El árbol de la ciencia: novela - 12

Total number of words is 4696
Total number of unique words is 1409
37.8 of words are in the 2000 most common words
49.0 of words are in the 5000 most common words
54.9 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
--¿No encuentras trabajo?
--Nada. He estado con Julio Aracil.
--¿Con Julio?
--Sí.
--¿De qué?
--De ayudante.
--¿Ya necesita ayudantes Julio?
--Sí; ahora ha puesto una clínica. El año pasado me prometió
protegerme. Tenía una plaza en el ferrocarril, y me dijo que cuando no
la necesitara me la cedería a mí.
--¿Y no te la ha cedido?
--No; la verdad es que todo es poco para sostener su casa.
--¿Pues qué hace? ¿Gasta mucho?
--Sí.
--Antes era muy roñoso.
--Y sigue siéndolo.
--¿No avanza?
--Como médico poco, pero tiene recursos: el ferrocarril, unos conventos
que visita; es también accionista de «La Esperanza», una sociedad
de esas de médico, botica y entierro, y tiene participación en una
funeraria.
--¿De manera que se dedica a la explotación de la caridad?
--Sí; ahora, además, como te decía, tiene una clínica que ha puesto
con dinero del suegro. Yo he estado ayudándole; la verdad es que me
ha cogido de primo; durante más de un mes he hecho de albañil, de
carpintero, de mozo de cuerda y hasta de niñera; luego me he pasado en
la consulta asistiendo a pobres, y ahora que la cosa empieza a marchar,
me dice Julio que tiene que asociarse con un muchacho valenciano que
se llama Nebot, que le ha ofrecido dinero, y que cuando me necesite me
llamará.
--En resumen, que te ha echado.
--Lo que tú dices.
--¿Y qué vas a hacer?
--Voy a buscar un empleo cualquiera.
--¿De médico?
--De médico o de no médico. Me es igual.
--¿No quieres ir a un pueblo?
--No, no; eso nunca. Yo no salgo de Madrid.
--Y los demás, ¿qué han hecho?--preguntó Andrés--. ¿Dónde está aquel
Lamela?
--En Galicia. Creo que no ejerce, pero vive bien. De Cañizo no sé si te
acordarás...
--No.
--Uno que perdió curso en Anatomía.
--No, no me acuerdo.
--Si lo vieras, te acordarías en seguida--repuso Montaner--. Pues este
Cañizo es un hombre feliz; tiene un periódico de carnicería. Creo que
es muy glotón, y el otro día me decía: Chico, estoy muy contento; los
carniceros me regalan lomo, me regalan filetes... Mi mujer me trata
bien; me da langosta algunos domingos.
--¡Que animal!
--De Ortega si te acordarás.
--¿Uno bajito, rubio?
--Sí.
--Me acuerdo.
--Ese estuvo de médico militar en Cuba, y se acostumbró a beber de una
manera terrible. Alguna vez le he visto y me ha dicho: Mi ideal es
llegar a la cirrosis alcohólica y al generalato.
--De manera que nadie ha marchado bien de nuestros condiscípulos.
--Nadie o casi nadie, quitando a Cañizo con su periódico de carnicería
y con su mujer que los domingos le da langosta.
--Es triste todo eso. Siempre en este Madrid la misma interinidad, la
misma angustia hecha crónica, la misma vida sin vida, todo igual.
--Sí; esto es un pantano--murmuró Montaner.
--Más que un pantano es un campo de ceniza. Y Julio Aracil, ¿vive bien?
--Hombre, según lo que se entienda por vivir bien.
--Su mujer, ¿cómo es?
--Es una muchacha vistosa, pero él la está prostituyendo.
--¿Por qué?
--Porque la va dando un aire de _cocotte_. El hace que se ponga trajes
exagerados, la lleva a todas partes; yo creo que él mismo la ha
aconsejado que se pinte. Y ahora prepara el golpe final. Va a llevar a
ese Nebot, que es un muchacho rico, a vivir a su casa y va a ampliar la
clínica. Yo creo que lo que anda buscando es que Nebot se entienda con
su mujer.
--¿De veras?
--Sí. Ha mandado poner el cuarto de Nebot en el mejor sitio de la
casa, cerca de la alcoba de su mujer.
--Demonio. ¿Es que no la quiere?
--Julio no quiere a nadie; se casó con ella por su dinero. El tiene una
querida que es una señora rica, ya vieja.
--¿De manera que en el fondo, marcha?
--¡Qué sé yo! Lo mismo puede hundirse que hacerse rico.
Era ya muy tarde y Montaner y Andrés salieron del café y cada cual se
fué a su casa.
A los pocos días Andrés encontró a Julio Aracil que entraba en un coche.
--¿Quieres dar una vuelta conmigo?--le dijo Julio--. Voy al final del
barrio de Salamanca, a hacer una visita.
--Bueno.
Entraron los dos en el coche.
--El otro día vi a Montaner--le dijo Andrés.
--¿Te hablaría mal de mí? Claro. Entre amigos es indispensable.
--Sí; parece que no está muy contento de ti.
--No me choca. La gente tiene una idea estúpida de las cosas--dijo
Aracil con voz colérica--. No quisiera más que tratar con egoístas
absolutos, completos, no con gente sentimental que le dice a uno con
las lágrimas en los ojos: Toma este pedazo de pan duro, al que no le
puedo hincar el diente, y a cambio convídame a cenar todos los días en
el mejor hotel.
Andrés se echó a reir.
--La familia de mi mujer es también de las que tienen una idea imbécil
de la vida--siguió diciendo Aracil--. Constantemente me están poniendo
obstáculos.
--¿Por qué?
--Nada. Ahora se les ocurre decir que el socio que tengo en la clínica,
le hace el amor a mi mujer y que no le debo tener en casa. Es ridículo.
¿Es que voy a ser un Otelo? No; yo le dejo en libertad a mi mujer.
Concha no me ha de engañar. Yo tengo confianza en ella.
--Haces bien.
--No sé qué idea tiene de las cosas--siguió diciendo Julio--estas
gentes chapadas a la antigua, como dicen ellos. Porque yo comprendo
un hombre como tú que es un puritano. ¡Pero ellos! Que me presentara
yo mañana y dijera: Estas visitas, que he hecho a Don Fulano o a Doña
Zutana, no las he querido cobrar porque, la verdad, no he estado
acertado... ¡toda la familia me pondría de imbécil hasta las narices!
--¡Ah! No tiene duda.
--Y si es así, ¿a qué se vienen con esas moralidades ridículas?
--¿Y qué te pasa para necesitar socio? ¿Gastas mucho?
--Mucho; pero todo el gasto que llevo es indispensable. Es la vida de
hoy que lo exige. La mujer tiene que estar bien, ir a la moda, tener
trajes, joyas... Se necesita dinero, mucho dinero para la casa, para la
comida, para la modista, para el sastre, para el teatro, para el coche;
yo busco como puedo ese dinero.
--¿Y no te convendría limitarte un poco?--le preguntó Andrés.
--¿Para qué? ¿Para vivir cuando sea viejo? No, no; ahora mejor que
nunca. Ahora que es uno joven.
--Es una filosofía; no me parece mal, pero vas a inmoralizar tu casa.
--A mí la moralidad no me preocupa--replicó Julio--. Aquí, en
confianza, te diré que una mujer honrada me parece uno de los productos
más estúpidos y más amargos de la vida.
--Tiene gracia.
--Sí, una mujer que no sea algo coqueta no me gusta. Me parece bien
que gaste, que se adorne, que se luzca. Un marqués, cliente mío, suele
decir: Una mujer elegante debía tener más de un marido. Al oirle todo
el mundo se ríe.
--¿Y por qué?
--Porque su mujer, como marido no tiene más que uno; pero, en cambio,
amantes tiene tres.
--¿A la vez?
--Sí, a la vez; es una señora muy liberal.
--Muy liberal y muy conservadora, si los amantes le ayudan a vivir.
--Tienes razón, se le puede llamar liberal-conservadora.
Llegaron a la casa del cliente.
--¿Adónde quieres ir tú?--le preguntó Julio.
--A cualquier lado. No tengo nada que hacer.
--¿Quieres que te dejen en la Cibeles?
--Bueno.
--Vaya usted a la Cibeles y vuelva--le dijo Julio al cochero.
Se despidieron los dos antiguos condiscípulos y Andrés pensó que por
mucho que subiera su compañero no era cosa de envidiarle.


III
FERMÍN IBARRA

UNOS días después, Hurtado se encontró en la calle con Fermín Ibarra.
Fermín estaba desconocido; alto, fuerte, ya no necesitaba bastón para
andar.
--Un día de estos me voy--le dijo Fermín.
--¿Adónde?
--Por ahora, a Bélgica; luego, ya veré. No pienso estar aquí;
probablemente no volveré.
--¿No?
--No. Aquí no se puede hacer nada; tengo dos o tres patentes de cosas
pensadas por mi, que creo que están bien; en Bélgica me las iban a
comprar; pero yo he querido hacer primero una prueba en España, y me
voy desalentado, descorazonado; aquí no se puede hacer nada.
--Eso no me choca--dijo Andrés--; aquí no hay ambiente para lo que tú
haces.
--¡Ah, claro!--repuso Ibarra--. Una invención supone la recapitulación,
la síntesis de las fases de un descubrimiento; una invención, es muchas
veces una consecuencia tan fácil de los hechos anteriores, que casi
se puede decir que se desprende ella sola sin esfuerzo. ¿Dónde se va a
estudiar en España el proceso evolutivo de un descubrimiento? ¿Con qué
medios? ¿En qué talleres? ¿En qué laboratorios?
--En ninguna parte.
--Pero, en fin, a mí esto no me indigna--añadió Fermín--, lo que me
indigna es la suspicacia, la mala intención, la petulancia de esta
gente... Aquí no hay más que chulos y señoritos juerguistas. El chulo
domina desde los Pirineos hasta Cádiz...; políticos, militares,
profesores, curas, todos son chulos con un yo hipertrofiado.
--Sí, es verdad.
--Cuando estoy fuera de España--siguió diciendo Ibarra--quiero
convencerme de que nuestro país no está muerto para la civilización;
que aquí se discurre y se piensa, pero cojo un periódico español y me
da asco; no habla más que de políticos y de toreros. Es una vergüenza.
Fermín Ibarra contó sus gestiones en Madrid, en Barcelona, en Bilbao.
Había millonario que le había dicho que él no podía exponer dinero
sin base, que después de hechas las pruebas con éxito, no tendría
inconveniente en dar dinero al cincuenta por ciento.
--El capital español está en manos de la canalla más abyecta--concluyó
diciendo Fermín.
Unos meses después, Ibarra le escribía desde Bélgica, diciendo que le
habían hecho jefe de un taller y que sus empresas iban adelante.


IV
ENCUENTRO CON LULÚ

UN amigo del padre de Hurtado, alto empleado en Gobernación, había
prometido encontrar un destino para Andrés. Este señor vivía en la
calle de San Bernardo. Varias veces estuvo Andrés en su casa, y siempre
le decía que no había nada; un día le dijo:
--Lo único que podemos darle a usted, es una plaza de médico de higiene
que va a haber vacante. Diga usted si le conviene, y, si le conviene,
le tendremos en cuenta.
--Me conviene.
--Pues ya le avisaré a tiempo.
Este día, al salir de casa del empleado, en la calle Ancha, esquina a
la del Pez, Andrés Hurtado se encontró a Lulú. Estaba igual que antes;
no había variado nada.
Lulú se turbó un poco al ver a Hurtado, cosa rara en ella. Andrés la
contempló con gusto. Estaba con su mantillita, tan fina, tan esbelta,
tan graciosa. Ella le miraba, sonriendo un poco ruborizada.
--Tenemos mucho que hablar--le dijo Lulú--; yo me estaría charlando con
gusto con usted, pero tengo que entregar un encargo. Mi madre y yo,
solemos ir los sábados al café de la Luna. ¿Quiere usted ir por allá?
--Sí, iré.
--Vaya usted mañana, que es sábado. De nueve y media a diez. No falte
usted, ¿eh?
--No, no faltaré.
Se despidieron, y Andrés, al día siguiente por la noche, se presentó
en el café de la Luna. Estaban doña Leonarda y Lulú en compañía de un
señor de anteojos, joven. Andrés saludó a la madre, que le recibió
secamente, y se sentó en una silla lejos de Lulú.
--Siéntese usted aquí--dijo ella, haciéndole sitio en el diván.
Se sentó Andrés cerca de la muchacha.
--Me alegro mucho que haya usted venido--dijo Lulú--; tenía miedo de
que no quisiera usted venir.
--¿Por qué no había de venir?
--¡Como es usted tan así!
--Lo que no comprendo es por qué han elegido ustedes este café. ¿O es
que ya no viven allí en la calle del Fúcar?
--¡Ca, hombre! Ahora vivimos aquí en la calle del Pez. ¿Sabe usted
quién nos resolvió la vida de plano?
--¿Quién?
--Julio.
--¿De veras?
--Sí.
--Ya ve usted, cómo no es tan mala persona, como usted decía.
--Oh, igual; lo mismo que yo creía o peor. Ya se lo contaré a usted. Y
usted ¿qué ha hecho? ¿Cómo ha vivido?
Andrés contó rápidamente su vida y sus luchas en Alcolea.
--¡Oh! ¡Qué hombre más imposible es usted!--exclamó Lulú--. ¡Qué lobo!
El señor de los anteojos, que estaba de conversación con doña Leonarda,
al ver que Lulú no dejaba un momento de hablar con Andrés se levantó y
se fué.
--Lo que es si a usted le importa algo por Lulú, puede usted estar
satisfecho--dijo doña Leonarda con tono desdeñoso y agrio.
--¿Por qué lo dice usted?--preguntó Andrés.
--Porque ésta le tiene a usted un cariño verdaderamente raro. Y la
verdad, no sé por qué.
--Yo tampoco sé que a las personas se les tenga cariño por
algo--replicó Lulú vivamente--; se las quiere o no se las quiere; nada
más.
Doña Leonarda, con un mohín despectivo, cogió el periódico de la noche
y se puso a leerlo. Lulú siguió hablando con Andrés.
--Pues verá usted cómo nos resolvió la vida Julio--dijo ella en voz
baja--. Yo ya le decía a usted que era un canalla que no se casaría
con Niní. Efectivamente; cuando concluyó la carrera comenzó a huir
el bulto y a no aparecer por casa. Yo me enteré, y supe que estaba
haciendo el amor a una señorita de buena posición. Llamé a Julio y
hablamos; me dijo claramente que no pensaba casarse con Niní.
--¿Así, sin ambages?
--Sí; que no le convenía; que sería para él un engorro casarse con una
mujer pobre. Yo me quedé tranquila y le dije: Mira, yo quisiera que tú
mismo fueras a ver a don Prudencio y le advirtieras eso. ¿Qué quieres
que le advierta?--me preguntó él--. Pues nada; que no te casas con Niní
porque no tienes medios; en fin, por las razones que me has dado.
--Se quedaría atónito--exclamó Andrés--, porque él pensaba que el día
que lo dijera iba a haber un cataclismo en la familia.
--Se quedó helado, en el mayor asombro--. Bueno, bueno--dijo--, iré a
verle y se lo diré. Yo le comuniqué la noticia a mi madre, que pensó
hacer algunas tonterías, pero que no las hizo; luego se lo dije a
Niní, que lloró y quiso tomar venganza. Cuando se tranquilizaron las
dos, le dije a Niní que vendría don Prudencio y que yo sabía que a don
Prudencio le gustaba ella y que la salvación estaba en don Prudencio.
Efectivamente; unos días después vino don Prudencio en actitud
diplomática; habló de que si Julio no encontraba destino, de que si no
le convenía ir a un pueblo... Niní estuvo admirable. Desde entonces, yo
ya no creo en las mujeres.
--Esa declaración tiene gracia--dijo Andrés.
--Es verdad--replicó Lulú--, porque mire usted que los hombres son
mentirosos, pues las mujeres todavía son más. A los pocos días, don
Prudencio se presenta en casa; habla a Niní y a mamá, y boda. Y allí
le hubiera usted visto a Julio unos días después en casa, que fué a
devolver las cartas a Niní, con la risa del conejo, cuando mamá le
decía con la boca llena que don Prudencio tenía tantos miles de duros y
una finca aquí y otra allí...
--Le estoy viendo a Julio con esa tristeza que le da pensar que los
demás tienen dinero.
--Sí, estaba frenético. Después del viaje de boda, don Prudencio me
preguntó--: Tú ¿qué quieres? ¿Vivir con tu hermana y conmigo o con
tu madre? Yo le dije: Casarme no me he de casar; estar sin trabajar
tampoco me gusta; lo que preferiría es tener una tiendecita de
confecciones de ropa blanca y seguir trabajando--. Pues nada, lo que
necesites dímelo. Y puse la tienda.
--¿Y la tiene usted?
--Sí; aquí en la calle del Pez. Al principio mi madre se opuso, por
esas tonterías de que si mi padre había sido esto o lo otro. Cada uno
vive como puede. ¿No es verdad?
--Claro. ¡Qué cosa más digna que vivir del trabajo!
Siguieron hablando Andrés y Lulú largo rato. Ella había localizado su
vida en la casa de la calle del Fúcar, de tal manera, que sólo lo que
se relacionaba con aquel ambiente le interesaba. Pasaron revista a
todos los vecinos y vecinas de la casa.
--¿Se acuerda usted de aquel don Cleto, el viejecito?--le preguntó Lulú.
--Sí; ¿qué hizo?
--Murió el pobre...; me dió una pena.
--¿Y de qué murió?
--De hambre. Una noche entramos la Venancia y yo en su cuarto, y estaba
acabando, y él decía con aquella vocecita que tenía:--No, si no tengo
nada; no se molesten ustedes; un poco de debilidad nada más--, y se
estaba muriendo.
A la una y media de la noche, doña Leonarda y Lulú se levantaron, y
Andrés las acompañó hasta la calle del Pez.
--¿Vendrá usted por aquí?--le dijo Lulú.
--Sí; ¡ya lo creo!
--Algunas veces suele venir Julio también.
--¿No le tiene usted odio?
--¿Odio? Más que odio siento por él desprecio, pero me divierte, me
parece entretenido, como si viera un bicho malo metido debajo de una
copa de cristal.


V
MÉDICO DE HIGIENE

A los pocos días de recibir el nombramiento de médico de higiene y de
comenzar a desempeñar el cargo, Andrés comprendió que no era para él.
Su instinto antisocial se iba aumentando, se iba convirtiendo en odio
contra el rico, sin tener simpatía por el pobre.
--¡Yo que siento este desprecio por la sociedad--se decía a sí mismo--,
teniendo que reconocer y dar patentes a las prostitutas! ¡Yo que me
alegraría que cada una de ellas llevara una toxina que envenenara a
doscientos hijos de familia!
Andrés se quedó en el destino, en parte por curiosidad, en parte
también para que el que se lo había dado no le considerara como un
fatuo.
El tener que vivir en este ambiente le hacía daño.
Ya no había en su vida nada sonriente, nada amable; se encontraba como
un hombre desnudo que tuviera que andar atravesando zarzas. Los dos
polos de su alma eran un estado de amargura, de sequedad, de acritud, y
un sentimiento de depresión y de tristeza.
La irritación le hacía ser en sus palabras violento y brutal.
Muchas veces a alguna mujer que iba al Registro la decía:
--¿Estás enferma?
--Sí.
--Tú qué quieres, ¿ir al hospital o quedarte libre?
--Yo prefiero quedarme libre.
--Bueno. Haz lo que quieras; por mí puedes envenenar medio mundo; me
tiene sin cuidado.
En ocasiones, al ver estas busconas que venían escoltadas por algún
guardia, riendo, las increpaba.
--No tenéis odio siquiera. Tened odio; al menos viviréis más tranquilas.
Las mujeres le miraban con asombro. Odio, ¿por qué?, se preguntaría
alguna de ellas. Como decía Iturrioz: la naturaleza era muy sabia;
hacía el esclavo, y le daba el espíritu de la esclavitud; hacía la
prostituta, y le daba el espíritu de la prostitución.
Este triste proletariado de la vida sexual tenía su honor de cuerpo.
Quizá lo tienen también en la obscuridad de lo inconsciente las abejas
obreras y los pulgones, que sirven de vacas a las hormigas.
De la conversación con aquellas mujeres sacaba Andrés cosas extrañas.
Entre los dueños de las casas de lenocinio había personas decentes: un
cura tenía dos y las explotaba con una ciencia evangélica completa.
¡Qué labor más católica, más conservadora podía haber, que dirigir una
casa de prostitución!
Solamente teniendo al mismo tiempo una plaza de toros y una casa de
préstamos podía concebirse algo más perfecto.
De aquellas mujeres, las libres iban al Registro, otras se sometían al
reconocimiento en sus casas.
Andrés tuvo que ir varias veces a hacer estas visitas domiciliarias.
En alguna de aquellas casas de prostitución distinguidas encontraba
señoritos de la alta sociedad, y era un contraste interesante ver estas
mujeres de cara cansada, llena de polvos de arroz, pintadas, dando
muestras de una alegría ficticia, al lado de gomosos fuertes, de vida
higiénica, rojos, membrudos por el _sport_.
Espectador de la iniquidad social, Andrés reflexionaba acerca de los
mecanismos que van produciendo esas lacras: el presidio, la miseria, la
prostitución.
--La verdad es que si el pueblo lo comprendiese--pensaba Hurtado--, se
mataría por intentar una revolución social, aunque ésta no sea más que
una utopía, un sueño.
Andrés creía ver en Madrid la evolución progresiva de la gente rica que
iba hermoseándose, fortificándose, convirtiéndose en casta; mientras el
pueblo evolucionaba a la inversa, debilitándose, degenerando cada vez
más.
Estas dos evoluciones paralelas eran sin duda biológicas: el pueblo no
llevaba camino de cortar los jarretes de la burguesía, e incapaz de
luchar, iba cayendo en el surco.
Los síntomas de la derrota se revelaban en todo. En Madrid, la talla
de los jóvenes pobres y mal alimentados que vivían en tabucos, era
ostensiblemente más pequeña que la de los muchachos ricos, de familias
acomodadas que habitaban en pisos exteriores.
La inteligencia, la fuerza física, eran también menores entre la
gente del pueblo que en la clase adinerada. La casta burguesa se iba
preparando para someter a la casta pobre y hacerla su esclava.


VI
LA TIENDA DE CONFECCIONES

CERCA de un mes tardó Hurtado en ir a ver a Lulú, y cuando fué se
encontró un poco sorprendido al entrar en la tienda. Era una tienda
bastante grande, con el escaparate ancho y adornado con ropas de niño,
gorritos rizados y camisas llenas de lazos.
--Al fin ha venido usted--le dijo Lulú.
--No he podido venir antes. Pero ¿toda esta tienda es de
usted?--preguntó Andrés.
--Sí.
--Entonces es usted capitalista; es usted una burguesa infame.
Lulú se rió satisfecha; luego enseñó a Andrés la tienda, la trastienda
y la casa. Estaba todo muy bien arreglado y en orden. Lulú tenía una
muchacha que despachaba y un chico para los recados. Andrés estuvo
sentado un momento. Entraba bastante gente en la tienda.
--El otro día vino Julio--dijo Lulú--y hablamos mal de usted.
--¿De veras?
--Sí; y me dijo una cosa, que usted había dicho de mí, que me incomodó.
--¿Qué le dijo a usted?
--Me dijo que usted había dicho una vez, cuando era estudiante, que
casarse conmigo era lo mismo que casarse con un orangután. ¿Es verdad
que ha dicho usted de mí eso? ¿Conteste usted?
--No lo recuerdo; pero es muy posible.
--¿Que lo haya dicho usted?
--Sí.
--¿Y qué debía hacer yo con un hombre que paga así la estimación que yo
le tengo?
--No sé.
--¡Si al menos, en vez de orangután, me hubiera usted llamado mona!
--Otra vez será. No tenga usted cuidado.
Dos días después, Hurtado volvió a la tienda, y los sábados se reunía
con Lulú y su madre en el café de la Luna. Pronto pudo comprobar que el
señor de los anteojos pretendía a Lulú. Era aquel señor un farmacéutico
que tenía la botica en la calle del Pez, hombre muy simpático e
instruído. Andrés y él hablaron de Lulú.
--¿Qué le parece a usted esta muchacha?--le preguntó el farmacéutico.
--¿Quién? ¿Lulú?
--Sí.
--Pues es una muchacha por la que yo tengo una gran estimación--dijo
Andrés.
--Yo también.
--Ahora, que me parece que no es una mujer para casarse con ella.
--¿Por qué?
--Es mi opinión; a mí me parece una mujer cerebral, sin fuerza orgánica
y sin sensualidad, para quien todas las impresiones son puramente
intelectuales.
--¡Qué sé yo! No estoy conforme.
Aquella misma noche Andrés pudo ver que Lulú trataba demasiado
desdeñosamente al farmacéutico.
Cuando se quedaron solos, Andrés le dijo a Lulú:
--Trata usted muy mal al farmacéutico. Eso no me parece digno de una
mujer como usted, que tiene un fondo de justicia.
--¿Por qué?
--Porque no. Porque un hombre se enamore de usted, ¿hay motivo para que
usted le desprecie? Eso es una bestialidad.
--Me da la gana de hacer bestialidades.
--Habría que desear que a usted le pasara lo mismo, para que supiera lo
que es estar desdeñada sin motivo.
--¿Y usted sabe si a mí me pasa lo mismo?
--No; pero me figuro que no. Tengo demasiada mala idea de las mujeres
para creerlo.
--¿De las mujeres en general y de mí en particular?
--De todas.
--¡Qué mal humor se le va poniendo a usted, don Andrés! Cuando sea
usted viejo no va a haber quien le aguante.
--Ya soy viejo. Es que me indignan esas necedades de las mujeres. ¿Qué
le encuentra usted a ese hombre para desdeñarle así? Es un hombre
culto, amable, simpático, gana para vivir...
--Bueno, bueno; pero a mí me fastidia. Basta ya de esa canción.


VII
DE LOS FOCOS DE LA PESTE

ANDRÉS solía sentarse cerca del mostrador. Lulú le veía sombrío y
meditabundo.
--Vamos, hombre, ¿qué le pasa a usted?--le dijo Lulú un día que le vió
más hosco que de ordinario.
--Verdaderamente--murmuró Andrés--el mundo es una cosa divertida:
hospitales, salas de operaciones, cárceles, casas de prostitución;
todo lo peligroso tiene su antídoto; al lado del amor la casa de
prostitución; al lado de la libertad la cárcel. Cada instinto
subversivo, y lo natural es siempre subversivo, lleva al lado su
gendarme. No hay fuente limpia sin que los hombres metan allí las patas
y la ensucien. Está en su naturaleza.
--¿Qué quiere usted decir con eso? ¿Qué le ha pasado a usted?--preguntó
Lulú.
--Nada; este empleo sucio que me han dado, me perturba. Hoy me han
escrito una carta las pupilas de una casa de la calle de la Paz, que me
preocupa. Firman _Unas desgraciadas_.
--¿Qué dicen?
--Nada; que en esos burdeles hacen bestialidades. Estas _desgraciadas_
que me envían la carta me dicen horrores. La casa donde viven se
comunica con otra. Cuando hay una visita del médico o de la autoridad,
a todas las mujeres no matriculadas las esconden en el piso tercero de
la otra casa.
--¿Para qué?
--Para evitar que las reconozcan, para tenerlas fuera del alcance de la
autoridad que, aunque injusta y arbitraria, puede dar un disgusto a las
amas.
--¿Y esas mujeres vivirán mal?
--Muy mal; duermen en cualquier rincón amontonadas, no comen apenas;
les dan unas palizas brutales; y cuando envejecen y ven que ya no
tienen éxito, las cogen y las llevan a otro pueblo sigilosamente.
--¡Qué vida! ¡Qué horror!--murmuró Lulú.
--Luego todas estas amas de prostíbulo--siguió diciendo Andrés--,
tienen la tendencia de martirizar a las pupilas. Hay algunas que
llevan un vergajo, como un cabo de vara, para imponer el orden. Hoy he
visitado una casa de la calle de Barcelona, en donde el matón es un
hombre afeminado a quien llaman el Cotorrita, que ayuda a la celestina
al secuestro de las mujeres. Este invertido se viste de mujer, se pone
pendientes, porque tiene agujeros en las orejas, y va a la caza de
muchachas.
--Qué tipo.
--Es una especie de halcón. Este eunuco, por lo que me han contado las
mujeres de la casa, es de una crueldad terrible con ellas, y las tiene
aterrorizadas--. Aquí, me ha dicho el Cotorrita, no se da de baja a
ninguna mujer.--¿Por qué?--le he preguntado yo.--Porque no--; y me ha
enseñado un billete de cinco duros. Yo he seguido interrogando a las
pupilas y he mandado al hospital a cuatro. Las cuatro estaban enfermas.
--¿Pero esas mujeres no tienen alguna defensa?
--Ninguna; ni nombre, ni estado civil, ni nada. Las llaman como
quieren; todas responden a nombres falsos; Blanca, Marina, Estrella,
África... En cambio, las celestinas y los matones están protegidos por
la policía, formada por chulos y por criados de políticos.
--¿Vivirán poco todas ellas?--dijo Lulú.
--Muy poco. Todas estas mujeres tienen una mortalidad terrible; cada
ama de esas casas de prostitución ha visto sucederse y sucederse
generaciones de mujeres; las enfermedades, la cárcel, el hospital, el
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - El árbol de la ciencia: novela - 13
  • Parts
  • El árbol de la ciencia: novela - 01
    Total number of words is 4485
    Total number of unique words is 1513
    36.5 of words are in the 2000 most common words
    49.0 of words are in the 5000 most common words
    55.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El árbol de la ciencia: novela - 02
    Total number of words is 4717
    Total number of unique words is 1551
    35.9 of words are in the 2000 most common words
    48.5 of words are in the 5000 most common words
    54.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El árbol de la ciencia: novela - 03
    Total number of words is 4633
    Total number of unique words is 1551
    35.2 of words are in the 2000 most common words
    47.2 of words are in the 5000 most common words
    52.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El árbol de la ciencia: novela - 04
    Total number of words is 4613
    Total number of unique words is 1473
    37.3 of words are in the 2000 most common words
    49.9 of words are in the 5000 most common words
    55.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El árbol de la ciencia: novela - 05
    Total number of words is 4760
    Total number of unique words is 1538
    34.9 of words are in the 2000 most common words
    47.5 of words are in the 5000 most common words
    52.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El árbol de la ciencia: novela - 06
    Total number of words is 4756
    Total number of unique words is 1631
    33.5 of words are in the 2000 most common words
    46.5 of words are in the 5000 most common words
    54.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El árbol de la ciencia: novela - 07
    Total number of words is 4604
    Total number of unique words is 1498
    38.9 of words are in the 2000 most common words
    51.0 of words are in the 5000 most common words
    56.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El árbol de la ciencia: novela - 08
    Total number of words is 4674
    Total number of unique words is 1530
    35.3 of words are in the 2000 most common words
    46.5 of words are in the 5000 most common words
    51.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El árbol de la ciencia: novela - 09
    Total number of words is 4677
    Total number of unique words is 1566
    35.7 of words are in the 2000 most common words
    47.4 of words are in the 5000 most common words
    53.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El árbol de la ciencia: novela - 10
    Total number of words is 4616
    Total number of unique words is 1585
    32.5 of words are in the 2000 most common words
    45.3 of words are in the 5000 most common words
    51.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El árbol de la ciencia: novela - 11
    Total number of words is 4674
    Total number of unique words is 1470
    37.0 of words are in the 2000 most common words
    48.3 of words are in the 5000 most common words
    54.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El árbol de la ciencia: novela - 12
    Total number of words is 4696
    Total number of unique words is 1409
    37.8 of words are in the 2000 most common words
    49.0 of words are in the 5000 most common words
    54.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El árbol de la ciencia: novela - 13
    Total number of words is 4669
    Total number of unique words is 1506
    39.0 of words are in the 2000 most common words
    51.5 of words are in the 5000 most common words
    56.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El árbol de la ciencia: novela - 14
    Total number of words is 2496
    Total number of unique words is 953
    41.7 of words are in the 2000 most common words
    51.6 of words are in the 5000 most common words
    55.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.