El abuelo (Novela en cinco jornadas) - 01

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EL ABUELO


Es propiedad. Queda hecho
el depósito que marca la ley.
Serán furtivos los ejemplares
que no lleven el sello del
autor.


NOVELAS ESPAÑOLAS CONTEMPORÁNEAS
POR
B. PÉREZ GALDÓS
EL ABUELO
(NOVELA EN CINCO JORNADAS)
[Ilustración]
MADRID
EST. TIP. DE LA VIUDA E HIJOS DE TELLO
IMPRESOR DE CÁMARA DE S. M.
C. de San Francisco, 4
1897


A los lectores que con tanta indulgencia como constancia me favorecen,
debo manifestarles que en la composición de EL ABUELO he querido
halagar mi gusto y el de ellos, dando el mayor desarrollo posible,
por esta vez, al procedimiento dialogal, y contrayendo a proporciones
mínimas las formas descriptiva y narrativa. Creerán, sin duda, como
yo, que en esto de las formas artísticas o literarias _todo el monte
es orégano_, y que solo debemos poner mal ceño a lo que resultare
necio, inútil o fastidioso. Claro es que si de los pecados de
tontería o vulgaridad fuese yo, en esta o en otra ocasión, culpable,
sufriría resignado el desdén de los que me leen; pero al maldecir mi
inhabilidad, no creería que el camino es malo, sino que yo no sé andar
por él.
El sistema dialogal, adoptado ya en _Realidad_, nos da la forja
expedita y concreta de los caracteres. Estos se hacen, se componen,
imitan más fácilmente, digámoslo así, a los seres vivos, cuando
manifiestan su contextura moral con su propia palabra, y con ella,
como en la vida, nos dan el relieve más o menos hondo y firme de sus
acciones. La palabra del autor, narrando y describiendo, no tiene,
en términos generales, tanta eficacia, ni da tan directamente la
impresión de la verdad espiritual. Siempre es una referencia, algo
como la _Historia_, que nos cuenta los acontecimientos y nos traza
retratos y escenas. Con la virtud misteriosa del diálogo parece
que vemos y oímos sin mediación extraña el suceso y sus actores, y
nos olvidamos más fácilmente del artista oculto que nos ofrece una
ingeniosa imitación de la naturaleza. Por más que se diga, el artista
podrá estar más o menos oculto; pero no desaparece nunca, ni acaban de
esconderle los bastidores del retablo, por bien construidos que estén.
La impersonalidad del autor, preconizada hoy por algunos como sistema
artístico, no es más que un vano emblema de banderas literarias, que si
ondean triunfantes, es por la vigorosa personalidad de los capitanes
que en su mano las llevan.
El que compone un asunto y le da vida poética, así en la Novela como
en el Teatro, está presente siempre: presente en los arrebatos de la
lírica, presente en el relato de pasión o de análisis, presente en
el Teatro mismo. Su espíritu es el fundente indispensable para que
puedan entrar en el molde artístico los seres imaginados que remedan el
palpitar de la vida.
Aunque por su estructura y por la división en jornadas y escenas parece
EL ABUELO obra teatral, no he vacilado en llamarla novela, sin dar a
las denominaciones un valor absoluto, que en esto, como en todo lo
que pertenece al reino infinito del arte, lo más prudente es huir de
los encasillados, y de las clasificaciones catalogales de géneros y
formas. En toda novela en que los personajes hablan, late una obra
dramática. El Teatro no es más que la condensación y acopladura de todo
aquello que en la Novela moderna constituye acciones y caracteres.
El arte escénico, propiamente dicho, ha venido a encerrarse en nuestra
época (por extravíos o cansancios del público, y aun por razones
sociales y económicas que darían materia para un largo estudio)
dentro de un módulo tan estrecho y pobre, que las obras capitales de
los grandes dramáticos nos parecen _novelas habladas_. Saltando de
nuestras pequeñeces a los grandes ejemplos, pregunto: el _Ricardo III_
de Shakespeare, colosal cuadro de la vida y las pasiones humanas,
¿puede ser hoy considerado como obra teatral _práctica_? Hace un siglo
lo representaba Garrick íntegramente, y existía un público capaz de
entenderlo, de sentirlo, y de asimilarse su intensísima savia poética.
Hoy aquella y otras obras inmortales pertenecen al teatro ideal,
leído, sin _ejecución_; arte que por la muchedumbre y variedad de sus
inflexiones, por su intensidad pasional, en un grado que no resiste lo
que llamamos público (mil señoras y mil caballeros sentaditos en una
sala), difícilmente admite intermediario entre el ingenio creador y el
ingenio leyente, que ambos creo han de ser ingenios para que resulte la
emoción y el gusto fino de la belleza.
Que me diga también el que lo sepa si la _Celestina_ es novela o drama.
_Tragicomedia_ la llamó su autor; _drama de lectura_ es realmente, y,
sin duda, la más grande y bella de las novelas habladas. Resulta que
los nombres existentes nada significan, y en literatura la variedad
de formas se sobrepondrá siempre a las nomenclaturas que hacen a su
capricho los retóricos. Solo tengo que decir ya a mis buenos amigos,
que sin cuidarse de _cómo se llama_ esta obra, humilde ensayo de
una forma que creo muy apropiada a nuestra época, tan gustosa de lo
sintético y ejecutivo, la acojan con benevolencia.
B. P. G.


EL ABUELO


DRAMATIS PERSONÆ

D. RODRIGO DE ARISTA-POTESTAD, CONDE DE ALBRIT, SEÑOR DE JERUSA Y DE
POLAN, etc., abuelo de
LEONOR (NELL), y
DOROTEA (DOLLY).
LUCRECIA, CONDESA DE LAÍN, madre de Nell y Dolly, y nuera del Conde.
SENÉN, criado que fue de la casa de Laín; después, empleado.
VENANCIO, antiguo colono de la Pardina; actualmente propietario.
GREGORIA, su mujer.
EL CURA DE JERUSA (D. Carmelo).
EL MÉDICO (D. Salvador Angulo).
EL ALCALDE (D. José M. Monedero).
LA ALCALDESA (Vicenta).
D. PÍO CORONADO, preceptor de las niñas Nell y Dolly.
CONSUELO, viuda rica, chismosa.
LA MARQUEZA, viuda campesina, pobre.
EL PRIOR DE LOS JERÓNIMOS (Padre Maroto).

~La acción se supone en la villa de _Jerusa_ y sus alrededores; las
principales escenas en la _Pardina_, granja que perteneció a los
Estados de Laín. Careciendo esta obra de colorido local, no tienen
determinación geográfica el país ni el mar que lo baña. Todos los
nombres de pueblos y lugares son imaginarios. Época contemporánea.~


JORNADA PRIMERA

ESCENA PRIMERA
~Terraza en la _Pardina_. A la derecha, la casa; al fondo, frondosa
arboleda de frutales; a lo lejos, el mar.~
~GREGORIA, junto a una mesa de piedra, desgranando judías en la falda;
VENANCIO, que viene por la huerta y se entretiene con un criado,
observando los frutales. En la mesa una cesta de hortalizas.~
GREGORIA
¡Eh... Venancio!... Que estoy aquí.
VENANCIO
Voy... Más de cincuenta _duquesas_ se han caído con el ventoleo de
anoche.
GREGORIA
¡Anda con Dios!... Deja las peras, y ven a contarme... ¿Es verdad
que...?
~(Entra _Venancio_, respirando fuerte, y limpiándose el sudor de la
cabeza, trasquilada al rape. Gregoria espera impaciente la respuesta.~
~Son marido y mujer, de más de cincuenta años, ambos regordetes y
de talla corta, de cariz saludable, coloración sanguínea y mirar
inexpresivo. Pertenecen a la clase ordinaria, que ha sabido ganar
con paciencia, sordidez y astucia una holgada posición, y descansa
en la indiferencia pasional, y en la santa ignorancia de los grandes
problemas de la vida. El rostro de ella es como una manzana, y el de
él como pera, de las de piel empañada y pecosa. No tienen hijos, y
cansados de desearlos principian a alegrarse de que no hayan querido
nacer. Se aman por rutina, y apenas se dan cuenta de su felicidad,
que es un bienestar amasado en la sosería metódica y sin accidentes.
Gruñen a veces, y rezongan por contrariedades menudas que alteran la
normalidad de reloj de sus plácidas existencias. En edad madura viven
donde han nacido, y son propietarios donde fueron colonos. Su única
ambición es vivir, seguir viviendo, sin que ninguna piedrecilla estorbe
el manso correr de la onda vital. El hoy es para ellos la serie de
actos que tiene por objeto producir un mañana enteramente igual al
ayer. Visten el traje corriente y general, así en pueblos como en
ciudades, muy apañaditos, limpios, modestos. Gregoria es hacendosa,
guisandera excelente, tocada del fanatismo económico, lo mismo que su
marido. Este entiende de labranza y horticultura, de caza y pesca,
de algunas industrias agrícolas, y no es lerdo en jurisprudencia
hipotecaria, ni en todo lo tocante a propiedad, arrendamientos,
servidumbres, etc. Para entrambos la Naturaleza es una contratista
puntual, y una despensera honrada, como ellos prosaica, avarienta,
guardadora.)~
VENANCIO
¡Brrr...!
GREGORIA
Pero, hombre, sácame de dudas. ¿Es cierto lo que han dicho? ¿Tendremos
tarasca?
VENANCIO
Sí. ¿Has visto tú alguna vez que falle una mala noticia?
GREGORIA, ~suspensa~.
¿Y cuándo llega la señora Condesa?
VENANCIO
Hoy... Pero no te apures: se alojará en casa del señor Alcalde.
GREGORIA
Menos mal. ~(Volviendo a desgranar.)~ Pues otra... Si llega también el
señor Conde, se juntarán aquí el agua y el fuego.
VENANCIO
Se pelearán, hoy como ayer... Suegro y nuera rabian de verse juntos.
Si no quedaran de uno y otro más que los rabos, ¡qué alegría!... Por
supuesto, al señor Conde habremos de alojarle.
GREGORIA
¿Qué duda tiene? No faltaba más... Yo digo: ¿vienen y se topan aquí
por casualidad... o es que se dan cita para tratar de asuntos de la
casa?... porque de resultas de la muerte del Condesito habrá enredos...
VENANCIO
¿Yo que sé? La Condesa Lucrecia vendrá, como siempre, a dar un vistazo
a sus hijas.
GREGORIA
Y a pagarnos la anualidad vencida por el cuidado, manutención y
servicio de las dos señoritas que puso a nuestro cargo... ¡Ah,
ruin pécora...! Las tiene en este destierro para poder zancajear y
divertirse sola por esos Parises y esas Ingalaterras de Dios... o del
diablo... ¡Tunanta! Lo que yo te digo, Venancio: comprendo que su
suegro, el señor Conde de Albrit, que es el primer caballero de España,
¡y que lo digan! le tenga tan mala voluntad a esa condenada extranjera,
de quien se enamoró como un tontaina su hijo (que esté en gloria)... Lo
que no me cabe en la cabeza es que parezca por aquí, si sabe que ha de
hocicar con ella... O será que lo ignora... ¿Qué piensas, hombre?
VENANCIO, ~revolviendo en la cesta de hortalizas~.
Pronto hemos de ver si vienen a posta los dos, o si la casualidad les
hace empalmar en Jerusa... ¡Y que no traerán ella y él las uñas bien
afiladas!... Créetelo... hemos de ver por tierra mechones de barbas
blancas o de pelos rubios, y tiras de pellejo... porque si el Conde D.
Rodrigo quiere a su hija política como a un dolor de muelas, ella en la
misma moneda le paga.
GREGORIA
Yo digo lo que tú: el pobre D. Rodrigo viene a que le demos de comer.
VENANCIO
Así lo pensé cuando supe su viaje.
GREGORIA
Es cosa averiguada que no ha traído de América el polvo amarillo que
fue a buscar.
VENANCIO
Ha traído el día y la noche. Cuando embarcó para allá, había
desperdigado toda su fortuna... Esperaba recoger otra, que le ofreció
el Gobierno del Perú por las minas de oro que allá tuvo su abuelo, el
que fue Virrey... Pero no le dieron más que sofoquinas, y ha vuelto
pobre como las ratas, enfermo y casi ciego, sin más cargamento que el
de los años, que ya pasan de los setenta... Luego, se le muere el hijo,
en quien adoraba...
GREGORIA
¡Infeliz señor!... Venancio, tenemos que ampararle.
VENANCIO
Sí, sí, no salgan diciendo que no es uno cristiano. ¡Quién lo había
de pensar!... ¡Nosotros, Gregoria, dando de comer al Conde de Albrit,
el grande, el poderoso, con una cáfila de reyes y príncipes en su
parentela, el que no hace veinte años todavía era dueño de los términos
de Laín, Jerusa y Polan!... Díganme luego que no da vueltas el mundo...
GREGORIA, ~acentuando con un manojo de judías~.
¿Oyes lo que te digo? Que tenemos que ampararle. Es nuestro deber.
VENANCIO, ~filosofando con un tomate que coge de la cesta~.
¡Qué caídas y tropezones, Gregoria; qué caer los de arriba, y qué
empinarse los de abajo!... Claro, le ampararemos, le socorreremos.
Ha sido nuestro señor, nuestro amo; en su casa hemos comido, hemos
trabajado... Con las migajas de su mesa hemos ido amasando nuestro
pasar. ~(Levántase con aire de protección.)~ Pues, sí: hay aquí
cristianismo, delicadeza... ~(Coge otro tomate y admira su belleza
y tamaño.)~ Estos son tomates, Gregoria... Que venga el Cura
refregándonos los suyos por las narices... Pues, sí, mujer: me da
lástima del buen D. Rodrigo.
GREGORIA, ~contestando a la apología del tomate~.
Pero las judías no granaron bien. ~(Mostrándolas.)~ Mira esto...
También a mí me aflige ver tan caidito al señor Conde... Parece
castigo... y si no castigo, enseñanza.
VENANCIO
Castigo, has dicho bien. Todo ello por no ser económico, y no pensar
más que en darse la gran vida, sin mirar al día de mañana. Ahí tienes
el caso, Gregoria, y pónselo delante a los que le critican a uno por
la economía. En fiestas y viajes, en caballos y trenes, en convitazos
y otras mil vanidades, se le escurrieron al señor los bienes de la
casa de Albrit, y parte de los de Laín, que eran de su madre. La casa
venía empeñada de atrás, pues dicen las historias que ningún Conde de
Albrit supo arreglarse. Mira por dónde las culpas de todos las paga
este desdichado. Ya ves, después que le dejan en cueros los acreedores,
le falla el negocio de América; luego le quita Dios el hijo, y se
encuentra mi hombre al fin de la vida, miserable, enfermo, sin ningún
cariño... Es triste, ¿verdad?
GREGORIA
Ahora caigo en que viene a ver a sus nietas: sí, Venancio, anda en
busca de un querer que dé consuelo a su alma solitaria...
VENANCIO, ~cogiendo de la cesta una berenjena~.
Puede ser... ¿Y qué tienes que decir de estas berenjenas?
GREGORIA
No son malas... Lo que digo es que al señor Conde le atrae el
calorcillo de la familia.
VENANCIO
Pero ya verás: mi D. Rodrigo, buscando el agasajo, mete la mano en el
nidal, y toca una cosa fría que resbala... ¡Ay! Es el culebrón de la
madre, es la extranjera, la mala sombra de la familia, pues desde que
el Conde D. Rafael casó con esa berganta, la casa empezó a hundirse...
~(Poniendo en el cesto la berenjena con que acciona.)~ En fin, que
en tomates y berenjenas no hay quien nos tosa... pero no sabemos qué
vientos echan para acá al señor Conde de Albrit.
GREGORIA
Él nos lo dirá. Y si se lo calla, no callarán sus hechos. ~(Dando por
terminada su tarea, y pasando de la falda a un cesto las judías.)~
No te descuides, Gregoria; que venga por lo que venga, tienes que
prepararle una buena mesa... Ya es un respiro que la extranjera no se
nos meta en casa.
VENANCIO
Y aunque viniera... Nunca está más de dos días o tres. Jerusa es muy
chica; y esa necesita tierra ancha para zancajear a gusto.
GREGORIA, ~asaltada de una idea~.
¡Ay, Venancio de mi alma, lo que se me ocurre! ¡No haber caído en ello
ni tú ni yo! ¿Apostamos a que Doña Lucrecia viene a llevarse sus niñas?
VENANCIO, ~permaneciendo largo rato con la boca abierta~.
Puede que aciertes... Ya son grandecitas... mujercitas ya. Pues, mira,
nos fastidia...
GREGORIA
¡Hijo de mi alma, cuándo nos caerá otra breva como esta!
VENANCIO, ~paseándose meditabundo~.
No es mucho lo que nos pasa cada trimestre por cuidarlas y mantenerlas;
pero algo es algo: rentita puntual, saneada... No, no: verás como no se
las lleva.
GREGORIA
Ea, no nos devanemos los sesos por adivinar hoy lo que sabremos mañana.
~(Dispónese a pasar a la casa.)~
VENANCIO
¿Sabes tú quién nos lo va a decir? Pues Senén. Desde ayer está aquí.
GREGORIA
¿Senén?... ¿El de la Coscoja?... Sí: las niñas me dijeron que le habían
visto, y que está hecho un caballero.
VENANCIO
Empleado público, funcionario, como quien dice, nada menos que en las
oficinas de Hacienda de Durante[1]. Fue criado de la Condesa, que en
premio de sus buenos servicios le ha dado credenciales, ascensos; en
fin, que de un gaznápiro ha hecho un hombre.
[1] La capital de la provincia.
GREGORIA
Le protege, según dicen, porque le servía de correveidile y de
tapa-enredos en sus...
VENANCIO
Chist... Cuidado... puede llegar... Le espero. Ha quedado en traerme
noticias.
GREGORIA, ~bajando la voz~.
De tapadera en sus trapisondas amorosas... Ello es que siempre que nos
visita la señora, recala Senén, y no la deja vivir con su pordioseo
impertinente: que si la recomendación; que si la tarjeta al Jefe; que
si la carta al Ministro, o al demonio coronado... Y como la tal Condesa
es persona de grandes influencias, y trae a los personajes de allá
cogidos por el morro...
VENANCIO
Senén es listo, se cuela por el ojo de una aguja. Pues me ha contado
que doña Lucrecia salió de Madrid el 12, y que de aquí irá a visitar a
los señores de Donesteve en sus posesiones de Verola. Todo lo sabe el
indino. Él es quien ha dicho al Alcalde que la señora llega hoy, y...
¡Ah, pues se me olvidaba lo mejor! Le harán un gran recibimiento, por
los grandes beneficios y mejoras que Jerusa le debe.
GREGORIA
¡Festejos! ¡Y aquí no sabíamos nada!... Y de esta visita del Conde,
¿tenía Senén conocimiento?
VENANCIO
¡Pues no! Como que se le han respingado las narices de tanto olfatear,
de tanto meterlas en todos los secreticos de la casa en que sirvió
antes de andar en oficinas. Se cartea con marmitones y cocheros de la
casa de Laín, y allí no vuela una mosca sin que él lo sepa.
GREGORIA, ~alegre~.
Pues ese, ese pachón de vidas ajenas nos ha de sacar de dudas.
VENANCIO
Ya tarda... Me dijo que a las diez. Ha ido a telegrafiar al jefe de la
estación de Laín, y al Alcalde de Polan...
GREGORIA, ~mirando a la huerta~.
Me parece que está ahí... Alguien anda por la huerta llamándote.
VENANCIO
Él es... ~(Llama.)~ ¡Senén, Senén, chicooo...!

ESCENA II
~GREGORIA, VENANCIO; SENÉN, de veintiocho años, más bien más que menos,
vestido a la moda, con afectada elegancia de plebeyo que ha querido
cambiar rápidamente y sin estudio la grosería por las buenas formas.
Su estatura es corta; sus facciones aniñadas, bonitas en detalle, pero
formando un conjunto ferozmente antipático. Pelito rizado; chapas
carminosas en las mejillas; bigote rubio retorcido en sortijilla. Lucha
por su existencia en el terreno de la intriga, olfateando las ocasiones
ventajosas, y utilizando la protección y gratitud de las personas a
quienes ha prestado servicios de ínfima calidad, sobre los cuales
guarda cuidadoso secreto. Ya no se acuerda de cuando andaba descalzo
y harapiento por las mal empedradas calles de Jerusa. Nacido de la
_Coscoja_, viuda pobre, que adormecía sus penas emborrachándose, Senén
vivió de la caridad pública hasta que fue recogido por los Condes de
Laín, que lo pusieron a la escuela, y después le tomaron a su servicio.
Fue pinche de cocina, escribiente, ayuda de cámara, hasta que su
agudeza, reforzada por ardiente ambición de dinero, le emancipó de la
servidumbre. En diversos trabajos y granjerías, hubo de probar fortuna:
viajante de comercio, corredor de vinos, administrador de periódicos, y
por fin la Condesa le abrió los espacios de la Administración pública
con un destinillo de Hacienda, al que siguieron ascensos, comisiones y
otras gangas. Compensa la cortedad de su inteligencia con su constancia
y sagacidad en la adulación, su olfato de las oportunidades, y su arte
para el pordioseo de recomendaciones. Su egoísmo toma más bien formas
solapadas que brutales, y para disimularlo, el instinto, más que la
voluntad, le sugiere la economía, y todo el ahorro compatible con el
lucimiento y afeite de su persona. Guarda su dinero, y se apropia
todo lo que sin peligro puede apropiarse. En lo que no es ostensible,
o sea en el comer, gasta lo indispensable, reservando casi todo su
peculio para el _coram vobis_. Su vicio es la buena ropa, y su pasión
las alhajas; lleva constantemente tres sortijas de piedras finas en el
meñique de la mano izquierda, y al llegar a Jerusa ha sacado a relucir
un alfiler de corbata, que es ¡ay! la desazón de sus compatriotas de
ambos sexos.~
SENÉN
Allá voy. Estaba mirando las peras... ~(Entra en la terraza.)~ Hola,
Gregoria; usted siempre tan famosa.
GREGORIA
¡Y tú qué guapo... y qué bien hueles, condenado! Estás hecho un
príncipe.
SENÉN
Hay que pintarla un poquillo, Gregoria. Es uno esclavo de la posición.
VENANCIO, ~impaciente~.
Vengan pronto esas noticias.
SENÉN
La Condesa llegará a Laín en el tren de las doce y cinco. He tenido
un parte. ~(Mostrándolo.)~ Se lo he llevado al Alcalde, que no estaba
seguro de la hora de llegada.
GREGORIA
Y D. José irá a esperarla en su coche.
VENANCIO
Claro.
SENÉN, ~sentándose con indolencia. (Se cuida mucho de emplear un
lenguaje muy fino.)~
Y el Municipio ¡oh! le prepara un gran recibimiento, una ovación
entusiasta.
GREGORIA
¡A tu ama!
SENÉN
A la que fue mi ama. ¡Estaría bueno que no se hicieran los honores
debidos a la ilustre señora, por cuya influencia ha obtenido Jerusa
la estación telegráfica, la carretera de Forbes, amén de las dos
condonaciones!
GREGORIA
Puede que, si hay festejos, tengamos aquí a Doña Lucrecia más tiempo
del que acostumbra.
SENÉN
Creo que no; está invitada a pasar unos días en Verola con los señores
de Donesteve.
VENANCIO
¿Y del Conde qué me dices?
SENÉN
Que Su Excelencia debió llegar a Laín anoche, o esta mañana en el
primer tren. De modo que no me explico... digo que no me explico, mi
querido Venancio, que no le tengas ya en tu casa.
GREGORIA
De fijo habrá ido a Polan a visitar el sepulcro de su esposa, la
Condesa Adelaida.
VENANCIO
Bueno, Senén. Tú que todo lo sabes... naturalmente, has vivido en la
intimidad de la familia, conoces sus costumbres, la manera de pensar de
cada uno, sus discordias y zaragatas, dinos... ¿D. Rodrigo y su nuera
se encontrarán aquí por casualidad, o es que...?
SENÉN, ~seguro, dándose importancia.~
No: se han dado cita en Jerusa.
GREGORIA
¿Cómo es eso? ¿Y para qué se citan los que se aborrecen? ¿Qué hacen?
SENÉN
Lo contrario de lo que hacen los que se aman. Los amantes se acarician;
estos se muerden.
VENANCIO
Vamos, es al modo de un desafío... Dicen: «en tal parte, a tal hora,
nos juntamos para rompernos el bautismo.»
GREGORIA
Será que el señor Conde, que no ha visto a su nuera desde que él
embarcó para el Perú, querrá ajustar con ella alguna cuenta...
VENANCIO
De interés, o de cosas tocantes al honor de la familia, pues para nadie
es un secreto... no te enfades, Senenillo... que tu protectora la
señora Condesa... En fin, no está bien que yo repita...
SENÉN
Sí, que el repetir es cosa fea. ¿Qué les importa a ustedes, ni qué me
importa a mí, que el señor Conde de Albrit y su nuera la Condesa viuda
de Laín se peleen, se arañen y se tiren de los pelos por un pedacito
así de honra, o por un pedazo grande...? pongamos que es un pedazo de
honra tan grande como esta casa.
VENANCIO
Tiene razón Senén. _Haiga_ virtud o no la _haiga_, nada nos dan ni nada
nos quitan.
SENÉN
Yo no sé sino que el viejo Albrit, que hasta ahora, desde la muerte de
su hijo, no se ha movido de Valencia, escribió a la Condesa...
VENANCIO, ~riendo~.
Pidiéndole dinero.
SENÉN
Hombre, no: le proponía una entrevista para tratar de asuntos graves...
GREGORIA
De asuntos de familia. Y como la Condesa no quiere altercados en
Madrid, porque allí puede haber escándalo, y se entera todo el mundo,
y hasta lo sacan los papeles, le ha citado en este rincón de Jerusa,
donde solo vivimos cuatro papanatas, y si hay zipizape aquí se queda, y
la ropa sucia, en casita se lava. ¿Qué tal, señor cortesano, entiendo
yo a mi gente?
VENANCIO
Dí que no es lista mi mujer.
SENÉN, ~risueño y galante.~
Sabe griego y latín. ¡Vaya un talento! Y para acabar de granjearse mi
estimación, me va a traer un vasito de cerveza. Estoy abrasado.
GREGORIA
Ahora mismo: hubiéraslo dicho antes. ~(Entra en la casa, llevándose las
hortalizas.)~
VENANCIO
Y tú, rey de las hormigas, ¿qué pretendes ahora de tu ama? ¿Otro
ascenso, una plaza mejor?
SENÉN
Quiero adelantar, salir de esta miseria de la nómina, del triste jornal
que el Gobierno nos da por aburrirnos, y aburrir al país que paga.
VENANCIO
Picas alto. Digan lo que quieran, chico, tú tienes mucho mérito. Yo te
vi salir del lodo.
SENÉN
Y me verás subir, subir... El lodo, créeme, es un gran trampolín para
dar el salto.
~GREGORIA, que vuelve con la cerveza y copas, y les sirve.~
Dime, Senenillo, ¿y para tus medros, no te agarras también a los
faldones del señor Conde?
SENÉN
Albrit no tiene una peseta, y nadie le hace caso ya.
VENANCIO
Ese roble ya no da sombra, y solo sirve para leña.
~GREGORIA, que sentándose entre los dos bebedores de cerveza, acaricia
a Senén.~
Vamos a ver, hijo, ¿por qué no nos cuentas el por qué y el cómo de que
tan mal se quieran la Condesa viuda y el abuelo? Tú lo sabes todo.
VENANCIO
Vaya si lo sabe; pero no muerde el gozque a quien le da de comer.
~(Senén paladea la cerveza, dándose aires de madrileño, y calla.)~
GREGORIA
Ya lo ves: callado como un besugo. Dinos otra cosa. Será cuento todo
eso que se dice de tu señora... Es cuento, ¿verdad?
SENÉN, ~enfático.~
Me permitiréis, queridos amigos, que no hable mal de mi bienhechora.
Os diré tan solo que es un corazón tierno, y una voluntad generosa y
franca hasta dejárselo de sobra. No le pidáis gazmoñerías, eso no. Es
mujer de muchísimo desahogo... Compadece a los desgraciados y consuela
a los afligidos. Y como persona de instrucción, no hay otra: habla
cuatro lenguas, y en todas ellas sabe decir cosas que encantan y
enamoran.
VENANCIO
Todas esas lenguas, y más que supiera, no bastan para contar los
horrores que acerca de ella corren en castellano neto.
SENÉN, ~endilgando sabidurías que aprendió en los cafés.~
¡Horrores!... No hagáis caso. La honradez y la no honradez, señores
míos, son cosas tan elásticas, que cada país y cada civilización...
cada civilización, digo, las aprecia de distinto modo. Pretendéis
que la moralidad sea la misma en los pueblos patriarcales, digamos
primitivos, como esta pobre Jerusa, y en los _grandes centros_...
¿Habéis vivido vosotros en los _grandes centros_?
VENANCIO
Ni falta.
SENÉN
Pues en los _grandes centros_ veríais otro mundo, otras ideas, otra
moralidad. La Condesa Lucrecia no es una mujer; es una dama, una gran
señora. ¿Qué? ¿Que le gusta divertirse? Cierto que sí; se divierte por
la noche, por la mañana y por la tarde... No, no me saquéis el Cristo
de la moralidad. Yo os digo, y lo pruebo, que es cosa esencial en las
sociedades que las damas se diviertan, porque del divertirse damas y
galanes viene el lujo, que es cosa muy buena... ~(Riendo del asombro de
sus interlocutores.)~ Ya... papanatas; creéis que es malo el lujo...
Vivís en Babia. Pues os digo, y lo pruebo, que el lujo es lo que
sostiene la industria... la industria de los _grandes centros_, por la
cual y con la cual, lo pruebo, come todo el mundo. _Reasumiendo_: que
si hubiera moralidad, tal y como vosotros la entendéis, la gente no se
divertiría, y sin diversiones, no tendríamos lujo, y _por ende_, no
habría industrias: la mitad de los que hoy comen se morirían de hambre,
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