es nadie
antipático mientras no cometa alguna grosería.
—Después me ha rogado te pregunte si consientes en que sea presentado
en esta casa.
—Eso es otra cosa—respondió poniéndose repentinamente seria.—Yo no
puedo impedir que sea presentado aquí; pero, como mi consentimiento
podría implicar que tengo gusto en que nos visite, no estoy dispuesta a
dárselo.
—No se trata de que lo aceptes por novio—se apresuró a decir
Gonzalo.—Únicamente desea que le permitas tratarte algún tiempo; y si
al cabo le consideras merecedor de tu mano, se la otorgues, y si no, se
la niegues.
—Pues negada desde luego, y sin necesidad de trato—replicó con firmeza
la joven.
—Es muy pronto eso—dijo Gonzalo sonriendo para disimular la irritación
que aquella brusca respuesta le había producido.
—Me parece que en estos asuntos cuanto más sinceros seamos, mejor para
todos. ¿Por qué ha de molestarse ese muchacho en visitarme una larga
temporada para recibir la respuesta que desde ahora mismo le puedo dar?
—Bien, bien; procedamos con calma. Si Paco no te es antipático, como
confiesas, no puedes asegurar que al cabo de seis u ocho meses o un
año, no te enamores de él.
—Soy incapaz de enamorarme—dijo ella con sonrisa amarga que su cuñado
no entendió.
—El amor viene cuando menos se piensa—afirmó éste
sentenciosamente.—Estamos años y años sin sentirlo, y un día, ¡paf! da
un vuelco el corazón. Es que hemos hallado nuestra media naranja.
Estas palabras tan cándidas como crueles, removieron las escasas gotas
de hiel que Cecilia guardaba en su pecho. Con rápida frase y mirando
duramente a uno de los brazos del sillón donde se hallaba sentada,
repuso:
—Pues yo estoy segura de que mi corazón no hará ¡paf! ningún día.
—¿Por qué aseguras eso, Cecilia? Las mujeres, más que los hombres,
están hechas para el amor, para los goces que éste proporciona, para la
vida de familia. Se puede decir que el único destino de la mujer sobre
la tierra, es el matrimonio, porque es la encargada de sostener sobre
ella la vida. Su disposición física, todos los órganos de su cuerpo
están construídos para la producción de esta vida...
Gonzalo abogaba por su amigo Paco, apelando, como se ve, hasta a la
fisiología. Cecilia le escuchaba en silencio, el semblante severo, la
mirada fija en el vacío. Las palabras de su cuñado sonaban en su alma
como un acento de desolación. Sí; aquello era verdad, ¡por desgracia era
todo verdad! Cuando terminó de hacer la apología del amor, hizo la de su
amigo Paco Flores, un joven tan despejado, tan formal, hijo de una buena
familia, con brillante carrera, etc., etc.
Cecilia se obstinó secamente en rehusar su consentimiento para que
viniese a casa. Entonces Gonzalo, un poco irritado por la disputa, y
herido en su amor propio por haberse jactado sin razón delante de Paco
de su influjo sobre la joven, dejó escapar algunas frases duras: «¿Por
ventura le parecía poco para ella? Paco no era rico, pero podía aspirar
a su mano. En Sarrió no hallaría un muchacho mejor que él. Nadie
tacharía, seguramente, el matrimonio de desproporcionado. ¿O es que
esperaba un príncipe de la sangre?... Pues que no se descuidara mucho,
porque la juventud de las mujeres pasa pronto, y se han llevado en estos
asuntos bastantes chascos...»
La joven escuchó la filípica de su cuñado hasta el fin, sin mover un
dedo siquiera. Cuando terminó, levantóse vivamente del asiento, el
rostro pálido, las manos convulsas, y salió con precipitación de la
estancia. Al cruzar el pasillo para dirigirse a su cuarto, dos gruesas
lágrimas rodaban por sus mejillas.


XIV
DE LOS GALICISMOS QUE COMETÍA «EL FARO DE SARRIÓ» Y OTROS ASUNTOS NO
MENOS INTERESANTES.—PRIMERAS BAJAS DE LA BATALLA DEL PENSAMIENTO.

Después de su ruidoso desafío, el esforzado Belinchón supo, aunque otra
cosa afirmen algunos cronistas, gozar con modestia de la merecida fama y
aureola que inmediatamente le circundaron. Quizá se fijen aquéllos para
sustentar la opinión contraria, en haberse descubierto algunas
provocaciones del insigne caballero a ciertos sujetos de la villa, no
bastante justificadas. Mas al hacerlo, no tenían en cuenta que tales
provocaciones vinieron, no a raíz del señalado acontecimiento que hemos
narrado, sino algún tiempo adelante. En la historia, la cronología es
siempre de importancia capital. Y en este particular de que tratamos,
explica satisfactoriamente los actos de nuestro héroe.
Mientras duró en la villa la impresión del suceso, se le tributaron
aquellas muestras de admiración a que era sin disputa acreedor. Sus
mismos enemigos al verle pasar, le miraban con respeto, ya que no con
simpatía. Entonces don Rosendo, en vez de abusar de su reconocida
superioridad, como hubiera hecho otro hombre de menos esfuerzo y
modestia, aparecía con un continente grave, sí, pero apacible,
recorriendo las calles con el mismo sosiego y mesura que antes. Ejemplo
notable de prudencia, que en vez de agradecérsele, sirvió para que se
intentasen y perpetrasen contra él algunos desacatos. Por lo pronto, en
el Camarote comenzó a hacerse chacota de tal desafío. Se ponderaba con
intención malévola y exagerándolos, los saltos que el fundador del
_Faro_ había dado hacia atrás en el combate. Estas burlas, de las
cuales, como puede suponerse, era el iniciador Gabino Maza, no
permanecieron mucho tiempo en el recinto de la tertulia. Se extendieron
por toda la población, de tal modo, que al cabo de algunos días una gran
parte de sus habitantes sonreía irónicamente al oir hablar del famoso
lance de honor. Don Rosendo traslució algo de esta befa, no sólo por los
oídos, sino también por los ojos. Advirtió que en vez de las miradas
respetuosas y de la cortesía que con él se usaba, comenzaban sus vecinos
a adoptar una actitud grosera, haciéndose los distraídos o volviendo la
cabeza cuando él pasaba. Al cruzar por delante de algún corrillo, creyó
percibir risas comprimidas.
¿Qué le tocaba hacer en este caso? Indudablemente dejar la modestia a un
lado y obligar a sentir a aquellos bellacos el peso de sus conocimientos
en la esgrima. La primera señal que dió de su indignación y del soberano
desprecio que sus enemigos le inspiraban, fué el escupir al suelo, con
ruido, cuando alguno de éstos cruzaba a su lado, como indicando que le
daba asco. En cuanto comprendieron el motivo de aquella extraordinaria
secreción, los más tímidos comenzaron a pensar que el rayo podía muy
bien acompañar a la lluvia, y evitaron con cuidado el tropezarle. Los
más bravos pasaban a su lado sin hacer caso de aquella tos
despreciativa; pero sin osar mirarle a la cara. Al cabo de algún tiempo
unos y otros lo tomaron con calma y se decían riendo:—«Acabo de
encontrarme con don Rosendo.—Qué tal, ¿te ha tosido?—Ya lo creo;
¡parecía que reventaba!» Y en el Camarote corrían las bromas y se
celebraban las burlas más groseras contra nuestro gran patricio. Una de
ellas fué el desfilar uno en pos de otro a cierta distancia, todos los
socios de la tertulia por delante de él. Don Rosendo quedó de aquella
vez sin saliva y con la garganta destrozada. Tan sólo Gabino Maza lo
tomaba en serio y aseguraba que ya se libraría aquel buey (la palabra es
dura, pero textual) de escupir cuando él pasase. Y en efecto, don
Rosendo se había abstenido hasta entonces de hacerlo. Creía que debía
guardar ciertas consideraciones al jefe del bando contrario. Mas una
noche en que traía la cabeza un poco exaltada por la lectura de cierto
desafío de dos _yankees_, al topar junto al café de la Marina con Maza,
se le ocurrió escupir en la forma provocativa que usaba. Aquél se volvió
repentinamente hecho una furia, y sujetándole con fuerza por la muñeca,
le dijo al oído con acento rabioso:
—Oiga usted, señor majadero: a mí no me tose usted ¡ni en cuarto grado
de tisis! ¿lo oye usted?
Don Rosendo, como hombre correcto y muy práctico en estos asuntos de
honor, no dijo nada en aquel momento. Pero al día siguiente no salió de
casa esperando los padrinos de Maza, los cuales, felizmente para éste,
no parecieron.
El desafío y la actitud de don Rosendo, tuvieron, sin embargo,
consecuencias provechosas para la población. Gracias a nuestro héroe
nació en ella la afición a las armas. Muchos de sus habitantes más
distinguidos comenzaron con ahinco a cultivar la esgrima. Ya no fueron
solamente los redactores del _Faro_ y los tertulios del Saloncillo
quienes se entregaban a este noble ejercicio amaestrados por M. Lemaire.
También los socios del Camarote, comprendiendo a la postre la
importancia de este arte, establecieron, en un almacén contiguo, sala de
armas. Al frente de ella, pusieron a un oficial de reemplazo
perteneciente al arma de caballería, que había tirado al florete en
Madrid. El resultado inmediato de este adelanto fué que las reyertas,
que a cada paso se suscitaban entre los del Saloncillo y los del
Camarote, eran conducidas con arreglo a todas las fórmulas y ceremonias
prescritas en el código del honor. No transcurría semana tal vez, sin
que la villa se estremeciese con las idas y venidas de los padrinos, los
rumores de las conferencias celebradas en los ángulos de los cafés, las
actas que inmediatamente se publicaban en el _Faro_ y en los periódicos
de Lancia. Porque de veinte pendencias las diez y nueve se terminaban
con un acta para ambas partes honrosa, suscrita y firmada por los
padrinos. De modo que de aquellos lances de honor, lo único positivo
eran los bastonazos o puñadas que los contendientes se daban
previamente, sin perjuicio de que las cosas siguiesen sus trámites
ordinarios.
Alguna que otra rara vez, cuando los ánimos se enconaban demasiado, se
iba «al terreno». Delaunay se había dado de sablazos con don Rufo, por
un comunicado inserto en _El Porvenir de Lancia_, en el que se decía que
los médicos no giraban la visita en el hospital a la hora reglamentaria.
El impresor Folgueras se había batido también con un cuñado de Marín,
por haber negado el saludo uno de ellos al otro. Afortunadamente, en
ninguno de los dos encuentros había habido más que planazos y
verdugones. El desafío más notable fué el de don Rudesindo con don Pedro
Miranda, que después de vacilar algún tiempo se había decidido por los
del Camarote. El motivo fué «el problema del matadero». La ocasión, la
siguiente. Don Pedro había manifestado en una casa que don Rudesindo
apoyaba el partido de Belinchón sólo porque no se emplazase el matadero
en la playa de las Meanas, donde sus casas salían perjudicadas. El
fabricante de sidra tuvo conocimiento de este dicho, habló pestes en el
Saloncillo de don Pedro, y se mostró vivamente ofendido de tal
suposición; mucho más ofendido de lo que en realidad estaba. Alvaro
Peña, que no estaba contento sino cuando tenía un desafío entre manos,
se apresuró a decirle en voz alta con la arrogancia que le
caracterizaba:
—Pierda usted cuidado, don Rudesindo. Miranda le dará a usted una
reparación. ¿Quiere usted dejarlo de mi cuenta?
El bueno del fabricante hubiera deseado comerse las palabras que había
soltado. ¡Aquel Peña era un hombre tan expeditivo! ¿Por qué diablos
había dicho que tenía ganas de tropezar a don Pedro para darle dos
puntapiés, cuando en realidad acababa de verle al salir de casa, y había
cruzado a su lado sin decirle una palabra? Pero estaban allí más de
veinte personas, y se vió en la dolorosa necesidad de contestar al
ayudante, aunque en el tono menos agresivo posible:
—Bueno... si usted cree que merece la pena...
—¡Pues no ha de merecer! Suponer que usted no está a nuestro lado sino
por móviles mezquinos bastardos es insultarle... A vej, don Feliciano.
¿Quiere usted escuchaj una palabra?
Don Feliciano y él conferenciaron en un rincón breves momentos. Acto
continuo salieron a la calle. Don Rudesindo quedó en la apariencia
tranquilo, en realidad fuertemente alterado y bramando en su interior
contra Peña, contra el Saloncillo, contra sí mismo y contra la madre que
le parió. ¿Qué necesidad tenía él de meterse en líos? Un hombre casado,
con hijos, que en toda su vida no había hecho más que trabajar como un
esclavo para labrarse un capitalito... Y ahora que lo tenía... por una
quijotada de ese farfantón... ¡acaso!... El fabricante apenas podía
pasar los sorbos de cognac que de vez en cuando introducía en la boca.
La cosa se arregló muy pronto. Don Pedro Miranda quedó viendo visiones
con la visita de Peña y don Feliciano. Dijo que no recordaba... que él
no tenía agravio alguno de don Rudesindo... al contrario. Pero Peña le
había atajado, diciéndole:
—Bueno, don Pedro. No podemos escuchar eso. Nombre usted dos personas
que se entiendan con nosotros.
El atribulado propietario nombró a Gabino Maza y Delaunay por
representantes. Como de éstos el uno era hombre acalorado y fiero, y el
otro mal intencionado, no fué posible avenencia. Se negaron en absoluto
a dar explicaciones. El lance quedó concertado a sable en el cementerio
antiguo, en las primeras horas de la mañana.
Don Rudesindo al saberlo, maldijo de la hora en que viera la luz del
día. Su contrario don Pedro se limitó sencillamente a dejarse caer en un
sofá y pedir una taza de tila. Mas no hubo otro remedio que acudir a
donde el honor los llamaba. A las seis de la mañana, Peña y don
Feliciano por una parte, y Maza y Delaunay por la otra, los sacaron de
sus domicilios para conducirlos al cementerio viejo. ¡Dios mío, al
cementerio viejo! ¡Qué ideas tan lúgubres revolotearon por el cerebro de
don Pedro Miranda mientras caminaba hacia allá! No es posible
compararlas sino con las que asaltaron a don Rudesindo en el mismo
trayecto. Peña le dijo antes de llegar:
—Es evidente, don Rudesindo, que usted le escabecha. Me lo da el
corazón... Usted le escabecha. No tira usted mucho, pero tiene un juego
muy difícil, ¡muy difícil!...
El fabricante hubiera dado en aquel momento toda su hacienda por tenerlo
no difícil, sino imposible.
—Don Pedro no tiene pierna; es además, corto de brazo... Pero, como ya
sabe usted que en las ajmas no hay nada seguro y a veces el que menos se
piensa, lleva el gato al agua, si usted tiene algo que encargarme,
hágalo antes que lleguemos.
Don Rudesindo se estremeció. Siguió caminando un rato en silencio, y
por fin, sacando unos papeles del bolsillo, se los entregó diciendo con
voz sorda:
—Si perezco, déle usted esto al señor Benito.
Dos lágrimas asomaron a sus ojos al mismo tiempo.
—¿El señor Benito el _Rato_?—preguntó Peña.
Don Rudesindo no le oyó. Se había escapado ya por la carretera adelante
para ocultar su emoción.
Por qué el nombre de su escribiente le producía en aquel instante tal
enternecimiento, no podemos explicarlo. Acaso en las grandes crisis de
la vida, se despierten vivas y súbitas simpatías en el fondo de nuestro
ser, de las que no teníamos la menor sospecha.
El cementerio viejo, próximo ya a dedicarse al cultivo, era un pequeño
cercado donde crecía la hierba y la maleza. Las cruces de madera se
habían podrido. No había más testimonio de que tal recinto era mansión
de los muertos, que dos calaveras incrustadas en la pared a entrambos
lados de la puerta. Por cierto que estas calaveras, no produjeron una
impresión grata en don Rudesindo. En don Pedro no sabemos; pero puede
sospecharse que no sería más favorable. Tardaron algún tiempo en buscar
sitio, porque las ortigas y zarzales impedían _marchar y romper_
convenientemente a los combatientes. Mientras Peña, en compañía de los
testigos contrarios, se ocupaba en esta tarea gravísima, el bueno de don
Feliciano Gómez cometió la _incorrección_ (¡Dios le bendiga por ella!)
de acercarse a don Pedro Miranda, que descolorido, con la mirada
atónita, el estómago encharcado por la cantidad fabulosa de tazas de
tila que había tomado aquella noche, esperaba, arrimado a la tapia, que
aquellos señores concluyesen, en la actitud de un reo de muerte.
—Hola, don Pedro; frío, ¿eh? ¡Caramba qué mañana!... ¡Mire usted que
levantarse un hombre de la cama para esto! ¡Válgate Dios! _(Silencio
interrumpido por algunos eructos del infortunado Miranda.)_ Hubiera dado
el dedo meñique, ¡el dedo meñique, sí! por no tener que asistir a una
atrocidad semejante. Pero dicen que es un favor que no se puede negar.
Bueno: que no se niegue cuando se trata de una ofensa grave... ¿Dónde
está aquí la ofensa grave? Vamos a ver, que me lo digan, ¿dónde está?
¡Válgate Dios! ¡Válgate Dios! _(Nuevo silencio y nuevos eructos de don
Pedro, que concluye por doblar la cabeza sobre el pecho, con la misma
resignación que si la pusiera sobre el tajo.)_ ¡Cuánto mejor sería estar
metido entre las sábanas tomando el chocolate! ¿verdad, mi
queridín?—profirió don Feliciano, poniéndole la mano sobre el hombro
con gran familiaridad. Miranda dejó escapar un imperceptible sonido
gutural.
—¡Ya lo creo!—siguió el comerciante.—Por más que me digan, don Pedro,
yo no puedo creer que usted tenga gana de matar a don Rudesindo... Un
vecino... que ha sido su amigo hasta hace poco... con quien se ha criado
y ha ido a la escuela...
—No... yo gana... ninguna—murmuró don Pedro, siempre con la cabeza
sobre el tajo.
—¡Velo usted ahí!—exclamó don Feliciano dando una gran palmada.—¡Lo
que yo decía! Pues lo mismo le pasa a don Rudesindo, mi queridín. Y
entonces, vamos a ver, ¿quién tiene ganas de matarse aquí? ¡A ver, que
me lo digan!
Y paseó la mirada en torno, buscando contestación. Peña, Maza y Delaunay
estaban lejos y ocultos por algunos cipreses. Don Rudesindo yacía
arrimado también a la tapia, a unos cincuenta pasos de distancia.
Entonces el comerciante, por una súbita y celestial inspiración, le hizo
seña de que se acercase.
Don Rudesindo avanzó hacia ellos lentamente, con paso tímido y
vacilante.
—¿Dice usted, mi queridín, que no tiene ninguna gana de matar a don
Rudesindo?—preguntó el comerciante a Miranda.
—Ninguna—murmuró éste.
—¿Tendría usted, por casualidad, deseos de herirle?
—Tampoco. Yo siempre he estimado a Rudesindo—balbució el propietario.
—¿Eh? ¿Cómo? ¿Qué decía usted?—gritó don Feliciano con triunfal
exaltación.—Que usted siempre ha estimado mucho a don Rudesindo,
¿verdad, mi queridín? ¿Ha dicho usted eso?
—Sí, señor.
—Dime, Rudesindo (andando unos cuantos pasos al encuentro del
fabricante de sidra). ¿Tienes deseos de matar aquí al señor don Pedro...
un vecino... que ha sido tu amigo hasta hace poco... con quien te has
criado y has ido a la escuela de don Matías _el Churro_?
—Yo, ¿por qué?—dijo el fabricante abriendo ansiosamente los ojos.
—¿Tendrías por casualidad deseos de herirle?
—Ni de hacerle el menor daño. Siempre le he tenido por verdadero amigo.
—¿Cómo es eso? ¿Eh? Por un verdadero amigo, ¿verdad?... Entonces, lo
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - El cuarto poder - 18
  • Parts
  • El cuarto poder - 01
    Total number of words is 4730
    Total number of unique words is 1737
    34.8 of words are in the 2000 most common words
    49.6 of words are in the 5000 most common words
    56.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 02
    Total number of words is 4689
    Total number of unique words is 1629
    35.5 of words are in the 2000 most common words
    49.1 of words are in the 5000 most common words
    55.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 03
    Total number of words is 4791
    Total number of unique words is 1648
    36.0 of words are in the 2000 most common words
    47.9 of words are in the 5000 most common words
    54.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 04
    Total number of words is 4701
    Total number of unique words is 1785
    33.8 of words are in the 2000 most common words
    46.9 of words are in the 5000 most common words
    55.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 05
    Total number of words is 4800
    Total number of unique words is 1774
    34.5 of words are in the 2000 most common words
    48.7 of words are in the 5000 most common words
    56.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 06
    Total number of words is 4774
    Total number of unique words is 1698
    34.0 of words are in the 2000 most common words
    48.8 of words are in the 5000 most common words
    55.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 07
    Total number of words is 4702
    Total number of unique words is 1601
    36.6 of words are in the 2000 most common words
    50.1 of words are in the 5000 most common words
    57.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 08
    Total number of words is 4701
    Total number of unique words is 1628
    35.8 of words are in the 2000 most common words
    49.4 of words are in the 5000 most common words
    56.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 09
    Total number of words is 4678
    Total number of unique words is 1660
    32.4 of words are in the 2000 most common words
    45.4 of words are in the 5000 most common words
    53.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 10
    Total number of words is 4677
    Total number of unique words is 1634
    35.8 of words are in the 2000 most common words
    50.3 of words are in the 5000 most common words
    56.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 11
    Total number of words is 4726
    Total number of unique words is 1746
    36.0 of words are in the 2000 most common words
    50.6 of words are in the 5000 most common words
    57.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 12
    Total number of words is 4755
    Total number of unique words is 1739
    31.2 of words are in the 2000 most common words
    45.1 of words are in the 5000 most common words
    53.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 13
    Total number of words is 4589
    Total number of unique words is 1743
    34.6 of words are in the 2000 most common words
    48.5 of words are in the 5000 most common words
    55.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 14
    Total number of words is 4683
    Total number of unique words is 1682
    33.3 of words are in the 2000 most common words
    44.1 of words are in the 5000 most common words
    52.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 15
    Total number of words is 4739
    Total number of unique words is 1598
    37.4 of words are in the 2000 most common words
    50.8 of words are in the 5000 most common words
    57.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 16
    Total number of words is 4740
    Total number of unique words is 1649
    36.8 of words are in the 2000 most common words
    50.7 of words are in the 5000 most common words
    58.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 17
    Total number of words is 4719
    Total number of unique words is 1652
    36.7 of words are in the 2000 most common words
    50.0 of words are in the 5000 most common words
    56.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 18
    Total number of words is 4744
    Total number of unique words is 1754
    33.4 of words are in the 2000 most common words
    45.5 of words are in the 5000 most common words
    51.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 19
    Total number of words is 4713
    Total number of unique words is 1717
    33.2 of words are in the 2000 most common words
    46.8 of words are in the 5000 most common words
    53.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 20
    Total number of words is 4670
    Total number of unique words is 1752
    33.4 of words are in the 2000 most common words
    46.6 of words are in the 5000 most common words
    54.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 21
    Total number of words is 4766
    Total number of unique words is 1699
    35.1 of words are in the 2000 most common words
    47.8 of words are in the 5000 most common words
    54.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 22
    Total number of words is 4793
    Total number of unique words is 1555
    38.0 of words are in the 2000 most common words
    50.9 of words are in the 5000 most common words
    57.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 23
    Total number of words is 4732
    Total number of unique words is 1706
    35.3 of words are in the 2000 most common words
    49.2 of words are in the 5000 most common words
    55.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 24
    Total number of words is 4812
    Total number of unique words is 1608
    36.1 of words are in the 2000 most common words
    49.7 of words are in the 5000 most common words
    56.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 25
    Total number of words is 4756
    Total number of unique words is 1700
    35.9 of words are in the 2000 most common words
    48.6 of words are in the 5000 most common words
    56.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 26
    Total number of words is 4816
    Total number of unique words is 1555
    36.2 of words are in the 2000 most common words
    50.0 of words are in the 5000 most common words
    55.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 27
    Total number of words is 4817
    Total number of unique words is 1666
    35.6 of words are in the 2000 most common words
    48.7 of words are in the 5000 most common words
    55.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 28
    Total number of words is 367
    Total number of unique words is 201
    53.1 of words are in the 2000 most common words
    59.8 of words are in the 5000 most common words
    63.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.