Dulce y sabrosa - 06

Total number of words is 4724
Total number of unique words is 1715
33.7 of words are in the 2000 most common words
47.5 of words are in the 5000 most common words
53.6 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
arrojando el periódico sobre el velador de la trastienda, dijo a su
mujer:
--¡Tranquilízate! Esa infeliz no está en Madrid... Ahora mismo me largo a
respirar un rato a gusto, lejos de ti... ¡fiera!--Y sin esperar
respuesta, se calzó y salió.
Aunque, gracias a lo rápido de su resolución, estaba seguro de que no
podía ser espiado, anduvo largo rato vagando por calles y plazas,
volviéndose de vez en cuando a mirar si le seguían, hasta que,
convencido de que no existía tal peligro, tomó el camino de la casa de
Mariquita. Nunca la había visitado, pero sabía sus señas: Cuervo, 14,
sotabanco, cerca del cielo. ¡Siempre, anda la felicidad por las nubes!
Antes de llegar se le llenó el alma de ilusiones. ¿Se habría, como es
frecuente, retrasado la salida de la compañía, y estaría Mariquilla en
su casa? ¡Cuán sabroso desquite tomaría de la tiránica Frasquita! Mas
discurriendo de esta suerte, le asaltó una duda horripilante... ¿Tendría
razón su mujer? Él, que nunca sentía apetito en casa, ¿podría soportar
la comida de fonda? Parose un momento, como cuentan que se detuvieron
Osmán ante Alejandría y Tito ante Jerusalén, y luego avanzó
denodadamente, pensando: «¡Sí... aunque me muera... Cuervo, 14!»
Allí fue la primera decepción. La portera le dijo que efectivamente
había vivido en la casa una chica que era _del treato_, pero que el mes
anterior la desahució el amo porque no pagaba, y además por escandalosa
y descarada. Don Quintín se alejó tristemente, imaginando que pues
Mariquita, a pesar de ser tan guapa, no tenía con qué pagar el cuarto,
era criminal poner en duda su moralidad, y que la acusación de escándalo
y descaro era calumnia porteril.
Desde la calle del Cuervo fue a ver al conserje del teatro para
preguntarle dónde habitaba otra corista llamada Carolina, muy amiga de
Mariquita y que tal vez supiese su paradero.
¡Oh impremeditada determinación, qué de males trajiste! ¡Pobre viejo,
que imaginando hacer una visita, cayó es un abismo!
Al pisar la entrada del teatro el corazón le latía con desusada fuerza.
Ponte, lector, en situación análoga; haz memoria de si siendo colegial
te enamoraste de una primita o de una amiga de tu hermana; recuerda
luego si pasados los años de la juventud, y ya hecho hombre, tornaste a
pisar los lugares donde, al conocerla, sentiste o creíste sentir amor;
deja que en tu alma, tal vez vieja y gastada, reverdezca aquella
primavera de tu mocedad; adórnala de reminiscencias dulcísimas, y
entonces ¡sólo entonces! comprenderás cómo la fantasía de don Quintín se
deleitó en recordar la que a él se le antojaba pasión avasalladora.
Previo regalo de un cigarro con que don Quintín le obsequió, el portero
del teatro le dijo dónde vivía la corista por quien iba preguntando, y
allá se fue a buscarla, deseoso de hablar de Mariquilla y esperanzado en
saber cuándo regresaría para precipitarse en su busca; porque durante
aquella larga caminata, según se había ido alejando de su casa y
cónyuge, sintió que el amor se enseñoreaba de su espíritu y de sus
sentidos, y hasta le pareció que si encontrase a Mariquilla podría
llevársela a comer de fonda, contra lo que suponía la desengañada
Frasquita.
Dominado por tales pensamientos, subió la escalera estrecha y muy pina,
de una casa de aspecto pobre y nada limpio, detúvose en un descansillo,
tiró de un cordón mugriento y abriole Carolina; el prototipo de la
corista que contratan las empresas, no por lo bonitas, sino por tener
mucho repertorio y por no faltarles nunca quien pague con un ajuste el
recuerdo de una conquista.
Era mujer de cuarenta y tantos años, gruesa, ex--guapa, en buen estado de
conservación, aunque algo ajada, y con más experiencia de los hombres de
la que a don Quintín hubiera entonces convenido. Vestía bata flotante de
percal claro; no debía de llevar corsé, porque se le notaba el temblor
de las carnes libres; estaba recién peinada, y de su cuerpo se
desprendía aquella emanación intensa de perfumes baratos con que el
estanquero experimentó sensaciones indefinibles cuando habló por primera
vez con Mariquilla.
--¡Don Quintín de mis entretelas! ¡Tanto bueno por mi casa! ¿Qué le trae
a usted por aquí?
--Lo primero, el gusto de verla, que no es grano de anís; y luego...
--¡Me lo he maliciado; preguntarme por la María!
--No crea usted que sólo por eso. Pues qué, ¿no es nada contemplar ese
cuerpo tan hermoso?
--Déjese usted de requiebros. ¡Bonita me encuentra usted! Ni tiempo he
tenido de ponerme el corsé.
--¡Mejor que mejor!--Repuso don Quintín, echando una mirada codiciosa al
busto de Carolina.
Ésta, cogiéndole de la mano para guiarle por la oscuridad del pasillo,
le llevó hasta el comedorcito, donde se sentaron: ella en una silla baja
de hacer labor, y él en una butaca vieja y desvencijada. El comedor era
muy pequeño, y en la estancia inmediata, que era la alcoba, se veía una
cama cubierta con colcha de indiana.
El día estaba caluroso; el estanquero, a fuerza de pensar en la
coristilla, venía predispuesto al amor, y Carolina no era la última
encarnación de Lucrecia, la casta.
--Sí, señora--repitió él, disimulando su pensamiento; lo primero, el
gustazo de verla, como que está usted hermosísima.
--No es usted mal adulador... ahora. Puede que sea usted el único que no
me dijo en el teatro «buenos ojos tienes». ¡Andaba usted tan embobado
con aquélla!
Aquí le pareció a don Quintín que para averiguar algo debía emplear
juntamente la sagacidad y la galantería, por lo cual añadió:
--¿Qué quería usted? ¿Qué anduviese a la greña con todos los que la
solicitaban? ¡Buen trabajo! Hubiese tenido que pelearme con ciento y la
madre. Pero lo que es guapa... ¡ya lo creo que me lo parecía usted!
¡Vaya un cuerpo... en fin, aquí está, gracias a Dios, y se puede ver!
Poseído de súbito ardimiento amoroso, extendió ambas manos hacia el
talle de Carolina, quien, deseando mostrarse pudorosa, pero no arisca,
echó el cuerpo para atrás, diciendo con mucha monería:
--¿Qué había usted de fijarse en nadie, sí estaba usted chalado con
aquélla?
--Aquélla... aquélla...--murmuró él con fingido desprecio--. No sé por
dónde anda, ni me importa. Valiente...
Sus labios intentaron decir una ofensa, pero no acertaron a formularla.
Comprendió que era una villanía hablar mal de Mariquilla, aunque fuese
en son de astucia para averiguar su paradero.
--Entonces, ¿qué diablos le trae a usted por aquí? ¡Ya está usted buena
maula! ¿No sé yo que se gastaba usted con ella los ojos de la cara? ¡Y
que no es usted poco rumboso, decían allí!
--¡Bah! Una cosa es gastar y otra querer.
Harto sabía Carolina que el amor de don Quintín no había llegado al
terreno práctico, y desde que le abrió la puerta comprendió que iba en
busca de noticias de su compañera; pero con la rapidez del pensamiento
concibió el atrevido proyecto de seducirle. No era rico, ni de él podían
esperarse solitarios para las orejas ni entresuelo amueblado; mas
tampoco sería imposible sacarle unos cuantos duros al mes. Su estanco
estaba en sitio céntrico, debía de producir bastante... la mujer muy
vieja... Nadie es capaz de prever hasta dónde puede llegar un anciano
tocado de la tarántula amorosa. Suponiendo que se mostrase insensible y
la despreciase, ¿qué le importaba? Aquello era jugar un décimo de
lotería: por de contado, no había de caerle el premio gordo; mas acaso
el estanquero le ayudase a pagar el cuarto o le regalase algún
vestidillo. Por su larga experiencia teatral no ignoraba Carolina que
hay en la vida del hombre dos períodos durante los cuales es fácilmente
poseído de la pasión impetuosa y arrebatada: la primera juventud, en que
las cortesanas parecen ángeles caídos, y la entrada de la vejez, en que
uno quiere despedirse de la naturaleza con aquella música de besos que
en la adolescencia nos abrió las puertas de la dicha.
A estos picarescos y sabios propósitos de Carolina correspondía
perfectamente la situación de ánimo en que se hallaba don Quintín;
porque, aunque él lo ignorase o no pudiera razonarlo, lo que sentía por
Mariquilla no era enamoramiento exclusivo, sino exacerbación de la
facultad amorosa, pronta a extinguirse en su organismo. Estaba en el
caso del niño que, deseando un juguete, ambiciona el primero que ve, y
luego se satisface, contenta y entretiene con cualquiera otro que le
dan.
La táctica de Carolina estribó en hacerle creer que le consideraba como
hombre conquistador, enamoradizo, mujeriego y rumboso; y comenzó a
mirarle del modo más dulce y hechicero que supo, diciéndole:
--¡Ya, ya, ni que fuéramos tontas! Todos son ustedes iguales. Hoy ésta,
mañana la otra... Mariquilla está fuera, y se habrá usted dicho: «Vamos
a ver a lo que sabe su amiga».
--¡Qué mal pensada! Verdad que tiene usted disculpa, porque como está
usted tan guapa, no haría ningún disparate quien se volviese loco por
usted.
Las miradas de Carolina eran incendiarias; don Quintín empezaba a
olvidarse de Mariquilla. Hubo un momento en que, comparándola
mentalmente con la garbosa hembra que tenía delante, resultó de esta
comparación que la primera no pasaba de muchacha vivarachuela y
graciosilla, en tanto que la segunda era mujer formada y en plena
madurez de belleza.
--Vamos, dígamelo usted claro. ¿Ha venido usted a preguntarme por
_aquélla_, o a verme a mí? Porque para lo primero todavía soy joven, y
para lo segundo...
--¿Estoy demasiado viejo?
--No he dicho tal.
--Viejo, ¿eh? ¿Conque viejo? Pues la leña seca es la que arde mejor.--Y al
decir esto se levantó y abrazó a Carolina, como en un célebre cuadro de
Rubens abrazan los sátiros a las ninfas, sin que ella le rechazara.
¿Cuál será el alma cruel y despiadada que la vitupere? Mandan los santos
preceptos que se dé de beber al sediento, pan a quien tiene hambre, y
posada al peregrino. Pues, ¿dónde agua más fresca, ni pan más tierno, ni
albergue más grato que el amor? Además, la caridad bien ordenada empieza
por uno mismo, y Carolina también sentía necesidad de amor.

Pasadas dos horas en deliciosa y culpable intimidad, tanto más grata
cuanto menos premeditada y prevista, dijo Carolina, mientras él se ponía
los tirantes y ella, ante un espejo roto, se atusaba los desordenados
rizos.
--Anda, tontín, rico mío, más vale gallinita que pollita. Mejor te irá
conmigo que con aquella embaucadora, bribona, que se estaba burlando de
ti. ¡Me daba una rabia!
--¿Y cómo lo sabes?--repuso él saboreando la delicia de tutear a una mujer
que no era legalmente suya, e indignado al mismo tiempo ante la idea de
haber servido de hazmerreír a Mariquilla.
--¡Vaya si lo sé! ¡Qué borricotes sois los hombres! Ahora que ya eres
mío, porque supongo que vendrás a menudo, te lo voy a decir. ¡Me
gustabas de un modo atroz! ¿Y verdad que tu Carola te gusta también más
que aquella gata esmirriada? Mira... no sé los años que tienes; nadie
tiene más de los que representa; pero ya quisieran muchos jóvenes
igualarse contigo.
--¿De veras, pichona?
--¡Buenos están los jóvenes!... ¡Tísicos! Parece que se va a concluir el
mundo. Yo también valgo más que cualquier chiquilla. Compara, compara
este pecho y esta mata de pelo con aquellos pellejos colganderos y
aquella cabeza llena de añadidos.
--¡Buena diferencia va de mujer a mujer!
--Pues para ti soy. Veremos cómo te las compones en tu casa... porque has
de venir a verme casi todos los días.
--¿A diario, chica?... No sé si podré--dijo él algo intranquilo.
--¿No has de poder? ¡Anda, pillín, que no te arrepentirás!
--¿Estás siempre sola?
--Siempre, vidita. Y vive tranquilo: no soy yo como aquella perdida
que...
--Mala voluntad la tienes.
--Como que me tenías chaladita y me daba ira de verla cómo se burlaba de
ti.
--¿Qué hacía?
En parte mintiendo, en parte diciendo verdad, Carolina resolvió asegurar
la adquisición que acababa de hacer. Mezcló en sus frases lo cierto con
lo calumnioso, y procuró apartar a don Quintín de Mariquilla, haciéndole
creer que le consideraba capaz de la mayor generosidad y lleno de
ardimiento para los dúos amorosos.
--Vamos, ¿qué hacía aquella... desdichada?--tornó a preguntar don Quintín.
--No merece que vuelvas a pensar en la muy sinvergüenza. ¿Que qué hacía?
Ponerte cuernos. ¡Como si con un granadero como tú no tuviera bastante
una _pitifláutica_ como aquélla! Todas las del coro sabíamos que tú le
regalaste el mantón bordado y _la mar_ de medias. Decía que te iba a
dejar el estanco hasta sin esponja para mojar los sellos. Y al mismo
tiempo, como después de la función te ibas con tu sobrina, ella se
largaba con el segundo apunte. ¡Me daba una rabia! Porque cuando la
mujer es libre, bueno; lo que yo digo, que se amontone con quienquiera,
pero que no engañe a nadie... Un hombre es un hombre.
--De modo que ella...
--¡Ya lo creo! Y no era eso lo peor. Algunos del teatro creían que todo
era mentira, que no teníais nada que ver, vamos, que os hablábais y nada
más..., porque ella no se dejaba... ¿estamos? ¡Como si tú fueras un
_lila_ que se gastase la plata sólo por mirarla! Y también decían que
don Juan, el querido o novio, lo que fuese, de tu sobrina, era quien
había encargado a la María que te hablase y te marease para mientras
tanto quedarse solo con la tiple. En fin, distraerte para que no
estorbases. Mira que si hubiese sido verdad... ¡bonito papel!
Ante tan cruda y horrible revelación, faltó poco para que don Quintín se
enfureciese. Su emoción fue grandísima, porque indudablemente Carola
decía verdad. ¿Cómo había él de dudar, sabiendo por experiencia, o mejor
dicho por falta de ella, que no había logrado de Mariquita sino algunos
besos y apretujones a hurtadillas? En seguida se dio a recordar
pormenores e incidentes que confirmaron sus sospechas. No cabía duda.
Sí: todo fue comedia. Acaso Cristeta no entrase en la conspiración, pero
se aprovechó de ella; Mariquita sirvió de agente a don Juan; los
diálogos enloquecedores pasados bajo el mechero de gas que había en el
pasillo, fueron otras tantas ocasiones de que los novios se hablasen
libremente. ¡Y pensar que él no consiguió de Mariquilla nada sustancioso
y positivo! ¡Ni una sola vez! ¡Qué burla tan infame! Lo único que le
consolaba era que hubiese quien se lo diera por comido, juzgándole como
amante rumboso, pagano y favorecido.
--¿Conque les serví de tapadera?--decía sonriendo--. ¡Tiene gracia! ¡Y yo
me contentaba con mirarla... vaya, vaya!
--De lo segundo no te digo nada. Ahora que eres mío, comprendo con
conocimiento de causa que no te limitarías a mirarla como si fuera
estampa; pero lo que es de que servías de tapadera y de que don Juan fue
quien te preparó la conquista de la sinvergüenza... de eso no te quepa
la menor duda.
Harto sabía él a qué atenerse. Sí: tapadera, y además _lila_. Le costó
gran esfuerzo disimular el enojo; pasó un rato muy malo, pero los mimos
y carantoñas de su Circe le endulzaron algo el pesar.
--¿Vendrás pronto a verme?--le decía, poniéndose archizalamera--. Cuanto
antes mejor. Yo no soy exigente; si tienes miedo a que lo sepan en tu
casa, pasearemos por las afueras... y luego nos vendremos aquí a nuestro
nido, como dos tortolitos.
--Sí, sí; vendré, vendré--repetía el estanquero, que ya sentía prisa por
marcharse: mas ella, como si quisiese sellar su amoroso contrato de un
modo inolvidable, dio un salto de pantera celosa, y arrojándosele al
cuello le abrazó, besándole el cerdoso bigote, al mismo tiempo que decía
con la voz astutamente entrecortada por la emoción:
--¡Quintín, qué felices vamos a ser!
Desasiose de ella con suavidad, como don Florambel se apartaba de la
encantadora princesa Graselinda, y comenzó a bajar despacio la escalera,
repitiendo dulcemente:
--Adiós, rica; vendré, vendré, y seremos buenos amigos.
Ella le vio marchar entre satisfecha y desconfiada... ¿Sería aquella una
verdadera conquista, al menos una ayuda para pagar la casa? ¡Y qué
lástima que el diablo del hombre no tuviera veinte años menos!
Don Quintín salió a la calle tan engreído y hueco como mujer fea a quien
por casualidad chicolean en paseo. La cosa lo merecía. Acababa de
adquirir la grata convicción de que, aunque fuese de tarde en tarde,
podía comer de fonda.
Mas como no hay dicha completa en corazón humano, junto de este regocijo
se alzó en su pecho un mal sentimiento, un odio terrible hacia don Juan,
que había jugado con él como con un chiquillo. «Sí--iba gruñendo entre un
diente sí y otro no, pues los tenía salteados--; he sido tapadera,
Celestina macho, alcahuete sin saberlo... ¡Yo haciendo el buey con la
mocosa de la chiquilla en el pasillo, y él encerrado con la otra... sabe
Dios! ¡Ah, don Juan de los demonios, ya me las pagarás algún día!
¡Pensar que la trastuela no me dejó... ni una vez!»
Y en lo más íntimo de su alma hizo acopio de rencor, y se juró que si la
suerte, la casualidad o su propia astucia se le mostraban favorables,
tomaría de don Juan espantosa venganza.


Capítulo X
En que ocurre el más grave y deleitoso suceso de esta historia

Don Juan resolvió triunfar de Cristeta, empleando medios
extraordinarios.
Una de aquellas noches de los dúos forzosamente castos, con reservas
mentales, abrió ella la puerta, pasó él, y sentados en el sofá lo más
cerca que permitían el pudor y el respeto, comenzaron la cantata mil y
tantos diciéndose esas eternas frases juntamente dulzonas, picarescas,
inocentes, maliciosas, arteras, ingenuas, sinceras y mentidas, muchas
veces estúpidas, pero siempre gratas, con que se entretienen y engañan
los amantes mientras se prepara la catástrofe del drama a que la
Providencia les tiene predestinados. Aquella noche la elocuencia de don
Juan era maravillosa, y su ternura exquisita; a pesar de lo cual
Cristeta tardó pocos minutos en notar que estaba caviloso. Traía
fruncido el entrecejo y sus miradas denotaban mal disimulada
preocupación.
--¿Qué tienes?--le preguntó cariñosamente.
--Nada.
--Me engañas, algo te pasa.
--No, mujer.
--Es claro; como no soy nada para ti...
--Demasiado sabes que te adoro...; pero no voy a inventar cosas graves
por capricho.
--Bueno, cállatelo; luego dirás que me quieres.
Don Juan puso cara de gran pesadumbre, lo más triste que pudo, y dejó
caer la cabeza sobre el pecho. Entonces Cristeta se la levantó
suavemente con ambas manos, y mirándole de hito en hito, cual si
quisiera leerle en las pupilas el secreto, dijo:
--Juan... ¡mientes! a ti te pasa algo.
Hubo un instante de ese silencio que los novelistas llaman solemne.
Quien hubiese podido bucear en el pensamiento de don Juan, habría visto
que le repugnaba mentir. Por vez primera condenaba su conciencia los
medios que iba pronto a emplear su astucia. Cristeta le seguía mirando
con todo el poderoso encanto del amor sincero.
--Anda... Juan... ¡dímelo!
Él fingió ceder.
--Sí, me ocurre... y muy grave... Oye.
Y sacando del bolsillo una carta, hizo como que buscaba con la mirada un
párrafo, y leyó lo siguiente:
_«Lo de París va mal, muy mal, y es preciso que estemos dispuestos
a obrar con rapidez y energía si se nos echa encima alguna
complicación. Sé de buena tinta que la casa Garcitola está haciendo
negocios desastrosos. Desconfío de que, si nos lo propusiéramos,
pudiésemos recoger ahora los fondos, y por otra parte reclamarlos
en estas circunstancias, acaso sea perjudicarnos contribuyendo al
nublado que se les viene encima. En fin, sirvan estas líneas de
toque de alarma. En cuanto sepa algo concreto, le avisaré a usted
para que me dé órdenes. En asunto tan grave no me atrevo a tomar la
iniciativa.»_
Todo lo cual oído con profunda atención, dijo Cristeta:
--Bueno, ahora explícamelo.
--Yo tenía valores de importancia colocados en esa casa Garcitola y
Compañía, de París. Hace unos cuantos meses se empezó a decir si andaban
o no andaban mal y, la verdad, como es una casa tan fuerte, cometí la
tontería de no hacer caso...; y ahora, ya lo ves, mi agente de Madrid me
escribe lo que acabas de oír... Nada, que si quiebran, me van a dejar
por puertas.
Cristeta le escuchó atónita. Él se puso en pie, y sin temor de mover
ruido, dio dos o tres paseos por el cuarto, a modo de león enjaulado.
Ella asustada, pero respetando su disgusto, se limitó a mirarle como
implorando prudencia. Don Juan--¡parece mentira que sea el hombre capaz
de tal perversidad!--aprovechó la ocasión, se acercó de puntillas a
Cristeta, y arrojándose en sus brazos dijo en voz muy queda, casi, y sin
casi, pegando los labios a la linda oreja de su amada:
--Perdóname, no sé lo que me hago.
Lo grave fue que, en lugar de desasirse en seguida, siguió agarrado a
ella. Parecía hombre harto de esperar a la Fortuna, que de pronto la ve,
la asalta, la sorprende, la sujeta, y decide no soltarla en su vida.
Cristeta nada hizo por despegar su cuerpo del cuerpo de su amante, sino
murmurar con voz preñada de caricias:
--¡Juan... Juan mío!
Él, sin aflojar los brazos, decía:
--Figúrate... cobraré, si cobro, en créditos, en papeles que tendré que
realizar poco a poco, con pérdidas enormes, y al fin y a la postre
quedaré mal, muy mal, con una renta miserable, gustos costosos, sin
hábitos de trabajo...
--Un hombre como tú hace con el trabajo lo que quiere.
--¡Quiá! Me iré a vivir a un pueblo, sin más lujo que una escopeta, ni
más amigo que un perro.
De pronto soltó a Cristeta, se sentó en una silla, y juntando las manos,
comenzó a dar vueltas con los pulgares, como suelen hacer los que están
muy aburridos.
Cristeta, discurriendo con el sublime egoísmo del amor, pensó:--«¡Pobre!
¡Tal vez se quede pobre! ¡Así será más fácilmente mío!»
--Ya supondrás--continuó él--que tendré pronto necesidad de ir, no sé aún
si a Paris o a Madrid. Y luego... se acabaron las locuras.
--Pero ¿qué locuras haces?
--El vivir como vivo. ¡Buen porvenir me espera! Un ama de llaves más
vieja que dueña de teatro antiguo, una criada de cincuenta reales... y
si no, al pueblo, al pueblo.
--Calla, hombre...; no querrá Dios que lo hayas perdido todo.
--Eso no lo puedo saber hasta que vaya a París y hable con el banquero, o
vea en Madrid a mi agente. Hoy por hoy nada sé de cierto.
--No quiero decir eso: digo si supones que ya se ha concluido todo para
ti en el mundo. ¡Ingrato! ¿No vale ni significa nada mi cariño?
Don Juan la miró con ternura, la cogió una mano, oprimiéndosela
fuertemente, y en seguida, cual si cediese a la dolorosa impresión que
acibaraba su ánimo, dejó caer la cabeza sobre el pecho de Cristeta.
A ser otra la ocasión, ésta se hubiera echado hacia atrás con oportuno
pudor; pero en aquellos tristes momentos no quiso mostrar esquivez ni
parecer arisca.
Ambos permanecieron silenciosos: ella inmóvil, sin valor para
rechazarle; él en la misma postura, sintiendo en la frente el dulce
calor del pecho de su amada. Al cabo de unos cuantos minutos dijo
Cristeta:
--Vamos, no te apures... mírame cara a cara. ¿Sirve esta pobre mujer para
convencerte de que no lo has perdido todo? Vaya, hombre, si supiera que
esto nos aproximaba... ya te pagaría yo en amor lo que perdieses en
dinero. ¡Te quiero tanto!--Y en seguida, como si se arrepintiese de su
sinceridad, añadió:--No; no; soy una egoísta. Vete mañana mismo a cuidar
de tu fortuna. ¡Yo no debo ni puedo ser nada para ti!
Fueron dichas estas palabras con acento de tan honda tristeza, y
produjeron tal emoción en don Juan, que se avergonzó de emplear aquella
estratagema ruin y mentirosa. Comprendió que la infeliz a quien estaba
engañando no era casada trapisondista que mereciese desprecio por faltar
a su deber, ni viuda buscona armada por la experiencia contra la
seducción, ni siquiera mozuela desenvuelta y sabedora de cómo se finge
la pérdida de la honestidad: era una pobre mujer realmente apasionada,
que sin carecer de perspicacia y malicia, las tenía como adormecidas y
embotadas por el pícaro amor. Era lista, capaz de la más artera
coquetería, pero en frío, respecto de un hombre por quien no hubiese
llegado a interesarse. Así lo entendía don Juan, quien comenzó a
experimentar lástima de ella y severidad para consigo; mas ambos
sentimientos quedaron ahogados por el influjo de la belleza de Cristeta.
La perspectiva de que al empobrecer fuese aquel hombre más fácilmente
suyo, el afán de mostrarle cariño, y lo mucho que don Juan se había
arrimado a ella, la pusieron hermosísima. Tenía los ojos húmedos y
brillantes, los labios secos y la tez muy pálida. Sus miradas variaban
rápidamente de expresión; tan pronto parecían medrosas, como lucía en
ellas la llamarada propia del deseo amoroso.
Durante un rato bastante largo, don Juan siguió hablando de la casa de
banca y presagiando infortunios: ella de cuando en cuando le decía:
--No te disgustes...; puede que todo se arregle... mírame...; anda,
mírame. ¿No me quieres ya?
En esto, sin saber cómo, ni quien atrajo a quién, ni cuál fue el primero
en sentarse, volvieron al sofá--mueble en ciertos casos peligrosísimo--, y
sucedió que los brazos de Juan rodearon y ciñeron la cintura de
Cristeta, las manos de ésta se le posaron a él amorosamente una en cada
hombro, cogiéndole luego la cabeza entremedias, y por fin y remate, para
que fuese más bello el grupo, Dios, que es supremo artista, dispuso que
el rostro del amante viniese a caer y descansar, por segunda vez, encima
del pecho de la amada.
Así permanecieron unos minutos, mudas las bocas, embebecidos los
espíritus y quietas las manos de ambos, especialmente las de ella, cual
si bastase para su doble delicia aquel dulce calor que los cuerpos se
comunicaban. Después sonaron de labio a labio palabras dichas en voz
baja, y, por fin, mutuamente sorbidas las almas y atraídas las bocas, se
besaron. Ella en seguida, confusa y atemorizada, apartó el rostro; mas
él, buscándole la mirada para leerle el pensamiento, le cogió la cara
entre las manos y permaneció contemplándola.
El instante fue sublime. A Juan se le olvidaron las teorías de
conquistador, el cálculo, la lástima, la astucia, todo, hasta el temor a
las consecuencias, mezquina consideración que acibara grandes placeres.
De su alma y de su cuerpo se enseñoreó una fuerza incontrastable que le
impulsaba a poseer el alma y el cuerpo de Cristeta, para sumarse e
identificarse con ella, como se compenetran y confunden dos rayos de
luz. En la muchacha tampoco tenía ya imperio la voluntad; desfallecía de
amor, miraba y no veía, las palabras de don Juan no le parecían voces
humanas; se le antojaba estar oyendo el ruido delicioso que las puertas
de los cielos deben de producir al abrirse para que penetre en la gloria
un elegido del Señor. Algo semejante a lo que ambos sintieron
experimentarían de fijo nuestros primeros padres cuando emprendieron la
tarea de poblar el mundo para que hubiese quien alabase a Dios. Sonó un
beso digno del Paraíso. La mano izquierda de don Juan se posó sobre la
doble y turgente redondez del pecho de Cristeta... Poco después, el
corsé, tibio aún por el calor del hermoso tesoro que guardaba, caía
sobre la alfombrilla al pie del sofá... Pero, ¡tente pluma!
¿Y por qué? ¿Por qué ha de considerarse vituperable y deshonesta la
pintura del amor material en lo que tiene de artístico y poético?
Permítese al novelista y al poeta describir todas las fases de la
ambición soberbia, de la vanidad ridícula, del odio aborrecible, del
rencor infame; podemos desmenuzar en prosa y verso todos los malos
sentimientos: ¿y no hemos de poder pintar la deliciosa y natural
aproximación de los sexos que instintivamente aspiran a juntarse hasta
ser, como el Señor dispuso que fueran, carne de una carne, hueso de un
hueso, dos en uno? ¡Es triste cosa! Sólo algún lírico cursi, sólo algún
académico fósil, culpan de loco al telescopio que escudriña el espacio,
o de cruel al bisturí que dilacera las carnes; y sin embargo, son muchas
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Dulce y sabrosa - 07
  • Parts
  • Dulce y sabrosa - 01
    Total number of words is 4792
    Total number of unique words is 1868
    32.0 of words are in the 2000 most common words
    46.7 of words are in the 5000 most common words
    54.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 02
    Total number of words is 4711
    Total number of unique words is 1791
    32.8 of words are in the 2000 most common words
    47.6 of words are in the 5000 most common words
    53.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 03
    Total number of words is 4769
    Total number of unique words is 1705
    33.0 of words are in the 2000 most common words
    46.0 of words are in the 5000 most common words
    53.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 04
    Total number of words is 4738
    Total number of unique words is 1731
    33.3 of words are in the 2000 most common words
    46.1 of words are in the 5000 most common words
    52.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 05
    Total number of words is 4752
    Total number of unique words is 1764
    34.5 of words are in the 2000 most common words
    48.4 of words are in the 5000 most common words
    54.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 06
    Total number of words is 4724
    Total number of unique words is 1715
    33.7 of words are in the 2000 most common words
    47.5 of words are in the 5000 most common words
    53.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 07
    Total number of words is 4755
    Total number of unique words is 1792
    33.0 of words are in the 2000 most common words
    46.8 of words are in the 5000 most common words
    53.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 08
    Total number of words is 4825
    Total number of unique words is 1724
    35.0 of words are in the 2000 most common words
    47.4 of words are in the 5000 most common words
    52.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 09
    Total number of words is 4773
    Total number of unique words is 1799
    31.9 of words are in the 2000 most common words
    44.8 of words are in the 5000 most common words
    51.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 10
    Total number of words is 4728
    Total number of unique words is 1714
    36.0 of words are in the 2000 most common words
    49.3 of words are in the 5000 most common words
    55.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 11
    Total number of words is 4773
    Total number of unique words is 1769
    34.5 of words are in the 2000 most common words
    47.5 of words are in the 5000 most common words
    53.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 12
    Total number of words is 4738
    Total number of unique words is 1750
    34.4 of words are in the 2000 most common words
    47.6 of words are in the 5000 most common words
    54.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 13
    Total number of words is 4841
    Total number of unique words is 1741
    34.6 of words are in the 2000 most common words
    46.4 of words are in the 5000 most common words
    53.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 14
    Total number of words is 4738
    Total number of unique words is 1719
    34.3 of words are in the 2000 most common words
    48.1 of words are in the 5000 most common words
    54.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 15
    Total number of words is 4701
    Total number of unique words is 1730
    36.4 of words are in the 2000 most common words
    48.9 of words are in the 5000 most common words
    54.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 16
    Total number of words is 4789
    Total number of unique words is 1731
    34.7 of words are in the 2000 most common words
    46.8 of words are in the 5000 most common words
    52.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 17
    Total number of words is 4656
    Total number of unique words is 1759
    33.4 of words are in the 2000 most common words
    45.6 of words are in the 5000 most common words
    50.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce y sabrosa - 18
    Total number of words is 4676
    Total number of unique words is 1848
    31.9 of words are in the 2000 most common words
    45.1 of words are in the 5000 most common words
    51.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.