El abuelo (Novela en cinco jornadas) - 06

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de obtener el perdón. Llevado de este noble anhelo, solicité la
entrevista, y aspiraba y aspiro a que la infeliz Lucrecia complete su
revelación diciéndome...
LUCRECIA, ~en el colmo del terror~.
¿Qué... qué más...?
EL CONDE, ~con austera frialdad~.
Diciéndome... cuál de sus dos hijas es la que usurpa mi nombre, la que
simboliza y personifica mi deshonor.
LUCRECIA
¡Infame idea!... No, no es verdad.
EL CONDE, ~repitiendo las graves palabras~.
«Ya sabes que lo sé... No puedes negármelo.»
LUCRECIA, ~decidida a la negativa, y negando con ahinco~.
Lo niego... Es falso...
EL CONDE
¿Niega usted que hizo... a Carlos Eraul, pintor, muerto hace un año...
la grave revelación que ahora le pido?
LUCRECIA, ~vivamente, sin poder contenerse~.
¿La tiene usted?
EL CONDE
Luego existe...
LUCRECIA, ~volviendo sobre sí~.
Quiero decir que si la tiene usted, si posee algún papel que me
comprometa, será falso... habrán imitado mi letra.
EL CONDE
Como no puedo mentir, diré que no poseo ese precioso documento. Lo he
buscado inútilmente entre los papeles de mi hijo.
LUCRECIA, ~respirando~.
Todo esto es una farsa, una impostura, de la cual no culpo a nadie...
solo acuso a mi destino.
EL CONDE
Ya que no satisface usted mi anhelo de la verdad, conteste al menos a
esta otra pregunta: ¿Ama usted lo mismo a las dos niñas?...
LUCRECIA, ~rabiosa, paseándose muy agitada~.
No, lo mismo no... digo, sí... a las dos igual... Deseche usted esa
torpe idea.
EL CONDE
Antes hará usted del día noche y de la noche día, que conseguir
arrancarme de la mente la idea de que lo escrito por mi hijo es la pura
verdad. ~(Con autoridad severa.)~ Dígame usted pronto, pronto, cuál
de esas dos adorables niñas es la falsa... o cuál la verdadera: es lo
mismo. Necesito saberlo, tengo derecho a saberlo, como jefe de la casa
de Albrit, en la cual jamás hubo hijos espúreos, traídos por el vicio.
Esta casa histórica, grande en su pasado, madre de reyes y príncipes en
su origen, fecunda después en magnates y guerreros, en santas mujeres,
ha mantenido incólume el honor de su nombre. Sin tacha lo he conservado
yo en mi esplendor y en mi miseria... No puedo impedir hoy, ¡triste de
mí! este caso vergonzoso de bastardía legal; no puedo impedir que la
ley transmita mi nombre a mis dos herederas, esas niñas inocentes. Pero
quiero hacer en favor de la auténtica, de la que es mi sangre, una
exclusiva transmisión moral. Esa será la verdadera sucesora, esa será
mi honor y mi alcurnia en la posteridad... La otra, no. Falsa rama de
Albrit, la repudio, la maldigo... maldigo su extracción villana y su
existencia usurpadora.
LUCRECIA
Por piedad... No puedo más. ~(Cae en el sillón consternada, sollozando.
Pausa larga.)~
EL CONDE
Lucrecia, ¿reconoce usted al fin la razón que me asiste?... Llora
usted... ~(Creyendo que los procedimientos de suavidad serán más
eficaces.)~ Sin duda expongo mis quejas con demasiada severidad;
sin duda interrogo con altanería... No puedo vencer la fiereza de
mi carácter. Perdóneme usted. ~(Con dulzura.)~ Ahora no mando...
no acuso... no soy el juez... soy el amigo... el padre, y como tal
suplico a usted que me saque de esta horrible duda. ~(La Condesa calla,
mordiendo su pañuelo.)~ Valor... Una palabra me basta... Después de
oírla no he de decir nada desagradable... La verdad, Lucrecia, la
verdad es lo que salva.
LUCRECIA, ~que después de horrible lucha, se levanta bruscamente, y
desesperada y como loca recorre la estancia~.
¡Oh, no puedo más!... ¡Un balcón abierto para arrojarme!.. Huir, volar,
esconderme... Este hombre me mata... ¡Favor!
EL CONDE
Bueno, bueno... Veo que no quiere usted entrar en razón... ¿No me
contesta?...
LUCRECIA, ~con fiereza, con resolución inquebrantable, parándose ante
él~.
¡Nunca!
EL CONDE
¿De veras?
LUCRECIA, ~con más energía~.
¡Nunca!... ¡Antes morir!
EL CONDE
Bien. ~(Se sienta, calmoso.)~ Pues lo que usted no quiere decirme, yo
lo averiguaré.
LUCRECIA
¿Cómo?
EL CONDE
¡Ah!... yo me entiendo.
LUCRECIA
Está usted loco... Su demencia me inspira compasión.
EL CONDE
La de usted, a mí no me inspira lástima. No se compadece a los seres
corrompidos, encenagados en el mal.
LUCRECIA, ~iracunda~.
Continúa injuriándome, ¡a mí, a la viuda de su hijo!
EL CONDE, ~levantándose altanero~.
La que me habla no es la viuda de mi hijo, pues aunque la ley, una ley
imperfecta, así lo dispone, por encima de esa ley está la autoridad
moral del jefe de la familia de Albrit, que la coge a usted, y la
arranca, como cosa extraña y pegadiza, y la arroja a la podredumbre en
que quiere vivir.
LUCRECIA, ~furiosa, descompuesta~.
¡Albrit!... raza de locos... caballería burlesca... honor de bambolla
para encubrir la mendicidad. ¡Qué sería del viejo león si yo no le
amparase! Soy generosa, le perdono sus injurias, y cuidaré de que no
muera en un hospital, o arrastrando su melena gloriosa por los caminos.
EL CONDE, ~con supremo desdén~.
Lucrecia Richmond, quizás Dios te perdone. Yo... también te
perdonaría... si pudieran ir juntos el perdón y el desprecio.
LUCRECIA, ~dirigiéndose a la puerta~.
Basta ya. ~(A las niñas, que entreabren la puerta, sin atreverse a
entrar.)~ Podéis pasar.

ESCENA VI
~NELL y DOLLY, que corren a abrazar a su madre; tras ellas GREGORIA y
VENANCIO. Poco después EL CURA y EL MÉDICO.~
LUCRECIA
Prendas queridas, dadme mil besos. ~(Se besan.)~
NELL, ~observándole el rostro~.
Mamita, tú has llorado.
DOLLY
Estás sofocadísima...
LUCRECIA
El abuelo y yo hemos evocado recuerdos tristes.
NELL, ~mirando al Conde, que permanece sentado, inmóvil~.
También el abuelito ha llorado. ~(Se acerca.)~
EL CONDE
Venid... abrazadme... ¡Os quiero tanto!
~(Las dos acuden a él, y le abrazan y besan, cada una por un lado.)~
LUCRECIA, ~hablando aparte con Gregoria y Venancio~.
Le atenderéis, le cuidaréis como a mí misma. Pero no dejéis de
vigilarle siempre, siempre...
DOLLY, ~al Conde~.
Esta tarde pasearemos.
EL CONDE
Sí, sí: no me separaré de vosotras... Charlaremos, estudiaremos.
NELL
Nos enseñarás la Aritmética, la Historia...
EL CONDE
La Historia... No, esa vosotras me la enseñaréis a mí.
~(Entran por el foro el Cura y el Médico; ambos se dirigen a la
Condesa.)~
EL CURA
¿Qué tal? ¿Tenemos reconciliación?
LUCRECIA, ~en voz baja~.
Calle usted... Encargo mucha vigilancia... ~(Al Médico.)~ Y a usted,
Sr. Angulo, no me cansaré de recomendarle que le observe bien. ~(Dando
a entender que padece desvarío mental.)~
EL CURA
Señor Conde... ~(Le saluda y sigue a su lado. A bastante distancia se
agrupan la Condesa, el Médico, Gregoria y Venancio.)~
EL MÉDICO
Descuide usted... Le observaremos...
LUCRECIA
Y a mi regreso dispondré...
EL MÉDICO
¿Pero insiste usted en dejarnos hoy?
LUCRECIA
Volveré pronto... ~(El Médico pasa a saludar al Conde, y el Cura vuelve
al lado de Lucrecia.)~
EL CURA, ~en voz baja a la Condesa~.
No se vaya usted.
LUCRECIA
Tengo que estar en Verola hoy mismo. Es para mí... no se cómo
decirlo... cuestión de vida o muerte. Adiós.
NELL
Mamita, ¿te acompañamos a tu casa, o nos quedamos un rato con el abuelo?
LUCRECIA
Como queráis.
DOLLY
No, no: decídelo.
LUCRECIA
Lo que el abuelo disponga.
EL CONDE
Me parece natural que si vuestra mamá se va esta tarde, estéis a su
lado hasta la hora de partir. ~(Besa a las niñas.)~ ¡Oh! no os veo
bien, no os distingo; me parecéis una sola...
EL MÉDICO
¿Qué? ¿La vista no anda bien?
EL CONDE. ~(Se levanta.)~
Mal estamos hoy... Toda la mañana he notado una obscuridad, una
vaguedad en los objetos... ~(Mirando en derredor, con ojos que se
esfuerzan en ver.)~ No veo nada... apenas distingo... ~(Fijándose en
la Condesa que, altanera, le clava la mirada.)~ No veo bien más que a
Lucrecia... a esa, sí... la veo... allí está... Mi ceguera creciente
no me permite ver más que las cosas grandes... el mar, la inmensidad...
y ella es grande... enorme... la veo... como el mar... Es otro mar, un
mar de... de... de... ~(Su voz se extingue. Queda inmóvil y rígido.
Profundo silencio. Todos se miran.)~

FIN DE LA JORNADA SEGUNDA


JORNADA TERCERA

ESCENA PRIMERA
~NELL, DOLLY, D. PÍO CORONADO, sentados los tres alrededor de una mesa
de estudio, donde se ven papeles, tintero, libros de texto.~
~Es el maestro de las niñas de Albrit un anciano de estatura menguada,
muy tieso de busto y cuello, y algo dobladito de cintura, las piernas
muy cortas. La expresión bonachona de su rostro no lograron borrarla
los años con todo su poder, ni los pesares domésticos con toda su
gravedad. Guiña los ojuelos, y al mirar de cerca sin anteojos, los
entorna, tomando un cariz de agudeza socarrona, puramente superficial,
pues hombre más candoroso, puro y sin hiel no ha nacido de madre.
Un rastrojo de bigote de varios colores, recortado como un cepillo,
cubre su labio superior. Viste con pobreza limpia anticuadas ropas,
recompuestas y vueltas del revés, atento siempre al decoro de la
presencia en público.~
~Maestro de escuela jubilado, desempeñó con eficacia su ministerio
durante treinta años, distinguiéndose además como profesor privado de
materias de la primera y segunda enseñanza. Su defecto era la flojedad
del carácter, y la tolerancia excesiva con la niñez escolar. Sabía el
hombre todo lo que saber necesita un maestro, y algo más; pero con la
edad y las inauditas adversidades que le agobiaban, fue perdiendo los
papeles, y hasta la afición. Su cabeza llegó a pertenecer al reino de
los pájaros; su memoria era una casa ruinosa y desalojada, en la cual
ninguna idea podía encontrar aposento; todo lo que perdía en ciencia
lo ganaba en debilidad y relajación del carácter. En esta situación le
designó D. Carmelo para maestro de las niñas de Albrit, teniendo en
cuenta tres razones: que si no sabía mucho, no había en Jerusa quien le
aventajara; que era honrado, honesto, absolutamente incapaz de enseñar
a sus discípulos ninguna cosa contraria a la moral, y, por último, que
al aceptarle para aquel cargo realizaba la Condesa un acto caritativo.
Su bondad, la excesiva blandura de corazón, eran ya en Coronado un
defecto, casi un vicio, por lo cual, lamentándose de sus acerbas
desdichas, solía decir, elevando al cielo los ojos y las palmas de las
manos: «¡Señor, qué malo es ser bueno!»~
~Al comenzar la escena llevaba ya el maestro una hora de inútiles
tentativas para introducir en las molleras de sus alumnas los
conocimientos históricos, aritméticos y gramaticales.~
DOLLY, ~dando un golpe en la mesa~.
¿Que no sé una palabra? Mejor... Ni falta que me hace.
D. PÍO, ~apelando a la emulación~.
No dirá lo mismo Nell, que desea aprender.
NELL
Sí, señor, digo lo mismo: ni falta que me hace.
D. PÍO, ~con severidad fingida, que no convence~.
Está bien, muy bien. He aquí dos niñas finas, criadas para la alta
sociedad, y que se empeñan en ser unas palurdas.
DOLLY
Sí, señor: queremos ser palurdas.
NELL
Salvajes, como quien dice.
D. PÍO
¡Anda, salero! ¡Salvajes las herederas de los condados de Albrit y Laín!
DOLLY, ~tirándole suavemente de una oreja~.
Sí, sí, maestrillo salado. ¿No eres tú muy ilustradito?
NELL
¿Y de qué te sirve?
DOLLY
¡Vaya un pelo que has echado con tu ilustración!
D. PÍO, ~suspirando~.
Puede que estéis en lo cierto, niñas de mi alma... Bueno, sigamos.
Dolly, otra miajita de Historia... ¡Vamos allá!
DOLLY ~(Apoyando los codos en la mesa y la cara en las manos, le
contempla risueña.)~
¡Piito, qué guapo eres!
D. PÍO, ~tocando las castañuelas con los dedos~.
Señorita Dolly, juicio.
NELL
Tu cara parece una rosa. Si no fueras viejo y no te conociéramos,
diríamos que te pintabas.
D. PÍO
Juicio, Nell... ¡Pintarme yo!
DOLLY
Dime otra cosa: ¿es verdad que cuando eras pollo hacías muchas
conquistas?
D. PÍO, ~tocando con más rápido movimiento las castañuelas, que es su
manera especial de llamar al orden~.
Juicio, niñas. Sigamos la lección.
NELL
Nos han dicho que las matabas callando.
DOLLY
Y que tenías las novias por docenas.
D. PÍO
¿Novias...? Oh, no: quítenme allá eso... Son muy malas las mujeres.
NELL, ~pegándole suavemente en el cuello~.
Peores son los hombres. No hables mal de nosotras.
D. PÍO
Vaya, que estáis hoy juguetonas y desatinadas. ~(Queriendo enfadarse.)~
¡Por vida de...! Si no dais la lección, os lo digo con toda mi alma, os
lo juro...
NELL
¿Qué?
D. PÍO, ~deseando enfadarse~.
Que me enfado.
DOLLY
Ya lo había conocido. Estamos temblando.
NELL
Toca, toca las castañuelas.
D. PÍO, ~decidido a tomar la lección~.
Orden, juicio. A ver: decidme algo de Temístocles.
DOLLY
Sí: el que le cortó la cabeza a una mala mujer, que llamaban la Medusa.
D. PÍO, ~llevándose las manos al cráneo~.
¡Por Dios, por todos los santos de la corte celestial, no me confundáis
la Historia con la Mitología!
NELL
Tan mentira es una como otra.
DOLLY
Y nos importan lo mismo.
D. PÍO
¡Ay, ay, cómo estáis hoy!... ¡Silencio, formalidad! Pronto, referidme
los principales hechos de la vida de Temístocles.
DOLLY
No nos gusta meternos en vidas ajenas.
D. PÍO
Temístocles, grande hombre de la Grecia, natural de Tebas, vencedor
de los lacedemonios. ~(Corrigiéndose.)~ ¡Ah! no... le confundo con
Epaminondas... ¡Cómo tengo la cabeza!...
NELL
¡Ay, que no lo sabe, que no lo sabe!...
DOLLY
¡Vaya con el preceptor de pega!
D. PÍO, ~afligido~.
Es que me volvéis loco con vuestros juegos, con vuestras tonterías.
~(Con gravedad.)~ Así no podemos seguir.
NELL
Digo lo mismo.
DOLLY
Queremos ser burras, y salir a los prados a comer yerba.
D. PÍO
Pero mi conciencia no me permite engañar a la Condesa, que sin duda
cree que os enseño algo, y que vosotras lo aprendéis...
DOLLY, ~poniéndose las antiparras de Coronado, que están sobre la mesa~.
Piito, estamos aburridísimas.
D. PÍO, ~queriendo recobrar sus anteojos~.
¡Que me los rompes, hija!
NELL
Piito salado ¿no sería mejor que nos fuéramos los tres a dar un paseo
por la playa?
D. PÍO
Está bien, muy bien. ¡Magnífico! ¡De pingo todo el santo día, aun las
horas dedicadas a la educación! Muy bonito; sí, señoras, muy bonito...
Y heme aquí de figurón, de monigote irrisorio; yo, que soy la ciencia;
yo, yo, que estoy aquí para inculcaros...
DOLLY
Piito, no nos inculques nada, y vámonos.
NELL
En la playa seguiremos dando lección. Frente al mar, la del viaje de
Colón a América.
DOLLY
Y el paso del Mar Rojo.
D. PÍO, ~suspirando, desalentado~.
¡Ay, qué niñas! ¡No hay quien pueda con ellas! Bueno, pues transijo...
Pero antes pasemos un poco de Gramática.
NELL, ~tocando las castañuelas~.
¡Viva Coronado!
DOLLY, ~de carrerilla~.
La Gramática es el arte de hablar correctamente el castellano...
D. PÍO
Vamos más adelante. Dolly, dígame usted qué es participio.
DOLLY, ~flemática~.
No me da la gana.
NELL
Participio... Una cosa que se parte por el principio.
D. PÍO, ~poniendo el paño al púlpito~.
¡Tontas, casquivanas, que no tenéis aquel punto de amor propio que veo
yo en otras niñas, ¡Señor!, en otras niñas aplicaditas y formales, que
aprenden para lucirse en los exámenes, y para que a sus padres se les
caiga la baba oyéndolas!
DOLLY
No queremos lucirnos, ni a mamá se le cae ninguna baba... ¡Vaya con el
maestrillo este!
NELL
Coronadito, si no tienes juicio, te pondremos de rodillas.
D. PÍO
¡Anda, salero!... ¿Pero qué trabajo os cuesta retener en la memoria
cosas tan fáciles? Luego seréis mujercitas aristocráticas, y cuando
vuestra ilustre mamá os lleve a los salones, os vais a lucir, como hay
Dios... Figuraos que en los saraos se habla del participio, y vosotras
no sabéis lo que es. ¡Bonito papel harán mis niñas! Dirá la gente:
«¿pero de qué monte ha traído la Condesa este par de mulas?» Eso dirán,
y se reirán de vosotras, y no os querrán vuestros novios.
DOLLY
Los novios nos querrán aunque no sepamos el participio, ni la
conjunción, ni nada.
NELL
Que seamos bonitas, que seamos elegantes, y verás tú si nos quieren.
D. PÍO
Sí, sí: lindas borriquitas seréis. Pues yo me planto, señoras mías; ya
sabéis que soy atroz cuando me planto: tengo mal genio.
NELL
¡Terrible!
DOLLY
¡Ay, qué miedo!
NELL, ~que, apoyada en la mesa con indolencia, le mira burlona~.
¿Sabes, Piillo, que estoy observando una cosa? Tienes los ojos muy
bonitos.
DOLLY
Parecen dos soles... pillines.
D. PÍO, ~cruzándose de brazos~.
Ea, burlaos de mí todo lo que queráis.
NELL
No es burla, es confianza.
DOLLY
Es que te queremos, maestrillo, porque eres muy bueno y no tienes
malicia.
NELL, ~acariciándole la barba~.
¡Es un buenazo este D. Pío! Por eso te hacen rabiar las niñas de
Albrit, que son y serán siempre tus amiguitas...
D. PÍO, ~embobado~.
¡Zalameras, melosas, carantoñeras!
DOLLY
Dí una cosa: ¿es verdad que tienes muchas hijas?
D. PÍO, ~lanzando un suspiro muy hondo y fuerte. (Diríase que lo saca
de los talones~.)
Muchas, sí...
NELL
¿Son guapas?
D. PÍO
No tanto como lo presente.
DOLLY
¿Te quieren?
D. PÍO, ~intentando sacar otro suspiro hondo, que se le queda
atravesado en el pecho, cortándole la respiración~.
¡Quererme... ellas!
NELL
Me han dicho que no. Si es así, no te importe, que bien te queremos
nosotras.
DOLLY
¿Y tú, nos quieres? ~(D. Pío hace signos afirmativos.)~
NELL
Nos idolatra... Estudiamos cuando se nos antoja, y cuando no, jugamos.
DOLLY
Y eso haremos hoy: jugar, irnos a la playa.
D. PÍO, ~vencido~.
¡A la playa!
NELL
Está un día espléndido. ~(Mira por la ventana.)~
DOLLY, ~tocando las castañuelas~.
Y el cielo y la mar nos dicen: venid, volad, y traed a vuestro adorado
preceptor.
D. PÍO, ~deseando ir, pero no queriendo manifestarlo~.
¿Yo... también yo?... ¡Viva la indisciplina!
NELL
Vendrás con nosotras, porque si no, Venancio no nos dejará salir ahora.
Tú tienes que decirle: «hoy han estudiado tanto, que en premio de su
aplicación las saco a dar una vuelta.»
D. PÍO
¡Anda, morena! ¡Vaya, que si la señora Condesa se enterara de cómo
cumplo mis deberes profesionales!...
DOLLY
Lo que quiere mamá es que estemos siempre a la intemperie, y nos
hagamos robustas como unas aldeanotas.
D. PÍO
¡Y qué diría vuestro abuelo!
NELL
El abuelito nos quiere lo mismo en bruto que pulimentadas.
D. PÍO
Os adora, sí. Como que sois sus nietas. Acompañadle, dadle palique,
hacedle mimos: también él es niño. Y cuando le oigáis un disparate muy
gordo, se lo contáis al señor Cura y al Médico.
DOLLY, ~enojada~.
No dice disparates el abuelo.
D. PÍO
Ayer me decía que vosotras dos no sois más que una para él...
NELL
Y eso, ¿por qué ha de ser disparate, maestrillo?
DOLLY
Quiere decir...
NELL
Que el grande amor que nos tiene nos iguala, y hace de las dos una sola.
D. PÍO
Esta chica es un portento.
DOLLY
Hola, hola; ¿y para mí no hay piropo?
D. PÍO
¿Te enfadas, ángel?
DOLLY, ~riendo~.
Está eso bueno. Mi hermana es un portento... y yo nada.
D. PÍO
Tú, otro portento... ¡Vivan las nenas de Albrit!
NELL, ~alborotando~.
¡Viva el más sabio profesor y catedrático de la antigüedad pagana,
mitológica... y cosmopolita! En fin, ¿nos vamos o qué?
D. PÍO, ~deteniéndolas~.
Esperad. Parece que viene alguien.
DOLLY
Siento el vocerrón de D. Carmelo.
D. PÍO, ~tomando el tonillo profesional~.
¡Orden, formalidad! Pues hemos dado un repasito a la Gramática, venga
ahora un buen jabón a la Historia. Niñas, el Papado y el Imperio... A
ver...

ESCENA II
NELL y DOLLY, D. PÍO, EL SEÑOR CURA, VENANCIO
EL CURA, ~riendo, en la puerta~.
Presentes, mi general. Yo soy el Papado, y el Imperio es este.
~(Entran.)~
VENANCIO
¿Cómo vamos de lección?
EL CURA
¿Saben, saben mucho estas picaruelas?
D. PÍO
Regular... Hoy, vamos, hoy, no lo han hecho del todo mal.
EL CURA
No me fío. Este Coronado es la pura manteca. ~(Saludando a las niñas y
acariciando sus manos.)~ ¡Qué monada de criaturas!
VENANCIO
Muy monas, pero desaplicaditas... No quieren más que corretear por el
campo.
EL CURA
Mejor... ¡Aire, aire!
VENANCIO
Y su abuelito, en vez de reprenderlas para que se apliquen, les
dice que la señora Gramática y la señora Aritmética son unas viejas
charlatanas, histéricas y mocosas, con las cuales no se debe tener
ningún trato.
EL CURA
¡Qué bueno!... Si digo que el Conde...
VENANCIO, ~a D. Pío~.
¿Y anoche, cuál fue la tecla que nos tocó?
D. PÍO
Que no debo introducir más paja en la cabeza de las señoritas, pues lo
que les conviene es educar la voluntad.
EL CURA
No está mal...
DOLLY
Por eso a mí no me gusta saber nada de libros, sino de cosas.
EL CURA
¡Brava!
VENANCIO
¿Y qué son cosas, señorita?
NELL
Pues cosas.
DOLLY
Cosas.
EL CURA, ~comprendiendo~.
Ya... Pero el arte de la vida ya lo iréis aprendiendo en la vida misma.
VENANCIO
Y eso no quita que estudien lo de los libros, ¿verdad, D. Pío? ~(El
maestro hace signos afirmativos.)~ Tan distraídas están con el
corretear continuo, que ya Dolly ni siquiera dibuja.
EL CURA
¡Qué lástima!... ~(A Dolly.)~ Y aquellos monigotitos, y aquellas
vaquitas, y aquellos... ~(Dolly se encoge de hombros.)~
NELL
Ya no dibuja. Le gusta más cocinar.
EL CURA
¿De veras?... ¡Oh, serafín de los cielos!
VENANCIO
A lo mejor se nos mete en la cocina, se pone su delantal de arpillera,
y allí la tiene usted entre cacerolas, tiznada, hecha una visión...
EL CURA
¡Divino!
VENANCIO
¡Miren que una señorita de la aristocracia, con las manos ásperas y
llenas de pringue!
EL CURA
Eso es juego... Pero no está de más saber de todo... por lo que pueda
tronar. ¿Y Nell, no cocina?
DOLLY
A mi hermana le gusta más lavar cristales... mojarse, fregotear, pegar
cosas rotas, limpiar las jaulas de los pájaros, y echarles la comidita.
EL CURA
También es útil. Bien, bien, niñas saladísimas; seguid estudiando...
NELL
Es que...
DOLLY
D. Pío había dicho que... pues hoy hemos trabajado bárbaramente...
podíamos pasear.
D. PÍO
¡Ah!... permítanme... dije que si acabábamos la Aritmética, saldríamos,
y en el bosque les explicaría algo de Geografía.
EL CURA
Paseen, sí.
VENANCIO
Pero por el bosque no.
DOLLY
A la playa. ~(Las dos se quitan los delantales.)~
VENANCIO, ~aparte a D. Pío~.
El Conde suele pasear por el bosque. Llévelas usted a la playa... No se
separe de ellas... ¿Se entera de lo que le digo?...
D. PÍO
Sí, hombre. A la playa...
NELL, ~a Venancio~.
¿Ha salido ya el abuelito?
VENANCIO
No; ni creo que salga. Vayan las señoritas con el maestro.
NELL
¿Y usted se queda, D. Carmelo?
EL CURA
Sí, hija mía: espero al amigo Angulo, con quien tengo que hablar.
VENANCIO, ~mirando por la ventana~.
Ya está aquí.
EL CURA
Pues bajemos todos. Las niñas por delante.
DOLLY, ~que sale la primera, gozosa~.
En marcha. ~(Llamando al perrito.)~ _¡Capitán!_
NELL, ~detrás de su hermana~.
_¡Capitán!_
~(Salen los demás.)~

ESCENA III
~Sala baja en la Pardina.~
~GREGORIA, EL MÉDICO; después VENANCIO, EL CURA~
EL MÉDICO
¿Cómo es que no ha salido aún a dar su paseo de la mañana?
GREGORIA
¿Yo qué sé?... Todavía le tiene usted en su cuarto. He mirado por el
agujero de la llave, y está dando paseos arriba y abajo, con las manos
en los bolsillos.
EL MÉDICO
¿Come bien?
GREGORIA
Regular.
EL MÉDICO
¿Sabe usted si duerme?
GREGORIA
Esta mañana, cuando le entré el desayuno, le dije... con todo el
respeto del mundo, claro: «¿Qué tal ha pasado la noche el señor Conde?»
y me contesto: «Bien;» pero en seco, y con un tonillo que, a mi
parecer, era lo mismo que decir: «Mal.»
EL CURA
¿Qué? ¿Hay algo de nuevo?
EL MÉDICO
Nada. Hoy no le he visto aún. En la conversación que anoche tuvimos,
pude, observar que a la exaltación del orgullo aristocrático, añade
nuestro D. Rodrigo otra monomanía: la sutileza del honor y de la moral
rígida, en un grado de rigidez casi imposible, y sin casi, en las
sociedades modernas.
EL CURA
Lo mismo observé yo en nuestro paseo de ayer tarde. Por cierto que...
me hizo pasar un mal rato.
EL MÉDICO
¿Qué ocurrió?
EL CURA
Nada... Es que por lo visto gusta de pasear solo... Desde que salimos,
hube de comprender que le desagradaba mi compañía. Claro que no me
despidió de mala manera: su buena educación no se desmiente nunca.
Pero con perífrasis ingeniosas, me decía: «Mejor voy solo que mal
acompañado.» Francamente, creía yo hacerle un favor dándole el brazo,
entreteniéndole con una conversación grata...
EL MÉDICO
Pues mire usted, D. Carmelo: en esto no conviene contrariarle. ¿Quiere
andar solo? Pues solo. No, no se cae. En mi opinión, ve bastante más
de lo que dice. ~(A Venancio.)~ Lo que puede usted hacer es mandar un
criado que le vigile a distancia...
GREGORIA, ~de mal temple~.
En esta época, Sr. de Angulo, no tenemos a nuestra gente tan
desocupada...
VENANCIO, ~arrancándose~.
D. Carmelo, D. Salvador, yo que ustedes, diría a la Condesa que su
señor suegro estará mejor en otra parte. Y esto no significa que
queramos echarle. Es nuestro deber tenerle aquí; hemos sido... fuimos,
como quien dice, sus criados...
GREGORIA
El cuento es que el Sr. D. Rodrigo, por haber venido tan a menos, no
encaja en nuestras costumbres de gente pobre, ni se acomoda al trato
modestito que le damos. Y es natural: yo me pongo en su caso.
VENANCIO, ~rascándose la cabeza~.
Hay que mirarlo todo, señores. Con la consignación que nos ha señalado
la señora no podemos hacer milagros. A un grande de España, por más
que ahora sea _chico_, no hemos de tenerle aquí como un estudiantón,
hartándole de puchero, y... vamos, que con tanto extraordinario y tanta
finura de cocina, se nos van nuestros ahorros que es un gusto.
EL CURA
En efecto...
GREGORIA
Y, por añadidura, vivimos siempre sobresaltados... Que si sale, que
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