Dulce Dueño - 01

Total number of words is 4525
Total number of unique words is 1916
27.1 of words are in the 2000 most common words
37.4 of words are in the 5000 most common words
42.9 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.

OBRAS COMPLETAS
DE
EMILIA PARDO-BAZÁN
CONDESA DE PARDO-BAZÁN
TOMO 38


EMILIA PARDO-BAZÁN
CONDESA DE PARDO-BAZÁN
OBRAS COMPLETAS.--TOMO 38

DULCE DUEÑO

[Imagen: colofón]

MADRID
_V. Prieto y C.ía, editores._
Princesa, núm. 77.
1911

Es propiedad.
Queda hecho el depósito
que marca la ley.
Establecimiento tipográfico, Campomanes, 4.


DULCE DUEÑO


I
_Escuchad._

Fuera, llueve:--lluvia blanda, primaveral. No es tristeza lo que fluye
del cielo; antes bien, la hilaridad de un juego de aguas pulverizándose
con refrescante goteo menudo. Dentro, en la paz de una velada de pueblo
tranquilo, se intensifica la sensación de calmoso bienestar, de tiempo
sobrante, bajo la luz de la lámpara, que proyecta sobre el hule de la
mesa un redondel anaranjado.
La claridad da de lleno en un objeto maravilloso. Es una placa
cuadrilonga de unos diez centímetros de altura. En relieve, campea
destacándose una figurita de mujer, ataviada con elegancia fastuosa, á
la moda del siglo XV. Cara y manos son de esmalte; el ropaje, de oros
cincelados y también esmaltados, se incrusta de minúsculas gemas, de
pedrería refulgente y diminuta como puntas de alfiler. En la túnica,
traslucen con vítreo reflejo los carmesíes; en el manto, los verdes de
esmaragdita. Tendido el cabello color de miel por los hombros, rodea la
cabeza diadema de diamantillos, sólo visibles por la chispa de luz que
lanzan. La mano derecha de la figurita descansa en una rueda de oro
obscuro, erizada de puntas, como el lomo de un pez de aletas erectas.
Detrás, una arquitectura de finísimas columnas y capitelicos áureos.
En sillones forrados de yute desteñido, ocupan puesto alrededor de la
mesa tres personas. Una mujer, joven, pelinegra, envuelta en el crespón
inglés de los lutos rigurosos. Un vejezuelo vivaracho, seco como una
nuez. Un sacerdote cincuentón, relleno, con sotana de mucho reluz, tersa
sobre el esternón bombeado.
--¿Leo ó no la historia?--urge el eclesiástico, agitando un rollo de
papel.
--La patraña--critica el seglar.
--La leyenda--corrige la enlutada--. Cuanto antes, señor Magistral.
Deseando estoy saber algo de mi Patrona.
--Pues lo sabrás... Es decir, en estos asuntos, ya se te alcanza que las
noticias rigurosamente históricas no son copiosas. Hay que emitir alguna
suposición, siempre razonada, en los puntos dudosos. Yo someto mi
trabajo á la decisión de nuestra Santa Madre la Iglesia. Vamos, la
sometería si hubiese de publicar. Aquí entre nosotros, aunque adorne un
poco... En no alterando la esencia... Y saltaré mucho, evitando
prolijidades. Y á veces no leeré; conversaremos.
La pelinegra se recostó y entornó los ojos para escuchar recogida. El
vejete, en señal de superioridad, encendió un cigarrillo. El canónigo
rompió á leer. Tenía la voz pastosa, de registros graves. Tal vez al
transcribir aquí su lección se deslicen en ella bastantes arrequives de
sentimiento ó de estética que el autor reprobaría.
«Catalina nació hija de un tirano, en Alejandría de Egipto. No está
claro quién era este tirano, llamado Costo. Es preciso recordar que
después del asedio y espantosa debelación de la ciudad por Diocleciano
_el Perseguidor_, que ordenó á sus soldados no cejar en la matanza hasta
que al corcel del César le llegase la sangre á las corvas, vino un
período de anarquía en que brotaron á docenas régulos y tiranuelos, y
hubo, por ejemplo, un cierto Firmo, traficante en papiros, que se
atrevió á batir moneda con su efigie...»
Interrupción del vejezuelo.
--Para usted, Carranza, el caso es que el cuento revista aire de
autenticidad...
--Déjeme oir, amigo Polilla...--suplicó la de los fúnebres crespones--.
Sin un poco de ambiente, no cabe situar un personaje histórico.
--¡Bah! Este personaje no es...
--¡Silencio!
«Alejandría, por entonces, fué el punto en que el paganismo se hizo
fuerte contra las ideas nuevas. Porque el paganismo no se defendía tan
sólo martirizando y matando cristianos; hasta los espíritus cultos de
aquella época dudaban de la eficacia de una represión tan atroz. Acaso
fuese doblemente certero desmenuzar las creencias y los dogmas, burlarse
de ellos, inficionarlos y desintegrarlos con herejías, sofismas y
malicias filosóficas...»
Inciso.
--La estrategia de nuestro buen amigo don Antón...
Polilla se engalló, satisfecho de ser peligroso.
«No ignoran ustedes los anales de aquella ciudad singularísima, desde
que la fundó Alejandro dándole la forma de la clámide macedonia hasta
que la arrasó Ornar. Olvidado tendrán ustedes de puro sabido que el
primer rey de la dinastía Lagida, aquel Tolomeo Sotero, tan dispuesto
para todo, al instituir la célebre Escuela, hizo de Alejandría el foco
de la cultura. Decadente ó no, en el mundo antiguo la Escuela
resplandece. La hegemonía alejandrina duró más que la de Atenas; y si
bajo la dominación romana sus pensadores se convirtieron en sofistas,
tal fenómeno se ha podido observar igualmente en otras escuelas y en
otros países.
Bajo Domiciano empezó á insinuarse en Alejandría el cristianismo. Notóse
que bastantes mujeres nobles, que antes reían á carcajadas en los
festines, ahora se cubrían los cabellos con un velo de lana y bajaban
los ojos al cruzar por delante de estatuas... así... algo impúdicas...»
--Vamos, las primeras beatas...--picoteó Polilla.
»--Es el caso que griegos y judíos--hiló el Magistral--andaban, en
Alejandría, á la greña continuamente. Con el advenimiento de los
cristianos se complicó el asunto. La confusión de sectas y teologías
hízose formidable. Allí se adoraba ya á Jehová ó Jahveh, á la Afrodita,
llamada por los egipcios Hathor, al buey Apis y á Serapis, que según el
emperador Adriano no era otra cosa sino un emblema de Nuestro Señor
Jesucristo, el cual, bajo su verdadero nombre, empezó á ser esperanza y
luz de las gentes. Y en Alejandría, además de la persecución pagana,
surgió la persecución egipcia, y el pueblo fanatizado degolló á muchos
cristianos infelices...»
--¿Eeeh?--satirizó don Antón.
--¡Digo, felicísimos!
»Diocleciano, que parece el más perseguidor de los Césares, tenía sus
artes de político, y en Egipto no quería meterse con los dioses locales.
Al ver la impopularidad de los cristianos, les sentó mano fuerte. En tal
época, cuando el cristianismo aun suscitaba odio y desprecio, despunta
la personalidad de Catalina.
Esta mujer es de su tiempo, y en otro siglo no se concibe. Y su tiempo
era de pedantería y de cejas quemadas á la luz de la lámpara. En Egipto,
las mujeres se dedicaban al estudio como los hombres, y hubo reinas y
poetisas notables, como la que compuso el célebre himno al canto de la
estatua de Memnon. No extrañemos que Catalina profundizase ciencias y
letras. En cuanto á su físico, es de suponer, que, siendo de helénica
estirpe (el nombre lo indica), no se pareciese á las amarillentas
egipcias, de ojos sesgos y pelo encrespado.
Se educó entre delicias y mimos, en pie de princesa altanera, entendida
y desdeñosa. Llegó la hora en que parecía natural que tomase estado, y
se fijó en la cohorte de los mozos ilustres de Alejandría, que todos
bebían por ella los vientos. Fueron presentándose, y al uno por soso, y
al otro por desaliñado, y á éste por partidario del zumo parral, y á
aquél por corrompido y amigo de las daifas, y al de la derecha por
afeminado, y al de la izquierda por tener el pie mal modelado y la
pierna tortuosa, á todos por ignorantes y nada frecuentadores del
Serapión y de la Biblioteca, les fué dando, como diríamos hoy,
calabazas...
Con esto se ganó renombre de orgullosa, y se convino en que, bajo las
magnificencias de su corpiño, no latía un corazón. Sin duda Catalina no
era capaz de otro amor que el propio; y sólo á sí misma, y ni aun á los
dioses, consagraba culto.
Algo tenía de verdad esta opinión, difundida por el despecho de los
_procos_ ó pretendientes de la princesa. Catalina, persuadida de las
superioridades que atesoraba, prefería aislarse y cultivar su espíritu y
acicalar su cuerpo, que entregar tantos tesoros á profanas manos. Su
existencia tenía la intensidad y la amplitud de las existencias
antiguas, cuando muy pocos poderosos concentraban en sí la fuerza de la
riqueza, y por contraste con la miseria del pueblo y la sumisión de los
esclavos, era más estético el goce de tantos bienes. Habitaba Catalina
un palacio construído con mármoles venidos de Jonia, cercado de jardines
y refrescado por la virazón del puerto. Las terrazas de los jardines se
escalonaban salpicadas de fuentes, pobladas de flores odoríferas traídas
de los valles de Galilea y de las regiones del Atica, y exornadas por
vasos artísticos robados en ciudades saqueadas, ó comprados á los
patricios que, arruinándose en Roma, no podían sostener sus villas de la
Campania y de Sorrento. Para amueblar el palacio se habían encargado á
Judea y Tiro operarios diestros en tallar el cedro viejo y tornear el
marfil é incrustar la plata y el bronce, y de Italia pintores que sabían
decorar paredes al fresco y encáustico. Y la princesa, deseosa de
imprimir un sello original á su morada, de distinguir su lujo de los
demás lujos, buscó los objetos únicos y singulares, é hizo que su padre
enviase viajeros ó le trajese en sus propios periplos rarezas y obras
maestras de pintura y escultura, joyas extrañas que pertenecieron á
reinas de países bárbaros, y trozos de ágata arborescente en que un
helecho parecía extender sus ramas ó una selva en miniatura espesar sus
frondas...»
--¿No has notado una cosa, Lina?--se interrumpió á sí mismo el
Magistral, volviéndose hacia la pelinegra y abatiendo el tono.
--¿Qué es ello?
--Que todas las representaciones en el arte de Catalina Alejandrina la
presentan vestida con fausto y elegancia. Desde luego, en cada época, la
vestidura es al estilo de entonces; porque no tenían los escrúpulos de
exactitud que ahora. Fíjate en esta medalla ó placa que nos has traído.
¿Qué atavíos, eh? Y no es como María Magdalena, que pasó de los brocados
á la estera trenzada. Puesta la mano en la rueda de cuchillos que la ha
de despedazar, Catalina luce las mismas galas, que son una necesidad de
su naturaleza estética. Es una apasionada de lo bello y lo suntuoso, y
por la belleza tangible se dirigió hacia la inteligible. Así la
tradición, que sabe acertar, hace tan esplendentes las imágenes de la
Santa...
--Me gusta Catalina Alejandrina--. Lacónica, la enlutada parpadeó,
alisando su negro «gaspar», que le ensombrecía y entintaba las pupilas.
»Pues ha de saberse que los emisarios de Costo aportaron al palacio,
entre otras reliquias, dos prendas que, según fama, á Cleopatra habían
pertenecido: una era la perla compañera de la que dicen disuelta en
vinagre por la hija de los Lagidas--lo cual parece fábula, pues el
vinagre no disuelve las perlas--, y la otra presea, una cruz con asas,
símbolo religioso, no cristiano, que la reina llevaba al pecho. La perla
era de tal grosor, que cuando Catalina la colgó á su cuello--fíjate, el
artista florentino autor de esa placa no omitió el detalle--hubo en la
ciudad una oleada de envidia y de malevolencia. ¿Se creía la hija de
Costo reina de Egipto? ¿Cómo se atrevía á lucir las preseas de la gran
Cleopatra, de la última representante de la independencia, la que
contrastó el poder de Roma?
Por su parte, los romanos tampoco vieron con gusto el alarde de la hija
del tiranuelo. ¿Sería ambiciosa? ¿Pretendería encarnar las ideas
nacionales egipcias? ¡Todo cabía en su carácter resuelto y varonil!
También los cristianos--aunque por razones diferentes--miraban á
Catalina con prevención. Sabían que el cristianismo era repulsivo á la
princesa. No hubiese Catalina perseguido con tormentos y muerte; no
ordenaría para nadie el ecúleo ni los látigos emplomados; algo peor, ó
más humillante, tenía para los secuaces del Galileo: el desdén. No valía
la pena ni de ensañarse con los que serían capaces de martillear las
estatuas griegas, con los que huían de las termas y no se lavaban ni
perfumaban el cabello. El cristianismo, dentro de la ciudad, se le
aparecía á Catalina envuelto en las mallas de mil herejías
supersticiosas; y sólo algunos lampos de llama viva de fe, venidos del
desierto, la atraían, momentáneamente, como atrae toda fuerza. Los
solitarios...»
Polilla, que trepidaba, salta al fin.
--Sí, sí; buenas cosas venían del desierto, de los padres del yermo, ¿no
se dice así? ¡Entretenidos en preparar al Asia y á Europa la peste
bubónica!
--¿La peste bubónica?--se sorprende Lina.
--La pes-te-bu-bó-ni-ca. Como que no existía, y apareció en Egipto
después de que, á fuerza de predicaciones, lograron que no se
momificasen los cadáveres, que se abandonasen aquellos procedimientos
perfectos de embetunamiento, que los sabios (aunque sacerdotes) egipcios
aplicaban hasta á los gatos, perros é icneumones... Al cesar de
embalsamar, se arrojaron las carroñas y los cadáveres al Nilo... y
cátate la peste, que aún sufrimos hoy.
--Bien...--Lina alzó los hombros.--Con usted, Polilla, se aprende
siempre... Pero ahora me gusta oir á Carranza.
«Estábamos en los padres del desierto, los solitarios... Había por
entonces uno muy renombrado á causa de sus penitencias aterradoras. Se
llamaba Trifón. Se pasaba el año, no de pie sobre el capitel de una
columna, á la manera del Estilita, sino tan pronto de rodillas como
sentado sobre una piedra ruda que el sol calcinaba. Cuando las gentes de
la mísera barriada de Racotis acudían con enfermos para que los curase
el asceta, éste se incorporaba, alzaba un tanto la piedra, murmuraba
«ven, hermanito», y salía un alacrán, que, agitando sus tenazas, se
posaba en la palma seca del solitario.
Machucaba él con un canto la bestezuela, y añadiendo un poco de aceite
del que le traían en ofrenda, bendecía el amasijo, lo aplicaba á las
llagas ó al pecho del doliente y lo sanaba...»
--¡Absurdo!...
--¿Polilla?...
«Agradecidas y llorosas, las mujerucas del pueblo paliqueaban después
con el Santo, refiriéndole las crueldades del César Maximino, peor que
Diocleciano mil veces; los cristianos desgarrados con garfios, azotados
con las sogas emplomadas, que, al ceñirse al vientre y hendirlo, hacen
verterse por el suelo, humeantes y cálidas, las entrañas del mártir... Y
rogaban á Trifón que, pues tenía virtud para encantar á los escorpiones,
rogase á Jesús el pronto advenimiento del día en que toda lengua le
alabe y toda nación le confiese.
--Reza también--imploraban--por que toque en el corazón á la princesa
Catalina, que socorre á los necesitados como si fuera de Cristo, pero es
enemiga del Señor y le desprecia. ¡Lástima por cierto, porque es la más
hermosa doncella de Alejandría y la más sabia, y guarda su virginidad
mejor que muchas cristianas!
--Sólo Dios es belleza y sabiduría--contestaba el asceta--. Pero
despedidos los humildes, gozosos con las curaciones; al arrodillarse en
el duro escabel, mientras el sol amojamaba sus carnes y encendía su
hirsuta barba negra--la idea de la princesa le acudía, le inquietaba--.
¿Por qué no curarla también, en nombre del Padre, del Hijo y del
Espíritu Santo? Sería una oveja blanca, propiciatoria...
Una madrugada--como á pesar suyo--Trifón descendió de la piedra,
requirió su báculo, y echó á andar. Caminó media jornada arreo, hasta
llegar á Alejandría, y cerca ya de la ciudad siguió la ostentosa vía
canópica, y derecho, sin preguntar á nadie, se halló ante la puerta
exterior del palacio de Costo. Los esclavos januarios se rieron á sabor
de su facha, y más aún de su pretensión de ver á la princesa
inmediatamente.
--Decidla--insistió el solitario--que no vengo á pedir limosna, ni á
cosa mala. Vengo sólo á hablarla de amor, y le placerá escucharme.
Aumentó la risa de los porteros, mirando á aquel galán hecho cecina por
el sol, y cuya desnudez espartosa sólo recataban jirones empolvados de
sayo de Cilicia.
--Llevad el recado--insistió el asceta--. Ella no se reirá. Yo sé de
amores más que los sofistas griegos con quienes tanto platica.
--¡Es un filósofo!...--secretearon respetuosamente los esclavos; y se
decidieron á dar curso al extraño mensaje, pues Catalina gustaba de los
filósofos, que no siempre van aliñados y pulcros.
Catalina estaba en su sala peristila; á la columnata servía de fondo un
grupo de arbustos floridos, constelados de rojas estrellas de sangre.
Aplomada, en armoniosa postura, sobre el trono de forma leonina, de oro
y marfil, envuelta en largos velos de lino de Judea bordados
prolijamente de plata, había dejado caer el rollo de vitela, los versos
de Alceo, y acodada, reclinado el rostro en la cerrada mano, se perdía
en un ensueño lento, infinito. Hacía tiempo ya que, con nostalgia
profunda, añoraba el amor que no sentía. El amor era el remate, el
broche divino de una existencia tan colmada como la suya; y el amor
faltaba, no acudía al llamamiento. El amor no se lo traían de lejanos
países, en sus fardos olorosos, entre incienso y silfio, los viajeros de
su padre.
--¿De qué me sirve--pensaba--tanto libro en mi biblioteca, si no me
enseñan la ciencia de amar? Desde que he empapado el entendimiento en
las doctrinas del divo Platón, que es aquí el filósofo de moda, siento
que todo se resuelve en la Belleza, y que el Amor es el resplandor de
esa belleza misma, que no puede comprender quien no ama. ¡No sabe
Plotino lo que se dice al negar que el amor es la razón de ser del
mundo! Plotino me parece un corto de vista, que no alcanza la identidad
de lo amante con lo perfecto. En lo que anda acertado el tal Plotino, es
en afirmar que el mundo es un círculo tenebroso y sólo lo ilumina la
irriadiación del alma. Pero mi alma, para iluminar mi mundo, necesita
encandilarse en amor... ¿Por quién?...
Y las imágenes corpóreas y espirituales de sus procos desfilaron ante el
pensamiento de Catalina, y, esparciendo su melancolía, rió á
solas.--Volvió la tristeza pronto.
--¿Dónde encontrar esa suprema belleza de la forma, que según Plotino
transciende á la esencia? ¡Oh, Belleza! ¡Revélate á mí! ¡Déjame
conocerte, adorarte y derretir en tu llama hasta el tuétano de mis
huesos!
El pisar tácito de una esclava negra, descalza, bruñida de piel, se
acercó.
--Desea verte, princesa, cierto hombrecillo andrajoso, ruin, que dice
que sabe de amores.
--Algún bufón. Hazle entrar. Prepara un cáliz de vino y unas monedas.
Trifón entró, hiriendo el pavimento de jaspe pulimentado con su báculo
de nudos. Al ver á Catalina se detuvo, y en vez de inclinarse, la miró
atentamente, dardeándola con ojeadas de fuego al través de las peludas
cejas que le comían los párpados rugosos.
--Siéntate--obsequió Catalina--, habla, di de amor lo que sepas. Por
desgracia no será mucho.
--Es todo. Vengo de la escuela de amor, que es el desierto.
--¿Eres uno de esos solitarios? En efecto, tu piel está recocida y
baqueteada al sol. De amor entenderás poco, aun cuando, según dicen, no
sois aficionados á contaminar vuestra carne con la furia bestial de los
viciosos, lo cual ya es camino para entender. El amor es lo único que
merece estudiarse. Cuando razonamos de ser, de identidad, de logos, de
ideas madres..., razonamos de amor sin saberlo. Oye... ¿No quieres pasar
al caldario antes de comunicarme tu sabiduría? Mis esclavas te fregarán,
te ungirán y te compondrán ese pelo. Siempre que viene un sofista, le
fregamos.
--Yo no soy un sofista. Vivo tan descuidado de mi cuerpo como los
cínicos, pero es por atender á la diafanidad y limpieza de mi alma. El
cuerpo es corruptible, Catalina. ¿No has visto nunca una carroña
hirviendo en gusanos? ¿A qué cuidar lo que se pudre?
--Como quieras... Háblame desde alguna distancia...
--Catalina--empezó preguntando--¿porqué no te has casado con ninguno de
tus pretendientes? Los hay gallardos, los hay poderosos.
--Tu pregunta me sorprende, si en efecto entiendes de amor. No basta que
mis procos, ó mejor dicho, algunos de mis procos, sean gallardos, dado
que lo fuesen, que sobre eso cabe discusión. Sería necesario que yo
encarnase en ellos la idea sublime de la hermosura. ¿No acabas de decir
que el cuerpo se corrompe? Mis pretendientes están ya agusanados, y aún
no se han muerto. Yo sueño con algo que no se parece á mis suspirantes.
No sé dónde está, ni cómo se llama. De noche, cuando boga Diana al
través del éter, tiendo los brazos á lo alto, donde creo ver una faz
adorable, cuyo encanto serpea por mis venas.
--Pues eso que buscas, princesa, yo te lo traigo.
En vez de mofarse, Catalina se volvió grave.
--Dime tu nombre, Padre--exhaló, casi á su pesar.
--Trifón, el penitente.
--¿Cristiano?
--Sí.
--¿Santo, como dicen?
--No. El mayor de los pecadores. Bajo la piedra en que vivo hay un nido
de escorpiones enconados, y así tengo á mis pasiones, sujetas y
aplastadas por la penitencia. Pero allí están, acechando para hincar su
aguijón.
--Seas santo ó bandolero, adorador de Cristo, de Serapis ó de la excelsa
Belleza, que es la única verdad...
--¡No blasfemes, Catalina, pobre tórtola triste que no encuentra su
pareja, que gime por el amado!
--Digo que seas quien fueres, para mí serás la misma encarnación humana
de Apolo Kaleocrator, si me haces conocer la dicha de amar.
--¿Eres capaz de todo... ¡de todo! por conseguirla?
--¿Quieres tesoros? ¿Quieres una copa de unicornio, llena de mi sangre?
--La copa... Pudiera ser que la quisiese... no yo, sino tu amante, el
que vas á conocer presto. ¿Ves mi fealdad? Infinitamente mayor es su
hermosura. Y déjate de raciocinios, de Plotino y de Platón. Amar es un
acto. Yo te llevo al amor y no te lo explico. No te fatigues en pensar.
Ama.
--Sobre ascuas pisaría por acercarme al que he de amar. ¿Será también un
príncipe? Porque varón de baja estofa, para mí no es varón.
--Es un príncipe asaz más ilustre que tú.
--¡Eso, sólo Maximino César!--se ufanó Catalina.
--¡Maximino, ante él... hisopo al pie del cedro!--Mañana, á esta misma
hora, sola, purificada, vestida humildemente, saldrás de tu palacio sin
ser vista, y caminarás por detrás del Panoeum, hasta donde veas una
construcción muy pobre, una especie de célula, que llamamos ermita. El
lugar estará solitario, la puerta franca. ¿Entrarás sin miedo?
--No sé lo que sea temor.
--Allí, dentro de la ermita, aguardarás al que has de amar en vida y más
allá de la muerte. Á aquel cuyos besos embeodan como el vino nuevo y en
cuyos brazos se desfallece de ventura. Al que en la sombra, con
recatados pasos, se acerca ya á tu corazón...
Catalina cerró los ojos. Un aura vibrátil y palpitante columpiaba la
fragancia de los jardines. Parecía un suspirar largo y ritmado.
Cuando abrió los párpados, había desaparecido el penitente.
* * * * *
La princesa pasó la noche con fiebre y desvelo. Vió desfilar formas é
ideas madres, los arquetipos de la hermosura, representados por las
maravillosas envolturas corporales de los dioses y los héroes griegos.
Apolo Kaleocrator, árbitro de la belleza, apoyado en su lira de tortuga,
inundados los hombros por los bucles hilados de rayos de luz; Dionisos,
con el fulvo y manchado despojo del tigre sobre las morenas espaldas
tersas y recias; Aquiles (á quien deseó frecuentemente Catalina haber
conocido ante Troya, envidiando á Briseida, que tuvo la suerte de
vestirle la túnica), y el pío Eneas, el infiel á la mísera reina
africana... ¿Sería alguno como éstos quien la aguardase en la ermita?
Que el solitario fuese un malhechor y la atrajese á una celada, no lo
receló Catalina ni un instante. Podría acaso ser un hechicero: acusábase
á los cristianos de practicar la magia. Sin duda, para resistir así el
martirio, poseían secretos y conjuros. Quizás iban á emplear con ella el
filtro del amor... ¡Por obra de filtro, ó como fuese, la princesa
ansiaba que el amor se presentase! ¡Amar, deshacerse en amor, que el
amor la devorase, cual un león irritado y regio!--Siguió las
instrucciones de Trifón exactamente. Se bañó, purificó y perfumó, como
en día de bodas; se vistió interiormente tunicela de lino delgadísimo,
ceñida por un cinturón recamado de perlas; y, encima, echó la vestimenta
de burdo tejido azul lanoso que aun hoy usan las mujeres _fellahs_, el
pueblo bajo de Egipto. Calzó sandalias de cuerda, igual que las
esclavas, mullendo antes con seda la parte en que había de apoyar la
planta del pié. Un velo de lana tinto en azafrán envolvió su cabeza. Así
disfrazada y recatada, salió ocultamente por una puerta de los jardines
que caía al muelle, y se confundió entre el gentío. Costeado el muelle,
torció hacia la avenida de las Esfinges, cuyo término era la subida
especial del Panoeum ó santuario del dios Pan, montañuela cuya vertiente
opuesta conducía á la ermitilla, emboscada entre palmeras y sicomoros.
--Oiga usted--zumbó Polilla--. ¿Sabe usted que me va pareciendo un poco
ligerita de cascos la princesa? Si no la declarasen ustedes santa...
--Don Antón--amenazó Lina--, ó me deja usted oir en paz, ó le expulso
ignominiosamente.
«A un lado y á otro de la monumental avenida alineábanse, sobre
pedestales de basalto, las Esfinges de granito rosa, de dimensiones
semicolosales. A los rayos oblicuos del sol muriente, el pulimento del
granito tenía tersuras de piel de mujer. Las caras de los monstruos
reproducían el más puro tipo de la raza egipcia, ojos ovales, facciones
menudas, barbillas perfectas; el tocado simétrico hacía resaltar la
delicada corrección del melancólico perfil. Hasta la cintura, el cuerpo
de las Esfinges era femenino, pero sus brazos remataban en garras de
fiera, cuyas uñas aparentaban hincarse en la lisura del pedestal.
Dijérase que se contraían para desperezarse y saltar rugiendo. Sintió
Catalina aprensión indefinible. Respiró mejor al acometer la subida
espiral que conducía al Panoeum, entre setos de mirto, el arbusto del
numen, que de trecho en trecho enflorecían las rosas de Hathor Afrodita,
encendidas sobre el verdor sombrío de la planta sagrada. La brisa de la
tarde estremecía los pétalos de las flores, y el espíritu de Catalina
temblaba un tanto, en la expectativa de lo desconocido.
Pasó rozando con el templo y descendió la otra vertiente. Detrás del
santuario asomaba una colina inculta, y en un repliegue del terreno se
agazapaba la ermita humilde; una construcción análoga á las del barrio
de Racotis, de adobes sin cocer y pajizo techo. En la cima una cruz de
caña revelaba la idea del edificio. La reducida puerta se abría de par
en par. Catalina la cruzó; allí no había alma viviente. En el fondo, un
ara de pedruscos desiguales soportaba otra cruz no menos tosca que la
del frontispicio, y en grosero vaso de barro vidriado se moría un haz de
nardos silvestres. La princesa, fatigada, se reclinó en el ara,
sentándose en el peldaño de piedra que la sostenía. Rendida por el
insomnio calenturiento de la noche anterior, anestesiada por la frescura
y el silencio, se aletargó, como si hubiese bebido cocimiento de
amapolas. Y he aquí lo que vió en sueños:
Subía otra vez por la avenida de las Esfinges, pero no al caer de la
tarde, sino de noche, con el firmamento turquí todo enjoyado de gruesos
diamantes estelares. Bajo aquella luz titiladora, los monstruos
semi-hembras, de grupa viril, parecían adquirir vida fantástica.
Estirándose felinamente, se incorporaban en los zócalos, y crispaba los
nervios el roce de sus uñas sobre la bruñida dureza del pedestal. Sus
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Dulce Dueño - 02
  • Parts
  • Dulce Dueño - 01
    Total number of words is 4525
    Total number of unique words is 1916
    27.1 of words are in the 2000 most common words
    37.4 of words are in the 5000 most common words
    42.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce Dueño - 02
    Total number of words is 4609
    Total number of unique words is 1969
    26.0 of words are in the 2000 most common words
    37.6 of words are in the 5000 most common words
    44.7 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce Dueño - 03
    Total number of words is 4680
    Total number of unique words is 1915
    27.8 of words are in the 2000 most common words
    38.0 of words are in the 5000 most common words
    44.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce Dueño - 04
    Total number of words is 4627
    Total number of unique words is 1976
    28.3 of words are in the 2000 most common words
    39.7 of words are in the 5000 most common words
    46.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce Dueño - 05
    Total number of words is 4805
    Total number of unique words is 1956
    28.6 of words are in the 2000 most common words
    41.3 of words are in the 5000 most common words
    47.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce Dueño - 06
    Total number of words is 4656
    Total number of unique words is 1823
    31.8 of words are in the 2000 most common words
    43.6 of words are in the 5000 most common words
    50.3 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce Dueño - 07
    Total number of words is 4648
    Total number of unique words is 1924
    30.3 of words are in the 2000 most common words
    43.1 of words are in the 5000 most common words
    48.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce Dueño - 08
    Total number of words is 4672
    Total number of unique words is 1860
    30.6 of words are in the 2000 most common words
    42.4 of words are in the 5000 most common words
    48.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce Dueño - 09
    Total number of words is 4836
    Total number of unique words is 1963
    29.0 of words are in the 2000 most common words
    41.6 of words are in the 5000 most common words
    47.8 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce Dueño - 10
    Total number of words is 4713
    Total number of unique words is 1844
    31.9 of words are in the 2000 most common words
    43.9 of words are in the 5000 most common words
    50.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce Dueño - 11
    Total number of words is 4734
    Total number of unique words is 1921
    29.6 of words are in the 2000 most common words
    40.9 of words are in the 5000 most common words
    47.6 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce Dueño - 12
    Total number of words is 4691
    Total number of unique words is 1866
    29.9 of words are in the 2000 most common words
    42.7 of words are in the 5000 most common words
    48.5 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce Dueño - 13
    Total number of words is 4640
    Total number of unique words is 1883
    29.7 of words are in the 2000 most common words
    42.1 of words are in the 5000 most common words
    47.9 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce Dueño - 14
    Total number of words is 4744
    Total number of unique words is 1840
    30.3 of words are in the 2000 most common words
    43.3 of words are in the 5000 most common words
    50.4 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
  • Dulce Dueño - 15
    Total number of words is 940
    Total number of unique words is 477
    43.1 of words are in the 2000 most common words
    53.2 of words are in the 5000 most common words
    58.1 of words are in the 8000 most common words
    Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.