El caballero encantado (cuento real... inverosí­mil) - 05

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_descansadero_, sitio de abrigo y amenidad. Se hizo alto a prima noche,
a punto que salía la luna, redonda y amarilla, dando al cielo gala, y a
la tierra dulce y templada claridad.
Cenando las sabrosas migas, Sancho prosiguió la información que de la
vida pastoril venía dando a su compañero.
--Este oficio --le dijo-- es el más holgado y menos enfermizo que
conocen los hombres, y con ser tan antiguo como el roncar, no se ha
encontrado cosa más arrimada a lo natural que esta vida nuestra. Probes
semos hogaño, tan probes como cuando adoramos al Niño Dios en el Portal
de Belén. Pero la probeza es nuestra honra y nuestra paz. La mesma sopa
y las mesmas migas que comíamos entonces comemos ahora, y la mesmísima
licencia de los amos tenemos para comernos la oveja perniquebrada,
y alguna sobrera que en días de recio queramos matar... Desventajas
tiene el oficio por un lado, y es que viva separadico de su mujer el
pastor que la tenga, y que a todos nos falte calor y trato de hembra;
pero, si bien lo miras, es por otro lado ventaja que estemos libres del
quebradero que trae la vida con la mujer en casa, y del sobresalto de
tener que cuidar de ella. Mejor es que Dios tome sobre sí ese cuidado,
y nosotros vivamos en descanso, fiados en que la honra de ellas está a
cargo de la Santísima Virgen y del Santo Ángel de la Guarda.
Todo esto le pareció muy bien a Gil, el cual estuvo de acuerdo con su
jefe en que la ausencia y privación de mujer no había de ser absoluta,
porque alguna vez entraban y se detenían en poblado. En lugares y
villas o en sus aledaños, milagro había de ser que no les salieran
haldas a que agarrarse. Y a esto dijo Sancho con humor sentencioso y
castizo:
--Con lobos y con mujeres, toparás más que quisieres.
Dentro de una gran rastrojera, cercada de piedra y que a los Gaytanes
pertenecía, se acomodó el ganado. Algunos pastores se guarecieron en
el chozo que en el extremo más elevado del cerco había. El ambiente
era tibio y sereno. Gil, que gustaba de tumbarse al aire libre en
noches plácidas de verano bajo un cielo esplendoroso, eligió para su
descanso un lugar blando de hierba ya seca, al amparo de una peña que
lo guardaba del Norte. Al rato de mirar al firmamento, echó la boina
sobre sus ojos, y pensando que pensaba, lo que hizo fue dormirse...
A una hora que le pareció la del alba por la claridad que vio en la
faja de Oriente, despertó el zagalón sobrecogido, como si alguien le
llamara. A un tiempo creyó sentir un golpecito en su cuello y una voz
que le nombraba. Pero a su lado no había nadie. Despabilado y en pie,
persistió la ilusión de la voz... Gil volvió sus miradas de nuevo hacia
el resplandor creciente de la aurora.
Hacia aquella parte subía el terreno por escalones naturales de
césped y de rocas bajas, y como a las diez varas de suave subida se
veían enormes piedras de extraña forma, que más parecían estar allí
por colocación que por natural asiento. Unas había que semejaban
deformes cuadrúpedos, otras osamentas de monstruosos animales de fauna
desconocida. No faltaba cierta simetría en la erección de estos bultos
de piedra sobre un suelo plano. Al fondo de aquel ingente propileo,
vio Gil dos colosales monolitos plantados como columnas, y sosteniendo
sobre sus cabeceras otro témpano horizontal. Pasando bajo aquel
pórtico, vio una rampa, en la cual aglomeraciones musgosas parecían
vestigios de una escalera. Subió el pastor hasta llegar a un túmulo,
que también podía ser trono, y en este... ¡Ay! si no le engañaban
sus ojos, si no era un durmiente que se paseaba por los espacios del
ensueño, lo que vio era una mujer, una señora sentada en aquel escabel,
y la maravilla de tal visión fue completada con otra maravilla de la
Naturaleza. Precipitó el sol su salida, y sus rayos se esparcieron por
el cielo en deslumbrador semicírculo y en disposición tan peregrina,
que parecían salir de la cabeza de la señora, o que esta coincidía
propiamente con el padre sol.
Del estupor y sobresalto que embargaron el ánimo del pobre Gil, cayó
este de rodillas, casi tocando la orla del vestido de la dama, y
próximo a ella pudo advertir que se hallaba en presencia de la matrona
que vio en la noche de su encantamiento, escoltada por las ninfas o
amazonas galanas que danzaban con claqueteo de crótalos, y que a él
le zarandearon de lo lindo... Reconoció la faz de augusta nobleza,
los cabellos blancos, la severa vestimenta, la mirada benigna, el
sonreír afable... Sintió Gil renovado el miedo intensísimo de aquella
hora fatídica del encanto, y no sabía sacar de su oprimido pecho
palabra alguna. La dama entonces, sin énfasis de teatro, sin tonillo
de aparición fantástica, antes bien con el llano y gentil lenguaje que
emplear podría cualquier señora viva de la más ilustre clase social, le
dijo:
--Sosiéguese el buen Tarsis, y no se asuste de mi presencia, ni
vea en ella un caso sobrenatural para regocijo de niños y pastores
inocentes... Yo soy quien soy; mi reino no es el cielo, sino la tierra,
y mis hijos no son ángeles, sino hombres.
Oyendo estas palabras, Gil se fue recobrando de su pavura. A una
señal cariñosa de la dama se puso en pie, y otra señal, maternalmente
imperativa, le indujo a sentarse en un pedrusco frontero al que la
prodigiosa figura ocupaba. Con nuevos alientos, pudo sacar de su pecho
estas graves expresiones:
--Señora, la gloriosa majestad que en tu semblante y modos se
manifiesta, me dice que eres reina, divinidad, espíritu que por su
propia virtud se hace visible.
Y ella dijo:
--Reina es poco, divinidad es demasiado; espíritu y materia soy, madre
de gentes y tronco de una de las más excelsas familias humanas. Adórame
si vivo en tu sentimiento; pero no me rebajes a la condición de imagen
erigida en altares idolátricos.
Se adelantó Gil con piadosa efusión a besarle la mano, y ella,
requiriendo la del pastor como apoyo para levantarse, dijo así:
--Vieja soy, hijo mío; pero mi ancianidad no es más que la expresión
visible de mi luenga vida. Debajo de estas canas llevo escondida
mi juventud para cuando sea de mi gusto mostrarla. Vivo en todos
y en cada uno de los dominios que poseo. Si hoy me has visto en
este triste collado, es porque aquí suelo venir atraída de fuertes
querencias atávicas. Yo también he tenido infancia. Estas piedras
adustas me vieron mozuela, más bien niña, ofrendando a dioses que ya
se fueron para no volver. Soy más vieja que las lenguas, más vieja
que las religiones, y he visto pasar pueblos como pasan tus ovejas
por mis cañadas seculares... Pero ya es hora de que me dejes y te
incorpores a tu rebaño, que ya está el buen Sancho disponiendo la
marcha. Vuelve a tu majada, hijo mío, y si deseas verme y hablarme con
descanso, yo deseo lo propio, ya que estás encantadito para bien tuyo
y mío, como te diré... Andaréis todo este día y parte de la noche,
hasta llegar a beber en aguas de mi Duero. Pasando el río por mi San
Esteban de Gormaz, seguiréis por el camino que va de este pueblo a
mi querida ciudad de _Hotzema_, que ahora llamáis Osma. En un punto,
que yo escogeré, de ese largo camino me hallarás... Adiós, Tarsis. No
te entretengas; Sancho te busca: vais a partir. En el chozo tienes
tu desayuno, pan con torreznos. No dejes de tomarlo (_con elegante
humorismo_), ni por hablar conmigo creas que eres solo espíritu. Hay
que comer, hijo. Yo también como. (_Mostrando un pan celtíbero de
centeno y miel._) Adiós, hijo. Tu Madre no te olvida.


VIII
Prodigiosa y familiar conversación que tuvieron el caballero y la Madre
desconocida.

Descendió Gil de aquel foro salvaje, y apenas llegó junto a Sancho,
este le dijo que había hecho mal en andar por entre aquellos erguidos
pedruscos, donde moraban duendes o endriagos.
--Esos peñascones que ves fueron altares, no de moros, como algunos
creen, sino de otras plebes que antes de ellos vinieron a España.
--¿Fenicios... cartagineses?
--No... Otro nombre tenían de más antigüedad, que no se me acuerda.
Lo que ves es el _despiazo_ de las iglesias que aquí tenían, y que
eran gentiles, o de un sacerdocio que comulgaba comiéndose carneros
crudos... En los recovecos de las peñas quedan diablos que fueron
de aquella _seta_, y yo te aseguro por mi fe que vi a dos o tres de
ellos una noche que me dio la mala idea de subirme allí a dormir. Son
cuatropea, al modo de micos grandes; la cabeza tienen de cabrón, rabo
corto y empinado, y los ojos como ascuas de fuego azul tirando a verde.
Recogieron los pastores sus bártulos, y el ganado se puso en marcha.
Todo el día anduvieron por lugares cuyos nombres oía Gil por primera
vez. Recorriendo cañadas y cordeles pernoctaron en un corralón que no
era ya de los Gaytanes, sino de otra familia llamada los _Gaitines_;
pasaron una puente jorobada de cinco ojos, y ¡hala, hala!... fueron a
dormir al amparo de una villa no pequeña, toda de color barroso, de
pobre y desordenado caserío. No había casa que no pareciese reñida con
la inmediata, ni calle que no estuviera enemistada con los pies de los
transeúntes, pues todo era guijarros, hoyos, charcos y montones de
basura y escombros.
Tempranito fue Gil a echar un vistazo al pueblo; vio huertos de
lino en flor, plantíos de alcacer, y al embocar en una plazoleta
de estrambótica irregularidad, abierta a las eras por uno de sus
lados, vio una puerta románica muy bella y toda desmochada en su
gracioso adorno, como si hubiera estado rodando durante siglos por un
despeñadero. Era puerta de iglesia humilde, y por ella salían mendigos
de cuyos hombros colgaban jironadas anguarinas o capas pardas, cojos,
tullidos, legañosos; salían mujeres, viejas las más, alguna joven y
bonita, con sus pañuelos o las sayas en la cabeza. Parose Gil a mirar
a las que le parecieron guapas, que de esta curiosidad ingénita y
examen de bellezas no le curara ningún encantamiento, y estando en ello
vio que salía también por la vetusta puerta la señora de los albos
cabellos, la del aire augusto, la de extremada belleza madura, la
Madre, en fin, que se le apareció en el bárbaro santuario céltico.
Vestía la dama la misma túnica severa, sin más novedad que un velo
negro echado desde el cabello a la espalda; traía en una de sus manos
un rosario menudo liado en los dedos. Dirigiose a él con semblante
afable, diciéndole:
--Ya sabía que estabas aquí... Vámonos a esta otra parte y podremos
hablar.
Maravillado quedó Tarsis de la sencillez y del tono familiar con que la
señora le acogía, y ella con noble gracejo le dijo:
--Ya ves cómo puedo hacer mi aparición sin ningún aparato, ni
comparsería, ni rayos de sol...
Luego, con paso tranquilo, se internaron en angosta calleja rematada
en un arco, por el cual salieron a un campillo donde había corpulentos
álamos y una fuente sin agua, flanqueada de bancos de piedra. En uno
de estos sentáronse la buena Madre y el pastor Gil, y a su gusto
y comodidad platicaron. Discurrían por allí raros transeúntes que
saludaban sin manifestar estrañeza ni asombro ante las dos figuras.
Veían a la Madre como a persona familiar de todos conocida... Lo que
hablaron fue como sigue:
TARSIS.--En cuanto me hice cargo de mi encantamiento, días ha, señora
y Madre, comprendí que este no era por daño mío, sino al modo de
enseñanza o castigo por mis enormes desaciertos.
LA MADRE.--Así es. Se te ata corto a la vida, para que adquieras el
cabal conocimiento de ella y sepas con qué fatigas angustiosas se
crea la riqueza que derrocháis en los ocios de la Corte. Verdades hay
clarísimas, que vosotros, los caballeretes ricos, no aprendéis hasta
que esas verdades os duelen, hasta que se vuelven contra vosotros
los hierros con que afligís a los pobres esclavos, labradores de la
tierra, que es como decir artífices de vuestra comodidad, de vuestros
placeres y caprichos. ¿Qué tal, Tarsis amigo? ¿Te has divertido
sudando la gota gorda sobre el surco? Es un deporte lindísimo.
¿Verdad que no hay juguete como el arado? ¡Pobrecillo! ¿No sabías
que echabas los bofes sobre tus tierras de Tordehita y Tordelepe?
Digo mal, porque ya no son tuyas: son de Bálsamo y Gaytán, mitad por
mitad... Mientras esos te van desplumando, tú continuarás en estas
galeras, rema que te rema, y caerán sobre ti mayores humillaciones
y trabajos... Todo lo mereces, Tarsis, y porque mucho te estimo, he
de llevar hasta el fin la obra justiciera de tu escarmiento. Pensando
solo en ti mismo y ávido de goces, no has tenido consideración de tus
pobres esclavos. Te pedían rebaja de la renta, y ordenabas a Bálsamo
que la aumentase; creías que hay dos humanidades, el señorío y la
servidumbre, y en el primero te ponías tú, y decretabas el abandono
impío de los infelices que, derrengándose como animales de carga,
labraban tu bienestar. Cuando te faltaba dinero, o lo obtenías de la
usura, tu lenguaje era un chorro de pesimismo repugnante. Maldecías
de todo y a mí me escarnecías, sosteniendo que nada hay en mí que
valga un ardite: ni ciencia, ni artes, ni negocios, ni trabajo, ni
literatura.
TARSIS. ~(Humildísimo.)~--Es verdad, Madre, que tal pensaba y decía.
Perdóname. Tu indulgencia no me faltará, pues bien sabes que el
español mimado y sin dinero es peor que un perro hidrófobo... No me
disculpo, ni atenúo mi falta... Solo me permito decirte, con todo
respeto, que soy y he sido malo; pero no el peor. Españoles hay que
merecen más duro encantamiento, Madre querida.
LA MADRE.--Ya, ya... Los hay peores, hijo mío, y a esos aplico
con rigor más grande el poder que me ha dado Dios. Y no creas que
mi ejemplaridad consiste en _volver la tortilla_, como dice el
vulgo, haciendo a los ricos pobres y a los pobres ricos: no. Eso
sería trocar los términos de desigualdad, agravando la injusticia
y aumentando la confusión. Verás lo que hace tu Madre. A los que
cruelmente, ávidamente, sin trabajo propio, apurando la máquina
muscular de siervos embrutecidos, sacan del suelo el mineral y
fácilmente lo convierten en plata y oro, les llevo a una profunda
y negra galería, y allí les tengo con su picachón en la mano todo
el tiempo que se me antoja, arrancando carbón, hierro u otra rica
materia, y cargando las vagonetas. A los ricos avarientos que sin
esfuerzo, sentaditos en sus escritorios, hinchan hasta lo absurdo sus
capitales, les condeno a mozos de cuerda para que me lleven bultos
y baúles a las estaciones. Políticos de esos que rigen grupos o
partidos, irán por una temporada a sudar el quilo en bajos oficios
de carteros o peatones; y haré una leva de oradores para llevarlos a
desempeñar curatos de pueblo, con obligación de predicar en la misa
dominical y en todas las novenas...
TARSIS. ~(Alegre, movido a hilaridad.)~--Madre, por respeto a tu
excelsa persona no suelto la risa. Cuanto has dicho es digno de tu
nativo ingenio picaresco. No serías quien eres si no pusieras el
donaire aun en tus obras de justicia. Dime, y perdona mi curiosidad:
¿alguna o algunas damas principales no recibirán tu lección severa?
LA MADRE.--¡Oh, sí, hijo mío! No serán una ni dos las que vayan a
estas galeras correccionales, ya que no redentoras. Pero no debo
seguir confiándote mis planes, ni tú debes pedirme más noticias de
encantos, como no sean del tuyo.
TARSIS.--Pues si para lo del mío me das licencia, déjame que te
pida esclarecimiento del asombroso aparato con que fui traído
del estado noble al estado villano. No puedo olvidar la casa de
Becerro, perfecta decoración de nigromante; no puedo olvidar la
imagen de mi hermosa Cintia, con quien hablé de un lado a otro del
espejo. Pero todo esto fue juego de niños si lo comparo con el
estrépito de cataclismo, que mudó la decoración de sala telarañosa
en selva magnífica iluminada por una o varias lunas. ¿De qué abismos
espirituales vino el maravilloso coro de ninfas morenas, algo
hombrunas, de fornidas piernas, torneados brazos y rostros helénicos,
que al compás de los crótalos danzaban en dos hileras, por entre las
cuales pasaste tú y te vi por vez primera en todo el esplendor de tu
soberana majestad? ¿Por ventura, es de rigor que al pobre encantado
le zarandeen, como hicieron conmigo aquellas hermosas brutas,
arrojándome después a una barranquera, por la que fui rodando hasta
dar con mis pobres huesos en la Aldehuela?
LA MADRE.--No, hijo: tu transfiguración se hizo en formas
extraordinarias y con un poquito de bambolla teatral, por lo que te
diré...
TARSIS. ~(Alarmado, oyendo rumor cercano de zumbos.)~--¡Ay, Madre
del alma! mi ganado se pone en marcha, y no tendré más remedio que
dejarte con la palabra en la boca, que es gran pena para mí.
LA MADRE.--No te apures, hijo. Siéntate. Deja que salga tu rebaño.
Ni Sancho ni los demás pastores y zagales notarán tu ausencia. Yo te
llevaré a donde les encuentres...
TARSIS.--Sin juramento podrás creerme que mejor estoy contigo que
junto a Sancho y sus ovejas, y si luego me llevas en volandas a
donde ellas estén mañana, bien podré exclamar con toda el alma:
«¡Encantado!»
LA MADRE.--Pues te decía que la maravilla de tu paso de un vivir
a otro se debió a un oficioso entusiasmo de tu amigo Pepe Augusto
Becerro, que quiso demostrarte con desusada pompa y ruido su afecto y
su gratitud. Tiempo ha que practicaba la magia. No te asombres, Gil,
si te digo que entre la magia y la erudición existe un entrañable
parentesco: ambas artes toman su savia de la antigüedad remota.
El erudito devorador de archivos se embriaga del zumo espirituoso
contenido en los códices, y acaba por poseer el don de suprema
alucinación, de penetrar en el alma de las cosas y de sojuzgar el
mundo físico. En el profundo estudio que hizo Becerro de los libros
de caballería, llegó a sorprender el intríngulis magnético de las
_Urgandas_ y _Merlines_ y el dinamismo prodigioso de _Madanfabul_,
de _Famongomadán_ y otros apreciables gigantes. Metido luego en el
laberinto del Marqués de Villena, visitó el interior de sus redomas,
y en ellas y en podridos pergaminos aprendió mil sutilezas. Yo te
lo diré sin reparo: aunque soy tan vieja, mejor dicho, aunque en
antigüedad no me gana nadie, siento poca simpatía por la erudición
secamente erudita, quiero decir, por el saber de menudencias que
maldito lo que interesan a la humanidad viva. A pesar de esto,
las leyes de mi existencia me obligan a transigir hasta con los
maniáticos, y a pasar algunos ratos en los archivos polvorosos y en
las acartonadas academias... Y más de una vez he tenido que recurrir
al sabio para que viniese en auxilio de mi memoria, que en el correr
de tantos años y siglos suele flaquear y oscurecerse. «Pepito --le
pregunto--. ¿En qué fecha vino Julio César a España por tercera
vegada?» Y él me lo dice gustoso, y me cuenta después que traía la
calva remediada por un gracioso artificio de su corto cabello. Otro
día me cuenta que Sertorio se afeitaba solo, y que a Perpena le
molestaban los sabañones.
TARSIS.--Yo también he sido benévolo con Becerro y he soportado
sus ataques de erudición. Yo le favorecí cuanto pude ayudándole a
mantener la caterva de sus hermanas, cuyo número se perdía en la
oscuridad de las matemáticas. Raro era el día en que no estaba una de
cuerpo presente o sacramentada.
LA MADRE. ~(Risueña.)~--Entiendo yo que eran como figuras
emblemáticas de las épocas históricas: edad céltica, edad fenicia,
griega, romana, período gótico, ciclos astur, leonés, castellano,
arábigo-castellano y castellano-aragonés, _etcétera, etcétera_.
Las he conocido y he tratado de contarlas, reduciendo a cifra la
innumerabilidad y catálogo de las fantásticas hembras, hermanas de
nuestro amigo. La muerte aparente de una traía la emergencia de otra.
No se alimentaban; salían a los espacios como seres alados y volvían
con un granito de cañamón en el pico para alimentar al hermano. Hoy,
según creo, todas se han muerto y todas viven. Son seres engendrados
por el espíritu de la erudición, de la ciencia del ocioso investigar
infecundo... Pues estas magas, brujas o como quieras llamarlas,
fueron las que, bajo la dirección de Becerro, organizaron el
teatral aparato que te causó tanto asombro. Me opuse; hace tiempo
que me hastían los actos ceremoniosos, y me incomoda el verme
representada con los atributos de que tan ruin abuso se ha hecho en
las cabeceras de los mapas, y en las etiquetas de la industria. Yo
dije al gran Becerro: «Pepito, no me saques en mojiganga.» Pero él
no me hacía caso; estaba loco: a todo trance quería glorificarme y
glorificar a su amigo Tarsis, y ya viste la brillante, la estrepitosa
farándula que armó. Como empresario de pompas teatrales, a los vagos
espíritus de sus hermanas dio hechura de mozarronas celtíberas,
de pierna desnuda y andadura selvática, y a mí me hizo desfilar
entre claridades como bengalas... Notarías que iba yo sofocando
la risa. Era que me hacía mucha gracia ver a Pepito convertido en
león... león apócrifo, ya lo comprenderías por su facha. Al mío, a
mi auténtico león heráldico, que hace tiempo anda bastante achacoso
y desmejoradillo, le he mandado al Atlas para que se reponga con los
aires nativos.
TARSIS.--Pues aunque yo estaba en aquel momento bastante asustado
y sin ganas de broma, me reí un poco de la facha leonina de Pepe
Augusto.
LA MADRE.--El abuso de las pompas rituales es uno de mis mayores
suplicios en la época presente. Si he de decirte la verdad, vivo en
continuo desacuerdo con mis hijos. Así los que dirigen mi nacional
cotarro, como la turbamulta gregaria que se deja dirigir, viven en un
mundo de ritualidades, de fórmulas, trámites y recetas. El lenguaje
se ha llenado de aforismos, de lemas y emblemas; las ideas salen
plagadas de motes, y cuando las acciones quieren producirse, andan
buscando la palabra en que han de encarnarse y no acaban de elegir...
No sé si me entenderás...
TARSIS.--Sí, Madre: tú quieres decir que... Vamos, que... en fin, que
todos tus hijos somos unos grandes badulaques...
LA MADRE.--No tanto.
TARSIS.--Que no servimos para nada.
LA MADRE.--No, hijo: servís para todo... Excelentes músicos hay entre
vosotros; pero raro es el que toca el instrumento que sabe, y armáis
unas algarabías que me vuelven loca. Vivís en ciega ignorancia de las
verdades fundamentales, y... ~(Advirtiendo que se agolpan mujeres,
hombres y chiquillos en las inmediaciones de la fuente.)~ Más gente
hay aquí de la que solemos ver en sitio tan solitario. Como día de
fiesta, estos infelices vienen aquí a solazarse... Y por allá veo
venir la banda de música con sus abollados trompetones... Aunque no
me importa que nos vean, alejémonos, hijo, de esta bullanga. ~(Se
levanta.)~
TARSIS.--Vámonos, Madre, a donde quieras... ~(Dirígense por calles
tortuosas; salen del pueblo. Encuéntranse frente a un camino de
áspera pendiente.)~
LA MADRE.--No te asuste este reventón, terror de los caminantes. Coge
un borde de mi velo o un pliegue de mi halda, y déjate llevar.
TARSIS. ~(Maravillado de ver que sin cansancio salvan en un periquete
la ruda cuesta, y prosiguen con pasmosa velocidad bordeando un alcor
poblado de viñas.)~--Ahora comprendo, señora mía, que no serías
quien eres si no tuvieras el don de recorrer con paso milagroso los
escalonados vericuetos de tu inmenso trono. ¡Y cuánto me place y
enorgullece correr en tu compañía, salvando increíbles distancias
y escalando pedregosas alturas! Voy de asombro en asombro. Por la
derecha he visto correr, en menos que lo digo, tres aldeas. Por la
izquierda se abrió un abismo, en cuyo fondo he visto verdeguear
un fresco valle, y otro y otro, separados por picachos, en cuya
cima se alzan castillos que, aun en ruinas, amenazan con sus moles
orgullosas... Caseríos y torres de iglesias y monasterios arrumbados
se hunden, mientras nosotros ascendemos, y corren en dirección
contraria los montes arropados en tupidos pinares. Las águilas
apresuran con espanto su vuelo, y hasta las nubes creo que se apartan
para dejarte libre el paso, y ante tu majestad se humillan.
LA MADRE. ~(Sin la menor alteración en su aliento.)~--Parémonos aquí.
Esta es la sierra de San Leonardo en su más alto caballete. Vuelve
hacia atrás la vista, y alcanzarás a distinguir mi valle del Duero.
Tú no podrás ver lo que veo yo; no verás mi amada Clunia, hoy lugar
humilde que llamamos Coruña del Conde. Esa que fue ciudad romana
próspera y bella, guarda recuerdos dulcísimos de mi infancia. En ella
estuve cuando la gobernaba Poncio Pilatos... Si esto es dudoso para
algún sabio regañón, para mí no lo es... Era yo una chiquilla sin
juicio y jugaba con las niñas de Pilatos, poco antes de que fuera
trasladado al Gobierno de Judea. Yo le vi partir con toda su familia,
harto mohíno de abandonar mi tierra, de dulce vivir y pacíficos
moradores. ¡Quién pudo pensar que en su nuevo Gobierno había de
intervenir con desdichada pasividad en el sacro misterio de nuestra
reparación! ¡Pobre Clunia! Ya no eres más que un montón de polvo que
revuelven con sus narices, a manera de ganchos, los traperos de la
erudición... Si tu vista no alcanza, no te canses, Gil: mira con
la fantasía, y vente más allá conmigo, hasta los picos excelsos de
Urbión, donde verás sin esfuerzo partes muy gloriosas de mis estados.
Ven: agárrate a mi velo.


IX
Continúa el coloquio entre Gil y la Encantadora.

TARSIS.--¿Me llevas al cielo?
LA MADRE.--Te llevo conmigo a los más altos escalones de mi trono,
desde donde veo el antaño y el hoy. En esta eminente altura domino la
grandeza de mis estados, y la considerable dimensión de los tiempos.
Ayer y hoy se juntan bajo una sola mirada, y las penas que fueron
se funden con las penas que son. ~(Las águilas, que antes huían
asustadas, al ver a la Madre en el picacho más enhiesto de Urbión,
suben en bandadas, y sobre y en torno de ella trazan con su vuelo
inmenso círculo.)~
TARSIS.--El aire que aquí respiramos, ¿no es el aire del primer día
del mundo? Su diafanidad, su pureza y frescura, dan vida nueva y
potente a mi espíritu enfermo, envejecido.
LA MADRE.--Si tus ojos otean como los míos a distancias enormes,
sácialos en esa inmensidad que tendrás delante volviéndote de esa
parte, hacia donde va cayendo el sol. El Occidente te señala el valle
de Arlanza, cuna de lo que tu amigo Becerro llamaría _Civilización
castellana_. En lo más próximo verás a Barbadillo, Salas, Lara. ¡Oh
ilustres y carísimos nombres! No lejos de Lara verás tus tierras
y tu castillo de Santa Cruz de Juarros, que pertenecieron a tu
antecesor Gonzalo Gustioz, el viejo más verde que ciñó laureles
de amor. Las tierras que fueron tuyas, son ya de tu administrador
Bálsamo. Consuélate ahora de este despojo, llamándote _Asur, Hijo del
Victorioso_; llamándote _Mudarra_ o _Mutarraf_, que es _Vengador_.
Véngate, hijo, véngate ahora con ira y rabia de tu fiero enemigo, que
eres tú mismo.
TARSIS.--No tengo por qué vengarme. A nadie aborrezco. Soy Gil,
pastor humilde, y el que se llamó _Asur Hijo del Victorioso_ es un
majadero que estuvo dentro de este pellejo mío, y ya, gracias a ti,
salió y se fue con sus necedades a otra parte. Este pobre Gil no
ambiciona más que ser tu escudero, Madre querida...
LA MADRE.--Ya lo fuiste, tonto.
TARSIS.--¡Yo!
LA MADRE.--En la lista de diputados te vi, y más de una vez escuché
tus graves discursos, diciéndome con terquedad borriquil: _sí_, _no_.
¿En qué me serviste, mastuerzo? ¿Qué hiciste por aliviar mis males,
por darme lustre y dignidad? Contesta: ¿qué hiciste?
TARSIS.--Nada, Reina y Señora. Lo confieso, y declaro que no era yo
una cabeza, sino un sombrero de copa; no era yo un hombre, sino una
levita.
LA MADRE.--Pues si nada hiciste cuando podías mirar por tu Madre,
¿qué harás ahora, miserable _Asur_, transformado en Gil? ¿No veías,
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