Dulce y sabrosa - 12

Total number of words is 4738
Total number of unique words is 1750
34.4 of words are in the 2000 most common words
47.6 of words are in the 5000 most common words
54.6 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
leyendo _mu_ seria. En seguida la rompió en pedacitos y la tiró a la
chimenea, diciendo, como para que yo me hiciese cargo: «Ya se cansará.»
Después _me se_ quedó mirando _clavá_, y dijo: «Muchacha, ¿tú te has
_empeñao_ en irte a servir a otro _lao_?»
Don Juan hizo un gesto de disgusto: Julia prosiguió.
--Pero lo que yo me digo: cuando no me ha _despedío_ ya..., es _güena_
señal. Y ha de saber usted que no me lo esperaba yo; creí que la
señorita sería más dura de pelar; pero desengáñese usted..., _pa_ ver
picardías no hay más que servir a las amas. Crea usted que nosotras nos
vamos con un hortera o un _soldao_; pero lo que es las señoras, en
viendo _cabayeros_... como si no fueran tales señoras.
--Tienes razón.
--Por supuesto que también los hombres son _negaos_: no lo tome usted a
mala parte; pero ¿se le figura a usted que el _marío_ de mi ama no está
_dejao_ de la mano de Dios _pa dirse_ a la Habana _ú_ donde sea,
mientras ella está tan reguapa que da gloria, y más fresca que una rosa?
Lo que yo digo: si él está en el _otro mundo_, ella como si estuviera
viuda, y las viudas son del diablo.
--¡Ah! Bueno, y ¿qué hay de eso? ¿Cuándo se casaron?
--Verá usted: me ha dicho la cocinera, que es la más antigua, que el
señor es bastante mayor, no viejo, ¿eh?; pero la _yeva_ veinte años, lo
menos. Se conocieron fuera de Madrid, en un pueblo donde hay mar, ya va
_pa_ tres años, y el casarse fue por la posta. Vamos, que les entró muy
fuerte... como a usted ahora.
--Sigue.
--Luego, hace tres meses, el señor, que estaba _empleao_ aquí, se ha ido
a la Habana; dicen que es _pa_ tener no sé qué categoría o señorío, y
_golverse_ y _cobrar_ más; después, si se muere habiendo _estao_ allí,
porque él ha _estao_ antes también, pues, si se lo lleva Pateta, le deja
_mu_ buena orfandad a la señora.
--Viudedad, mujer, viudedad.
--¡Ah! _me se_ olvidaba lo mejor. A la cocinera le han dicho que la
señorita había sido de las que trabajan en el _treato_.
--Eso debe de ser una paparrucha. No tiene trazas de cómica. Lo que has
de averiguar es si tiene unos parientes estanqueros, y si habla de que
vuelva pronto tu señor.
--De parientes nunca habla, como si fuera inclusera. El señor _tié_ que
estar allá un año... le faltan nueve meses. Ingénieselas usted ahora
mientras él está allá..., en _golviendo_..., pues, entonces... ya
¡maldita la falta que le hace usted a ella!
--Bien, hija, bien. Eres jovencita; pero piensas claro.
--Lo que la enseñan a una. En fin, yo me tengo que largar. ¿Manda usted
algo? ¡Ah, _me se_ olvidaba una cosa que _l'importa_ a usted mucho!
Según la cocinera, el amo es muy bruto... ¡conque, ojo al Cristo!
--¿Cómo?
--Que es hombre que gasta malas pulgas, y si se entera de que usted u
otro _cualisisquiera_ anda buscándole las vueltas _pa_ torearle, pues, a
la señorita y a usted, _ú_ al que sea, lo hace polvo. El tal señor de
Martínez es atroz de grosero y de mal _hablao_.
--Me tiene sin cuidado. Lo principal es que yo me haga simpático a la
señorita..., luego..., si viene ya nos las compondremos como podamos.
Vamos a lo que importa. Mira..., mañana..., no, mejor ahora mismo,
espera. Vengo prevenido para ver si me ahorro otro madrugón.
Sacó de la petaca una tarjeta, un sobre pequeño y un lápiz; miró en
torno, y convencido de que la gente que pasaba no era tal que pudiese
conocerle, hizo ademán de escribir sosteniendo la tarjeta en la mano
izquierda.
--Poco cabe ahí--dijo Julia mirando el pedazo de cartulina--. ¿_Sabusté_ lo
que le digo? _Póngala_ usted a la señorita que si no contesta se
plantifica usted en su casa _pa_ hablar con ella, y apuesto las orejas a
que, por miedo, contesta. En fin, así sabrá usted si da lumbre, porque
hasta hoy está usted como alma en pena.
«¡Oh malicia, oh ingenio, hasta en los más humildes resplandeces!»--pensó
don Juan y añadió en voz alta:
--Hablas como un libro.
En seguida escribió estas líneas:
_«Cristeta: Esto y resuelto a que nos veamos. Si no me contestas,
si no accedes a ello, pasado mañana, sin falta, me presentaré en tu
casa. Date por avisada. Perdóname; pero ni puedo ni quiero estar
más tiempo sin hablarte._
_Tuyo, Juan.»_
Metió en el sobre la tarjeta, se la dio a Julia, despidiéronse, y ya
estaban a punto de separarse, cuando él, por precaución para lo
sucesivo, dijo:
--Oye, por si yo te necesito o tú tienes algo nuevo que decirme, cada dos
días por la mañana, a la misma hora de hoy, aquí nos veremos. ¿Vendrás?
--Bueno, vendré; pero usted las lía de tanto madrugar.
Y cada uno se fue por su camino.
Poco después, don Juan, resuelto a seguir el consejo de Julia, quiso,
para orientarse, conocer el terreno que acaso habría de pisar, y tomando
un coche de punto, encargó al simón que pasase despacito por la calle de
Don Pedro.
Se quedó asombrado. La casa de que Julia le hablara era la de los duques
de Barbacana, una de las más antiguas y señoriales de Madrid, un
edificio de mediados del siglo XVIII, caserón destartalado, con honores
de palacio, formando esquina con una calleja inmediata y rodeado de
altas tapias, tras las cuales se alzaban unas cuantas acacias. «No cabe
duda--se dijo--, la casa de los de Barbacana. Pues les costará carísimo.
¿Con quién se habrá casado esa mujer? ¿Qué señor Martínez será ese? ¿A
que está nadando en la opulencia y resulta inútil cuanto yo intente?»
Al tornar hacia el centro de Madrid, llevaba la cabeza llena de dudas,
conjeturas y suposiciones. La vista de aquella fachada con grandes
huecos, el portal enarenado y lleno de tiestos, el arranque de la
escalera alfombrada, el farolón monumental y, sobre todo, la grave
figura del portero augustamente envuelto en un levitón con cada botón
como un platillo, y con gorra de cinta blasonada, aquel conjunto de
señorío rancio y fortuna segura, le dejó estupefacto. «¡Qué barbaridad!
Pues aunque los duques vivan en el principal y alquilen el segundo y sea
interior, lo menos... ¡qué sé yo cuánto! ¿Se habrá casado con el
administrador y les darán casa? No, porque no estaría él en América.»
Don Juan empezó a creer que la situación se complicaba. Cristeta debía
de estar rica, y no necesitaría para nada de su antiguo amante; además,
era mujer capaz de entregarse, pero incapaz de venderse; por último,
también pudiera suceder que estuviese enamorada de su marido. Al
ocurrírsele esta idea frunció el entrecejo, y pasándose la mano por la
frente, pensó: «¿Enamorada del otro? ¡Imposible! Pero... ¿y a mí qué?
Mejor. Lo esencial es que se ha puesto hermosísima, mucho más guapa que
antes. En fin, tengo ese capricho y me da la gana. Ha engordado...,
antes tenía el pecho como de ninfa jovencilla, hoy debe de tenerlo como
la diosa de la abundancia. ¡Me da una ira pensar que el burro de
Martínez!... No es que yo me arrepienta; pero la verdad es que anduve
algo precipitado en dejarla.»
Evocando recuerdos se le vinieron a la imaginación muchas cosas. Ninguna
mujer poseyó que fuese tan cariñosa. ¡Qué modo de echarle al cuello los
brazos! ¡Pues y aquella lánguida monería con que se le ceñía al cuerpo,
posando la gentil cabeza sobre su hombro! Sin saber cómo, se le caían
las horquillas, y el pelo suelto, rizoso y perfumado le rozaba la
frente. Lo particular era que la sensualidad, la parte grosera del amor,
permanecía en ella velada por un pudor admirable. Jamás habló de
resistencia, ni de perdición, ni echó en cara lo que daba, ni tuvo
miedo, ni alardeó de doncellez. Se dejó poseer con prodigiosa
naturalidad, como quien tiene sed y bebe agua, pareciéndole que la
entrega de su cuerpo era lógica, fatal e ineludible consecuencia de
haber sometido el alma. ¡Qué momentos tan dulces! La verdad es que todo
el mundo se ríe de estas cosas cuando las ve escritas; pero cuando las
trae uno mismo a la propia memoria, parece que saltan chispas de los
nervios y que ruedan lagrimones por las mejillas. Lo inolvidable para
don Juan era el modo que Cristeta tenía de besarle. A la llegada, un
beso repentino, brusco y rápido; el desahogo de la impaciencia. Luego,
según el momento y la situación de ánimo, variedad infinita; todo un
curso espontáneo de filosofía sentimental. Si le veía triste, besos de
cariño dulces y desinteresados, como caricias aniñadas. Si estaba
contento, besos juguetones y mimosos, algo lentos. Cuando quería
marcharse, besos prietos y tercos, en que la húmeda tersura de los
labios palpitaba con deliciosa laxitud, queriendo sorberle el alma. Nada
de grosería ni lujuria. Estos besos eran el maravilloso límite que
separa lo físico de lo inmaterial. Las bocas se unían como si tuvieran
vida propia, e independiente del resto del cuerpo. La confusión de los
alientos era símbolo del maridaje de las almas. ¿Quién ha dicho que esto
es pecaminoso? Si Dios ha desparramado en los labios, con infinito arte,
las papilas nerviosas que perciben y sutilizan la sensibilidad, y no
sirven para besar, entonces, ¿para qué sirven? El principal encanto de
las caricias de Cristeta consistía en que no permitían precisar dónde
acababa el amor puro y dónde empezaba la sensualidad. Tenía los enlaces
perezosos y movimientos lánguidos con que ciertos animales mitológicos,
mitad mujeres, mitad serpientes, se ciñen a los troncos de árbol; pero
al mismo tiempo sus miradas permanecían limpias y exentas de lascivia.
El cuerpo era blanco, no con la blancura mate, yesosa y seca de la
gardenia, ni con el tono marfilesco sucio de la magnolia, sino
ligeramente carminoso como el de una rosa blanca que tuviera pudor y se
ruborizase. En punto a modales no era una duquesa de tiempo de Luis XV,
mas poseía en grado superlativo esa aptitud femenina, merced a la cual
la muchacha que por primera vez se enrosca al cuello un collar de
perlas, parece que las ha llevado toda la vida. «Bueno--todo esto lo
pensaba don Juan--; pues dé usted a una mujer así trapos, galas, joyas,
ropas interiores finísimas, casa lujosa, criados, perfumes, blondas,
muebles cómodos, lámparas que adormezcan la luz... y ¡a morir los
caballeros! A pesar de todo lo cual, Cristeta ha venido a parar en
esposa de un señor Martínez. ¿Quién será él...? empleado en Cuba..., no
quisiera pensar mal; pero probablemente un ladrón..., es decir, un
hombre sin delicadeza. Ella, juzgándose perdida ¡por culpa mía!, habrá
transigido; no puede ser feliz. Un hombre que la deja sola por sumar
años de servicios y adquirir categoría, es un bestia.» Había momentos en
que don Juan se ponía malo a fuerza de recordar, discurrir, esperanzarse
y darse a los diablos.
Al día siguiente de haber confiado a Julia la tarjeta escrita con lápiz,
recibió una carta. El papel, finísimo, pliego pequeño, algo perfumado,
sin cifra ni sello: la letra desfigurada y temblorosa, no decía más que
esto:
_«Tú lo as querido. No tienes derecho de comprometer con tantas
imprudencias a una pobre mujer que ningún daño te a causado.
Mañana, por única vez, para despedirnos, a las ocho de la mañana en
la Moncloa, entrando por la parte de la Bombilla iré en coche y por
la Birgen rompe este papel._
C.»

¡Dios santo, qué noche! Averiguó, porque no lo sabía, hacia dónde estaba
la Bombilla, ajustó y citó un carruaje para las seis y media de la
mañana, pensando en tener, si éste faltaba, tiempo de buscar otro;
estuvo leyendo, sin enterarse, hasta las dos; intentó dormir, no pudo, y
desconfiando de que le despertasen oportunamente, se levantó antes de
que amaneciese. A las siete en punto tenía la capa puesta.
Poco después se apeaba ante la ermita de San Antonio de la Florida, y
deseoso de que nadie fuese testigo de lo que ocurriera, dijo al cochero
que le aguardase, y se internó andando por las alamedas de la Moncloa.
La mañana estaba fría, el paseo triste y solitario. Hacia el fondo, en
la lejanía del paisaje, visto a trozos entre grupos de troncos, la
niebla, aún no disipada por el sol pálido y débil, formaba un tenue velo
gris, sobre el cual destacaban los intrincados arabescos del ramaje
seco, los cipreses, cuyo vértice mecía el aire, y las apretadas copas de
los pinos. Una nubecilla brumosa pegada al suelo marcaba el sitio de un
estanque terso como un espejo negro. En los sitios sombríos la escarcha,
no derretida todavía, brillaba como polvo diamantino sobre el musgo
aterciopelado. Las hojas caídas, secas y abarquilladas, se arremolinaban
al menor soplo del viento en torno de los hoyos y socavas. A los lados
de las alamedas, en las cunetas del riego, había charquitos de agua
helada. De largo en largo se retorcían en la atmósfera las espirales
azuladas que formaba el humo de las hoguerillas encendidas por los
guardas. El silencio era tan completo que hasta se percibía el aleteo de
los pájaros al desprenderse de las temblorosas ramas, y de cuando en
cuando, a gran distancia, sonaba el silbato de una locomotora, o el
rechinar de las ruedas de algún carro que pasaba por el camino del
Pardo.
Don Juan andaba despacio, pisando hojarasca, que crujía bajo sus pies
como quejándose. Aguijoneado por la impaciencia se desembozaba
frecuentemente para mirar el reloj; y pareciéndole que las manecillas
estaban inmóviles, se lo aplicaba al oído. De pronto se detenía, y
volviendo pies atrás, desandaba parte de lo andado; parábase de nuevo,
ávido de oír el acercarse de algún coche..., y nada.
¿Sería posible que no viniese? ¿Habría sido capaz de citarle sólo por
dar largas al asunto? ¿Acaso para exasperarle? Si tal sucediera, él se
tendría la culpa por la amenaza de plantarse en su casa. Para una mujer
casada el lance podía resultar comprometido. Sin embargo, como su marido
estaba tan lejos... También para él era..., no enojosa, sino delicada la
entrevista. ¿Cómo no pensó antes en esto? ¿Qué iba a decir para
disculparse de la infamia pasada? ¿Por dónde iba a comenzar? ¿Qué
táctica seguiría? Si aquella mujer por él inicuamente...--no cabía
negarlo, inicuamente seducida y abandonada--, encontró después un hombre,
un filósofo que, mediante matrimonio, o fuese como fuese, aseguró su
porvenir, ¿con qué derecho iba él a turbar su reposo? Si le dijese, que
ciertamente se lo diría: «yo no tengo la culpa», ¿qué contestaría?
Además, ¿qué iba a solicitar? ¿Amor platónico? ¡Absurdo! El amor
platónico es la falsa resignación de los que no pueden besarse. Cuando
una mujer y un hombre se han devorado a caricias, ya no hay platonismo
posible. ¿Volver a las andadas? ¿Para qué? ¿Para cansarse al cabo de un
par de meses, sentir el mismo hastío de la vez primera, y portarse de
nuevo como un charrán?
No estaba seguro de poder reanudar el idilio, y ya entreveía la
contingencia de tener que romperlo. Sin embargo, ni por un momento se le
ocurrió la idea de salirse fuera del paseo y volverse a casa,
renunciando a la cita. Sólo la idea de mirar a Cristeta cerca de sí, de
contemplar su hermosura y oír el timbre de su voz, bastaba para que
olvidase todo lo demás. Lo peor que le podía ocurrir era quedar en
ridículo. ¿En ridículo él? ¡Imposible! La escena tomaría sin duda tono
romántico, al menos al principio. Después... según. Su papel era rogar
mucho, mostrándose arrepentido, en pocas y bien sentidas palabras. Ella
se negaría rotundamente.... ¡pero le oiría! Tal vez trajese el ánimo
dispuesto a concesiones. ¿Cuáles? ¿Citarle nuevamente? ¿Dónde ni con qué
objeto? ¿Para entregársele renovando en perjuicio de otro las venturas
pasadas? Don Juan lo deseaba... y lo temía. Reconquistarla, estrecharla
contra su pecho, volverla loca..., bueno; pero arriesgarse a tener algún
día que esconderse cobardemente, ¡eso no! por muy bravo que fuese el
señor Martínez. En el momento en que ella, casada o libre, accediese a
la consumación del engaño, ya fuese real y positivamente adúltera, ya
tan sólo traidora, dejaría de ser la mujer que le agradaba; seguiría
siendo hermosa...; pero le parecería falsa, viciosa, vulgar. Suponiendo
que se _arreglaran_, palabra vil en este sentido, ¿cómo ponerse de
acuerdo? ¿Pertenecía legítimamente a otro? Pues habría que andar a salto
de mata, recatándose, escondiéndose. Cuando el marido volviese, la
humillación sería completa. Lo raro, el síntoma grave, consistía en que
otras veces no paró mientes ante la perspectiva del placer robado, y
ahora sí. ¡Ruin cosa sería verse obligado a guardar respetos a un
marido! Por supuesto que si no estuviera realmente casada ¡ah!,
entonces, aun transigiría menos. Ocultarse de un legítimo esposo..., tal
vez; pero de un simple poseedor, ¡jamás! No había que perder la
esperanza. En el mero hecho de citarle... ¡Tendría chiste que no
viniese! Pero sí; un coche se acerca; su berlina.
Efectivamente; el carruaje avanzaba de prisa por el centro del paseo.
Don Juan se hizo a un lado, ocultándose tras el grueso tronco de un
álamo. Cristeta, que le había visto desde lejos, mandó parar, y se apeó.
Por su figura y traje venía primorosa. Llevaba falda lisa de paño gris,
formando grandes pliegues, corta para lucir los pies, calzados con
medias negras y zapatitos a la francesa, abrigo muy oscuro, ceñido al
talle con cordones de seda que pendían hasta el suelo, y forro de felpa
roja que se descubría a cada paso; sombrerillo de terciopelo ceniciento
con velito y lazos encarnados; cuello largo de piel que culebreaba sobre
el pecho, y manguito. Tenía la tez algo carminosa, como excitada por el
aire fresco de la mañana; los ojos acusando insomnio y llanto,
contorneados de un livor apenas perceptible; el garbo, la esbeltez, la
manera de andar, eran una delicia.
No estaba todavía lo bastante cerca de don Juan para que pudiera
desmenuzarla con los ojos, pero la presintió; el corazón le brincaba
dentro del pecho como pájaro inquieto en jaula estrecha. Un hombre
ducho, corrido y experimentado en tales lances, ¡temblar de aquel modo,
ni más ni menos que un estudiantillo! ¡Qué vergüenza!
El coche dio la vuelta y quedó parado. Ella cruzó ante el árbol tras el
que don Juan estaba escondido y pasó de largo; él, entonces, salió,
llamándola en voz baja:
--¡Cristeta, Cristeta mía!
Sin detenerse, repuso:
--Anda... anda hasta que perdamos de vista el coche.
Uno tras otro, a veinte pasos de distancia, siguieron cosa de cien
metros, internándose luego hacia la derecha en los jardinillos donde hay
una plazoleta con macizos de boj y bancos de piedra en torno de una
fuente. Allí se detuvo Cristeta, y volviéndose, aguardó al galán; éste
avanzó rápidamente, al llegar junto a ella se desembozó, y mirándola con
ternura, sin desplegar los labios, le tendió las manos. Ella no sacó las
suyas del manguito, y bajando los párpados quedó silenciosa, impasible e
inmóvil, como deidad que se dignase escuchar a un mortal. Viéndola don
Juan en actitud tan indiferente y desdeñosa se amilanó por completo.
Cristeta, después de complacerse unos segundos en saborear aquella
turbación, dijo fríamente:
--Aquí me tienes.
--¡Cuánto te agradezco... vida mía!
--No, Juan, tuya no. He venido y he hecho mal, lo sé; ahora lo siento.
Pero quería suplicarte de rodillas, exigirte, si es necesario, que no
vuelvas a pensar en mí.
--¡Imposible!
--¡Calla! No sabes lo que te dices. En ti sería una locura, en mí una
infamia.
Don Juan, sin dejarla seguir, preguntó dolorosamente:
--¿Luego estás casada?
Cristeta, en vez de contestar categóricamente, dejó caer los brazos
rectos a lo largo del cuerpo, con ademán de profunda resignación, y sin
desplegar los labios inclinó la cabeza sobre el pecho.
Entonces él exclamó:
--¡Mentira parece que hayas tenido valor!
--No tienes derecho a reconvenirme. Te gusté, era libre, y además tonta:
te creí... ¿qué había de suceder? Después me abandonaste sin el más leve
motivo de queja.
Al llegar aquí, don Juan creyó notar que los ojos de Cristeta brillaban
humedecidos en llanto, y que su voz acusaba profunda turbación de
espíritu.
En cuanto a él, no sabía cómo disculparse para salir del paso.
--Mi situación... aquel maldito negocio...--dijo apartando la mirada.
--Todo mentira; ya lo sé. Me dejaste a sangre fría, con una perfidia
inconcebible... Ahora... ¡tú lo has querido! Nada puede haber entre
nosotros.
Estaban solos; no había en torno paseantes, jardineros ni guardas;
nadie. Don Juan hizo ademán de querer sentarse en un banco, y miró a
Cristeta para que también lo hiciese; mas ella movió la cabeza negando,
y aproximándose a la fuente, se apoyó de espalda en los sillares del
pilón.
Los tibios rayos del sol, que ya iban haciendo jirones en la niebla,
comenzaron a reverberar en la limpia superficie del agua, sobre la cual
caía con rumor unísono y constante el chorrito del surtidor. De cuando
en cuando venía una hoja seca revoloteando por el aire, como mariposa de
oro, hasta quedar presa entre los pliegues de la falda de Cristeta,
quien distraída, casi maquinalmente, la tomaba con las puntas de los
dedos, dejándola sobre el haz del agua.
Viendo don Juan que no quería sentarse, permaneció en pie frente a ella
sin atreverse a proferir palabra. Cristeta tornó al pasado juego de
bajar la cabeza para evitar encuentro de miradas, hasta que pasados unos
cuantos segundos, tendió con desconfianza la vista en torno, y dijo:
--Déjame, ingrato, déjame que me vaya... esto es una locura.--Y
apartándose de la fuente, anduvo algunos pasos.
--¡No, por Dios!--exclamó él suplicante--. Tenemos mucho que hablar. No
puedo seguir así; ¿cómo quieres que me resigne a perderte?
--¡Qué remedio! Juan, piénsalo; ni yo soy mujer capaz de cometer una
infamia, ni tú transigirías con ciertas cosas...
--¡Eso jamás!
--Entonces... ¡ya lo ves! Adiós, Juan. ¡Bien sabe Dios que la culpa no es
mía!
--No me has querido nunca.
--¡Qué sabes tú lo que es querer! Sí, con toda mi alma... es decir, te
quise cuando podía quererte.
--No me hubieras olvidado tan pronto.
--¿Merecías otra cosa? En fin, ni tú debes hablar más, ni yo escucharte.
He venido, ¿qué se yo?, por debilidad, por miedo a que tuvieras el
atrevimiento de plantarte en mi casa.
--Estaba resuelto.
--Pues si es verdad que me has querido, que aún me quieres,
demuéstramelo... dejándome vivir tranquila y no te guardaré rencor, es
más, te lo agradeceré con toda mi alma.
--Calla, eso no se le dice a un hombre como yo. ¿Crees que pueden quedar
así las cosas?
--No te forjes ilusiones: aquello acabó para siempre. Ya que no supiste
quererme, veremos si sabes respetarme. Adiós, adiós, Juan, que se hace
tarde y puede venir gente.
Esto dijo con la voz penosamente entrecortada y los ojos nublados de las
mal contenidas lágrimas.
Don Juan concibió, sin embargo, alguna esperanza. Indudablemente,
aquella mujer había ido decidida a darlo todo por concluido; pero sus
miradas, su turbación, el constante aludir a lo pasado, como echándolo
de menos, indicaban que le costaba gran pena resignarse.
--Mira, Cristeta--dijo bajando los ojos, al modo de quien hace una
confesión vergonzosa--, tienes razón. Mi conducta... tú no sabes lo que
es la vida de un hombre... estaba en circunstancias excepcionales...
podré haberme portado mal... pero caro lo estoy pagando.
--Y ahora que no tiene remedio--le interrumpió ella con un mohín
delicioso--es cuando caes en la cuenta.
--¡Si me quisieses de veras!
--¡No sueñes! Nuestras relaciones fueron antes un juego peligroso en que
yo salí perdiendo. Hoy, en cuanto a mí, serían un crimen, y por parte
tuya una vileza. Concluiríamos aborreciéndonos.
--Bueno, como quieras, puede que tengas razón; pero yo no me conformo.
¡Qué impresión me causó encontrarte! ¡Cuánto me has hecho soñar! Ahora,
ahora es cuando te adoro. ¡Idea, imagina, propón un medio, un recurso!
Soy capaz...
--¿De qué? No hables más, que me ofendes.
Don Juan miró rápidamente a todos lados, vio que nadie podía
sorprenderles, y alargando los brazos, intentó coger las manos a
Cristeta; mas ella, echándose hacia atrás, las esquivó temblorosa,
exclamando:
--¡No! ¡No me toques!... Adiós, adiós.
Y al decir esto, se apartó muy despacio.
Entonces, envalentonado él por la soledad y aún mas por la emoción que
el semblante de Cristeta revelaba, la alcanzó, cogiéndola por una manga
del abrigo, al mismo tiempo que con voz trémula e intención resuelta,
decía:
--¡No te irás! Tú no puedes ser de nadie más que mía. ¿Entiendes? ¡Mía o
de nadie!
--Te digo que me dejes. ¡No eres caballero!
--Aquí no hay caballero que valga; no hay más que un hombre que te
quiere, que tiene derecho...
--¡Calla, o me marcho!
--¡Me oirás! ¿Conque has tenido valor de engañar a un pobre hombre y
ahora quieres sentar plaza de virtud arisca? ¡Es tarde!
Aun pareciéndole a Cristeta dura y grosera la frase, se alegró de oírla,
porque la energía con que don Juan la dijo denotaba sinceridad. Ningún
halago de los que recibiera en otro tiempo fue tan de su gusto como
aquel espontáneo arranque de despecho.
--Me abandonaste--replicó--, y lo que se tira por la ventana es de quien
primero lo recoge.
--Eso será si yo lo consiento. ¡Buscaré a ese hombre...!
--¡No, por Dios!
--Pues prométeme que...--y no siguió.
--¿Ves? No puedes decirlo. ¿Qué he de prometer?
--Quiero verte..., nada más que verte alguna vez. ¡Mira que estoy
dispuesto a todo!
Deseando ella cortar la entrevista, fingió ceder, y dirigiéndose hacia
el sitio donde el coche la esperaba, echó a andar diciendo:
--Bueno..., ahora déjame..., procuraré que nos veamos, cuando pueda
ser..., pero tú mismo te persuadirás de que no debemos..., sería indigno
de nosotros...; por piedad, déjame marchar, que es tarde.
Don Juan insistió:
--Pues dime que nos veremos. ¿Dónde? ¿Cuándo? ¡Cristeta, tú no sabes cómo
estoy!
--Una vez..., te lo prometo...; quédate aquí, no me acompañes más..., y
luego ten prudencia y no me sigas.
--Te obedeceré..., lo que tú quieras...; pero júrame que nos veremos
pronto, que no me has olvidado por completo.--Y con mezcla de solemnidad
y enternecimiento, añadió, clavando en ella sus expresivos ojos--:
¡Cristeta..., júramelo..., por tu hijo!
--Bien; te lo juro por el niño, y ten prudencia, por la Virgen del
Carmen.
Corrió hacia el coche, y don Juan se quedó mirándola embelesado.
Al arrancar la berlina se asomó a la ventanilla fingiendo que se
incorporaba para acomodarse en el asiento. Un instante después, mientras
el carruaje corría camino de Madrid, no pudo contener la risa pensando:
«Pobrecito niño... ¡jurar en falso! ¡Válgame María Santísima!... aunque
no es mío, no quisiera que le sucediese cosa mala. ¡Angelito de su
madre!»
Don Juan, loco de contento, dio la vuelta hacia San Antonio, diciéndose
mentalmente: «Es indudable que se ha casado por despecho; todavía me
quiere..., ha consentido en que nos veamos, lo ha jurado por su hijo,
¡pobrecilla!, y después ha dicho 'prudencia', es decir, todo se
arreglará. El arreglo corre de mi cuenta. La cosa no es tan fácil como
parece. Vamos a cuentas. Aunque no se parece a ninguna otra, al fin es
mujer. Está casada, y, sin embargo, ha consentido en que nos viéramos...
luego es mía... en espíritu. El tiempo hará lo demás. Lo imposible,
inútil y absurdo, dadas las circunstancias, sería repetir las citas al
aire libre. Una vez, pase, por lo que tiene de poético. ¡Ya lo creo que
tiene poesía! La mañana, la niebla, el miedo, el misterio, ¡hasta el
sitio...! Aquí venían con sus amantes las damas de tiempo de Carlos IV;
en este palacio de la Moncloa debían de tener sus citas Godoy y María
Luisa. ¡Cuántas picardías habrán visto esos merenderos! ¡Si pudiese
hablar esa ropa que hay tendida! ¡Pobre Manzanares, cuánta burla le han
hecho!; _arroyo aprendiz de río_, dijo Quevedo; _río con mal de piedra_,
le llamó Lope... ¡Si hubiese por aquí una casita decente! Pero ¡quiá!,
no es mujer que se deje llevar a cualquier parte. De amigas no querrá
fiarse, y hará bien. Tengo observado que cuando una mujer le presta a
otra su casa, concluye por robarle el amante. Si consintiera en venir a
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Dulce y sabrosa - 13
  • Parts
  • Dulce y sabrosa - 01
    Total number of words is 4792
    Total number of unique words is 1868
    32.0 of words are in the 2000 most common words
    46.7 of words are in the 5000 most common words
    54.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 02
    Total number of words is 4711
    Total number of unique words is 1791
    32.8 of words are in the 2000 most common words
    47.6 of words are in the 5000 most common words
    53.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 03
    Total number of words is 4769
    Total number of unique words is 1705
    33.0 of words are in the 2000 most common words
    46.0 of words are in the 5000 most common words
    53.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 04
    Total number of words is 4738
    Total number of unique words is 1731
    33.3 of words are in the 2000 most common words
    46.1 of words are in the 5000 most common words
    52.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 05
    Total number of words is 4752
    Total number of unique words is 1764
    34.5 of words are in the 2000 most common words
    48.4 of words are in the 5000 most common words
    54.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 06
    Total number of words is 4724
    Total number of unique words is 1715
    33.7 of words are in the 2000 most common words
    47.5 of words are in the 5000 most common words
    53.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 07
    Total number of words is 4755
    Total number of unique words is 1792
    33.0 of words are in the 2000 most common words
    46.8 of words are in the 5000 most common words
    53.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 08
    Total number of words is 4825
    Total number of unique words is 1724
    35.0 of words are in the 2000 most common words
    47.4 of words are in the 5000 most common words
    52.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 09
    Total number of words is 4773
    Total number of unique words is 1799
    31.9 of words are in the 2000 most common words
    44.8 of words are in the 5000 most common words
    51.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 10
    Total number of words is 4728
    Total number of unique words is 1714
    36.0 of words are in the 2000 most common words
    49.3 of words are in the 5000 most common words
    55.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 11
    Total number of words is 4773
    Total number of unique words is 1769
    34.5 of words are in the 2000 most common words
    47.5 of words are in the 5000 most common words
    53.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 12
    Total number of words is 4738
    Total number of unique words is 1750
    34.4 of words are in the 2000 most common words
    47.6 of words are in the 5000 most common words
    54.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 13
    Total number of words is 4841
    Total number of unique words is 1741
    34.6 of words are in the 2000 most common words
    46.4 of words are in the 5000 most common words
    53.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 14
    Total number of words is 4738
    Total number of unique words is 1719
    34.3 of words are in the 2000 most common words
    48.1 of words are in the 5000 most common words
    54.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 15
    Total number of words is 4701
    Total number of unique words is 1730
    36.4 of words are in the 2000 most common words
    48.9 of words are in the 5000 most common words
    54.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 16
    Total number of words is 4789
    Total number of unique words is 1731
    34.7 of words are in the 2000 most common words
    46.8 of words are in the 5000 most common words
    52.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 17
    Total number of words is 4656
    Total number of unique words is 1759
    33.4 of words are in the 2000 most common words
    45.6 of words are in the 5000 most common words
    50.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 18
    Total number of words is 4676
    Total number of unique words is 1848
    31.9 of words are in the 2000 most common words
    45.1 of words are in the 5000 most common words
    51.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.