El amigo Manso - 09

Total number of words is 4857
Total number of unique words is 1742
33.4 of words are in the 2000 most common words
46.4 of words are in the 5000 most common words
52.1 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
disimulada... Últimamente lo hacía con un descaro... Por las mañanas
se metía en la salita de estudio y se estaba allí las horas muertas...
Una noche entró en el cuarto de Irene, cuando ésta se retiraba. En fin,
¿para qué hablar más de una cosa tan desagradable...? la tarde anterior
hubo una escena fuerte entre marido y mujer en la puerta misma... ¡Cómo
se le atragantaban las palabras á la buena Lica!... en la puerta misma
del cuartito de la institutriz. Era indudable que ésta no alentaba
ni poco ni mucho el indecoroso galanteo del dueño de la casa. Por el
contrario, Irene no disimulaba su pena; era una muchacha honesta,
dignísima, que no podía tener responsabilidad de los atrevimientos de
un hombre tan... En fin, aquella misma mañana Irene había manifestado
á la señora que deseaba salir de la casa. Ambas habían llorado... Era
una buena de Dios... Y para concluir, yo, Máximo Manso, el hombre
recto, el hombre sin tacha, el pensamiento de la familia, el filósofo,
el sabio era llamado á arreglarlo todo, haciendo ver á José la fealdad
y atroces consecuencias de su conducta inícua; pintándole... yo no sé
cuántas cosas dijo Lica que debía yo pintarle. La cuitada no guardaría
rencor si su esposo se enmendaba, y estaba decidida á perdonarle, sí,
á perdonarle de todo corazón, si volvía al buen camino, porque ella
quería mucho á su marido, y era toda alma, sentimiento, cariño, mimito
y dulzura... Y ya no me dijo más, ni era preciso que más dijera, porque
bastante había sabido yo aquella tarde, y tenía materia sobrada para
poner en ejercicio mis facultades de consejo.


XXII
«Esto marcha.»

«Esto se complica--pensé al retirarme.--Hénos aquí en plena evolución
de los sucesos, asistiendo á su natural desarrollo y con el fatal
deber de figurar en ellos, bien como simple testigo, lo cual no es
muy agradable á veces, bien como víctima, lo que es menos agradable
todavía. Ya tenemos que las energías morales, ó llámense caracteres,
actuando en la reducida escena de un círculo doméstico ó de un grupo
social, han concluido lo que podríamos llamar en términos dramáticos su
período de protasis, y ahora, maduradas y crecidas las tales energías,
principian á estorbarse y se disputan el espacio, dando origen á
rozamientos primero, á choques después, y quizás á furiosas embestidas.
Tengamos calma y ojo certero. Conservemos la serenidad de espíritu que
tan util es en medio de una batalla, y si la suerte ó las sugestiones
de los demás ó el propio interés nos llevan á desempeñar el papel de
general en jefe, procuremos llevar al terreno toda la táctica aprendida
en el estudio y todo el golpe de vista adquirido en la topografía
comparada del corazón humano.»
Desveláronme aquella noche la idea de lo que pasaba y las presunciones
de lo que pasaría. Al día siguiente corrí á casa de mi hermano y dije á
Lica:
--Vigila tú á doña Cándida, que yo vigilaré á Irene.
Ella extrañó que yo recelase de Calígula, y me dijo que no sospechaba
cosa mala de amiga tan cariñosa y servicial.
--Cuidado, cuidado con esa mujer...--le respondí creyendo hallarme
en lo firme.--Á pesar de la protección que se le da en esta casa,
mi cínife no ha variado de fortuna y se crea todos los días nuevas
necesidades. Nada le basta, y mientras más tiene más quiere. Se le ha
matado el hambre, y ahora aspira á ciertas comodidades que antes no
tenía. Proporciónale las comodidades, y aspirará al lujo. Dale lujo y
pretenderá la opulencia. Es insaciable. Sus apetitos adquieren con los
años cierta ferocidad.
--Pero ¿qué tiene que ver, chinito?...
--Vigila, te digo; observa sin decir una palabra.
--¿Y tú observarás á Irene?
--Sí. La creo buena, la tengo por excepcional entre las jóvenes del
día. Es superior á cuanto conozco, es una maravilla; pero...
--Á todo has de poner pero...
--¡Ay! Manuela, no sabes á qué tentaciones vive expuesta la virtud
en nuestros días. Tú figúrate. Se dan casos de criaturas inocentes,
angelicales, que en un momento de desfallecimiento han cedido á una
sugestión de vanidad, y desde la altura de su mérito casi sobrehumano
han descendido al abismo del pecado. La serpiente les ha mordido,
inoculando en su sangre pura el vírus de un loco apetito. ¿Sabes cuál?
El lujo. El lujo es lo que antes se llamaba el demonio, la serpiente,
el angel caido; porque el lujo fué también querubín, fué arte,
generosidad, realeza, y ahora es un maleficio mesocrático, al alcance
de la burguesía, pues con la industria y las máquinas se ha puesto
en condiciones perfectas para corromper á todo el género humano, sin
distinción de clases.
--_Aguaita_, Máximo; si quieres que te diga la verdad, no entiendo lo
que has hablado; pero ello será cierto, pues tú lo dices... Bueno;
cuidadito con la maestra...
Y en mi cerebro se estampó aquello de _cuidadito con la maestra_, de
tal modo, que sólo la idea de mi papel de vigía aumentaba mi suspicacia.
Porque en mí habían surgido terribles desconfianzas, ¿á qué negarlo? Mi
fé en Irene se había quebrantado un poco, sin ningún motivo racional.
Es que el procedimiento de duda que he cultivado en mis estudios como
punto de apoyo para llegar al descubrimiento de la verdad, sostiene en
mi espíritu esta levadura de malicia, que es como el planteamiento de
todos los problemas. Así, en aquel caso, mientras más me mortificaba
la duda, más quería yo dudar, seguro de la eficacia de este modo
del pensamiento; y de la misma manera que éste ha realizado grandes
progresos por el camino de la duda, mi suspicacia sería precursora del
triunfo moral de Irene, y tras de mi poca fé vendría la evidencia de su
virtud, y tras de las pruebas rigurosas á que la sometería mi espíritu
de hipótesis resultarían probadas racionalmente las perfecciones de
su alma preciosa. Por otra parte, aquel desasosiego en que yo estaba
desde que supe las acometidas de José, me revelaba el profundo interés,
el amor, digámoslo de una vez, que Irene me inspiraba, y que hasta
entonces podía haberse confundido ante mi conciencia con cualquier
aberración caprichosa del sentimiento ó fantasmagoría de los sentidos.
Yo tenía ardientes celos; luego yo quería con igual ardor á la persona
que los motivaba.
Lo primero que resolví fué no declarar á Irene nada de lo que sentía,
mientras no fuera para mí claro como la luz del sol que la maestra
resistiría las torpes asechanzas de mi hermano. Entré á verla y
hablarle. ¡Qué confusión tan grande se apoderó de mí al hallarla
meditabunda, tristísima, más pálida que nunca, como si embargaran su
alma graves y contradictorios pensamientos! ¿Qué le pasaba? Toda mi
habilidad y mi charla capciosa no consiguieron abrir el sagrario de
su alma, ni sorprender por una frase el misterio encerrado en ella.
Aquel día funesto no la ví sonreir. Desmintió por completo la idea
que yo tenía de su ecuanimidad y del reposo y sereno equilibrio de su
caracter. No pude obtener de ella más que monosílabos. Fija su vista
en la labor, hacía nudos y más nudos, y yo me figuraba que cada uno de
éstos era un _ergo_ de la enmarañada dialéctica que había en su cabeza,
porque indudablemente pensaba, y pensaba mucho, y discutía y ergotizaba
y hacía prodigios de sofística.
Muy mal impresionado me retiré á mi casa, y tan inquieto estuve, tan
hostigado del recelo, de la curiosidad, que á la siguiente mañana,
luego que concluyó la lección de los niños, abordé mi asunto y le dije:
--Ya sé todo lo que le pasa á usted. Manuela me ha contado las cosas de
José María.
Oyóme tranquila y se sonrió un poco. Yo esperaba sorprender en ella
turbación grande.
--Su hermanito de usted--me contestó,--es muy particular. Qué poco se
parece á usted, amigo Manso. Son ustedes el día y la noche.
Yo seguí hablando de mi hermano, de su caracter ligero y vanidoso; le
disculpé un poco; puse en las nubes á Lica, y...
Irene me interrumpió diciéndome:
--Aunque D. José no ha vuelto á entrar aquí, ni me ha dirigido una
palabra desde la escena aquella, me parece que no puedo seguir en esta
casa.
No hice más que un signo de sorpresa, porque no me atreví á contestarle
negativamente. Comprendí que tenía razón. Preguntéle si el motivo de
la tristeza que había notado en ella el día anterior tenía por causa
las desagradables galanterías del amo de la casa, y me contestó:
--Sí y no... sería largo de explicar, pues... sí y no.
¡Sí y no! Admirable fórmula para llegar al colmo de la confusión ó á la
locura misma.
--Pero sea usted sincera conmigo. Usted me ha dicho que me consultaría
no sé qué asunto grave, y áun creo que dijo: «Juro hacer lo que usted
me mande.»
Entonces me miró muy atenta. Sus ojos penetraban en mi alma como una
espada luminosa. Nunca me había parecido tan guapa, ni se me había
revelado en ella, como entonces, aquella hermosura inteligente que los
más excelsos artistas han sabido remedar en esas pinturas alegóricas
que representan la Teología ó la Astronomía. Yo me sentí inferior á
ella, tan inferior que casi temblaba cuando le oí decir:
--Usted ha dudado de mí... Luego no es usted digno de que yo le
consulte nada.
Era verdad, era verdad. Mis preguntas capciosas, mis inquisitoriales
averiguaciones del día anterior debieron serle poco gratas. Su
resentimiento me pareció bellísimo, y dióme tanto placer, que no
pude ocultarle cuánto me agradaba aquel noble tesón suyo. Hícele
declaraciones de firme amistad; pero sin excederme ni dar á entender
otra cosa, pues no era llegada la ocasión, ni había logrado yo la
evidencia que buscaba, aunque tenía el presentimiento de ella.
Salimos á paseo. Mostróse apacible y cordial; pero en nuestra
conversación, en nuestros escarceos y juegos de diálogo me manifestaba
que había algo que no estaba dispuesta á revelarme, y ese algo era lo
que se me ponía á mí entre ceja y ceja, mortificándome mucho.
--Yo haré méritos--le dije,--para ganar otra vez su confianza y oir las
consultillas que quiere usted hacerme.
--Veremos. Por de pronto...
--¿Qué?
--Por de pronto no me ametralle usted á preguntas. Quien mucho
pregunta poco averigua. Tenga usted más paciencia y confianza en
mi espontaneidad. En esto soy tremenda; quiero decir que cuando no
me chistan me entran á mí deseos de contar algo. Y en cuanto á las
consultillas, pierden toda su sal si no se hacen en tiempo oportuno y
cuando ellas solas se salen del corazón.
Esto me hizo reir, y cuando nos despedimos en casa de Lica, me reí más
con esta salida de Irene.
--Para que haga usted más méritos, le voy á pedir otro favor... ¡Cuánto
le agradecería que me hiciera una notita, un resumen, pues, en un
papelito así... de la historia de España! ¿Creerá usted que se me
confunden los once Alfonsos y no les distingo bien? Todos me parece
que han hecho lo mismo. Luego se me forma en la cabeza una ensalada de
Castilla con León, que no sé lo que me pasa. ¿Hará usted la nota?...
--Pero, criatura, ¿la historia de España en un papelito?...
--Nada más que los once Alfonsos. De don Pedro el Cruel para acá ya me
las manejo bien... ¡Qué cosa más aburrida! aquellas guerras de moros,
siempre lo mismo, y luego los casamientos de el de acá con la de allá,
y reinos que se juntan, y reinos que se separan, y tanto Alfonso para
arriba y para abajo... Es tremendo. Le soy á usted franca. Si yo fuera
el Gobierno suprimiría todo eso.
--¿La historia?
--Eso, eso que he dicho. No se enfade usted por estas herejías, y abur.


XXIII
¡La historia en un papelito!

¿Cuándo se ha visto extravagancia semejante? Me parece que menudean
demasiado los antojos. Un día la Gramática de la Academia, que apenas
entiende; otro día lápices y dibujos que no usa, primero las poesías en
bable, después la canción de Tosti, y ahora la historia de los Alfonsos
en un papelito... Al demonio se le ocurre... Vaya, vaya, que no es tan
grande en ella el dominio de la razón; que no hay en su espíritu la
fijeza que imaginé ni aquel desprecio de las frivolidades y caprichos
que tanto me agradaba cuando en ella lo suponía. Pero lo extraño es
que no por perder á mis ojos alguna de las raras cualidades de que la
creí dotada, amengua la vivísima inclinación que siento hacia ella; al
contrario... Parece que á medida que es menos perfecta es más mujer, y
mientras más se altera y rebaja el ideal soñado, más la quiero y...
Esto pensaba yo aquella noche. Hondamente abstraido no asistí á la
reunión. Ocupóme completamente al otro día un asunto universitario,
que me tuvo no sé cuantas horas de Herodes á Pilatos, desde el despacho
del rector á la Dirección de Instrucción pública. Asistí á una comida
dada por mis discípulos á tres catedráticos, y antes de retirarme
á mi casa dí una vuelta por la de mi hermano, donde encontré una
gran novedad, que me refirió puntualmente Lica. La noche anterior
habían cruzado palabras bastante agrias Manuel Peña y el marqués de
Casa-Bojío. Fué cuestión de etiqueta que trajo al punto la cuestión de
clases, y prontamente la de personas; tres cuestiones que se encerraban
en una, en la necesidad de que ambos jóvenes se descrismaran á sablazos
ó á tiros en lo que llaman el campo de honor. La dureza provocativa de
las frases dichas por Peña en la malhadada disputa, y su resistencia
á dar explicaciones, hacían inevitable el duelo. Había querido José
María arreglar el asunto urgándose el caletre para buscar fórmulas de
transacción; que tal era su fuerte; mas por aquella vez el abrazo de
Vergara no vendría, como en 1839, sino después de la efusión de sangre,
y ya estaba todo concertado para el día siguiente muy temprano. Cimarra
y no sé qué otro caballerito eran padrinos de mi discípulo. El disgusto
de Lica era grande, y yo deploraba con toda mi alma que un joven de
talento claro y de sanas ideas, educado por mí en el aborrecimiento de
la barbarie humana, incurriera en la estúpida flaqueza de desafiarse.
Lo que yo hablé aquella noche sobre este particular no es para contado
aquí. Estuve casi elocuente, y Lica aprobaba con toda su alma mis
ideas, y se admiraba de que un criterio tan sano no triunfara en la
sociedad, anonadando el error y las preocupaciones.
Grande era la pena que yo sentía aquella noche para que no respondiera
de malísimo gusto al insufrible y cada vez más pesado poeta, secretario
de la _sociedad de inválidos_. Pero él, rechazado fuertemente por mi
desvío, volvía á la carga con más empuje, y me acribillaba con sus
inhumanas pretensiones. Quería, ni más ni menos, que yo tomase parte
en la gran velada que se estaba organizando, y que echase también
mi discursito, rivalizando con los demás oradores que ya estaban
comprometidos, entre los cuales los había de primera fuerza. Resistíme
á todo trance, me blindé con la razón de mi escaso poder oratorio; pero
ni áun esto me valía, porque mi hermano, Pez y otros dos graves señores
(uno de ellos ex-ministro) que presentes estaban, me atacaron de flanco
diciéndome que no hacían falta discursos brillantes, sino sólidos y
razonados; que con mi palabra tendría la solemne fiesta una autoridad
que no le darían los cantorrios y los discursos floridos; y por último,
que la _Sociedad_, si yo la desairaba negándole mi _valioso concurso_,
vería en mi ausencia de la velada un vacío imposible de llenar con otro
discurso ni con poesías ni con música. Estas lisonjas no hacían mella
en mi rígido caracter, y obstinadamente negué mi concurso. Díjome mi
hermanito que yo era una calamidad; llamóme Lica _jollullo_, y _la
cabeza parlante_ me agració con un juicio bastante duro acerca del poco
sentido práctico de los filósofos y de la escasa ayuda que prestan al
movimiento de la civilización. El párrafo que este señor me echó,
como una rociada de sabiduría, algo semejante al vinagrillo aromático,
parecía un artículo de periódico, de esos que se escriben por el vulgo
y para el vulgo, y que constituyen la escuela diaria y constante de la
vulgaridad. No hice caso, y me marché á casa.
Deseaba saber si Manuel Peña estaba en la suya, y si doña Javiera se
había enterado de las andanzas caballerescas de su niño. Buen sermón
preparaba yo á mi discípulo, aunque en rigor de verdad, ya no había
medio de retroceder en el lance, y la feroz preocupación social,
berruga de la cultura moderna y escándalo de la filosofía, sería
inevitablemente respetada y cumplida. La idolatría del punto de honra
me parece tan absurda hoy, como si á mis contemporáneos les diera de
repente la humorada de restablecer los sacrificios humanos y de inmolar
á sus semejantes en el altar de un muñeco de barro que representase
cualquier divinidad salvaje. Pero tal es la fuerza del medio social,
que yo, con todo el vigor y pureza intolerante de mis ideas, no me
habría atrevido á alejar á Peña del bárbaro terreno ni á sugerirle la
idea de faltar al emplazamiento. ¿Qué más? Siendo quien soy, creo que
no podría ni sabría eximirme de acudir al llamado _campo del honor_,
si me viera impulsado á ello por circunstancias excepcionales. No
olvidemos nunca los grandes ejemplos de debilidad humana, mejor dicho,
de transacciones de la conciencia, determinadas por el medio ambiente.
Sócrates sacrificó un gallo á Esculapio, San Pedro negó á Jesús.
Doña Javiera no sabía nada. Manuel había tenido el buen acuerdo
de engañarla diciéndole que iba á Toledo con unos amigos, y que no
volvería hasta el día siguiente. Con esto, la pobre señora estaba
tranquila. Yo no lo estaba, pues aunque en la generalidad de los casos
los duelos del día son verdaderos sainetes, y esta es la tendencia de
todos los que intervienen en ellos como padrinos ó componedores, bien
podría suceder que las leyes físicas con su fatalidad profundamente
seria y enemiga de bromitas, nos regalasen una tragedia.
Desde muy temprano salí, al siguiente día, para enterarme de lo
ocurrido, mas nada pude averiguar. Á las diez no había entrado Peña en
su casa, lo que me puso en cuidado; pero doña Javiera, sin sospechar
cosa mala, decía: «Vendrá en el tren de la noche. Figúrese usted, en un
día no tienen tiempo de ver nada, pues sólo en la catedral dicen que
hay para una semana.»
Corrí á casa de José, donde Lica, atrozmente inmutada, me dió la
tremenda noticia de que Peñita había matado al marqués de Casa-Bojío.
Sentí pena y terror tan grandes, que no acertaba á hacer comentarios
sobre tan lamentable suceso, prueba evidente de la injusticia y
barbarie del duelo. ¡Aquel joven, dotado de corazón noble, de
inteligencia tan clara y simpática, interesantísimo y amable por su
figura, por su trato, por las prendas todas de su alma, había asesinado
á un infeliz inocente de todo delito que no fuera el ser necio!... ¿y
por qué? por unas cuantas palabras vanas, comunes y baldías, accidente
de la voz y producto de la tontería, ¡palabras que no tenían valor
bastante para que la naturaleza permitiera, por causa de ellas, la
muerte de un mosquito, ni el cambio más insignificante en el estado de
los séres!
Pero ¡qué demonio! la noticia la había traido Sainz del Bardal. ¿No era
el conducto motivo bastante para dudar...?
--Sí, sí--me dijo Lica. Corre á enterarte en casa de Cimarra. José
María salió muy temprano. No le he visto hoy. Dijo que no volvería
hasta la noche.
* * * * *
¡Que todos los demonios juntos, si es que hay demonios, ó todos los
genios del mal, si es que existe genio del mal fuera del alma humana,
carguen con Sainz del Bardal, y le puncen y le rajen, y le pinchen
y le corten, y le sajen y le acribillen, y le arañen y le acogoten,
y le estrangulen y le muelan, y le pulvericen y le machaquen hasta
reducirle á pedacitos tan pequeños que no puedan juntarse otra vez,
y hasta lograr la imposibilidad de que vuelvan á existir en el mundo
poetas de su ralea...! ¡Valiente susto nos dió el maldito!... ¿De dónde
sacaste, infernal criatura, que el escogido entre los escogidos, Manolo
Peña, había quitado la preciosa vida al pobre Leopoldito, que por estar
blindado de sandeces, como lo está de conchas un galápago, tiene en
su inútil condición garantías sólidas de inmortalidad? ¿En qué fuente
bebiste, poeta miasmático, peste del Parnaso y sarampión de las Musas?
¿Quién te engañó, quién te sopló, trompa de sandeces? Si no pasó nada,
si no hubo más sino que el filo del sable de Peña rozó la oreja derecha
del espejo de los mentecatos y le hizo un rasguño, del cual brotaron
obra de catorce gotas de sangre de Tellería, y como la cosa era _á
primera sangre_, aquí paró el lance y ambos caballeros se quedaron
repletos de honor hasta reventar, y luego se dieron las manos, y el que
hacía de médico sacó un pedacito de tafetán inglés y lo aplicó á la
oreja de Tellería, dejándosela como nueva, y todo quedó así felizmente
terminado para regocijo de la humanidad y descrédito de las malditas
ideas de la Edad Media que aún viven...
Me contó todo el mismo Cimarra, haciendo ardientes elogios de la
serenidad, valor y generosa bravura de Manuel Peña. Faltóme tiempo para
llevar la buena noticia á Lica, que se había tomado ya cinco tazas de
café para quitar el susto. Doña Jesusa dió gracias á Dios en voz alta,
Mercedes cantó de alegría, y hasta el ama, Rupertico y la mulata se
alegraron de que no hubiera pasado nada.
Después de almorzar, entramos Manuela y yo en el cuarto de estudio para
ver escribir á las niñas. Recibiónos Irene con viva alegría. ¿Por qué
estaba tan poco pálida que casi casi eran sonrosadas sus mejillas? La
observé inquieta, con no sé qué viveza infantil en sus bellos ojos,
decidora y de humor más festivo, pronto y ocurrente que de ordinario.
--Perdóneme usted--le dije,--pero he tenido muchas ocupaciones y no he
podido traerle la _historia en un papelito_...
--¡Ah, qué tontería! No se incomode usted... No merece la pena... La
verdad; no sé cómo usted me aguanta... Soy de lo más impertinente...
En fin, como usted es tan bueno, y yo tan ignorante, me permito á
veces molestarle con preguntas. Pero no haga usted caso de mí. ¿No es
verdad, señora, que no debe hacer caso?...
--¡Oh! no, que trabaje, que le ayude, niña... Pues no faltaba más.
¿Para qué le sirve todo lo que sabe?
--Pero qué soso, ¡qué soso es!--dijo Irene mirándome y riendo,
fusilándome con el fuego de sus ojos y haciéndome temblar con
escalofrío nervioso.--¿Ve usted como no quiere tomar parte en la
velada?... Lo que yo digo, es de lo más tremendo...
--_¡Jollullo!_
--Pues tiene usted que hablar, sí señor. Mándeselo usted, señora,
mándeselo usted, pues no hace caso de nadie...
--Pues sí, tienes que hablar, Máximo.
--Se deslucirá la fiesta si no habla--añadió Irene.--Ya le he dicho:
«Si usted no abre el pico, amigo Manso, yo no voy,» y la señora ha
prometido llevarme á un palquito de los de arriba.
--Sí, iremos á un palquito de los altos, donde podamos estar con
comodidad... Mamá dice que si hablas, irá también.
Una voz gangosa, lánguida, que arrastraba perezosamente las sílabas,
resonó en la puerta, murmurando:
--Tiene que hablar, sí señó...
Era doña Jesusa que pasaba. Y al mismo tiempo, Isabelita se abrazaba á
mis piernas y se colgaba de mis manos, chillando también:
--Tienes que hablar, tiíto.
Miróme Irene de un modo terrible y dulce... Debió de mirarme como
siempre, pero mi espíritu, desencajado en aquellos días, estaba
dispuesto á la poesía y á las hipérboles, y lo menos que vió en los
ojos de la maestra fué toda la miel del monte Hymeto mezclada á toda la
amargura de las olas del mar... Y de estos océanos agridulces emergían,
como náufragos que se salvan en una pastilla, estas palabras de acíbar
y mazapán:
--Es preciso que hable... tiene usted que hablar...


XXIV
¡Tiene usted que hablar!

Pues tengo que hablar; no hay más remedio. Hay en sus palabras no sé
qué de imperioso, de irresistible, que corta la retirada á mi modestia
y me deja indefenso y solo entre los ataques de los organizadores de la
velada. Al fin sucumbiré... Es necesario hablar. ¿Y sobre qué?
Esto pensaba al retirarme aquella noche después de un paseo con
Manuela, Irene y los niños, y cuando me acercaba á mi casa iba pensando
qué orden de ideas elegiría para componer un bonito discurso. Lo mismo
fué entrar en mi despacho y ver mis libros, que se encendió de súbito
mi mente y de ella brotó inspiración esplendorosa. El saber archivado
en mi biblioteca parecía venir á mí en rayos, como las voces celestes
que algunos pintores ponen en sus cuadros, y yo sentía en mí todas
aquellas voces, tonos, y ecos distintos de la erudición, que me decían
cada cual su idea ó su frase. ¡Qué admirable discurso el mío! ¡Panorama
inmenso, síntesis grandiosa, riqueza de particularidades! Ocurrióseme
la exposición del concepto cristiano de la caridad, uno de los más
bellos alcázares que ha construido el pensamiento humano. Yo analizaría
la definición dogmática de aquella virtud teologal y sobrenatural por
la que amamos á Dios por sí mismo y al prójimo como á nosotros mismos
por amor de Dios. Después me metería con los Santos Padres... ¡oh!
mi memoria no me era fiel en este punto; sólo recordaba la gradación
de San Francisco de Sales, que dice: «el hombre es la perfección del
universo, el espíritu es la perfección del hombre, el amor la del
espíritu y la caridad la del amor»... Después de apurar bien la caridad
católica, yo, por medio de una transición apoyada en la hermosa frase
de Newton: «sin la caridad la virtud es un nombre vano,» me pasaría al
campo filosófico; establecería el principio de fraternidad, y pasito á
pasito me iría al terreno económico político, donde las teorías sobre
asistencia pública y socorros mutuos me darían materia riquísima...
Luego la sociología... En fin, me sobraba asunto, tenía ideas con
que hacer siete discursos para siete veladas. La dificultad estaba
en condensar. No hay nada más difícil que hablar poco de una cosa
grande. Sólo los espíritus verdaderamente grandes tienen el secreto
de encerrar en el término de escasas palabras espacios inmensurables.
Así, yo estaba confuso; no sabía qué escoger entre tanta tésis, entre
tan variadas riquezas. Después de reflexionar largo rato, ví claro,
y consideré que sería el colmo de la pedantería sacar á relucir el
dogmatismo cristiano, los Santos Padres, la filosofía, la ciencia
social, la fraternidad y la economía política. Parecióme ridícula la
fiebre de erudición que me entró al ver mi biblioteca y consideré á
qué locos extravíos conduce la manía del hacinamiento de libros. La
erudición es un vino que tiene sus embriagueces. Librémonos de ellas,
mayormente en ciertos actos, y aprendamos el arte de llevar á cada
sitio y á cada momento lo que sea propio de uno y otro y encaje en
ambos con maravillosa precisión. Volví la espalda á mi biblioteca y me
dije:--«Cuidado, amigo Manso, con lo que haces. Si en esa famosa velada
te descuelgas como un mosáico de erudición tediosa ó con un catafalco
de filosofía trascendente, el público se reirá de tí. Considera que
vas á hablar delante de un senado de señoras; que éstas y los pollos y
todas las demás personas insustanciales que á tales fiestas asisten,
estarán deseando que acabes pronto para oir tocar el violín ó recitar
una poesía. Prepara una oración breve, discreta, con su golpecito de
sentimiento y su toque de galantería á las damas; es decir, que cuando
se te escape alguna filosofía, eches luego una borlada de polvos de
arroz. Dí cosas claras, si puede ser, bonitas y sonoras. Proporciónate
un par de metáforas, para lo cual no tienes más que hojear cualquier
poeta de los buenos. Sé muy breve; ensalza mucho á las señoras que se
desviven arreglando funciones para los pobres; habla de generalidades
fáciles de entender, y ten presente que si te apartas tanto así de la
línea del vulgo bien vestido que ha de oirte, harás un mal papel, y los
periódicos no te llamarán inspirado ni elocuente.»
Esto me dije, y dicho esto me callé y me puse á comer, pues aquel día
pude también evadirme, por rara suerte, de la comida oficial de mi
hermano para consagrarme con sabrosa tranquilidad á la olla doméstica.
La próxima velada y el compromiso que contraje me tenían preocupado.
No han sido nunca de mi gusto estas ceremonias que con pretexto de un
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - El amigo Manso - 10
  • Parts
  • El amigo Manso - 01
    Total number of words is 4820
    Total number of unique words is 1857
    32.4 of words are in the 2000 most common words
    45.8 of words are in the 5000 most common words
    53.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El amigo Manso - 02
    Total number of words is 4859
    Total number of unique words is 1817
    33.5 of words are in the 2000 most common words
    46.0 of words are in the 5000 most common words
    54.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El amigo Manso - 03
    Total number of words is 4818
    Total number of unique words is 1741
    34.3 of words are in the 2000 most common words
    46.3 of words are in the 5000 most common words
    53.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El amigo Manso - 04
    Total number of words is 4837
    Total number of unique words is 1811
    30.8 of words are in the 2000 most common words
    44.0 of words are in the 5000 most common words
    50.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El amigo Manso - 05
    Total number of words is 4862
    Total number of unique words is 1781
    31.9 of words are in the 2000 most common words
    45.5 of words are in the 5000 most common words
    52.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El amigo Manso - 06
    Total number of words is 4888
    Total number of unique words is 1836
    32.9 of words are in the 2000 most common words
    46.1 of words are in the 5000 most common words
    53.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El amigo Manso - 07
    Total number of words is 4777
    Total number of unique words is 1775
    34.3 of words are in the 2000 most common words
    46.3 of words are in the 5000 most common words
    52.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El amigo Manso - 08
    Total number of words is 4777
    Total number of unique words is 1736
    32.8 of words are in the 2000 most common words
    44.9 of words are in the 5000 most common words
    50.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El amigo Manso - 09
    Total number of words is 4857
    Total number of unique words is 1742
    33.4 of words are in the 2000 most common words
    46.4 of words are in the 5000 most common words
    52.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El amigo Manso - 10
    Total number of words is 4760
    Total number of unique words is 1739
    32.9 of words are in the 2000 most common words
    45.5 of words are in the 5000 most common words
    52.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El amigo Manso - 11
    Total number of words is 4768
    Total number of unique words is 1736
    31.7 of words are in the 2000 most common words
    44.0 of words are in the 5000 most common words
    50.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El amigo Manso - 12
    Total number of words is 4724
    Total number of unique words is 1687
    32.4 of words are in the 2000 most common words
    45.9 of words are in the 5000 most common words
    52.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El amigo Manso - 13
    Total number of words is 4732
    Total number of unique words is 1745
    33.4 of words are in the 2000 most common words
    46.6 of words are in the 5000 most common words
    52.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El amigo Manso - 14
    Total number of words is 4743
    Total number of unique words is 1674
    33.9 of words are in the 2000 most common words
    47.0 of words are in the 5000 most common words
    52.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El amigo Manso - 15
    Total number of words is 4739
    Total number of unique words is 1737
    34.0 of words are in the 2000 most common words
    47.3 of words are in the 5000 most common words
    53.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El amigo Manso - 16
    Total number of words is 4850
    Total number of unique words is 1697
    34.2 of words are in the 2000 most common words
    47.3 of words are in the 5000 most common words
    53.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El amigo Manso - 17
    Total number of words is 4825
    Total number of unique words is 1641
    35.6 of words are in the 2000 most common words
    48.8 of words are in the 5000 most common words
    54.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El amigo Manso - 18
    Total number of words is 4838
    Total number of unique words is 1703
    35.7 of words are in the 2000 most common words
    46.6 of words are in the 5000 most common words
    52.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El amigo Manso - 19
    Total number of words is 4376
    Total number of unique words is 1588
    34.6 of words are in the 2000 most common words
    48.5 of words are in the 5000 most common words
    55.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.