El cuarto poder - 05

Total number of words is 4800
Total number of unique words is 1774
34.5 of words are in the 2000 most common words
48.7 of words are in the 5000 most common words
56.2 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
en casa no se iba de todos modos a la cama hasta que rayaba el alba, y
pasaba la noche trasteando por las habitaciones, y como el vicio de
trasnochar por sí solo es de los más baratos que se conocen, la
ingeniosa señora le dejaba retirarse a la hora que quisiera. Permanecía
en el café de la Marina con los últimos parroquianos. Después que éstos
se retiraban, todavía se quedaba mientras los mozos colocaban en su
sitio la vajilla y el dueño apuntaba las últimas partidas. Cuando
materialmente le echaban del establecimiento se iba a hacer compañía al
sereno de la Rúa Nueva, muy su amigo. Charlando con él mataba las horas
que aún faltaban para el amanecer.
Don Lorenzo, don Agapito, don Pancho, don Aquilino, don Germán y don
Justo, eran _indianos_, esto es, gente a quien sus padres habían enviado
a América de niños a ganarse la vida y habían vuelto entre los
cincuenta y sesenta años con un capital que variaba de treinta a cien
mil duros. Había de éstos más de cincuenta en Sarrió. El duro trabajo y
la sujeción en que habían vivido muchos años, les hacía tener de la
felicidad una idea muy distinta de la nuestra. Para nosotros la dicha
consiste en gozar un placer nuevo cada día, agitarse, viajar, gozar con
el cuerpo y el espíritu de la hermosa variedad de cosas que la
Naturaleza nos ofrece. Para ellos se cifraba única y exclusivamente en
no trabajar, pasar un día y otro redimidos de la dura ley impuesta por
Dios a Adán después del pecado. Y la verdad es que se cebaban ferozmente
en este goce singular. La mayor parte de ellos tenían su capital en
papel del Estado, cuya renta, cuando se cobra no origina molestia
alguna. Levantábanse temprano por el hábito de madrugar, y andaban toda
la mañana por las calles o por el muelle en pandillas de seis u ocho
mirando la entrada y salida, la carga y descarga de los barcos. Después
de comer se iban al entresuelo del café de la Marina o al de la Amistad,
y pasaban tres o cuatro horas jugando o mirando jugar al billar.
«¡Anda, bolita de hueso, anda, entra en cabaña!—Déjela, déjela, don
Pancho, que va herida.—Sal, niña, sal de la manigüita.—¡Ah, ah, qué
bien mete uté, don Lorenso!—No se ponga bravo, don Pancho!»
El juego siempre iba salpicado de estas frases que olían a plátano y
cocotero. Cuando los días eran largos, veíaseles allá a la tarde por las
cercanías de la villa paseando también en pandilla o sentados sobre el
césped a orillas de una fuente. Era la hora de los recuerdos tropicales.
«¿Se acuerda uté, don Agapito, se acuerda uté de aqueya mulatica perra
que le venía a dar plasé a la tienda?—¡Y qué bien que cantaba las
guarachas, la sinvergüensa!—Disen que uté alguna vese la sobaba, don
Agapito, la sobaba duro.—¿Y cómo no, don Pancho, si a lo mejó se me iba
al baile de la gente de coló con el negro de mi compare don
Justo?—¡Vaya, hombre, no diga eso, que me enoha! El que se iba al
baile era uté. ¡Poquita vese que le he visto trabao con eya bailando el
chiquita abajo, chiquita abajo!»
No había que contar con ellos para subvencionar la orquesta, ni el
teatro, ni otro recreo público. Los jóvenes indígenas si querían
divertirse necesitaban apelar al bolsillo de sus papás. Ya sabían que
era inútil solicitar el auxilio del oro americano. Esto les indignaba.
Por la espalda, y aun de frente, les llamaban roñosos, aldeanos, burros
cargados de dinero. Pero los indianos tenían la piel muy dura y
despreciaban tales desahogos. El que les tenía un odio declarado (¿a
quién no lo tenía?) era Gabino Maza.—«¿Para qué sirven esos cincuenta
vagos tirados todo el día por la calle, abriendo la boca y estirándose
como los perros? ¡Si destinaran siquiera su dinero a alguna industria
útil a la población!»
Cuando don Melchor de las Cuevas y su sobrino entraron en el Saloncillo,
el único que se mantenía en pie en medio del corro gesticulando era este
mismo Gabino Maza. No podía permanecer dos minutos sentado. La continua
exaltación de su organismo, la vehemencia con que trataba de persuadir a
sus oyentes, le obligaba a alzarse en seguida del asiento, lanzarse al
medio del salón y gritar y manotear hasta que se le concluía el aliento
y las fuerzas. Se hablaba de la compañía del teatro que había anunciado
su marcha por haber experimentado pérdidas en el primer abono de treinta
funciones. Maza trataba de convencerles de que no había habido
semejantes pérdidas, que todo era una superchería.
—¡No es verdad, no es verdad! El que diga que han perdido un céntimo
¡miente!... (_Bajando la voz y dando la mano a Gonzalo._)—¿Cómo estás,
Gonzalo? Ya sé que has llegado ayer. Vienes bueno: me alegro... ¡Repito
que miente! ¿A que no se atreven a decírmelo a mí?
—Seis mil reales han perdido en las treinta funciones, según los datos
que me presentó el barítono—apuntó don Mateo.
Maza rechina los dientes. La indignación no le permite hablar. Al fin
rompe.
—¿Y usted hace caso de ese borracho, don Mateo?... Vaya, vaya (_con
afectado desdén_), a fuerza de tratar con cómicos se le ha olvidado el
oficio, como al herrero de marras.
—Oye tú, botarate; yo no he dicho que lo creyese. Lo único que digo, es
que así resulta de los datos que me presentó el barítono.
Maza da una vuelta en redondo, se coloca otra vez en medio del salón,
arranca violentamente el sombrero de la cabeza con ambas manos, y
agitándolo vocifera frenético:
—¡Pero, señor! ¡pero, señor! ¡no parece más que aquí nos hemos caído de
un nido!... ¿Quieren ustedes decirme qué han hecho de veinte mil y pico
de reales que ha importado el abono, y casi otro tanto que habrá entrado
en la taquilla?
—Los sueldos son muy crecidos—apuntó el ayudante del puerto.
—¡No seas borrico, por la Virgen Santísima, Alvaro! ¡No seas
borrico!... Te diré en seguida los sueldos (_contando por los dedos_).
El tenor, seis duros; la tiple, otros seis, son doce; el bajo, cuatro,
son diez y seis; la contralto, tres, son diez y nueve; el barítono,
cuatro...
—El barítono, cinco—apuntó Peña.
—El barítono, cuatro—insistió furibundo Maza.
—A mí me consta que son cinco.
—El barítono, cuatro—rugió de nuevo Maza.
Alvaro Peña se levanta exaltado a su vez, ardiendo en noble deseo de
llevar el convencimiento a su adversario, y se entabla una contienda
furiosa, descomunal, que dura cerca de una hora, en la que toman parte
todos o casi todos los socios de aquella ilustre reunión de notables.
Nada más semejante a las famosas reyertas que entre los griegos pasaban
delante de los muros de Ilion. El mismo fragor y cólera. La misma
sencillez primitiva en los argumentos. La misma violencia candorosa y
bárbara en los dictados.
«¡Habrá hombre más pollino!—¡Calla, calla, cabeza de
alcornoque!—¡Habló el buey, y dijo mú!—Te digo que faltas a la verdad,
y si lo quieres más claro, te digo que mientes.—¡Jesús, qué
gansada!—Parece usted una mala mujer.»
Eran muy frecuentes, casi cotidianos, tales altercados en el Saloncillo.
Como todos los que tomaban parte tenían un modo directo, enteramente
primitivo de apreciar las cuestiones, parecido, por no decir igual al de
los héroes de Homero, la argumentación establecida al comienzo de la
disputa, seguía invariablemente hasta el fin. Había hombre que pasaba
una hora repitiendo sin cesar: «¡No hay derecho a meterse en la vida
privada de nadie!» o bien: «Eso sucederá en Alemania, ¡pero como estamos
en España!»... Alguno era, todavía más breve, y gritaba siempre que le
dejaban un hueco:—«¡Chiflos de gaita! ¿sabéis? ¡chiflos de gaita!»
hasta que caía exánime en el diván.
Pero lo que perdían en amplitud los argumentos ganábanlo en intensidad.
Cada vez eran expresados con mayor y contundente energía, y con más
descompasadas voces. De tal modo, que raro era el día que no saliese de
allí alguno ronco; generalmente, eran Alvaro Peña y don Feliciano; los
más débiles de laringe, no los más voceadores. Que el Ayuntamiento había
mandado podar los árboles del paseo de Riego: disputa en el Saloncillo.
Que el dependiente de la casa González Hijos se había escapado con
catorce mil reales: disputa. Que el cura de la parroquia se negaba a dar
certificado de buena conducta al piloto Velasco: Alvaro Peña tuvo un
vómito de sangre a consecuencia de esta disputa.
Ningún desabrimiento quedaba jamás después de ellas, ni había memoria de
que hubiesen originado cuestión personal alguna. ¿Cómo podía haberla
cuando todos habían convenido tácitamente en aceptar sin enojarse los
graciosos epítetos de que hemos hecho mención? El carácter local de los
temas, era perfecto. La política tenía en Sarrió muy pocos cultivadores.
Sólo cuando los periódicos noticiaban algún suceso de mucho bulto, se
preocupaban momentáneamente con ella sus habitantes. Hacía cerca de
veinte años que la representación del distrito en el Congreso estaba
encomendada al opulento banquero Rojas Salcedo, el cual sólo una vez en
su vida había estado en Sarrió a tomar leche de burra. Nadie pensaba en
disputarle la elección. Generalmente se hacía reuniéndose los
presidentes y secretarios de los colegios, y apuntando en las actas el
número de votos que se les antojaba. La razón de esto, era que Sarrió
siempre había sido una villa comercial donde cada uno podía ganarse la
subsistencia sin recurrir a los empleos del Estado. La mayoría de los
jóvenes, después de haber pasado dos o tres años en algún colegio de
Inglaterra o Bélgica, se empleaban en los escritorios de sus padres y
eran sus sucesores en ellos. Otros, los menos, seguían alguna carrera
militar o civil de sueldo fijo, y sólo venían de tarde en tarde a pasar
unos días con su familia.
Sarrió, hay que confesarlo de una vez, era una población dormida para
todas las grandes manifestaciones del espíritu, para todas las luchas
regeneradoras de la sociedad contemporánea. Nadie estudiaba los altos
problemas de la política. Las terribles batallas que los diversos bandos
libran en otras partes para conseguir la victoria y el poder no
apasionaban en modo alguno los ánimos. En una palabra, en Sarrió el año
de gracia de 1860 no existía la vida pública. Se comía, se dormía, se
trabajaba, se bailaba, se jugaba, se pagaba la contribución; pero todo
de un modo absolutamente privado.
Cuando se cansaron de disputar los del Saloncillo y llevaban de vencida
la digestión, don Mateo les anunció, relamiéndose de gusto, que le tenía
sin cuidado la marcha de la compañía. Dentro de pocos días preparaba una
sorpresa a los sarrienses. Después de muchos trabajos, se consiguió que
desembuchara. Estaba en tratos con el célebre Marabini, frenólogo,
prestidigitador. Acaso el martes... sí, el martes o el miércoles podrían
admirar sus habilidades en el teatro. Traía además cuadros disolventes y
un lobo domesticado.
Gonzalo se había ido a la sala de billar y veía jugar el _chapó_ a media
docena de indianos, los cuales al dar el tacazo, hacían sonar como un
repique de campanas todos los dijes de oro que pendían de sus enormes
cadenas de reloj. Estas cadenas y estos dijes eran el atractivo más
poderoso, la tentación suprema que presentaban a sus hijos los artesanos
de Sarrió para decidirles a ir a Cuba.—«¡Tonto, quién te verá venir
dentro de pocos años con levita de paño fino, gran camisola planchada,
bota de charol y mucha cadena de relós, como don Pancho!» A este último
envite casi ningún muchacho resistía.—«¿Que me dé siete vueltas al
cuello, padre?—Sí, hombre, sí, y con una porción de lapiceros de oro y
guardapelos colgando.» Y allá se iban de cabeza los pobres chicos en la
_Bella-Paula_, en la _Carmen_, en la _Villa de Sarrió_ o en otro
barcucho de vela cualquiera, a perecer del vómito negro o del hambre,
más negra aún, fascinados por el brillo de aquellas joyas cursis que
representaban los ojos de la terrible Loreley.
Las actitudes de algunos indianos jugando, como gente que no está
avezada a reprimir sus ademanes y componerlos, eran extrañas y
graciosas; servían de regocijo a los jóvenes del pueblo, cuya antipatía
a los americanos se manifestaba siempre por la burla. Quién, como don
Benito, daba fuertes taconazos en el suelo mientras las bolas corrían;
quién, como don Lorenzo, se inclinaba a un lado y a otro, se torcía y se
retorcía como si de sus movimientos dependiese que la bola se inclinase
a un sitio u otro; quién, por fin, como don Pancho, que era pequeño y
gordo, casi cuadrado, se subía de un brinco al diván después de haber
empujado la bola, para mejor ver los estragos que había hecho en los
palos. De vez en cuando se oía el grito de impaciencia de alguno de
ellos dirigiéndose al chico:—«¡Apunte, niño, no se distraiga!»
Al lado de Gonzalo vino a sentarse don Feliciano Gómez, que comenzó a
marearle con su charla bondadosa e insubstancial, dándole a cada
instante palmaditas afectuosas en el muslo como tenía por costumbre.
—¿Cuándo es el gran día, Gonzalín? ¿Pronto, eh? ¡Vaya, que tengo ya
ganas de verte con tu señora del brazo yendo a misa de doce!... Bien, mi
queridín, bien; vas a ser feliz. En casa las nenas (_así llamaba a sus
ancianas hermanas siempre_) no me dejan vivir desde ayer: «¿Cuándo se
casa Gonzalín? no dejes de preguntárselo.» ¡Como te han visto nacer las
pobres!... No hay nada como el matrimonio para vivir contento y
tranquilo. Tú me dirás: y siendo así, ¿por qué no se ha casado usted,
don Feliciano? Oyes, mi queridín, ¿por qué me había de casar si vivo
feliz soltero? ¿Qué me hace falta a mí? Tengo en casa a las nenas que me
cuidan a qué quieres boca, que me adoran... (¡Pobre hombre! otra cosa
muy distinta se decía en el pueblo.) Y para otras cosas... nunca falta
Dios; ¿verdad, mi queridín?... Además, mientras uno es mozo se padece
mucho. Todo se vuelve apetecer y rabiar... Hay aquí dentro un fuego que
no le deja a uno sosiego... Pero cuando vienen los años y cesa el calor
amante y se queda uno fresco como una lechuga, entonces, ¡en grande, mi
queridín!... Mira, si me dijesen ahora: «Feliciano, ¿quieres volverte a
los veinte años?» ¡Ca! a otro perro con ese hueso. La gran edad del
hombre, los cincuenta años. No lo dudes, Gonzalín. Ahora es cuando se
sabe lo que es comer y dormir con tranquilidad. ¿Hay ninguna Fulana que
valga una fuente de sardinas frescas acabadas de freir?... ¿Y una
langosta con sidra sacada por el espichón? ¿No se te hace la boca agua,
hijo del alma?... Tú ahora casarte y besitos y «mi vida» para aquí y
«alma mía» para allá, ¿verdad?... Bien, bien, descuida que todo se
andará. Esto es bueno, pero aquello es mejor... La muchacha es de buena
familia... Don Rosendo está rico... Vas bien, vas bien, mi queridín...
Pero oye, ¿por qué no te casas con la pequeña, con Venturita, que es más
guapa? Yo no digo que la primera sea fea; pero no hay duda que la
segunda es más linda; un botón de rosa. ¡Qué ojos tan pícaros! ¡qué
pelo! ¡qué dentadura! ¡qué garbo! En fin, si estás comprometido con la
otra no digo nada... ¡Pero lo que es como guapa!... Y la familia, la
misma...
Estas palabras hicieron una impresión extraña en Gonzalo. El pensamiento
así expresado era la fórmula brutal, pero exacta y precisa de su vago
imaginar, de cierto desasosiego que le había quedado desde la noche
anterior. Efectivamente, ¡qué ojos tan hermosos, tan cándidos y
maliciosos a la vez! ¡Qué cutis de alabastro! ¡Qué labios, qué dientes,
qué dorada madeja de cabellos! Cecilia, la pobre, estaba aún más delgada
que cuando se había ido y más desgarbada. ¿Cómo le había gustado aquella
chica? Gonzalo se confesó con sencillez que gustar... lo que se llama
gustar de veras... como ahora Venturita, por ejemplo, nunca le había
gustado. ¿Entonces por qué?... ¡Vaya usted a saber lo que son estas
cuestiones! Era un niño, no hablaba con señoritas. La amabilidad de
aquélla le impresionó... Luego cierta vanidad de tener novia... Después
la distancia que agranda y mejora los objetos... En fin, todo se había
combinado para ligarle a aquella muchacha... ¡Pero si él hubiera visto
antes a Venturita!... Más valía no pensar en ello. El asunto estaba ya
demasiado adelantado para volverse atrás.
Contra su costumbre, quedóse un buen cuarto de hora pensativo mirando
rodar las bolas de marfil sin verlas. Don Feliciano se había ido. Al fin
su robusto temperamento sanguíneo se sobrepuso a aquellas nerviosidades
insanas que pretendían turbarle. Alzóse del asiento. Los rasgos de su
fisonomía, contraídos momentáneamente, se dilataron, y se esparció, por
ella la sonrisa serena que la caracterizaba. Al mismo tiempo se encogió
de hombros con un supremo desdén. Con aquel gesto parecía decir:—«Me
caso con la más fea de las chicas de Belinchón... bueno, ¿y qué? De
todos modos, sea con una o con otra, ¡aunque no me case con ninguna! yo
he de ser feliz. No necesito que la felicidad me venga de fuera. La
llevo dentro de mí, en este humor de ángel que Dios me dió, en el dinero
que mis padres me dejaron, en esta salud inconcebible, en esta fuerza de
toro...»
Cuando entró de nuevo en el Saloncillo, grandemente perturbados halló a
sus cotidianos tertulios con la nueva que acababa de traer Severino el
de la tienda de quincalla:—«¿No saben ustedes lo que pasa,
señores?»—Todos se levantan y le cercan. El comerciante habla
visiblemente conmovido.—Esta noche han robado y asesinado a don
Laureano.—¿Qué don Laureano, el de la quinta?—Sí, el de las Aceñas...
Dicen que a las dos y media, poco más o menos, entraron nueve hombres
enmascarados en su casa, molieron a palos al criado, amarraron a la
señora y a la criada y a don Laureano lo degollaron... Antes creo que le
hicieron sufrir mucho para obligarle a soltar el dinero... El buen señor
no tenía más que doce mil reales, y ellos empeñados en que había gato
escondido... Le amarraron por aquí, salva sea la parte, y tira que tira
para hacerle cantar...
Un estremecimiento de horror agitó a los notables de Sarrió. Quedáronse
pálidos como si se les hubiese aparejado ya a todos aquel espantoso
tormento. La quinta de las Aceñas estaba a una legua de la villa, en la
soledad de un bosque de pinos; pero nadie tuvo esto en cuenta. Veíanse
ya asaltados en sus casas de la Rúa Nueva o de Caborana y asesinados
crudelísimamente. ¡Sobre todo aquellos tirones! ¡Santo Cristo, qué
atrocidad!
Pasados los primeros momentos de sorpresa, comenzaron los comentarios en
voz baja. Los ladrones no serían de muy lejos. Sin embargo, no se
recordaba que en Sarrió ni en sus alrededores hubiera pasado jamás una
cosa semejante. Marín afirmó que hacía ya días que veía algunos hombres
sospechosos de noche. Esta noticia produjo en los circunstantes un
saludable terror que no llegó a manifestarse. Todos se propusieron no
salir de casa por la noche, sin comunicarse, no obstante, tan acertada
resolución. El alcalde manifestó que, en su opinión, los ladrones debían
de haber venido de Castilla.—¿De Castilla?—Sí, señor, de Castilla...
Oí contar a mi padre (que en gloria esté), que el año de cinco se
presentaron diez y siete hombres a caballo y armados en Sariego,
rodearon el pueblo y robaron a don José María Herrero sesenta mil duros
que tenía escondidos debajo de uno de los ladrillos del hogar.
En cualquiera otra ocasión, los tertulios habrían observado que el que
hubiera acaecido tal suceso en Sariego el año de cinco, no implicaba
necesariamente que sucediese lo mismo en las Aceñas el año de sesenta.
Pero ahora nadie se atrevió a contradecir la aventurada proposición. Y
siguieron cementando en voz baja el suceso, y parecían estar todos de
acuerdo en las opiniones más extravagantes y contradictorias. Mas como
no se había dado jamás el caso de que Gabino Maza asintiese por más de
diez minutos a lo que en su presencia se hablase, tomó pretexto de una
sencillísima indicación, hecha por don Feliciano Gómez, con la perfecta
naturalidad y modestia que caracterizaban los discursos de este
distinguido comerciante, para caer sobre él de un modo tan violento como
injustificado.
—¡Ya me extrañaba que no soltases alguna coz! ¿Para qué quieres que se
registren las casas de los vecinos? Te figuras que te vas a encontrar
allí muy apiladito el dinero de don Laureano.
—Si no se halla el dinero, se hallará algún indicio...
—¿De qué, cabeza de chorlito, de qué?
Armóse la disputa consabida. Se chilló, se alborotó lo indecible. Al
fin, nadie pudo entenderse, como siempre. Las voces se oían
perfectamente en toda la plazoleta de la Marina; pero los transeuntes
estaban acostumbrados, y no se paraban a escucharlas.


V
¡¡¡LADRONES!!!

Y desde entonces los notables de Sarrió, no pusieron el pie en la calle
de noche, como discretamente se lo habían propuesto. La tertulia del
Saloncillo de última hora, la de la tienda de Graells, la de la Morana
misma, quedaron abandonadas. Los cuatro o seis herreros establecidos en
la villa no daban ni podían dar cumplimiento a los numerosos pedidos de
cerraduras, pasadores, trancas de hierro y llaves maestras que de todas
las casas les hacían. Los ladrones de las Aceñas no habían sido habidos.
Todos preveían, con más o menos fundamento, que andaban rondando la
población para caer, sobre ella a saco en un plazo perentorio.
No obstante, como el hombre se habitúa a todo, hasta a la enfermedad,
hasta a las conferencias del Ateneo, los vecinos de Sarrió, al cabo de
algunos días se habituaron al peligro. Comenzaron a salir de sus casas,
cerrada ya la noche, si bien con las debidas precauciones. El primero
que se aventuró fué Marín. Siendo inútiles todos los esfuerzos que doña
Brígida hizo para que se durmiese a una hora racional, le arrojó de casa
sin conmiseración. Don Jaime pidió permiso para sacar debajo de la talma
azul gendarme que usaba por las noches, un viejo fusil de chispa que
había en el desván. La magnánima señora se lo otorgó a condición de
llevarlo descargado. Salió después Alvaro Peña. Como autoridad militar
hasta cierto punto y hombre que gozaba fama de enérgico, estaba obligado
a mostrar valor en aquellas críticas circunstancias: llevaba dos
pistolas de arzón en los bolsillos, y bastón de estoque. El alcalde don
Roque, que desde tiempo inmemorial venía asistiendo a la tienda de la
Morana en compañía de don Segis el capellán de las monjas Agustinas y
don Benigno el coadjutor de la parroquia, y se bebía en el transcurso de
la noche, de cuatro a ocho vasos de vino de Rueda, según las
circunstancias, no pudo sufrir el hogar doméstico más de tres días y
salió también a la calle. Le acompañaba el octogenario alguacil Marcones
con tercerola y sable. El iba armado de revólver y estoque.
Después, y sucesivamente, fueron saliendo y diseminándose por las
tertulias nocturnas don Melchor, Gabino Maza, don Pedro Miranda,
Delaunay, don Mateo, y todos los demás. Los indianos tardaron más
tiempo. Lo mismo la tienda de Graells que la de la Morana y el
Saloncillo, se transformaban al llegar la noche en verdaderos arsenales.
Cada uno de los que iban llegando dejaba arrimadas a la pared sus armas
y pertrechos de guerra. Al salir tornaban a empuñarlas con un valor
impávido, digno de la sangre cántabra que casi todos llevaban en las
venas. Allí el antiguo arcabuz de chispa alternaba de igual a igual con
el moderno rifle americano de doce tiros, el estoque cilíndrico de
hierro con el espadín pavonado que guardan los nuevos bastones, el
cachorro tosco de bronce con el revólver nielado. Y esta misma
diversidad de armas mortíferas contribuía poderosamente a mantener en
todos los pechos el espíritu bélico tan necesario en aquella ocasión.
Se habían tomado algunas medidas acertadísimas; de gran utilidad. Hasta
las doce de la noche los serenos tenían orden de no apagar ningún farol.
A aquéllos se les había provisto de nuevos pitos infinitamente más
sonoros que los antiguos. Además tenían prevención para vigilar a
cualquier persona desconocida que transitase por las calles. Entre los
vecinos se había convenido juiciosamente no dejar la acera a nadie desde
las diez en adelante como no fuese a un amigo. Sabida es de todos la
enorme influencia que tiene en la criminalidad esta costumbre de dejar
la acera. Con tal motivo, encontrándose una noche en la calle de San
Florencio don Pedro Miranda y don Feliciano Gómez, ambos embozados en
sus carriks, con los estoques desenvainados, prevenidos para cualquier
evento, don Feliciano le gritó a don Pedro desde lejos:
—¡Eh, amigo, al arroyo!
—Phs, phs; sepárese usted—contesta don Pedro.
—Quien debe apartarse es usted—replica el comerciante.—¡Al arroyo, al
arroyo!
—Phs, phs, haga usted el favor de dejar franco el paso—responde el
señor Miranda.
Ninguno de los dos se movía de su sitio. Habíanse desembozado y
mostraban ya la punta aguzada de sus floretes.
—Tenga usted la bondad...
—Haga usted el obsequio...
¿Quién sabe la horrible tragedia que hubiera acaecido en Sarrió, si al
cabo de un rato bastante largo de hallarse estos varones así detenidos
en su camino, no se hubiesen reconocido?
—¿Sería usted tal vez don Feliciano?...
—¿Sería usted don Pedro?
—¡Don Feliciano!
—¡Don Pedro!
Y se acercaron corriendo y se estrecharon las manos con efusión.
—¡Qué suerte ha tenido usted en que le hubiese reconocido, don
Feliciano!—exclamó el señor Miranda mostrando su ancho estoque de
hierro con puño de hueso.
—¡Pues la de usted no ha sido pequeña, don Pedro!—contesta el
comerciante esgrimiendo en el aire una hoja fina y pavonada de Toledo.
Para entrar en la tienda de la Morana era preciso bajar dos escalones.
La tienda era una confitería, aunque no lo pareciese; la única
confitería que había entonces en Sarrió. Hoy, si no me engaño, cuenta ya
con tres. Y digo que no lo parecía, porque se vendían cirios de
iglesia, pies y manos y cabezas y troncos de cera para ofertas. Estos
objetos poco a poco habían ido llenando todo su ámbito, pasando de
comercio suplementario a principal, en virtud de lo nada golosos que
eran los vecinos de aquella villa. Y éste es uno de los rasgos
característicos que reclamo para ella. En España es muy general que los
habitantes de las villas y ciudades pequeñas sean dados con pasión a los
confites. No gozando de los placeres de toda laya con que brindan las
grandes capitales, la sensualidad se escapa por ahí.
Acaso se arguya que en Sarrió las monjas Agustinas también fabricaban
dulces; pero debemos advertir que esta fabricación estaba limitada
exclusivamente al rallado de ciruela, membrillo, pera y albaricoque,
alguna que otra tarta de almendra y borraja, y un dulce especialísimo
parecido a las escamas de los peces llamado flor de azahar. No hay que
dudarlo; en Sarrió había pocos golosos. Después de todo, esta virtud
rara en las villas de lo interior, no lo es tanto en las poblaciones
marítimas menos sometidas, como es sabido, a la influencia clerical.
Porque según la observación que puede hacerse viajando por los pueblos
de lo interior de España, allí se comen más dulces donde el culto y las
prácticas de la religión absorben más parte de la vida, y la mayor
energía del sentimiento religioso se traduce en novenas, rosarios
cantados, cofradías y canónigos. Lo cual demuestra que debe de existir
cierta misteriosa afinidad entre el misticismo y la confitería.
Esta se hallaba representada en la tienda de la Morana por dos armarios
de pino pintado de azul con puertas de cristales, situados a entrambos
lados del mostrador. En estos armarios se guardaba una razonable
cantidad de caramelos, rosquillas bañadas, suspiros, magdalenas,
almendrados, y sobre todo, las alabadas crucetas y famosísimas
_tabletas_ cuyo renombre habrá alcanzado seguramente los oídos de
nuestros lectores. Todo de la más remota antigüedad. Las tabletas, cuya
mágica composición nunca hemos podido averiguar, tenían un atractivo
irresistible, basado, ¡caso extraño! en su extraordinaria dureza. A la
edad en que se comían las tabletas de la Morana lo importante no era que
los dulces fuesen delicados, sabrosos, exquisitos, sino que durasen
mucho. Para lograr que los dientes se hincasen en ellas, era forzoso
impregnarlas previamente de una cantidad fabulosa de saliva. Una vez
hincados en su pasta pegajosa en alto grado, el separarlos de nuevo
llegaba a constituir un verdadero problema. Permítaseme dedicar un
delicado recuerdo de simpatía y reconocimiento a estas tabletas que
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - El cuarto poder - 06
  • Parts
  • El cuarto poder - 01
    Total number of words is 4730
    Total number of unique words is 1737
    34.8 of words are in the 2000 most common words
    49.6 of words are in the 5000 most common words
    56.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 02
    Total number of words is 4689
    Total number of unique words is 1629
    35.5 of words are in the 2000 most common words
    49.1 of words are in the 5000 most common words
    55.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 03
    Total number of words is 4791
    Total number of unique words is 1648
    36.0 of words are in the 2000 most common words
    47.9 of words are in the 5000 most common words
    54.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 04
    Total number of words is 4701
    Total number of unique words is 1785
    33.8 of words are in the 2000 most common words
    46.9 of words are in the 5000 most common words
    55.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 05
    Total number of words is 4800
    Total number of unique words is 1774
    34.5 of words are in the 2000 most common words
    48.7 of words are in the 5000 most common words
    56.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 06
    Total number of words is 4774
    Total number of unique words is 1698
    34.0 of words are in the 2000 most common words
    48.8 of words are in the 5000 most common words
    55.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 07
    Total number of words is 4702
    Total number of unique words is 1601
    36.6 of words are in the 2000 most common words
    50.1 of words are in the 5000 most common words
    57.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 08
    Total number of words is 4701
    Total number of unique words is 1628
    35.8 of words are in the 2000 most common words
    49.4 of words are in the 5000 most common words
    56.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 09
    Total number of words is 4678
    Total number of unique words is 1660
    32.4 of words are in the 2000 most common words
    45.4 of words are in the 5000 most common words
    53.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 10
    Total number of words is 4677
    Total number of unique words is 1634
    35.8 of words are in the 2000 most common words
    50.3 of words are in the 5000 most common words
    56.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 11
    Total number of words is 4726
    Total number of unique words is 1746
    36.0 of words are in the 2000 most common words
    50.6 of words are in the 5000 most common words
    57.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 12
    Total number of words is 4755
    Total number of unique words is 1739
    31.2 of words are in the 2000 most common words
    45.1 of words are in the 5000 most common words
    53.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 13
    Total number of words is 4589
    Total number of unique words is 1743
    34.6 of words are in the 2000 most common words
    48.5 of words are in the 5000 most common words
    55.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 14
    Total number of words is 4683
    Total number of unique words is 1682
    33.3 of words are in the 2000 most common words
    44.1 of words are in the 5000 most common words
    52.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 15
    Total number of words is 4739
    Total number of unique words is 1598
    37.4 of words are in the 2000 most common words
    50.8 of words are in the 5000 most common words
    57.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 16
    Total number of words is 4740
    Total number of unique words is 1649
    36.8 of words are in the 2000 most common words
    50.7 of words are in the 5000 most common words
    58.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 17
    Total number of words is 4719
    Total number of unique words is 1652
    36.7 of words are in the 2000 most common words
    50.0 of words are in the 5000 most common words
    56.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 18
    Total number of words is 4744
    Total number of unique words is 1754
    33.4 of words are in the 2000 most common words
    45.5 of words are in the 5000 most common words
    51.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 19
    Total number of words is 4713
    Total number of unique words is 1717
    33.2 of words are in the 2000 most common words
    46.8 of words are in the 5000 most common words
    53.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 20
    Total number of words is 4670
    Total number of unique words is 1752
    33.4 of words are in the 2000 most common words
    46.6 of words are in the 5000 most common words
    54.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 21
    Total number of words is 4766
    Total number of unique words is 1699
    35.1 of words are in the 2000 most common words
    47.8 of words are in the 5000 most common words
    54.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 22
    Total number of words is 4793
    Total number of unique words is 1555
    38.0 of words are in the 2000 most common words
    50.9 of words are in the 5000 most common words
    57.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 23
    Total number of words is 4732
    Total number of unique words is 1706
    35.3 of words are in the 2000 most common words
    49.2 of words are in the 5000 most common words
    55.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 24
    Total number of words is 4812
    Total number of unique words is 1608
    36.1 of words are in the 2000 most common words
    49.7 of words are in the 5000 most common words
    56.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 25
    Total number of words is 4756
    Total number of unique words is 1700
    35.9 of words are in the 2000 most common words
    48.6 of words are in the 5000 most common words
    56.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 26
    Total number of words is 4816
    Total number of unique words is 1555
    36.2 of words are in the 2000 most common words
    50.0 of words are in the 5000 most common words
    55.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 27
    Total number of words is 4817
    Total number of unique words is 1666
    35.6 of words are in the 2000 most common words
    48.7 of words are in the 5000 most common words
    55.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El cuarto poder - 28
    Total number of words is 367
    Total number of unique words is 201
    53.1 of words are in the 2000 most common words
    59.8 of words are in the 5000 most common words
    63.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.