El caballero encantado (cuento real... inverosí­mil) - 02

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cargo de lo que me contraría y desespera el tener que negarte...
~(Levántase.)~ Un consejo te doy que vale más que dinero, y es que
en tus aflicciones vuelvas los ojos a Dios... El Cual no desoye,
yo te lo aseguro, a los que con fe y con dolor sincero imploran su
misericordia. ~(Estrecha la mano del caballero.)~ Y ahora se me
ocurre que tal vez en este instante te tenga Dios preparada una
solución... He oído que llevas muy bien tu asunto con la chica de
Mestanza. Ayer tarde la vi: estará muy guapa cuando entre un poco en
carnes.
TARSIS. ~(Con sutil ironía.)~--Para el buen término del negocio de
_Mary_ habría que contar con Dios. Pídaselo usted, padrino, que a mí
no me hace maldito caso.
TORRALBA. ~(Risueño y meloso.)~--No, tontín. Más caso ha de hacerte
a ti si se lo pides con efusión del alma, echando por delante una
conducta mejor que la que has traído hasta hoy... Me veo precisado
a dejarte... Hace un siglo que no vas a almorzar conmigo... ¡Qué
ingrato eres! ~(Entra Becerro y saluda.)~ Aquí tienes a tu amigo
el gran heráldico, que te dará conversación más grata que la de
este viejo regañón... Adiós, adiós... Y que tengas confianza con
tu padrino, y le ocupes para todo. En cuanto tropieces con alguna
dificultad, me avisas, ¿eh?... ~(Sale.)~
TARSIS. ~(Con fino humorismo, envuelto en una calma estoica.)~--Te
avisaré, amado padrino, por el mismo mensajero que lleve el aviso
a la funeraria cuando sea menester... Vienes a tiempo, mi querido
Augusto, porque el humor que hoy tengo es de tal negrura, que solo
tú y tu gracioso saber de linajes pueden traer a mi espíritu algún
despejo. Háblame de los siglos distantes, llenos de amenidad. Montado
mi pensamiento en el tuyo, como en un águila, podré alejarme de la
realidad triste.
BECERRO. ~(Más desmayado y mortecino que otros días. Su rostro
flácido, sus ojos plorantes, reviven al son claro de su palabra
correctísima.)~--El mismo procedimiento uso yo para huir de mis
penas. En mis lecturas favoritas encuentro yo las aves que me llevan
al retiro de los siglos que fueron. Ya sabes que el autor más moderno
que yo leo es el Arzobispo don Rodrigo Jiménez de Rada. También
es de los míos el Obispo don Lucas de Tuy. Me deleito en estos
amenísimos autores; y cuando quiero mayor deleite, que a olvido mayor
de lo presente me conduzca, echo mano del _Fuero de Avilés_, de los
_Fueros de Brañosera_ o _Zorita de los Canes_, de las escrituras de
donaciones o fundaciones, o me extasío con el _Cronicón beldense_ y
con el _Becerro de Santillana_.
TARSIS. ~(Acordándose de que es profesor de guasa viva.)~--Yo
también, mi querido Becerro, yo también me deleito con esos portentos
de amenidad... Y como no estoy hoy de buen temple, y quiero
alegrarme, acaba de referirme el fundamento de mi título de Mudarra,
uno de los más gloriosos de Castilla. Si no recuerdo mal, mi título
viene del hermano bastardo de los Siete Infantes de Lara.
BECERRO. ~(Ufano de verse en su terreno.)~--Mudarra, que en árabe
es _Mutarraf_, esto es, _Vengador_. Autores hay que asimilan este
nombre a los de Amenaya y Benaya, que es como decir _Ben Yahia_, o
_Hijo de Juan_. Sea lo que quiera, ello es que el primer Mudarra fue
concebido en una cárcel. Como te dije, Gonzalo Gustios, _Gundisalvus
Gudiestoz_, entérate bien, padre de los caballeritos de Lara, fue
mandado por Ruy Velázquez al Rey moro de Córdoba, Almanzor, para
que le matase. El moro fue más benigno y se contentó con ponerle en
prisión. Cautiverio muy ancho debió de ser, porque en su cárcel el
viejo señor castellano recibió la visita de la hermana del Rey moro,
que, aunque de la perversa religión mahometana, era hembra compasiva
y blanda. Mira tú si sería punto de cuidado el buen Gonzalo Gustios,
que a las tres visitas quedó la Princesa en el estado que ahora
llamamos interesante, verbigracia encinta, _vulgo_ embarazada.
TARSIS.--Y el desembarazo fue mi nacimiento, digo, el de mi tío, de
mi abuelo, de mi tátara, tátara... Bien por el viejo Gustios. Eso
es un hombre, eso es un caballero, un español de cuerpo entero y
con toda la barba. ¡Y el hombre llevaba a cuestas sesenta años!...
¡Prisionero del Rey moro, le birla la hermana! ¡Vaya un tío! ~(Con
reír nervioso y juguetón.)~ ¿Ves, Becerro? Solo con recordar esas
grandezas de la raza hispánica se me ha pasado la murria: ya estoy
alegre... Si es lo que te digo: esos hombres son los que regeneran
las razas decaídas... Se comprende que un pueblo formado de varones
tales como ese Gustios de Lara, conquistara medio mundo. ~(Paseándose
con alborozo de travieso adolescente.)~ Aquí tienes un ejemplo. Ya me
estoy regenerando... Sigue, sigue la historia...
BECERRO.--_Axa_ era el nombre de la real morita, hermana de Almanzor.
Al chiquillo que tuvo le criaron para héroe, y salió con toda la
pinta y toda la fiereza de los Laras de Salas. Vengó a sus hermanos,
mereció los honores de un Romancero, y figura entre los más altos
caballeros de Castilla.
TARSIS.--¡Y vengo yo de ese caballero... por cruce de la línea de
los Tarsis, nieto de Noé, con la de los Mudarras, dichoso injerto
de las ramas de Cristo y Mahoma! Bien, bravísimo. Esto alivia, esto
conforta. Completa sería la gloria de tal estirpe, si viniera con
dinero. Porque yo, querido Augusto, he dado en pensar que nobleza
sin dinero es latón abrillantado por la industria. Donde no hay
oro, todo es desdoro. ~(Su entereza se aplaca; déjase vencer del
pesimismo.)~ Me arrimo a la genealogía de mi abuelo materno, que tuvo
el negocio de harinas, y con _este polvo_, como decía en las cartas
comerciales, amasó la riqueza que yo estoy desmigando ahora. Atrás
Gustios y Mudarras, fuera el nieto de Noé, y viva mi Suárez, por
donde, según tú, debo llamarme _Asur_, _Hijo del victorioso_... hijo
del molinero, que, amparado del arancel, alimentó a tres generaciones
de cubanos, y acá se traía las cajas de azúcar, que venían resudando
el dulce. Yo me acuerdo. ¡Qué olor tan rico en aquellos almacenes,
aroma de almíbares, mezclado con fragancia de canela; que allí había
también fardos venidos de Ceilán! Llévate todos los chirimbolos de
la caballería de Mudarra, y tráeme mis almacenes de coloniales...
¡Ah! También había cacao. América inocente nos mandaba mil primores
cambiados por las harinas de acá... Las memorias de aquella riqueza
se avivan en mi olfato. Huelo, huelo... ¿No hueles tú? ¡Ay! los
pergaminos de tus cronicones apestan a ranciedad putrefacta...
Becerro, Becerro, apártate, hueles a ti mismo. Tráeme el árbol
genealógico que tiene por hojas los billetes de Banco, o no vengas
acá. No me traigas la roña de tus archivos, cementerios de la nobleza
pobre... La pobreza es muerte, ¡oh gran Becerro, ilustrado y vacío
Becerro, sabio durmiente entre ratones! ~(Abatidísimo se desploma
en un sillón. Sobre los brazos de este caen con grave pesadumbre
las manos del caballero. Entran súbitamente, sin anunciarse, dos
personas: Ramirito Núñez y don Francisco La Diosa. La teatral
aparición de este señor es para Tarsis como una descarga eléctrica.
Salta de su asiento; coge de un brazo al hombre plácido, de risueño y
episcopal semblante, y se le lleva al salón próximo para hablar con
él a solas. Quedan en el gabinete Becerro y el joven Núñez.)~
RAMIRITO.--Este señor que sonríe, aun diciendo cosas tristes, ¿no es
ese que llaman _La Diosa?_
BECERRO. ~(Con erudición lúgubre.)~--Su verdadero nombre es _Abraham
Samuel Zacuto_, higienista, médico y matemático famoso... No, no:
me equivoco... ¡Qué cabeza! Es _don Isaac de Abrevanel_, arbitrista
y tesorero de los Católicos Reyes... ahora redivivo con la misión
providencial de empobrecer a los nobles ricos, como preparación del
reinado de la igualdad humana.
RAMIRITO. ~(Alelado, sin entender lo que oye.)~--Don Augusto...
¿habla usted dormido?... Despabílese y charlemos. ¿Estuvo usted en el
estreno de anoche?
BECERRO. ~(Sin mirarle.)~--Yo no voy a estrenos. ~(Mirándole.)~ Ya
conoce usted mi simplicismo teatral: me he plantado en Bartolomé
Torres Naharro. Ni a tres tirones paso más acá. ¿Estrenos dice? Pues
estos pantalones me pongo hoy por primera vez... Pero no son obra
original, sino arreglo, hecho por mis hermanas, de los que casi
nuevos me dio Carlos. ~(De improviso aparece Tarsis por la derecha
con vivo paso y rostro alegre. El señor La Diosa no le acompaña.
Salió, sin duda, por otra parte de la casa.)~
TARSIS. ~(Disimulando mal su júbilo, guarda en un bolsillo del batín
un fajo de billetes que traía en la mano.)~--¿Qué decías, Becerro?
¿Qué dices, Ramirillo? ¿Hablaban mal de La Diosa?
RAMIRITO.--Yo, no.
BECERRO.--Yo he murmurado, he rutado. Rutar es en el hombre imitar
con voz blanda el rugido de las fieras. Yo sé rugir.
RAMIRITO.--Augusto me ha contado que estrena hoy unos pantalones
arreglados del francés por sus hermanas.
TARSIS. ~(Cariñoso.)~--Dispénsame, Augusto. No me acordé de
preguntarte por tus hermanas. ¿Cómo están hoy?
BECERRO.--Como siempre, mejor y peor. En días alternos, mueren y
resucitan.
TARSIS. ~(Casi por movimiento propio y espontáneo, la mano se le
va al bolsillo en que ha guardado los billetes. Saca un fajo de
ellos; del fajo despega dos y los da al amigo con liberal sencillez,
sin humillarle.)~--Toma, hijo, y remédiate. Ya sabes que no duermo
tranquilo cuando me acuesto sin poder remediar las necesidades de
los amigos... No te vayas... ¿Qué prisa tienes? Acompaña un rato al
pequeño don Ramiro, que voy a concluir de arreglarme. ~(Entra por el
fondo el administrador don Asensio.)~ Y aquí tenéis al buen Bálsamo,
que me alegra la vida... Charlen aquí un rato. El barbero me aguarda.
~(Vase por el fondo. Bálsamo cambia con los dos amigos de Tarsis
palabras de fría salutación, y se apoltrona en una butaca, quedando
pensativo, mientras los otros hablan de literatura y teatro.)~
BÁLSAMO. ~(Acariciándose la barba, fruncido el ceño, habla para
sí.)~--Se ha entendido directamente con La Diosa, esquivando mi
mediación y desoyendo mis consejos. Bien le dije anoche que su
dignidad no le permite someterse a condiciones usurarias tan
escandalosas. Estás perdido, Marqués de Mudarra, si no te salva la
niña petiseca de Mestanza... Y mis noticias son que ese negocio no
va por buen camino. Ojalá sea falso lo que me han dicho. No quiero
verte en la miseria, Carlos de Tarsis. Con golpes como el que acaba
de arrearte La Diosa, pronto darás en tierra. Y ese granuja con cara
de jamona verde, para acabar de arreglarlo, no me dará comisión.
Ya lo veremos, ya... ¡Pobre Tarsis, cuándo tendrás juicio!... Pues
hoy te traigo unas noticias... No te las daré hasta mañana, para no
amargarte el dulzor del dinero que has tomado. Mañana sabrás que los
colonos de Zorita de los Canes abandonan también la tierra; que el
de Tordehita y Tordelepe pide prórroga, y llora y blasfema y coge
el cielo con las manos... En cuanto a la dehesa de Santa Cruz de
Juarros, bien puedo decir ya que es mía... Y de ello debes alegrarte,
que peor fuera que a otras manos pasara... Yo te daré en usufructo,
por si quieres retirarte del mundo, aquel palacete fundado sobre las
ruinas de un castillo en que vivió, según dicen, el viejo camastrón
mujeriego Gonzalo Bustos o Gustios.
~(Ramirito y Becerro, que habían trabado conversación, fumando
cigarrillos, sobre temas de vaga actualidad, engarmaron en su
coloquio al taciturno Bálsamo, que se limitó a dar una opinión
seca sobre los delirios de la aviación y sobre los disparates del
socialismo, que ambas cosas eran lo mismo: monomanía de andar por
los aires. En esto salió Tarsis ya bien acicalado del rostro, listo
de la parte inferior del cuerpo y encapillándose la camisa, cuyos
botones aseguraba con una mano por dentro de la pechera y otra por
fuera. Siguió vistiéndose asistido de su ayuda de cámara. Ávido
de conversación, cogió la primera hebra que halló pendiente en el
coloquio de sus amigos, y con fácil elocuencia familiar disertó
sobre los puntos del socialismo y de la navegación aérea. Sin saber
cómo y por un quiebro que dio Ramirito, fueron a parar a la cuestión
de teatros, al estreno de la noche anterior, y a la literatura
dramática.)~
TARSIS.--No te canses, Ramiro. Habéis aplaudido anoche un drama
caballeresco, con su musiquilla de rimas; habéis festejado a su
autor, cuyo talento reconozco. Pero esa obra, representada en
familia, en familia se extinguirá, y dentro de cuatro noches no
irán a verla más que los de la hermandad del _tifus_. Esas farsas
rimbombantes a nadie interesan; se aplauden por rutina; la prensa
las jalea; los cómicos se desgañitan y el público se aburre. Te
convencerás de que nuestros autores, así los que desentierran asuntos
con casco y chafarote, como los que cultivan la vida corriente,
vistiendo a los actores de levita o blusa, no aciertan, créelo.
Toda nuestra literatura dramática es esencialmente _latosa_, toda
convencional, encogida, sin medula pasional, cuando no es grosera y
desquiciada. Compara este arte, siempre abortado, con la dramática
francesa, rebosante de vida y pasión. Las compañías extranjeras
nos enseñan la ruindad de nuestro arte, la cual se manifiesta en
el éxito de las traducciones, hoy con los autores exquisitos que
se llaman Donnay, Berstein, Mirbeau, Lavedan, Feydeau, como lo fue
hace años con las obras de Scribe, primero, y luego de Sardou. Yo
soy en esto muy radical, muy antipatriota, y lo digo sin ningún
reparo, añadiendo, amigos míos, que el teatro clásico, con su Lope y
su Tirso, me carga también, y siempre que voy a una función de esta
clase, llevo la mala idea de descabezar un sueño en mi butaca. Una
obra del teatro clásico se titula como debieran titularse todas:
_La vida es sueño._ Digo y repito con pleno convencimiento que no
tenemos teatro, como no tenemos agricultura, como no tenemos política
ni hacienda. Todo esto es aquí puramente nominal, figurado, obra de
monos de imitación, o de histriones que no saben su papel. Aquí no
hay nada. Cuanto veis es bisutería procedente de saldos extranjeros.
BÁLSAMO. ~(Displicente.)~--No estoy conforme.
RAMIRITO.--Ni yo. Niego que el teatro español sea como Tarsis lo
pinta.
BÁLSAMO.--En lo del teatro no me meto. De eso entiendo poco. Pero
salgo a defender la agricultura, y afirmo que existe. Pues si no
existiera, ¿qué sería de España? Dirase que está bastante atrasada.
La culpa es de los grandes propietarios que viven lejos de sus
tierras, como afrentados de ellas. Cobran la renta como un tributo
del suelo al cielo... no sé si me explico... como un tributo de los
cuerpos a las almas. Los labradores deben convencerse de que las
almas son ellos... No acierto a decirlo.
BECERRO. ~(Haciendo visajes, como si le picara una
mosca.)~--Propietario de la tierra y cultivador de ella no deben ser
términos distintos.
BÁLSAMO.--Tiene razón este chiflado... Yo no lo entiendo; pero mi
sentido natural me dice que el fruto de la tierra debe ser para el
que lo saca de los terrones.
BECERRO.--Presentando las cosas de otro modo, yo te he dicho mil
veces, querido Carlos, que no habrá floreciente agricultura mientras
esta no sea una aristocracia.
TARSIS. ~(Burlón.)~--Medrada estaría la agricultura si de ella
hiciéramos una aristocracia más. ¿Pues por qué sostengo que tampoco
hay aquí política? Porque la que tenemos se ha hecho aristocrática.
Fijaos en el pisto que nos damos los diputados, en la vanidad de los
ministros, que ocupan ancho espacio en la sociedad por el viento
de que están inflados. ¿Hay aquí un político que tenga algo en la
cabeza? Ninguno. ¿Pues qué diré del ex-ministro, que solo por el
dichoso _ex_ nos mira a los demás mortales por encima del hombro?
Aristocracia es la política, y todo lo que tome formas aristocráticas
no lleva en sí más que figuración y vanas apariencias. Nobles y
políticos somos lo mismo, es decir, nada.
RAMIRITO.--Paradójico estáis... Carlos, es usted hombre de grande
ingenio.
TARSIS.--No es ingenio, es convicción.
BECERRO.--Más bien prurito de originalidad y donaire. El noble de
ilustre abolengo bromea con las cosas altas.
TARSIS.--La agricultura, digo, no puede ser nunca aristocracia.
Es y será siempre servidumbre. Ellos esclavos y nosotros señores,
acabaremos lo mismo, por consunción, por gangrena de inutilidad...
Voy más allá... Si aquí no hay agricultura, ni teatro, ni política,
tampoco hay justicia, ni banca, ni industria.
BÁLSAMO.--Capitales hay.
TARSIS.--Sí; pero solo trabajan en la comodidad de la usura, que
es una cacería de acecho como la de las arañas. La poca industria
que hay es extranjera, y la española, en funciones mezquinas, busca
beneficio pronto, fácil y, naturalmente, usurario.
BÁLSAMO.--¡Qué gracia! Esto ya es manía.
TARSIS.--¡Trabajar! ¿Para qué? Los chispazos, los resplandores de
fuegos fatuos que vemos en literatura, en artes gráficas y en algún
otro orden de la vida intelectual, no nos invitan a que trabajemos.
Todo nos llama al descanso, a la pasividad, a dejar correr los días
sin intentar cosa alguna que parezca lucha con la inercia hispánica.
Si me pusieran en el dilema de trabajar o perecer, yo escogería la
muerte. El español que en este final de raza posea una renta, debe
sostenerla y aumentarla si puede. Vivir bien, mientras la vida dure,
y mientras en la lámpara del bienestar no se consuma la última gota
de aceite. No trato de presentarme como superior a los demás. Soy el
peor, soy el último perezoso, el último sacerdote o monaguillo de la
inercia. Mi único mérito está en la brutal sinceridad de mi pesimismo.
~(Vestido el caballero a punto de las doce, les convidó a almorzar.)~
BECERRO. ~(A Tarsis, camino del comedor.)~--Has desatinado
lindamente. Veo que estás alegre.
TARSIS.--El día empezó nublado. La Diosa lo despejó trayendo a casa
el sol.
BÁLSAMO. ~(A Ramirito.)~--No le haga usted caso. Yo le conozco; se
emborracha con el dinero, ya venga de Dios, ya de La Diosa.


IV
Cuéntase la rigurosa desdicha del caballero, seguida de sucesos
increíbles.

Pasados bastantes días, cercana ya la inauguración o apertura del
verano, cayó sobre el caballero Tarsis una fuerte desdicha que le puso
fuera de sí. La sacudida que agitó su alma le llevó del pesimismo a
la desesperación, y eran de oír sus voces iracundas, eran de ver sus
gestos de rabia, como de hombre que se pierde en un laberinto y no
sabe qué camino tomar para salir de él. Ello fue que cuando parecía
pan comido la boda del caballero con la chica de Mestanza, tan pelada
de carnes como guarnecida de riquezas, de pronto los padres de ella
volvieron de su acuerdo; vaciló por unos días la novia, fluctuando
entre la obediencia filial y un amor desabrido, hasta que al fin se le
notificó oficialmente al Marqués de Mudarra que no había nada de lo
dicho, y que podía llamar a otra puerta.
Indagado el motivo de tal infracción de la regla social, se puso en
claro que los padres de la niña cedieron al consejo y halago de otros
_Padres_, que así se llaman por serlo de las almas, y regidores de las
conciencias. En una grave conversación que tuvo Tarsis con su excelso
padrino Torralba de Sisones, confirmó este lo que públicamente sonaba.
--Desde que empezaron tus relaciones con esa que parece el espíritu
de la golosina --le dijo--, te advertí que procurases poner en tus
palabras el sentido más católico, y que no dejaras escapar en aquella
casa concepto ni apreciación, ni siquiera chiste, que dañe a la única
religión verdadera, o al culto, o a sus ministros. Sé que no me has
hecho caso; no has sabido refrenar el flujo de las frases irónicas y
punzantes para lucir tu ingenio. Bien merecido te está el desastre;
porque del otro lado... yo lo supe hace un mes y traté de estar al
quite... del otro lado los _Padres_ trabajaban contra ti y en favor
de un joven muy arrimado a ellos desde su tierna infancia. Pues ya
sabes que te ha desbancado Luisito Codes, no necesito decirte de dónde
ha venido tu desgracia, porque esos benditos _Padres_ protegen a los
chicos buenos, dóciles y observantes de la ley de Dios con celo y
maneras devotas. Natural es que miren por esa juventud recoleta, y que
traten de formar familias cristianas, ayuntando a los muchachos de
conducta ejemplar con las chicas bien dotadas. Es una labor social muy
meritoria que asegura la perfecta ortodoxia de la generación futura.
Respondió Tarsis a estas razones con el desprecio y burla de los de
Mestanza, de su dinero y de la niña descarnada y angulosa. Su amor
propio se rehizo al instante, y recompuso con excelentes reflexiones el
castillete de su dignidad. Pasados dos o tres días volvió el padrino a
la carga de sus consejos, encareciéndole que redujese a la mitad sus
gastos, rebajando en mayor proporción sus apetitos y goces desaforados,
y por fin de fiesta le dijo:
--Sujetándote a un plan de moralidad y economías, puedes esperar
tranquilamente la ocasión de otra jugada como la que has perdido.
Herederas ricas abundan. He tomado lenguas del género disponible, y
sé que en todas las clases sociales las encontrarás. De una me han
hablado que, a más de única y millonaria, es bonita de cara y cuerpo.
Pero temo que no te agrade por su extracción demasiado baja. Su abuelo
materno, a quien conocí mucho, tuvo la contrata de limpieza de pozos
negros, y luego explotó la industria de aprovechamiento de animales
muertos, en la cual ganó cuanto quiso. El padre de la chica vino de
Cuba, al terminar la guerra, con un capitalazo. ¿Cómo lo hizo? Acerca
de esto se cuentan horrores. De la señora, es decir, de la madre de
la rica heredera, se susurra si tuvo o no tuvo en la Habana elegantes
mancebías... Ahora tú verás. La muchacha es linda y discreta, si
bien un poquito achulada, y escribe sin la menor idea de lo que es
ortografía. Por si quieres conocer a esta familia, te advierto que este
verano irán a Biarritz a darse pisto.
No se entusiasmó aceleradamente el buen Tarsis con la extravagante
proposición del padrino; pero tampoco la echó en saco roto, pues su
idea fija era encontrar una mina que le proveyera profusamente de
cuanto necesitase para vivir en la elegante holganza de caballero
noble y pesimista. Dinero buscaba y quería, viniera de donde viniese.
La sociedad no es aquí tan escrupulosa que repudie la riqueza por la
ruindad o porquería pestilente de sus orígenes... Las tristezas de su
fracaso disimuló Tarsis en la vida de club, donde pasaba medio día y
media noche abrevando su espíritu en el chorro de las conversaciones
fútiles y perezosas. Se aburría variando la traza y colores de su
irisado ensueño. Los amigos ya conocidos y los hermanos Pinel, sus
directores políticos, constituían parte mínima de sus relaciones,
muchas de las cuales eran flor de casino, que en él crecían y en él
se cultivaban. De estos amigos, algunos eran peores que él; otros
le superaban, si no en ingenio, en el buen gobierno de su hacienda.
Los había riquísimos; los había que ociosamente y con toda elegancia
vegetaban en disimulada ruina.
Transcurrió el verano, que el caballero pasó en las estaciones de moda,
y ni en ellas ni en el dulce otoño de Madrid encontró el filón que
buscaba. Las niñas ricachonas se le escabullían de las manos cuando
hacía presa en ellas: la señorita de Porcuna, nieta del explotador de
pozos negros, prefirió a un capitán de Ingenieros, y otra, muy bella,
huérfana millonaria nacida en Bogotá y recriada en la Argentina, le
entretuvo por meses y le plantó al fin, prefiriendo a un desabrido
diplomático. Y de este fracaso hubo de quedar más llagado y dolorido
que de los otros, porque se prendó locamente de la bogotana, tan
adorable por su gallarda hermosura como por su fino, seductor talento.
Su nombre era _Cintia_, de dulce sabor pastoril y pagano, y le caía
tan bien, que habría desmerecido su gentileza si la llamaran Manuela o
Francisca. En las americanas se advierte cierta inclinación a paganizar
los nombres, cual si quisieran iniciar una graciosa escapada de las
sombrías esferas del cristianismo. Así lo pensaba Tarsis, en cuya mente
y corazón quedaron para siempre estampadas la imagen y asperezas de la
hermosa colombiana.
Y corriendo los días aumentaron de tal suerte los infortunios del
caballero, que llegó a tenerse por el más desdichado de los hombres.
Golpe tras golpe iba perdiendo el caudal heredado, y cada vez que le
visitaba el siniestro Bálsamo era para notificarle un nuevo desastre.
Supo el triste caso de tener que malvender una de las mejores fincas
rústicas de la casa para el pago perentorio de una deuda de juego,
y recoger o renovar parte de los pagarés usurarios. Viendo cómo se
deshacía su fundamento social, sin que ni en sí mismo ni en el mundo
exterior viera el remedio, el Marqués de Mudarra se fue abismando en
tristezas y murrias que afectaron a su propio carácter después de
influir en sus costumbres, en su elegancia y hasta en sus estilos
de vestir. Esquivaba la sociedad, dándose de baja en sus visitas y
relaciones, y a tal punto llegó en su requerimiento de la oscuridad,
que en la primavera de aquel año muchos de sus amigos creyeron que se
había condenado a emigración voluntaria o forzosa.
El Marqués de Torralba y Ramirito Núñez, como buenos cristianos, no
negaban al amigo la consolación de leales consejos; mas nunca le
llevaron el desenlace de ningún conflicto, ni el alivio de sus ahogos.
En tanto, pasaban meses sin que el gran Becerro entristeciera con su
esmirriada persona la casa del que fue opulento amigo. ¿Para qué había
de ir si estaba totalmente seco el manantial de los socorros? Por
referencias fidedignas supo Carlos que Augusto padecía grave mal de
miseria, y que recluido en su casa engañaba el hambre con las hartazgas
de erudición. Día y noche trabajaba sin levantar mano en un prolijo
estudio de la vida y sapiencia del famoso prócer don Enrique de Aragón,
Marqués de Villena, reputado en su tiempo por letrado, astrólogo
y alquimista, con ribetes de nigromante o brujo. Despertó esto la
curiosidad del caballero, a quien toda novedad distraía por momentos de
su aplanante hastío, y allá se fue.
Nunca había estado Tarsis en la morada de Becerro, calle de Don Pedro,
altísimo piso de una casa vieja y de grandes y desniveladas anchuras,
que fue palacio de aristocracia hoy fenecida, o aposentada en sitios
más gratos. Llamó el caballero; le franqueó la puerta una persona que
la oscuridad hizo invisible. Pisando baldosines rotos, que tecleaban
con ruidillos que más parecían de risa que de llanto, llegó Carlos a
la sala, toda libros, toda polvo, toda mugre, llena de cosas tuertas,
cojitrancas y bizcas. Los estantes se caían de un lado, los rimeros de
libros no tenían aplomo. Había desequilibrios inverosímiles, infolios
que se balanceaban sobre rollos de balduque, papeles de mil formas
acumulados sobre mesas perláticas, y sostenidos, para que no los
arrebatase el aire, por una mano de bronce o una pezuña de mármol.
Ventana torcida y balcón ancho, desiguales en tamaño y forma, como un
doble mirar oblicuo, daban paso a la claridad, verdosa del empaño de
los vidrios.
Aunque en aquella caverna papirácea de inclinado techo, no había
esqueleto ni lechuza, ni retortas sobre hornillo, ni lagartos rellenos
de paja, Tarsis creyó hallarse en la oficina de nigromante o alquimista
que nos dan a conocer las obras de entretenimiento y las comedias de
magia. En un costado de la estancia, tras una mesa que desaparecía
bajo la balumba de libros viejos y rancios papeles, emergía Becerro,
dejando ver tan solo medio cuerpo. Extremada era la delgadez exangüe
de su rostro. A su amigo miró con ojos espantados, tardando un rato en
reconocerle.
--Augusto --le dijo Tarsis cariñoso, poniéndole la mano en el hombro--,
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