El buey suelto... Cuadros edificantes de la vida de un solterón - 03

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siempre muy honrada y muy querida de sus amos. Túvolos de alto coturno;
y al ingresar en casa de Gedeón, desdeñó las ofertas de un banquero de
nota. Cree que todas estas vicisitudes le han dado á conocer el mundo
palmo á palmo, y á los hombres pelo á pelo.
Aunque á él no venga nunca, así refiere su historia la buena de la
señora Braulia.
Menos puntos calza en prosapia, pero nombre más bonito lleva la otra
sirvienta. Llámase Solita, y es hija de un remendón con quien no ha
vivido desde que supo andar lo bastante para escaparse de casa, en la
cual no era posible la existencia con aquel hombre que concluía con
todo: con la familia, á palos, y con lo que ganaban, él remendando y su
mujer cosiendo, en la taberna.
Huérfana de madre á los pocos años de ponerse á servir, sólo ha logrado
verse libre de la tiranía del zapatero, dándole las tres cuartas partes
de lo que gana. Á pesar de estos contratiempos, ha llegado á ser una de
las doncellas militantes, ó sirvientes, de mejores informes.
Es menudita, limpia como el oro, picaresca de sonrisa, algo remangada
de nariz y gruesa de labios; muy negros el pelo y los ojos, aquél
abundante y éstos no muy grandes ni rasgados; pequeños los pies, los
dientes, las manos y las orejas, y rollizos los brazos, el cuello y las
inmediaciones.
En todas estas menudencias repara Gedeón, mientas Solita le cuenta las
otras referentes á su historia; porque es natural que un señor bien
educado, al recibir en su casa á una muchacha, le pregunte por _las
generales de la ley_, siquiera por preguntar algo; y como Solita es
ingenua casualmente, responde cuanto sabe y no la deshonra, porque no
la hay en decir la verdad; sobre todo, como ella la dice, fruncidos
los ojuelos, entreabiertos los labios, como si quisieran sonreir y
enseñar los dientes á un mismo tiempo, una mano en la cintura, la
otra doblando y desdoblando un pico del delantal, y la mitad del pie
derecho fuera de los pliegues de la falda, llevando el compás del suave
balanceo de las redondas caderas.
[Ilustración]


[Ilustración]
II
LA PRIMERA CATÁSTROFE

Ya tiene Gedeón cuanto necesita: es decir, quien le administre, quien
le sirva y quien le aderece el ordinario sustento.
Ya no reina el vacío en su casa; ya hay ruido y movimiento en ella.
La señora Braulia, como mujer precavida, estudia sin cesar la manera de
que en su jurisdicción ande todo conforme con los gustos y deseos de
su amo; la cocinera trata de cumplir las órdenes de la señora Braulia,
en lo que respecta á su importante ministerio; y en cuanto á Solita,
arregla el gabinete como si tuviera hadas en las manos, y es una
mariposa alrededor de la mesa: lo mismo maneja platos y cristalería,
que un prestidigitador los cubiletes... Alguna vez tropieza con el
codo al «señorito,» al mudarle el cubierto, ó le retira el plato sin
estar desocupado; pero ¿quién diablos ha de atreverse á reprender
tales descuidos, al ver cómo la delincuente ofrece sus disculpas
en memoriales de sonrisas que, aun á los ojos del más diestro en
semejantes lecturas, tanto picaran en malicia como en rubor?
Es tal el esmero con que se le sirve y se le adivinan los deseos, que
en ocasiones creería que algún genio invisible cuida de su casa. No
bien hace por ella una breve excursión, ya está arreglado cuanto él
desarregló al moverse, sin que se vea la mano que colocó la silla en su
sitio, el gabán en el ropero ó el libro en el estante.
Cuando por la noche se retira á descansar, encuentra la luz en su
cuarto, el vaso de agua sobre la mesa, y abierta y preparada la cama...
Ni un motivo siquiera para romper la monotonía de aquel ordenado
silencio con un campanillazo; silencio sólo alterado por la voz de la
señora Braulia que, antes de cerrar él la puerta del gabinete, asoma
por ella la cabeza para pedirle sus órdenes para el día siguiente y
darle las buenas noches.
Por un lado no le desagrada el sistema; pero ¡tiene tanto de uniforme y
de misterioso!... Parece que se le ceba, no que se le sirve.
Un hombre como él, que por no poder ir todavía _á ninguna parte_,
vuelve á casa, las más de las noches, hastiado, rendido y de muy
mal humor, recibiría como un consuelo media palabra discretamente
afectuosa, y un par de sonrisas elocuentes al llegar á su cuarto...
Pues no, señor: nadie á la puerta de la escalera, que, al abrirse,
cubre á quien le alumbra; nadie en el pasadizo; nadie en el gabinete, y
un poco después, menos que nadie, la señora Braulia con su jaculatoria
de costumbre. Así es que se acuesta bufando, y sueña con la voz, y con
la cara, y con las arrugas de su ama de gobierno.
Y arrancando de aquí el motivo, llega un día en que ésta le parece
gazmoña, fisgona y antipática en esencia y presencia.
Entre tanto, apenas conoce el metal de voz de Solita, ni sabe qué color
tiene á la luz artificial la única cara decente que hay en la casa.
Así pensando una noche, después de haber despachado con un bufido á la
señora Braulia, exclama de repente:
--Y ¿por qué no ha de venir Solita? ¿No mando yo aquí? ¿No ha de
tenerse en cuenta mi gusto para todo?
Y cediendo á los ímpetus de su carácter irreflexivo, sacude furioso el
cordón de la campanilla, que repiquetea junto á la cocina con estrépito
desusado.
--¿Llamaba el señorito?--dice al instante la voz de la señora Braulia,
cuya silueta se dibuja confusamente en el angosto hueco de la
entreabierta vidriera.
Con lo que Gedeón cae en la cuenta de que ha cometido una majadería; la
cual trata de disculpar con otra mayor, mal zurcida y peor hablada.
Al quedarse solo otra vez, reniega de la vieja impertinente, y desea
con ansia que llegue el nuevo día para que Solita le sirva el almuerzo:
no porque el hambre le atormente ni Solita le preocupe, sino por
contemplar otra cara que no sea la sempiterna de la señora Braulia...
Y precisamente ese almuerzo es el elegido por el ama de llaves para
acompañar á «su señorito,» puesta de pie á respetable distancia de la
mesa, con los brazos cruzados y la vista escudriñadora, tan pronto en
los platos, tan pronto en Gedeón, tan pronto en Solita, y cumplir,
en la siguiente forma, con lo que ella cree un deber de su cargo de
inspectora de la casa, y fiel intérprete de los deseos de su amo:
--¿Le gusta esa salsa al señorito?... Se le puede rebajar un poco
la cebolla... ¿Le parece mejor la merluza que el rodaballo?... Esta
semana se le ha puesto tres veces lengua estofada, porque ¡hay tan
poco en qué elegir!... El solomillo le parecerá á usted algo duro á la
vista, pero está tierno como un requesón... Ya le tengo prevenido á la
cocinera cómo ha de ponerlo para que se penetre bien... porque no se
las puede dejar de la mano... ¡Nada se les ocurre!... ¿Quién le dirá á
usted que unos casquitos de porcelana, echados á tiempo en la tartera,
reblandecen la misma suela de un zapato?... Ese postre se quemó un poco
por debajo, pero no tiene la culpa la cocinera; la tengo yo que le
hice y no cargué bastante de manteca las paredes del molde... y puede
dispensar el señorito por esta vez... Solita, mude usted ese plato...
Gedeón, que no solamente no se ve libre de la presencia de la abominada
dueña, sino que la halla más pegajosa y más impertinente que nunca,
cuando no responde con un gruñido á cada uno de estos períodos, da una
orden ó hace una pregunta, ó lanza una blandísima mirada á Solita.
En el cual proceder hay para la señora Braulia dos motivos gravísimos
de despecho: el desaire notorio que se le hace delante de una inferior
jerárquica, y la confirmación de las sospechas que há tiempo la vienen
inquietando.
No duda ya que hay en la casa quien priva más que ella con su amo, y
que es la razón de la privanza algo _físico_ que la señora Braulia no
posee desde muchos años atrás; algo que no se adquiere esmerándose
en el cumplimiento del cargo que se desempeña, sino con las gracias
que da la naturaleza y roban los tiempos, como á ella se lo robaron
para nunca más devolvérselo. Y á la edad de la enjuta ama de llaves
se perdona hasta el martirio en cruz, y el tormento de la sed y del
frío; pero no se perdona á otra mujer el crimen de que nos venza y nos
derrote, y nos desautorice con armas como las de Solita.
Y no perdonar, en tales casos, es pensar en la venganza, si vengarse
puede la ofendida, como puede vengarse la señora Braulia.
Es el jefe de la servidumbre de Gedeón, y puede y quiere hacer sentir á
«la canalla» todo el peso de su autoridad irritada.
Desde aquel instante ya no vive para servir bien á su amo, sino para
desahogar el despecho que la ciega.
Solita, que no ignora el motivo de las flamantes destemplanzas del ama
de llaves, sufre las que le alcanzan á ella, hasta con delectación;
pues tan grande como el tormento de la derrota en tales lides, es la
satisfacción del vencimiento. Pero la aparente insensibilidad, ó el
notorio desdén de la doncella, encienden más el fuego de la ira en el
pecho de la señora Braulia, que á todo trance quiere víctimas; por lo
cual entra con sus huracanes haciendo _raccia_ en la cocina.
De este modo, aquella casa, antes tan tranquila y sosegada, no bien la
abandona cada día Gedeón, es una perrera.
--¡Hoy no se han limpiado los polvos!...--¡Esta butaca no está en su
sitio!...--Son las once, y falta media casa por arreglar; pero ¡ya se
ve! levantándose á las ocho y tardando hora y media en emperijilar
un moño postizo y cuatro pingos de moco... ¡Válgame Dios!... ¡Como
si fuéramos unas señoras de copete y lo trajéramos desde las
envolturas!... ¡Pero no tiene usted la culpa, sino quien alas presta á
ciertas mariposas para que tan alto vuelen!... ¡Pues, anda! el gabán
del señorito sin cepillar, y las camisolas empolvándose sobre la
cama... Deles usted el pie, que ellas se tomarán la mano...--También
por este otro lado van las cosas en su punto, gracias á Dios: media
hora hace que me está dando la ternera en la nariz. ¿Por qué ha batido
usted los huevos antes de que esté hervida la leche?... ¿No ve usted,
alma de Lucifer, cómo se está pegando esta compota?... ¡Claro está!
como no son ustedes quienes pagan todos estos pecados... ¡Pero desde
mañana ha de cumplir en esta casa cada uno con su obligación, ó he de
faltar yo á la mía!
Y así por el estilo, zumba y gime la voz de la señora Braulia en salas,
pasillos y cocina, como cierzo regañón en casa mal cerrada, sin que
le falten por acompañamiento y armonía las cáusticas respuestas de la
doncella, ni los descargos irrespetuosos de la cocinera.
Con la cual música los ánimos se enconan de veras, las respectivas
obligaciones se descuidan; y al cabo halla Gedeón un día requemada la
sopa, cruda la carne, y los postres en salmuera.
Nada dice á Solita, que le sirve; pero llama á la señora Braulia, que
no está presente la única vez que debiera estarlo.
--¡Señora--exclama con mal gesto y áspera voz al tenerla delante,--esto
no se puede comer!
--Pues crea el señorito que no es culpa mía,--responde el ama de
llaves, temblándole la barbilla puntiaguda, pálido el marchito rostro y
mirando á Solita con ojos de basilisco.
--Ni yo trato de averiguarlo--replica Gedeón:--lo que me importa es
señalar la falta para que la corrija quien debe corregirla.
--¡No es eso tan fácil como al señorito se le figura!
--¡Cómo que no! ¿No basta un poco de vigilancia?
--Ya esperaba yo que el señorito había de echar sobre mí todas las
culpas; porque ¡ya se ve!... una no es onza de oro, al paso que
_otras_, con menos méritos... ¡Virgen Santísima!
Y la señora Braulia, después de hacer unos cuantos pucheros, rompe á
llorar como si el alma se le escapara por la boca.
Solita entonces, habiéndola contemplado un instante con la boca
entreabierta y las cejas fruncidas, suelta los platos que tiene en la
mano, llévase á los ojos la servilleta que, á modo de banda, tiene
cruzada sobre el pecho, y sale del comedor como un cohete, lanzando el
sollozo que pudiera oirse desde la calle.
Momentos después aparece en escena la cocinera con el mandil recogido
sobre la cintura, los brazos descubiertos, encendido y reluciente el
rostro, como solomillo á medio asar.
--El señorito me hará el favor de decir si en catorce años que llevo
en la casa se me ha oído una queja, ni he dejado yo de cumplir con mi
deber.
Gedeón está como paleto en comedia de magia, al ver aquellos
aspavientos y aquellas apariciones y desapariciones.
--Pero ¿qué es esto?--exclama al fin.
--Que me haga usted el favor de dar la cuenta,--dice la cocinera,
rompiendo también á llorar, y arrojando el mandil sobre una silla, como
rey que depone su corona.
--Que aquí todas son señoras, y que todas mandan en la casa, menos el
amo y yo,--añade la señora Braulia, dejando caer sus huesos sobre la
silla inmediata, y llorando á más y mejor.
--Lo que pasa aquí--dice Solita entrando en escena, en ademán
airado,--es que no se pueden aguantar los humos de esta señora; y como
yo no he venido para servirla á ella, ni para que me quite la salud...
--¡Quéjese usted de mí, relamida! ¡casquivana!
--¿Lo oye usted, señorito? ¡Pues eso no es nada en comparación de lo
que suele decirme cuando usted no está delante!
--¡Ni de lo que me dice á mí cada vez que entra en la cocina! ¡No se la
puede aguantar!
--¡Mienten ustedes como quienes son, impostoras, mal nacidas!
--¡La mal nacida y la deslenguada será ella!
--¡Y la muy retevieja, desesperada y envidiosa!
--¡Silencio!--grita Gedeón asiendo una ensaladera, dispuesto á
estrellarla sobre la más próxima de sus sirvientas.
Pero sólo después de haberse desahogado á sus anchas las tres mujeres,
y estado á pique de tirarse de las greñas, y cuando ya el escándalo
debe de haberse oído desde el ayuntamiento, logra Gedeón restablecer
el silencio en su casa, y la promesa de que, por aquella vez, que es
la primera, se olvidarán los mutuos agravios, y volverá cada mochuelo
á su olivo, siquiera en obsequio á él, que no tiene otro destino en
el mundo que estudiar la manera de pasar la vida sin contrariedades ni
desazones.
Pero _alea jacta est_: aquellas mujeres que se resolvieron á pasar
una vez los límites del respeto con sus pertrechos de odios y de
antipatías, no pueden retroceder ya; y si no al día siguiente,
al otro ó á los pocos más, dan la gran batalla, á cuyo fragor
quiébranse cristales y vasijas, y renquean los muebles, y salen
asustados á la escalera los vecinos de la casa; y cuando á ella
vuelve Gedeón, no tiene otro remedio que licenciar aquella tropa que,
como los pretorianos de Roma, ha tomado por oficio la sedición y la
indisciplina, y puede, como éstos, llegar á atreverse con el César
mismo.
En el alma le duele tener que privarse también de los buenos oficios de
Solita; pero Solita no cabe á las órdenes de ninguna quintañona; y, sin
esta pantalla, son sus atractivos demasiado peligrosos para un hombre
que no quiere sacrificar su independencia á nada ni por nadie.
Lo que fuera de su casa puede ser hasta una ganga para él, dentro de
ella sería un enemigo terrible.
Por eso, al pagar con rumbo á su doncella, ni por cumplido la dice que
no se marche; lo único á que se atreve es á despedirse de ella «hasta
la vista.»
--El mal está--dice al quedarse solo,--en que estas cosas me sucedan
ahora; es decir, cuando podía dar comienzo á mis tareas, si estuviera
yo establecido á mi gusto. ¡Por vida de las _casualidades_!...
[Ilustración]


[Ilustración]
III
UNA HOMBRADA

Pero las casualidades se repiten tanto como las combinaciones; y las
combinaciones que hace Gedeón con su servidumbre no tienen número.
Que ponga arriba lo más viejo, y abajo lo más joven, ó al revés; que
todo sea rozagante, ó todo marchito y arrugado; que dé sus preferencias
á la más quisquillosa, aunque las merezca menos; que no se las muestre
á ninguna; que no se queje aunque halle tachuelas en la sopa y cables
en el estofado; que en pro de la paz, en fin, renuncie á todos sus
derechos de amo y señor, y dome los naturales ímpetus de su carácter...
lo mismo adelanta: más tarde ó más temprano, la guerra civil estalla
en su casa, y vuelan los cacharros en la cocina y los pelos en cada
rincón; primero en sus ausencias, después á sus propias barbas; porque
demostrado está por la experiencia, y al buen sentido se le alcanza
sin esfuerzo, que no hay criada de solterón que aguante con paciencia á
su lado otra sirvienta.
Lo que á Gedeón sacan de quicio tantas y tan parecidas _casualidades_,
presúmalo el lector.
¡Cómo él, idólatra de la holganza y del regalo, pudo imaginarse, ni en
sueños, que tendría que habérselas mano á mano con dueñas y fregatrices
á cada hora, ni que habían de correr tiempos en que sólo le dieran, por
salsa de su pesebre, alaridos y repelones?
Pero sabrá cortar por lo sano y poner remedio á la plaga, que para eso
es libre y soltero.
Bien examinado todo, ¡qué necesidad tiene él de llenar su casa de
mujerzuelas frívolas y quisquillosas? ¡Cómo no se le ha ocurrido hasta
entonces hacer _una hombrada_, es decir, barrer de faldas su cocina, y
buscar en el otro sexo quien le sirva en paz y bien?
Apuradamente lo que él desea es harto fácil de conseguirse: orden,
puntualidad y respeto á su persona. Ya transige con los manjares mal
sazonados, con la cama á medio hacer y con las botas deslustradas; pero
que se lo tengan todo á punto; que no se invierta en ventilar rencillas
miserables el tiempo destinado á servirle, y sobre todo, que no se le
complique á él en escandalosas griterías de plazuela. ¡Á qué menos ha
de aspirar una persona decente, «libre como el ave en el espacio, como
el pez en el agua;» una persona que huye del matrimonio para hacer en
todo su gusto y vivir como le dé la gana?
Con tan santos propósitos, échase Gedeón un cocinero y un ayuda de
cámara, mozo listo y bien adiestrado en el oficio.
_Pero_ el cocinero, _por casualidad_, es borracho y goloso y nada
limpio, y no conoce cuenta ni razón; roba si le dan mucho dinero; y si
se lo tasan, también; compra lo que á él le gusta, y lo guisa como más
le agrada: los gustos de su amo no se tienen en cuenta para nada en
aquella cocina.
Así y todo, Gedeón come, no cuando tiene ganas, sino cuando ya no las
tiene su cocinero.
El cual cobra por mensualidades adelantadas, que es tanto como decir
que ahoga toda reprensión en los labios de su amo con anunciarle que se
marcha.
El ayuda de cámara no es tan borracho como el cocinero; pero, en
cambio, tiene moza, y necesita dos horas cada noche para visitarla, por
lo cual hay ocasiones en que se retira á casa más tarde que su amo; y
se dan también en las cuales tiene éste que abrirle la puerta, porque
el cocinero está roncando ya, ó no quiere levantarse; y gracias si en
esos casos no aparece el criado envuelto en la capa ó en el gabán de
Gedeón, pues para ambos sirven sus trajes y su calzado.
Lo que sólo sirve para el criado es el dinero que halla en los
bolsillos del chaleco de su amo cuando le cepilla la ropa, y los
cigarros _sobrantes_ de la petaca olvidada en una levita ó encima de la
mesa.
De vez en cuando, tienen mozo y cocinero sus francachelas mientras
Gedeón anda soñando con las suyas fuera de casa; pues la verdad es
que desde que tales contrariedades domésticas le persiguen, no tiene
instante de sosiego ni punto de reposo, y todo lo aplaza para cuando se
vea _establecido á su gusto_.
Entre tanto, si á media noche necesita una taza de te, se la llevan á
las dos de la mañana, y el te le sabe á caldo frío, y la taza huele á
basura.
Si de caldo la pide al mediodía, el caldo le sabe á aguardiente, y la
cuchara á tabaco.
Toda su ropa está sin botones y con los forros descosidos; le faltan
las mejores corbatas, y no sabe qué vientos le llevan los pañuelos de
batista.
Si por joven despide al ayuda de cámara y toma hombre de más edad,
éste tendrá de huraño ó de sucio ó de perezoso lo que el otro tenía de
presumido ó de mocero, si es que no peca por esto y por aquello. Y lo
que digo del criado digo del cocinero.
De todas maneras, llega un día en que Gedeón, después de haber perdido
la paciencia, y con ella el paladar y el estómago y mucho más que
no se gusta ni se digiere, pero que se pone ó se vende; después de
ver su casa saqueada, y lo que en ella queda sucio, desconcertado y
descolorido; después de convencerse de que los últimos criados que toma
son los peores y los que más caros le salen, plántalos en la calle
y lánzase él más tarde á la misma, dándose á todos los demonios y
maldiciendo de la suerte que le hace elegir, en uno y otro sexo, lo más
malo que existe en el ramo de sirvientes.
Y así se le va pasando lo mejor de aquel tiempo, que él tenía á
sabrosos empeños destinado, como hacienda que se echa á los perros.
¡Qué empresas ha de acometer con bríos ni con gusto, si los unos y el
otro se le gastan y corrompen entre las inesperadas miserias de su vida
doméstica?
Asómbrase de que tan mezquinas causas le produzcan tan desastrosos
efectos; no acierta á explicarse cómo ese poco de roña puede entorpecer
todos los ejes de la máquina de sus ideas; y con el ansia febril de
conjurar el cúmulo de _casualidades_ que le persigue, para llegar
alguna vez á _establecerse á su gusto_, medita, calcula, y todo
lo supone menos que puede ser él uno de los infinitos hombres de
quienes dijo La Bruyère que emplean la mayor parte de la vida en hacer
miserable el resto de ella.
[Ilustración]


[Ilustración]
IV
EL DEMONIO CONSEJERO

Aspirando con ansia bocanadas de aire, cual si con ellas quisiera
aventar sus pesadumbres, y caminando á largos pasos, encuéntrase en una
de estas ocasiones con su camarada, aquel acicalado solterón de quien
tanto hemos hablado, y á quien no ha visto mucho tiempo hace; y como si
Gedeón llevara letreros en la cara, que revelasen las desazones de su
espíritu,
--¿Cómo vas con tu nueva vida?--le pregunta en crudo el recién hallado.
--Pues, así, así,--responde Gedeón haciendo rechinar sus dientes.
--Al principio se extraña un poco.
--Efectivamente, algo se extraña.
--Pero ya habrás palpado ciertas ventajas...
--He sido poco afortunado en mi casa, si he de decirte la verdad.
Aquí resume en breves, pero pintorescas palabras, cuanto el lector sabe
de sus amarguras domésticas.
--Mal anda, en efecto, ese ramo--dice el otro;--pero todo consiste en
acostumbrarse.
--Ya.
--En cambio, irás llenando aquel romántico vacío y aquellas... ¿eh? de
que tanto nos hablaste en la ocasión de marras...
--Pshe...
--Vamos, sé franco.
--Pues con franqueza, amigo: cuantos más criados meto en mi casa y
más alboroto me arman en ella, más vacía la encuentro. ¡Yo no sé qué
demonios me escarabajea aquí adentro y me dice, á cada innovación que
hago en mi vida, «no es eso,» como si yo deseara algo que no encuentro!
--Vamos, eres incorregible, y has de morirte al fin creyendo en brujas.
Porque unas fregatrices te hayan dado tal cual disgustillo, de esos que
tiene á cada momento cualquiera mujerzuela casada, ya te ahogas.
--Pero recuerda que por huir de ese y otros disgustillos semejantes,
estamos tú y yo fuera de la ley, en el estado honesto _á perpetuidad_,
como las sepulturas de los ricos.
--No exageres, Gedeón, y no lleves tus profanaciones hasta el
extremo de hacer comparable, ni aun en esa pequeñez, nuestra noble
independencia con la ignominiosa servidumbre de los casados. ¡Por Dios
que es cosa chusca ver á un hombre que va á matar leones, detenerse
porque halla en medio del camino una sabandija! ¿Para qué demonios
quieres esa fachada que tienes?... Lo primero que has de hacer, Gedeón,
es echarte el alma á la espalda.
--Me parece que más echada...
--Y después, dar cierto ensanche á tus empresas. ¿Á que no lo has hecho?
--Efectivamente.
--De modo que vives, como quien dice, de los huesos de aquellas
pechugas...
--Esa es la verdad... ¡y gracias si tengo, en un apuro, esos huesos que
roer!
--¡Tú á huesos, Gedeón?
--Fíjate en mis circunstancias de hoy, en mis disgustos...
--¡Tú á huesos, con la carne que hay por el mundo, y las ventajas que
tienes para aspirar á la más delicada!
--Hombre, no te diré que esté eso fuera de mis propósitos; pero tampoco
he de ocultarte que no fío mucho en mi destreza de cazador; porque
después que llega uno _á cierta edad_, fatigan mucho las cuestas
arriba: parece que cada día que pasa es un año de otros tiempos, y la
picara razón se hace una charlatana inaguantable. Dice unas cosas tan
á punto y tan bien dichas, que no hay modo de que la fantasía meta su
cuchara en la conversación.
--Es decir que te vas haciendo filósofo.
--No; pero sospecho que me voy haciendo viejo.
--De todos modos, rindes las armas.
--Tampoco; las cuelgo, mientras estudio el campo y _me establezco á mi
gusto_ en él.
--Por lo visto, esa es tu manía.
--¿Cuál?
--Establecerte á tu gusto.
--Exigencia de carácter: no sé dormir ni descansar con pulgas en la
cama.
--Pues, amigo, yo soy tan viejo como tú, y nada me dice la razón que se
oponga á mis inclinaciones, ni dejo de entregarme á ellas por molestia
más ó menos.
--No las tendrás.
--¿Quién está sin alguna? «El saberlas vencer es ser valiente.»
--Pues cree que te admiro y te envidio.
--Resueltamente te ahogas en poca agua.
--Podrá ser.
--Y de todas las contrariedades de que te quejas tienes tú la culpa.
--No te diré que no.
--¿Serás también capaz de arrepentirte de no haber entrado en el gremio
cuando el diablo te tentó?
--No por cierto; nada veo en esa región que me la haga desear; pero
no he de ocultarte que voy concibiendo recelos de que tampoco en la
nuestra he de hallar lo que años há me imaginaba.
--Y ¿cómo has de hallarlo sin la fe que te falta y con esos resabios de
sensiblería patriarcal, que te enervan? ¡Ay, Gedeón! siento decírtelo;
pero si has de salvarte, necesitas tutela por algún tiempo.
--¿Para qué?
--Para librarte del mayor enemigo que te persigue.
--¿Y cuál es?
--La manía del hogar doméstico.
--¡Bah!
--Créeme; es más fuerte que tú.
--¿Y qué debo hacer, en tu opinión?
--Si admites mi tutela por un instante...
--Si con ella me das paz y sosiego...
--Te lo prometo.
--Ya te escucho.
--Huye del enemigo.
--¿De mi casa, en la cual nací?...
--De tu casa, en la cual naciste y de la que, si no me engaño, eres
propietario.
--Razón de más para que la mire con tanto cariño.
--Razón de más, digo yo, para que te animes á abandonarla. Ponla á
renta, como los demás pisos; sácale el jugo.
--¿Y mis recuerdos?
--También á ellos, por lo mismo que son tu enemigo. Eso te consolará de
la pena de no haber podido vencerle cara á cara. Desengáñate, Gedeón:
ni tú ni yo hemos nacido para lidiar con la prosa de la vida doméstica,
ni tenemos necesidad de intentarlo siquiera.
--¿Qué crees que debo hacer?
--Una cosa muy sencilla: ponte á pupilo con cuantas ventajas y
comodidades puedas hallar, y deja á tu patrona el cuidado de lidiar con
dueñas y fregatrices. Si tal hicieres, pronto me darás las gracias; y
si desechas mi consejo, allá te las hayas con tus desventuras; pero no
te quejes de ellas... ¿Dudas?
--De dudar es el caso.
--Medítalo bien.
--Pienso hacerlo.
--Pues adiós te queda, ya que estás advertido.
Y se va, dejando á Gedeón muy pensativo y no del todo desconsolado.
[Ilustración]


[Ilustración]
V
NO ES CASA DE HUÉSPEDES

El consejo de su amigo prevalece, al cabo, en el ánimo de Gedeón.
Doloroso es para éste abandonar aquella casa en la que nació y ha
vivido siempre; pero no hay otro remedio que cortar por lo sano.
_Levanta_ la casa, ó la cierra, temiendo un arrepentimiento el día
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