El 19 de marzo y el 2 de mayo - 03

Total number of words is 4810
Total number of unique words is 1665
35.7 of words are in the 2000 most common words
48.8 of words are in the 5000 most common words
55.0 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
inspiraron desde que tuve la desdicha de poner los ojos sobre ellos,
engendró en mi espíritu terribles presentimientos. Se me representaba
la pobre huérfana en dolorosa esclavitud bajo aquel par de trasgos,
condenada a perecer de tristeza si Dios no me deparaba medios para
sacarla de allí. ¿Cómo podía yo conseguirlo, siendo, como era, más
pobre que las ratas? Pensando en esto, vino a mi mente una idea
salvadora, la que desde aquellos tiempos principiaba a ser norte de la
mitad, de la gran mayoría de los españoles, es decir, de todos aquellos
que no eran mayorazgos ni se sentían inclinados al claustro: la idea
de adquirir una plaza en la administración. ¡Ay! aunque había entonces
menos destinos, no eran escasos los pretendientes.
España había gastado en la guerra con Inglaterra la espantosa suma de
_siete mil millones_ de reales. Quien esto derrochó en una calaverada,
¿no podía darme a mí cinco mil para que me casara? Por supuesto, el
pretender casarse entonces a los diez y siete años, era una calaverada
peor que la de gastar siete mil millones en una guerra. Aquella idea
echó raíces en mi cerebro con mucha presteza. A la media hora de mi
conferencia con D. Celestino, ya se me figuraba estar desempeñando,
ante la mesa forrada de bayeta verde, las funciones que el Estado
tuviera a bien encomendarme para su prosperidad y salvación. Atrevido
era el proyecto de pedir yo mismo al poderoso Ministro lo que me hacía
falta; pero la gravedad de las circunstancias y el loco deseo de
adquirir una posición que me permitiera disputar la posesión de Inés a
la temerosa pareja de los Requejos, disminuía los obstáculos ante mis
ojos, dándome aliento para las empresas más difíciles.
No disimuló la huérfana, al hablar conmigo, la repugnancia que le
inspiraban sus tíos: tal vez hubiera yo logrado impedir el secuestro;
pero D. Celestino repitió que era para él caso de conciencia, y con
esto Inés no se atrevió a formular sus quejas: ¡tan grande era entonces
la subordinación a la autoridad de los mayores! La escrupulosidad del
buen sacerdote no impidió, sin embargo, que yo hablara mil pestes de
los dos hermanos, criticando sus fachas y vestidos, y comentando a mi
manera aquello de los siete pavos y capones, con la añadidura de las
perdices por barba en la hora de la cena. También me reí con implacable
saña de los tratamientos que se daban hermano y hermana, pues, según
el lector observaría, se llamaban simplemente _este_ y _esta_. D.
Celestino me dijo que tratase con más miramientos a dos personas
respetables que habían sabido labrar pingüe fortuna con su trabajo y
honradez, y, entre tanto, Inés preparaba de muy mala gana su equipaje.
No tardó la casa del cura en verse honrada de nuevo con las personas
de los Requejos, que llegaron a eso de las cuatro, haciendo mil
ponderaciones de las tierras adquiridas cerca de Ontígola; y su
contento al ver que Inés se disponía a seguirles, fue extraordinario.
--No te des prisa, pimpollita --decía Don Mauro--, que todavía hay
tiempo de sobra.
--Su impaciencia por emprender el viaje --añadió Doña Restituta,
plegando de un modo indefinible el forro cutáneo de su cara-- es tan
viva, que la pobrecilla quisiera tener alitas para salir más pronto de
aquí.
--Eso no --dijo D. Celestino algo amoscado--, que su tío no le ha dado
malos tratos para que así se impaciente por abandonarle.
Inés se arrojó llorando en brazos del cura, y ambos derramaron muchas
lágrimas. Por mi parte, tenía interés en que los Requejos no conocieran
que un antiguo y cordial amor me unía a Inés; así es que disimulé mi
sofocación, y acechándola fuera, cuando salió en busca de un objeto
olvidado, le dije:
--Prendita, no me digas una palabra, ni me mires, ni me saludes. Yo me
quedo aquí; pero descuida, pronto nos hemos de ver allá.
Llegó por fin la hora de la partida; el coche se acercó a la puerta de
la casa. Inés entró en él muy llorosa, y los Requejos tomaron asiento
a un lado y otro, pues aun en aquella situación temían que se les
escapara. Jamás he visto mujer ninguna que se asemejara a un cernícalo
como en aquel momento Doña Restituta. El coche partió, y al poco rato
nuestros ojos le vieron perderse entre la arboleda. D. Celestino,
que hacía esfuerzos por aparentar serenidad, no pudo conservarla, y
haciendo pucheros como un niño, sacó su largo pañuelo y se lo llevó a
los ojos.
--¡Ay, Gabriel! ¡Se la llevaron!
Mi emoción también era intensísima, y no pude contestarle nada.


VI

Al día siguiente llevome D. Celestino al palacio del Príncipe de la
Paz. Era el 15 de marzo, si no me falla la memoria.
Aunque no tenía ropa para mudarme en tan solemne ocasión, pues la
que llevaba a Aranjuez era la mejorcita, con una camisa limpia que
me prestó el cura, quedé en disposición, según él mismo me dijo,
de presentarme aunque fuera a Napoleón Bonaparte. Por el camino, y
mientras hacíamos tiempo hasta que llegara la hora de las audiencias,
D. Celestino sacaba del bolsillo interior de su sotana el poema latino
para leerlo en alta voz.
--Quizás el señor Príncipe --decía-- me mande leer algún trozo, y
conviene hacerlo con entonación clásica y ritmo seguro, mayormente si
hay delante algún embajador o general extranjero.
Después, guardando el manuscrito, añadió con cierta zozobra:
--¿Sabes que el sacristán de la parroquia, ese condenado Santurrias...
ya le conoces... me ha puesto esta mañana la cabeza como un farol?
Dice que el señor Príncipe de la Paz no dura dos días más al frente
de la Nación, y que le van a cortar la cabeza. Esto no merece más que
desprecio, Gabrielillo; pero me da rabia de oír tratar así a persona
tan respetable. Pues ¿qué crees tú? he descubierto que ese pícaro
Santurrias es jacobino, y se junta mucho con los cocheros del Infante
D. Antonio Pascual, los cuales son gente muy alborotada.
--¿Y qué dice ese reverendo sacristán?
--Mil necedades: figúrate tú. ¡Como si a personas de estudios y que
tienen en la uña del dedo a todos los clásicos latinos, se les pudiera
hacer tragar ciertas bolas! Dice que el señor Príncipe de la Paz,
temiendo que Napoleón viene a destronar a nuestros queridos Reyes,
tiene el propósito de que estos marchen a Andalucía para embarcarse y
dar la vela a las Américas.
--Pues anoche --dije yo--, cuando fui al mesón a decir a los arrieros
que no me aguardaran, oí decir lo mismito a unos que estaban allí,
y por cierto que hablaban de su amigo y paisano de usted con más
desprecio que si fuera un bodegonero del Rastro.
--No saben lo que se pescan, hijo --replicó el cura--. Pero o yo me
engaño mucho, o los partidarios del Príncipe de Asturias andan metiendo
cizaña por ahí. Ello es que en Aranjuez hay mucha gente extraña y...
¡quiera Dios!... Ya me notificó esta mañana Santurrias que su mayor
gusto será tocar las campanas a vuelo si el pueblo se amotina para
pedir alguna cosa; pero ya le he dicho --y al hablar así D. Celestino
se paró, y con su dedo índice hacía demostraciones de la mayor
energía--, ya le he dicho que si toca las campanas de la iglesia sin mi
permiso, lo pondré en conocimiento del señor Patriarca para lo que este
tenga a bien resolver.
Con esta conversación llegó la hora, y nosotros al palacio de S. A.
Atravesamos por entre varios guardias que custodiaban la puerta, porque
ha de saberse que el Generalísimo tenía su guardia de a pie y de a
caballo, lo mismo que el Rey, y mejor equipada, según observaban los
curiosos.
Nadie nos puso obstáculo en el portal ni en la escalera; pero al llegar
a un gran vestíbulo, en cuyo pavimento taconeaban con estrépito las
botas de otra porción de guardias, uno de estos nos detuvo, preguntando
a D. Celestino con cierta impertinencia que a dónde íbamos.
--S. A. --balbució el clérigo muy turbado-- tuvo el honor de
señalarme... digo... yo tuve el honor de que él señalara el día de hoy
y la presente hora para recibirme.
--S. A. está en palacio. Ignoramos cuándo vendrá --dijo el guardia
dando media vuelta.
D. Celestino me consultó con sus ojos, y también iba a consultarme con
sus autorizados labios, cuando se sintió ruido en el portal.
--¡Ahí está! S. A. ha llegado --dijeron los guardias, tomando
apresuradamente sus armas y sombreros para hacer los honores.
Pero el Príncipe subió a sus habitaciones particulares por la escalera
excusada que al efecto existía en su palacio.
--Quizá S. A. no reciba hoy --dijo a Don Celestino el guardia que poco
antes nos había detenido--. Sin embargo, pueden ustedes esperar, si
gustan, y él avisará si da audiencia o no.
Dicho esto, nos hizo pasar a una habitación contigua y muy grande,
donde vimos a otras muchas personas que desde por la mañana habían
acudido en solicitud del favor de una entrevista con S. A. Entre
aquella gente había algunas damas muy distinguidas, militares,
señores a la antigua, vestidos con históricas casacas y cubiertos con
monumentales pelucas, y también algunas personas humildes.
Los pretendientes allí reunidos se miraban con recelo y mal humor,
porque a todo el que hace antesala molesta mucho el verse acompañado,
considerando sin duda que si el tiempo y la benevolencia del Ministro
se reparten entre muchos, no puede tocarles gran cosa. Un ujier se
acercó a nosotros y preguntó a D. Celestino quiénes éramos, a lo cual
repuso el buen eclesiástico:
--Nosotros somos curas de la parroquia de... quiero decir, soy cura de
la parroquia, y este joven... este joven gana noventa y tres reales en
los meses de treinta y uno; y venimos a... pero yo no pienso pedirle
nada al señor Príncipe, porque este picarón (señalando a mí) no se
morderá la lengua para decirle lo que desea.
Cuando el ujier se alejó, dije a mi acompañante que tuviera cuidado de
no equivocarse tan a menudo; que no anunciara anticipadamente nuestra
comisión pedigüeña, y que no había necesidad de ir pregonando lo que yo
ganaba; a lo que me respondió que él, como persona nueva en antesalas y
palacios, se turbaba a la primera ocasión, diciendo mil desatinos. Uno
de los señores que aguardaban se nos acercó, y reconociendo al cura, se
saludaron ambos muy cortésmente, diciendo el desconocido:
--Sr. D. Celestino, ¿qué bueno por aquí?
--Vengo a visitar a S. A. Ya sabe usted que somos paisanos y amigos.
Mi padre y su abuelo hicieron un viaje juntos desde Trujillo a la Vera
de Placencia, y un tío de mi madre tenía en Miajadas una dehesa donde
los Godoyes iban a cazar alguna vez. Somos amigos, y le estoy muy
reconocido, porque a la munificencia de S. A. debo el beneficio que
disfruto, el cual me fue concedido en cuanto S. A. tuvo conocimiento de
mi necesidad; así es que desde mi primer memorial hasta el día en que
tomé posesión, solo transcurrieron catorce años.
--Se conoce que el Príncipe quiso servirle a usted --afirmó nuestro
interlocutor--. No a todos se les despacha tan pronto. Hace veintidós
años que yo pretendí que se me repusiera en mi antigua plaza de la
Colecturía, del Noveno y del Excusado, y esta es la hora, señor D.
Celestino. A pesar de todo, yo no me desanimo, y tengo por seguro que
la semana que viene...
--No todos son tan afortunados como yo --dijo el optimista D.
Celestino--. Verdad es que, como paisano y amigo de S. A., estoy en
situación muy favorable. De mi pueblo a Badajoz, cuna de D. Manuel
Godoy, no hay más que trece leguas y media por buen camino, y estoy
cansado de ver la casa en que nació este faro de las Españas. Así es
que en cuanto supo mi necesidad...
--Pero diga usted --preguntó bajando la voz el señor de _la semana que
viene_--, ¿tenemos viaje de los Reyes a Andalucía o no tenemos viaje?
--¿Pero usted cree tales paparruchas? --dijo D. Celestino--. Esa voz la
ha corrido Santurrias, el sacristán de mi iglesia. Ya le he dicho que
si tocaba las campanas sin mi permiso...
--Todo el mundo lo asegura. Ya sabe usted que ha venido mucha tropa de
Madrid, y por las calles del pueblo se ve gente de malos modos.
--¿Pero qué objeto puede tener ese viaje?
--Amigo, ya Napoleón tiene en España la friolera de cien mil hombres.
Ha nombrado general en jefe a Murat, el cual dicen que salió ya de
Aranda para Somosierra. Y a todas estas, ¿hay alguien que sepa a qué
viene esa gente? ¿Vienen a echar a toda la Familia Real? ¿Vienen
simplemente de paso para Portugal?
--¿Quién se asusta de semejante cosa? --dijo D. Celestino--. Pongamos
por caso que vengan con mala intención. ¿Qué son cien mil hombres? Con
dos o tres regimientos de los nuestros se podrá dar buena cuenta de
ellos, y ahí nos las den todas. Como S. A. se calce las espuelas...
Eso del viaje es pura invención de los desocupados y de los enemigos
de S. A., que le insultan porque no les ha dado destinos. Como si los
destinos se pudieran dar a todo el que los pretende.
No siguió esta conversación, porque el ujier se acercó a nosotros,
haciéndonos señas de que le siguiéramos. S. A. nos mandaba pasar.
Cuando los demás pretendientes vieron que se daba la preferencia a los
que habían llegado los últimos, un murmullo de descontento resonó en la
sala. Nosotros la atravesamos muy orgullosos de aquella predilección,
y mientras D. Celestino saludaba a un lado y otro con su bondad de
costumbre, yo dirigí a los más cercanos una mirada de desprecio, que
equivalía al convencimiento de mi próximo ingreso en la administración
de ambos mundos.
Pasamos de aquella sala a otras, todas ricamente alhajadas. ¡Qué bellos
tapices, qué lindos cuadros, qué hermosas estatuas de mármol y bronce,
qué vasos tan elegantes, qué candelabros tan vistosos, qué muebles tan
finos, qué cortinajes tan espléndidos, qué alfombras tan muelles! No
pude detenerme en la contemplación de tan bonitos objetos, porque el
ujier nos llevaba a toda prisa, y yo me sentía atacado de una cortedad
tal, que se disipó mi anterior envalentonamiento, y empecé a comprender
que me faltarían ideas y saliva para expresar ante el Príncipe mis
anhelos. Por fin llegamos al despacho de Godoy, y al entrar vi a
este en pie, inclinado junto a una mesa y revisando algunos papeles.
Aguardamos un buen rato a que se dignase mirarnos, y al fin nos miró.
Godoy no era un hombre hermoso, como generalmente se cree; pero sí
extremadamente simpático. Lo primero en que se fijaba el observador
era en su nariz, la cual, un poco grande y respingada, le daba cierta
expresión de franqueza y comunicatividad. Aparentaba tener sobre
cuarenta años: su cabeza, rectamente conformada y airosa; sus ojos
vivos, sus finos modales y la gallardía de su cuerpo, que más bien era
pequeño que grande, le hacían agradable a la vista. Tenía sin duda la
figura de un señor noble y generoso: tal vez su corazón se inclinaba
también a lo grande; pero en su cabeza bullían el desvanecimiento, la
torpeza, los extravíos y falsas ideas acerca de los hombres y las cosas
de su tiempo.
Nos miró, como he dicho, y al punto Don Celestino, que temblaba como un
chiquillo de diez años, hizo una profunda cortesía, a la cual siguió
otra hecha por mi persona. A mi acompañante se le cayó el sombrero;
recogiolo, dio algunos pasos, y con voz tartamuda habló así:
--Ya que V. A. tiene el honor de... no... digo... ya que yo tengo el
honor de ser recibido por V. A. Serenísima... decía que me felicito de
que la salud de V. A. sea buena, para que por mil años sigamos haciendo
el bien de la nación...
El Príncipe parecía muy preocupado, y no contestó al saludo sino con
una ligera inclinación de cabeza. Después pareció recordar, y dijo:
--¿Es usted el señor chantre de la catedral de Astorga, que viene a...?
--Permítame V. A. --interrumpió D. Celestino--, que ponga en su
conocimiento cómo soy el cura de la parroquia castrense de Aranjuez.
--¡Ah! --exclamó el Príncipe--, ya recuerdo... el otro día... se le
dio a usted el curato por recomendación de la señora Condesa de X,
(Amaranta). ¿Es usted natural de Villanueva de la Serena?
--No, señor: soy de los Santos de Maimona. ¿No recuerda V. A. esa
villa? En el camino de Fuente de Cantos. Allí se cogen unas sandías
que pesan muchas arrobas, y también hay muchos melones... Pues, como
decía a V. A., hoy venía con dos objetos: con el de tener el honor de
presentarme a V. A. para que este chico lea un poema latino que ha
compuesto... no, quiero decir...
D. Celestino se atragantó, mientras que el Príncipe, asombrado de mi
precocidad en el estudio de los clásicos, me miraba con ojos benévolos.
--No --dijo el cura entrando de nuevo en posesión de su lengua--. El
poema ha sido compuesto por mí, y, accediendo a los deseos de V. A.,
voy a comenzar su lectura.
El Príncipe adelantó la mano con ese instintivo movimiento que parece
apartar un objeto invisible. Pero D. Celestino no comprendió que su
protector rechazaba por medio de un movimiento físico la amenazadora
lectura del poema, y firme en su propósito, desenvainó el manuscrito
homicida. En el mismo instante, Godoy, que atendía poco a nosotros y
parecía estar pensando cosas muy graves, volviose bruscamente hacia la
mesa, y empezó a hojear de nuevo los papeles.
D. Celestino me miró, y yo miré a D. Celestino.
Así transcurrió un minuto, al cabo del cual el Príncipe dirigiose hacia
nosotros y dijo, señalando unas sillas:
--Siéntense ustedes.
Después siguió en su investigación de papeles. Sentados en nuestros
asientos el cura y yo, nos hablábamos en voz baja.
--Para exponerle tu pretensión --me dijo el tío de Inés--, debes
esperar a que yo lea mi poema, en lo cual, con la pausa conveniente,
no tardaré más que hora y media. El admirable efecto que le ha de
producir la audición de los versos clásicos, a que es tan aficionado,
le predispondrá en tu favor, y no dudo que te concederá cuanto le pidas.
Después de otro rato de espera, un oficial entró para dar un despacho
al Príncipe. Este le abrió al punto, y después que lo hubo leído con
mucha ansiedad, dejolo sobre la mesa y se dirigió hacia D. Celestino.
--Dispénseme usted --dijo-- mi distracción. Hoy es día para mí de
ocupaciones graves e inesperadas. No pensaba recibir a nadie en
audiencia, y si le mandé entrar a usted fue porque sabía no es de los
que vienen a pedirme destinos.
D. Celestino se inclinó en señal de asentimiento, y yo dije para mí:
«Lucidos hemos quedado.» Después dirigiose S. A. a mí, y me dijo:
--En cuanto al poema latino que este joven ha compuesto, ya tengo
noticias de que es una obra notable. Persista usted en su aplicación a
los buenos estudios, y será un hombre de provecho. No puedo hoy tener
el gusto de conocer el poema; pero ya me habían hablado de usted con
grandes encomios, y desde luego formé propósito de que se le diera a
usted una plaza en la oficina de Interpretación de Lenguas, donde su
precocidad sería de gran provecho. Sírvase usted dejarme su nombre...
D. Celestino iba a contestar, rectificando el error; pero su turbación
se lo impidió. Antes que mi compañero pudiera decir una palabra,
levanteme yo, y extendiendo mi nombre sobre un papel que en la mesa
encontré, ofrecilo respetuosamente al Príncipe, que concluyó así:
--Ruego a ustedes que tengan la bondad de retirarse, pues mis
ocupaciones no me permiten prolongar esta audiencia.
Hicimos nuevas cortesías; D. Celestino balbuceó las fórmulas pomposas
propias del caso, y salimos del despacho del Príncipe. Al pasar por la
sala donde esperaban con impaciencia los demás pretendientes, el ujier
lanzó esta terrorífica exclamación: «¡No hay audiencia!»
Al encontrarse en la calle, el buen cura, recobrando la serenidad de su
espíritu y la soltura de su lengua, me dijo con cierto enojo:
--¿Por qué no le dijiste tú que el poema no era tuyo, sino mío?
No pude menos de soltar la risa viéndole picado en su amor propio, y
considerando el extraño resultado de nuestra visita al Príncipe de la
Paz.


VII

--Pues, Gabrielillo --me dijo D. Celestino cuando entrábamos en la
casa--, cierto es que hay demasiada gente en el pueblo. Se ven por
ahí muchas caras extrañas, y también parece que es mayor el número
de soldados. ¿Ves aquel grupo que hay junto a la esquina? Parecen
trajineros de la Mancha... y entre ellos se ven algunos uniformes de
caballería. Por este lado vienen otros que parecen estar bebidos...
¿oyes los gritos? Entrémonos, hijo mío, no nos digan alguna palabrota.
Aborrezco al vulgo.
En efecto: por las calles del Real Sitio y por la plaza de San Antonio
discurrían más o menos tumultuosamente varios grupos, cuyo aspecto no
tenía nada de tranquilizador. Asomábase a las ventanas el vecindario
todo para observar a los transeúntes, y era opinión general que nunca
se había visto en Aranjuez tanta gente. Entramos en la casa, subimos
al cuarto de D. Celestino, y cuando este sacudía el polvo de su manteo
y alisaba con la manga las rebeldes felpas del sombrero de teja, la
puerta se entreabrió, y una cara enjuta, arrugada y morena, con ojos
vivarachos y tunantes; una cara de esas que son viejas y parecen
jóvenes, o al contrario, a la cual daba peculiar carácter toda la boca
necesaria para contener dos filas de descomunales dientes, apareció en
el hueco. Era Gorito Santurrias, sacristán de la parroquia.
--¿Se puede entrar, señor cura? --preguntó sonriendo con aquella
jovialidad mixta de bufón y demonio que era su rasgo sobresaliente.
--A tiempo viene el Sr. Santurrias --dijo el cura frunciendo el ceño--,
porque tengo que prevenirle... Sepa usted que estoy incomodado,
sí, señor; y pues los sagrados cánones me autorizan para imponerle
castigo... allá veremos... y digo y repito que la gente que se ve por
ahí no viene a lo que usted me indicó esta mañana. ¡Pues no faltaba más!
--Señor cura --contestó irrespetuosamente Santurrias--, esta noche me
desollará las manos la cuerda de la campana grande. Es preciso tocar,
tocar para reunir la gente.
--¡Ay de Santurrias si suenan las campanas sin mi permiso!... Pero ¿qué
quiere esa canalla? ¿Qué pretende?
--Eso lo veremos luego.
--Ande usted con Barrabás, diablo de siete colas. ¿Pero a qué viene
a Aranjuez esa gentuza? --repitió D. Celestino dirigiéndose a mí--.
Gabriel, se nos olvidó advertir al señor Príncipe de la Paz lo que
pasa, y aconsejarle que no esté desprevenido. ¡Cuánto nos hubiese
agradecido S. A. nuestro solícito interés!
--Ya se lo dirán de misas --murmuró burlonamente Santurrias--. Lo que
quiere esa gente es impedir que nos lleven para las Indias a nuestros
idolatrados Reyes.
--¡Ja, ja! --exclamó el sacerdote, poniéndose amarillo--. Ya salimos
con la muletilla. Como si uno no tuviera autoridad para desmentir tales
rumores; como si uno no fuera amigo de personas que le enteran de lo
que pasa; como si uno no estuviera al tanto de todo.
Diciendo esto, D. Celestino no quitaba de mi los ojos, buscando
sin duda una discreta conformidad con sus afirmaciones. En tanto
Santurrias, que era uno de los sacristanes más tunos y desvergonzados
que he visto en mi vida, no cesaba de burlarse de su superior
jerárquico, bien contradiciéndole en cuanto decía, bien cantando con
diabólica música una irreverente ensaladilla compuesta de trozos de
sainete mezclados con versículos latinos del Oficio ordinario.
--¡Ay, señor cura, señor cura! --gritaba--. Si veremos correr a su
paternidad por el camino de Madrid con los hábitos arremangados. ¡Ja,
ja, ja!
Préstame tu moquero,
si está más limpio,
para echar los tostones
que me has pedido.
_Asperges me, Domine, hissopo, et mundabor._
--Mi dignidad --repuso el clérigo, cada vez más amostazado-- no me
permite rebajarme hasta disputar con el Sr. de Santurrias. Si yo no le
tratara de igual, como acostumbro, no se habría relajado la disciplina
eclesiástica; pero en lo sucesivo he de ser enérgico, sí, señor,
enérgico, y si Santurrias se alegra de que esa plebe indigna vocifere
contra el Príncipe de la Paz, sepa que yo mando en mi iglesia, y... no
digo más. Parece que soy blando de genio; pero Celestino Santos del
Malvar sabe enfadarse, y cuando se enfada...
--Cuando llegue la hora del jaleo, señor cura, su paternidad nos sacará
aquellas botellitas que tiene guardadas en el armario, para que nos
refresquemos --dijo Santurrias, descosiéndose de risa otra vez.
--¡Borracho! así está la santa Iglesia en tus pícaras manos --replicó
el clérigo--. Gabriel, ¿querrás creer que hace dos días tuve que coger
la escoba y ponerme a barrer la capilla del Santo Sagrario, que estaba
con media vara de basura? Desde que llegué aquí, me dijeron que este
hombre acostumbraba visitar la taberna del tío Malayerba: yo me propuse
corregirle con piadosas exhortaciones; pero ¡el Diablo le lleve! hay
días, chiquillo, que hasta el vino del Santo Sacrificio desaparece de
las vinajeras. ¡Y esto se permite tener opinión, y disputar conmigo,
asegurando que si cae o no cae el dignísimo, el eminentísimo, ¡óigalo
usted bien! el incomparabilísimo Príncipe de la Paz!
--Pues y nada más. ¡Como que no le van a arrastrar por las calles de
Aranjuez, como al gigantón de Pascua florida!...
--¡Qué abominaciones salen por esa boca, Dios de Israel!
Tan pronto ahuecaba Santurrias la voz para cantar gravemente un trozo
de la misa o del oficio de difuntos, como la atiplaba entonando con
grotescos gestos una seguidilla. Luego imitaba el son de las campanas,
y hasta llegó en su irrespetuoso desparpajo a remedar la voz gangosa de
mi amigo, el cual, todo turbado, variaba de color a cada instante, sin
poder sobreponerse a las zumbas de su miserable subalterno.
--Pero, en resumen --dijo al fin--, ¿qué es lo que mi señor sacristán
espera? ¿Cuenta, sin duda, con ordenarse de menores para que le hagan
cardenal subdiácono?
--Allá veremos, Sr. D. Celestino --contestó el bufón--. Esta noche o
mañana veremos lo que hace Santurrias. No tema nada mi curita, que ya
le pondremos en salvo.
_Tuba mirum spargens sonum_
_per sepulchra regionum_
_coget omnes ante thronum._
Esta si que es tira, tirana:
ojo alerta, cuidado, señores,
que aunque tengan las caras de plata
muchas tienen las manos de cobre.
--Eso es, mezcle usted los cantos divinos con los mundanos. ¡Me
gusta! Pero se me acaba la paciencia, señor rapa-velas. ¡Oh, Gabriel!
estoy sofocadísimo. Yo bien sé que no hay nada, que no ocurre nada;
bien sé que de ese monigote no hay que hacer caso. Sabe Dios cuántos
cuartillos de lo de Yepes tendrá en el bendito estómago; pero conviene
averiguar... Mira, hijito: sal tú por ahí, entérate bien, y tráeme
noticias de lo que se dice en el pueblo. Puede que esos tunantes tengan
el propósito aleve... Si así fuese, haz lo que te digo; que aquí quedo
yo esperándote, y en cuanto descabece un sueñecito, iré a prevenir al
Príncipe para que se ande con cuidado... ¡Pues no me lo agradecerá poco
el buen señor!
No solo por obedecerle, sino también por satisfacer mi curiosidad,
salí de la casa y recorrí las calles del pueblo. El gentío aumentaba
en todas partes, y especialmente en la plaza de San Antonio. No era
preciso molestar a nadie con preguntas para saber que el generoso
pueblo, enojado con la noticia verdadera o falsa de que los Reyes iban
a partir para Andalucía, parecía dispuesto a impedir el viaje, que
se consideraba como una combinación infernal fraguada por Godoy, de
acuerdo con Bonaparte.
En todos los grupos se hablaba del Generalísimo, como es de suponer,
y en verdad digo que no hubiera querido encontrarme en el pellejo de
aquel señor, a quien poco antes había visto tan fastuoso y espléndido;
pero sabido es que la Fortuna suele ser la más traidora de las diosas
con aquellos mismos que favoreció demasiado, y no hay que fiarse mucho
de esta ruin cortesana. Decía, pues, que a los vasallos del buen Carlos
no les parecía muy bien el viaje, y aunque hasta entonces no se les
había hablado del derecho a influir en los destinos de esta nuestra
bondadosa madre España, ello es que, guiados sin duda por su instinto
y buen ingenio, aquellos benditos se disponían a probar que para algo
respiraban doce millones de seres humanos el aire de la Península.
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - El 19 de marzo y el 2 de mayo - 04
  • Parts
  • El 19 de marzo y el 2 de mayo - 01
    Total number of words is 4842
    Total number of unique words is 1737
    37.4 of words are in the 2000 most common words
    51.0 of words are in the 5000 most common words
    57.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El 19 de marzo y el 2 de mayo - 02
    Total number of words is 4927
    Total number of unique words is 1672
    36.2 of words are in the 2000 most common words
    50.0 of words are in the 5000 most common words
    56.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El 19 de marzo y el 2 de mayo - 03
    Total number of words is 4810
    Total number of unique words is 1665
    35.7 of words are in the 2000 most common words
    48.8 of words are in the 5000 most common words
    55.0 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El 19 de marzo y el 2 de mayo - 04
    Total number of words is 4834
    Total number of unique words is 1791
    33.2 of words are in the 2000 most common words
    47.1 of words are in the 5000 most common words
    52.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El 19 de marzo y el 2 de mayo - 05
    Total number of words is 4877
    Total number of unique words is 1740
    34.0 of words are in the 2000 most common words
    46.6 of words are in the 5000 most common words
    52.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El 19 de marzo y el 2 de mayo - 06
    Total number of words is 4875
    Total number of unique words is 1765
    33.8 of words are in the 2000 most common words
    46.2 of words are in the 5000 most common words
    52.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El 19 de marzo y el 2 de mayo - 07
    Total number of words is 4977
    Total number of unique words is 1667
    36.0 of words are in the 2000 most common words
    48.9 of words are in the 5000 most common words
    53.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El 19 de marzo y el 2 de mayo - 08
    Total number of words is 4928
    Total number of unique words is 1751
    34.0 of words are in the 2000 most common words
    45.9 of words are in the 5000 most common words
    51.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El 19 de marzo y el 2 de mayo - 09
    Total number of words is 4919
    Total number of unique words is 1591
    36.0 of words are in the 2000 most common words
    48.6 of words are in the 5000 most common words
    55.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El 19 de marzo y el 2 de mayo - 10
    Total number of words is 4861
    Total number of unique words is 1669
    36.0 of words are in the 2000 most common words
    47.9 of words are in the 5000 most common words
    54.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El 19 de marzo y el 2 de mayo - 11
    Total number of words is 4855
    Total number of unique words is 1658
    36.3 of words are in the 2000 most common words
    50.5 of words are in the 5000 most common words
    56.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El 19 de marzo y el 2 de mayo - 12
    Total number of words is 4770
    Total number of unique words is 1651
    34.7 of words are in the 2000 most common words
    48.0 of words are in the 5000 most common words
    54.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El 19 de marzo y el 2 de mayo - 13
    Total number of words is 4769
    Total number of unique words is 1606
    36.7 of words are in the 2000 most common words
    50.1 of words are in the 5000 most common words
    56.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El 19 de marzo y el 2 de mayo - 14
    Total number of words is 4805
    Total number of unique words is 1617
    34.6 of words are in the 2000 most common words
    48.4 of words are in the 5000 most common words
    55.2 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • El 19 de marzo y el 2 de mayo - 15
    Total number of words is 301
    Total number of unique words is 177
    53.0 of words are in the 2000 most common words
    64.1 of words are in the 5000 most common words
    68.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.